Colon en Puerto-Rico - Cayetano Coll y Toste - E-Book

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Cayetano Coll y Toste

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Beschreibung

Tres pueblos se disputan la gloria de que en sus mares fondeara la exploradora armada de don Cristóbal Colón, y de que en sus playas desembarcaran los intrépidos argonautas, compañeros del gran Ligur, en su segundo épico viaje: Aguada, Mayagüez y Guayanilla.
Terciamos en el debate sin tener por divisa el amor de localidad, y con el deseo de aportar nuestro grano de arena al monumento histórico de los primeros tiempos de la conquista y colonización de nuestra isla.
Todo lo que tiene el sabor de la tierruca nos atrae y seduce, leemos con fruición psíquica todas estas disertaciones históricas boriquenses, las buscamos con exquisita diligencia, y aplaudimos esta prestigiosa labor de depuración, tanto la iniciada por el señor Brau y seguida por el padre Nazario, como la de los escritores de la ciudad del Oeste. Aspiramos, pues, únicamente, á esclarecer puntos oscuros de nuestra breve historia regional sin apasionamiento alguno, porque no pertenecemos á ninguno de los pueblos, que se disputan esta gloria.
No es de extrañar, que tratándose de asuntos de los primeros tiempos de la colonización del Archipiélago antillano, surja la controversia. Existen otros asuntos históricos de mucha mayor trascendencia, referentes al Descubrimiento de América, que aún están envueltos en las brumas de la incertidumbre y sobre el tapete de la discusión. Sin ir muy lejos tenemos un precioso ejemplo: el precisar cuál fué la primera isla donde el Almirante saltó á tierra en el Nuevo Mundo ha sido objeto de las más apasionadas discusiones entre escritores de reconocido mérito.

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CAYETANO COLL Y TOSTE.

COLON EN PUERTO-RICO.

DISQUISICIONES HISTÓRICO-FILOLÓGICAS.

© 2024 Librorium Editions

ISBN : 9782385746100

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

COLON EN PUERTO-RICO.

PROEMIO.

Segundo viaje de Colón

Fuentes históricas.

Diego Alvarez Chanca.

Carta del doctor Chanca.

Cómputo de fechas y escalas.

JUAN DE LA COSA

El mapa de Juan de la Cosa.

No es apócrifa.

BORIQUÉN.

Qué significa Boriquén?

CARIB.

Qué significa Carib?

Archipiélago Antillano.

La cuestión puerto ó bahía

Aguada y Aguadilla.

MAYAGÜEZ.

GUAYANILLA.

 

PROEMIO.

Tres pueblos se disputan la gloria de que en sus mares fondeara la exploradora armada de don Cristóbal Colón, y de que en sus playas desembarcaran los intrépidos argonautas, compañeros del gran Ligur, en su segundo épico viaje: Aguada, Mayagüez y Guayanilla.

Terciamos en el debate sin tener por divisa el amor de localidad, y con el deseo de aportar nuestro grano de arena al monumento histórico de los primeros tiempos de la conquista y colonización de nuestra isla.

Todo lo que tiene el sabor de la tierruca nos atrae y seduce, leemos con fruición psíquica todas estas disertaciones históricas boriquenses, las buscamos con exquisita diligencia, y aplaudimos esta prestigiosa labor de depuración, tanto la iniciada por el señor Brau y seguida por el padre Nazario, como la de los escritores de la ciudad del Oeste. Aspiramos, pues, únicamente, á esclarecer puntos oscuros de nuestra breve historia regional sin apasionamiento alguno, porque no pertenecemos á ninguno de los pueblos, que se disputan esta gloria.

No es de extrañar, que tratándose de asuntos de los primeros tiempos de la colonización del Archipiélago antillano, surja la controversia. Existen otros asuntos históricos de mucha mayor trascendencia, referentes al Descubrimiento de América, que aún están envueltos en las brumas de la incertidumbre y sobre el tapete de la discusión. Sin ir muy lejos tenemos un precioso ejemplo: el precisar cuál fué la primera isla donde el Almirante saltó á tierra en el Nuevo Mundo ha sido objeto de las más apasionadas discusiones entre escritores de reconocido mérito.

Todos sabemos, que el pío Colón dedicó al Redentor de la humanidad la primera tierra que viera y pisara; que ésta fué una isla llamada por los indios Guanahaní, y que el gran Navegante la llamó San Salvador. Pues bien, como esas islas, donde hubieron cuarenta mil aborígenes, quedaron arrasadas de gente humana, y los ingleses posteriormente se apoderaron de ellas, y las colonizaron, y de nuevo, por decirlo así, las bautizaron, de ahí surgió la dificultad y quimera de poder signar con precisión cuál fuera la verdadera Guanahaní; pues el Diario de Colón se ha perdido, y se conserva únicamente el Extracto de él, hecho por el padre Bartolomé de las Casas en su Historia general de Indias; resumen utilísimo, pero que carece de las importantísimas anotaciones náuticas.

Ahora bien, al tratar de San Salvador, mientras Navarrete consideró la isla del Gran Turk como el primer punto donde pisó Colón el suelo del Nuevo Mundo; el sabio Humboldt y Washington Irving han opinado que fué la actual Cat-Island; Varnhagen optó por Mayagón; Fox por Atwood; y el ilustre historiador y viajero alemán Cronau ha probado en nuestros días, con investigaciones propias, ser Watling-Island, como opinaban Muñoz, Becher y Major.

Las tinieblas circundan siempre la infancia de los pueblos, y en las nieblas de los primitivos tiempos de la colonización de América la hidra de la fábula asoma á menudo la cabeza para confundir al investigador, que anhelante busca el vellocino de oro de la verdad, sin otro Argos que la razón; pues los escasos cronicones que se poseen, muchas veces, más caldean el cerebro que le iluminan.

Afortunadamente sobre el tema boriqueño, que se ventila, existen preciosos documentos, que hacen amena la discusión y de cuyas páginas, bien escudriñadas, brota radiante la pura luz de la verdad histórica.

Creemos sinceramente que corresponde la gloria discutida, á la villa de la Aguada. Hemos publicado, con tal motivo, cinco artículos en el periódico La Correspondencia, concordando nuestro parecer con el de Iñigo Abbad[1], Stahl[2], Brau[3] y Montojo[4]. En Mayagüez se han publicado eruditos artículos, en las columnas del periódico El Diario popular[5], defendiendo los derechos que cree tener la ciudad del Oeste á tan alta distinción. El Pbro. Nazario ha editado un libro[6], en cuya obra no sólo recaba el estudioso sacerdote para el pueblo de su parroquia la gloria de haber sido el sitio electo por el gran Navegante, sino que niega se llamara nuestra isla Boriquén, y sí Carib; niega la arribada del crucero en el segundo viaje á Santa Cruz; supone costeó el Almirante, en ese mismo viaje, la parte meridional de la Española y no la del norte, para llegar al fuerte de Navidad; hace que Juan Ponce de León funde á Guaydía como primer pueblo de la isla en 1506, de donde saca la voz Guayanilla; llama á San Salvador Guamaní; considera la escritura de los indios boriqueños más perfecta que la de Méjico y Perú; y otra serie de afirmaciones y negaciones de suma trascendencia.

Llegado el debate á tal punto, se impone el dejar las columnas del periódico, cuotidiana hoja que desaparece rápidamente en la vertiginosa jornada de la vida moderna, y desarrollar en las páginas de un libro nuestra opinión.

Describiremos el segundo viaje de don Cristóbal Colón tal como nosotros le concebimos al reflejo de las historias compulsadas; y después presentaremos las fuentes históricas de nuestra confianza.

Creemos, firmemente, que el símbolo de la Redención cristiana, tallado en mármol de nuestras canteras, y levantado á las márgenes de la desembocadura del río Culebrinas, en las playas de Aguada, ocupa el lugar que le corresponde; pero, á fin de evitar interpretaciones dubitativas en el futuro, invitamos á todos los escritores, que han tomado parte en la controversia, para que de común acuerdo enviemos nuestros trabajos á la Academia de la Historia y aceptemos el veredicto de la sabia y competente Corporación.

Noviembre de 1893.

Segundo viaje de Colón

L

a llegada del intrépido genovés al puerto de Palos de Moguer, de donde había salido á la conquista del áureo vellocino de las Indias, cual nuevo Jasón en la célebre empresa de los Argonáutas, y su marcha triunfal á través de los hispanos pueblos, que le vitorean como á un héroe legendario de las epopeyas griegas, llegando á la condal ciudad de Barcelona, donde accidentalmente moraban los Católicos Reyes, radiante de justa emoción, y seguido de los capturados indios, que lucen vistosos penachos y cobrizas carnes, y ostentan lindos guacamayos y objetos de oro; tan feliz arribada despertó rápidamente en la Nación española un entusiasmo general hacia el desconocido navegante, que había regresado victorioso de los últimos confines del tenebroso mar Océano.

El desconocido en su propia patria, el desdeñado por el rey don Juan de Portugal, el desairado en Francia é Inglaterra, y acogido únicamente por el sabio astrólogo franciscano Fray Juan Pérez de Marchena en el modesto monasterio de la Rábida, y después por la bondadosa castellana Reina á instancias de su antiguo confesor, se yergue ahora al retorno de su fantástico viaje, agrupando á su alrededor los valientes hijosdalgos y los intrèpidos marinos àvidos de glorias y aventuras.

Acababa España de obtener la unidad nacional, lanzando del suelo patrio, tras gigantesca pugna de ocho siglos, la media luna del agareno; acababa el Renacimiento de infiltrar en Europa la savia de la vida moderna, con la venida de los artistas de Bizancio (1453), arrojados por el sable de Mahomet II; y el pueblo hispano, guerrero y artista, iba à trasladar à tierras descubiertas tan oportunamente, los trabajos de Hèrcules, terminados en el histórico estrecho con la ida de Boabdil à las costas mauritanas.

Los Reyes habían sentado en su presencia, honor altísimo, al profeta revelador de las invenidas tierras indianas. Aquellos edènicos salvajes de arrogante presencia, aquellas raras aves de vistoso plumaje, aquellos granillos de oro y macizas caràtulas del preciado metal, aquellas aromàticas maderas y picantes especias y desconocidas viandas y grotescas vasijas, revelaban à las imaginaciones impresionadas la realidad del descubrimiento.

Los regocijados è impacientes Monarcas dispusieron se reuniera con presteza suma, en las aguas de Càdiz, una brillante armada, que à las órdenes del glorioso Almirante cruzara de nuevo el incierto derrotero, por èl revelado, y afianzase la posesión de las halladas tierras à favor de la corona de Castilla.

No se omitieron gastos; se dispuso del oro necesario para los aprestos marítimos, merced à las alcabalas, bienes de judíos y emprèstito levantado; se comisionó à Berardi para la compra de la nao capitana; hubo acopio suficiente de granos y bizcocho; Rodrigo de Narvaez hizo la provisión de pólvora y balas; se obtuvo del Sumo Pontífice Alejandro VI la bula Inter cætera,sancionando el derecho à las tierras reveladas; se reunieron labriegos, herreros, albañiles, carpinteros y braceros para el laboreo de las vírgenes campiñas y construcción de acequias y edificios; se escogitaron veinte lanzas granadinas en briosos corceles andaluces; en la Alcaidía de Màlaga se reunieron corazas, espingardas y ballestas selectas; se llevaron à las carracas simientes como trigo, arroz, cebada, sarmientos, caña de azúcar y legumbres, y ganadería como vacas, yeguas, ovejas, cabras, puercas y asnas para castar[7]; se acumularon cal y ladrillos para edificar; y se embarcaron mil quinientas personas, en las diez y siete naves, entregàndose con fe ciega en manos del profeta y descubridor, que hacía poco tiempo había sido considerado como un loco visionario.

Allí venía el primer conspirador que hubo en Amèrica, Bernal Diaz de Pisa, que de Alguacil de la Corte pasó à Contador de la Armada, preso y aherrojado en Isabela por el Visorrey al descubrir su memorial de quejas à la Reina. Allí venía el benedictino Fray Bernardo Boil y doce sacerdotes del monasterio de Monserrat[8]. Allí venía Mosèn Pedro de Margarit como perito en el arte de guerrear: Boil y Margarit, dos autoridades adversas à la autoridad del Almirante; y personificando el uno el poder religioso y el otro la fuerza militar, habían de perturbar hondamente la incipiente Colonia, como sucedió, alentando al insubordinado Roldàn, que ejerció el cargo primero de Alcalde mayor de la Española. Allí venía Alonso de Ojeda, de músculos acerados, que supo capturar personalmente al bravo cacique CAONABÓ, destructor del fuerte de Navidad y nervio de la guerra del CIBAO, y montàndolo en el arzón de su corcel cordobès le condujo maniatado à la sorprendida ciudad de Isabela, para que desde la prisión oyera el tañer de las campanas, que habían servido al hazañoso paladín para su estratègico ardid. Allí el pulido Guevara, que había de tener tan novelescos amores con la hermosa HIGUEMOTA, hija de la cacica ANACAONA. Allí el infeliz Adriàn Mojica, ahorcado, por orden del Virrey, en las almenas del fuerte de la Concepción. Allí el arrojado Juan de Esquivel, vencedor del corpulento y batallador cacique COTUBANAMÁ, y despuès conquistador de XAYMACA, la actual Jamayca. Allí Sebastiàn de Olano, receptor de los derechos reales. Allí el padre Marchena, el amigo del alma de Colón, su primer protector y su confidente como sabio astrólogo. Allí los comendadores Gallego y Arroyo. Allí el físico Alvarez Chanca, encargado de la Sanidad, cuya Carta al Cabildo de Sevilla había de ser, andando el tiempo, una joya de inestimable valía. Allí los servidores de la Reina, Navarro, Peñasoto y Girau. Allí el piloto Antonio de Torres, que traía nombramiento de SS. AA. para volver con las naves à España; y à quien personalmente entregó el Almirante sus cartas y memorial para los Reyes, y cuyo encabezamiento decía: “Lo que vos Antonio de Torres, capitàn de la nao Marigalante è Alcaide de la cibdad Isabela, habèis de decir è suplicar de mi parte al Rey è la Reina, nuestros Señores”. Allí Juan de la Cosa, como Maestre de hacer cartas, piloteando la cèlebre carabela NIÑA, que tuvo la gloria de haber llevado à España la buena nueva del descubrimiento: Juan de la Cosa, que trazó el primer mapa del Archipièlago antillano al singlar del crucero por las edènicas islas: faro de potente luz para iluminar la epístola de Chanca. Allí el padre y el tío de Bartolomé de las Casas, el humanitario defensor de los indios, que antes de Grocio proclamara el derecho natural[9]. Allí Diego de Peñalosa, Escribano de Cámara del Rey é de la Reina, que dió el primer testimonio público en la ciudad de Isabela—9 de abril de 1494—dando fe de las instrucciones comunicadas á Margarit, de orden del Virrey, con el envío de cuatrocientos hombres de á pié y diez y seis de á caballo, al mando del capitán Ojeda, para aumentar la guarnición del fuerte de Santo Tomás á orillas del Janico. Allí el metalurgista oficial Fermin Zedó y el ingeniero mecánico Villacorta. Allí Luís de Arriaga, que había de defender tan valientemente el fuerte de la Magdalena contra los ataques del cacique GUATIGUANÁ y su numerosa mesnada. Allí Pedro Fernandez Coronel, Antonio Sanchez Carbajal y Juan de Luján, designados por el Visorrey, antes de embarcarse en la siempre útil NIÑA, en demanda de Cuba, para que fueran consejeros vocales, en unión del padre Boil, de su hermano don Diego, á quien dejaba de Gobernador interino. Allí Ginés de Gorvalán, que exploró las riquezas de los territorios del MACORÍS. Allí Juan de Aguado, Intendente de la Real Capilla, que había de retornar á España para traer después Comisión regia reservada[10]. Allí el esforzado mílite Diego Velazquez, conquistador y poblador de Cuba. Allí don Diego Colón, hermano del Almirante, y su ahijado de bautismo el indio de GUANAHANÍ, llevando el nombre de su padrino don Diego. Y allí Vega, Abarca, Gil García, Márquez, Maldonado, Beltrán y otros muchos, personificando el espíritu aventurero y gentil de aquel pueblo, que clavó con Pulgar el Ave-María á las puertas de la mezquita de Granada, antes de la toma de la morisca ciudad; y cerrada la era de la guerra muslímica traía al Nuevo Mundo el genio de la conquista, encarnado en fibras de hierro, espada toledana al costado, puñal florentino al cinto, relumbrante casco de vistoso plumaje, escudo cincelado, divisa amorosa ó pía, pesado lanzón para el férreo puño, y el pisador andaluz con gualdrapa multicolor: guerrero ágil, sobrio y apasionado, dispuesto siempre á arrojar el guantelete, dar un mandoble ó romper una lanza.

Y allí también, en la inmortal épica empresa, nuestro Juan Ponce de León, el mozo de espuela del Comendador mayor de Calatrava, don Pedro Nuñez de Guzmán; campeón de humilde cuna, pero de reconocida valentía personal, probada á diario, en los choques sangrientos con la morisma del Darro y del Genil; y que quince años después había de engarzar á la corona de Castilla la hermosa perla de BORIQUÉN, acogida por el Descubridor, en este segundo viaje, bajo el morado estandarte de los Católicos Reyes.

Consideramos estos días del ilustre marino genovés como los de mayor satisfacción pasados en su sufrida existencia. Había recorrido las calles de la ciudad de los Condes junto al Monarca don Fernando y el príncipe don Juan; sus hijos eran tomados por éste en calidad de pajes, honor propio de los hijosdalgos; magnates como el Duque de Medinaceli le habían tributado sus obsequios, y prelados como el Arzobispo de Toledo tratado en íntima ágapa; los vítores del pueblo le saludaban al paso; y abrazaba ahora sobre el combés de la MARIGALANTE, antes de partir de nuevo para las Indias, á sus hijos don Diego y don Fernando, en quienes los Monarcas habían vinculado la heredad de los títulos por él adquiridos.

El 25 de septiembre, á la hora del alba, zarpó la escuadra de la bahía de Cádiz, con derrotero á las islas Canarias, por llevar intención de tomar en ellas refresco de los bastimentos necesarios, y evitar los mares vecinos á los cabos portugueses y á los archipiélagos dependientes de Portugal[11]; á los tres días de navegación visitaron las naves tórtolas y pajarillos, que pasaban á invernar á Africa desde las islas Azores; el 2 de octubre[12] llegaron los expedicionarios á la gran Canaria, y á la media noche alzaron velas para ir á la Gomera donde arribaron el sábado 5 de octubre, ordenando el Almirante se acopiara prontamente lo que necesitara la escuadra; recolectando de nuevo semillas, aves de corral y ocho puercas. Se reparó una nao que hacía mucha agua, y molestados por falta de viento tardaron algunos días en llegar á la isla de Hierro, de donde partió el crucero, el 13 de octubre, con tiempo bonancible y rumbo al Oeste. El jueves 24, del mismo mes, estaban los viajeros en el mar de sargazos[13] y visitó una golondrina la armada. El sábado 26 por la noche vieron los intrépidos viajeros el fuego de San Telmo en las gavias, y hubo lluvia y tronada, y se cantaron letanías y oraciones, teniendo al subsiguiente dia de san Vicente mal tiempo también. El sábado 2 de noviembre consideró el Almirante estar próximo á tierra por el aspecto del cielo y estado de mar y viento, hizo recoger velas, y ordenó que toda la gente hiciese buena guardia aquella noche[14], y al amanecer del otro dia—3 de noviembre—quedaron justificadas sus opiniones, viendo al Oeste, siete leguas distantes de los buques, una isla alta y montuosa, á la cual puso DOMÍNICA, en obsequio al dia de arribada á ella. Y desde aquel momento empezó el bojeo del Archipiélago antillano, despertando en el ánimo de aquellos aventureros argonáutas sublimes ambiciones.

La DOMÍNICA por la parte visitada era inaccesible, la corrió el crucero una legua buscando surgidero, y no hallándolo, ordenó Colón que una carabela la reconociera, é hizo rumbo con la escuadra á otra isla avistada, á la cual puso en obsequio á la MARIGALANTE, la nao capitana, SANTA MARÍA GALANTE[15], llegando á ella á la caida de la tarde. Descendió el Almirante á tierra, plantó el signo de la redención cristiana[16], y levantó Diego de Peñalosa, escribano de cámara del Rey é la Reina, acta notarial de la toma de posesión. Permaneció la armada fondeada hasta la mañana del lunes 4, que zarpó, la vuelta al norte, hacia otra grande isla divisada; llegados á ella el mismo dia, la intituló el Almirante: SANTA MARÍA DE GUADALUPE, por devoción y ruegos de los monges de aquella casa, en Extremadura, á los cuales había ofrecido poner á alguna isla el nombre de su monasterio. Tres leguas antes de arribar á Guadalupe divisaron los viajeros una roca altísima (la SOUFRIÉRE), que terminaba en punta, de la cual salía al parecer un grueso chorro de agua, que por su limpidez algunos decían ser veta blanca en la roca. Surtas las naves, á la caida de la tarde, en puerto rebuscado, fueron á tierra los expedicionarios á reconocer una aldehuela que se divisaba en la playa; la hallaron desierta de adultos y encontraron algunas criaturas, en cuyos brazos ataron cascabeles para atraer á los padres el siguiente día. Les llamó la atención muchas aves blanco-rojizas[17] y verdes[18], unas calabazas[19] y la odorífera ananás[20], que por su similitud con el fruto del pino le llamaron los viajeros piña. Observaron también los arcos y las flechas, y las camas colgadas, hechas de algodón y á semejanza de redes (hamacas), y maravillóles sobre manera una tartera de barro lucidísima, que les hizo creer, de súbito, fuese de hierro, por el color que había tomado la arcilla cocida. Pero todo fué respetado, y se volvieron los viajeros á las carabelas. Al día siguiente—martes 5 de noviembre—envió Colón dos barcas á tierra para ver si podía capturar un indígena, que le diera nuevas del país. Regresó cada embarcación con un mozo indio, y los garzones dijeron, eran ellos de BORIQUÉN, y que los habitantes de SIBUQUEIRA (Guadalupe) eran CARIBES. Retornaron las barcas á buscar unos cristianos, que habían quedado en tierra, y encontraron con ellos seis indias, las que voluntariamente se embarcaron y fueron á las naos; pero el Almirante ordenó agasajarlas con cascabeles y sartas de vidrio, y llevarlas de nuevo á tierra. Colón quería atraerse á los indígenas; pero los indómitos CARIBES despojaron á las mujeres de las bujerías; y las mismas indias, cuando volvieron las barcas á hacer leña y aguada, se entraron en las embarcaciones y rogaron, por señas, á los marineros las llevasen á los navíos, manifestándoles, en su mímico lenguaje, que los naturales de Guadalupe comían hombres, y las tenían á ellas cautivas. Los marineros recogieron un garzón y dos criaturas más, llevando á bordo á aquella gente, que aceptaba mejor entregarse á seres extraños, vistos por vez primera, á quedarse en tierra de los terribles enemigos, que se habían comido á sus hijos y maridos. Por una de aquellas indígenas boriquenses supo el Almirante que hacia el Mediodía había muchas islas, y que de SIBUQUEIRA había salido una expedición de trescientos caribes, en diez grandes canoas, á piratear en las vecinas tierras y á capturar gente. Aunque el Almirante traía su carta náutica, trazada en el primer viaje, interrogó á las indias hacia dónde quedaba la Española para confirmar sus anotaciones[21]. Iba á hacer rumbo hacia ella, pues había satisfecho ya su curiosidad de conocer á los caribes[22], y por otra parte tenía vivo interés en llegar al improvisado fuerte de Navidad, donde había dejado treinta y nueve hombres, pertrechados de la artillería de la perdida SANTA MARÍA, y confiados á la dudosa hospitalidad del cacique GUACANAGARÍ y su tribu, cuando le avisaron, que el capitán Diego Márquez, el Veedor, había saltado en tierra con ocho hombres, antes de amanecer, sin licencia, y que no había retornado á las carabelas. El Almirante dispuso, que Alonso de Ojeda con cuarenta hombres y trompetas y arcabuces fueran al ojeo de sus extraviados compañeros; pero ésta y otras partidas regresaron á las naos sin hallar á los perdidos expedicionarios; en cambio trajeron maiz, aloes, sándalo, gengibre, incienso, odoríferas maderas, algodón y algunas aves[23]. Los extraviados viajeros regresaron el 8 de noviembre, manifestando, que se habían perdido con la espesura de los bosques. El Almirante puso en la barra al capitán. En esta isla se encontró mucho algodón hilado, y por hilar, en algunos bohíos reconocidos; telares para trabajarlo; y muchas cabezas de hombres colgadas y cestos llenos de huesos humanos[24].

El domingo 10 de noviembre zarpó el crucero de Guadalupe y singló á lo largo de su costa (BASSE TERRE) hacia el noroeste, para ir á la Española. Al mediodía vieron los viajeros, á su izquierda, una isla, y por su altura llamóla el Almirante, SANTA MARÍA DE MONSERRAT, en obsequio al celebre monasterio catalán, de cuyo seno traía doce sacerdotes al Nuevo Mundo; esta isla, según aseveración de los indios traidos á bordo había sido despoblada por los caribes, comiéndose á su gente. El mismo día, por la tarde, divisaron otra isla, también á la izquierda, tan redonda y lisa, que la llamó el Almirante SANTA MARÍA LA REDONDA, por figurársele la islilla la cúpula de una catedral. Por temor á los bajos y restingas dispuso el gran Navegante dar anclaje á la escuadra. A la mañana siguiente, 11 de noviembre, arribó á SANTA MARÍA LA ANTIGUA, cuyo nombre puso el Almirante á esta isla en remembranza de la iglesia más venerenda de Valladolid. ¡Quién le hubiera dicho al famoso mareante é ilustre descubridor, que al dedicar un recuerdo á la vieja parroquia castellana, ella se lo devolvería, andando el tiempo, á su cadáver, cuando en pobre ataúd y abandonado de todo el mundo, lo condujeron á las puertas de la veneranda iglesia para recibir las oraciones y sentidos Salmos de la liturgia católica! Siguiendo el crucero su derrotero al noroeste distinguieron los viajeros muchas islas, situadas á la parte del norte, y corrientes al noroeste sueste[25], todas muy altas, dando fondo frente á una de ellas, que llamó el Almirante SAN MARTÍN, porque precisamente corresponde ese día al santo obispo y confesor, que lleva ese nombre.

El 12 de noviembre la armada levó áncoras, sacando pedazos de coral pegados á ellas, lo que alegró á los tripulantes y viajeros, despertando grandes esperanzas; pero el Almirante no quiso detenerse, porque se acentuaban sus deseos de llegar á la Española. Soplaron vientos contrarios y el crucero, entorpecido en su marcha, tuvo que llegar de arribada forzosa á SANTA CRUZ, donde surgió el jueves 14 de noviembre, á mediodía. Dispuso el Almirante la captura de algún indígena de AY-AY (Santa Cruz), para saber dónde se encontraba y habiendo ido una barca á tierra apresaron cuatro indias y tres niños. Regresando á las naos encontró la barca una canoa en que iban cuatro indios y una india, los cuales viendo no podían huir bogando, hicieron uso de sus arcos y flechas, hiriendo dos cristianos. Las flechas eran arrojadas con tanta fuerza y destreza, que la india pasó de parte á parte un broquel. La barca, entonces, embistió impetuosamente á la canoa y la volcó; pero los caribes nadando y haciendo pié en los bajos continuaron su defensa hasta que fueron capturados por los veinte y cinco hombres de la embarcación. Partió la escuadra de SANTA CRUZ, el mismo día 14, con rumbo otra vez al noroeste en busca de la Española, inclinando, luego, el derrotero al norte, y entorpecido por un archipiélago de islillas se detuvo frente á VIRGEN GORDA, donde llegó de noche. Al siguiente día, 15 de noviembre, dispuso el Almirante la exploración del archipiélago dicho, resultando más de cuarenta islas altas y peladas, las dejó al norte, intitulando á la mayor SANTA URSULA, y á las otras, las VÍRGENES, y derribó al suroeste. Corrió el crucero estas costas todo ese día, y el siguiente, 16 de noviembre, por la tarde, divisó tierras de BORIQUÉN; navegó por el sur todo el día 17, y por la noche, observaron los pilotos que la isla tenía por aquella banda treinta leguas[26]; continuó la armada su derrotero el 18, y desaparecido el obstáculo de los MORRILLOS DE CABO-ROJO, fijó el rumbo al norte, recurvando, y acercándose á tierra, según las condiciones de mar y viento; viniendo á terminar el costeo de la isla en el último ángulo occidental[27], comprendido entre los cabos SAN FRANCISCO y BORIQUÉN, y dando anclaje el crucero el día 19 de noviembre.

A pesar de que Colón tenía gran interés en arribar cuanto antes á la Española, el aspecto frondoso, y exuberante de la selvática isla, hirió tan vivamente la artística imaginación del genovés marino, que le vemos deponer sus ansias de viaje y hacer que permanezca el crucero hasta la mañana del 22 de noviembre frente á la encantadora é inexplorada BORIQUÉN. Justo era, que después de haber saludado la acantilada é inhospitalaria DOMÍNICA; de sufrir crueles angustias en la antropófaga GUADALUPE; de sentir el corrosivo veneno de las enherboladas flechas de SANTA CRUZ; y de contemplar islas e islotes pelados, que el labio piadoso del Almirante—que hacía cantar todas las mañanas la Salve Regina y todas las tardes el Ave-María—bautizaba de continuo con el dulce nombre de la Reina de los cielos, justo era, que aquella tripulación é intrépidos viajeros aspirasen los perfumados efluvios de los aromosos campos de BORIQUÉN y recordara con ellos los cármenes y jardines de Valencia. Y la impresión fué tan dulce y alhagadora que el Almirante apellidó á la isla con el nombre de SAN JUAN BAUTISTA, no tan solo en obsequio al príncipe don Juan, que había tomado á Diego y Fernando como pajes, sino también porque la hermosura de la isla era precursora de ofertas y dones, que el tiempo ha justificado.

El viernes 22 de noviembre, á la hora del alba, hizo rumbo la escuadra al noroeste, y antes de anochecer avistaron los viajeros tierra desconocida; pero por las indias boriqueñas supieron era la Española. El aspecto de la comarca hacía dudar al Almirante y envió á tierra, frente á SAMANÁ uno de los indios naturales de ella, el cual no volvió. Siguió el crucero costeando, y el 26 de noviembre volvió el Almirante á enviar bateles á tierra, y trajeron indios voluntarios, que tocando los jubones y camisas, decian: camisa, jubón. No quedó duda alguna á los viajeros, que estaban por fin en la Española. Siguió la armada navegando en dirección al fuerte de Navidad y al explorar MONTE CHRISTI, en cuyo punto estuvo el crucero dos días, y en la desembocadura del rio YAQUE[28]encontraron los expedicionarios dos cadáveres, con un lazo al cuello uno, y el otro con la lazada al pié; al siguiente día hubieron otros dos. ¡Terribles presagios! El 27 de noviembre, á media noche, llegó la armada á la entrada de la bahía de Cabo Haity (Punta Santa), viniendo á tomar puerto al oscurecer del siguiente día, frente á la desembocadura del rio GUARICO, hoy rivière Haut du Cap. Al tiro de bombarda respondió un silencio sepulcral.