Clases de baile para mayores - Bohumil Hrabal - E-Book

Clases de baile para mayores E-Book

Bohumil Hrabal

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Beschreibung

El anciano libertino protagonista de esta novela cuenta la historia de su vida a una bella señorita. Así nos enteramos de sus conquistas amorosas, escándalos, tanto privados como públicos, aventuras militares y de cómo era la vida en los días del Imperio austrohúngaro. Hrabal, uno de los grandes escritores checos del siglo xx, señala en su prólogo: "Mi tío Pepin fue un héroe, tanto en la vida como en Clases de baile para mayores; él fue mi musa, provisto de una botella y un embudo". Esta sorprendente novela, alarde de ebriedad, desgarradora confesión del alma, es un relato metafísico de la naturaleza del amor y el tiempo, y demuestra por qué Hrabal se ha ganado la admiración de escritores como Milan Kundera, John Banville o Philip Roth.

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Seitenzahl: 131

Veröffentlichungsjahr: 2015

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CLASES DE BAILE PARA MAYORES

Bohumil Hrabal

Título original: Tanecni hodiny pro starsi a pokrocile

© 1964, Bohumil Hrabal Estate, Zürich, Switzerland

© de la traducción: Jitka Mlejnková y Alberto Ortiz

Edición en ebook: marzo de 2015

© Nórdica Libros, S.L.

C/ Fuerte de Navidad, 11, 1.º B 28044 Madrid (España)

www.nordicalibros.com

ISBN DIGITAL: 978-84-16112-77-7

Diseño de colección: Filo Estudio

Corrección ortotipográfica: Ana Patrón y Susana Rodríguez

Maquetación ebook: Caurina Diseño Gráfico

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

Contenido

Portadilla

Créditos

Cita

Autor

Prólogo

Clases de baile para mayores

Bohumil Hrabal

(Brno, 1914 - Praga, 1997)

Escritor checo cuya obra se caracteriza por una visión satírica de la realidad y la importancia que confiere a sus aspectos absurdos. Considerado uno de los más grandes autores del siglo xx en su lengua por su facilidad narrativa y el uso alternativo del humor y la tragedia en un mismo plano, adquirió popularidad con sus novelas Clases de baile para mayores (1964), Trenes rigurosamente vigilados (1965) y Yo que serví al rey de Inglaterra (1971).

Sus novelas han sido traducidas a veinticuatro lenguas, obteniendo renombre internacional. Durante los años setenta, en la denominada «época de normalización» en la Checoslovaquia comunista, el autor fue represaliado por su adhesión a la «Anticarta», Manifiesto de las dos mil palabras (1968), en la Primavera de Praga. Pese a su fama, el escritor checo se mantuvo alejado de la vida social, aunque sin abandonar las visitas a su habitual cervecería praguense.

PRÓLOGO

Pienso que las expresiones idiomáticas poco ortodoxas a las que he recurrido en la construcción de Clases de baile para mayores son necesarias; en la misma medida, en la prosa contemporánea se aprecia un deslizamiento en la selección de la figura del héroe. Creo que existe un continuo trasvase entre la lengua coloquial y las jergas, y que un nivel idiomático presupone la existencia del otro. Las jergas, más que la lengua coloquial, tienen un interés en el idioma académico, puesto que se basan en saltarse las reglas establecidas mediante la creatividad, buscando un efecto de sorpresa y singularidad, para cogerte desprevenido. Las jergas son una eficaz defensa ante la rigidez y el convencionalismo, son un esfuerzo por conquistar lo prohibido, también un experimento con la lengua y desde la lengua, a veces ironía o provocación. Los protagonistas, que se expresan con vivacidad y en la forma habitual de su medio vital, resultan frecuentemente más sabios y audaces, y, para un lector, más curiosos y, por consiguiente, más divertidos y provechosos. Mi tío Pepin fue un héroe de éstos, tanto en la vida como en Clases de baile para mayores; él fue mi musa, provisto de una botella y un embudo, capitaneando el texto del retrato del señor No name de Karlín, mientras que yo, como un respetuoso observador, iba a bordo de la nave, equipado con la rebosante botella del humor de mi tío.

Bohumil Hrabal

Clases de baile para mayores

Igual que ahora vengo a verla a usted, señorita, antes me gustaba frecuentar a aquellas bellezas de allí, junto a la iglesia; no es que yo estuviera tan entregado a la sacristía, es que al lado de la casa del cura había una tienda, donde un tal Altmann vendía máquinas de coser de segunda mano, además de gramófonos americanos de doble cuerda y extintores de marca Minimax; y el tal Altmann, como segunda ocupación, proporcionaba chicas guapas a todos los bares y tabernas de la provincia, y frecuentemente aquellas señoritas se alojaban en un cuartito de la trastienda o, si era verano, las damiselas levantaban una tienda de campaña en el jardín, y al señor cura le gustaba pasear junto a la cerca, ya que aquellas guapetonas ponían la gramola, cantaban, fumaban y tomaban el sol en traje de baño… aquello era una delicia, era como estar en el cielo, en el paraíso, por ello al señor cura le complacía tanto andar junto a la cerca, para pasar revista, porque había tenido mala suerte con sus capellanes: uno se le había escapado con su prima a Canadá, otro se pasó a la Iglesia de los Hermanos Checos y Eslovacos para poder casarse, y el último se saltó la prohibición y la cerca; visitando a aquellas preciosidades que tomaban el sol en traje de baño, se enamoró de una de ellas y acabó pegándose un tiro a causa del amor no correspondido… un revólver o una Browning siempre acaban por causar daño: una vez mi hermano y yo, de chavales, pedimos prestada una y nos pusimos a pegar tiros a la cerca de madera como Conar Tolnes, luego mi hermano desmontó aquellaBrowning, pero ya no conseguimos volver a montarla, estábamos tan desesperados que queríamos pegarnos un tiro, pero por suerte no pudimos hacerla disparar, de modo que me resultó posible visitar a las señoritas de la iglesia cuantas veces quise… me presentaba siempre bien vestido, con pantalón a rayas como si fuera un empleado de banca, y acostumbraba a sentarme sobre la caja del Minimax con aire de diplomático… el sol calentaba y las señoritas estaban en bañador, echadas sobre unas mantas como si fueran de alguna secta de Adoradoras del Sol; eran seis y yacían de espaldas, con las manos cruzadas bajo sus cabecitas de melenas cardadas; contemplando las nubes a drede, permitían que los ojos de los hombres disfrutasen de sus cuerpos; yo, que era sensible como Mozart y admirador del Renacimiento europeo, miraba como un cocodrilo: con un ojo vigilaba el jardín de la casa del párroco y con el otro las piernecitas cruzadas sobre las rodillas; las bellezas columpiaban los tobillos, y a mí me recorría el cuerpo una especie de hormigueo… ¿quién tuviera la suerte de estar con tantas bellezas?… sólo un emperador o un sultán… de modo que procuraba mantener la conversación, les contaba algún sueño agradable que había tenido, como aquel en el que un panadero metía panes a hornear y ello significaba ganar a la lotería —pero yo no había comprado el boleto— y que ver en sueños una panadería también podía querer decir tener diversiones nocturnas… ¿pero de qué servirían las diversiones nocturnas?… ni Havlíček1 ni Cristo rieron jamás, más bien todo lo contrario, pues, si uno debe ser el representante de una gran idea, no puede hacer tonterías; Havlíček tenía el cerebro como un diamante, hasta sus profesores se quedaban patidifusos, le ofrecieron la mitra arzobispal, pero él prefirió la justicia, más algo de sopa y café, y trabajar para la nación, combatiendo la ignorancia; sólo las personas degeneradas pueden soñar con darse revolcones en el estiércol e interpretarlo como señal de alegres tiempos venideros —o soñar con una bacinilla que les augura un futuro próspero—, pero ya ven, señoritas, eso es precisamente lo bueno: creer en uno mismo y no esperarlo todo de los padres, como un tal Manouch, al que le bastaba que su padre trabajara de carcelero, mientras él no hacía más que beber y tener malas experiencias; ello sólo conduce a peleas como aquella de los tiempos del Imperio Austriaco entre los socialistas, demócratas y librepensadores, y los clericales: unos creían que el mundo provenía de los primates, y los otros que Dios creó a Adán amasando barro, y de sus tripas luego a Eva —como si no hubiera podido hacerla también de barro, lo que le habría salido más barato—; si esto no es más que un galimatías, porque entonces el mundo estaba vacío como una estrella —es que la gente le da mucho al pico y se mete en lo que no le atañe—, yo también podría hacerme ilusiones con la encantadora hija del primer ministro, pero lo que no puede ser, no puede ser… ya han visto cómo termina todo, ¡Dios mío!… como cuando el príncipe heredero quedó averiado por la sífilis y la Večeřová se fue de la lengua, por lo que el cochero le pegó un tiro… bueno, eso ya lo saben, señoritas, serían enterradas vivas si a su hombre se le estropeara el juguete… pues cuando yo servía en el ejército más hermoso del mundo, le dije al matasanos: «Doctor, tengo un dolor en el pecho» y él me contestó: «A mí también me duele, hijo, ¡si tuviéramos otros cien mil hombres como tú derrotaríamos al mundo entero!»… y me puso un sobresaliente, y de ésta yo salí triunfador y, según me iba con ínfulas a otra parte, él me gritó: «¡Oiga, no tenga tanta prisa, acompañe a mi señora a la estación!»… y su señora era una belleza, del mismo tipo que la Mařenka Ziegler, grandullona como María Teresa, vestida como una reina, y de inmediato quiso saber: «¿Está usted soltero?»… y luego me dio veinte pavos, pero yo no los cogí… —ya saben, por la caballerosidad—… Havlíček y Cristo tampoco los hubieran aceptado; ¿entienden?… entonces nos gustaba presumir: solía ponerme unos quevedos y, sobre la corbata, una medalla prendida que había conseguido el abuelo de un amigo mío en salto de altura en una competición del Club Aquiles de Brno… lo principal era tener dinero, entonces con dinero se conseguía todo —también señoritas guapas: hasta uno ya viejo o con chepa podía comprarse una mujer hermosa—, así va el mundo por el Universo, y yo, que he jurado a emperadores y presidentes, sigo siendo un triunfador, sigo teniendo esas manos maravillosas como las de un médico, un cirujano; un zapatero siempre tiene manos finas, de mí decían que era un Profesional con mayúscula, y el mismísimo Baťa me mandó un diploma, que me autorizaba a trabajar con él, para levantar su empresa; la baronesa Břízová, que solía venir a nuestra casa a por leche, se puso a mirarme de reojo y, bajando la vista, me preguntó: «¿No será usted también de sangre azul?»… y eso que ella era una señora muy fina: tenía la misma carita que tienen los gatos en las cajas de chocolatinas; su hija se casó con el apuesto juez Just, el mismo que ponía a todos los gandules y borrachuzos las condenas más altas: Tónek, el de los Opletal, le propinó un bofetón, pues le había condenado a trece meses por haberle cortado el gaznate al señor Říha en un debate académico… y como quiera que Cristo, médico de todas las naciones, protector de los pobres, ya sabía entonces que un hombre es propenso a hacer toda suerte de gamberradas para, a continuación, echar unas lagrimitas, por eso tuvo también esa fuerza y, por todos nosotros, cargó aquella viga sobre su espalda y, destrozado a golpes, bañado en sangre, la llevó dos kilómetros hasta el Gólgota; con eso los curas se ponen como locos hasta nuestros días, lo que más les gusta es explicar a los niños el misterio de la Santísima Trinidad: aquello de que el Padre es su propio Hijo y que el Hijo es su Padre, y que entre ellos se cartean con la ayuda de una paloma, bueno, un caos tal que te hace perder el seso, como si los curas no tuvieran bastante con lo que oyen en las confesiones: todos estos líos de hijos ilegítimos y padres impropios, pero todo esto a la gente no le suele gustar, ya que Cristo pedía amor al prójimo, disciplina, y no esos amoríos de sofá, como equivocadamente piensan algunos pobres locos… yo sí que puedo presumir, yo, que siempre he tenido presente a Havlíček en mi pensamiento y que como zapatero fui ingeniero de los pies humanos… pespuntear bien los zapatitos con hilo blanco y cuidar de que los clavitos no hagan daño en el talón… yo, que usaba pegamento de las marcas Elbet y Gumidrabant, hecho de pezuña de elefante… pero la opinión mundial está regida por idiotas y borrachos: ya veremos si consiguen hacer un salto, montados a caballo, a los setenta, como el difunto Masaryk, o como los monjes del Tíbet, que han construido una central eléctrica, con la que iluminan en el monasterio al Buda viviente, ese niño pequeño, o como el profesor Einstein, que inventó el submarino atómico, o los rusos, que hacen pruebas de vuelo alrededor del mundo con un reactor y vuelan tan rápido que, apenas echan a volar, ya tienen que empezar a frenar, de manera que, como alguien dijo, no está lejos el día que, en una vuelta al mundo, ese reactor pueda ver su propia cola, o que la gente se suba a un avión de ésos y tenga que bajarse de inmediato… la gente viajará tan deprisa que será mejor quedarse sentado en casa, sin embargo, lo principal sigue siendo que el hombre no viva en una pocilga, y que lleve ramilletes de flores a las bellas… cuando nuestro cura tuvo dificultades al orinar, el doctor Karafiát le dijo: «…Ya se lo había dicho yo, tiene que comer cosas ligeras y no carnes asadas regadas con vino», en cambio, una mujer se comió una salchicha tras el parto, y el doctor le echó el sermón de que no es bueno atiborrarse de manzanas, pero luego al marido le echó la bronca de que una puérpera no debe ni oler salchicha y le aplicó una lavativa, por el contrario, cuando yo fui a la consulta del doctor Karafiát a causa de la solitaria, me puso a régimen y me prescribió sentarme en leche; otro me hubiera puesto de patitas en la calle, pero el doctor Karafiát me dijo: «Con sólo mirarle, me doy cuenta de que está usted alterado y que, por tanto, no es apto para el santo matrimonio», y para más inri aquello coincidió con la feria y, en la plaza, había una mujer comiéndose una morcilla, y el perro del médico se escapó de casa y le arrancó aquella morcilla hasta con el morro, de manera que el médico se vio obligado a comprarle otra salchicha a aquella mujer y a coserle el labio, de cómo lloraba; por aquel entonces la gente era galante con las mujeres: un profesor me contó que no supimos apreciar el Imperio Austrohúngaro; tampoco supimos apreciar bien los prostíbulos —los hombres se ponían nerviosos a causa del exceso de energías—, un tal Gruléšek pegaba a su mujer con unas cadenas —a las que se llamaba gatos— que servían para sujetar la leña en el carro; el abogado Kir, el mismo que medió en la compraventa de nuestra casa y construyó al lado del juzgado su villa con fontanas, palmeras y una columnata de mármol, rodeada por una rosaleda, con una figura de Eva desnuda con el mundo entero a sus pies… pues ese abogado se pegó un tiro a causa de que su señora lo dejó por un pobre estudiante, como si la vida fuera una zarzuela; todas las señoras pudientes están rebosantes de romanticismo: a mí me hacían tales propuestas que se me abrían las úlceras… por supuesto que le haré otro par de zapatitos, me pondré esos lentes de aumento y le haré unos zapatitos en forma de KB, tachonados, con forros y palmilla blancos, puntera cuadrada y corte Derby-Pariseur