Clínica psicoanalítica - Oscar Alfredo Elvira - E-Book

Clínica psicoanalítica E-Book

Oscar Alfredo Elvira

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"Oscar Elvira ha escrito este libro con la pasión y el conocimiento que tiene por el psicoanálisis. A través de sus páginas nos ofrece una acabada historia desde los inicios de la teoría y la clínica psicoanalíticas. En todas las actividades que emprendió y sigue emprendiendo, se caracteriza por el interés y el compromiso en la concreción de las mismas. Ejemplo de ello es su anterior libro Liderazgo y poder en la institución psicoanalítica y ahora este nuevo libro que con riguroso detalle nos ofrece los antecedentes y luego el inicio del psicoanálisis con su creador Sigmund Freud. Cada página expresa un relato acabado de los acontecimientos y nuevas ideas de autores que siguieron a Freud y que luego enriquecieron al psicoanálisis, ampliando la teoría y la clínica psicoanalíticas, constituyendo un gran aporte para la comunidad psicoanalítica toda y especialmente para las nuevas camadas de psicólogos y psicoanalistas." Marilé Truscello de Manson

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Oscar Alfredo Elvira

Clínica psicoanalítica

Teoría y práctica

PRIMERA EDICIÓN

Dedicado a

Nora Barugel,

Marilé Truscello de Manson y

Norberto Neyes (in memoriam)

Agradecimientos

Este nuevo libro surge como producto de casi cuatro décadas de trabajo como analista y otro tanto como docente. Siempre mantuve interés por los alcances y aplicación de la técnica psicoanalítica y su aplicación en la clínica.

Algunos de los lugares donde ejercí la docencia son el Instituto de formación psicoanalítica de APdeBA-IUSAM, Universidades del Salvador (Buenos Aires y Bahía Blanca), Universidad de la Marina Mercante (UDEMM), en la cátedra de Salud Mental, Psiquiatría y Semiología de la Facultad de Medicina de la UBA, en cursos sobre psicosomática y obra de S. Freud en el Hospital Español de la ciudad de Buenos Aires. Además, cursos y clases en los hospitales como el Bernardino Rivadavia de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Instituto de Rehabilitación Psicofísica (CABA), Hospital Tornú, Hospital Manuel Roca y algunos otros. Asimismo, he presentado ateneos y participado en numerosas jornadas sobre la especialidad en psicoanálisis.

Producto de toda esta actividad es que deseo expresar un especial agradecimiento a los colegas, profesores, alumnos y autoridades de las diferentes instituciones donde he ejercido y ejerzo todas estas actividades: Dra. Gabriela Renault (Decana USAL), Dr. Rodolfo Moguillansky (Rector del IUSAM), Lic. Claudia Etkin (Decana UDEMM) y Dr. Sebastián Albani.

Recientemente he sido nombrado director de la Maestría en Clínica Psicoanalítica en la Universidad de la Marina Mercante, que se ha propuesto iniciar dicha actividad a partir del año 2020. Deseo hacer un especial reconocimiento a la decana de la Facultad de Humanidades, Lic. Claudia Etkin, al Secretario Académico, Lic. Eric Bettros, a la Directora de la carrera, Lic. Marcela García Rey. El cuerpo docente estará integrado por profesionales de reconocida trayectoria: Dra. Alicia Fagliano, Dr. Omar Mosquera y Mag. Ezequiel Achilli; Dr. Daniel Tosso, Dr. Carlos Gutiérrez y Dr. Pablo Farneda; Dra. Azucena Borelle, Dra. Susana Russo y Lic. Mabel Amalia Cambero; Lic. Omar Asan, Lic. Eric Vettros y el autor de este libro.

Deseo hacer un reconocimiento al Dr. Alfredo Bergallo, con quien supervisé por casi dos décadas. A mi querida colega Dra. Ana María Giner. A los titulares de cátedra Dr. Héctor Ferrari, Dra. Lía Ricón y Dr. Miguel Ángel Materazzi; Dr. Carlos Maraschlian, Lic. Malena de la Peña y Dra. Marilé Truscello. A mis colegas docentes en diferentes cátedras donde me desempeñé como profesor titular: Lic. Ana María de la Roza, Lic. Alicia Thompson, Lic. Andrea Pierri, Dr. Osvaldo Menéndez, Lic. Marianela Nyville, Lic. Liliana Manguel, Lic. Omar Asan, Lic. Andrea Gago y Lic. Mabel A. Cambero. Participé en cátedras hospitalarias con Dr. Daniel Tosso, Dr. Hugo Failla, Lic. Beatriz Rodríguez, Lic. Silvia Eydelstein, Lic. María del Carmen Castaño Blanco, Lic. José Martín, Dr. Ernesto Walberg. Pido disculpas si me olvido de algún nombre.

Un especial reconocimiento a los jefes de servicios hospitalarios donde desempeñé tareas: Lic. María del Rosario Gómez, Dr. Luis Damigella y Dr. Carlos Maraschlian; Dra. Stella Diamanti y José Martín, recientemente desaparecido. Hago extensible mi agradecimiento a mis colegas del Centro Liberman de APdeBA, Dr. Daniel Tosso, Lic. Alicia Thompson y Dra. Alba Brengio; Dra. Marilé Truscello, Mag. Isabel Mansione y Dr. Hugo Failla; Lic. Mabel A. Cambero, Dra. Mónica Serebriany y Lic. Mónica Belucci; Mag. Yael Wollinsky, Lic. Nora Steren, Lic. Nadina Camus y Dra. Miriam Rudaef y a los coordinadores de equipo de Adultos, niñez y adolescencia, Orientación vocacional y Familia y pareja.

Los intercambios en Barcelona con distintos psicoanalistas me han posibilitado pensar en las encrucijadas de la clínica, por esto un especial agradecimiento a los Dr. Valentín Barenblit, Dr. Eduardo Braier y Dr. Víctor Korman; Lic. Rosa Royo, Joseph Knobel Freud y Carlos Tabia, entre otros. En Madrid, Dr. Luis Martín Cabré; en Río de Janeiro, Jo Gondar; en Génova, Gianni Guasto y a todo el grupo ferencziano en Buenos Aires: Dr. Marcos Tabacznik, Dra. Beatriz Corti y Dr. Agustín Genovés; Lic. Silvia Raggi y Dra. Alba Gasparino. En ciudad de México, Dr. Ricardo Carlino y Dra. Alicia Briseño.

Este libro es producto de un trabajo en equipo con la Lic. Norma Cerrudo y el Lic. Ricardo Rodríguez. Agradezco infinitamente a mi hijo Gonzalo Elvira quien me ha permitido embellecer la tapa con uno de sus cuadros.

Agradezco a la Dra. Marilé Truscello por haber leído el libro y haber aceptado escribir el prólogo.

Por último, toda mi gratitud a mi familia, que me ha alentado a llevar adelante la tarea: mi esposa Mabel, mis hijos Gonzalo, Rodrigo, Lucio, Julián y Agustín.

Prólogo

por Marilé Truscello Manson

 

Conozco a Oscar Elvira desde hace mucho tiempo, no sólo compartimos APdeBA y actividades en común en la Institución, sino la docencia en la cátedra de Salud Mental junto a Héctor Ferrari en la Facultad de Medicina y en la Cátedra de Estructuración de la Subjetividad en la Universidad del Salvador.

Oscar Elvira ha escrito este libro con la pasión y el conocimiento que tiene por el psicoanálisis. A través de sus páginas nos ofrece una acabada historia desde los inicios de la teoría y la clínica psicoanalíticas.

En todas las actividades que emprendió y sigue emprendiendo, se caracteriza por el interés y el compromiso en la concreción de las mismas.

Ejemplo de ello es su anterior libro Liderazgo y poder en la institución psicoanalítica y ahora este nuevo libro que con riguroso detalle nos ofrece los antecedentes y luego el inicio del psicoanálisis con su creador Sigmund Freud.

Cada página expresa un relato acabado de los acontecimientos y nuevas ideas de autores que siguieron a Freud y que luego enriquecieron al psicoanálisis, ampliando la teoría y la clínica psicoanalíticas, constituyendo un gran aporte para la comunidad psicoanalítica toda y especialmente para las nuevas camadas de psicólogos y psicoanalistas.

En el primer capítulo ya nos anuncia los albores de lo que va a desarrollar, los múltiples enfoques teóricos que dieron lugar, a partir de Sigmund Freud, al psicoanálisis y los distinguidos seguidores que aportaron nuevas ideas.

El autor se compromete cuando dice que es muy valioso conocer cierta cantidad de teorías psicoanalíticas que permitan ejercer una clínica sin la preeminencia de teorías únicas, para comprender al paciente. Con una narrativa detallada, sumerge al lector desde los inicios del psicoanálisis y sus diversos desarrollos teórico clínicos, que va a desplegar en los siguientes capítulos del libro.

Documenta los inicios de la clínica psicoanalítica de niños rescatando los desarrollos teóricos previos (Freud, Ferenczi) sobre primeros años de vida, vida fetal. Tres ensayos de teoría sexual y el caso Juanito. Y el arribo de Melanie Klein como así Ana Freud. Y entre nosotros, destacados analistas de niños.

Se refiere a la técnica del juego y del dibujo que fue enriqueciendo el psicoanálisis de niños. Rescato en este capítulo el relato clínico que hace Oscar Elvira sobre un pacientito y la capacidad empática con el niño.

Le siguen capítulos de gran envergadura sobre la clínica de las neurosis y psicosis, desarrollos teóricos que ampliaron la concepción y estructuración del psiquismo.

Un comentario del autor acerca “de este siglo XXI que nos confronta con nuevas conformaciones y vicisitudes de la sexualidad, las cuales nos estimulan a pensarlas” nos señala cómo seguirá aventurándose a repensar, augurando cambios en la teoría que deben acompañar las cambios en la sociedad toda. La teoría no puede ser estática cuando se trata del hombre y su entorno.

El autor se compromete con la teoría y la clínica ofreciendo en diversos capítulos viñetas clínicas, por ejemplo, sesiones de juego en el niño “que están más allá de las palabras”. Resalto esto último, “más allá de las palabras”, ya que el autor enfatiza el valor del mensaje que puede ser una comunicación a través del cuerpo o gestos, en diversas patologías. Nos remite a la importancia de lo gestual y corporal que ya desde Freud, era considerado importante en el paciente.

Rescata el valor de los fenómenos ligados al cuerpo que estarían en lo que denomina el umbral de la interpretación, como un aspecto a tener en cuenta de aquello no dicho pero expresado a nivel de gestos o conducta motora...

Con un registro abultado de psicoanalistas extranjeros y argentinos que nos anteceden en este tema, el autor se suma con lo que titula “transferencia corpórea de órgano” referida a una actividad protomental del paciente, como una forma de comunicación no verbal dentro de la sesión, que podrá ser decodificada en la dupla analítica.

“Clínica psicoanalítica, teoría y práctica”, expresa la profunda investigación del autor sobre el psicoanálisis, desde sus inicios, con el agregado de su valiosa experiencia como psicoanalista sumado a su pasión por el ejercicio de esta tarea.

 

 

Presentación

En este libro me propongo pensar lo sucedido en el devenir y desarrollo del psicoanálisis como corpus teórico-clínico desde su iniciático período inaugurado por su fundador S. Freud con Tratamiento psíquico (tratamiento del alma) (1890) hasta La escisión del Yo en el proceso defensivo (1938). Además, esta propuesta intenta comunicar parte de los diferentes progresos teóricos dentro del psicoanálisis a lo largo de estos 130 años de historia. En este sentido pondré el acento en la pluralidad de voces que han desplegado sólidos conceptos teóricos dentro del campo psicoanalítico.

Además, deseo desarrollar una idea sedimentada en la experiencia de mi práctica clínica de casi cuatro décadas: todo ser humano porta una actividad inconsciente ligada a la actividad pulsional en constante actividad, producida por unidades articuladas entre sí, que darán cuenta de una forma subjetiva de estructurar una forma de vivir. Esa unidad que conduce a la formación de una estructura tiene su momento de origen en lo biológico y mental. Ambos son parte de un entramado muy particular que se manifestará en un cuadro psicopatológico o en una forma de vivir, que se adquiere en el devenir de la existencia histórica de un sujeto humano.

Pienso la estructuración del sujeto humano como un producto de tres dimensiones −biológica-psicológica-social− tal como lo propusiera oportunamente Enrique Pichon Rivière y Norberto Helman lo resaltara en sus escritos, supervisiones y trabajo en equipo. Además, como fuera formulado por Janine Puget e Isidoro Berenstein, las configuraciones de lo inconsciente se encuentran desplegadas en un escenario tridimensional, en un permanente intercambio: el intrasubjetivo (en el interior del propio sujeto de la experiencia), el intersubjetivo (que se añade en el encuentro con un otro diferenciado) y el transubjetivo (el de la inserción con el mundo social, institucional), donde debatimos por escuchar lo que los otros nos dicen y solicitamos que nos escuchen, para que todos juntos tejamos una red social y cultural, con una impronta específica y diferente, indefectiblemente marcada por la dimensión epocal que nos toca vivir.

Desplegaré con mayor detenimiento estas ideas acompañado por la obra de distinguidos psicoanalistas que han avanzado desde su práctica teórica y clínica y que, a mi entender, han edificado con el fundador del psicoanálisis nuevas ideas para pensar la complejidad humana y su articulación. Pensaré el proceso de las ideas psicoanalíticas como producto de una genealogía, término que tomo de H. Racker: “La influencia de distintos arquipadres y padres analíticos sobre la técnica de sus hijos, nietos y bisnietos analíticos.”1

Estudios evidentemente parciales, porque me es imposible conocer todas las teorías, pero sí valoro que sus esclarecimientos y enseñanzas me permiten pensar la clínica psicoanalítica.

Por otra parte, considero que es cardinal para cada analista conocer una cierta cantidad de teorías psicoanalíticas que le permitan ejercer la clínica psicoanalítica sin la preeminencia de teorías únicas que funcionen como la palabra de Dios, como un tótem o como el sostén último con nuestra propia madre. Como lo sugiere José Valeros, “creo que en esencia, repetimos frente a las teorías, aspectos básicos de nuestra relación con la diversidad del mundo, de acuerdo al modelo de relación que internalizamos de la personalidad de nuestras madres.”2

Inspirado en este saber, desarrollaré una serie de ideas referidas a la técnica psicoanalítica, tributaria de una genealogía que construyen, de la mano de los maestros, una forma de pensar los hechos y desafíos que la clínica interpela en cada encuentro con un paciente y con nosotros mismos.

1 Racker, H., Estudios sobre la técnica psicoanalítica, Buenos Aires: Paidós, 1960, p. 35.

2 Valeros, J., Sobre la diversidad de teorías psicoanalíticas, Ateneo APdeBA, Pre-simposio 2007, p. 10.

CAPÍTULO 1 Edificar una teoría, una técnica y una genealogía psicoanalítica como un proceso “ecológico”1

Yo moriré pronto, y espero que los demás tarden mucho en seguirme, pero nuestra obra, comparada a la cual somos todos insignificantes, debe continuar.

Sigmund Freud

 

 

No tuve yo razones para arrepentirme de esas breves especulaciones, que habían de conducirme a hechos muy concretos.

Wilhem Reich

 

 

Nuestra hoja de ruta se inaugura con la obra de S. Freud y las transformaciones que provocó desde su iniciático momento en la última década del siglo XIX hasta el fin de la cuarta década del siglo XX. Tendremos en cuenta temas tales como encuadre, proceso psicoanalítico, transferencia y contratransferencia; interpretación, resistencia y relaciones objetales, insoslayables para pensar una técnica y sus vicisitudes clínicas.

Sigmund Freud, en todo ese devenir teórico-clínico, pensó cómo un sujeto humano se construye desde lo corporal (que porta en parte una energía libidinal sexuada, la inexistencia de un Yo en el comienzo de la vida), pasando por la construcción de una nueva dimensión de la mente signada por lo inconsciente, por esa primera vivencia de satisfacción y sus avatares y la formulación objetal del narcisismo; la égida de los principios de placer y realidad, el lugar de la pulsión y el giro de 1920, con su propuesta de las pulsiones de vida y de muerte, la nueva forma de pensar a la subjetividad en tres instancias (el Yo, el Ello y el Superyó) y su teoría sobre la conformación de un Yo clivado, escindido, “una desgarradura”.

Este sujeto humano legado por S. Freud está ligado al conflicto, al desconocimiento en parte de sí mismo y a la introyección de objetos edípicos (madre y padre), con los que construye su subjetividad, la que se encuentra en permanente remodelación.

 

Para algunos autores, como Sándor Ferenczi, existe un psiquismo desde antes del nacimiento que se manifestará desde una omnipotencia incondicional (psiquismo fetal) hasta la necesidad de hallar un objeto.2

 

Melanie Klein permite pensar su obra en tres períodos.3 El primero, más ligado a la obra de S. Freud, aunque sugiere algunas modificaciones, como el complejo de Edipo temprano. En un segundo momento formula la existencia de un Yo incipiente desde el nacimiento, que mantiene relaciones de objeto parciales, signado por las pulsiones de vida y de muerte, que luego se traducirán en envidia (pulsión de muerte) y gratitud (pulsión de vida). Plantea la conformación de la mente desde dos posiciones (esquizo-paranoide y depresiva) y define a una posición como un conjunto de ansiedades, mecanismos de defensa y relaciones de objeto. Los mecanismos que propone como centrales para la posición esquizo-paranoide son la identificación proyectiva, además de la negación, la escisión, la voracidad y la envidia. La identificación proyectiva es un mecanismo omnipotente, guiado por la ansiedad temprana del niño, para salvar al Yo de la pulsión de muerte y dar un lugar vital a la pulsión de vida. Por esa actividad inconsciente, transformará al objeto primario (primero el pecho y luego el objeto total) en bueno (pulsión de vida) y malo (pulsión de muerte). Luego advendrá la integración del objeto en la posición depresiva, el mecanismo central de defensa en la identificación introyectiva, la que integra al objeto en bueno, predominante sobre la maldad y destructividad.

Melanie Klein presenta, desde su teoría basada en la clínica con niños, la existencia de un Yo rudimentario desde el inicio de la vida, adhiere a la segunda tópica freudiana, piensa en la actividad del Ello y la existencia de un Superyó temprano, al que define primero como de máximo sadismo y luego le adjudica la posibilidad de una predominancia benévola para el niño. Además, establece la tríada Ello, Yo y Superyó como personajes en el interior del sujeto humano. La fantasía es central y cada una de las instancias representa personajes que mutan en un permanente caleidoscopio. Puede predominar el Ello sobre las otras dos instancias y repentinamente pasar a comandar la mente el Yo o el Superyó.

En un tercer momento de su obra otorgará un espacio importante a la envidia, a la que define como constitutiva del sujeto humano. Esta es una postura tanática, donde el sujeto de la experiencia trata de destruir al objeto, pero lo central de este sentimiento es que se revierte y ataca al propio sujeto y a sus producciones. Se observa en neuróticos que no toleran sus propias buenas producciones y las atacan. Como contrapartida, propone el sentimiento de gratitud, donde predomina la pulsión de vida sobre la de muerte. Aquí se valora al objeto y las producciones del propio Self. Son un antídoto contra la destructividad de la envidia.

 

Wilfred Bion −con su formulación sobre la experiencia en grupos, al abrigo de diferentes líderes que gobiernan la vida grupal y su revolucionaria concepción de pensar la mente en un intercambio permanente entre la escisión y la integración−4 enriqueció la obra de M. Klein al proponer el intercambio permanente, en forma de caleidoscopio, entre la escisión y la integración en la vida diaria. Cuestión que se observa indefectiblemente en la clínica.5

 

Donald Winnicott desarrollará sus propias ideas, pero hará una integración entre las obras de S. Freud y M. Klein. Seguirá al primero en cuanto a la no existencia de una instancia yoica desde el nacimiento: esta habrá de advenir. Por eso no hablará de psiquismo profundo sino de maduración. El bebé que propone está más ligado a lo biológico, pero en los primeros meses de vida surgirá la instancia yoica. Por eso dice: “Profundo no es sinónimo de ‘temprano’, ya que a la criatura le hace falta cierto grado de madurez para poder ser profunda.”6 Para él es muy importante el entorno familiar y la función materna gracias al sostenimiento afectivo (holding). Concede, entonces, al medio ambiente una central importancia y demuestra que cuando falla, el bebé se encapsula en un Falso Self para preservar al Verdadero Self. Una catástrofe para ese ser humano, que sólo podrá ser rescatado por un análisis y una regresión difícil para liberar a ese Verdadero Self, donde un analista de más de 10 años de experiencia (según sus indicaciones) lo acompañará a reencontrar la más recóndita y verdadera subjetividad a través de la regresión. Para ello tendrá en cuenta cómo se constituyó la integración del sujeto en su proceso de personalización y maduración, la que entrará en contacto con la apreciación del tiempo y espacio, desde sus variables subjetivas.

 

Por su parte, la enseñanza de J. Lacan señala cómo el infant se precipita en la construcción de su Yo (un nuevo acto psíquico), producto de la identificación con la imagen especular desde la mirada del otro. Momento en que se aliena en el poder de la imagen de un otro, lo que nos permitiría, en palabras de Arthur Rimbaud, señalar que “Yo es otro”.7 Se identifica con una imagen que no es la suya. Además, el lenguaje adquiere su lugar nodal según cómo es hablado por ese gran Otro. Esa alienación-fantasma es lo que deberá atravesar el sujeto humano, en el mejor de los casos, para recuperar su propio devenir histórico no alienado.

Heinz Hartmann, fundador de la escuela de “la psicología del yo”, propone un área libre de conflicto que permita al sujeto humano adaptarse mejor al medio ambiente, sin soslayar la importancia tanto de este como del cuerpo y las patologías ligadas al narcisismo. El área libre de conflicto permite al sujeto humano adaptarse bien al medio (intrasistémica). También, siguiendo a S. Freud, explicita un área ligada al conflicto (intersistémica) y a las manifestaciones de las tres instancias (Yo, Ello y Superyó) con el área libre de conflicto.

 

Este derrotero llega a dos analistas argentinos −Janine Puget e Isidoro Berenstein− que han construido una teoría vincular, tanto para pensar las patologías individuales como las de pareja y las de familia, donde el desconocimiento del otro y de uno mismo es central. En este sentido proponen pensar la subjetividad desde tres dimensiones: la intrasubjetiva, la intersubjetiva y la transubjetiva. Integran al individuo en la conformación psíquica individual, pero agregan la conflictiva del vínculo con el otro y con el medio social.

Por último, abrevamos en las ideas de René Kaës, quien propuso pensar la institución desde las categorías del psicoanálisis. Sostiene que aquella nos sitúa frente a “una cuarta herida narcisista”, dado que debemos renunciar a una parte de nuestro propio narcisismo para integrarnos a la dimensión institucional, la que nos precede y nos trasmite su propia cultura desde lo instituido.8

Teoría y técnica en S. Freud

Sigmund Freud fue “edificando” (1905) una técnica en permanente cambio, la que comenzó a desarrollar en su intervención durante la conferencia que dictó al colectivo de médicos vieneses. Allí dijo que correspondería “edificar” una técnica, la que diera cuenta de una práctica. Esta metáfora “edificar”, que proviene de la arquitectura, es un hallazgo con la que continúa a lo largo de una década, finalizando con la “sedimentación” de sus propuestas técnicas.

Esta edificación había comenzado con su propuesta donde lo psíquico y lo corporal se entramaban en un todo. Por eso proponía a sus colegas médicos que no sólo debían tratar a los pacientes desde la vertiente corporal sino también de la psíquica.9 Continuó su trabajo con J. Breuer (1895) sobre el tratamiento con pacientes histéricas y cómo la paciente Anna O. expresó a aquel que una psicoterapia psicoanalítica es una cura por la palabra (talking cure). Allí se reveló la transferencia como un falso enlace, donde la paciente ubicaba en el analista una figura importante de su pasado. En ese momento la teoría traumática era central. También intervenían como modelo técnico la hipnosis y el modelo catártico. Más tarde se dio cuenta de que las pacientes construían relatos que, en parte, no tenían que ver con situaciones vividas en su entorno sino que eran construcciones psíquicas ligadas a la fantasía inconsciente, de allí que dijera “ya no creo más en mis neuróticas.”10

Cuando dicta la referida conferencia a los médicos vieneses ya había desarrollado artículos centrales sobre el soñar y psicopatología de la vida cotidiana, los lapsus y olvidos y fallidos, que contenían una urdimbre psíquica inconsciente. Recordará allí que la psicoterapia es una de las prácticas más antiguas y que los médicos la practican desde el inicio de la noche de los tiempos: “Es la terapia más antigua de que se ha servido la medicina”11 y, por lo tanto, no se la puede soslayar. Por eso indica que “los médicos no podemos renunciar a la psicoterapia” y que “las psiconeurosis son mucho más accesibles a influencias anímicas que a cualquier otra medicación.”

En el vínculo con el analista, a través de la regresión transferencial, se habrán de situar los sucesos del pasado de ese sujeto humano. Esto es central, dado que arranca las neurosis del campo de lo biológico para reconocerlas como un conflicto plenamente psíquico.

Poco tiempo después deja de lado en esta edificación la hipnosis y el método catártico, para invitar al paciente a asociar libremente, a que desarrolle en sesión lo que aparezca en su mente. Por eso, señala que abandona la técnica sugestiva por la analítica, dado que esta última se diferencia de la primera en que aquella funciona por via di porre, donde sobre un fondo blanco como en una tela de pintor es saturada por la mente que deposita las acumulaciones de su pasado, mientras que la segunda dará lugar a la via di levare, es decir, extrae de ese sujeto humano lo que ha permanecido desconocido para sí. Así dará preeminencia a la resistencia, la que detecta cuando observa cómo los enfermos se aferran a la enfermedad. Su tarea será avistarla a través de la interpretación para que se produzca un cambio o, en el mejor de los casos, que el paciente sepa de su sufrimiento ligado a estos hechos patológicos. No es fácil ni obvia la remoción de estos viejos funcionamientos patológicos ligados a la actividad inconsciente. En este sentido expresa: “La terapia psicoanalítica se creó sobre la base de enfermos aquejados de una duradera incapacidad para la existencia; y estándoles destinada, su triunfo consiste en que pudo devolverle a un número significativo de ellos, duraderamente, esa capacidad”.12

Dará lugar a los alcances y contraindicaciones de ese momento, que lo llamará “mi alegato”. La terapia psicoanalítica estaba destinada a pacientes neuróticos, con una edad no mayor de 40 años, con un cierto grado de cultura. Esta es una preconcepción saturada (al decir de W. Bion), dado que todo sujeto y colectivo humano posee un saber. Sugería que las patologías del carácter no eran pasibles de análisis, como asimismo la psicosis y las anorexias histéricas. Sin embargo, sabemos que luego el psicoanálisis, a través de sus diferentes escuelas, ha trabajado con este tipo de pacientes.

Sigmund Freud (1912) continuará su derrotero sobre la técnica psicoanalítica. Siguiendo con la metáfora iniciática sobre la edificación de una técnica, dice que “he decantado las reglas técnicas”, por eso se cree lo suficientemente maduro para aportar una serie de “consejos al médico”, es decir, al psicoanalista. Establecerá, entonces, claras reglas técnicas, las que debe tener en cuenta todo psicoanalista: atención parejamente flotante mientras escucha el discurso del paciente, no redactar protocolos extensos durante la sesión, abstraerse y no escribir hasta luego de transcurrida la misma; además de investigar sin publicar y poner en práctica la disociación instrumental, que surge del discurso del paciente y que se enlaza con lo que repercute en el analista. En este sentido señala que todo analista posee puntos oscuros, de ahí que tanto su propio análisis como la supervisión sean nodales. Para eso es central registrar la actividad inconsciente como órgano receptor de lo que trasmite al paciente. No ser transparente pero sí ofrecerse como pantalla de las irradiaciones producidas por la proyección del paciente sobre la figura del analista, quien debe evitar toda actividad pedagógica, estimular con sus intervenciones al paciente para que desarrolle su propia y original forma de vivir su vida y perseverar en la regla fundamental: la asociación libre por parte del paciente.

Sigmund Freud luego producirá un nuevo artículo ligado a la técnica psicoanalítica: Sobre la iniciación del tratamiento. Aquí tomará el modelo del juego de ajedrez: se sabe cómo comienza y termina, lo que no se sabe es cómo se desplegará sobre el tablero. Otro tanto ocurre con el inicio de un tratamiento o de una sesión psicoanalítica: se registra la apertura, pero durante el desarrollo ninguno de los dos actores (analista–analizando) saben lo que vendrá. Por eso da lugar a “la extraordinaria diversidad de las constelaciones psíquicas intervinientes, la plasticidad de todos los procesos anímicos y la riqueza de los factores determinantes se oponen, por cierto, a una mecanización de la técnica…”.13

Deseo subrayar “las constelaciones psíquicas” y “la extraordinaria diversidad”. Gracias a las investigaciones de la segunda mitad del siglo XX y comienzos del XXI sobre las constelaciones del espacio sideral por dentro y fuera del sistema solar, podemos modelizarlas en cada sujeto humano, quien posee sus propias “constelaciones” a partir de su gestación o nacimiento. Allí habremos de ser partícipes necesarios, como integrantes de la díada analítica, del desarrollo y puesta en marcha a través de los relatos en palabras, síntomas corporales o gestos de lo que los pacientes aportarán al proceso analítico. En este artículo surge con mayor peso específico el contrato analítico, que tendrá en cuenta: un período de prueba, fijado en algunas semanas y que contiene una “motivación diagnóstica”. Sugiere que las entrevistas de inicio no sean muy prolongadas, por los efectos que la transferencia ejerce sobre el paciente. Allí se deben prefigurar “estipulaciones sobre tiempo y dinero”, o sea, la cantidad de sesiones y el valor pecuniario que el analista solicita por su tarea. Señala cómo ligado al dinero se expresan y “participan poderosos factores sexuales”. Aquí brinda, sobre este inicio, una joya que conlleva toda la actividad inconsciente que el paciente desconoce de sí mismo, por eso le pide: “Cuénteme, por favor, lo que sepa de usted mismo”. Es decir, usted tiene un relato consciente sobre su vida, aquí trabajaremos con él y habremos de darle preponderancia a lo soslayado, que se hallará en la narración inconsciente. La transferencia y la resistencia habrán de ponerse en juego en todo ese proceso analítico.

En su artículo Recuerdo, repetición y elaboración (1914) suministrará la escucha a la forma de rememorar que tienen los pacientes, ya que algunos de sus recuerdos son encubridores y están ligados a la resistencia por la repetición. La resistencia ahora ocupará un lugar central, a través de la labor interpretativa del analista a partir de los dichos del paciente. Esto puede conducir, si hay un auténtico insight, a introyectar nuevas formas de pensar su interioridad, a una reelaboración de los viejos conflictos que lo aquejan. Aún trabaja con la teoría traumática, pero a partir de 1920 introducirá en su teoría la pulsión de muerte, la que tiende al principio de Nirvana, a la destructividad y muerte bajo el ropaje de la reiteración de síntomas por la resistencia tanática. La elaboración, con ayuda de la pulsión de vida, podrá rescatar al sujeto de esta actividad destructiva contra sí y su entorno.

Los aportes de Heinrich Racker, José Bleger y Horacio R. Etchegoyen

La figura de H. Racker aparecerá tempranamente en el desarrollo del psicoanálisis institucionalizado en nuestro país, con la fundación de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA) en 1942. Fue de los primeros formados con las normas de la Asociación Psicoanalítica Internacional (IPA), integradas por el trípode propuesto por Max Eitingon: el análisis personal con un analista didáctico, la formación en seminarios y dos supervisiones didácticas a lo largo de la formación.

Prontamente se descubrió impulsado a desarrollar ideas sobre la técnica en psicoanálisis. Para ello escribió su libro señero sobre el tema −Estudios sobre técnica psicoanalítica− con el que se formaron y forman muchos analistas.

Heinrich Racker desarrolla en su obra lo que entiende como importante en la técnica psicoanalítica y brinda una serie de aportes a los eventuales usuarios. Señala que “el principio básico de toda la técnica analítica es el antiguo ‘conócete a ti mismo’ socrático (…). El verdadero conocimiento es equivalente a la unión consigo mismo (…) la técnica analítica es (…) devolver al ser lo que es suyo.”14 Esto remite a lo que ya hemos rescatado de S. Freud (1905) sobre la contribución de la psicoterapia a un sujeto humano, cuando se la conduce por via di levare: surge algo que estaba en potencia y el analizado toma conocimiento sobre lo ignorado, clivado de sí mismo. Dice que, durante el proceso analítico, como ya lo señalara S. Freud, el analista, en el entramado tejido por el par transferencia–contratransferencia, se tropezará con la resistencia: “el eje alrededor del cual gira todo el tratamiento es efectivamente la resistencia.”15

En todo análisis el paciente revive sus objetos internos centrales, ligados fundamentalmente a la figura de sus padres. El amor, el odio hacia ellos, los sentimientos de ser deseados, amados, los que prohíben o permiten, los que gratifican y frustran, la envidia y la gratitud se reviven en el aquí y ahora del vínculo analítico por medio de la transferencia y la contratransferencia.

Además, da una importancia central a la interpretación: destaca las reacciones del paciente ante esta actividad del analista, si es aceptada, asimilada o rechazada. Aquí se juegan, a su entender, los vínculos profundos del analizando, desde donde surgirá el amor, ligado a la gratitud y el odio, en armonía con la envidia. Para ello, otorga un lugar centrado en la contratransferencia del analista y propone dos aportes centrales e innovadores a la teoría de la técnica sobre este tópico. Distinguirá dos modalidades contratransferenciales, las que poseerán un vínculo estrecho con las identificaciones del analista y del analizado: en la urdimbre y el caldeo del intercambio en sesión surgirán la identificación concordante del analista (que tendrá su origen y se ubicará desde el vértice del Yo y el Ello del analizante) y la identificación complementaria, que “resulta de la identificación del analista con los objetos internos del analizado.”16 Si el analista incorpora a su pensamiento estas dos modalidades contratransferenciales podrá hacer un insight más profundo de cómo y porqué intervino de esa manera y podrá integrar a su torrente de pensamiento el origen de tales formulaciones.

Heinrich Racker enriquece la teoría y la técnica psicoanalítica, como asimismo a sus usuarios, quienes obtienen de su enseñanza otra mirada sobre la tarea que implica recibir las radiaciones transferenciales de los pacientes, los que se precipitan sobre la figura del analista, quien reacciona desde su contratransferencia con todo este bagaje técnico y lo conduce a la interpretación. Todo este entramado de operaciones mentales se pone en escena en el escenario de la situación analítica.

 

Por su parte, José Bleger introduce nuevas consideraciones sobre el encuadre y hace aportes interesantes al estudio dentro del campo psicoanalítico. Sus ideas abrevan en S. Freud, M. Klein y E. Pichon Rivière; W. y M. Baranger, D. Winnicott y D. Liberman; L. Wender, E. Jacques, D. Lagache, M. Little, entre otros. Concibe al sujeto humano como portador de una simbiosis originaria con el objeto, diferenciándose de S. Freud y M. Klein. Por eso postula que “el fenómeno mental es una modalidad de conducta, inclusive de aparición posterior a las otras” y que “las primeras estructuras indiferenciadas, sincréticas, son relaciones fundamentalmente corporales.”17 Esto se pone en funcionamiento en todo proceso analítico desde el inicio y durante su desarrollo. Madura una diferencia con M. Klein: para ella hay relación objetal desde el comienzo de la vida y el mecanismo central es la identificación proyectiva; para él no hay diferenciación al inicio de la vida. Por eso propone una relación simbiótica a la que denomina posición Glischrocárica: constituida por una ansiedad confusional, se relaciona con un objeto aglutinado, ambiguo y los mecanismos centrales de defensa son el clivaje, la fragmentación y la inmovilización. Su fijación conduce a la persona que la padece a estados confusionales. La confusión

“se produce por una regresión de los niveles neuróticos de la personalidad a los niveles psicóticos (regresión a la posición Glischrocárica), por una pérdida de la discriminación de la posición esquizo-paranoide, es decir, por un restablecimiento de la primitiva fusión, que es la existencia normal de los primeros estadios del desarrollo.”18

Esta propuesta será central para pensar el encuadre y sus vicisitudes, sobre todo respecto a la fusión, la que, a su entender, remite a los primeros momentos de vida de todo sujeto humano. No la ve como patológica en sí sino como producto de la evolución; sin embargo, cuando se fija, sí es patológica.

Para desarrollar el tema del encuadre, J. Bleger propone el concepto de situación. Pensar sobre situación es un argumento que lo convoca tempranamente, cuando hace un estudio exhaustivo sobre la conducta. Allí afirma que remite a un “conjunto de elementos, hechos, relaciones y condiciones, constituye lo que se denomina una situación, que cubre siempre una fase o un cierto período, un tiempo.”19

Tiene una postura materialista y dialéctica del concepto. Lo toma del filósofo J. Dewey, quien daba importancia a lo contextual. Ningún problema puede plantearse o siquiera adquirir sentido si no es en forma situacional. Entonces, pensar sobre el encuadre remite a situación y J. Bleger la denomina psicoanalítica, es decir que, con las categorías epistémicas desarrolladas en el psicoanálisis, se ocupa del tema que nos interesa desarrollar: una situación psicoanalítica incluye un proceso y un encuadre.

José Bleger define como situación psicoanalítica “a las constantes de un fenómeno, un método, una técnica y el proceso al conjunto de variables.”20 Para él podrá ser investigada cuando se mantienen las mismas constantes. El proceso analítico incluye el rol del analista, el conjunto de factores que son parte del espacio temporal y ambiental. Tiene que ver con una técnica, que remite al contrato analítico formulado oportunamente por el analista y aceptado por el analizando: establecer y mantener horarios, honorarios, interrupciones por vacaciones, enfermedades graves, etcétera. A su vez, como analista, estudia porqué le resulta sumamente interesante el psicoanálisis del encuadre psicoanalítico. Esto conduce a posibles rupturas y distorsiones que el paciente provoca y que es pasible de ser observado en cualquier análisis. Tal como se haya cimentado la estructura patológica del paciente, se podrán observar diferentes rupturas y distorsiones (un brote psicótico, un exagerado cumplimiento desde una neurosis obsesiva, un acting out o una represión). Además, analiza “el mantenimiento idealmente normal de un encuadre”, que puede adquirir formas permanentes o esporádicas, pero debería ser pasible de integrar a la corriente interpretativa del analista. Señala que el encuadre “se convierte en fondo de una Gestalt de figuras”, lo que nos transporta a la idea de temporalidad, necesaria para que se desarrolle el proceso. Presta atención al ideal de encuadre, su manteamiento sin ningún tipo de cambios, donde todo lo pautado oportunamente en el contrato analítico se cumpla a rajatabla. Por eso alerta: cuando algo no ocurre y nada cambia, el encuadre adquiere condiciones de ideal. Debemos prestarle atención, dado que, para él, una institución tiene aspectos profundos ligados a la identidad (total o parcial), de ahí que realiza un parámetro con una institución, porque brinda, al sujeto que la compone, la pertenencia a un grupo, a una ideología, podríamos decir una corriente psicoanalítica, una forma de pensar el psicoanálisis institucionalizado; es decir, una identidad.

En este sentido sostiene que “las instituciones funcionan siempre en grado variable como los límites del esquema corporal y el núcleo fundamental de la identidad.” Prosigue pensando el encuadre desde este último modelo como una invariable, ligado a la simbiosis, dado que es muda y pertenece a la organización más primitiva e indiferenciada del sujeto humano. Esto alcanza a la instancia psíquica y ejecutiva del sujeto humano que es el Yo, que se sustenta por las relaciones objetales estables con objetos e instituciones, integrando las experiencias ligadas a frustraciones y gratificaciones ulteriores con los mismos. Por eso, si durante el proceso analítico el encuadre permanece ilusoriamente sin modificaciones, inmovilizado, pasa a ser como una prótesis y si algo no lo rompe, porque no hay una buena percepción de lo que está ocurriendo, el proceso analítico se detiene. Se cumple con el contrato, pero no produce cambios. Sí ocurre cuando algo falla (cuando “llora”, como dice Bleger) y da lugar al no-Yo y se rompe la simbiosis. En este momento el analista, si lo ha detectado, acompaña al paciente a prestar atención a esta parte fusionada, indiscriminada de su personalidad y que, sin darse cuenta, repite la fase de fusión con el objeto del comienzo de su vida.

Para J. Bleger esta parte del encuadre, indiscriminada por naturaleza, es producto de una metaconducta que el paciente trae al análisis sin darse cuenta y puede confundir al analista; si lo ha detectado, deberá ocuparse de ella por la actividad interpretativa −como sugería S. Freud, per via di levare. Rescatar aquello que estaba ahí e integrarlo a la corriente del pensamiento. Su aparición en el proceso analítico conduce al surgimiento de una grieta, atravesada por su mundo fantasmático, por donde se introduce la realidad que descompensa al paciente.21

José Bleger sostiene que, cuando no nos damos cuenta de esta actividad inconsciente de la mente, se produce una reacción terapéutica negativa, originándose un impasse en el análisis. Una vez detectado por el analista y trabajado interpretativamente se produce la catástrofe por la aparición de lo real, producida por la emergencia de este mundo fantasmático, clivado, indiferenciado. Se debe, entonces, prestar suma atención y trabajar interpretativamente, de un modo continente con las emociones primitivas del paciente, dado que es un momento regresivo de profunda desintegración yoica del analizando: emerge el no-Yo, la parte psicótica de la personalidad.

Analizar este mundo confuso y clivado conlleva al crecimiento mental del paciente, dado que, entre otras variables, fue lo que lo condujo (sin darse cuenta) al análisis, fue el anhelo inconsciente de integrar esta fracción de su vida para modificar esa simbiosis original que no le permitía crecer y vivir en una pura repetición, es decir, en un intenso cultivo de la pulsión de muerte. Su visibilidad permitirá reencausar el proceso psicoanalítico y romper con la simbiosis originaria.

 

Horacio R. Etchegoyen −uno de los analizados y discípulos más distinguidos de H. Racker− sigue sus pasos y escribe el perdurable libro Los fundamentos de la técnica psicoanalítica e interviene debatiendo con lo que propone J. Bleger sobre el encuadre. Muestra su diferencia cuando piensa −desde los postulados de M. Klein (para quien la relación de objeto se produce desde el inicio de la vida a través de la identificación proyectiva, mecanismo de defensa prínceps, que lleva a establecer un vínculo temprano clivado, producto de la fantasía ligada a las pulsiones de vida y de muerte)− que no existe un espacio signado por la simbiosis. Además, la fantasía ocupa un lugar central en su forma de percibir al psiquismo temprano. Para M. Klein y H. Etchegoyen son las fantasías innatas las que se establecen en el vínculo con el objeto desde el comienzo de la vida, mientras que para Bleger no ocupan el mismo lugar central pero sí la indiferenciación ligada a la simbiosis.

Horacio R. Etchegoyen sostiene que “todo encuadre influye en el desarrollo del proceso al que pertenece y, viceversa, ningún proceso puede darse si no es dentro de un encuadre.”22 Además indica que todo tratamiento psicoanalítico “se propone reconstruir el pasado borrando las lagunas del recuerdo de la primera infancia, que son producto de la represión”. Otorga un lugar central al desarrollo temprano, a la etapa preverbal de los primeros tiempos del bebé, cuestión que se actualiza en el vínculo con el analista en la transferencia y que testeará en las respuestas del analizando a su actividad interpretativa. Hasta aquí coincide en líneas generales con H. Racker y J. Bleger.

Horacio R. Etchegoyen, cuando piensa el encuadre psicoanalítico, parte de los postulados de J. Zac, David Liberman y José Bleger y dice que todos tienden a pensar la situación analítica como el “conjunto de relaciones que incluyen el proceso y el encuadre.”23 Pero plantea diferencias: sostiene que Bleger parte de una serie de preconcepciones. La primera, que “la situación analítica configura un proceso y un no-proceso, que se llama encuadre.”24 La segunda está referida a las propuestas originales de J. Zac, quien sostiene que en todo proceso y situación analítica participan factores que son variables y otros constantes. La tercera postulación blegeriana, que no justifica de ninguna manera modificar el encuadre, con el modelo de la técnica activa para producir un cambio en el discurso del paciente, es la inmovilidad del encuadre, que permite el depósito de las ansiedades psicóticas, la que cede la reproducción de la simbiosis original.

Horacio R. Etchegoyen señala que el mutismo del encuadre merece ser debatido en el campo de las teorías psicoanalíticas, en sus alcances y consecuencias. Propone pensar en los diferentes desarrollos teóricos que producen un “ecosistema”, sobre cómo intervenir en psicoanálisis. Todo este debate tiene su origen en la genealogía de cada autor. Se detiene en lo que dice J. Bleger con la parte muda y detenida del paciente, depositada en el encuadre, esa parte indiscriminada y simbiótica, y señala:

“Bleger piensa que al comienzo hay un sinticio, conjunto de Yo y no-Yo, formado por un organismo social que es la díada madre-hijo. El Yo se va formando a partir de un proceso de diferenciación. El requisito fundamente del desarrollo es que el Yo esté incluido en un no-Yo del cual se pueda ir diferenciando. Este no-Yo, que funciona como un continente para que el Yo se discrimine, es precisamente el que se transfiere al encuadre.”25

El autor piensa en unos cuantos temas (la posición Glischrocárica propuesta por Bleger, lugar de simbiosis e indiferenciación inicial). Resalta cómo este otorga un lugar importante al medio social, sin desconocer el mundo interno del sujeto y cómo el Yo se irá diferenciando lentamente en un proceso evolutivo que lo llevará dentro de la teoría kleiniana a la posición esquizo-paranoide, a la que él adhiere, pero a partir de un segundo momento evolutivo.

Además, rescata la coherencia de la teoría de J. Bleger, pero, a su entender, su originalidad estaría dada en el campo de la psicosis, cuestión que concuerda para que se despliegue la transferencia psicótica, pero critica el postulado que conduce a la inmovilidad originaria, porque en su forma de concebir la teoría psicoanalítica “no existe un encuadre básicamente mudo, el encuadre es siempre un significante. (…) Cuando se entiende el lenguaje no verbal de la psicosis el encuadre deja de estar mudo y aparece con su valor significante.”26

Aquí resalta el valor del lenguaje no verbal, como un significante con el modelo de una comunicación primitiva, cuando aún no se ha formado el lenguaje articulado por palabras. Por eso afirma que “el encuadre es, pues, un hecho objetivo que el analista propone [en el contrato] y que el analizando irá recubriendo con sus fantasías”27 y, en cuanto a la parte psicótica de la personalidad dice que “si somos capaces de escucharla, menos podrá la psicosis acomodarse en el silencio del encuadre para pasar inadvertida.”28

Bibliografía

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———— (1912). Consejos al médico sobre el tratamiento psicoanalítico. Obras completas. Tomo XII. Buenos Aires: Amorrortu. 1987.

———— (1913). Sobre la iniciación del tratamiento. Obras completas. Tomo XII. Buenos Aires: Amorrortu. 1987.

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Winnicott, D. (1965). El proceso de maduración en el niño. Barcelona: Laia.

1 Parte de este capítulo fue presentado en la Primera Jornada de la Estructuración de la Subjetividad de las cátedras de Estructuración de la Subjetividad de la Universidad del Salvador (USAL), organizada por el Dr. Horacio Rotemberg y Mag. Oscar Alfredo Elvira, 2016.

2 En el capítulo 4 desarrollaré con mayor detenimiento estas ideas.

3 Elvira, O. A., Liderazgo y poder en la institución psicoanalítica, Buenos Aires: Biebel, 2016.

4 En términos de M. Klein, el interjuego permanente entre la posición esquizo-paranoide y la posición depresiva (PEP<>PD).

5 En el capítulo 4 habré de extenderme detenidamente en la obra de este autor.

6 Winnicott, D., El proceso de maduración en el niño, Barcelona: Laia, 1965, p. 131.

7 Esta idea fue sugerida por el Lic. Omar Asan, a quien le agradezco.

8 Kaës, R., Realidad psíquica y sufrimiento en las instituciones, en AA. VV., La institución y las instituciones, Buenos Aires: Paidós, 1998. Por mi parte, desarrollé este tema en Liderazgo y poder en la institución psicoanalítica (2016). Expreso allí que la institución nos introduce en el lenguaje de la tribu, sus usos y costumbres, que necesariamente conlleva a una frustración narcisista y dolor. Es el precio a pagar por nuestra condición de seres gregarios. Necesitamos ser con otros para ser nosotros mismos. Esto no obstruirá que cada uno de los integrantes de un colectivo pueda aportar nuevas miradas para modificar lo instituido desde lo instituyente, producto de ocupar un lugar activo al proponer cambios con otros semejantes que lo consideran acordes a fines y necesarios para el bien de ese colectivo en permanente devenir en la lucha entre lo anquilosado y lo nuevo. No es un comentario no literal, sino una ampliación desde mi perspectiva.

9 Freud, S., Tratamiento psíquico (tratamiento del alma), Obras completas, tomo I, Buenos Aires: Amorrortu, 1987.

10 Freud, S., Correspondencia, Carta 69, Obras completas, tomo I, p. 301, Buenos Aires: Amorrortu, 1987.

11 Freud, S., Sobre Psicoterapia, Obras completas, tomo VII, p. 248, Buenos Aires: Amorrortu, 1987.

12 Ídem, p. 252.

13 Freud, S., Sobre la iniciación del tratamiento, Obras completas, tomo XII, p. 125, Buenos Aires: Amorrortu, 1987.

14 Racker, H., op. cit., p. 29.

15 Ídem, p. 83.

16 Ídem, p. 70.

17 Bleger, J., Simbiosis y ambigüedad, Buenos Aires: Paidós, 1972, p. 11.

18 Ídem, p. 140.

19 Ídem, p. 45.

20 Bleger, J., Simbiosis y ambigüedad, Buenos Aires: Paidós, 1972, p. 236.

21 Interpretar, integrar al análisis este mundo desconocido lo llevará a lo que S. Ferenczi denominó el estadio de la omnipotencia de los gestos mágicos, que se produce luego del nacimiento y cuando el bebé introduce una nueva manera de comunicación con la madre, preverbal y con gestos que dan cuenta del mismo.

22 Etchegoyen, H. R., Los fundamentos de la técnica psicoanalítica, Buenos Aires: Amorrortu, 1986, p. 543.

23 Ídem, p. 479.

24 Ídem, p. 479.

25 Ídem, p. 485.

26 Ídem, pp. 485-486.

27 Ídem, p. 486.

28 Ídem, p. 488.