¡Cavernícolas! - Héctor Libertella - E-Book

¡Cavernícolas! E-Book

Héctor Libertella

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«¡Cavernícolas! es uno de los grandes libros de Héctor Libertella, quizás el mejor, pienso a veces. En su obra anterior, Nueva escritura en Latinoamérica, de 1977, Libertella se refería a los cavernícolas como aquellos escritores (o «excritores», como le gustaba decir de sí mismo) que custodian, en las cuevas y tolderías literarias del presente, la remota tradición de lo nuevo. ¡Cavernícolas! entreteje fantasías, leyendas e historias verdaderas, y está escrito con sarcástica sabiduría narrativa, en una prosa elaborada y jovial. Como Borges o Calvino, Libertella es un escritor conceptual; no distingue crítica y ficción, escribe para pensar, entrevera lo que sabe con lo que sueña y postula una intensa poética de la literatura» (Del prólogo de Ricardo Piglia).

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Héctor Libertella

¡Cavernícolas!

“¡Cavernícolas! es uno de los grandes libros de Héctor Libertella, quizás el mejor, pienso a veces. En su obra anterior, Nueva escritura en Latinoamérica, de 1977, Libertella se refería a los cavernícolas como aquellos escritores (o “excritores”, como le gustaba decir de sí mismo) que custodian, en las cuevas y tolderías literarias del presente, la remota tradición de lo nuevo.

¡Cavernícolas! entreteje fantasías, leyendas e historias verdaderas, y está escrito con sarcástica sabiduría narrativa, en una prosa elaborada y jovial.

Como Borges o Calvino, Libertella es un escritor conceptual; no distingue crítica y ficción, escribe para pensar, entrevera lo que sabe con lo que sueña y postula una intensa poética de la literatura.”

Del prólogo de Ricardo Piglia

HÉCTOR LIBERTELLA (Bahía Blanca, 1945 - Buenos Aires, 2006)

Fue escritor, profesor, traductor e investigador. También fue director literario de Monte Ávila Editores de Venezuela, de la editorial de la Universidad Nacional Autónoma de México y del Fondo de Cultura Económica de Argentina.

Publicó numerosos ensayos y, entre otras, las novelas El camino de los hiperbóreos (1968, Premio Paidós); Aventuras de los miticistas (1971, Premio Internacional Monte Ávila); Personas en pose de combate (1975); El paseo internacional del perverso (1990), y Memorias de un semidiós (1998). Su libro ¡Cavernícolas! fue publicado en 1985.

Índice

CubiertaPortadaSobre este libroSobre el autorPrólogoDedicatoriaLa historia de historias de Antonio PigafettaLa leyenda de Jorge BoninoDatos biográficosIntroducción a Bonino1. Hacia Europa y desde Asia2. Un debut con turbante3. Por los descifraderos de París4. A la patria de Góngora5. En la boca de La Loba6. Dos martinfierristas7. Cómo una frase corrompe al resto8. Ridi pagliaccio, vesti la giubba9. ¡Chito! quiebra el silencio y se quiebra10. Los golpes de la piedra filosofal11. Muchos meses en un carro de remolque12. La asficción13. Dios da el frío según la ropa14. La muerte por asfixión15. Un tipo de frases16. El don de gentes17. Para curar la hermesis18. “Si parís, ¿qué’s que das a luz?...”19. A veces yo dormía en escena y tenía sueños que actuabaEpílogo. Instituto Di Tella, Buenos Aires, 1966NíniveCréditos

 

 

Serie del Recienvenido

dirigida por

RICARDO PIGLIA

 

La Serie del Recienvenido propone al lector grandes obras de la literatura argentina de las últimas décadas del siglo XX, seleccionadas y prologadas por Ricardo Piglia. Los libros que conforman la serie han sido elegidos de acuerdo a la presencia —y la actualidad— que estas obras tienen en la literatura del presente. En un sentido estos libros han anticipado —o promovido— temas y formas que tienen un lugar destacado en la narrativa contemporánea. Siempre recién venidos, los títulos de la colección están en diálogo y en sincronía con las propuestas más novedosas de la literatura actual.

Prólogo

¡Cavernícolas! es uno de los grandes libros de Héctor Libertella, quizás el mejor, pienso a veces. Lo veo como una llave que abre paso a lo que él llamaba “la serie de los cavernícolas”: una contraseña —un password— de acceso a sus escritos posteriores, varios de los cuales —como El lugar que no está ahí o Diario de la rabia— son reescrituras o réplicas de los relatos de este libro fundador.

En su obra anterior, Nueva escritura en Latinoamérica, de 1977, Libertella se refería a los cavernícolas como aquellos escritores (o “excritores”, como le gustaba decir de sí mismo) que custodian, en las cuevas y tolderías literarias del presente, la remota tradición de lo nuevo. En la Edad de Piedra, en la prehistoria de la lengua —mucho antes de la despótica fijeza de la gramática y de la triste taxonomía de los géneros y las figuras retóricas—, habría existido un uso “salvaje” de la palabra al que era preciso estar atento para poder descubrir lo que vendría. En los viejos tiempos, el arte del bien decir estaba libre del cuidado de decir la verdad: el engaño, el truco, la astucia, la persuasión insidiosa —tanto como el hacha de sílex— eran armas de combate.

Para Libertella ahí está el origen de la literatura, y la leyenda de ese origen debe ser recuperada y vuelta a narrar. Se trata de buscar en el presente los rastros de una enunciación primitiva e indómita. Las tres narraciones que componen el libro intentan reconstruir la vida de tres personajes históricos ligados, de un modo o de otro, a la tradición de esa enfurecida dicción primitiva. Los héroes del libro son hombres —y nombres— reales: se reconstruye la experiencia de Pigafetta, Bonino y Rassam, mientras se narran sus aventuras y desventuras con el lenguaje. En ese sentido, ¡Cavernícolas! es un libro de historia, documentado y muy erudito, un trabajo imaginario con los inmensos archivos de las lenguas olvidadas.

El primer relato narra la dramática navegación que permitió encontrar, bien al sur del continente austral, un estrecho que unía los grandes océanos y dar entonces por primera vez la vuelta al mundo. El relato de Pigafetta, tejido de vivencias y de sueños, hace lugar a la palabra de Magallanes, que avanza a ciegas sin dejar de hablar, como una suerte de capitán Ahab obsesionado por encontrar el modo de pasar al otro lado del mar. El capitán maldice, condena, promete y, en los ratos de calma, dialoga con el cronista italiano que registra la odisea. Con su tono irónico y desaforado, “La historia de historias de Antonio Pigafetta” hace ver la locura y la brutalidad de la conquista española pero también la belleza de un lenguaje que rememora —y está cerca— del castellano del siglo de oro.

Luego aparece Jorge Bonino, el mítico performer cordobés que revolucionó el teatro de vanguardia en los tiempos del Instituto Di Tella. Minimalista y ascético, Bonino daba largas y meditadas lecciones en una lengua inventada. La voz —la oralidad— está en juego en la figura del que no puede —o no quiere— hacerse entender; y como prueba delirante de su voluntad de realismo (de realismo textual digamos), el cronista —el señor ¡Chito!— decide ir a ver a Bonino con un grabador. La ficción del decir es la empresa que apasiona a Libertella: la posibilidad de hablar —y escribir— en una lengua privada (es decir, a-social, no-social o pre-social). La literatura aspira al idiolecto, al fraseo personal, a lo que está apartado y es ajeno al sentido común.

“Nínive” es el relato más elaborado y complejo del libro. Se centra en el desciframiento de la escritura cuneiforme de los asirios, de hecho el primer lenguaje escrito de la historia. En realidad sigue los avatares del descubrimiento arqueológico —en el siglo XIX— de Nínive, la antigua ciudad de la Mesopotamia a la que se refería Jonás en la Biblia como “la ciudad grande sobremanera, de tres días de recorrido” (Jonás, 3:3). La información histórica es manejada con discreción, los hechos están sobrentendidos y, en definitiva, la erudición funciona como sintaxis (ese es el gran arte de Héctor Libertella). El relato está contado en primera persona por Rassam —el genial criptógrafo asirio que descubrió la epopeya de Gilgamesh— y se centra en Sir Rawlinson, el notable coronel y arqueólogo inglés, en su disputa con el francés Flandin, fundador de la antigua asociación de asiriólogos, para ver quién lee primero esos signos remotos y, sobre todo, quién se queda con los invalorables tesoros desenterrados. Rassam intenta mediar en el conflicto pero en definitiva descubre —o imagina— que su patria es Inglaterra y, como súbdito de la Corona, ayuda a que esas piezas únicas se depositen en el British Museum, en cuya biblioteca Rassam empieza la narración. Las marcas, las figuras, las ilustraciones y los diagramas tipográficos son una prueba de la fascinación de Libertella por las escrituras iniciales, grabadas en la piedra o escritas en las tres mil tablillas que formaron inicialmente la colección de la mítica Biblioteca Real de Asurbanipal.

¡Cavernícolas! entreteje fantasías, leyendas e historias verdaderas, y está escrito con sarcástica sabiduría narrativa, en una prosa elaborada y jovial. De hecho, en estos relatos conviven dos narradores: el héroe que cuenta su historia en primera persona y una voz lejana que acompaña y comenta el testimonio de los protagonistas. Retrato del artista como escriba —o copista— invisible que subraya, acentúa, marca y graba la palabra de los personajes, las sutiles irrupciones de este inesperado comentador son una creativa inversión del discurso indirecto libre que libera y complejiza la enunciación narrativa.

Como Borges o Calvino, Libertella es un escritor conceptual; no distingue crítica y ficción, escribe para pensar, entrevera lo que sabe con lo que sueña y postula una intensa poética de la literatura. La figura del escritor (o mejor, del que escribe) se despliega y se representa —de modo distinto— en los relatos del libro. En el primero, el escritor es el viajero, el que ha visto con sus ojos la circularidad de los océanos y ya de vuelta oferta lo que ha escrito como un tejido valioso que se puede vender a buen precio en el mercado, exhibido —y compitiendo— con otras telas y lujosos tapices. En el relato final, el escritor es un arqueólogo, un criptógrafo y el único lector capaz de descifrar y traducir lo que nadie ha leído durante siglos. Entre los dos —en “La leyenda de Jorge Bonino”—, el escritor aparece como performer, actor cómico y mártir del espectáculo: sube a los escenarios y habla para que nadie lo entienda. Hermético y siempre sospechoso de demencia, este artista que termina en un deliberado mutismo es —quizás— el verdadero protagonista del libro.

“Siempre he escrito con la ilusión de que mis libros no estuvieran en condiciones de ser leídos por extraños”, decía en una carta William Faulkner. Héctor Libertella podría haber hecho suyas esas palabras, aunque él —como el autor de Sartoris— se ha ido topando —según pasan los años— con un círculo cada vez más amplio de “no extraños”, que conforman una belicosa tribu de aplomados lectores que crece con cada nueva generación de “cavernícolas”.

 

Ricardo Piglia

Marzo de 2014

A Tamara Kamenszain

La historia de historias de Antonio Pigafetta

I

Esto de don Ferdinando es lo que más me conmueve, ésta su queja, tantas veces repetida en altamar: ¡ah, follones!, muy otra habría sido mi suerte si yo estuviera bajo don Juan de Portugal. Entonces sería un Señor de los Mares. Y probos caballeros navegarían conmigo. Y no como ahora que por vosotros, holgazanes, estoy convertido en esta miseria. Estomismo subrayo con mi mejor plumín, para que su orgullo de Capitán quede aquí bordado y engalane la más rica de las telas.

Una tela más bella, debo decir, más variada y densa que aquellos carretes de terciopelo apilados en la bodega, mucho más recargada que esos tapices hindúes echados por cientos de brazas en los pasillos. Pues así como los españoles cuidaban los mejores paños para hacer trueque en el Oriente, con idéntica pasión imaginaba yo mi manuscrito de fino hilado para darme en trueque cuando volviera a la madre Italia.

Estaba dispuesto a disolverme en esa trama del dibujo, firmando con mano hábil mis más caras fantasías para que los lectores de tierra firme supieran cómo adeudarme el rato de placer (una parte del negocio), y queriendo ser fiel a la memoria de este sueño que era viajar en redondo, partir por incierta gloria para volver a la patria e informar al Rey que ésa iba a ser otra de las urgencias de mi trabajo.

Pero, además, pedía al cielo bendito poder entretejer de manera hermosa las muchas cosas que hubiéramos conocido, comidas, plantas, costumbres y curiosos usos de la gente sin raza. Y, además, que además del cielo mi lengua me diera el tino de ser locuaz al contar aquella Empresa apostólica, de modo que el Papa Protector supiera cómo y cuánto agrandamos su reinado, junto a algunas observaciones de adorno en los márgenes, ciertos datos útiles para la Administración, y entre medio del todo un retrato verídico del Capitán para que la avidez de los estadistas y comerciantes no hiciera olvidar con el ajetreo su gloria de Conquistador.

En fin, todo así atropellado y de tal manera que, cuando zarpamos, así también partieron empujándose unos con otros los proyectos.

II

En cuanto al fárrago de mi memoria, empieza a los cinco meses de viaje.