Charlie's Good Tonight. Su vida, su tiempo y los Rolling Stones - Paul Sexton - E-Book

Charlie's Good Tonight. Su vida, su tiempo y los Rolling Stones E-Book

Paul Sexton

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Beschreibung

Mediados de 1962. Los Rolling Stones, recién constituidos, están buscando un batería permanente. Se fijan en Charlie Watts, un músico de jazz muy conocido en el ambiente de los clubes de rhythm and blues londinenses. Por suerte para los futuros seguidores de los Stones en todo el mundo, consiguen convencerle de que se una al grupo. Una vez sentado a la batería, Charlie ya nunca perdió el compás. Estuvo en los movidos años sesenta, cuando los Stones alcanzaron el superestrellato, también en los excesos de la década de los setenta, que cristalizaron en el mítico álbum Exile on Main Street. Durante los ochenta salió indemne de la lucha contra sus demonios personales, lo que cimentó su reputación de ser el contrapunto reflexivo y culto —aunque no por ello menos fascinante— de sus compañeros de banda más escandalosos. A lo largo de casi siete décadas —pese a las peleas, los altibajos y las vicisitudes de la banda, tanto en el escenario como fuera de él—, Charlie siguió siendo un pilar fundamental de los Rolling Stones. Al mismo tiempo, era la antítesis de la estrella de rock arquetípica: un hombre extremadamente discreto y reservado que valoraba a su familia por encima de todo. Basada en nuevas entrevistas con sus familiares, amigos y compañeros de banda —incluidos Mick Jagger y Keith Richards—, Charlie's Good Tonight es la biografía oficial y autorizada de Charlie Watts: el relato de una vida extraordinaria, contada como nunca antes. «Charlie era lo que se veía; o sea, Charlie. El tío más auténtico que he conocido nunca». Keith Richards «Nos reíamos sin parar. Le echo de menos por muchos motivos». Mick Jagger

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por HarperCollins Ibérica, S. A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

Charlie’s Good Tonight. Su vida, su tiempo y los Rolling Stones

Título original: Charlie’s Good Tonight. The Authorised Biography of Charlie Watts

© 2022, Paul Sexton

© 2022, para esta edición HarperCollins Ibérica, S. A.

Publicado por Mudlark HarperCollinsPublishers

© Traductor: Victoria Horrillo

 

Todos los derechos están reservados, incluidos los de reproducción total o parcial en cualquier formato o soporte.

 

Diseño de cubierta: Holly Macdonald © HarperCollinsPublishers Ltd 2022

 

ISBN: 978-84-9139-847-9

 

Conversión a ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Dedicatoria

Agradecimientos

Prólogo, de Mick Jagger

Prólogo, de Keith Richards

Preludio, de Andrew Loog Oldham

Introducción

1. Una infancia de prefabricado y un camarada de jazz

2. «¿Crees que debería unirme a esa banda de intermedio?»

Backbeat. Shirley es mi amor

3. Añoranza desde el extranjero

4. Un hombre de familia felizmente exiliado

Backbeat. Metro setenta y tres de estilo

5. Trabajo sucio y hábitos peligrosos

6. Alrededor del mundo y de vuelta a la granja

Backbeat. Un hombre rico y con buen gusto

7. Nacido con energía de abuelo

Backbeat. El don de regalar

8. El largo camino a casa

9. Por siempre el Martillo de Wembley

Epílogo

Créditos de las imágenes

Notas

Encarte

 

 

 

 

 

 

A la memoria de mis padres, con eterna gratitud por su cariño y apoyo

Agradecimientos

 

 

 

 

 

Esta biografía solo ha sido posible gracias a la ayuda y el apoyo, siempre amables y entusiastas, de la familia y los amigos y colaboradores de Charlie. Quiero dar las gracias en especial a su hija Seraphina, a su nieta Charlotte y a su hermana Linda por haber participado en ella con la elegancia que caracteriza a toda la familia Watts. Toda mi gratitud también para Dave Green, su amigo de siempre, por el inmenso esmero que puso en la investigación documental y fotográfica; al equipo de los Rolling Stones (incluidos Joyce Smyth, Jane Rose, Paul Edwards, Bernard Doherty, Dave Trafford, Carol Marner, Rachel McAndrew y Sarah Dando) por los ánimos y el respaldo; y al resto de quienes han participado en el libro (Bill Wyman, Tony King, Jools Holland, Glyn Johns, Lisa Fischer, Chuck Leavell, Don McAulay y muchos más), que querían a Charlie tanto como yo. Y naturalmente, como muchas otras veces a lo largo de las últimas décadas, estoy en deuda con Mick Jagger, Keith Richards y Ronnie Wood, tanto por su contribución histórica como por hacerme un hueco durante los ensayos de la gira SIXTY, con la que los Stones rodaron con el esplendor de siempre durante el verano de 2022. Llevaban consigo el espíritu de Charlie Watts, como todos nosotros.

Prólogo, de Mick Jagger

 

 

 

 

 

Charlie era un músico de mentalidad increíblemente abierta, y había verdadera sutileza en su forma de tocar. Tenía gustos muy variados: el jazz, el boogie, el blues, la música clásica, la música dance, el reggae y las canciones pop que, aunque fueran tontas, daba la casualidad de que eran buenas. La gente comenta siempre que era un gran aficionado al jazz, pero no era solo eso. Decirlo es simplificar en exceso sus preferencias musicales y lo que le gustaba tocar.

Tiene algo de mito afirmar que Charlie no salía de casa. Claro que salía. Solíamos ir a ver partidos y a sitios de moda, a comer y a escuchar música. En el estudio tocábamos a menudo solos todo tipo de música cuando los demás ya se habían ido a casa o antes de que llegara la gente. A veces tocaba ritmos africanos, y hacía unas cosas increíbles. No era supertécnico pero sí muy versátil, y cuando conseguía dominar un ritmo nuevo, se emocionaba con él.

Era, además, un apasionado de la música clásica. Le gustaban Dvořák, Debussy y Mozart, y solíamos escuchar los dos a Stockhausen y a Mahler. Escuchábamos a compositores modernos y tratábamos de entender de qué iban.

Era inteligente y nunca levantaba la voz, pero podía ser muy directo y decir lo que pensaba. Aunque era muy reservado con su vida privada, los dos entendíamos los procesos mentales del otro. Charlie era una persona muy tranquila, pero tenía un gran sentido del humor y nos reíamos sin parar. Le echo de menos por muchos motivos.

 

Mick Jagger

Junio de 2022

Prólogo, de Keith Richards

 

 

 

 

 

Cada vez que pienso «voy a hablar de Charlie Watts» me doy cuenta de que no se puede expresar con palabras lo que era él esencialmente. Charlie era una presencia y, cuando estabas con él, bastaba con eso.

Mi relación con Charlie se estructuraba básicamente en torno al humor. Nos cachondeábamos de la gente sin ni siquiera tener que hablar. Teníamos una especie de lenguaje visual de signos que es necesario entre un guitarrista rítmico y un baterista porque tienes que comunicarte de ciertas maneras, pero nosotros perfeccionamos ese lenguaje hasta el punto de que podía abarcar la ironía, el cabreo o, cuando estábamos en el escenario, decirnos: «Vale, ya estamos volando, ¿y ahora qué? ¿Cómo aterrizamos?».

Charlie tenía un humor muy irónico y sutil, pero yo conocía ciertas palabras clave que no voy a revelar. Aunque no lo hacía muy a menudo, a veces decía esas palabras y Charlie se tiraba al suelo patas arriba, muerto de risa, aunque estuviera en mitad de un aeropuerto. Por suerte, cuando le ponía en esa tesitura, solíamos estar en alguna habitación de hotel, porque a veces te daba un ataque de risa y Charlie no se cortaba, lo soltaba todo de golpe. Vete tú a saber cuál era el chiste. Como suele pasar con la risa de ese tipo, en realidad lo que la provocaba no era para tanto.

Era un hombre muy reservado. Siempre tuve la sensación de que no podía traspasar cierta línea o preguntarle por algo a no ser que él quisiera hablar del asunto. No tenía doblez; con él no había trampa ni cartón. Charlie era lo que se veía; o sea, Charlie. El tío más auténtico que he conocido.

 

Keith Richards

Junio de 2022

Preludio, de Andrew Loog Oldham

 

 

 

 

 

Conocí a Charlie Watts en Eel Pie Island un miércoles primero de mayo. El domingo anterior había visto a los Stones por primera vez en vivo en el Station Hotel de Richmond, pero no hablé con él. Puede que saludara de pasada a Mick y a Keith, pero solo hablé con Brian Jones, que en aquel momento era el portavoz oficial del grupo.

La banda me había dejado alucinado en el Station Hotel. No tenía ni idea de lo que era aquello en realidad, pero sabía que había cambiado mi concepción de muchísimas cosas y que yo también quería formar parte de aquello. El miércoles siguiente ya estaba intentando venderles mis servicios, en nombre propio y en el de mi casero, el agente Eric Easton, que me había alquilado una habitación y un teléfono en Regent Street. El concierto había terminado y yo andaba por allí nervioso, deseando pasar la prueba y ponerme manos a la obra.

Me paré al lado de Charlie y su batería. Como no se me ocurría de qué hablar, me ofrecí a ayudarle a transportar la batería. Rechazó mi ofrecimiento con una sonrisa; ya había adivinado que se me daban mejor otras cosas. Charlie me había dejado hipnotizado en el Station Hotel, igual que todos ellos.

En mi primera autobiografía, Stoned, escribí:

 

El baterista parecía haber llegado teletransportado en un rayo de luz, y daba la impresión de que, más que oírsele, se le sentía. Me encantaron la presencia que aportaba al grupo y su forma de tocar. A diferencia de los otros cinco, que iban sin chaqueta, él llevaba los dos botones de arriba de la suya meticulosamente abrochados y, debajo, una camisa igual de pulcra y una corbata, a pesar del ambiente que había en la sala. El cuerpo detrás de la batería, la cabeza girada a la derecha con expresión distante, como de desdén impostado frente a la exhibición de las manos que se agitaban a setenta y ocho revoluciones por minuto delante de él. Estaba con los Stones pero no era uno de ellos; tenía un aire un poco tristón, como si lo hubieran trasladado allí para esa noche desde el Ronnie Scott’s o el Birdland, donde tocaba en otro tiempo y otro espacio (en el tiempo y el espacio Julian «Cannonball»Adderley). Era único en su especie, un clásico con su mundo propio, un caballero del tiempo, el espacio y el corazón. Su raro talento musical era una manifestación de su talento aún mayor para la vida: acababa de conocer a Charlie Watts.

 

Las últimas sesiones de grabación que compartimos fueron las de We Love You y Dandelion. Como ocurría con muchos temas de los Stones, al empezar no había un final preestablecido: había que ver primero si la carne y las patatas estaban en su punto y luego añadir las verduras. El final acabó siendo una mezcla de Nicky Hopkins y Brian Jones en los teclados y el viento madera, Keith y Mick en las voces, y Charlie dirigiendo el cotarro con fills improvisados. En aquel momento pensé que los fills eran solo para mí. Pero no, eran típicos de Charlie.

En los años ochenta, Charlie se pasó por Nueva York por algún asunto durante una de sus incursiones en solitario en el mundo del jazz. Cometí el error de ponerle algo en lo que había estado trabajando. No le interesó. «Andrew», me dijo, quizá a modo de explicación, «la verdad es que no me interesa lo que hacen los Stones. Solo me interesa lo que toco». Por suerte, la mala racha pasó, se impuso la máxima de superar el bache y seguir adelante y la banda continuó tocando. Lo vi por última vez en Seattle en 2005, y seguía siendo exactamente el mismo tipo al que saludé por primera vez en Eel Pie Island.

En el mundo del cine se habla de la época dorada. La nuestra fue la de Charlie Watts. Todas las grandes bandas tienen una cosa en común: un baterista singular.

 

Andrew Loog Oldham

Junio de 2022

Introducción

 

 

 

 

 

UN HOMBRE ATEMPORAL, SIEMPRE A TIEMPO

 

Madison Square Garden, Nueva York, noviembre de 1969. Mientras «la mejor banda de rocanrol del mundo» (como acababa de denominarla el maestro de ceremonias de la gira, Sam Cutler) cierra con facilidad el Little Queenie de Chuck Berry y da paso a su nuevo número uno, Honky Tonk Women, Mick Jagger comenta tranquilamente: «Charlie está bien esta noche, ¿verdad?». [Charlie’s good tonight, innee?]

Por supuesto que lo estaba, y lo estaría siempre. La sola mención del nombre de Charlie Watts, en el contexto de esta biografía o en cualquier otro en el que salga a relucir, basta para que tanto los músicos como los fans se pongan prácticamente en pie. Que es justo el tipo de elogio del que él habría huido como de la peste, como hizo siempre a lo largo de su extraordinaria vida.

Charlie era la prueba de que no todas las estrellas del rock son iguales y de que los tópicos están ahí para esquivarlos. Como el de que se veía a sí mismo como una estrella del rock. Era una celebridad mundial que detestaba ser famoso y que una vez afirmó que prefería la compañía de los perros a la de los humanos; un entusiasta de los coches que no conducía; un apasionado de los caballos que no montaba; un hombre rico y de gusto exquisito que se crio en una casa prefabricada; un baterista que recorrió el mundo durante cinco décadas y media y durante ese tiempo no dejó de añorar estar en casa; un músico contratado que pensaba que los Stones no durarían ni un año y que acabó siendo la luz que los guiaba de por vida. Si su historia fuera inventada, poca gente la creería.

Escribir sobre él en pasado es de por sí muy triste, pero seguramente Charlie habría evitado leer este libro de todos modos. Me imagino que le habría echado un vistazo para ver qué fotografías suyas habíamos elegido, con sus trajes elegantes, pero nada más. Es, espero, un relato amable de una vida bien vivida y, desde luego, rodeada de amor. Si lo que desea el lector es polémica, está buscando debajo de la piedra equivocada.

Después de haber tenido el inmenso placer de entrevistarlos a él y a todos los Rolling Stones durante treinta años, en 2020 me plantearon la posibilidad de trabajar con Charlie en su autobiografía. Me pareció una propuesta emocionante y, al mismo tiempo, abocada al fracaso: la idea de que Charlie escribiera sobre sí mismo entrañaba un error de partida.

Charlie reconocía sin ambages que la música de los Rolling Stones no era en realidad muy de su agrado y que casi nunca volvía a escucharla, a no ser que tuviera que autorizar una reedición o algo por el estilo. Aun así, era tremendamente amable cada vez que lo sacaban de promoción. Con el tiempo, aprendías a entretejer su discurrir mental, que era impredecible, y su forma de expresarse, y a esperar esa sonrisa cálida y radiante. Todo ello a pesar de que había momentos en que su cerebro y su boca iban a distinta velocidad y a veces tenía la mirada distraída de quien intenta recordar si se ha dejado un fuego de la cocina encendido.

Documentar su vida en tercera persona parece mucho más adecuado, y la rapidez con la que sus amigos y familiares aprobaron el proyecto y se prestaron a participar en él dice mucho de Charlie. Es en cierto modo un reflejo de las largas ovaciones que seguían a su presentación por parte de Mick Jagger en todos los conciertos de los Rolling que se recuerdan, y del torrente mundial de afecto que desencadenó su muerte a los ochenta años, en agosto de 2021.

De joven músico mercenario a baterista cuyas manos firmes estaban envueltas en un aura intemporal; de ser piedra angular de los años gloriosos a icono de estilo y aficionado a la moda cuando ya peinaba canas. Charlie Watts vivió todas esas vidas, pero dejó que otros armaran jaleo por él. El exhibicionismo no era lo suyo. Él solo anhelaba estar en casa y no entendía a qué venía tanto alboroto.

Cuando falleció, en casi todos los homenajes y las necrológicas se hablaba del Rolling taciturno, de la columna vertebral de la banda, del hombre que nunca faltó a un concierto en cincuenta y siete años (lo que no es estrictamente cierto: faltó como mínimo a uno, en 1964, porque se equivocó de fecha, como veremos más adelante). Se habló mucho menos, en cambio, del coleccionista empedernido, de su generosidad a la hora de hacer regalos, del hombre dotado de un sentido del estilo propio de otra época, lo que a menudo le hacía sentir que había nacido en el siglo equivocado.

Charlie tenía la habilidad, intencionada o no, de resumir una historia, una situación o una vida con alguna ocurrencia fulminante, solo comparable a las salidas, a veces involuntarias, de su amigo Ringo Starr, como las que dieron lugar a títulos como A Hard Day’s Night o Tomorrow Never Knows. «He trabajado cinco años y he gamberreado veinte» es una de sus sentencias más famosas, pero hay muchas más. Haber podido escuchar de viva voz algunas de esas frases, ser testigo de ese estoicismo que dejaba traslucir su mandíbula cuadrada, ver cómo se quebraba esa cara granítica en una sonrisa luminosa, escuchar esa forma de hablar astillada y renqueante… Todo eso valía casi más la pena que pagar la entrada para ver lo que ofrecían los Stones. O sea, el mayor espectáculo del mundo.

 

 

Es frecuente encontrarse con músicos de rock de fama mundial que, pese a la adulación de millones de personas, a veces dudan de sí mismos de manera insoportable. En cambio, es en general bastante raro oírlos hablar con modestia de sí mismos en términos concretos. En casi todas nuestras conversaciones, Charlie murmullaba que no se consideraba a sí mismo un buen baterista o que no estaba ni mucho menos a la altura de sus ídolos de la percusión.

Esto podía ser resultado de una falta de lucidez respecto a sí mismo, pero también obedecía a una reserva muy británica y a una humildad que Charlie tenía muy desarrolladas. Brian Jones, ya inmerso en el rápido proceso de deterioro al que le abocó el abuso de las drogas, dijo de él que era «probablemente la persona más desprendida y equilibrada de toda la escena pop».

En los versos iniciales de If You Can’t Rock Me, el tema del álbum It’s Only Rock ‘n’ Roll, Mick canta: «La banda está en el escenario y es una de esas noches. /El baterista se cree que es dinamita». Desde luego, no se refería a Charlie. Para él, la arrogancia era sencillamente una ordinariez. Sabía quién era y no cambió, a excepción de un paréntesis relativamente corto de excesos durante los años ochenta, que superó sin ninguno de los dramas típicos de la rehabilitación y después del cual mantuvo siempre la cabeza despejada.

«Su filosofía es “no necesito tanto”», dijo una vez de él el primer mánager de los Stones, Andrew Loog Oldham. «Se ha ceñido a ella y nunca se ha desviado del camino para hacer idioteces». Incluso al principio, cuando empezaba a ser famoso, Charlie les decía a los periodistas musicales: «Doy la impresión de estar aburrido, pero en realidad no lo estoy. Lo que pasa es que tengo una cara increíblemente aburrida».

Quizá parezca poco adecuado citar las palabras de un entrenador de baloncesto estadounidense, pero la cita que incluye la firma de correo electrónico actual de Oldham, que rinde tributo a la sabiduría del difunto John Wooden, viene al caso. «El talento lo da Dios, sé humilde», decía Wooden. «La fama la da el hombre, sé agradecido. El engreimiento se lo da uno mismo, ten cuidado». Charlie nació con lo primero, le endosaron lo segundo y era por naturaleza incapaz de mostrar lo tercero.

Esta biografía no pretende ser otro repaso exhaustivo a la leyenda de la mayor banda de rock de la historia, sino un retrato de la vida y la época de un ser humano singular que contribuyó a mejorar el mundo en el que vivió, igual que nos hizo mejores a quienes lo conocimos. Está contada cronológicamente, pero incluye algunos interludios titulados Backbeat,que se centran en aspectos concretos de la vida de Charlie y en especial en su largo matrimonio con su amada Shirley.

Salen los Rolling, sí, pero es ante todo la historia de una persona irrepetible, que casi parecía pertenecer a otra época: un hombre atemporal, pero siempre a tiempo.

1 Una infancia de prefabricado y un camarada de jazz

 

 

Mozart sabía lo que se hacía.

Pero debería haber tenido un buen baterista.

KEITH RICHARDS, 2011

 

 

El «Riff humano» me estaba explicando, en realidad, la síntesis de música hillbilly y música negra que dio lugar a la receta del rocanrol y que, como una cerilla, prendió la hoguera que propició el surgimiento de los Rolling Stones y de toda esa generación de desharrapados llenos de esperanzas a la que representaban. Aun así, siempre me ha parecido que ese comentario resumía con humor y a la perfección al hombre que se sentó detrás de Richards durante cincuenta y ocho años. En una línea temporal paralela, es fácil imaginarse a Wolfgang Amadeus admirando a Charlie Watts. Igual que todos.

Charlie no solo era la estrella de la música más reacia a asumir ese papel, sino que era el candidato más improbable a ocupar durante décadas un puesto entre los representantes más conspicuos del rocanrol. Incluso después de acceder a las repetidas propuestas de la banda de que se uniera a ella, no pensaba —ni él ni nadie— que los Stones y su rhythm and blues bastardo durarían más de un año.

A principios de junio de 1941, con el Bismarck descansando ya en el fondo del Atlántico, Alemania se preparaba para invadir la Unión Soviética con tres millones de soldados. Como un terrible presagio de los acontecimientos de 2022, al poco tiempo hubo combates de tanques en los alrededores de Kiev. Los Proms acababan de abandonar su sede en el Queen’s Hall por culpa de los bombardeos y se habían reubicado en el Royal Albert Hall, mientras la Junta de Comercio de Churchill anunciaba la creación de cupones de ropa. Como aún no estaban impresos, al principio hubo que usar los de margarina de las cartillas de racionamiento: dieciséis para conseguir un impermeable, siete para unas botas. Pero en el University College Hospital de Bloomsbury, Lil Watts tenía otras cosas de las que ocuparse.

Lillian Charlotte Watts, que acababa de cumplir veinte años, había nacido en Islington y era hija de Charles y Ellen Eaves. En 1939 se casó con Charles Richard Watts, que era un mes mayor que ella y servía en la RAF como personal de tierra y chófer de oficiales. Cuando le desmovilizaron, Charles empezó a trabajar como conductor de camiones para el Ferrocarril de Londres, Midland y Escocia, un trabajo que seguiría desempeñando mientras los Stones conquistaban Gran Bretaña. El lunes 2 de junio de 1941 Lillian dio a luz a su primer hijo. Le pusieron el nombre de su padre, igual que a Bill Wyman y Brian Jones. Charles Robert Watts acababa de salir al escenario.

Por aquel entonces, las listas de éxitos británicas aún no habían cumplido una década de vida, pero las Andrews Sisters animaban a las tropas con su Boogie Woogie Bugle Boy; Glenn Miller y muchos otros —incluida nuestra Vera Lynn— auguraban poco después el vuelo de los «pájaros azules» sobre los blancos acantilados de Dover; y los aparatos de radio emitían el programa cómico It’s That Man Again, con el Waltzing in the Clouds de Deanna Durbin, los Ink Spots y Bing Crosby, mientras Noël Coward preguntaba educadamente: «¿Tendría la amabilidad de procurarnos una ametralladora Bren?»[1]. En la gran pantalla, Abbott y Costello descollaban entre las nuevas estrellas del celuloide con su tercera película, Marineros mareados, de Universal, coprotagonizada por Dick Powell, y Joan Crawford —que más tarde figuraría en el collage del disco Exile on Main St— seguía llenando las salas de cine con la película de George Cukor Un rostro de mujer, recién estrenada.

De pequeño, Charlie pasó temporadas viviendo con sus abuelas mientras su padre servía en la RAF, pero guardaba escasos recuerdos de la época de la guerra. Más tarde diría: «Oía las bombas que estallaban en el barrio. Recuerdo que corríamos como locos desde casa hasta los refugios antiaéreos. Yo era muy pequeño. Para mí la guerra era como un juego; creo que nunca llegué a asustarme de verdad».

Charlie compartía nombre no solo con su padre, sino también con su abuelo (Charles A. Watts), su tío y su primo, de ahí que sus padres lo llamaran a menudo Charlie Boy. El pequeño Charles asistió a la escuela infantil Fryent Way de Kingsbury, al noroeste de Londres, y al terminar la guerra conoció a Dave Green, nueve meses menor que él. Se hicieron amigos y posteriormente fueron compañeros de banda en muchos de los proyectos jazzísticos que emprendió Charlie a lo largo de su vida, tanto en el escenario como en el estudio de grabación.

A pesar de ser nueve meses más joven, sus recuerdos de la guerra son más nítidos que los de Charlie. «Nací en 1942 en Edgware y vivíamos en Kingsbury. Mi padre estaba en los Ingenieros Reales. Lo mandaron a Alemania el Día D y recuerdo —yo debía de tener dos años— la llegada de las “bombas volantes”. Una cayó en nuestra calle, unas sesenta casas más arriba, y destruyó por completo el edificio. Recuerdo que mi madre me metió debajo de la escalera. Era lo que aconsejaban las autoridades, creo».

Dave recuerda que su madre escuchaba Music While You Work en la radio y que más adelante le contó que él solía cantar la línea de bajos de las canciones de moda, un primer indicio de que iba a convertirse en un afamado contrabajista. Comparte sus recuerdos con tanta calidez y generosidad que al poco rato tiene uno la sensación de ser amigo suyo de toda la vida. Cuando me entrevisté con él para este libro, Dave estaba a punto de cumplir ochenta años, pero conservaba intacta esa alegría de vivir que tanto apreciaba Charlie.

En 1946 se convirtieron en vecinos y, al poco tiempo, en compañeros de andanzas musicales.

Por cortesía de la Luftwaffe, las dos familias iban a estrenar nuevo domicilio en Pilgrims Way, Wembley, en las viviendas prefabricadas que se ofrecían a las familias británicas afectadas por los estragos de los bombardeos. Los módulos prefabricados de dos plantas parecen muy rudimentarios vistos en retrospectiva, pero en aquellos tiempos tan difíciles la familia Green los consideró una maravilla.

«Cuando vivíamos en Brampton Road, en Kingsbury, los prefabricados no estaban muy lejos de nuestro barrio y recuerdo haberme acercado a verlos», cuenta Dave. «El camino no era ni siquiera una carretera y había montones enormes de barro por todas partes, pero a mi madre le encantaban esas casas prefabricadas. La cocina era fantástica, muy moderna, autónoma, con nevera y todo. Solicitó una y, cuando las terminaron, nos mudamos». Charlie y sus padres vivían en el número 23 y los Green en el 22.

En 1944, Lillian dio a luz a la hermana de Charlie, Linda, a la que siempre estuvo muy unido, sobre todo antes de independizarse. Linda no había concedido nunca una entrevista para hablar sobre su hermano hasta que ella y su marido, Roy Rootes, tuvieron la bondad de hablar conmigo para este libro. De hecho, Linda ha mantenido siempre un perfil tan bajo que hay mucha gente que no sabe que Charlie tenía una hermana.

«No, no lo saben, porque nunca he querido estar en primer plano», cuenta ella con voz pausada, sentada con Roy y conmigo en su casa de Buckinghamshire. «Va contra mi carácter y, además, sé que a él no le habría gustado. Pero a veces estabas en primera fila durante una actuación y alguien te decía: “¡Anda, eres la hermana de Charlie! Estarás muy orgullosa”, y yo contestaba que sí, que estaba orgullosa. A Charlie nunca le gustó el jaleo. Para él, lo ideal era el tú a tú, porque era un hombre bastante reservado. Era como mi madre, mientras que yo soy más como mi padre. Se sentaba ahí y no decía ni una palabra».

Habla con nostálgico afecto de aquellos años en la casa familiar, con su hermano y sus padres, y del sentimiento de comunidad que reinaba en aquel barrio prefabricado. «Nuestro padre decidió comprar una mesa de billar pequeña porque les gustaba el deporte y el billar», comenta Linda. «Para darle a la bola con el taco, tenías que abrir la ventana», añade Roy con sorna. «Todo el mundo se acercaba y a mi padre eso le encantaba», asegura Linda. «Mi madre era un poco más reservada, pero no le importaba porque ella se quedaba en la cocina». Roy, que era un año mayor que Charlie, se casó con Linda en 1965.

«Creo que la primera vez que vi a Charlie», cuenta Dave, «fue cuando yo tenía cuatro años y nos fuimos a vivir allí. Nuestras madres se hicieron muy amigas, eso fue lo principal, y a medida que crecíamos nuestra relación se fue haciendo cada vez más estrecha. La verdad es que es increíble que tuviéramos los dos ese interés por el jazz y que lo desarrolláramos a la par».

«Hasta los diez años tocábamos en el jardín», me contó Charlie, «porque era una sola parcela con una vallita en la parte de atrás y teníamos un agujero en ella para pasar de un lado a otro. Nuestros padres eran amigos. Luego, él empezó a tocar con grupos de skiffle y yo también. Tocamos juntos en nuestra primera banda de jazz, tocamos juntos en nuestros primeros discos, y siempre recurro a él cuando hago algo fuera de los Rolling Stones». Y añadió con su socarronería habitual: «No quiero cargarle con ellos».

«Mi padre tocaba un poco el piano, pero no tocaba jazz», me explicó Dave. «Solía tocar a Les Paul y Mary Ford, cosas así. Teníamos una radio con tocadiscos, y así empezamos Charlie y yo a interesarnos por la música, cuando teníamos unos nueve o diez años. Íbamos a la misma escuela, claro, a Fryent, pero no al mismo curso. Y luego fuimos a la escuela secundaria moderna de Tyler’s Croft, en Kingsbury, cuando todavía vivíamos en el mismo sitio». La actriz Shirley Eaton, la chica Bond de Goldfinger, también asistió a aquella escuela más o menos en la misma época, al igual que William Woollard, el presentador del programa de televisión Tomorrow’s World.

«Curiosamente», comenta Dave, «no recuerdo [a Charlie] en la escuela. Allí no lo veía mucho. Pero empezamos a coleccionar discos de setenta y ocho revoluciones y a ir juntos a las tiendas de discos, y a comprar elepés de Charlie Parker y de Jelly Roll Morton, que yo no había oído nunca. Los escuchábamos en su habitación, o a veces en la mía».

En su libro maravillosamente detallado Rolling with the Stones, Bill Wyman sitúa a Charlie con siete años en la boda de su tío Albert, en Holloway, vestido con un traje de raso. «Mi padre me compraba trajes y yo los llevaba con toda la prestancia que podía», contaba Charlie. «Era una especie de pequeño lord, supongo. Pero recuerdo que en aquellos tiempos no me gustaban los vaqueros ni los jerséis. Me parecían un poco desaseados y no me sentía tan a gusto con ellos como con mis trajecitos con sus pantalones holgados». Hay, en efecto, cosas que no cambian nunca.

Cuando el matrimonio de sus padres se deshizo, Dave tuvo que irse a vivir con unos parientes a Yeovil, pero regresó a Londres tras dos años de bucólica felicidad, y en 1953 se reencontró con Charlie.

«A mi madre le ofrecieron una casa de protección oficial cuando estaba en los prefabricados. Era en una zona de nueva construcción, en Kingsbury, así que nos mudamos allí. Recuerdo la niebla, la “sopa de guisantes” y al cobrador andando delante del autobús. No se veía nada, la niebla era increíble. Moría mucha gente.

»Al año de vivir en aquella urbanización nueva, mi madre volvió a solicitar un prefabricado», recuerda Dave riendo. «Los echaba mucho de menos, las casas y a Lil Watts y todo lo demás. Era un concepto maravilloso. Todo el mundo tenía exactamente la misma casa y un jardín más o menos del mismo tamaño. Era una utopía, era como una comunidad, y mi madre echaba de menos todo eso. No pudimos vivir de nuevo al lado de Charlie, pero sí un poco más abajo, en la misma calle».

El pequeño Watts cumplió trece años en junio de 1954, mientras Doris Day cantaba Secret Love gritando desde las colinas más altas y hablándoles de su amor a los narcisos dorados. En la escuela Tyler’s Croft, en una clase de cuarenta alumnos, Charlie empezó a desarrollar su interés por las artes plásticas más que por la interpretación y el estudio de la música, que su profesor, al que nadie entendía, no supo alentar. Destacaba también tanto en el fútbol, como extremo derecho, como en el críquet, y llegó incluso a hacer una prueba para jugar en el Middlesex. «Era un chico grandullón, con las piernas fuertes», contaba Lil. «A veces pensábamos que iba a ser futbolista».

«Verlo jugar al críquet, ese es mi primer recuerdo de él», cuenta su hermana Linda. «Jugaba muy bien, de verdad, y todavía tenemos en el desván las medallas que ganó. Tenía muy buen físico, y mis padres siempre lo ayudaban en todo lo que quería. Vivíamos en una casa prefabricada de dos dormitorios, y la habitación de mi hermano era la más grande, la que tendría que haber sido la de mis padres. La mía era la pequeña, y mis padres durmieron bastantes años en una cama nido en el cuarto de estar».

Poco después, Charlie hizo sus primeros pinitos como músico, tocando el banjo. Solía decir que en su familia nadie tocaba, como no fuera el gramófono, pero no era estrictamente cierto. Hay una rama de su árbol genealógico que llega hasta los Migil Five, el combo de jazz británico con el que Charlie tocó en ocasiones y que más tarde siguió el camino de los Stones hacia el pop con tintes de rhythm and blues, y en mayo de 1964 alcanzó el Top 10 en el Reino Unido con su tema Mockin’ Bird Hill.

El grupo estuvo liderado en sus orígenes por el tío de Charlie y Linda, Lennie Peters, con quien Charlie tocó durante sus primeros tiempos como baterista. «Era la única persona ciega que he conocido que podía pegar papel pintado», dice Linda, divertida. «Y cambiar una bombilla».

Tras llevar años tocando en solitario en el circuito de pubs londinense y grabando sencillos chapuceros para sellos como Oriole y Pye, el tío Lennie formó el dúo Peters and Lee, que mucha gente recordará como ejemplo paradigmático del «pop de pipa y pantuflas» que copaba las listas de éxitos en los años setenta. Con maravillosa incongruencia, en septiembre de 1973 su emblemático número uno Welcome Home compartió espacio en el Top 20 británico con Angie de los Rolling Stones.

Volviendo al banjo, como a Charlie no le gustaban los puntos del mástil, desarmó el instrumento. «Al mismo tiempo escuché a un baterista llamado Chico Hamilton», recordaba, «que tocaba con Gerry Mulligan. Yo quería tocar así, con escobillas». Como su primera batería, que había montado él mismo en casa, no tenía caja, pegó la tapa armónica del banjo a un soporte de madera hecho por él, le dio la vuelta y así pudo tocar sobre el parche redondo con escobillas de alambre.

Se fue apañando así hasta que, en la Navidad de 1955, su padre y su abuela se apiadaron de él y le regalaron su primera batería, una Olympic de segunda mano que le compraron a un tipo que tocaba en el pub del barrio. Llegó con los parches manchados de cerveza y quemaduras de cigarrillo en el bombo. «Recuerdo que me la encontré en el dormitorio de mi tía», contaba Charlie. «No recuerdo nada que me hiciera tanta ilusión, y la verdad es que los vecinos se portaron fenomenal, con el ruido que armaba».

Linda recuerda que su hermano estaba dispuesto a esforzarse al máximo. «Solía sentarse en la cocina a hacer ejercicios con dos pelotas de goma para fortalecer las muñecas», asegura. «Yo lo miraba y mi madre le decía: “¡Por Dios, deja ya eso!”. Pero él estaba muy orgulloso. Cuando le regalaron la batería, pensé: “Dios mío, ¿qué van a decir los vecinos?”. Por suerte, no se quejaron. Roy y él solían ir juntos a Londres, con otro amigo, Andrew Wren. Creo que fue entonces cuando le entró el gusanillo».

En aquella época, los conocimientos técnicos de su amigo Roy Rootes, que era ingeniero de televisión, le resultaron muy útiles. «Fui yo quien consiguió que Charlie empezara a tocar en su cuarto», cuenta Roy. «Tendí cables por todas partes, desde el tocadiscos del cuarto de estar hasta su habitación, y además monté un altavoz para que pudiera oír los discos en su cuarto mientras tocaba la batería».

Y ¡ay, los discos! Entre los primeros temas que le apasionaron como oyente estaba Flamingo, de Earl Bostic, que llegó al número uno de las listas de rhythm and blues en los Estados Unidos en 1951. El disco lo compró su tío y sonaba en las fiestas que hacían los padres de Charlie en la casa prefabricada. En él, el saxo alto de Tulsa encabezaba una versión rebosante de swing de una melodía que habían grabado por primera vez una década antes Duke Ellington y su orquesta. Aquel fue el primer acercamiento de Charlie al jazz sofisticado aderezado con rhythm and blues. Con el Out of Nowhere de Charlie Parker, grabado en 1947, comenzó su pasión imperecedera por el magistral saxofonista y por la diáfana batería de Max Roach. En aquella sesión participó también, a la trompeta, un tal Miles Davis, de apenas veintiún años.

«Soy lo que soy gracias a este hombre», decía Charlie sobre Parker. «Todo baterista que tenga algo de oído querría tocar con Charlie Parker». De hecho,«Bird» se coló más de una vez en el imaginario de los futuros Rolling Stones. En Cheltenham, Brian Jones les pidió a sus padres que le compraran un saxofón después de escuchar un disco de Parker. Y, como veremos más adelante, un Charlie sirvió de inspiración a otro para escribir un libro.

La conversión de Watts a la batería tuvo también como inspiración al ya citado Chico Hamilton, el baterista angelino cuyo habilidoso estilo con las escobillas afloró cuando se unió al cuarteto de Gerry Mulligan, el hechicero del saxo barítono. Su elepé de 1952, Volume 1, en el que participaba también Chet Baker a la trompeta, incluía el tema Walkin’ Shoes, compuesto por el propio Mulligan, un alarde de elegancia contenida por parte de Hamilton y de toda la formación. Aquellos discos fascinaban al joven Charlie. Tenía que tocar como Chico Hamilton. Estaba más convencido que nunca de que su puesto estaba a la batería.

Charlie y Dave (que para su amigo siempre fue David) llenaron la casa prefabricada con el sonido contemporáneo del skiffle, que Dave acompañaba esforzadamente con su contrabajo de fabricación casera, hecho con una caja de té. Charlie aprendió por su cuenta a tocar la batería escuchando a esos primeros héroes del jazz, mientras sacaba unas notas muy mediocres en la escuela. Cuando dejó los estudios a los dieciséis años, solo aprobó la reválida en educación plástica. Aparte de eso, su única distinción escolar fueron dos copas de atletismo. Su facilidad para el diseño gráfico lo llevó a matricularse en la Escuela de Arte de Harrow.

 

 

«De joven me costaba mucho dormir, así que me ponía a dibujar», contaría más adelante. «Lo hacía como terapia y seguramente también para no meterme en líos». Según Dave, Charlie «era un artista tremendo. Sé que aspiraba a ser ilustrador, pero suspendió un examen o algo así. No sé cómo pudo suspenderlo, porque era muy bueno. Creo que eso fue un mal trago para él. Fue entonces cuando empezó a meterse más en el tema de la música».

Mientras tanto, los dos amigos continuaron su educación sonora, tanto en Pilgrims Way, Wembley, como en la zona oeste. «Aprendíamos poniendo discos y solíamos ir a los clubes», cuenta Dave. «Fuimos juntos al 100 Club a ver a la banda de Humphrey Lyttelton. Eso fue alrededor de 1958. Más tarde, en el 65, me uní al grupo de Humph y estuve con él dieciocho años. A Charlie le encantaba la batería de Eddie Taylor en esa formación, en la que también estaba Brian Brocklehurst al contrabajo. Los escuchábamos con avidez. Escuchas y observas la relación entre el contrabajo y la batería, y pones discos y copias… Charlie tocaba al mismo tiempo que oía el disco, igual que yo».

«Me formé observando cómo tocaban ciertas personas», explicaba Charlie. «Cuando iba a los salones de baile del barrio, nunca bailaba. Solía situarme cerca del baterista para verlo tocar. Y mis favoritos eran invariablemente los negros estadounidenses, que tocaban una música llamada jazz. Eso era lo que yo quería tocar».

Las inseguridades de Charlie salieron a relucir cuando habló de aquella época en el programa de radio de la BBC Desert Island Discs en 2001. «Soy una persona con poca formación», dijo. «De joven debería haber ido a clases, debería haber aprendido a leer música como es debido, pero preferí el brillo y la purpurina».

En 1958 ya daban conciertos. Los Joe Jones Seven, un grupo de jazz del norte de Londres, buscaban nuevos miembros debido a que su contrabajista y su batería habían tenido que incorporarse al servicio militar. Jones vivía en Meadowbank Road, en Kingsbury, no muy lejos de Charlie y Dave, que seguían viviendo en Pilgrims Way. En realidad se llama Brian, pero no hay que confundirle con el primer líder y cofundador de los Stones, ni con el baterista estadounidense Jo Jones, cuyo magnífico trabajo en la orquesta de Count Basie Charlie admiraba muchísimo.

«Yo sabía tocar una escala de si bemol», recuerda Dave, que había estado tocando en un conjunto de skiffle. «Conseguí un contrabajo de verdad, empecé a aprender a tocarlo y entonces nos enteramos de que esa banda estaba haciendo audiciones. Era una banda de Dixieland convencional y, como nosotros solíamos escuchar ese tipo de discos, nos presentamos allí sin más. Ni se nos pasó por la cabeza que podíamos conseguirlo, pero, como me dijo Brian hace poco, no se presentó nadie más. O se quedaban con nosotros o no tenían a nadie, así que conseguimos entrar».

«A ninguno de los dos nos interesaba hacer solos», añade. «Solamente queríamos estar allí y darle swing a la banda. Charlie nunca cambió de actitud en ese aspecto, y yo básicamente tampoco. A los dos nos gustaba jugar en equipo. En las bandas con las que toco, toco siempre para la banda, para la música, para encajar. Y lo mismo le pasaba a Charlie».

Jones, que en 2022 ha cumplido ochenta y tres años, lo cuenta así: «Pusimos un anuncio en el Melody Maker diciendo que íbamos a actuar en el Upper Welsh Harp, un pub del oeste de Hendon. Lo leyeron y se presentaron. Fueron los únicos, pero, como éramos una banda semiprofesional, tenían nivel suficiente para lo que buscábamos en ese momento, porque todos estábamos aprendiendo. Así que entraron en la banda. Creo que ese fue el primer trabajo de Charlie. Era un chaval muy elegante, siempre bien vestido y con estilo. Era un buen cronómetro, que es lo que buscas sobre todo, pero en esa primera etapa no iba más allá. No era un niño prodigio. Tocaba marcando el tiempo fuerte, que es justo lo que no debe hacer nunca un baterista. Pero no le duró mucho tiempo. Se curó enseguida de ese mal».

Jones, que admiraba a Louis Armstrong tanto como Charlie, añade: «Los padres de Charlie eran gente muy maja, y normalmente ensayábamos en su casa, en el prefabricado. En la banda había un pianista, pero ellos no tenían piano en casa, claro, y el piano eléctrico aún no se había inventado. Así que solo teníamos batería y contrabajo, y a veces un guitarrista, y un trío de saxo, trompeta y trombón en primera línea».

«Creo que sus padres se alegraban de que estuviera haciendo algo, en vez de andar por ahí dando tumbos», continúa Jones. «Había muchos padres así, que preferían soportar el ruido a que su hijo estuviera vagando por las calles. Fue una época muy buena. Pasábamos allí un par de horas los domingos, y también íbamos a ensayar a mi casa».

«Venían todos al prefabricado», añade Linda, «y el ruido que se oía era jazz, nunca rocanrol o pop. A Charlie le gustaba Billy Eckstine, que era lo que escuchaban mis padres, pero, menos eso, todo era jazz».Johnnie Ray y Nat King Cole sonaban también en el fonógrafo de casa. «Les gustaban mucho gente como Perry Como y esas cosas», comentaba Charlie, que fue a ver a Eckstine al London Palladium. El de Pittsburgh combinaba con elegancia de estilista todas las pasiones musicales de Charlie, como sofisticado vocalista de jazz y pop, director de banda de swing y bebop y trompetista. A Charlie le entusiasmaba su grupo de los años cuarenta, del que formaban parte Dizzy Gillespie, Charlie Parker y Art Blakey.

Con Charlie y Dave en sus filas, los Joe Jones Seven consiguieron una actuación semanal en el Masons Arms de Edgware. Hay una fotografía maravillosa de 1959 en la que se ve al grupo en ese local, incluidos sus dos reclutas adolescentes: el contrabajista Green con un jersey cualquiera y el baterista Watts impecable con una chaqueta de vestir, el pelo perfectamente peinado a raya y un pañuelo en el bolsillo de la pechera.

«Tenía la convicción de que, si íbamos a salir a tocar, teníamos que estar presentables», explica Dave. «Mi padre nos llevaba a veces en coche hasta allí o íbamos en taxi hasta la estación y luego cogíamos el tren, yo con el contrabajo a cuestas. Nos bajábamos en Canons Park y cogíamos un autobús. Actuábamos y, a la vuelta, lo mismo. Yo salía a tocar con lo que llevaba puesto. Charlie se cambiaba para la actuación. Nunca lo vi en vaqueros».

Ann, la esposa de Jones, que ha llevado a cabo una investigación admirable, ha desenterrado una carta dirigida a Brian, o Joe, con el membrete de Mecca Dancing («la mayor organización mundial de salones de baile»). «Fuimos a la sala Locarno de Streatham en agosto de 1958 a concursar en una eliminatoria del Campeonato Nacional de Bandas de Jazz Amateurs», cuenta Dave. «Para nosotros aquello fue la bomba, y me acuerdo muy bien de cuando tocamos en el escenario giratorio».

Señala otro ejemplo temprano del sentido del estilo que tenía su compañero: «Brian se inventó un uniforme para el concurso y recuerda que Charlie se puso una corbata de colores vivos, en vez de la que elegimos para el uniforme. Ann recuerda, además, que uno de los jueces estaba en el bar, en vez de en su sitio, escuchando a las distintas bandas y valorándolas».

La banda dio por sentado que su actuación no había impresionado a los jueces que sí estaban en su sitio, hasta que Brian recibió una carta del gerente de la sala Locarno en la que le informaba de que había habido un error y de que su grupo había quedado en realidad en segundo puesto, por detrás del cuarteto de Jack Bayle. Dave remata la historia de forma impecable diciendo: «No salió nada de ello porque no nos molestamos en ir a tocar en la final».

«En aquel entonces había mucho jazz», recuerda Jones. «Podías tocar en pubs de todo Londres, y también actuábamos como orquestita de baile en fiestas de aniversario, bodas y esas cosas, y tocábamos algunas canciones pop de la época. Ninguno de nosotros era un higo mohoso,[2] como se llamaba entonces a los puristas del jazz. Si te salía un concierto, podías ganar diez chelines. Treinta, en el mejor de los casos. Aquella vez que actuamos en el Masons Arms, creo que ni siquiera nos pagaron; nos dieron cerveza gratis. Charlie bebía zumo de naranja».

La actuación de los Joe Jones All-Stars (que así se llamaba ahora el grupo) en el Edgware Jazz Club en agosto de 1959, con Charlie a la batería y Dave al contrabajo, incluyó, entre otros temas, Summertime de George Gershwin y varios estándares de blues como St James Infirmary Blues, St Louis Blues y el Goosey Gander de Woody Herman. A veces, era el padre de Charlie quien los llevaba en coche, con el contrabajo y la batería en el maletero. Otras veces, cogían el autobús y acomodaban como podían los instrumentos en la bodega de equipajes o en la baca. Un día, el bombo salió rodando por la carretera. El conductor se compadeció de ellos y detuvo el autobús para que pudieran recuperarlo.

Con la llegada de los años sesenta, Charlie encontró tiempo, entre conciertos y discos, para dedicarse al sexo opuesto. Asistió a la fiesta del veintiún cumpleaños de Jones. «Mi cuñado, que estaba allí», cuenta Jones, «me dijo: “Ese Charlie Watts me ha preguntado si voy a salir con tal chica, porque, si yo no quiero, él sí”».

La banda se separó al cabo de un año, después de que Jones se casara y se fuera a vivir con Ann a Luton. «Tiró cada uno por su lado», explica, «pero vinieron a verme un par de veces y tocamos con algunos músicos locales». Deslumbrado por sus músicos favoritos de la época, Charlie contaba que fantaseaba con que era el célebre baterista neoyorquino Art Taylor y que, como él, tocaba con Thelonious Monk, el genio del piano. Antes de acabar sus estudios en la escuela de arte en julio de 1960, Charlie hizo como trabajo de clase («a modo de práctica para trabajar en diseño gráfico», explicó más tarde) un librito breve pero significativo en homenaje a Charlie Parker, titulado Ode to a High-Flying Bird [Oda a un pájaro de altos vuelos], que escribió e ilustró él mismo. Lo ilustró con mucho cariño en casa, con tinta y pincel. «Las tintas se mezclaban y, como nunca limpiaba bien el pincel, quedaron unos colores muy extraños», explicaba con su característica atención por el detalle.

En enero de 1965, tras el éxito de los Stones, la editorial Beat Publications publicó el libro en edición de bolsillo, con un precio de siete chelines. Charlie contaba con sorna: «El tipo que publicaba The Rolling Stones Monthly vio mi libro y dijo: “¡Hombre, a esto puedo sacarle un dinerillo!”». Dave Green, que había seguido su propia trayectoria jazzística, alejada de la órbita de Charlie, me contó riendo que vio el libro en el quiosco de la estación de Kingsbury, pero que no lo compró «porque no podía pagarlo».

Oda a un pájaro de altos vuelos, de treinta y seis páginas y trece centímetros por dieciocho, era el típico librito fino, pero por la belleza y la sencillez de su caligrafía y sus dibujos podría haber sido un álbum infantil, tan elegante y fresco como la música de la que hablaba. Merece la pena que nos detengamos en él por ser el primer ejemplo (y quizá el más definitorio) de la conjunción de las dos grandes pasiones de Charlie: el jazz y las artes plásticas.

El joven Charlie representaba a Parker como un pájaro con gafas de sol y describía con descarnada elegancia su ascenso y su caída repentina. «Esta historia la escribió un Charlie para otro Charlie, inmenso y ya fallecido», escribió como prefacio. El libro contaba cómo «anidaron» los padres de «Bird» en Kansas y cómo Parker, comprendiendo que era distinto a los demás polluelos, se puso a practicar con ahínco su «silbido» y, al no encontrar acomodo entre los demás pájaros, acabó refugiándose en «las semillas dañinas y las bebidas de centeno».

Alcanza la fama en Nueva York, pero no consigue desprenderse de sus malos hábitos. A lo largo de cinco páginas ilustradas con dibujos conmovedores, el pájaro va consumiéndose y en cada página se vuelve más pequeño, hasta que finalmente desaparece. Parker falleció como consecuencia de sus excesos en 1955, con solo treinta y cuatro años pero con el cuerpo, se decía, de un hombre de cincuenta o sesenta. «Voló pero no cayó en el olvido», concluía Charlie con elocuencia. El libro se reeditó en 1991, acompañado de un bonito minielepé titulado From One Charlie en el que Watts dirigía modestamente un quinteto escogido, con Dave al contrabajo.

 

 

En 1960, al salir de la universidad —y respaldado quizá por la primera edición de su libro—, Charlie consiguió trabajo como chico para todo en la empresa de diseño gráfico londinense Charles Daniels Studios, con un salario de dos libras a la semana. Sus compañeros de trabajo y él escuchaban cada noche la comedia radiofónica Hancock’s Half Hour y al día siguiente repetían los mejores chistes de Hancock en la oficina.

Andy Wickham, un destacado publicista y ejecutivo que fue fundamental en la expansión de Warner Brothers Records, alimentada por la efervescencia de Laurel Canyon, comentaba: «Trabajé con Charlie en el estudio. Era el ilustrador más listo del departamento. Nos ayudaba a los demás a dibujar si algo no nos salía. Pero había que oírle hablar de jazz. Era una enciclopedia andante».

La fascinación de Charlie por el diseño y el jazz le granjearía más adelante el cariño de un fotógrafo emergente que contribuyó a dar forma a la dinámica visual de los Stones: David Bailey. «Congenié muy bien con Charlie porque había trabajado como diseñador gráfico», cuenta. «Sabía quién era [el ilustre fotógrafo estadounidense] Irving Penn y también conocía un poco mi trabajo. Y además, claro, a él le tiraba más el jazz, y yo escuchaba mucho jazz. Cuando tenía catorce años, quería ser Chet Baker».

Charlie ascendió a la categoría de cartelista, y podría haber tenido mucho éxito como diseñador gráfico si no se lo hubiera impedido su pasión por la música. Dejó el trabajo porque necesitaba tocar la batería, así de sencillo. Mantenía la práctica tocando dos veces por semana en un bar y, desde septiembre de 1961, consiguió una actuación fija en el Troubadour de Earl’s Court, donde conoció a Alexis Korner, que quedó admirado de su destreza.

Korner, nacido en París, había llegado a Londres siendo todavía un niño, durante la Segunda Guerra Mundial, y en 1949 se unió a la banda de Chris Barber, donde coincidió con Cyril Davies, un armonicista perpetuamente infravalorado. La energía combinada de ambos como artistas y promotores musicales fue de inmensa importancia para el surgimiento del rhythm and blues londinense; sobre todo, tras la formación de Blues Incorporated en 1961.

Charlie me habló a menudo de aquella primera época en los clubes, como espectador e intérprete, y se acordaba al instante de todos los músicos con los que había tocado décadas antes. Trabajó para Art Wood, el hermano mayor de Ronnie, y en la banda Blues By Six, aunque no acababa de encajar en ninguna de esas formaciones. «Te ganabas la vida», contaba. «Tocabas donde te lo pedían. David, como era contrabajo y además tenía muchísimo talento, lo hacía con cierta gente. Solía tocar en la banda de Art, en la que Art Themen [que más tarde tocó con Stan Tracey] era el saxo tenor».

«Recuerdo», añadía, «que cuando empecé, estaba por un lado el jazz moderno y por otro el tradicional, y la separación era total. La gente que iba a los sitios a los que iba yo, a ver a Georgie Fame, tenía un aspecto totalmente diferente, en el corte de pelo y en todo, a la gente que iba a bailar al club de Cy Laurie [en Great Windmill Street], que era donde iba mi [futura] mujer».