Chantaje a una esposa - Sarah Morgan - E-Book

Chantaje a una esposa E-Book

Sarah Morgan

0,0
2,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Había sido comprada y después chantajeada... por su marido Zander Volakis era un despiadado magnate acostumbrado a conseguir todo lo que deseaba. Pero, para hacerse con el complejo hotelero que deseaba, iba a tener que cambiar de imagen. La única persona que podía ayudarlo era la mujer que lo había traicionado hacía cinco años: ¡su esposa! Lauranne O'Neill no quería trabajar para Zander. Aquel hombre le había arruinado la vida y sabía que tenía el poder de volver a hacerlo. Quizá hubiera entre ellos una increíble atracción sexual, pero Lauranne sabía que jugar con Zander era jugar con fuego...

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 147

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2004 Sarah Morgan. Todos los derechos reservados.

CHANTAJE A UNA ESPOSA, Nº 1566 - julio 2012

Título original: The Greek’s Blackmailed Wife

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2005

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-0706-8

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Capítulo 1

El ambiente en la reunión era tenso, todos los ojos estaban pendientes del hombre que estaba sentado en la presidencia de la mesa.

Zander Volakis, multimillonario griego y objeto de las fantasías de millones de mujeres, estaba sentado cómodamente en su butaca y lo único que indicaba que había oído la acalorada conversación que acababa de tener lugar era el brillo mortal de sus ojos.

Aquel hombre, de espaldas anchas e increíble belleza, había trabajado muchas horas para cerrar aquel negocio.

Los hombres presentes esperaban su veredicto y lo observaban con una mezcla de admiración y envidia. Las dos mujeres sentían algo completamente diferente.

Por fin, tras lo que a los demás se les antojó una eternidad, tomó aire y habló.

–Quiero esa isla –declaró mirando a sus empleados con sus penetrantes ojos negros–. Hay que buscar otra solución.

–No hay solución –contestó alguien con valentía–. En los últimos veintiséis años, muchas personas han intentado comprarle esa isla a Theo Kouropoulos y no vende.

–Venderá –dijo Zander muy seguro de sí mismo.

Los miembros del consejo se miraron unos a otros preguntándose qué iban a hacer para que se produjera el milagro.

–Por lo visto, estaría dispuesto a vender si... cambiaras tu imagen –le dijo su abogado.

El ambiente alrededor de la mesa se hizo todavía más tenso.

–¿Mi imagen? –sonrió Zander.

Su abogado sonrió nervioso.

–Hay que tener en cuenta que Theo Kouropoulos lleva casado cincuenta años con su esposa, tienen seis hijos y catorce nietos y para él los valores familiares son muy importantes. Blue Cove Island es un lugar de veraneo familiar. Tal y como están las cosas ahora mismo, no le pareces el comprador ideal –le explicó–. Lo que dijo exactamente fue: «Es un hombre de negocios frío y rudo que tiene fama de donjuán y que no respeta en absoluto los compromisos de la vida familiar».

–¿Y? –preguntó Zander enarcando una ceja.

Alec miró al director financiero en busca de apoyo.

–Y que no quiere venderte una isla que está orientada hacia las vacaciones familiares porque tú estás acostumbrado a ofertar destinos paradisíacos para solteros y matrimonios sin hijos, pero, según él, no tienes ni idea de cómo gestionar Blue Cove Island.

–Expones sus razonamientos muy bien –comentó Zander peligrosamente–. ¿Trabajas para él o para mí?

–La realidad es que no te va a vender la isla si no cambias de imagen –insistió Alec–. Tendrías que casarte –contestó el abogado.

El silencio se hizo demoledor.

–No pienso casarme –declaró Zander.

Se produjeron unas cuantas risas nerviosas.

–Bueno, en ese caso –carraspeó Alec rebuscando entre sus papeles–, me gustaría que fueras a ver a esta gente en Londres. Son una empresa especializada en asesoramiento de imagen pública. Sus resultados son increíbles y son discretos.

Zander estudió en silencio el informe mientras intentaba controlar las intensas y desagradables emociones que le había producido la idea de casarse.

Había enterrado aquellos sentimientos en los rincones más oscuros de su alma y su repentina aparición no le había gustado.

Casarse no era la solución al problema que tenían entre manos, así que la única opción era cambiar de imagen.

Zander apretó los dientes con impaciencia. Lo cierto era que jamás le había importado la opinión de otras personas. Hasta aquel momento. Su reputación le estaba impidiendo comprar Blue Cove Island.

Nada en su expresión revelaba lo importante que aquella compra era para él.

Quería aquella isla.

Llevaba veintiséis años queriéndola, pero lo había disimulado, había esperado el momento oportuno.

Y ese momento había llegado.

–Está bien –declaró poniéndose en pie–. Cambiaré de imagen.

–¿Y no sabemos absolutamente nada de ellos? ¿Ni siquiera el nombre de la empresa?

Lauranne O’Neill buscó en los archivos de su ordenador, releyendo su presentación una vez más.

–Nada, no quisieron decir nada –contestó Mary, su secretaria–. Es increíble, ¿verdad? A lo mejor es algún miembro de una familia real. El hombre con el que hablé sólo me dijo que querían hablar con nosotros y que era altamente confidencial.

Lauranne sonrió.

–¿Tan confidencial que no nos dicen el nombre de la empresa?

–A mí no me importa cómo se llame la empresa siempre y cuando nos paguen –declaró Tom, su socio–. Están subiendo. Amanda acaba de ir a buscarlos a la recepción.

Lauranne lo miró divertida.

–¿Es que no piensas más que en el dinero?

–Exacto –contestó Tom dejando un montón de documentos sobre la mesa de la sala de reuniones–. Por eso esta empresa va tan bien. Tú eres la conciencia y yo el cajero.

Aquello hizo reír a Lauranne.

Cuando Amanda llegó a la sala, visiblemente alterada, comprendió que debía de tratarse de alguien muy famoso y rico.

Lauranne se puso en pie para recibir a sus clientes con una sonrisa, pero la sonrisa se tornó sorpresa cuando vio de quién se trataba.

Zander Volakis.

Aquel hombre guapo y arrogante entró en la sala como si el edificio fuera suyo, seguido de cerca por un equipo de hombres trajeados que guardaban una distancia respetuosa con su jefe.

Lauranne se quedó de pie, helada, sin poder hablar. El pasado se había hecho presente y el dolor volvió a apoderarse de ella. Aquel dolor tendría que haber desaparecido con el tiempo, pero no había sido así.

A pesar de que habían pasado cinco largos años, seguía allí.

«No ha cambiado nada», pensó fijándose en sus fríos rasgos.

Zander Volakis era increíblemente guapo. Tenía el pelo liso y negro, la piel aceitunada, la nariz recta y aristocrática, la mandíbula cuadrada y un físico tan masculino que hacía que las mujeres se derritieran a su paso.

Cuando sus ojos se encontraron, Lauranne se estremeció.

«Zander el cazador», pensó.

Aquel hombre estaba acostumbrado a que todo le saliera bien, a convertir millones en billones. Nunca nadie le había dicho que no.

«Hasta ahora», pensó Lauranne decidida a no volverle a decir jamás que sí.

No quería darle la satisfacción de que se diera cuenta de lo mucho que la afectaba su presencia, así que levantó el mentón y lo miró a los ojos de manera desafiante.

–Vete al infierno, Zander.

Sus empleados se quedaron boquiabiertos, pero él ni se inmutó.

–¿Vas a llevar esto al terreno personal?

–Por supuesto –contestó Lauranne con el corazón acelerado–. ¿De qué otra manera podría ser? Tienes la sensibilidad de una bomba atómica –le espetó obviando por completo que no estaban solos.

Mary palideció y miró a Tom, que estaba con la boca abierta en un rincón de la sala.

–Buenos días, señorita O’Neill –dijo con cautela uno de los hombres de Zander–. Me llamo Alec Trevelyan y trabajo para Volakis Industries –se presentó para romper el hielo.

–Me alegro mucho. Espero que tenga su currículum actualizado porque trabajar para Volakis Industries puede resultar extremadamente peligroso.

El abogado, que se había quedado sin habla, miró a su jefe para que le aclarara la situación, pero Zander Volakis no lo hizo. Se limitó a seguir mirando fijamente a la mujer que tenía ante él.

El abogado se giró hacia Lauranne. Era obvio que lo estaba pasando mal.

–¿Se está usted dando cuenta de quién…? –le preguntó señalando a Zander–. Quiero decir... Zander es...

–Sé perfectamente quién es –le dijo Lauranne sin apartar sus enormes ojos azules de él–. Es el canalla que intentó arruinarme la vida –añadió–. Es mi marido.

Todos los presentes ahogaron una exclamación de sorpresa. Lauranne sintió una punzada de dolor al comprender que Zander no les había dicho que estaba casado.

Al darse cuenta de que no les había hablado de ella, sintió ganas de hacerse un ovillo en un rincón de la sala y esconderse.

Eso era exactamente lo que llevaba haciendo cinco años.

Esconderse.

Esconderse de su pasado, de su matrimonio, de sus sentimientos.

–¿Te habías olvidado de decírselo? –le espetó sin embargo con orgullo–. Qué descuidado. Desde luego, si te creías que yo no se lo iba a decir, te has equivocado.

Durante un segundo, le pareció ver admiración en los ojos Zander, pero rápidamente se recordó que Zander no admiraba a mujeres como ella. A Zander le gustaban las mujeres sumisas y obedientes que entraran en su juego y ella jamás había sido así.

Alec se metió el dedo entre el cuello y la camisa.

–Obviamente esto... eh... no sabíamos... señorita O’Neill… quiero decir, señora Volakis… –balbuceó mirando a su jefe en busca de alguna reacción.

Pero Zander no habló.

Se limitó a mirarla.

Lauranne apretó los dientes decidida a no bajar la mirada. Se conocía todos sus trucos, sabía lo manipulador que era y no estaba dispuesta a ceder.

Si Zander se había creído que iba a intimidarla, la había subestimado.

–¿Para qué has venido? –le preguntó.

–Obviamente, esto es un error –intervino Tom–. Sería mejor cancelar la reunión.

Zander miró al socio de Lauranne con furia en los ojos y recordó lo que había sucedido cinco años atrás.

–Zander, no... –le dijo Lauranne poniéndose delante de Tom.

–¿Sigues protegiéndolo? –le espetó Zander–. Todos fuera –añadió girándose hacia sus empleados.

Su equipo lo miró sorprendido ante el despliegue de emociones en un hombre que era famoso por su control.

–Zander, tal vez... –se atrevió a decir Alec.

–Quiero hablar con mi esposa –gruñó Zander volviendo a mirar a Lauranne–. Dile a Farrer que se vaya –le dijo.

–Vete –le pidió Lauranne a Tom para que la situación no explotara por los aires–. Tú también, Amanda.

Tom dudó.

–No pienso dejarte a solas con él.

Lauranne se dio cuenta de que Zander se tensaba y vio celos en sus ojos, celos y algo mucho más peligroso.

–Tom...

Tom presintió también el peligro y fue hacia la puerta.

–Recuerda lo que te hizo, Lauranne –le dijo desde allí.

–Eres muy valiente a cierta distancia, Farrer –se burló Zander.

Tom palideció de ira ante el reto de su contrincante. Lauranne recordó lo que había sucedido la última vez que los dos hombres se habían visto. Zander odiaba a Tom por su culpa, una culpa con la que había vivido desde hacía años.

–¡Basta ya! –les dijo a ambos–. ¡Vete, Tom! Lo estás haciendo todavía más difícil.

Tom asintió y se fue dejándolos solos. Zander no perdió el tiempo.

–¿Has montado una empresa con él? ¿Con Farrer?

–¡Sí! –contestó Lauranne decidida a ver hasta dónde era capaz de llegar el tigre–. Efectivamente, he montado una empresa con él. Tom siempre se ha portado bien conmigo –añadió viendo tensarse a Zander al otro lado de la mesa.

–De eso no me cabe duda –contestó Zander.

–No pienso volver al pasado. Eso fue hace cinco años. Si querías hablar, haberlo hecho entonces, pero preferiste echarme de tu lado. Ahora, la que se niega a hablar soy yo.

–No había nada de lo que hablar. Cuando un griego se encuentra a su mujer en la cama con otro hombre, se acabaron las conversaciones –contestó maldiciendo en su lengua materna y acercándose a la ventana.

Lauranne se preguntó cómo había sido aquel hombre capaz de ganarse la reputación de ser frío cuando con ella siempre era volátil y explosivo.

–¿Para qué has venido? Hace cinco años que no nos veíamos.

Cinco años durante los cuales Lauranne había intentado asumir que su corto matrimonio había sido un desastre que había terminado y debía olvidar.

–¿Por qué has elegido mi empresa?

Zander se giró hacia ella.

–No la he elegido yo.

–¿La ha elegido uno de tus empleados y no sabías que era mía? –sonrió Lauranne–. Pobrecito.

–Debería haberme dado cuenta nada más leer el nombre de la empresa. Phoenix PR. ¿Renaciendo de tus cenizas?

–Cenizas que tú creaste, Zander –le recordó Lauranne sonrojándose–. Me echaste del trabajo e hiciste todo lo posible para que nadie me contratara.

–Es evidente que te ha ido bien –comentó Zander mirando a su alrededor.

Era cierto que profesionalmente le había ido bien. Había otros aspectos de su vida en los que no había tenido tanta suerte, pero, por supuesto, no se lo iba a contar.

Se preguntó qué pensaría Zander si supiera que no había vuelto a salir con un hombre, que trabajaba hasta la extenuación por las noches antes de meterse en la cama, que tenía miedo de bajar el ritmo por si las emociones se apoderaban de ella.

Seguramente, Zander habría olvidado su matrimonio hacía ya mucho tiempo, así que Lauranne levantó el mentón.

–La empresa es un éxito gracias a Tom. Fue él quien puso el dinero. Me contrató cuando ninguna otra empresa quería hacerlo. Si no hubiera sido por él, no habría tenido manera de ganarme la vida.

–No menciones a ese hombre en mi presencia.

Lauranne sintió que el vello de la nuca se le erizaba.

–Dame una razón para no hacerlo.

–Eres mía –declaró Zander–. Mía. Farrer se atrevió a hacer lo que ningún otro hombre habría hecho jamás y lo hizo sólo porque es un ignorante y no sabía en lo que se estaba metiendo.

–Tu concepto de las relaciones entre hombres y mujeres es de la Edad Media.

–No solías quejarte tanto cuando estabas desnuda debajo de mí.

Al recordar escenas parecidas, Lauranne sintió una punzada de deseo.

–Vete ahora mismo –le dijo.

–¿Quieres que me vaya porque no te fías de ti misma cuando estás conmigo?

–Quiero que te vayas porque no me fío de mí misma y podría golpearte –contestó Lauranne apretando los dientes–. Siempre se nos dio muy bien pelearnos.

–Hacíamos muchas otras cosas muy bien –sonrió Zander.

En aquel momento, sus ojos se encontraron y Lauranne recordó lo que sentía estando con él.

Dios mío, no quería sentir.

–Vete, Zander.

Por supuesto, no se fue. Lo que hizo fue acercarse a ella y mirarla a los ojos.

Lauranne se obligó a no dar un paso atrás.

–Siempre he pensado que eras como los fuegos artificiales, bonita, pero peligrosa.

–Como te sigas acercando, te vas a enterar de lo peligrosa que puedo llegar a ser –contestó Lauranne con la respiración entrecortada–. Deja de intentar hacerme creer que entre nosotros había algo más que sexo. Para ti, sólo importaba eso y te interesaste en mí porque no caí rendida a tus pies.

–Eso no es cierto. Me interesé por ti porque eras un reto. Es cierto, sin embargo, que ninguna mujer antes había huido de mí. Fuiste la primera.

–Eres un arrogante –exclamó Lauranne.

Zander sonrió encantado.

–Soy sincero. Los dos sabemos que te hiciste la dura, que fuiste mía desde el principio. Desde la primera vez que te vi, con tu minifalda y tu melena rubia, supe que me pertenecías.

–Jamás habría hablado contigo si hubiera sabido quién eras –contestó Lauranne.

–No pudiste evitarlo, Lauranne –dijo Zander acariciándole el pelo–. Yo, tampoco. Fue algo muy fuerte lo que se produjo entre nosotros.

«Lo sigue siendo», pensó Lauranne.

Lauranne recordó cómo le decía palabras en griego al oído mientras se revolcaban por la cálida arena de la playa.

Apartó aquel recuerdo de su cabeza y se preguntó por qué su cerebro se empeñaba en recordar cosas buenas cuando aquel hombre le había hecho tanto mal.

–Si hubiera sabido quién eras, me habría dado cuenta del peligro que corría estando contigo. Habría salido corriendo.

¿Cómo era posible que sintiera aquello por él? Después de todo lo que le había hecho, lo seguía deseando.

Era como si su cuerpo estuviera volviendo a la vida tras cinco años hibernando.

El único hombre que había tenido ese poder sobre ella era Zander.

Sólo Zander la excitaba tanto que le costaba pensar.

Y ni siquiera la había tocado…

Aquel hombre era peligroso y creaba adicción.

–Eras una mezcla fascinante de timidez y atrevimiento –le dijo–. Estabas nerviosa conmigo, pero a la vez sentías curiosidad.

–Desde luego, no me equivoqué estando nerviosa. Debería haber salido corriendo.

–En lugar de hacerlo, te casaste conmigo.

Sí, se había casado con él porque estaba ciega y profundamente enamorada de él y, desde el día en que se habían conocido, no le había dicho a nada que no.

–Todo el mundo comete errores, Zander. Eres despiadado y tienes el corazón de piedra. No creo que haya ni pizca de compasión en ti.

Zander se quedó mirándola pensativo.

–Hay mucha gente que estaría de acuerdo contigo –contestó–. Por eso, precisamente, he venido.

–Has venido porque tu gente se ha equivocado, pero, ahora que hemos hablado, me gustaría que te fueras por donde has llegado.

–No, no me voy a ir porque resulta que, después de cinco años, ya sé lo que voy a hacer contigo. Quiero que vuelvas a trabajar para mí.

Capítulo 2

Lauranne miró a Zander sorprendida.

¿Quería que trabajara para él?

¿Se había vuelto loco?

¿Se había olvidado de lo que había ocurrido entre ellos?

¿Había olvidado los detalles escabrosos?