Chilenos emblemáticos: Jorge González - Constanza Gutiérrez - E-Book

Chilenos emblemáticos: Jorge González E-Book

Constanza Gutiérrez

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Tocando el respaldo de una cama y haciendo sonidos con la boca, Jorge González, Claudio Narea y Miguel Tapia inventaron su primera canción. De los Pseudopillos pasaron a llamarse Los Vinchukas, para convertirse posteriormente en Los Prisioneros, la banda más importante de los 80 y quizás de la historia del rock nacional. Con letras punzantes y una lucidez excepcional, lograron expresar con fuerza el sentir de los chilenos marginados por el sistema político-económico en temas como "El baile de los que sobran, "Muevan las industrias", "Por qué no se van", "Sexo", "Quieren dinero" o "Maldito sudaca", entre muchos otros. La voz de Jorge González, sanmiguelino nacido en 1964, hijo de un vendedor de timbres de goma y una costurera, continúa alzándose como una voz crítica del poder y los privilegios, de a injusticia y la hipocresía. Este libro da cuenta de las circunstancias que formaron su carácter, aborda las polémicas en que se ha visto involucrado y se detiene en su carrera solista, que lo reafirma como un adelantado a su época. También están los pasajes menos conocidos de su vida: el matrimonio con Jacqueline Fresard, la artista hija de un subsecretario de la dictadura; los numerosos desencuentros con su sello discográfico en los 90; o su internación por drogas en una clínica cubana. Estas páginas proporcionan un recorrido vibrante por la vida y obra de un músico que no solo marcó una generación, sino que les sigue hablando, con su espíritu contestatario y libre, a los chilenos que hoy pueblan las calles.

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Jorge González

por Constanza Gutiérrez

Hueders chilenos / Jorge González

por Constanza Gutiérrez

© Editorial Hueders

Primera edición: febrero de 2020

ISBN 978-956-365-199-7

Registro de Propiedad Intelectual nº 2020-A-241

Todos los derechos reservados.

Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida

sin la autorización de los editores.

Asesor editorial: Manuel Vicuña

Diseño: Inés Picchetti

Diagramación: Luis Henríquez

Ilustración portada: Francisco Olea

Ilustraciones interior: Simón Jara

HUEDERS

www.hueders.cl | [email protected]

SANTIAGO DE CHILE

Diagramación digital: ebooks [email protected]

JORGE GONZÁLEZ EN LOS 90. GENTILEZA CENFOTO.

Si cada época y lugar tienen sus himnos, Jorge González es quien compuso los nuestros, y no hay chileno que no reconozca lo que sigue cuando escucha los ladridos con los que comienza “El baile de los que sobran”. Sus canciones poseen el misterio de las grandes obras, alguna característica insondable que reside en su simpleza y precisión, y sus letras, retratos del Chile en que creció, son tan directas y con un lenguaje tan claro que cualquiera podría haberlas escrito, pero nadie más las escribió. Sus canciones más famosas son de estructura simple y no hay que olvidar que las compuso entre los 17 y los 21 años. El sonido de su primer disco, La voz de los 80, es muy precario, conformado por apenas una guitarra, bajo y batería, pero es uno de los discos más importantes en la historia de la música chilena. Solo con ese disco Los Prisioneros, banda liderada por Jorge González, cambió el modo de entender la música popular en dictadura, invirtiendo la lógica de los años 70: hicieron que la música comprometida fuera bailable y divertida.

PRIMEROS AÑOS: SAN MIGUEL

Nació el 6 de diciembre de 1964 en el Hospital Barros Luco, en Santiago de Chile. Su madre, Aída, era dueña de casa y costurera, mientras su padre, Jorge, viajaba por todo Chile vendiendo timbres de goma. Alguna vez había liderado, bajo el apodo de “Coke Rey”, una sonora que animaba cumpleaños, matrimonios y bautizos, y mientras Jorge era todavía un niño se integró a un grupo de cueca con el que ensayaba en casa. Así fue como se acercó al folclore. Al mismo tiempo, su abuela estaba muy interesada en la música que iba saliendo cada año, por lo que compraba discos de Adamo, Hervé Vilard y Tom Jones, entre otros, discos que Jorge podía escuchar cada vez que iba a visitarla a su casa en calle Salesianos. “Me acuerdo que ella tenía una radio que sintonizaba FM y en la FM la canción que más me impresionaba era ‘Good Vibrations’ de los Beach Boys, porque tenía una parte que después supe que era un theremín1, pero yo en ese momento creía que era una enceradora. Sonaba igual a la enceradora de mi abuelita y yo pensaba que era una enceradora la que habían hecho sonar ahí”, cuenta en el libro Maldito Sudaca, de Emiliano Aguayo.

Su primer acercamiento a la composición musical fue una broma adolescente, tiempo antes de formar Los Prisioneros: pasaba las tardes con sus amigos Miguel y Claudio, en la casa de uno u otro, jugando a la pelota o caminando por la comuna de San Miguel, hablando de discos. Se habían conocido hacía un tiempo, en 1979, en el Liceo 6, y su primer tema común fue la música. Dedicaban todo su tiempo a escuchar discos, juntar plata para comprar los que más les gustaban y grabar casettes de la radio. Miguel le prestó a Jorge todos sus discos de los Beatles, de los que era fanático gracias a su hermano mayor, y también algunos casettes grabados de la radio, que tenían canciones como “Cars” de Gary Numan y “Let’s go” de The Cars. Les encantaban Electric Light Orchestra, Kiss y los Stranglers, y su obsesión musical no estaba exenta de sacrificios: fue en esa época en la que Claudio y Jorge caminaron desde San Miguel a Providencia, comuna que no conocían, para mirar discos en la disquería Circus, y también cuando llevaron sus vinilos de Supertramp a la Radio Nacional para que los tocaran en Los Superdiscos, el programa de Juan Miguel Sepúlveda. Habían notado que tenía poca variedad de discos y decidieron ir a ofrecer los suyos.

En una de esas tardes, aburridos, se propusieron inventar canciones. Tocando el respaldo de una cama a modo de percusiones y haciendo sonidos con la boca inventaron su primera canción. “La mazorca del olvido era un bolero”, interpretado por Jorge a la manera de Lucho Gatica, en el que un hombre intenta superar su adicción a masticar corontas de choclo. Sus amigos hacían los coros.

La letra decía así:

Con una mazorca yo trato de olvidarte

Condenado al vicio solo espero morir

Recuerdo esos días de bellos pasares

En que juntos, juntos hicimos bellas maldades

Mazorca, ma – ma – mazorca

Mis días sin ti serán como pan con ají

Zorca, ¿qué tienen tus granos?

Le dije a mi hermano y ¿sabes lo que me contestó?

(¿Qué te contestó?)

Me dijo ¡quita el dragón para otro lado, que apestas a mazorca!

Mazorca, ma – ma – mazorca

Mis días sin ti serán como pan con ají.

Grabaron la canción en una radio y luego salieron al pasaje para mostrarla a los vecinos. Todos los amigos de la villa la celebraron y al otro día, en el liceo, siguieron con el juego. Esta vez tocaron las percusiones en un banco y acuñaron un nombre para la banda: Los Pseudopillos. Hacía poco la profesora de biología les había explicado que las amebas se movían con “pseudópodos”, es decir, con falsos pies. La palabra les quedó dando vueltas y se les ocurrió la idea de los “pseudopillos”: falsos pillos. Ninguno tocaba un instrumento y las melodías eran de canciones famosas cuya letra adaptaban, o especies de rap acompañados de ruidos que hacían con la boca.

LOS PRISIONEROS LLEGARON AL PÚBLICO QUE NO SE IDENTIFICABA CON EL CANTO NUEVO. SIN EMBARGO, AUNQUE INFLUENCIADOS POR EL PUNK Y EL NEW WAVE, TAMPOCO OFRECÍAN UNA IMAGEN DE ÍCONOS REBELDES. GENTILEZA CENFOTO.

Quién podría negar su lucidez: su siguiente éxito, “El Sabio Loco”, canción dedicada al vecino que los sermoneaba cada vez que le pedían de vuelta una pelota, tenía un “sampleo”2 de su perorata. El Sabio Loco era un hombre que vivía en un pasaje cercano a su casa, lugar en el que los chicos jugaban al fútbol. El problema era que, a veces, la pelota volaba a su patio y El Sabio Loco nunca quería entregárselas. Peor aún, a menudo salía a mojarlos con una manguera. Más que rabia, les daba risa: no entendían la razón por la que El Sabio Loco cuidaba tanto sus piedrecitas, pues siquiera tenía flores, sino ripio. En realidad, parecía como si buscara una excusa para sentarse a pontificar.

Para la canción en su honor se les ocurrió tocar el timbre del Sabio Loco y pedirle una pelota inexistente. Lo que querían, en realidad, era grabar su sermón para incluirlo en la grabación. La canción comienza con el vecino diciendo Yo no soy mozo de ustedes, ustedes no viven aquí, no tienen por qué... Luego, El Sabio Loco se dirige a uno de los chicos y le dice: Voy a insistir y a volver a hablar con su padre por tercera vez, porque él es comerciante y sabe lo que cuestan las multas, tuvo auto también y sabe cuánto cuestan los partes.

La letra de la canción decía:

Era era un sabio loco

Moco, moco, tenía malo el coco

Era más malo que el Topo Morocco

¡Loco, loco, ra ra ra!

No me pisen las piedras, que se me achurrascan

No me pisen las piedras, que se me apachurran

Impulsor del deporte,

Moco, moco, con gusto a poco

Loco, loco, el científico perturbado

¡Santoral, santoral, ra ra ra!