Código Futuro - Martín Martorell - E-Book

Código Futuro E-Book

Martín Martorell

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Beschreibung

Vivimos rodeados de tecnología y sin embargo aún no apreciamos por completo su enorme potencial para abrir oportunidades, generar empleo y sacar a tantos latinoamericanos de la pobreza. Ocho historias de personas comunes que cambiaron su vida gracias a la tecnología alimentan la tesis de este libro: la tecnología es el código del futuro. Se trata de un policía, una maestra, un fotógrafo, una ama de casa, un estudiante del secundario, un reciclador urbano, un repartidor de delivery y una conductora de una app de movilidad. Si para ellos fue posible, ¡la próxima historia puede ser la tuya! Completan este libro las reflexiones de ocho líderes emprendedores, que explican el nuevo escenario del talento digital en Argentina y la región. Ellos son Alex Oxenford (OLX), Guibert Englebene (Globant), Sebastián Mejía (Rappi), Nelson Dubosq (Digital House), Alejandra Ripa, Patricia Martucci y Vanesa Taiah (Mindhub); más Toty Flores, el referente social y fundador de la Cooperativa La Juanita y el Potrero Digital. Los derechos de autor de este libro serán enteramente designados a becas para la formación de programadores en el Potrero Digital, en la Matanza, Provincia de Buenos Aires.

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Sobre este libro

Vivimos rodeados de tecnología y, sin embargo, aún no apreciamos su enorme potencial para abrir oportunidades, generar empleo y sacar a tantos latinoamericanos de la pobreza.

Ocho historias de personas comunes que cambiaron su vida gracias a la tecnología alimentan la tesis de este libro: la tecnología es el código del futuro.

Se trata de un policía, una maestra, un fotógrafo, una ama de casa, un estudiante del secundario, un reciclador urbano, un repartidor de delivery y una conductora de una app de movilidad.

Si para ellos fue posible, ¡la próxima historia puede ser la tuya! Completan este libro las reflexiones de ocho líderes emprendedores, que explican el nuevo escenario del talento digital en Argentina y la región. Ellos son Alex Oxenford (OLX), Guibert Englebene (Globant), Sebastián Mejía (Rappi), Nelson Dubosq (Digital House), Alejandra Ripa, Patricia Martucci y Vanesa Taiah (Mindhub). Se suma a esta nómina Toty Flores, referente social y fundador de la Cooperativa La Juanita y el Potrero Digital.

Los derechos de autor de este libro serán enteramente donados a becas para la formación de programadores en el Potrero Digital, en La Matanza, Provincia de Buenos Aires.

Índice

CubiertaSobre este libroEdiciones GranicaCréditosPortadaAgradecimientosIntroducciónParte I1. Nicolás“Veinte minutos”2. Graciela“Veinticinco manos arriba”3. Guido“Primer plano”4. Andrea“Determinación”5. Cristian“Chapu”6. Benjamín“Hacker”7. Stephen“Actitud y sonrisa”8. Lorena“Sentate y dale”Parte II1. Toty Flores2. Sebastián Mejía3, 4, 5. Vane, Patricia y Ale6. Alec Oxenford7. Nelson Dubosq8. Guibert EnglebenneReflexión finalSobre Martín Martorell

Ediciones Granica

 

ARGENTINA

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Martorell, Martín

Código futuro : pequeños y grandes emprendedores te invitan a trabajar en tecnología / Martín Martorell. - 1ª. edición especial - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Granica, 2023.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-8935-62-1

1. Cultura Emprendedora. I. Título.

CDD 338.04

Fecha de catalogación: Abril de 2023

© 2023 by Ediciones Granica S.A.

Diseño de cubierta: Juan Pablo Olivieri

Ilustración de cubierta: Santiago Amador Rojas

Conversión a eBook: Numerikes

ISBN 978-987-8935-62-1

www.granicaeditor.com

Reservados todos los derechos, incluso el de reproducción en todo o en parte, y en cualquier forma

GRANICA es una marca registrada

 

 

 

ARGENTINA - ESPAÑA - MÉXICO - CHILE - URUGUAY

Agradecimientos

La idea de este libro surgió en el contexto de mi paso por la función pública como subsecretario nacional de Agenda Digital, en el año 2018 y 2019, oportunidad que le debo a la confianza que tuvieron en mí Andrés Ibarra y María Inés Baqué. A ellos va mi primer agradecimiento.

Diego Sehikman, además de ser periodista, es psicólogo y mi terapeuta desde hace cuatro años, y el proyecto de este libro surgió en el marco de sus sesiones. A él le debo el ánimo inicial y, en buena medida, la cordura necesaria para, aun en tiempos personales difíciles, haber podido dedicarme a una actividad creativa como lo es escribir.

Diego Pazkowski es el corrector literario de este libro. Una vez que tuve la idea, fue con Diego con quien, por así decirlo, aprendí a escribir y el resultado, para bien o para mal, está en estas páginas –lo que desde luego excede su responsabilidad. En su taller literario Diego propone, en principio, diez reglas de estilo, y una de ellas dice que debe usarse la menor cantidad de palabras para decir lo que uno quiere decir. ¡Gracias, Diego!

Este libro pudo escribirse gracias a las referencias para hallar las historias, y por eso agradezco a Carlos, Nicolás, Santiago, Mateo, Sebastián y Vanesa.

El libro luego tomó su forma gracias a que cada uno delos ocho protagonistas de la primera parte expuso su alma sin restricciones en las entrevistas que me permitieron llegar a sus historias. Gracias, de todo corazón, a Nicolás, Graciela, Guido, Andrea, Chapu, Steven, Benjamín y Lorena.

Le agradezco a Salvador Gargiulo por confiar y abrirme las puertas de Ediciones Granica. Gracias por esperar con paciencia y soportar con elegancia mis múltiples retrasos en la entrega de los textos.

Gracias a Santiago Amador por diseñar la tapa de este libro, y gracias por la fuerza de su arte, que también llena de energía el living de mi casa.

Por último, gracias a la familia y amigos que estuvieron presentes y alentaron este proyecto, en especial a los lectores más entusiastas que no dejaron de darme ánimo en los chats: Ana María, Analía, Catalina, María, Miguel, Juan Pablo, Gabriel, Sebastián, Ramiro y Santiago.

Introducción

La agenda digital argentina

Era viernes 2 de noviembre de 2018 y desde hacía un mes yo trabajaba en el Gobierno Nacional, todos los días, de lunes a domingo, desde muy temprano hasta muy tarde. Lo hacía gratis, sin contrato y con la promesa de que si no me podían nombrar, me recomendarían como consultor al Banco Interamericano de Desarrollo.

Anuncié a mi jefa, María Inés Baqué, por entonces secretaria de Innovación y Tecnología:

—Tengo una oferta para ir a trabajar con Mondelez; es una dirección regional basada en Buenos Aires, me dieron tiempo hasta el lunes para contestar.

María Inés abrió los ojos y me miró fijo; iba a empezar a hablar pero se frenó. Respiró, y luego me largó lo que claramente era un segundo pensamiento:

—Martín, tenés una familia y tres hijos, no puedo pedirte que te quedes acá cuando todavía ni siquiera logramos resolver lo de tu contrato. Si te vas, me dará una pena tremenda, pero lo entenderé.

Le di las gracias, porque la gente buena no abunda, y le dije que el lunes le respondería. Media hora después, antes de irme a casa, aunque ya nos habíamos despedido hasta el lunes, María Inés volvió a mi escritorio:

—¡Acaba de salir el decreto de la Agenda Digital!

Pronto se sumaron Agustín, Juan y otros compañeros de la oficina y todos empezaron a abrazarse y festejar. Cuando trabajás en el Gobierno hay pequeños grandes logros que para todos los demás pasan inadvertidos.

El Decreto N° 996/18 era importante para nosotros porque aprobaba las bases para la Agenda Digital Argentina, cuyos principales objetivos eran: promover los marcos jurídicos que permitan aprovechar las oportunidades digitales, facilitar el desarrollo de la infraestructura y accesibilidad a fin de conectar a todos de manera inteligente, fomentar la alfabetización digital como motor para la inclusión, desarrollar un Gobierno eficiente y orientado al ciudadano, fomentar la educación digital para favorecer la empleabilidad de los ciudadanos en el futuro y potenciar el crecimiento económico del país mediante el desarrollo digital.

Ese viernes, luego de los festejos y los abrazos, volví a casa a pie, no eran más de veinte cuadras, era una linda noche para dar un paseo y yo tenía mucho en qué pensar. Desde hacía más de tres años yo ayudaba al Gobierno Nacional, primero al formar un comité de asesores ad honorem para el Ministro de Modernización, Andrés Ibarra. Con ese comité nos reuníamos cada mes: él traía sus problemas y sus planes y nosotros le dábamos nuestra opinión; algunos quedábamos con algún compromiso de hacer algo hasta el encuentro siguiente. Yo era de los que siempre se quedaba con tarea extra: me había propuesto ayudar y aprender y allí lograba ambas cosas. Lo hacía en paralelo con mi trabajo en Philip Morris, donde había podido desarrollar una carrera internacional, rotando por distintos países, y por ese entonces estaba instalado en Brasil. Para poder asistir a las reuniones del comité debía asegurarme de estar en Buenos Aires un viernes al mes; era una tarea voluntaria por la que no cobraba un peso pero me llenaba de satisfacción. Luego de tres años, cuando salí de Philip Morris, comencé a trabajar en el gobierno con la esperanza de poder dedicarme a fomentar lo digital a tiempo completo. Como ya expliqué, me habían hablado de un contrato por tiempo determinado o un nombramiento, aunque hasta entonces no se había concretado ninguna de las dos cosas.

María Inés tenía razón: yo tenía tres chicos y debía pensar en la economía de mi casa. La oferta de Mondelez implicaba volver a la vida corporativa, con un salario altísimo, bono anual, acciones de la empresa, auto, OSDE 450, seguro de vida, un plan de carrera… Todas cosas que yo, tal vez por haberlas tenido desde muy joven, no había valorado lo suficiente, pero que entonces, sin trabajo y con una familia de cinco, me llevaban a la encrucijada de cumplir mi sueño de ser parte del Gobierno o de volver a una vida más segura en una empresa multinacional.

Por otra parte, sabía que tener una AGENDA DIGITAL era vital para cualquier país. Sin infraestructura digital y conectividad, sin planes de educación e inclusión digital, sin digitalización de las pymes, sin buenas leyes que promovieran la digitalización y el salto productivo que ella trae y sin un gobierno digital orientado al ciudadano, estaríamos condenados a ser una nación del pasado, decadente, sin esperanza.

Además en la Argentina había una demanda insatisfecha que estimábamos entre catorce mil y dieciocho mil perfiles de tecnología informática al año, y que no se lograba cubrir a pesar de los esfuerzos de las empresas por capacitar nuevos talentos y re-educar a sus empleados, ya que en promedio se formaban por año solo nueve mil nuevos talentos digitales.

El incremento exponencial de distintas tecnologías, tales como la robótica, la inteligencia artificial, la Internet de las Cosas, el Blockchain, entre otras, generaba un cambio importante e impredecible en el mercado laboral. Las personas se iban quedando sin la formación necesaria y la educación tradicional no lograba avanzar al ritmo de los cambios tecnológicos. Era sabido que muchos puestos de trabajo desaparecerían, y de a poco darían lugar a otros empleos, algunos de ellos incluso desconocidos aún.

Los puestos más demandados para el inicio de las carreras digitales eran los de Programador Web Jr., Marketing Digital, Analista de Datos y Soporte Técnico. Para contratar esos perfiles júnior, las empresas buscaban egresados del secundario con formación técnica, preferentemente con alguna experiencia laboral previa. Solo un tercio de las empresas pedía un título universitario como condición para los puestos de inicio de carrera en tecnología. Y aun así, los ejecutivos con los que hablábamos, muchos de ellos amigos míos, nos decían que la falta de talento digital era la principal barrera para la modernización de su empresa.

Al Gobierno las cosas le resultaban difíciles y a mí me desesperaba ver que la oportunidad del talento digital era urgente, y mi ventana de tiempo de hacer algo al respecto demasiado pequeña. Había una oportunidad única para que muchas personas que aún no se acercaban a las carreras digitales las conocieran, tomaran la decisión de estudiar y luego se insertaran efectivamente en puestos de tecnología.

Las veinte cuadras que debía caminar hasta mi casa no fueron suficientes: seguí rumbo a la Plaza Francia y me senté en un banco a ver los autos pasar. Traté de serenar la mente y solo lograba pensar una cosa: yo sabía que podría intentarlo; tal vez no iba a cambiar el curso del país, pero sí la vida de algunas personas.

Esa noche llegué a casa tarde. ¿Ya decidiste?, me preguntó Ana apenas entré. Me quedé mirándola en silencio y se me dibujó una sonrisa. “Era obvio”, me dijo mientras me abrazaba. “Como decía tu bisabuela, ahora me toca a mí parar la olla”.

La oportunidad del talento digital

Mi tesis acerca de la oportunidad del talento digital es muy simple. Personas sin experiencia previa ni título universitario, pero con mucha motivación y potencial, pueden ser formadas y convertirse en programadores, analistas de marketing digital y ciencia de datos, así como otros perfiles digitales, y en menos de un año estar preparados para obtener un empleo de calidad en cualquier proyecto de desarrollo de software, tecnología digital y comercio electrónico, generando unos ingresos que triplican los de cualquier empleo de comercio.

¿Cuáles son los empleos más demandados? Programadores web full stack, Analistas de Marketing Digital, Analistas de Ciencias de Datos, Diseñadores Web, Especialistas en Soporte Técnico, Administradores de Redes Sociales, Técnicos de Reparación de PCs y Operadores de Cableado de Fibra Óptica.

En un país con un alto porcentaje de jóvenes en la pobreza, resulta imperdonable dejar pasar esta oportunidad: los jóvenes y niños argentinos deben acceder al mundo digital, conocer las oportunidades que ofrece y tomar una posición de liderazgo. Es necesario generar oportunidades de prácticas laborales para los nuevos talentos digitales, impulsar los startups y el emprendedurismo tecnológico y quitarse el miedo a meterse de lleno en el futuro.

Escribí este libro para mostrar en una forma práctica cómo el cambio es posible, cómo la tecnología no muerde y cómo personas simples, con historias comunes, lograron dar un vuelco extraordinario a sus vidas gracias a las carreras digitales y la tecnología.

En mi corta experiencia como subsecretario de Agenda Digital Argentina, cuando empecé a trabajar en el tema de Talento Digital me propuse hacerlo con el mayor impacto posible. Le propuse a María Inés Baqué, por entonces secretaria de Innovación y Tecnología, y a Andrés Ibarra, ministro de Modernización, firmar un manifiesto por el Talento Digital con las empresas del sector. La idea les gustó y salimos a buscar y a convencer empresas. La tarea tuvo su dificultad; siempre hay algunos que confían de entrada y otros que esperan a ver qué hace el resto, pero en poco menos de dos meses logré reunir a las empresas tecnológicas más importantes del país para la firma del manifiesto en la Casa Rosada junto al entonces presidente Mauricio Macri. Ese día, Marcos Galperín, Martín Migoya, Alec Oxenford y los presidentes de cuarenta empresas de tecnología firmaron el manifiesto y Macri anunció el lanzamiento de diez mil becas para la formación de talentos digitales.

Convencer al Gobierno y a los empresarios era clave, pero faltaba lo más importante: acercar a los jóvenes. Lanzamos una convocatoria en redes sociales y me dediqué a organizar una serie de encuentros que llamamos “Tu Futuro Digital”, reuniones con jóvenes interesados en el mundo de la tecnología y líderes del ecosistema digital, en los que de forma muy transparente hablábamos de las oportunidades laborales que ofrecía el mundo de lo digital.

Durante el mes siguiente se realizaron más de treinta encuentros, cada uno con la asistencia de entre cien y doscientos jóvenes. Muchas veces los salones se colmaban, y los chicos y chicas se sentaban en el piso mientras nosotros tratábamos de que nadie se perdiera la charla. Al terminar les dábamos información de cómo aplicar a las becas de formación y muchas veces yo me quedaba charlando con algún joven que me contaba su historia y me pedía un consejo, que siempre terminaba por ser el mismo: animate a lo digital.

Un día, a la salida de una charla, me hablaron de un chico que era policía y que había aprendido a programar y que así había logrado iniciar una carrera en tecnología. La historia me interesó y conseguí su contacto, lo llamé para que me contara cómo lo había logrado y empecé a utilizarlo como ejemplo en las charlas. Al notar que con esa historia lograba captar la atención de los jóvenes mucho más rápido, pensé en buscar otras historias y así se me ocurrió la idea de escribir un libro simple, tan solo con las biografías de personas comunes que, gracias a la tecnología, lograron dar a sus vidas un giro espectacular.

La primera parte de este libro surge de mi esfuerzo por transmitir ocho historias de vida reales, difíciles, en las que la tecnología abrió oportunidades maravillosas. Son relatos de historias con finales felices pero con recorridos complejos, con mucho esfuerzo y sufrimiento, y fundamentalmente llenas de esperanza e ilusión por tener una vida mejor.

Y como muchos de los que me ayudaron a conseguir las historias son ellos mismos referentes del mundo de la tecnología, pensé en un segundo momento también incluir la visión de ellos. La segunda parte de este libro es una colección de entrevistas a estos referentes, donde ellos explican el tamaño de la oportunidad que lo digital abre para el empleo en América Latina y por qué los jóvenes (de edad y de espíritu) deberían orientarse a la tecnología.

Tanto los relatos como las entrevistas demuestran que los cambios son posibles, que las carreras digitales son una oportunidad abierta para todos, y que nunca, aunque duela, hay que dejar de buscar un futuro mejor.

PARTE I

La primera parte de este libro está compuesta por ocho historias de personas comunes que dieron un giro extraordinario a sus vidas gracias a la tecnología. Llegué a cada una de ellas de una forma particular y por eso antes de relatar cada historia voy a detenerme a contarles cómo fue que las encontré.

Las escribí como si fueran ficción, pero aunque resulten increíbles todos los detalles son por completo reales.

1. Nicolás

La historia de Nicolás fue la primera que escribí y eso la hace especial. Además, como ya conté, fue el relato de esta historia el que me dio la idea de escribir el libro. La idea de un policía que lograba introducirse en el mundo tech era poderosa en sí misma, y mucho más cuando él se habría convertido en un experto en ciberseguridad. La realidad superó mi expectativa cuando conocí a Nicolás en un bar de Parque Patricios, cerca de la oficina donde él trabajaba. La historia era emocionante y yo, que no podía parar de hacerle preguntas, perdí la noción del tiempo y luego de varios cortados y cocas light, me di cuenta de que habían pasado tres horas cuando el propio Nicolás me dijo que debía irse. Cuando salí de ese café me di cuenta de que tenía que escribir este libro, que muchas personas debían conocer esta historia y otras similares, que lo único que yo debía hacer era darlas a conocer, porque las historias en sí mismas tenían la fuerza de ese empujón que muchos necesitan para animarse a lo digital.

“Veinte minutos”

Hola, soy policía. Pero estoy buscando trabajo de desarrollador. Es algo así como un sueño que vengo persiguiendo hace años desde que decidí aprender a programar. Tengo 23 años y estoy a nada de terminar una tecnicatura en UTN. Sin experiencia no te contestan ni un mail en #trabajoar.

 

Nicolás volvió a leer una vez más el tweet antes de publicarlo. Sabía que sonaba a derrota, lo que no era bien percibido por la gente de Recursos Humanos, pero en todo caso eran los mismos que no le contestaban los emails... y además era lo que sentía, así que pensó: que se pudra todo, lo voy a mandar.

Bastante agotado después de terminar el primero de los tres días de re-entrenamiento de campo para avanzar a su tercer año en la policía local de Ituzaingó, sentía miedo de no poder escapar de ese destino. A las 23.34 h mandó el tweet, le dio un beso de buenas noches a Micaela, su novia con la que convivía en la casa que él había construido sobre el garage de la vivienda familiar, y entró a ducharse. Lo del sueño que persigo hace años podía sonar a frase hecha, pero era cien por ciento real. Todos en la familia lo sabían: desde sus nueve años, Nicolás solo hablaba de cómo en algún futuro él trabajaría con computadoras. Daniel, su papá, durante años guardó la secreta esperanza de que pasar los sábados en el taller de chapa y pintura fuera estímulo suficiente para que Nicolás, su hijo, al fin cambiara de planes y continuase con el oficio: de hacerlo heredaría el taller y algunos clientes, o mejor, los dos juntos podrían trabajar en forma independiente en el garage de la casa. Pero diez años de sábados entre capots y paragolpes no quitaron ni un poco de nitidez a la imagen que Nicolás veía de sí mismo en pleno trabajo con la tecnología. Por eso el primer regalo importante de su vida no fue un juguete sino la computadora que, luego de mucho pedirla, a sus nueve años le regaló su papá con ahorros del trabajo en el taller de la calle Warnes, que por esa época andaba bien. Y fue aquella la única compu que le regalaron, porque la siguiente la construyó él mismo a los dieciséis, con algunos ahorros de los sábados en el taller –ya que a partir de los quince años, su papá le pagaba algo– y con los sobrantes de hardware que, en forma de remuneración, le enviaba un argentino que vivía en Barcelona y para quien Nicolás buscaba todos los días contenido de tecnología a ser luego publicado en un blog. Es como ser un chapista de computadoras, pensaba Nicolás.

El primer trabajo pago en dinero y no en especias lo consiguió a sus diecisiete años. Aunque en su currículum luego lo llamó marketing online, la realidad era mucho menos glamorosa: el marketing consistía en ayudar a un profesor a vender sus clases particulares de matemática, publicándole avisos en casi todos lados, y de online no tenía mucho porque el trabajo implicaba viajar de Ituzaingó a Congreso todos los días de la semana para pasar allí solo tres horas por día, de nueve de la mañana hasta las doce. Luego iba a la escuela técnica de una de la tarde a diez de la noche.

Después de dos años, y aunque los negocios del profesor de matemáticas crecían sin mayores límites que las horas de clase que entraban en un día, Nicolás decidió que al terminar el secundario técnico buscaría un trabajo que le permitiera independizarse, primero porque la economía de la casa iba cada vez peor, y segundo para poder darle uso al famoso garage, hacerse una casa arriba y poder irse a vivir allí con su novia. Cuando cursaba el ingreso a la Facultad de Ingeniería de la Universidad de La Matanza, mientras pensaba que esperar seis años para poder tener finalmente un trabajo real no era buen plan, una tarde de noviembre de 2015 su mamá le trajo unos folletos que anunciaban la contratación de personas para la recientemente creada policía municipal. ¿Por qué no?, pensó Nicolás. Después de todo era un trabajo en serio y ya estaba cansado de vender clases particulares y estudiar para ser ingeniero y poder programar un siglo después.

El entrenamiento inicial, que duró siete meses, fue agobiante, y aunque cada semana muchos abandonaban, Nicolás se mantenía firme con una visión en mente: era necesario ser policía para tener un ingreso, para hacer la casa arriba del garage, también para ayudar a su mamá, luego para poder estudiar tecnología, y al fin ser programador. Era un plan de carrera no convencional, y un argumento que luego no convencería a muchos pero que para él alcanzaba como impulso y le permitiría primero soportar las pruebas del curso de ingreso, después hacer su mejor esfuerzo como policía, y además, a pesar del cansancio, tomarse una hora cada día, ya de regreso en la casa, para mirar videos de programación y hacer cursos gratis, de Java, de Phyton, de hardware, para seguir gente en las redes sociales, siempre con la idea de aprender las bases, porque todos los expertos que Nicolás veía en YouTube decían que si uno aprende a programar después puede hacerlo con cualquier lenguaje.

El primer mes en la Fuerza fue el más liviano: recorrer con el patrullero como prevención, circulando; al segundo mes llegaron las radios y había más trabajo. Primero lo asignaron al turno mañana, y un par de meses después al de la tarde. Nada complicado, prevenir entre vecinos peleas que podían escalar un poco, sacar de tal plaza a los muchachos que se drogaban, un accidente de tránsito, un control, ningún muerto, ni tiros, ni nada.

Como Nicolás era muy responsable pronto lo ascendieron a jefe de Logística y luego lo pasaron a ayudante de guardia en el turno noche. Esto último implicaba entrar a las ocho de la noche y trabajar doce horas seguidas, para luego tener treinta y seis horas de descanso. El puesto tenía algo de oficina y algo de patrullaje, y para Nicolás era una buena oportunidad para dar el paso siguiente: volvería a la universidad pero esta vez a la UTN para estudiar la tecnicatura en programación, una carrera de solo dos años. Lo duro era presentarse en la UTN a las ocho de la mañana sin haber dormido y llegar hasta el mediodía. Si las clases no estaban buenas sus apuntes después de las diez de la mañana eran ya puras líneas rectas...

Con su presente de policía y encaminado ya su futuro de programador, Nicolás volvió a ser feliz. Como no dejaba de hacer las cosas bien, lo ascendieron a jefe de guardia, algo de mayor responsabilidad porque debía coordinar el trabajo de varios patrulleros, avisar lo que pasaba, informar a la base, armar algún movimiento. Ahí la cosa empezó a ponerse más movida: algunas persecuciones, y un par de veces hasta debió saltar por los techos. Todo bajo control, con una rutina establecida a base del apego a las normas de seguridad, los horarios y procedimientos.

Solo una vez tuvo miedo. Una noche, alrededor de la una de la mañana, los vecinos habían llamado porque una pareja que vivía a un costado de la base, frente a la plaza, peleaba con los muchachos de enfrente, pasados de alcohol.