Comentario al Nuevo Testamento-Barclay Vol. 13 - William Barclay - E-Book

Comentario al Nuevo Testamento-Barclay Vol. 13 E-Book

William Barclay

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Beschreibung

William Barclay fue pastor de la Iglesia de Escocia y profesor de N.T. en la Universidad de Glasgow. Es conocido y apreciado internacionalmente como maestro en el arte de la exposición bíblica. Entre sus más de sesenta obras la que ha alcanzado mayor difusión y reconocimiento en muchos países y lenguas es, sin duda, el Comentario al Nuevo Testamento, que presentamos en esta nueva edición española actualizada. Los 17 volúmenes que componen este comentario han sido libro de texto obligado para los estudiantes de la mayoría de seminarios en numerosos países durante años.

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WILLIAM BARCLAY

COMENTARIO AL NUEVO TESTAMENTO

–Tomo 13–

Carta a los Hebreos

Editorial CLIE

Ferrocarril, 8

08232 VILADECAVALLS (Barcelona)

COMENTARIO AL NUEVO TESTAMENTO

Volumen 13 - Hebreos

Traductor de la Obra completa: Alberto Araujo

© por C. William Barclay. Publicado originalmente en 1970

y actualizado en 1991 por The Saint Andrew Press,

121 George Street, Edimburgh, EH2 4YN, Escocia.

© 1994 por CLIE para la versión española.

Depósito Legal:

ISBN 978-84-7645-895-2 Obra completa

ISBN 978-84-8267-634-0 Volumen 13

Clasifíquese: 0266 COMENTARIOS COMPLETOS N.T. -Hebreos

C.T.C. 01-02-0266-10

Referencia: 22.38.59

Portada

Portada interior

Créditos

Prestentación

Introducción a la Carta a los Hebreos

El fin de lo fragmentario (1:1-3)

Por encima de los ángeles (1:4-14)

La Salvación que no debemos descuidar (2:1-4)

Recuperación del destino humano (2:5-9)

El sufrimiento esencial (2:10-18)

Más grande que el mayor (3:1-6)

Mientras dura el día de hoy (3:7-19)

El reposo que no osaremos perder (4:1-10)

El temor a la Palabra (4:11-13)

El Sumo Sacerdote ideal (4:14-16)

Identificado con la humanidad y con Dios (5:1-10)

Resistirse a crecer (5:11-14)

La necesidad de progresar (6:1-3)

Crucificar a Cristo otra vez (6:4-8)

El lado más luminoso (6:9-12)

La esperanza que no falla (6:13-20)

El Sumo Sacerdote de la orden de Melquisedec (7)

El Rey y Sacerdote auténtico (7:1-3)

La grandeza de Melquisedec (7:4-10)

El nuevo Sacerdote y el nuevo camino (7:11-20)

El sacerdocio supremo (11:17-19)

El Sumo Sacerdote que necesitábamos (7:26-28)

El acceso a la realidad (8:1-6)

La nueva relación con Dios (8:7-13)

La gloria del tabernáculo (9:1-5)

El único acceso a la presencia de Dios (9:6-10)

El Sacrificio que nos da acceso a Dios (9:11-14)

La única manera de obtener el perdón (9:15-22)

La purificación integral (9:23-28)

El único Sacrificio aceptable a Dios (10:1-10)

Cristo es definitivo (10:11-18)

Quién es Cristo para nosotros (10:19-25)

El peligro que hay en todas las cosas (10:26-31)

El peligro de resbalar (10:32-39)

La esperanza cristiana (11:1-3)

La fe de la ofrenda aceptable (7:4)

Caminando con Dios (11:5, 6)

Uno que creyó lo que Dios le dijo (11:7)

La aventura y la paciencia de la fe (11:8-10)

Creer lo increíble (11:11, 12)

Forasteros y apátridas (11:13-16)

El Sacrificio supremo (11:17-19)

La fe que vence a la muerte (11:20-22)

La fe y sus secretos (11:23-29)

La fe que desafía a los hechos (11:30, 31)

Los héroes de la fe (11:32-34)

El desafío del sufrimiento (11:35-40)

La carrera y la meta (12:1, 2)

El nivel de comparación (12:3, 4)

La disciplina de Dios (12:5-11)

Deberes, objetivos y peligros (12:12-17)

El terror del Antiguo Pacto y la gloria del Nuevo (12:18-24)

La obligación suprema (12:25-29)

Las evidencias de la vida cristiana (13:1-6)

Los líderes y el Líder supremo (13:7, 8)

El verdadero y el falso sacrificio (13:9-16)

Obediencia y oración (13:17-20)

Oración, saludo y bendición (13:20-24)

Palabras griegas, latinas y hebreas

Nombres y temas que aparecen en el texto

Autores y libros que se recomiendan

PRESENTACIÓN

Cuando leemos La Carta a los Hebreos nos damos cuenta de que es diferente del resto del Nuevo Testamento. En las biblias antiguas españolas se leía que era del apóstol Pablo, pero en las más recientes se la deja como anónima. Tampoco sabemos a quiénes iba dirigida, porque el título «A los Hebreos» se le puso más tarde, a falta de otro.

De los hebreos de Palestina tenemos muchos reportajes gráficos en los Evangelios y en el Libro de los Hechos; pero aquí ni siquiera se mencionan los fariseos y los saduceos, los romanos y los publicanos, el sanedrín y el templo, entre otras muchas cosas que esperaríamos; y sí se habla de otras de las que no trata ningún otro libro del Nuevo Testamento, como el Sacerdocio de Melquisedec, el Tabernáculo del desierto, el Día de la Expiación y el mismo Nuevo Testamento. Esto nos hace suponer que los cristianos del pueblo de Israel a los que se dirige este «mensaje de aliento» (13:22) —porque no cabe duda que se escribió para judíos que habían aceptado a Jesús de Nazaret como el Mesías— no eran los de Palestina, sino los de la diáspora, a los que pertenecería también el autor. Estos judíos, aunque mantenían contacto con «la madre patria», habían olvidado ya hacía mucho tiempo el hebreo y el arameo, y usaban en sus sinagogas la traducción al griego que se había hecho hacía ya tres siglos de las Escrituras del pueblo de Israel, entre las que incluían otros libros que ya se habían escrito originalmente en griego, algunos de los cuales heredó la Iglesia Primitiva.

Este es el ambiente en el que nos introducimos cuando leemos La Carta a los Hebreos. Para explorar sus secretos necesitaremos un guía experto en los vericuetos del judaísmo del período intertestamentario; alguien que nos explique las palabras, alusiones, leyendas y técnicas interpretativas de aquellos hebreos que vivían en tres mundos: el de la Ley de Israel, el de la filosofía griega y el del Imperio Romano.

Y somos muy afortunados; porque «es verdad que tenemos el guía ideal que necesitábamos y que nos convenía tener»: William Barclay. A sus reconocidas dotes de comunicador, adjunta aquí sus conocimientos enciplopédicos de la antigüedad clásica, que fue su primera carrera universitaria; y, sobre todo, de la lengua y cultura helenística, de lo que era profesor en la Universidad de Glasgow. Con su estilo conversacional característico nos reconstruye ese periodo que, nos dice, «los cristianos debemos estudiar con interés especial; porque, si sus enemigos hubieran conseguido destruir totalmente la fe de Israel, como se propusieron, ¿cómo se habrían hecho realidad las promesas de Dios?»

En muchas cosas se identifican el autor y el comentarista de La Carta a los Hebreos. A William Barclay también se le puede aplicar lo que él dice de aquél: «El autor de Hebreos llega aquí a las consecuencias prácticas de todo lo que ha estado diciendo. De la teología pasa a la exhortación práctica. Es uno de los teólogos más profundos del Nuevo Testamento, pero toda su teología está gobernada por el sentido pastoral. No piensa sólo para sentir la emoción de la aventura intelectual, sino para apelar con más fuerza a los hombres para que entren en la presencia de Dios.»

Tampoco tienen los dos nada más que un «tema», que es Jesús, al Que nos presentan en esta cantera inagotable de piedad y doctrina cristiana como El gran Pastor de las ovejas, Nuestro Precursor, El Pionero de nuestra Salvación, Ministro del Santuario, El Autor y Consumador de nuestra Fe, Rey y Sumo Sacerdote supremo, Apóstol de nuestra Confesión, Sacrificio definitivo e irrepetible, y otros títulos gloriosos que sólo Le pertenecen a Él, que podremos saborear y asimilar en la lectura y estudio de este libro.

Alberto Araujo

INTRODUCCIÓN A LA CARTA A LOS HEBREOS

DIOS SE REALIZA DE MUCHAS MANERAS

La religión no es la misma cosa para todas las personas. «Dios —como dijo Tennyson— se realiza de muchas maneras.» George Russell dijo: «Hay tantas maneras de subir a las estrellas como personas dispuestas a intentarlo.» Hay un dicho corriente en inglés que expresa muy bien esta gran verdad: «Dios tiene su pasadizo secreto para entrar en todos los tipos de corazones.» Hablando en general, hay cuatro grandes concepciones de la religión.

(i) Para algunas personas es una íntima comunión con Dios. Es una unión con Cristo tan estrecha y tan íntima que el cristiano puede decir que vive en Cristo y Cristo vive en él. Esa era la concepción que Pablo tenía de la religión. Para él era algo que le unía místicamente con Dios.

(ii) Para algunas personas la religión es lo que les da un estándar para la vida y un poder para alcanzarlo. En términos generales eso era la religión para Santiago y Pedro. Era algo que les mostraba lo que debería ser la vida, y que los capacitaba para alcanzarlo.

(iii) Para algunas personas la religión es lo que satisface sus mentes al más alto nivel. Con su inteligencia buscan y buscan hasta encontrar que pueden descansar en Dios. Fue Platón el que dijo que «no vale la pena vivir sin discernimiento.» Hay personas para las que el sentido de la vida consiste en entender o morir. En conjunto, eso es lo que la religión era para Juan. El primer capítulo de su Evangelio es uno de los intentos más grandes del mundo para presentar la religión de una manera que satisfaga plenamente a la mente.

(iv) Para algunas personas la religión es acceso a Dios. Es lo que quita los obstáculos y abre la puerta a Su presencia viva. Eso es lo que era la religión para el autor de la Carta a los Hebreos. Esa era la idea que le dominaba. Encontró en Cristo al único que le podía introducir a la misma presencia de Dios. Todo lo que entendía por religión se resume en el gran pasaje de Hebreos 10:19-23:

«Por tanto, puesto que tenemos confianza para entrar en el santuario por la Sangre de Cristo, por el camino nuevo y vivo que Él nos abrió a través del velo, es decir, de su propia carne… acerquémonos con corazón sincero y con la plena confianza que nos da la fe.»

Si el autor de Hebreos tuviera una expresión característica sería: «¡Acerquémonos!»

EL DOBLE TRASFONDO

El autor de Hebreos tenía un doble trasfondo, en cuyas dos partes aparece esta misma idea. Tenía un trasfondo griego. Desde los tiempos de Platón, quinientos años antes, los griegos habían estado fascinados con el contraste entre lo real y lo irreal, lo visible y lo invisible, lo temporal y lo eterno.

Los griegos pensaban que, en algún lugar, había un mundo real del que éste no es más que una copia imperfecta. Platón creía que, en algún lugar, había un mundo de formas, o ideas, o modelos, de los que todo lo de este mundo no era más que una reproducción. Por ejemplo: en algún lugar se encontraba el modelo de la silla perfecta, de la que todas las sillas de este mundo serían copias imperfectas. Platón decía: «El Creador del mundo ha diseñado y desarrollado Su obra de acuerdo con un modelo inalterable y eterno del que el mundo es simplemente una copia.» Filón, siguiendo a Platón, decía: «Dios sabía desde el principio que una copia perfecta no se puede hacer nada más que de un modelo perfecto; y que ninguno de los objetos perceptibles a los sentidos podría ser sin falta a menos que se modelara conforme a un arquetipo y a una idea espirituales; así que, cuando hizo los preparativos para crear el mundo visible, formó primero el mundo ideal, para luego constituir lo corpóreo de acuerdo con el dechado incorpóreo y divino.» Cuando Cicerón estaba hablando de las leyes que la humanidad conoce y usa en la Tierra, dijo: «No tenemos una semejanza real y viva de la ley real y de la justicia verdadera; todo lo que tenemos son sombras y bocetos.»

Todos los pensadores del mundo antiguo tenían esta idea de que, en algún lugar, hay un mundo real del que éste es sólo una especie de copia imperfecta. Aquí no podemos hacer más que suponer o andar a tientas, valiéndonos de copias y reproducciones imperfectas. Pero, en el mundo invisible, están las cosas reales y perfectas. Cuando murió Newman, le erigieron una estatua en cuyo pedestal se leen las palabras latinas: Ab umbris et imaginibus ad veritatem, «De las sombras y las copias, a la verdad.» Si es así, está claro que la gran tarea de esta vida es salir de las sombras y las reproducciones y alcanzar la realidad. Exactamente esto es lo que el autor de la Carta a los Hebreos nos dice que Jesucristo nos capacita para hacer. A los griegos les decía: «Os habéis pasado la vida tratando de pasar de las sombras a la realidad. Eso es precisamente lo que Jesucristo puede capacitaros para hacer.

EL TRASFONDO HEBREO

El autor de Hebreos tenía también un trasfondo hebreo. Para los judíos siempre era peligroso acercarse demasiado a Dios. «El hombre no puede verme y seguir vivo» —le dijo Dios a Moisés (Éxodo 33:20). La alucinada exclamación de Jacob en Peniel fue: «¡He visto a Dios cara a cara, y no he perdido la vida!» (Génesis 32:30). Cuando Manoa se dio cuenta de Quién había sido el Que le había visitado, le dijo a su mujer, aterrado: «Ciertamente moriremos, porque a Dios hemos visto» (Jueces 13:22, R-V). El día más solemne del año litúrgico judío era el Día de la Expiación. Era el único día del año que el sumo sacerdote entraba en el Lugar Santísimo, en el que se creía que moraba la misma presencia de Dios. Nadie entraba allí excepto el sumo sacerdote, y sólo ese día. Cuando lo hacía, la Ley establecía que no debía permanecer en el Lugar Santísimo más de lo imprescindible, «para que no se aterrara Israel.» Era peligroso entrar a la presencia de Dios, y si uno se quedaba allí más de la cuenta podía caer fulminado.

En vista de esto entró en el pensamiento judío la idea del pacto. Dios, en Su Gracia y de una manera totalmente inmerecida por el hombre, se acercó a la nación de Israel y le ofreció una relación especial con Él. Pero este acceso exclusivo a Dios estaba condicionado a la observancia de la Ley que Dios había dado al pueblo. Podemos ver cuándo entró Israel en esta relación y aceptó la Ley en la dramática escena de Éxodo 24:3-8.

Así es que Israel tenía acceso a Dios, pero sólo si cumplía la Ley. El quebrantarla era pecado, y el pecado levantaba una barrera que impedía el acceso a Dios. Fue para quitar esa barrera para lo que se estableció el sistema del sacerdocio levítico y de los sacrificios. Dios dio la Ley; el hombre pecaba; se levantaba la barrera, y se hacía el sacrificio para abrir otra vez el camino a Dios que había cerrado el pecado. Pero la experiencia de la vida era que eso era precisamente lo que el sacrificio no podía hacer. Esa era la prueba de la ineficacia del sistema: que no se acababa nunca de ofrecer sacrificios. Era una batalla perdida e ineficaz para suprimir la barrera que había levantado el pecado entre Dios y el hombre.

EL PERFECTO SACERDOTE Y EL PERFECTO SACRIFICIO

Lo que la humanidad necesitaba era un sacerdote perfecto y un sacrificio perfecto, alguien que fuera capaz de ofrecerle a Dios un sacrificio que abriera el camino de acceso a Él de una vez para siempre. Eso, decía el autor de Hebreos, es exactamente lo que Cristo ha hecho. Él es el Sacerdote perfecto porque es al mismo tiempo perfectamente humano y perfectamente divino. En Su humanidad lleva al hombre a Dios, y en Su divinidad trae a Dios al hombre. No tiene pecado. El Sacrificio perfecto que presenta a Dios es el Sacrificio de Sí mismo, un Sacrificio tan perfecto que no necesita repetirse nunca. A los judíos les decía el autor de Hebreos: «Os habéis pasado la vida buscando al Sacerdote perfecto que puede ofrecer el Sacrificio perfecto y daros acceso a Dios. Le tenéis en Jesucristo, y sólo en Él.»

A los griegos, el autor de Hebreos les decía: «Estáis buscando el camino que os lleve de las sombras a la realidad; lo encontraréis en Jesucristo.» Y a los judíos les decía: «Estáis buscando el Sacrificio perfecto que abra el camino a Dios que han cerrado vuestros pecados; lo encontraréis en Jesucristo.» Jesús es el único que da acceso a la realidad y a Dios. Ese es el pensamiento clave de toda esta carta.

EL ENIGMA DEL NUEVO TESTAMENTO

Hasta aquí lo que está claro; pero cuando pasamos a otras cuestiones de la introducción de Hebreos todo parece estar envuelto en misterio. E. F. Scott escribió: «La Epístola a los Hebreos es en muchos sentidos el enigma del Nuevo Testamento.» Cuándo se escribió, a quién y por quién son preguntas a las que sólo podemos contestar tentativamente. La misma historia de esta carta muestra que este misterio se ha tratado siempre con una cierta reserva y suspicacia. Pasó bastante tiempo hasta que Hebreos llegó a ser uno de los libros incuestionables del Nuevo Testamento. La primera lista de éstos, el Canon de Muratori, compilado hacia el 180 d.C., ni siquiera lo menciona. Los grandes eruditos alejandrinos Clemente y Orígenes, conocían y amaban Hebreos, pero estaban de acuerdo en que se discutía su inclusión en las Sagradas Escrituras. De los grandes padres africanos, Cipriano nunca lo menciona, y Tertuliano sabía que se discutía su aceptación. Eusebio, el gran historiador de la Iglesia, dice que estaba entre los libros discutibles. Hasta el tiempo de Atanasio, a mediados del siglo IV, no se aceptó Hebreos como libro del Nuevo Testamento, y aun Lutero no estaba muy seguro acerca de él. Es extraño que este gran libro tuviera que esperar tanto tiempo para ser reconocido y aceptado.

¿CUÁNDO SE ESCRIBIÓ?

La única información que tenemos procede de la misma carta. Está claro que iba dirigida a lo que podríamos llamar una segunda generación de creyentes (2:3). Los destinatarios habían recibido el Evangelio de los que habían escuchado al Señor. La comunidad a la que se dirige no era nueva en la fe cristiana; ya deberían ser mayores de edad en la fe (5:12). Deben de haber tenido una historia larga, porque se les exhorta a recordar el pasado (10:32). Tenían una gran tradición y mártires heroicos que ellos deberían recordar para recibir inspiración (13:7).

Lo que nos ayudará más a fechar esta carta son sus referencias a la persecución. Está claro que hubo un tiempo en que sus líderes habían muerto por la fe (13:7). Está claro que ellos mismos todavía no habían sufrido la peor persecución, porque no habían tenido que resistir hasta el punto de derramar su sangre (12:4); pero está claro que habían sufrido malos tratos, porque los habían despojado de sus bienes (10:32-34). Y el tono y desarrollo de la carta dejan bien claro que hay peligro de que tengan que arrostrar otra persecución. Por todo lo cual se puede decir que esta carta debe de haberse escrito entre dos persecuciones, en días en los que no se perseguía de hecho a los cristianos pero tampoco se los miraba con buenos ojos. Ahora bien: la primera persecución fue en el tiempo de Nerón, en el año 64 d.C.; y la siguiente fue en el tiempo de Domiciano, hacia el 86 d.C. No creemos equivocarnos mucho si decimos que entre estas dos fechas, probablemente más cerca de la segunda, sería cuando se escribió esta carta.

¿A QUIÉNES IBA DIRIGIDA?

En esto también tenemos que depender de detalles que encontramos en la misma carta. Una cosa es cierta: no parece que se mandara a una de las grandes iglesias, porque en tal caso no se habría perdido tan completamente el nombre del lugar. Vamos a establecer lo que sabemos. La carta iba dirigida a una iglesia que hacía tiempo que se había establecido (5:12); que había sufrido persecución en el pasado (10:32-34); que había tenido grandes momentos y grandes maestros y líderes (13:7); que no había sido fundada por ninguno de los apóstoles (2:3), y que se caracterizaba por su generosidad (6:10).

Tenemos una alusión bastante concreta. Entre los saludos finales encontramos la frase, como aparece en la versión Reina-Valera: «Los de Italia os saludan.» (13:24). Según esta referencia, la carta puede que se escribiera, o desde Italia, o a Italia; lo segundo más probablemente. Supongamos que yo me encuentro en Glasgow y estoy escribiendo a un lugar del extranjero. No sería normal que dijera: «Todos los de Glasgow os mandan recuerdos.» Pero suponed que estoy en algún lugar del extranjero donde hay una pequeña colonia de gente de Glasgow; entonces sí diría: «Todos los de Glasgow os mandan recuerdos.» Así es que podemos decir que la carta iba dirigida a Italia; y, en tal caso, casi seguro que sería a Roma.

Pero igualmente seguro es que no sería para la iglesia de Roma en general, porque en tal caso no habría perdido el título. Además, nos da la impresión inconfundible de que iba dirigida a un grupo reducido de personas que tenían mucho en común. Y todavía más: era un grupo de personas con buena preparación intelectual. Del 5:12 podemos deducir que hacía tiempo que estaban recibiendo enseñanza y se estaban preparando para ser maestros de la fe cristiana. Y además, Hebreos requiere tal conocimiento del Antiguo Testamento y de la religión judía que debe de haberlo escrito un profesor para estudiantes aventajados. Resumiendo todo lo dicho, podemos establecer que Hebreos es la carta de un gran maestro a un grupo reducido, o seminario, de estudiantes cristianos de Roma. El autor era su maestro; temporalmente estaba ausente, y temía que se desviaran de la fe, por lo cual les dirige esta carta. Es más una charla que una carta. No empieza como las cartas de Pablo, aunque sí se les parece al final en los saludos. El autor mismo la llama «un mensaje de exhortación.» (13:22).

¿QUIÉN LA ESCRIBIÓ?

Tal vez el problema del autor de esta carta sea el más difícil de resolver. Precisamente eso fue lo que mantuvo esta carta tanto tiempo pendiente de admisión definitiva en el Nuevo Testamento. Su título desde el principio era sencillamente «A los Hebreos.» No tenía nombre de autor, y nada la conectaba especialmente con el de Pablo. Clemente de Alejandría pensaba que Pablo había podido escribirla en hebreo, y que Lucas la habría traducido, porque el estilo es diferente del de Pablo. Orígenes hizo una observación que se ha hecho famosa: «Quién escribió la Carta a los Hebreos sólo Dios lo sabe a ciencia cierta.» Tertuliano creía que había sido Bernabé. Jerónimo decía que la iglesia latina no la consideraba de Pablo, y añade: «El que escribió A los Hebreos, quienquiera que fuera…» Agustín tenía el mismo sentir. Lutero declaró que no podía haber sido Pablo el que la hubiera escrito, porque no refleja su pensamiento. Calvino decía que no podía llegar a pensar que esta carta fuera de Pablo.

En ningún momento de la historia de la Iglesia se pensó realmente que Pablo fuera el autor de Hebreos. Entonces, ¿cómo llegó a atribuírsele? Muy sencillo: cuando el Nuevo Testamento llegó a tener su contenido definitivo, se había discutido mucho, desde luego, qué libros se debían incluir y cuáles no. Para zanjar la cuestión se les aplicó una prueba: ¿Era el libro en cuestión obra de un apóstol o, por lo menos, de alguien que hubiera estado en contacto directo con alguno? Ya entonces se conocía y amaba Hebreos en toda la Iglesia. Casi todos los cristianos estaban de acuerdo con Orígenes en que sólo Dios sabía quién lo había escrito, pero lo amaban y creían que debía formar parte del Nuevo Testamento; y la única manera de conseguirlo era atribuírselo a Pablo. Hebreos se ganó la entrada en el Nuevo Testamento sencillamente por su calidad; pero para entrar tenía que incluirse entre las cartas de Pablo y figurar bajo su nombre. Todos sabían muy bien que no era de Pablo, pero lo incluyeron entre sus cartas para asegurarle la entrada, porque nadie sabía quién lo había escrito.

EL/LA AUTOR/A DE HEBREOS

¿Podríamos adivinar quién fue el autor? Se han presentado muchos candidatos. Vamos a considerar sólo tres de ellos.

(i) Tertuliano decía que lo había escrito Bernabé. Bernabé era de Chipre; los chipriotas eran famosos por lo bien que conocían el griego, y Hebreos está escrito en el mejor griego del Nuevo Testamento. Era levita (Hechos 4:36), y de todos los hombres del Nuevo Testamento sería el que tuviera un conocimiento más directo del sistema sacerdotal y sacrificial en el que se basa todo el pensamiento de esta carta. Se le llama hijo de consolación (R-V); la palabra griega es paraklêsis; y Hebreos se llama una palabra de paraklêsis (13:22). Fue uno de los pocos hombres aceptables para los judíos y para los griegos, y se sentía como en su propia casa en ambos mundos de pensamiento. Puede que fuera Bernabé el que escribiera esta carta; pero en tal caso es extraño que se perdiera tan completamente su nombre.

(ii) Lutero estaba seguro de que el autor había sido Apolos, que según el Nuevo Testamento era judío, natural de Alejandría, elocuente y poderoso en las Escrituras (Hechos 18:24ss.; 1 Corintios 1:12; 3:4). El que escribió esta carta conocía las Escrituras; era elocuente, y pensaba y razonaba de la manera típica de los Alejandrinos. El autor de Hebreos era, sin duda, una persona como Apolos en pensamiento y trasfondo.

(iii) La conjetura más romántica es la del gran investigador alemán Harnack, que creía que tal vez habían escrito esta carta Aquila y Priscila, entre los dos. Aquila era un maestro de la iglesia (Hechos 18:26). Su casa de Roma era una iglesia (Romanos 16:5). Harnack pensó que es por eso por lo que la carta no empieza con saludos y por lo que se ha perdido el nombre del autor: porque el autor principal de Hebreos había sido una autora, y a las mujeres no se les permitía enseñar.

Pero, cuando llegamos al final de las conjeturas tenemos que coincidir con lo que dijo Orígenes hace mil setecientos años: que sólo Dios sabe quién escribió Hebreos. El autor sigue siendo una voz, y nada más; pero debemos dar gracias a Dios por la obra de este gran anónimo que escribió con incomparable habilidad y belleza acerca de Jesús, Que es el camino a la Realidad y a Dios.

EL FIN DE LO FRAGMENTARIO

Hebreos 1:1-3

Dios había hablado en muchas ocasiones y de muchas maneras a nuestros antepasados por medio de los profetas de la antigüedad; pero al final de estos días que estamos viviendo nos ha hablado a nosotros por medio de Uno que es un Hijo, un Hijo al Que Dios ha destinado para que entre en posesión de todas las cosas, un Hijo por medio de Quien Dios hizo el universo. Era la misma refulgencia de la gloria de Dios; era la expresión exacta de la misma esencia de Dios; llevó adelante todas las cosas con Su poderosa Palabra y, después de haber hecho purificación por los pecados humanos, asumió el trono real a la diestra de la Gloria en las alturas.

Este es el pasaje escrito en el más sonoro griego de todo el Nuevo Testamento, que habría sido el orgullo de cualquier orador griego clásico. El autor de Hebreos aporta todos los recursos de palabra y de ritmo que podía contribuir la bella y flexible lengua griega. Las dos expresiones que hemos traducido por en muchas ocasiones y de muchas maneras están formados por una sola palabra cada una: polymêros y polytropôs. Poly- en tales combinaciones quiere decir muchos/as, y los grandes oradores griegos, como Demóstenes, el más grande de todos, solían entretejer tales palabras sonoras en el primer párrafo de sus discursos. El autor de Hebreos creía que, como iba a hablar de la suprema revelación de Dios a la humanidad, debía vestir sus pensamientos en el lenguaje más noble que pudiera encontrar.

Aquí hay algo que nos llama la atención. El que escribió esta carta debe de haber recibido una preparación en oratoria griega. Cuando se convirtió a Cristo, no se deshizo de su preparación, sino usó en el servicio de Jesucristo el talento que tenía. Es muy conocida la encantadora leyenda francesa del Juglar de la Virgen. Estaba en un convento, y uno de los monjes le vio entrar en la cripta y ponerse a ofrecerle a la Virgen todas sus mejores gracias y acrobacias, hasta quedar agotado. Y entonces el oculto espectador vio que la imagen de la Virgen cobraba vida, se bajaba de su pedestal y se ponía a enjugar cariñosamente el sudor de la frente de su devoto que le había ofrecido lo mejor, tal vez lo único que sabía hacer. Cuando una persona se hace cristiana, no se le pide que abandone todos los talentos que tenía antes, sino que los use en el servicio de Jesucristo y de Su causa.

La idea básica de esta carta es que sólo Jesucristo trae a los hombres la revelación completa de Dios, y que sólo Él nos capacita para entrar a la misma presencia de Dios. El autor empieza contrastando a Jesús con los profetas de tiempo antiguo. Dice que Él vino al final de estos días que estamos viviendo. Los judíos dividían todo el tiempo en dos edades: la presente, y la por venir. Entre ambas colocaban el Día del Señor. La edad presente era totalmente mala; la edad por venir iba a ser la edad de oro de Dios. El Día del Señor sería como los dolores de alumbramiento de la nueva era. Así es que el autor de Hebreos dice: «El tiempo antiguo está pasando; la era de lo fragmentario ha terminado; ha llegado a su final el tiempo del suponer y del andar a tientas; la nueva era, la edad de oro de Dios ha amanecido con Jesucristo.» Ve entrar el mundo y el pensamiento de los hombres, como si dijéramos, en un nuevo principio con Cristo. Con Jesús, Dios ha entrado en la humanidad, la eternidad ha invadido el tiempo y nada puede ser ya como era antes.

Contrasta a Jesús con los profetas, que se creía que estaban en los consejos secretos de Dios. Hacía mucho, Amós había dicho: «El Señor Dios no hace nada sin antes revelarle Su plan a Sus siervos los profetas» (Amós 3:7). Filón había dicho: «El profeta es el intérprete del Dios Que habla en lo interior.» Y también: «Los profetas son los intérpretes de Dios, Que los usa como instrumentos para revelar a la humanidad Su voluntad.» En años posteriores esta doctrina se había mecanizado totalmente. Atenágoras decía que Dios movía las bocas de los profetas como un músico que toca un instrumento, y que al inspirarlos con su Espíritu era como un flautista tocando la flauta. Justino Mártir decía que lo divino que descendía del Cielo y pasaba por los profetas era como el plectro que se mueve por el arpa o el laúd. Se acabó por decir que los profetas no tenían más que ver con el mensaje que un instrumento con la música que se tocaba en él, o una pluma con el mensaje que se escribía con ella. Eso era mecanizar excesivamente la cosa; porque hasta el más excelente músico está hasta cierto punto a merced de su instrumento, y no puede producir buena música en un piano desafinado o al que le faltan notas, lo mismo que el que escribe está a merced del utensilio del que se vale para escribir… y no se diga si es un P.C. Dios no puede revelar más de lo que la humanidad puede comprender. Su revelación tiene que pasar por las mentes y los corazones de las personas. Eso es exactamente lo que vio y dijo el autor de Hebreos.

Dice que la revelación de Dios la transmitieron los profetas en muchas ocasiones (polymerôs) y de muchas maneras (polytropôs). Aquí hay dos ideas.

(i) La revelación de los profetas tenía una grandeza multiforme que la hacía algo tremendo. De edad en edad habían hablado, siempre en sazón, nunca como algo extemporáneo. Al mismo tiempo, esa revelación era fragmentaria, y había que presentarla de tal manera que se pudiera entender en las limitaciones de cada tiempo. Es algo sumamente interesante el ver cómo una y otra vez los profetas se caracterizan por una idea. Por ejemplo, Amós es una llamada a la justicia social.Isaías había captado la santidad de Dios. Oseas, partiendo de su propia amarga experiencia familiar, había comprendido la maravilla del amor perdonador de Dios. Cada profeta, de su propia experiencia de la vida y de su experiencia de Israel, había captado y expresado un fragmento de la verdad de Dios. Ninguno había abarcado la totalidad del orbe de la verdad. Pero en el caso de Jesús era diferente: Él no era un fragmento de la verdad, ni siquiera el más nuevo, sino la Verdad total. En Él Dios mostraba, no algún aspecto de Su carácter, sino la totalidad de Su Ser.

(ii) Los profetas usaron muchos métodos. Usaban la palabra; y, cuando este método fallaba, usaban la acción dramática (Cp. 1 Reyes 11:29-32; Jeremías 13:1-9; 27:1-7; Ezequiel 4:1-3; 5:1-4). El profeta tenía que usar métodos humanos para transmitir su parte de la Verdad de Dios. Y de nuevo notamos que con Jesús era diferente: revelaba a Dios siendo Él mismo. No era tanto por lo que Jesús decía o hacía como nos mostraba a Dios, sino por cómo era Él, Jesús mismo.

La revelación de los profetas era grande y multiforme, pero era fragmentaria, y presentada por los métodos que los profetas tenían a su disposición y podían usar efectivamente. La revelación de Dios en Jesús es completa, y presentada en el mismo Jesús. En una palabra: los profetas eran amigos de Dios; pero Jesús era otra cosa: era Su Hijo. Los profetas captaron una parte de la mente de Dios; pero Jesús era esa Mente. Hay que advertir que el autor de Hebreos no tenía la más mínima intención de quitar importancia a los profetas; lo que sí quería era presentar la supremacía de Jesucristo. No está diciendo que hay una solución de continuidad entre la revelación del Antiguo Testamento y la del Nuevo Testamento; está subrayando el hecho de que hay continuidad, pero es la continuidad que conduce a la consumación.

El autor de Hebreos usa dos grandes figuras para describir cómo era Jesús. Dice que era el apáygasma de la gloria de Dios. Apáygasma puede querer decir una de dos cosas en griego. Puede querer decir la refulgencia, la luz que se irradia, como la del Sol; o puede querer decir el reflejo, la luz que se refleja, como la de la Luna. Aquí probablemente quiere decir lo primero, refulgencia. Jesús es el resplandor de la gloria de Dios entre los hombres.

Dice que Jesús era el jaraktêr de la misma esencia de Dios. En griego, jaraktêr quiere decir dos cosas: la primera, un sello; y la segunda, la impresión que se hace con el sello en la cera, el lacre o el papel. La impresión es la reproducción exacta del sello; así es que, cuando el autor de Hebreos dice que Jesús es el jaraktêr de la misma esencia de Dios, quiere decir que es la perfecta imagen de Dios. Exactamente como cuando miramos a la impresión sabemos con toda seguridad cómo era el sello con el que se hizo, así cuando miramos a Jesús sabemos exactamente cómo es Dios.

C. J. Vaughan ha señalado seis grandes cosas que nos dice este pasaje sobre Jesús.

(i) La gloria original de Dios Le pertenece. Aquí nos encontramos con una idea maravillosa: Jesús es la gloria de Dios; por tanto, vemos con sorprendente claridad que la gloria de Dios no consiste en aplastar a los seres humanos o en reducirlos a una esclavitud envilecedora, sino en servirlos y amarlos y, por último, morir por ellos. No es la gloria de un poder que aniquila todo lo que se le opone, sino la de un amor que comparte el sufrimiento y que redime.

(ii) El imperio programado Le pertenece a Jesús. Los escritores del Nuevo Testamento nunca pusieron en duda Su triunfo final. Tenedlo presente: estaban pensando en el Carpintero de Nazaret que fue ajusticiado como criminal en una cruz a las afueras de Jerusalén. Ellos mismos también arrostraban una persecución salvaje y eran gente de lo más humilde. Como Sir William Watson dijo de ellos,

Así fue sacrificado al lobo furioso del Odio

el rebañito jadeante y acurrucado cuyo crimen era Cristo.

Y sin embargo, nunca pusieron en duda la victoria final. Estaban seguros de que el amor de Dios estaba respaldado por Su poder, y al final todos los reinos del mundo serán los reinos del Señor y de Su Cristo.

(iii) La acción creadora Le pertenece a Jesús. La Iglesia Primitiva mantenía que el Hijo había sido el Agente de Dios en la Creación, que Dios había creado el mundo originalmente por medio de Él. Estaban seguros de que el Que había creado el mundo era el mismo Que lo había redimido.

(iv) El poder sustentador Le pertenece a Jesús. Aquellos cristianos originales se aferraban valerosamente a la doctrina de la Providencia. No creían que Dios se había limitado a crear el mundo para abandonarlo después. Veían en todo el Poder que sostenía al mundo y a cada vida hasta el fin señalado. Creían