Cicatrices - Cruz María Murillo Zapata - E-Book

Cicatrices E-Book

Cruz María Murillo Zapata

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Beschreibung

En este libro quise recoger las vivencias y anécdotas de mi familia, mis paisanos y por consiguiente las mías. Es una historia de lo que nos pasó. Lo que vivimos nos produjo dolor y vergüenza, por nuestra condición de desplazados; una historia que jamás pensé narrarle al mundo. Este suceso marcó nuestras vidas para siempre, porque padecimos la violación de nuestros derechos humanos; fue pisoteada nuestra integridad y sufrimos por tener que irnos de la tierra que nos vio crecer, por no poder volver.

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Cicatrices

Cruz María Murillo Zapata

Conflicto, Paz y Memoria

Editorial Universidad de Antioquia®

Colección Conflicto, Paz y Memoria

© Cruz María Murillo Zapata

© Editorial Universidad de Antioquia®

ISBN: 978-958-714-501-139-7

ISBNe: 978-958-714-501-142-7

Primera edición: noviembre del 2022

Diseño de cubierta y diagramación: Imprenta Universidad de Antioquia

Hecho en Colombia / Made in Colombia

Prohibida la reproducción total o parcial, por cualquier medio o con cualquier propósito, sin la autorización escrita de la Editorial Universidad de Antioquia

Editorial Universidad de Antioquia®

(+57) 604 219 50 10

[email protected]

http://editorial.udea.edu.co

Apartado 1226. Medellín, Colombia

Imprenta Universidad de Antioquia

(57) 604 219 53 30

[email protected]

El contenido de la obra corresponde al derecho de expresión del autor y no compromete el pensamiento institucional de la Universidad de Antioquia ni desata su responsabilidad frente a terceros. El autor asume la responsabilidad por los derechos de autor y conexos contenidos en la obra, así como por la eventual información sensible publicada en ella.

Agradecimientos

Agradezco a Dios y al Espíritu Santo por darme esta inspiración e impulsarme cada día, con la suficiente fuerza para escribir este libro. Contar lo que ocurrió me permitió restaurar una parte de mi vida.

A toda mi familia, por su manera incondicional de apoyarme y aportarme información en este proyecto que inició como un arranque de locura y se convirtió en mi mayor desafío y anhelo. Quiero a través de esta historia dar a conocer al mundo nuestras riquezas, lo que padecimos, nuestro dolor, cómo era la vida antes y cómo siguió después del desplazamiento forzado de nosotros, los habitantes de la cuenca del río Cacarica.

A mi madre, por ser el motor de mi inspiración y mi aliento en todo momento. A mi esposo, por darme fuerzas y animarme cada día a continuar este sueño. A mi hijo, por su ayuda en la digitación del primer borrador del libro.

A mis paisanos, por contarme parte de sus vivencias, sus sufrimientos y temores después de este suceso.

Introducción

Eneste libro quise recoger las vivencias y anécdotas de mi familia, mis paisanos y por consiguiente las mías. Es una historia de lo que nos pasó.

Lo que vivimos nos produjo dolor y vergüenza, por nuestra condición de desplazados; una historia que jamás pensé narrarle al mundo. Este suceso marcó nuestras vidas para siempre, porque padecimos la violación de nuestros derechos humanos; fue pisoteada nuestra integridad y sufrimos por tener que irnos de la tierra que nos vio crecer, por no poder volver.

He entregado mis sufrimientos y temores a Dios, como una manera de sanar mi corazón; y he perdonado a los que nos causaron tanto daño. Por esa entrega comencé a plasmar estas vivencias, y después me di cuenta de que recordaba y conocía muchas cosas de las comunidades de la cuenca del río Cacarica, porque nací y me crie en Bijao; allí pasé los mejores momentos de mi vida. Esas tierras son benditas.

Voy a contarles quién soy yo y por qué comparto esta historia.

* * *

Me llamo Cruz María Murillo Zapata. Tengo cincuenta y tres años y fui desplazada por el conflicto armado de la tierra bendita que les menciono: la cuenca del Cacarica, en el departamento de Chocó. Estudié el bachillerato en la Normal de Turbo, región de Urabá, y luego me gradué como técnica en Administración de Empresas y como contadora pública de la Universidad de Pamplona. Desde niña siempre aspiré a ser una persona estudiosa e importante, que pudiera aportarle conocimientos a la sociedad.

Hace ya veinticuatro años que vivo en el hermoso municipio de Turbo, en Antioquia, lugar que me extendió sus brazos y me otorgó nuevas oportunidades de vida, que me permitió transformar mis tristezas y sufrimientos en nuevas vivencias.

Hoy en día estoy casada y tengo un hijo que ya finalizó sus estudios universitarios. Soy una mujer muy apasionada por todo lo que hago, y gracias al Señor soy de un temperamento fuerte cuando la situación lo amerita; me gusta llamar las cosas por su nombre y me considero una mujer perfeccionista con todo lo que hago; me gustan el orden y la puntualidad. Amo y defiendo la naturaleza, pues por mi sangre corren la genética chocoana, el amor por los ríos y las selvas. Añoro y sueño con estar en ese lugar el resto de mi vida, pero no olvido que la guerra destruyó esos anhelos.

Quiero que el mundo conozca la realidad de lo que mis paisanos y yo vivimos con el desplazamiento forzado, contado por una sobreviviente de este acontecimiento tan atroz que marcó para siempre mi vida, la de mi familia y la de todas las personas que habitábamos las veintitrés comunidades de la cuenca del río Cacarica, en Chocó.

Levanto aquí mi voz para contarles todo lo que había callado por muchos años, que estaba guardado con candado en mi corazón, por el miedo y la zozobra que me producía recordar la guerra vivida en ese territorio.

Esos hechos nos obligaron a llegar a una nueva tierra, la zona de Urabá. Vivimos allí desde el 27 de febrero de 1997. Han pasado veinticuatro años y todos los días evocamos la mentira con la que fuimos desterrados; nos dijeron que por la operación Génesis del Ejército tendríamos que irnos de allí, pero que íbamos a poder regresar dos semanas después. Nada sucedió así. Ellos quizás tomaron el control de la zona, pero a su paso y en la confrontación con los grupos ilegales destruyeron no solo nuestras casas, sino también nuestras vidas, porque nos alejaron entre nosotros y rompieron para siempre muchos de nuestros vínculos familiares.

Quise compartir este hecho y contarles cómo pasamos el día a día después de este desplazamiento, sus consecuencias, lamentaciones, frustraciones, limitaciones, problemas psicológicos, incluso la vergüenza que sentíamos cuando nos decían desplazados, y que aumentaba el dolor, la impotencia por lo que pasó. Nos robaron el sueño de vivir dignamente.

Pido por eso que estén atentos a mi historia, a la que he llamado Cicatrices, porque fue eso lo que me dejó el desplazamiento. Deseo que se sepa la verdad por la voz de una sobreviviente. Pretendo con esto que lo vivido y padecido por mí, por mi familia y por nuestras comunidades no quede en el olvido.

La familia

Esta historia comienza desde mucho antes de mi nacimiento. De niña me la contó mi madre, y me la sigue contando ahora, cuando le pido que me hable de la familia y de todo lo que no alcanzo a recordar. Me gusta saber y escuchar relatos de mi madre, a quien, desde que éramos niños, en sus ratos libres le gustaba departir con nosotros, contarnos las diferentes facetas de su vida, su lucha para criarnos y sacarnos adelante. Vengo de una familia de raíces chocoanas; mi padre era de una familia de Istmina, Chocó, y mi madre, de Sevilla, Valle.

Ellos se conocieron en la vereda La Trampa, sector de El Tres, un corregimiento de Turbo, Antioquia. Eran vecinos en el campo: sus fincas quedaban la una seguida de la otra, en una región muy bonita, natural, sana. Allí vivían mis abuelos maternos. Tenían sembrados de cacao y maíz, muchas vacas y buen pasto. Tuve el gusto de conocer esa tierra cuando yo tenía cuatro años, y por eso, aunque es una imagen borrosa de este lugar, recuerdo con emoción que para llegar a la casa debíamos pasar una quebrada y luego subir una loma, y desde allí, al mirar a los lados, la vista se tropezaba con otras montañas y varios cultivos; recuerdo que, por cierto, los cultivos se veían parejos, y al fondo, detrás de ellos, había siempre un agrupamiento de garzas en la tumba de mi tía la menor, de nombre Blanca Libia Zapata.

En esta finca mis padres se conocieron, luego fueron novios por un año y se casaron en la iglesia Nuestra Señora del Carmen de Turbo, a las 7 de la mañana del 20 de mayo de 1961. Como el matrimonio se celebró un sábado, hicieron la fiesta y luego regresaron a La Trampa, a sus fincas. Mi madre debió mudarse a la casa de mi padre y vivir con él en un cuarto pequeño y humilde, contiguo al de otros familiares.

Mi padre se llama Manuel Murillo Cruz. Nació en Nóvita, Chocó, el 2 de septiembre de 1926. Que en paz descanse. Pertenecía a una familia chocoana numerosa; eran catorce hermanos. Mi abuela, Encarnación Cruz, tenía ascendencia indígena. Esta mezcla de razas permitió que mi padre fuera un hombre hermoso, atractivo por su físico, de un color moreno espectacular, con unos rasgos bien definidos y una estatura de un metro con ochenta; era robusto y musculoso, de ojos negros y grandes, con cabello crespo suave, labios bien perfilados y unos dientes grandes y finos.

Gozaba de un carácter fuerte y era bien radical al tomar decisiones. Nada ni nadie lo hacía cambiar de opinión, y cuando sabía que algo estaba mal lo desaprobaba, sin importar que el otro se enojara. Siempre lo admiré por su honestidad. Además, era un hombre que nunca tomaba decisiones sin consultarlo con su esposa y con sus hijos. Le gustaba cultivar el campo, que era su adoración; en especial disfrutaba recogiendo el maíz y el arroz. Cada día, al final de la tarde, llegaba a la casa con las manos llenas de alimentos para nosotros.

Siempre fue el amigo y paisano servicial; nunca escogía a las personas cuando debía ayudarlas, por eso en las comunidades donde vivíamos no dudaban en buscarlo cuando alguien tenía alguna dificultad o cuando había problemas de convivencia. Siempre estaba el señor Manuel Murillo Cruz con sus buenos consejos, lo que podía llevar a una conciliación entre las personas, con pactos de palabra y solucionando las diferencias. Mi padre fue dos veces inspector en la comunidad de Bijao y otra más en Puente América, Chocó. En esos cargos los jóvenes lo respetaban como si fuera un padre. Me da orgullo saber que tuve un padre comprometido con la sociedad, con la gente de la cuenca del río Cacarica. Siempre estaba con las manos abiertas y el corazón dispuesto para servir sin ninguna contraprestación.

Puedo hablarles maravillas de él, pero de su persona hablan las obras. Estaba pendiente de hacer campañas para limpiar las trochas y los ríos. Y nunca descuidó su papel de padre de familia; es más, puedo decir que fue el mejor del mundo. Vivía pendiente de su esposa y de sus hijos, y se preocupaba por que no nos faltara nada; teníamos alimentos, amor, protección y buenos ejemplos. Él y mi madre lucharon para que fuéramos correctos y honrados. Esto lo enseñaban los dos cada día con sus actos; mi padre nunca se embriagaba, decía que tenía hijos pequeños para cuidar y que quería vernos tener un buen futuro. Soñaba con que estudiáramos y fuéramos unas personas de bien en la vida.

Es más, cuidaba de nosotros desde antes de nacer. Le daba mucha alegría cuando mi madre quedaba embarazada, y él después del parto hacía todos los oficios de la casa para irse a trabajar el monte. Por eso quería que al crecer sus hijas tuviéramos un buen marido; nos decía que éramos su mayor tesoro y nos repetía una frase que hoy recuerdo: “No crie hijas para que las dejen morir de hambre”. Y de mis hermanos hombres también vivía pendiente; cuando notaba algún comportamiento raro en alguno de ellos, en los mayores, se preocupaba y, frunciendo el ceño, les decía: “Detrás del cangrejo grande se va el pequeño”.

Cuánto daría por poder regresar el tiempo y estar sentada en sus piernas. Él siempre me decía “mamá”, por el parecido que yo tengo con mi abuela, pero cuando me iba a regañar o a pegar por algo malo que hubiera hecho, ahí sí me llamaba por mi nombre: Cruz María. Y sabía yo que iba en serio. Todas sus enseñanzas permitieron que fuera una persona correcta en la vida. Y aunque tengo el mejor recuerdo de mi padre, debo decir que mi madre, aún viva, es mi gran ejemplo en la vida.

Mi madre se llama Ana Lucía Zapata de Murillo. Nació en Sevilla, Valle del Cauca, en 1946. Tiene setenta y seis años. Es hija de padres antioqueños. Tuvo dieciocho hermanos. Es una mujer de poca estatura, apenas pasando el metro y medio; por eso digo que es “mi chiquitica”, como tantas veces la llamo; lo que Dios le negó de estatura se lo dio en corazón, con un don de servicio que todavía me sigue sorprendiendo, porque ella siempre está dispuesta a ayudar a los demás; no le importa quedarse sin con qué alimentarse, y dice que Dios verá qué hace con ella, porque en lo que le queda de vida, ojalá muchos años, no va a ser indiferente ni ajena al dolor de los demás.

Desde temprana edad tuvo que empezar a trabajar duro y nunca se ha detenido. Cuenta que a los ocho años ya ella sabía cocinar, por lo que mis abuelos maternos depositaron en ella mucha responsabilidad aun siendo tan niña. Fue muy humilde, obediente, ingenua.