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Pedro Darío Zapata

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Beschreibung

Todas las culturas poseen rasgos que las hacen particulares, sin embargo, algunas peculiaridades nos hacen pensar que pudieron estar relacionadas, unidas por algunos acontecimientos alejados de la luz de la ciencia. Pero, ¿y si pudiésemos unir esos cabos sueltos?, ¿si pudiésemos encontrar ese hilo conductor que atraviesa las culturas antiguas? ¿Y si los hechos de la historia no fueran más que cuentas de un eterno rosario que nos guía hacia el futuro? Dominique ed-Dhib, su padre y su hermano realizan un hallazgo sorprendente y orquestan un conjunto de señales que nos permitirá prepararnos para nuestro futuro: el código MEGAS.

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Seitenzahl: 240

Veröffentlichungsjahr: 2021

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PEDRO DARÍO ZAPATA

CÓDIGO MEGAS El fin y el principio

Zapata, Pedro Darío 

   Código Megas : el fin y el principio / Pedro Darío Zapata. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2021.

   Libro digital, EPUB

   Archivo Digital: descarga y online

   ISBN 978-987-87-1732-6

   1. Literatura. 2. Narrativa Argentina. I. Título. 

   CDD A863

EDITORIAL AUTORES DE ARGENTINA

www.autoresdeargentina.com

[email protected]

Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723

Impreso en Argentina – Printed in Argentina

Índice de contenido
Índice
Cambridge, noviembre de 1962
Quintana Roo, abril de 2003
Judea, diciembre de 1946
Oslo, octubre de 2003
Yucatán, junio de 1952
Oslo, febrero de 1976
Harvard, mayo de 1890
Hampshire, Inglaterra, febrero de 1908
El Cairo, noviembre de 1922
Oslo, abril de 2020
Nassau, abril de 2012
Poseidonia, julio de 2023 a. C.
Oslo, febrero de 1951
Nueva Atlantis, noviembre de 2019 a. C.
Oslo, enero de 1961
Nueva Atlantis, noviembre de 2005 a. C.
Giverny, mayo de 1946
Londres, julio de 1950
Notodden, junio de 2011
Nueva Atlantis, diciembre de 2005 a. C.
Notodden, septiembre de 2019
Oslo, octubre de 2019
Ullern, Oslo, diciembre de 2019
Nueva Atlantis, enero de 2004 a. C.
Ullern, Oslo, diciembre de 2022
Oslo, septiembre de 1960
Nueva York, febrero de 1998
Montaña de las Ánimas, Antártida, febrero de 1983
Base Militar Área 51, Arizona, mayo de 1984
Washington, febrero de 1986
Río de Janeiro, agosto de 1997
Oslo, mayo de 1998
Ullern, Oslo, septiembre de 1997
Base Militar Área 51, Arizona, abril de 1985
Cambridge, abril de 1998
Poseidonia, septiembre de 2065 a. C.
Poseidonia, abril de 2041 a. C.
Atlantis, febrero de 2021 a. C.
Ullern, Oslo, febrero de 2050
Poseidonia, junio de 2022 a. C.
Poseidonia, junio de 2022 a. C.
Costa de Fenicia, junio de 5022 a. C.
Costa de Portugal, abril de 22.500 a. C.
Costa de Somalia, mayo 72.150 a. C.
Atlántida, mayo de 2021 a. C.
Ullern, Oslo, septiembre de 2030
Nueva Atlantis, septiembre de 2000 a. C.
California, febrero de 1957
Ullern, Oslo, octubre de 2030
Nueva Atlantis, octubre de 1029
Boston, julio de 2020
La Serena, Chile, noviembre de 2025
Ullern, Oslo, marzo de 2031
Área 51, Arizona, enero de 2021
Sídney, Australia, marzo de 2026
Washington, mayo de 2031
Ullern, Oslo, agosto de 2035
Nueva Atlantis, abril de 1999 a. C.
Ullern, Oslo, febrero de 2060
Notodden, 10 de febrero de 2070
FIN

Dedicado a Iván...

Cumple tus sueños sabiendo que no hay frontera ni límites más de los que nos imponen nuestros propios pensamientos.

Cambridge, noviembre de 1962

James Watson y Francis Crick brindan con sus amigos de la Cambridge University en The Eagle por su gran acierto, la publicación de la estructura del ADN, publicada diez años atrás, el 15 de abril de 1953, y que les valía una visita a Estocolmo el próximo 10 de diciembre para recibir el Premio Nobel de Fisiología y Medicina.

Días antes de la ceremonia de premiación, una fría mañana en Estocolmo, James y Francis fueron recibidos por el presidente de la Fundación Radovedneži, Martin Radovedneži, y su director ejecutivo Mohammed ed-Dhib. Martin estaba sumamente enfermo, sin embargo, a pesar de ello, mantuvo una extensa charla con ellos. En el intercambio, les reveló datos confidenciales que su fundación había obtenido financiando otras líneas de investigación y les propuso una importante suma de dinero para investigaciones futuras, si lograban relacionar estos datos con la estructura y función del ADN. Martin falleció días después sin poder asistir a la ceremonia de premiación, pero su amigo Mohammed cumplió sus deseos y acompañó con su presencia e importantes recursos financieros a James y Francis, iniciando así la etapa más ambiciosa y secreta del proyecto generado por la Fundación.

Francis Crick siguió su camino en Cambridge, mientras que James Watson viajó a Nueva York en 1968 donde fundó y dirigió el Laboratorio de Biología Cuantitativa de Cold Spring Harbor tomando como premisa visible seguir con los estudios del ADN y de manera secreta revelar aquel misterio compartido por Martin y Mohammed varios años antes.

Veinte años después la Oficina de Energía de los Estados Unidos inició los estudios de prefactibilidad para la secuenciación total del ADN dirigida por el propio James Watson, y solo 10 años después, el 15 de abril de 2003 se publicaba de manera simultánea en las dos revistas más prestigiosas del mundo la conclusión final del proyecto, denominado HUGO, que describió los aspectos generales de la escritura de nuestro propia esencia: el ADN. Sin embargo, las investigaciones no hacían más que empezar, ya que en las instalaciones privadas de la Fundación Radovedneži ubicadas en las Somerville, cerca de Boston, y en Ullern, cerca de Oslo, un grupo selecto de biotecnólogos, biólogos, físicos, químicos y matemáticos profundizaban en la búsqueda de asociaciones entre manuscritos antiguos y datos biométricos presentes en el ADN. En diciembre de 2010, luego de exhumar la tumba de Lord Carnarvon, se produjo un gran vuelco en las investigaciones al encontrar una pista que permitía organizar las otras preexistentes.

Basados en los hallazgos sobre edición de genomas de Francis Mojica en la Universidad de Alicante, y de sus seguidores Emmanuelle Charpentier y Jennifer Doudna, la Fundación decidió abrir su propia línea y apoyar financieramente al grupo en el desarrollo de la tecnología CRISPR. En agosto de 2011 Mohammed, presidente de la Fundación Radovedneži, firmaría un acuerdo secreto con una de las empresas más grandes del mundo en software, para proveer en solo 5 años la tecnología necesaria para alcanzar una capacidad ilimitada de almacenamiento y análisis de datos utilizando el ADN como librería.

Entre 2011 y 2015 la Fundación reclutó más de 200 investigadores a través de contratos posdoctorales en término, bien pagos y con un minucioso acuerdo de confidencialidad. Sin embargo, algunos desertaron desapareciendo en el vertiginoso mundo de la ingeniería genética y fueron olvidados por la Fundación. En julio de 2017, un biólogo del Colegio de Medicina de Harvard, Seth Shipman, publicó un hito que aceleraría vertiginosamente las investigaciones secretas que se llevaban a cabo principalmente en Boston. Seth logró por primera vez insertar un GIF animado de 36 x 26 píxeles en el ADN de un organismo vivo gracias al uso del sistema CRISPR.

Entre 2017 y 2020, lo investigadores de la Fundación incrementaron su trabajo y por primera vez, luego de 130 años del descubrimiento de Alfred Maudslay y Anne Cary en Palenque a fines de 1890, Jean Paul ed-Dhib, hijo de Mohammed ed-Dhib y actual presidente de la Fundación Radovedneži, comprendió la compleja asociación entre los grabados y manuscritos, celosamente guardados en las arcas de la Fundación, y el código biológico más importante de la historia, el ADN.

En noviembre de 2020 la Fundación Radovedneži junto a varias empresas multinacionales de software y tecnología digital crean la corporación MEGAS, con el único fin de descifrar las últimas variables del código embebido dentro del mismísimo ADN, y simultáneamente alcanzar una tecnología que permita utilizar dicho código. Ese mismo año Emmanuelle Charpentier y Jennifer Doudna ganaron el premio Nobel de Química por el desarrollo de la tecnología de edición CRISPR.

De repente, era sorprendentemente notorio cómo todos los hallazgos tenían algo en común, un código sencillo, pero misteriosamente encubierto entre los textos que explícitamente se mostraban. Una serie de simbolismos relacionados con el ADN y a lo que él mismo alberga a través de cientos de generaciones. Un grabado místico que más que un acúmulo de saberes parecía un mapa, un sendero a través de alguna desconocida variable que al momento del hallazgo era imperceptible.

Jean Paul sabía que los hallazgos provenientes de la tumba de Tutankamón, los pergaminos del mar Muerto, y el pergamino M-55, junto a otros hallazgos provenientes de diversas culturas esparcidas por la tierra a través de la historia, mostraban algo mucho más prometedor y más misterioso; algo que él ya había vivido hacía un par de años cuando fue invitado a recorrer los recientes hallazgos arqueológicos de Quintana Roo, conocidos actualmente como Río Secreto. Pero Jean Paul era un hombre de palabra, y fiel a lo prometido a su padre guardó en secreto aquellos recuerdos. Mohammed le había pedido… “no reveles nada de lo que has hallado hasta que la humanidad esté preparada, busca el camino que nos guíe en esa dirección, pero recuerda que develar algunos misterios descubiertos por azar podría llevarnos al caos, ya que la humanidad aún no está lista para saber toda la verdad… solo estará lista para emprender ese camino cuando las pruebas se hagan visibles a los ojos de los expertos del mundo. Han quedado muchas pruebas, solo debes guiarlos y ellos las encontrarán. Serán difíciles de demostrar, pero el ingenio los llevará en esa dirección y allí sí será seguro saber qué fue lo que realmente ocurrió”.

Sin embargo, a pesar de la incongruencia en las fechas versadas en la línea temporal, todo dio inicio en 2003 cerca de las hermosas y turquesas aguas del Caribe, en la ciudad de Cancún.

Quintana Roo, abril de 2003

Jean Paul ed-Dhib, su hermano Dominique y su padre Mohammed, junto a Piero Valentino Bichierri arribaron al aeropuerto de Cancún pasada las 15 horas. El sol de la tarde generaba un ambiente húmedo que obligaba a los turistas a sumergirse en los ambientes climatizados. Los miembros de la familia ed-Dhib no eran turistas comunes, habían arribado especialmente para sumarse al grupo de arqueólogos y espeleólogos que incursionaban por primera vez en unas cuevas recientemente descubiertas en Quintana Roo, cerca de Playa del Carmen.

Estas cavernas se hallaban ubicadas en terrenos privados. La misión del grupo era analizar el valor científico del hallazgo para justificar su protección y, simultáneamente, verificar la posibilidad de su explotación arqueológica y turística, ya que el dueño de la propiedad era la Fundación Radovedneži, una corporación privada dedicada a la preservación de patrimonios históricos relacionados con culturas extintas como la maya.

La Fundación nació como una colección privada y paulatinamente fue acumulando un patrimonio único no solo en objetos históricos, sino en datos generados por diversas líneas de investigación. Su presidente fundacional, el arquitecto y millonario noruego Martin Radovedneži, había dedicado toda su vida a resguardar una amplia colección de objetos relacionados con diversas culturas que existieron en el mundo y que, según su presidente, tienen aspectos comunes que los relacionaban con un pasado ancestral similar. Martin tomó la iniciativa de involucrarse, proteger y financiar investigaciones en todos aquellos lugares que pudieran estar relacionados y arrojasen pruebas a su impetuosa teoría. Su actual presidente, Mohammed ed-Dhib, fue muy amigo de Martin y le prometió perpetuar su obra y darle un impulso moderno acorde a los tiempos actuales. A sus 80 años ya había preparado el terreno para que su hijo Jean Paul, su mano derecha, lo siguiera al frente de la Fundación y esta sería su última misión al frente de la entidad.

El Beathless Riviera Cancún era un complejo hotelero ubicado cerca de Playa del Carmen y ofrecía la ventaja de tener sus ambientes separados según el deseo de su público. Mohammed había invertido en él hacía tiempo en busca de tranquilidad y cercanía a sus lugares favoritos. El hotel tenía reservada una habitación doble en un ala preferencial, lejos del bullicio y de los turistas con familias que acudían anualmente al lugar.

Cansados por el viaje se trasladaron al hotel para descansar hasta el próximo día, cuando iniciarán las tareas. Sus hijos junto a Piero se alojaron en las habitaciones contiguas para facilitar las reuniones nocturnas y las largas charlas de café a la luz de la luna.

Piero Valentino Bichierri era un joven arqueólogo especialista en espeleología y en biología que se había graduado de la Universidad de Bologna junto a su hijo Dominique, y a través de la amistad que compartía con aquel se había acercado a la Fundación, prosperando hasta hacerse cargo del Departamento de Arqueología Biológica. Pocos, a excepción de Dominique, sabían exactamente el cometido de este departamento y más aún cuando su presupuesto era tres veces superior al del resto de las áreas de la Fundación.

Al día siguiente amaneció diáfano, con un sol que únicamente podría reflejar las míticas creencias mayas e invitaba a sumarse a una aventura por Yucatán y sus innumerables atracciones arqueológicas. Pero Jean Paul, Dominique y Piero ya tenían planes, visitar el lugar de la excavación, mientras Mohammed arreglaba los términos del acuerdo con los representantes del dueño de los terrenos en donde se habían descubierto las cavernas. Años después pondrían al emprendimiento el seductor nombre de “Río Secreto”.

Una combi polarizada los recogió temprano del hotel y los llevó al sitio arqueológico en donde se sumaron otros 3 miembros al equipo.

Los datos preliminares indicaban una extensión importante de los pasadizos y cavernas que podrían extenderse varios kilómetros bajo tierra. A pesar de ser escasos los datos al momento, se podía intuir que eran más de 20 kilómetros.

Se generaron tres equipos de dos personas cada uno, contando siempre un experto en espeleología. Piero como experto encabezó un equipo junto a Dominique, su amigo inseparable. Sobre el plano, todos examinaron lo conocido hasta el momento y tomaron tres direcciones para las incursiones: noroeste, oeste y suroeste. En realidad, los grupos solo habían elegido la orientación de ingreso, ya que las cavernas no tenían una orientación definida y se extendían en múltiples direcciones, por eso en cada encrucijada tomarían la dirección inicial. Cada grupo llevó implementos de orientación subterránea, provisiones para cinco días. Tomaron como referencia la cámara central y a las nueve de la mañana iniciaron la travesía. Piero y Dominique eligieron dirigirse al oeste.

Las cavernas de Río Secreto están provistas de una maravillosa colección de estalactitas, estalagmitas y columnas de muchas formas y tamaños, de períodos nuevos y antiguos, con aguas cristalinas y desechos rocosos que invitan a sumergirse en una experiencia inolvidable. En aquel momento de exploración solo eran conocidos algunos pasadizos y cinco accesos diferentes a la cámara central. Piero y Dominique, junto al equipo completo, recitaron las místicas oraciones de protección y larga vida en idioma maya y se introdujeron en la cámara principal eligiendo cada uno su sendero. Junto a una gran bóveda cubierta por estalactitas puntiagudas de más de cincuenta centímetros y sumergida casi por completo en una gran piscina acuática de cuatro metros de profundidad se ubicaba el ingreso al sendero oeste, apreciable al fondo de la caverna como una garganta cuya úvula estaba remedada por una gran estalactita de un pálido amarillo.

Los amigos nadaron los ocho metros de agua que los separaban de la garganta y se introdujeron por ella cuidadosamente para no dañar las formaciones. Inmediatamente después el sendero se volvía angosto, de casi un metro de ancho, y serpenteaba suavemente introduciéndose entre las rocas hacia adelante. Paulatinamente el agua disminuía y el estrecho sendero se volvía un camino sinuoso seco entre las rocas, ahora de solo un metro de ancho, para terminar 500 metros más adelante en una recámara cubierta por formaciones rocosas y raíces de árboles que la atravesaban en busca de agua. La caverna no era muy grande y poseía varias subcavernas, como si fueran capillas radiantes que circunscriben un gran altar central. Piero y Dominique exploraron cada una de ellas confeccionando un mapa detallado de lo que observaban. Solo 2 de ellas poseían una salida posterior que continuaba el camino uno hacia el oeste y otro hacia el suroeste. Luego de registrar fotográficamente todo tomaron el camino hacia el oeste metiéndose en una abertura de escasos cincuenta centímetros ubicada entre dos rocas al fondo de la caverna menor. Pronto el sendero se ensanchaba y continuaba sinuoso en dirección oeste. Luego de cuatro horas habían recorrido aproximadamente seis kilómetros. Avanzaban lentamente debido al sinuoso camino y la gran cantidad de formaciones por sortear.

La jornada continuó lenta y tranquila, tomando notas y registrando fotográficamente todo lo observado. Pronto habían pasado seis horas más de recorrido y el sendero había girado ligeramente hacia el norte tomando un curso ONO.

La noche llegó de la mano del cálculo del tiempo transcurrido y del cansancio que ambos sentían luego del agotador recorrido. Hicieron bromas de las locuras que habían realizado en sus años de universidad y recordaron que los grandes desafíos surgen así, de repente, casi sin anuncios y solo siguiendo tus instintos. Piero sentía una gran admiración por su amigo, lo quería con fervor, pues estaban juntos desde el primer año de la universidad. Dominique era alto y sus rulos colgaban por entre sus cejas sin por ello tapar sus ojos verdes y su mirada inquisidora cuando pensaba y sacaba conclusiones. Su tez tostada y brillante al sol dejaba a sus admiradoras rendidas a sus pies. Para Piero era una terrible carga llevar dentro de sí esa admiración por su amigo y verlo cambiar de damisela como de bermuda. Piero era un joven solitario, de finas cejas, piel morena y rasgos típicos del sur italiano. Era tímido y, si bien había logrado abrirse a sus amigos, llevaba pesadamente su carga homosexual. Le fue difícil superar el embelesamiento que sentía por Dominique para transformarse en su amigo confesándole sus sentimientos. Sin embargo, ya hacía años que ambos habían superado esos días en la universidad. Se había transformado en su mejor amigo, conocía sus miedos y cuidaba celosamente de él.

Ambos charlaron largo tiempo de las pasiones compartidas por la espeleología y los misterios de los mayas, y pronto cayeron rendidos en lo profundo de una oscuridad que facilitaba perder todo sentido del tiempo. Piero apoyó su cabeza sobre el hombro húmedo de Dominique. “¡Hasta mañana, Domi!... ¡que descanses!...”. Dominique lo abrazó y ambos se quedaron dormidos.

Durmiendo profundamente en un sueño de fantasías de caminos que recorrerían juntos, la corriente los atrapó de golpe, intentaron comprender qué ocurría, pero la fuerza del agua fue mayor y ambos resultaron arrastrados por la voraz corriente de agua dulce, helada y transparente. La cabeza de Dominique dio contra una de las rocas y perdió el conocimiento. Piero, que en su mano llevaba una linterna, alcanzó a encenderla y alarmado gritó llamando a su amigo. Con un pie soportó el peso de su cuerpo incrementado por la presión del agua que intentaba llevárselo río abajo. De un manotazo tomó un casco, se lo puso e intentó incorporarse. Sin embargo resbaló, dio un giro, chocó contra una de las paredes y se sujetó de una roca. Quince minutos duró aquella feroz corriente y lentamente disminuyó, como si alguien hubiera abierto un grifo solo por un instante y luego lo hubiera cerrado. Recuperó el equilibrio y con la luz empezó a buscar a Dominique acompañado de gritos que se perdían en las oscuras fauces de las cuevas que los rodeaban. Nada, ni un sonido, ni restos, nada. De pronto, un casco brilló incrustado contra una roca. Se acercó, tomó el caso y no pudo evitar dejar escapar una lágrima, pues intuyó lo peor al ver sangre en su interior.

Piero buscó a Dominique por tres días y no halló nada. Exhausto, hambriento y con la moral partida, retomó el sendero en sentido contrario y caminó por dos días. Luego el cansancio lo venció y se rindió en un rincón de piedra de una de las cámaras.

La tropilla lo encontró delirando y con fiebre. Lo entablillaron pues tenía un brazo quebrado. Al séptimo día de aquel evento Piero volvió a ver la luz del día. Era un día hermoso, soleado y cálido, sin embargo para él todo seguía siendo gris y sombrío, había perdido a su amigo, su mentor, su hermano. Ya nunca lo recuperaría… o al menos eso creyó en ese momento.

Judea, diciembre de 1946

Jum’a y su primo Mohammed iniciaron temprano la jornada para vigilar el rebaño y elegir una de las cabras para el banquete de Nochebuena. Habían heredado esa tradición de sus padres. Junto a sus hermanos, esposas e hijos realizaban una pausa en la jornada y recordaban el nacimiento de Jesús, uno de los hombres más grandes de la historia y un ejemplo para seguir, dicho de las mismas palabras que el maestro Mahoma. Pero, ese día, el destino les deparaba un camino muy diferente.

Pasado el mediodía se levantó un fuerte viento acompañado de negros nubarrones que anunciaban fuertes lluvias y ráfagas de arena. Los primos solían llevar el rebaño al pie de la montaña porque las pasturas eran mejores y además había cuevas por toda la ladera que les permitían acampar por días y descansar al abrigo del frío de la noche. Jum’a, el mayor, señaló a su primo una de las cuevas en la parte media de la montaña, y le pidió que buscaran refugio, ya que se avecinaba una fuerte tormenta. Junto a Mohammed reunieron el rebaño y lo llevaron hacia las cuevas; estas solían ser grandes espacios donde un pastor podía refugiarse junto a su ganado y ellos lo sabían.

El viento sopló implacable, con ráfagas de 40 km/h, produciendo roncos silbidos en la abertura de la montaña. Pero los pastores y su ganado estaban bien acomodados en el interior de un gran recinto que habían hallado. No eran las cuevas conocidas por ellos, ya que esta vez habían ido mucho más al norte buscando mejores pasturas para el ganado. Mohammed, el menor de los dos, era un joven entusiasta y de espíritu explorador, más arriesgado y curioso que su primo. Con sus 23 años había experimentado la labor de pastor, pero soñaba con poder viajar y conocer sitios lejanos. Su primera esposa, Yadira, lo alentaba a ello, juntos compartían la idea de conocer la vida del hombre occidental.

Habían pasado dos horas de fuertes vientos y la tormenta no parecía cesar. Mohammed tomó una lámpara de aceite y anunció que se iría a explorar, perdiéndose en la oscuridad de la caverna ante la mirada atónita y desaprobadora de Jum’a. La negrura se tragó a Mohammed y el fulgor de la lámpara se perdió en las profundidades de la caverna.

Qumran es un valle rodeado de montañas pobladas de cuevas y galerías subterráneas en donde los antiguos habitantes de la ciudad que llevaba el mismo nombre solían refugiarse. No era raro encontrar restos de vasijas y hasta huesos de moradores perdidos en sus pasadizos que sucumbieron al rigor del desierto y la falta de agua. Jum’a sabía perfectamente que si la tormenta continuaba debían buscar agua que les permitiera subsistir. Encargó de un grito a su primo que busque agua, y Mohammed asintió con un grito perdido en la negrura de la caverna que sonaba lejano y llegaba como un eco a los oídos de Jum’a.

La tormenta seguía recia y firme, las cabras se habían reunido en el centro de la cueva formando una gran maraña blanca amarronada y estaban tranquilamente echadas como sabiendo que solo la paciencia de esperar que el tiempo arrecie las sacaría de allí. Ya había pasado hora y media y Mohammed no había regresado. Jum’a, preocupado, tomó la otra lámpara y decidió explorar las cuevas circundantes para tranquilizarse. La noche se acercaba y no quería dejar todo para el último minuto. Lejos habían quedado las intenciones de festejos y ahora se disponía a evaluar la situación para pasar la noche. Solo había caminado unos cuantos metros cuando en la lejanía, desde las profundidades de la cueva, oyó los gritos de su primo. Su voz se oía alterada, como emocionada, y se incrementaba rápidamente; Mohammed corría hacia su primo. Visiblemente conmocionado, Mohammed le explicó a Jum’a que la caverna se extendía varios kilómetros en la montaña y que en una de las cámaras más alejadas había encontrado un gran número de pergaminos.

Los primos ed-Dhib se hicieron famosos por su hallazgo, los pergaminos perdidos del mar Muerto. Mohammed pudo viajar a París con su esposa e inició sus estudios de arqueología gracias a una beca del gobierno francés. En ese tiempo se convirtió en la mano derecha del director de la Biblioteca Nacional de Francia. En 1952, durante una velada organizada por amigos de la biblioteca conoció a Martin Radovedneži, un brillante y acaudalado ingeniero noruego de 56 años, propietario de la mayor colección de objetos y documentos arqueológicos privados en el mundo. Mohammed y Martin se hicieron grandes amigos, y tras largas charlas de café firmaron un acuerdo de colaboración entre ambos. Mohammed se trasladó con su familia a Oslo, donde se dedicó a reorganizar y estudiar la amplia colección de manuscritos y textos antiguos, entre los que figuraban varios escritos que databan de 5300 años de antigüedad, incluyendo los treinta y cinco pergaminos que junto a su primo hallaron en la cercanías del mar Muerto.

Cuando Martin Radovedneži murió en 1962 dejó claras indicaciones para que Mohammed pudiera seguir su trabajo. Mohammed se trasladó a Hampshire para que sus hijos pudieran estudiar mientras él proseguía con su investigación. En 2010, con 87 años, a pesar del peso de su edad no había disminuido su entusiasmo y seguía acompañando en cada hallazgo. Estuvo presente cuando su hijo Jean Paul junto a su equipo abrió la sepultura de Lord Carnarvon y recogieron los escritos secretos de la tumba de Tutankamón. Durante años había estudiado el pergamino clasificado como M-55 y sus extraños relatos; los había cotejado con aquel antiguo libro de cinco mil años y una gran cantidad de textos arameos antiguos, egipcios, mayas, y otras culturas extintas del Asia. Todo parecía confluir en un hecho similar que involucra una ceremonia espiritual común a varias culturas. Había escuchado historias de famosos arqueólogos de finales del siglo XIX y principios de siglo XX, pero nunca había hallado pruebas, solo narraciones vagas que parecían indicar una relación entre los hallazgos reunidos por Lord Carnarvon, apasionado de Egipto y financiador de las mayores expediciones de la historia.

Oslo, octubre de 2003

Mohammed ed-Dhib estaba sentado en el sillón de su oficina en silencio, absorto en sus pensamientos sujetaba una copa de brandy. Jean Paul ed-Dhib y Piero Valentino Bichierri habían permanecido junto a él todo el día, asegurándose de completar todos los papeles del seguro y de la Fundación Radovedneži. El silencio y las acciones pensadas caracterizaban ese particular luto. Mohammed se había negado a llevar adelante un funeral, a pesar de los consejos de su terapeuta. Jean Paul respetó esa decisión y aunque sufría en silencio la pérdida de su hermano llevaba con calma la necesidad de darle sepultura y un cierre al caso. Las pruebas no eran concluyentes y a pesar de que ninguna de las expediciones logró encontrar su cuerpo era probable que nunca lo hicieran, ya que las cuevas subterráneas de Río Secreto se estimaban en cientos y alcanzaban fácilmente los veinte kilómetros vinculándose con otros sistemas propios de la península. Los reportes ampliaban cada vez los túneles sin encontrar pruebas. Habían pasado seis meses desde su desaparición y era necesario cubrir los huecos legales, ya que Dominique era uno de los vicepresidentes de la Fundación y debía ser reemplazado.

“¡Padre!... Aquí tienes los papeles, es necesario que los firmes y demos un corte a esta locura”, exclamó en voz baja Jean Paul.

Mohammed bajó la mirada, tomó los papeles, los inspeccionó hoja tras hoja, y se detuvo en la penúltima… firmada por Dominique ed-Dhib aceptando el cargo propuesto… donde claramente se leía su nombre de puño y letra y al final un símbolo particular:

Una lágrima recorrió su mejilla y recordó a aquel niño de 12 años con el que jugaban a inventarse nombres en maya, diciendo cómo se llamarían si hubiesen sido mayas. Sus recuerdos daban vueltas en su mente…

—Dominique Balam Iktan será mi nombre y seré famoso entre los reyes mayas —decía entre risas Dominique—, ¡y mi firma serán las tres iniciales de mi nombre maya!

—Si vivieses entre los mayas serías un sacerdote —le decía Mohammed—, ¡ya que ellos eran sus científicos!

Su mente divagó un instante y cuando estaba a punto de firmar… bajó la pluma y llamó la atención de Jean Paul.

—¡Mira esos símbolos!... ¡Los he visto antes!... Recuerdas la piedra de Lhuillier, la lápida T514. ¡¡Búscala!!

Ambos enmudecieron e incrédulos miraron los símbolos, y sin salir de su asombro fue la primera vez que aquel triste luto se cortó con una sutil sonrisa.

—¡Cómo llegó allí el hijoputa! —dijo esbozando una sonrisa burlona Jean Paul—. ¡¡¡Será posible!!!

Yucatán, junio de 1952

Alberto Ruz Lhuillier y una tropilla de jóvenes arqueólogos mexicanos exploraban la inconmensurable selva que rodeaba a Palenque. Lhuillier, jefe de la expedición, seguía atentamente sus notas y se dirigía al extremo occidental de la pirámide mayor. Aún recordaba las palabras de su mentor, Alfred Maudslay, un viejo arqueólogo que no dejaba de alimentar sus imaginaciones con relatos de sus hallazgos en Palenque y de las semejanzas con otras culturas. Todo lo había registrado en su diario, alimentando la ilusión de ser un día el continuador de la misión de aquel enamorado de la cultura maya y su esposa, Anna Cary.

De repente, entre la maleza y las ramas de un viejo ceibo hallaron una entrada, cubierta por una piedra rectangular de treinta y cinco centímetros de espesor. Con la fuerza de cinco hombres corrieron la fabulosa piedra y destaparon aquella fosa oscura. El descenso se hizo interminable, y mientras bajaban los 80 escalones que los llevaban directo a la cámara mortuoria, sintieron un intenso aroma a almizcle y lavanda, entremezclado con un rancio aroma a vinagre. Estaban respirando por primera vez el aire encerrado por miles de años.

Al llegar a la cámara mortuoria hallaron una inmensa lápida, grabada finamente con la figura de un viajero maya, que tiempo después el propio Lhuillier atribuyó al gobernante maya “Pacal el Grande” (K'inich Janaab Pakal). Las características del grabado alimentaron la imaginación de muchos, creyendo haber hallado las pruebas de viajes interestelares y contactos con culturas extraterrestres. Sin embargo, pocos repararon en las tumbas anexas, que a escasos metros rodeaban la principal, quizás pensando en que se trataba de sirvientes, ya que del conocimiento de los antiguos rituales mortuorios mayas se sabía que estos “acompañaban” en su camino a la transición entre mundos al gobernante. A la derecha de Pacal, la última tumba estaba cubierta por un glifo enigmático, con una rara inscripción en maya y un subtítulo que indicaba su morador. Pasarían varios años para que Bernal Romero, seguidor del trabajo de Lhuillier, descifrara el escrito como “La Casa de las Nueve Lanzas Afiladas es el nombre de la tumba de K’inich Janaahb’ Pakal, sagrado gobernante de Palenque”.