Causa y efecto - Carolina Vartuhi Boyadjian - E-Book

Causa y efecto E-Book

Carolina Vartuhi Boyadjian

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Beschreibung

Causa y efecto es un relato en primera persona sobre aspectos del autismo que no se comprenden, donde la autora utiliza el método causal para explicar el paso a paso de las conductas que se ven, desde su origen a su desenlace, realizando comparaciones que terminan por demostrar que las diferencias entre los humanos no son predominantemente fisiológicas, sino ideales. De esta manera, no se centra únicamente en la condición autista, sino que explica el funcionamiento del ser humano en general dentro de la gran naturaleza que lo condiciona. Estos textos invitan al autoconocimiento y a descubrir en qué aspectos uno está internamente corrompido, procurando resignificar las ideas sociales de deber ser que rompen al Ser, van en contra de la armonía natural de la vida y pueden afectar tu verdadera esencia. Estas normas del deber ser pueden romper tu integridad, causando esas sensaciones de sufrimiento que se destacan en la humanidad actual. El objetivo de esta obra es que puedas alcanzar la integración que se necesita para vivir una vida mucho más simple y sencilla de lo que en la actualidad es, teniendo en cuenta que para entender cómo llegamos a donde estamos, es esencial comprender primero cómo hemos transitado nuestro camino hasta aquí.

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Seitenzahl: 139

Veröffentlichungsjahr: 2024

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Producción editorial: Tinta Libre Ediciones

Córdoba, Argentina

Coordinación editorial: Gastón Barrionuevo

Diseño de tapa: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Diseño de interior: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Boyadjian Bacchetta, Carolina Vatuhi

Causa y efecto / Carolina Vatuhi Boyadjian Bacchetta. - 1a ed. - Córdoba : Tinta Libre, 2024.

114 p. ; 21 x 15 cm.

ISBN 978-987-824-909-4

1. Desarrollo Personal. 2. Crecimiento Personal. 3. Autoayuda. I. Título.

CDD 158.1

Prohibida su reproducción, almacenamiento, y distribución por cualquier medio,total o parcial sin el permiso previo y por escrito de los autores y/o editor.

Está también totalmente prohibido su tratamiento informático y distribución por internet o por cualquier otra red.

La recopilación de fotografías y los contenidos son de absoluta responsabilidadde/l los autor/es. La Editorial no se responsabiliza por la información de este libro.

Hecho el depósito que marca la Ley 11.723

Impreso en Argentina - Printed in Argentina

© 2024. Boyadjian Bacchetta, Carolina Vatuhi

© 2024. Tinta Libre Ediciones

Introducción

Durante estos tres últimos años —2021 a 2024— el autismo ha tomado popularidad. En las redes sociales proliferan los videos que tratan de explicar que los autistas somos diferentes. En un intento por explicar las diferencias, se termina haciendo una mera descripción de los rasgos que nos caracterizan como autistas o se termina hablando de la forma del cerebro del autista. Con ello, inducen a pensar que la causa del autismo está en problemas anatómicos del cerebro.

La mayoría de los autistas que hoy nos comunicamos con los demás tuvimos que crear un personaje de persona normal para poder comunicarnos, porque nuestro lenguaje interno es diferente al de los sujetos normales.

Por lo general, los autistas que explicamos los rasgos —o también llamados síntomas— utilizamos ese personaje de sujeto normal para poder comunicar que somos distintos. El problema de esto es que se utiliza ese personaje de sujeto normal para intentar explicar los rasgos o las diferencias, lo que termina confundiendo al oyente porque, mientras que con las palabras decimos que somos “distintos”, con la expresión corporal nos mostramos “normales”. Es por esto que se empieza a decir que “el autismo está de moda”, porque no se ve coherencia entre lo que decimos y lo que mostramos.

Mientras los autistas hablamos sobre los rasgos fisiológicos o del comportamiento, los sujetos de ciencias— por ejemplo, los neurólogos— se enfocan en las diferencias anatómicas que hay entre el cerebro autista y el cerebro de un sujeto normal, con lo que sugieren que los rasgos autistas se deben a diferencias en la estructura o forma del cerebro entre autistas y personas consideradas normales.

Este libro viene a decir y a explicar lo que NO se está diciendo y lo que NO se está explicado. Viene a despejar dudas porque explica de una forma simple y didáctica qué es al autismo, por qué los autistas parecemos distintos a los sujetos normales y por qué los autistas no somos idénticos entre autistas.

Este libro viene a explicar al autismo y sus rasgos como lo que en realidad son, es decir, como una relación o secuencia lógica de causa y efecto natural.

La finalidad de este libro es proporcionar información para los autistas, para su entorno y para la sociedad en general, porque muchos no saben qué hacer cuando, por ejemplo, ocurre una crisis, y esto es así porque no se comprende qué es lo que ocurre por dentro. Cuando hay una comprensión de lo que ocurre, resulta mucho más sencillo saber qué decisión es la más beneficiosa.

El autismo es hipersensibilidad, solo eso, y todos los rasgos autistas son solo la consecuencia del autismo, incluyendo la anatomía cerebral. La anatomía cerebral no es la que causa el autismo, sino que —a la inversa— es el autismo el que moldea la anatomía cerebral en el autista. Tampoco los rasgos autistas son la causa del autismo, sino que son la consecuencia del autismo. Entonces, el autismo es la causa, mientras que la anatomía cerebral y los rasgos son sus consecuencias.

La hipersensibilidad es la intensidad con que se perciben los estímulos, es el autismo propiamente dicho; por lo tanto, la respuesta fisiológica cerebral y comportamental será su efecto. Entonces la anatomía cerebral y el comportamiento del autista serán diferentes al de un sujeto normal, porque será una consecuencia de una sensibilidad diferente a la del sujeto normal.

Este libro viene a mostrar de principio a fin por qué los autistas tenemos los comportamientos que tenemos, pero la intención es también explicar que, aun cuando los autistas somos hipersensibles, el funcionamiento fisiológico del autista es igual al funcionamiento fisiológico de un sujeto normal, y que los rasgos o comportamientos diferentes no son causados por un funcionamiento fisiológico distinto al del sujeto normal, sino que son consecuencia de la intensidad con que se perciben los estímulos, es decir, son consecuencia de la hipersensibilidad.

Hasta el día de hoy existe una creencia popular de que aquel que se comporta diferente tiene algún problema de salud física o mental, sin importar si el comportamiento es coherente con el estímulo que lo provoca, lo cual genera confusiones en la comprensión social sobre asunto.

En realidad, si el comportamiento expresado es coherente con el estímulo ingresado, la fisiología está funcionando correctamente. El problema físico o psíquico se da cuando no hay coherencia entre el estímulo que ingresa y el comportamiento consecuente que se expresa; es decir, cuando hay una disociación entre la percepción y la conducta consecuente. Ahora bien, esta coherencia no puede ser juzgada desde el sujeto que lo observa, sino desde el sujeto que lo experimenta.

Este libro viene a mostrar que todos los sujetos normales funcionan como autistas —y viceversa— porque la vida en sí misma funciona como una relación lógica de causa y efecto natural, pero el comportamiento difiere entre los sujetos porque el comportamiento de todos los seres humanos es en gran medida una reacción fisiológica e involuntaria causada por la percepción de estímulos: cuanto más intensa sea la percepción del estímulo en un sujeto —pero no en otro—, mayor será la diferencia en la reacción o comportamiento entre esos dos sujetos.

La finalidad de este libro también es derrumbar discriminaciones innecesarias, mitos y creencias morales o populares —del bien, del mal, del bueno, del malo, del normal y el anormal— que causan una fractura en la integridad de cada individuo y, en suma, en la integridad de una sociedad.

Para ello ofrezco información que facilita el conocimiento del funcionamiento fisiológico, porque hacernos conscientes de nuestro funcionamiento interno nos puede ayudar a alcanzar una vida individual plena y una convivencia social pacífica.

Porque la comprensión del Ser —que es lo que es— evita el conflicto.

Causa y efecto

CAPÍTULO 1

Mi diagnóstico

Antes de empezar a explicar específicamente al autismo y sus rasgos, quiero contarles brevemente sobre mi historia desde niña y hasta que llegué a mi diagnóstico. Les voy a contar cómo se fueron manifestando mis rasgos y cómo los percibía mi entorno, porque estoy convencida de que el principal inconveniente que tenemos los autistas para llegar a un diagnóstico correcto es que los rasgos no son correctamente notados o interpretados por nuestro entorno; es decir, el entorno del niño autista no nota fácilmente los rasgos que muestran que el niño es hipersensible o, si los nota, los interpreta incorrectamente.

También es importante mostrar cómo se van manifestando los rasgos, porque cuando los rasgos pasan inadvertidos o cuando son mal interpretados por el entorno, se genera mucho más daño para el niño. Sobre todo en un entorno donde el adulto educa principalmente los comportamientos del niño con premios y castigos; esto, lejos de ayudar a gestionar correctamente esos rasgos, termina haciendo que el niño autista —que para ese momento de su vida ya se da cuenta de que es diferente al resto de la gente— empiece a sufrir sentimientos de impotencia, frustración y culpa que lo terminan aislando del entorno y de la sociedad, causándole más daños que beneficios.

¿Alguna vez se preguntaron qué es un diagnóstico y para qué lo necesitamos?

Algunas opiniones dicen que el diagnóstico es un proceso —ordenado y sistemático— para conocer y establecer con claridad una circunstancia, para la cual se utiliza la observación y datos concretos. Es decir, el diagnóstico es una actividad llamada “proceso” porque no consiste en un solo acto o hecho aislado, sino en un conjunto de actos o de hechos que se ordenan y sistematizan para poder ser observados y así poder conocer la circunstancia específica que hizo necesaria a esa actividad de diagnosticar.

La finalidad del diagnóstico es poder determinar el tratamiento adecuado para el asunto que se diagnostica.

Entonces, para poder llegara un diagnóstico, primero se necesita una circunstancia manifestada por quien será diagnosticado. Esa circunstancia puede consistir en algo que el sujeto siente por dentro y que no se hace visible a los demás, o en algo que sí se hace visible a los demás.

Cuando es visible, se puede manifestar en el cuerpo físico (como una ampolla) o en el comportamiento (como euforia), pero siempre se manifestará comparativamente como diferente a lo normal, como algo extraño o desubicado al contexto, porque si no fuera diferente, no existiría la necesidad de diagnosticar.

Por lo tanto, para empezar un diagnóstico, primero tiene que haber una manifestación que sea percibida, luego tiene que ser comparada y finalmente tiene que ser juzgada como diferente o atípica, ya sea por el sujeto que la experimenta o por el entorno que lo observa.

En definitiva, la manifestación de la circunstancia a diagnosticar siempre empieza con una percepción propia o ajenasobre algún fenómeno que comparativamente será juzgado como atípico.

Entonces, son tres los elementos que determinan que algo necesita un diagnóstico:

la percepción propia o ajena, que es captada por los sentidos;la comparación, que es la actividad de comparar lo percibido con lo que normalmente ocurre, y darles significado a los hechos;la conclusión, que será el juicio de que efectivamente esa circunstancia es atípica o anormal.

Como la mayoría de los autistas, siempre supe que había algo distinto en mí. Lo curioso es que de niña era yo quien autopercibía las diferencias, mientras que el entorno no lo notaba. Sin embargo, ya más de grande, fue el entorno quien más lo percibió y yo ya no tanto.

Nací en una familia de cinco hermanos. Mis padres trabajaban todo el día fuera de casa y, en el poco tiempo que estaban, me veían como una niña dulce, inofensiva, callada, que no hacía rabietas, que no causaba problemas, en definitiva, que se portaba bien. También solían ver que a veces lloraba y me desvanecía, pero asumían que era muy sentimental. Como en esa época (entre 1986 y 1994) el comportamiento que socialmente se esperaba de una mujer era un comportamiento silencioso, dócil y tranquilo, nadie notaba nada raro en mí.

Cuando tenía no más de cuatro años, veía a los niños jugar en grupos y quería jugar con ellos, pero al acercarme empezaba a sentir una inexplicable sensación de desesperación que me angustiaba profundamente y solo se me daba por llorar. Cuando los adultos preguntaban qué me había ocurrido, no contestaba y me sentía aún mucho más ahogada, así que terminaba por desvanecerme.

Por la corta edad que tenía, no comprendía lo que me ocurría, no podía ser consciente de que los niños expresaban sus emociones de forma eufórica y que yo podía percibir las vibraciones de los movimientos corporales que contenían fuertes cargas energéticas.

Lo único que a los adultos les resultaba llamativo en mí era que tenía una tendencia asacarme la ropa donde fuera que estuviera y que me gustaba comer insectos y tierra. Sin embargo, pensaban que eran cosas de niños. Ahora de grande comprendo que me sacaba la ropa porque las telas lastimaban mi piel y que comía insectos y tierra porque mi biología trataba de equilibrar el déficit de nutrientes.

Para los seis años ya no quería estar con los niños. Aún recuerdo la tortura que era para mí que me llevasen al cumpleaños de algún compañerito. Recuerdo la sensación de rogar que me sacaran de allí, mientras me hacía un bollo en algún rincón. Prefería estar sola, en lo posible tocando un pequeño piano o dibujando todo el día.

Todavía recuerdo el aroma de un ropero, una mezcla de madera y naftalina. Uno de mis hermanos era hiperactivo y muy travieso, así que, cuando lo escuchaba acercarse, me resguardaba dentro del ropero que se podía enllavar por dentro. Otras veces simplemente me subía al ropero y dormía allí por horas.

En realidad, no me gustaba estar encerrada en casa. Me gustaba estar al aire libre, disfrutar del contacto con la tierra, el agua y el sol. El sol era lo que más me gustaba, y tanto me gustaba que siempre cantaba una canción que decía “Más allá del sol, más allá del sol, yo tengo un hogar, hogar, bello hogar, más allá del sol”. Pero creo que es importante que aclare que, si bien hablaba a la perfección y elocuentemente, esa canción no la cantaba del todo en español. Mis padres decidieron grabarme cantándola —tendría cinco años—, y cuando fui más grande pude escuchar la cinta donde se me escuchaba cantando así: “Amajá del jol, amajá del jol”.

Hoy, de adulta, puedo comprender que, cuando me comunicaba con las personas, hablaba el lenguaje impuesto por nuestra cultura, pero cuando se trataba de expresar mis sentimientos, utilizaba un lenguaje diferente, un lenguaje propio. Mi comunicación no era predominantemente verbal, sino corporal, gesticular y, aunque increíble, telepática, porque creía que los demás comprendían mis pensamientos aunque no los verbalizara.

Un día descubrí que podía trepar, así que comencé a pasar horas arriba de árboles, postes y techos. Siempre sola, o acompañada por insectos, aves, animales, etc. Mientras la gente temía a las ratas, yo sentía que eraparte del mismo ecosistema, por lo que no les tenía miedo. Nunca me sentí distinta a los animales; sin embargo, me sentía distinta a las personas. Con los animales me sentía bien porque me entendía en silencio, pero con las personas no me entendía siquiera hablando.

Fui creciendo, y me di cuenta de que había algo diferente, porque los otros niños no se sentían tranquilos como yo cuando veían una rata, o no hacían lo que yo hacía, o hablaban mucho, mientras que yo no. Las personas decían cosas que no lograba comprender. Me quedaba horas pensando en qué querían decir. Había algo que no me dejaba tranquila, notaba como una especie de disociación entre lo que expresaban con la palabra y lo que expresaban con el cuerpo. También notaba que, dentro de las casas, la gente se comportaba de una manera diferente a como se comportaban en la calle. No lograba comprender muchas cosas de los demás, pero me daba cuenta de que yo no era igual.

Todavía recuerdo algunas de las preguntas que me hacían los adultos. Una de ellas era “¿Como quién querés ser cuando seas grande?”. No entendía a qué se referían con “grande”, pero mucho menos entendía por qué querría parecerme a alguien más. Analizaba y no entendía si por grande se referían a alguien más grande que yo, por ejemplo, de la edad de mi hermana mayor, o a alguien que ya era abuelo. Quería aclarar estas dudas, pero no sabía cómo preguntar. También me preguntaba por qué había que ser como otra persona. Mi análisis era que, si yo era un ser humano, podría ser yo, como soy yo. Me resultaba extraño eso de querer ser otro. Sin embargo, cuando le hacían esa misma pregunta a otro niño o niña, ellos siempre sabían responder que querían ser como el papá, o como la mamá, o como su superhéroe favorito. Pero yo no quería ser como mis padres, simplemente me gustaba ser yo. Tampoco tenía superhéroes favoritos. Mientras me quedaba en silencio pensando en las preguntas y en cómo reformular preguntas o qué contestar, los adultos suponían que yo no respondía porque era tímida.

También recuerdo cuando se me acercaban y me miraban a los ojos. Aún recuerdo las miradas de muchos de los que me miraban directamente a los ojos, la intensidad del brillo en la mirada, el color de su piel, la forma de sus labios, el color de sus ojos, la expresión con la que me veían y el tono de su voz. En ese momento no sabía por qué me ponía tan incómoda que algunas personas me mirasen fijamente. Simplemente bajaba la mirada, y los demás pensaban que era por tímida o introvertida.

Hoy, de adulta, me sigue ocurriendo lo mismo, pero hoy comprendo que los ojos son la ventana del alma, que expresan y transmiten las emociones. De todas maneras, me cuesta mirar a los ojos a quienes están enojados, tristes o angustiados, porque absorbo esa emoción o la replico, pero, cualquiera sea el caso, siento que me hace mal.

Había gente que podía tocarme y no me disgustaba, pero cuando la gente estaba nerviosa o ansiosa y me tocaba, podía sentir cómo se me aceleraba el corazón, me desesperaba y quería escapar. Era evidente que me relacionaba con los demás con una sensibilidad un tanto distinta a lo normal.

Por las noches no me resultaba fácil conciliar el sueño