Comentario al Nuevo Testamento Vol. 10 - William Barclay - E-Book

Comentario al Nuevo Testamento Vol. 10 E-Book

William Barclay

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Beschreibung

William Barclay fue pastor de la Iglesia de Escocia y profesor de N.T. en la Universidad de Glasgow. Es conocido y apreciado internacionalmente como maestro en el arte de la exposición bíblica. Entre sus más de sesenta obras la que ha alcanzado mayor difusión y reconocimiento en muchos países y lenguas es, sin duda, el Comentario al Nuevo Testamento, que presentamos en esta nueva edición española actualizada. Los 17 volúmenes que componen este comentario han sido libro de texto obligado para los estudiantes de la mayoría de seminarios en numerosos países durante años.

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Editorial CLIE

Ferrocarril, 8

08232 VILADECAVALLS (Barcelona)

COMENTARIO AL NUEVO TESTAMENTO

Volumen 10 - Gálatas y Efesios

Traductor de la Obra completa: Alberto Araujo

© por C. William Barclay. Publicado originalmente en 1970 y actualizado en 1991 por The Saint Andrew Press, 121 George Street, Edimburgh, EH2 4YN, Escocia.

© 1995 por CLIE para la versión española.

ISBN 978-84-7645-749-8 Obra completa

ISBN 978-84-8267-606-7 Volumen 10

Clasifíquese: 0238 COMENTARIOS COMPLETOS N.T. -Gálatas C.T.C. 01-02-0238-06

Referencia: 22.38.56

PRESENTACIÓN

A los lectores que no estén acostumbrados al estilo de William Barclay les advertiré que no se desanimen ante las aparentes dificultades. Las cartas a los Gálatas y a los Efesios no se encuentran entre los libros más fáciles de entender del Nuevo Testamento. Hay diferencias de estilo entre ellas que se comprenden al considerar las circunstancias tan distintas en que fueron escritas. Gálatas es como un torrente de montaña, que se lanza con brío contra los obstáculos y se abre paso entre las rocas, mientras que Efesios se parece más bien a un río caudaloso que alcanza su máxima anchura y profundidad y calma ya cerca de su desembocadura.

Estas dos cartas, más bien breves, siempre han estado entre los libros más apreciados en la piedad y en la predicación cristiana, y han ejercido una influencia decisiva en la Historia de la Iglesia. Gálatas fue clave en la Reforma, cuando se reprodujo de nuevo en cierto modo el conflicto entre las actitudes representadas por la Ley y la Gracia —por lo menos así lo entendemos los protestantes. Y Efesios —que no es ni mucho menos tan desgarbada como para haber dejado en español el calificativo despectivo de «adefesios», tomado de su nombre latino— ha adquirido una importancia decisiva el siglo XX, cuando la Iglesia ha asumido por la gracia de Dios la vocación a la unidad del Cuerpo de Cristo en su Cabeza, que no puede ser más que el mismo Cristo.

Que nadie piense al ver las citas y las palabras en cursiva que para usar este comentario hay que saber griego y un montón de historia y literatura clásica. Precisamente para los que no tenemos esa cultura escribió William Barclay su comentario sencillo y ameno. Pero eso sí: está claro que para entender las palabras y las ideas de algo que se escribió en griego en los tiempos del Imperio Romano se tiene que comparar con los de los autores de entonces. Más nos pueden ayudar a comprender el mensaje del Nuevo Testamento los autores de la Iglesia Primitiva —¡y hasta los escritores paganos!— que los modernos con una formación clásica insuficiente.

Baste lo dicho para que nadie se espante con las citas de los autores clásicos. Ni con las de los más modernos; porque William Barclay, en su honradez, no quería que se tomaran como suyas las ideas e ilustraciones que había tomado prestadas de otros. Pero, eso sí: cuando no cita otras fuentes, eso quiere decir que lo que dice es de su propio caletre. No hay más que leer sus introducciones a los libros del Nuevo Testamento que comenta para darse cuenta de que sus aportaciones a la comprensión de la Sagrada Escritura son importantes y merecen figurar entre las mejores.

William Barclay, profesor en la Universidad de Glasgow de la lengua y literatura de los tiempos cuando se escribió el Nuevo Testamento, nos introduce en la sociedad de entonces, en sus hogares y en sus campos y ciudades, y nos presenta a las personas de aquel tiempo, desde el Emperador y los grandes filósofos hasta los esclavos y los niños; todos, en fin, los que nos pueden ayudar a comprender el Nuevo Testamento. Y esto nos es de capital importancia porque, por mucho tiempo que permita la paciencia de Dios que siga rodando la Tierra, nunca quedarán desfasadas ni se superarán jamás sus enseñanzas, no sólo en todo lo referente a nuestra relación con Dios sino también en la que debe haber entre los esposos, entre padres e hijos y entre patronos y obreros. Y es que la Palabra de Dios sigue teniendo actualidad y relevancia suprema para nosotros hoy, aunque las circunstancias externas y hasta las ideas hayan cambiado tanto desde entonces —y sigan cambiando, gracias a Dios, y tengan que seguir cambiando, como en lo referente a las mujeres y a los niños y a otros muchos aspectos de la vida. Las necesidades vitales y los anhelos del corazón humano siguen siendo los mismos. Y Cristo es la respuesta.

Alberto Araujo

INTRODUCCIÓN GENERAL A LAS CARTAS DE PABLO

LAS CARTAS DE PABLO

Las cartas de Pablo son el conjunto de documentos más interesante del Nuevo Testamento; y eso, porque una carta es la forma más personal de todas las que se usan en literatura. Demetrio, uno de los antiguos críticos literarios griegos, escribió una vez: «Cada uno revela su propia alma en sus cartas. En cualquier otro género se puede discernir el carácter del escritor, pero en ninguno tan claramente como en el epistolar» (Demetrio, Sobre el estilo, 22). Es precisamente porque disponemos de tantas cartas suyas por lo que nos parece que conocemos tan bien a Pablo. En ellas abría su mente y su corazón a los que tanto amaba; en ellas, aun ahora podemos percibir su gran inteligencia enfrentándose con los problemas de la Iglesia Primitiva, y sentimos su gran corazón latiendo de amor por los hombres, aun por los descarriados y equivocados.

EL ENIGMA DE LAS CARTAS

Por otra parte, muchas veces no hay nada más difícil de entender que una carta. Demetrio (Sobre el estilo, 22) cita a Artemón, el editor de las cartas de Aristóteles, que decía que una carta es en realidad una de las dos partes de un diálogo, y como tal debería escribirse. En otras palabras: leer una carta es como escuchar un lado de una conversación telefónica. Por eso a veces nos es difícil entender las cartas de Pablo: porque no tenemos la otra a la que está contestando, y no conocemos la situación a la que se refiere nada más que por lo que podemos deducir de su respuesta. Antes de intentar entender cualquiera de las cartas que escribió Pablo debemos hacer lo posible para reconstruir la situación que la originó.

LAS CARTAS ANTIGUAS

Es una lástima que las cartas de Pablo se llaman epístolas. Son, en el sentido más corriente, cartas. Una de las cosas que más luz han aportado a la interpretación del Nuevo Testamento ha sido el descubrimiento y la publicación de los papiros. En el mundo antiguo, el papiro era el antepasado del papel, en el que se escribían casi todos los documentos. Se hacía con tiras de la corteza de una planta que crecía en las orillas del Nilo. Las tiras se colocaban unas encima de otras y se abatanaban, de lo que resultaba algo parecido al papel de estraza. Las arenas del desierto de Egipto eran ideales para la conservación de los papiros, que eran de larga duración siempre que no estuvieran expuestos a la humedad. Los arqueólogos han rescatado centenares de documentos, contratos de matrimonio, acuerdos legales, fórmulas de la administración y, lo que es más interesante, cartas personales. Cuando las leemos nos damos cuenta de que siguen una estructura determinada, que también se reproduce en las cartas de Pablo. Veamos una de esas cartas antiguas, que resulta ser de un soldado que se llamaba Apión a su padre Epímaco, diciéndole que ha llegado bien a Miseno a pesar de la tormenta.

«Apión manda saludos muy cordiales a su padre y señor Epímaco. Pido sobre todo que usted se encuentre sano y bien; y que todo le vaya bien a usted, a mi hermana y su hija y a mi hermano. Doy gracias a mi Señor Serapis por conservarme la vida cuando estaba en peligro en la mar.

En cuanto llegué a Miseno recibí del César el dinero del viaje, tres piezas de oro; y todo me va bien. Le pido, querido Padre, que me mande unas líneas, lo primero para saber cómo está, y también acerca de mis hermanos, y en tercer lugar para que bese su mano por haberme educado bien, y gracias a eso espero un ascenso pronto, si Dios quiere. Dé a Capitón mis saludos cordiales, y a mis hermanos, y a Serenilla y a mis amigos. Le mandé un retrato que me pintó Euctemón. En el ejército me llamo Antonio Máximo. Hago votos por su buena salud. Recuerdos de Sereno, el de Agato Daimón, y de Turbo, el hijo de Galonio» (G. Milligan, Selections from the Greek Papyri, 36).

¡No podría figurarse Apión que estaríamos leyendo 1800 años después la carta que le escribió a su padre! Nos muestra lo poco que ha cambiado la naturaleza humana. El mozo está esperando un pronto ascenso. Era devoto del dios Serapis. Serenilla sería la chica con la que salía. Y le ha mandado a los suyos el equivalente de entonces de una foto.

Notamos que la carta tiene varias partes: (i) Un saludo. (ii) Una oración por la salud del destinatario. (iii) Una acción de gracias a un dios. (iv) El tema de la carta. (v) Finalmente, saludos para unos y recuerdos de otros. En casi todas las cartas de Pablo encontramos estas secciones, como vamos a ver:

(i) El saludo: Romanos 1:1; 1 Corintios 1:1; 2 Corintios 1:1; Gálatas 1:1; Efesios 1:1; Filipenses 1:1; Colosenses 1:1s; 1 Tesalonicenses 1:1; 2 Tesalonicenses 1:1.

(ii) La oración: en todas sus cartas Pablo pide a Dios por las personas a las que escribe: Romanos 1:7; 1 Corintios 1:3; 2 Corintios 1:2; Gálatas 1:3; Efesios 1:2; Filipenses 1:3; Colosenses 1:2; 1 Tesalonicenses 1:1; 2 Tesalonicenses 1:2. (iii) La acción de gracias: Romanos 1:8; 1 Corintios 1:4; 2 Corintios 1:3; Efesios 1:3; Filipenses 1:3; 1 Tesalonicenses 1:3; 2 Tesalonicenses 1:3.

(iv) El tema de la carta: de lo que trata cada una.

(v) Saludos especiales y recuerdos personales: Romanos 16; 1 Corintios 16:19; 2 Corintios 13:13; Filipenses 4:21s; Colosenses 4:12-15; 1 Tesalonicenses 5:26.

Las cartas de Pablo siguen el modelo de todo el mundo. Deissmann dice de ellas: «Son diferentes de las otras que encontramos en las humildes hojas de papiro de Egipto, no en cuanto cartas, sino en cuanto cartas de Pablo.» No son ejercicios académicos ni tratados teológicos, sino documentos humanos escritos por un amigo a sus amigos.

LA SITUACIÓN INMEDIATA

Con unas pocas excepciones, Pablo escribió todas sus cartas para salir al paso de una situación inmediata, y no como tratados elaborados en la paz y el silencio de su despacho. Si se producía una situación peligrosa en Corinto, Galacia, Filipos o Tesalónica, Pablo escribía una carta para solucionarla. No estaba pensando en nosotros, sino solamente en aquellos a los que escribía. Deissmann dice: «Pablo no estaba pensando en añadir unas pocas composiciones nuevas a las ya existentes epístolas judías; y menos en enriquecer la literatura sagrada de su nación... No tenía ningún presentimiento del lugar que sus palabras llegarían a ocupar en la historia universal; ni siquiera de que se conservarían en la generación siguiente, y mucho menos de que llegaría el día en que se consideraran Sagrada Escritura.» Debemos recordar siempre que una cosa no tiene que ser pasajera porque se escribió para salir al paso de una situación inmediata. Todas las grandes canciones de amor del mundo se escribieron para una persona determinada, pero siguen viviendo para toda la humanidad. Precisamente porque Pablo escribió sus cartas para salir al paso de un peligro amenazador o de una necesidad perentoria es por lo que todavía laten de vida. Y es precisamente porque las necesidades y las situaciones humanas no cambian por lo que Dios nos habla por medio de ellas hoy.

LA PALABRA HABLADA

De una cosa debemos darnos cuenta en estas cartas. Pablo hacía lo que la mayoría de la gente de su tiempo: no escribía él mismo las cartas, sino se las dictaba a un amanuense, y añadía al final su firma, a veces con algunas palabras más. (Conocemos el nombre de uno de los que escribieron para Pablo: en Romanos 16:22, Tercio, el amanuense, introduce su propio saludo antes del final de la carta). En 1 Corintios 16:21 Pablo dice: «Esta es mi firma, mi autógrafo, para que estéis seguros de que esta carta os la mando yo.» (Ver también Colosenses 4:18; 2 Tesalonicenses 3:17).

Esto explica un montón de cosas. Algunas veces es difícil entender a Pablo porque sus frases no terminan nunca, la gramática se quiebra y se enreda la construcción. No debemos figurárnosle sentado tranquilamente a su mesa de despacho, puliendo cuidadosamente cada frase; sino más bien recorriendo de un lado a otro la habitación, soltando un torrente de palabras, mientras su amanuense se daba toda la prisa que podía para no perder ni una. Cuando Pablo componía sus cartas, tenía presentes en su imaginación a las personas a las que iban destinadas, y se le salía del pecho el corazón hacia ellas en palabras que se atropellaban en su voluntad de ayudar.

CARTA A LOS GÁLATAS

INTRODUCCIÓN A LA CARTA A LOS GÁLATAS

EL ATAQUE CONTRA PABLO

Alguien ha comparado la Carta a los Gálatas con una espada flamígera en la mano de un gran esgrimidor. Tanto Pablo como su Evangelio eran objeto de ataque. Si ese ataque hubiera triunfado, el Cristianismo no habría pasado de ser otra secta judía, dependiente de la circuncisión y de la observancia de la ley mosaica, en lugar de ser la religión de la Gracia. Es extraño pensar que, si los oponentes de Pablo se hubieran salido con la suya, el Evangelio habría sido exclusivamente para los judíos, y nosotros no habríamos tenido nunca la oportunidad de conocer el amor de Cristo.

EL ATAQUE AL APOSTOLADO DE PABLO

No es posible tener una personalidad relevante y un carácter fuerte como los de Pablo sin encontrar oposición; ni tampoco es posible que un hombre dirija una revolución del pensamiento religioso como hizo él, sin ser objeto de ataque. El primer ataque fue contra su apostolado. Había muchos que decían que Pablo no era ningún apóstol.

Desde su punto de vista tenían razón. En Hechos 2:21-22 tenemos la definición básica de un apóstol. Judas, el traidor, había cometido suicidio; entonces se definieron las condiciones que debía cumplir el candidato a cubrir la vacante en el grupo apostólico. Tenía que haber sido «uno de estos hombres que estuvieron con nosotros durante todo el tiempo que nuestro Señor entró y salió entre nosotros, empezando desde el bautismo de Juan, hasta el día en que nos fue retirado,» y «un testigo de la Resurrección.» Para ser apóstol, un hombre tenía que haber sido seguidor de Jesús durante Su vida terrenal, y haber sido testigo presencial de Su Resurrección. Está claro que Pablo no cumplía esas condiciones. Además, no hacía tanto tiempo que había sido el superperseguidor de la Iglesia Cristiana original.

En el primer versículo de esta carta, Pablo contesta a eso. Insiste con determinación en que su apostolado no procedía de ningún origen humano, ni ninguna mano humana le había ordenado para ese ministerio, sino que había recibido la llamada directamente de Dios. Podían haber sido otras las cualificaciones que se requerían para ser considerado apóstol cuando se produjo la primera vacante en el grupo de los Doce; pero él tenía una cualificación exclusiva: Se había encontrado con Cristo cara a cara en el camino de Damasco.

INDEPENDENCIA Y COINCIDENCIA

Además, Pablo insiste en que su mensaje no dependía de ninguna persona humana. Es precisamente por eso por lo que refiere detalladamente en los dos primeros capítulos sus visitas a Jerusalén. Insiste en que no está predicando ningún mensaje de segunda mano que haya recibido de otra persona; está predicando el mensaje que ha recibido directamente de Cristo. Pero Pablo no era ningún anarquista. Insiste en que, aunque recibió su mensaje con una independencia total, sin embargo había recibido una aprobación total de los que eran los dirigentes reconocidos de la Iglesia Cristiana (2:6-10). El Evangelio que él predicaba lo había recibido directamente de Dios; pero era un Evangelio que estaba totalmente de acuerdo con la fe que se le había comunicado a la Iglesia.

LOS JUDAIZANTES

Pero ese Evangelio era igualmente objeto de ataque. Era una lucha que tenía que producirse, y una batalla que había que librar. Había judíos que habían aceptado el Cristianismo, pero creían que todas las promesas y los dones de Dios eran exclusivamente para los judíos; y que no se podía dar entrada a estos preciosos privilegios a ningún gentil. Por tanto creían que el Cristianismo era para los judíos, y para ellos solos. Si el Evangelio era el mayor regalo de Dios a la humanidad, razón de más para que solamente los judíos pudieran disfrutarlo. En cierto sentido, eso era inevitable. Había un tipo de judíos que se consideraban el pueblo escogido de una manera arrogante. Llegaban a decir las cosas más terribles, como: «Dios ama sólo a Israel de todas las naciones que ha hecho.» «Dios juzgará a Israel con una medida, y a los gentiles con otra.» «Aplasta las mejores serpientes; mata los mejores gentiles.» «Dios creó a los gentiles como leña para los fuegos del infierno.» Este era el espíritu que inspiraba la ley que establecía que era ilegal ayudar a una madre gentil en el momento del parto, porque eso sería contribuir a que hubiera otro gentil en el mundo. Cuando este tipo de judío veía a Pablo llevar el Evangelio a los despreciados gentiles, se disgustaba y enfurecía.

LA LEY

Todo esto tenía una salida. Si un gentil quería ser cristiano, se tenía que hacer judío primero. ¿Qué suponía eso? Pues que tenía que circuncidarse y asumir toda la carga de la ley mosaica. Eso era para Pablo todo lo contrario de lo que quería decir el Evangelio. Quería decir que la salvación de una persona dependía de su capacidad para cumplir la ley, y que podía ganarla por sus propios medios sin ayuda de nadie; mientras que para Pablo la salvación era algo totalmente dependiente de la Gracia. Creía que ninguna persona podía merecer nunca el favor de Dios. Lo único que podía hacer era aceptar en un acto de fe el amor que Dios le ofrecía, sometiéndose totalmente a Su misericordia. El judío se presentaría a Dios diciéndole: «¡Mira! Aquí está mi circuncisión, y aquí están mis obras; dame la salvación que me he ganado.» Pablo diría:

No ya he de gloriarme jamás, oh Dios mío,

de aquellos deberes que un día cumplí.

Mi gloria era vana: confío tan sólo

en Cristo y Su sangre vertida por mí.

Por fe conociendo Su amor que redime,

hoy llamo tinieblas lo que antes mi luz;

mi propia justicia se torna en oprobio

y clavo mis glorias al pie de Su Cruz.

¡Sí, todo lo estimo cual pérdida vana,

y alego las obras del buen Salvador!

¡Oh, pueda mi alma anidar en Su seno,

vivir de Su vida, gozar de Su amor!

Por más que a Tus leyes viviera sumiso,

no puedo, Dios mío, llegar hasta Ti;

mas sé que en Tu gracia la fe me habilita

si alego las obras de Tu Hijo por mí.

(José M. de Mora).

Para él lo único esencial no era lo que una persona pudiera hacer por Dios, sino lo que Dios había hecho por ella.

«Pero —discutirían los judíos— la cosa más grande de nuestra vida nacional es la Ley. Dios le dio esa Ley a Moisés, y de ella depende toda nuestra vida.» «Espera un momento. ¿Quién fue el fundador de nuestra nación? ¿A quién dio Dios Sus más grandes promesas?» Por supuesto, la respuesta es Abraham. «Ahora bien —continuaba Pablo—, ¿cómo obtuvo Abraham el favor de Dios? No pudo ganárselo guardando la ley, porque vivió cuatrocientos treinta años antes de que se le diera la ley a Moisés. La obtuvo mediante un acto de fe. Cuando Dios le dijo que dejara su pueblo y saliera, Abraham realizó un sublime acto de fe, y fue, confiando para todo solo en Dios. Fue la fe lo que salvó a Abraham, no la ley; y —seguiría diciendo Pablo— es la fe lo que debe salvarnos a todos, no las obras de la ley. El verdadero hijo de Abraham no es el que puede trazar su ascendencia directamente hasta Abraham, sino el que, cualquiera que sea su raza, hace el mismo rendimiento de fe a Dios.»

LA LEY Y LA GRACIA

Si todo esto es verdad, surge una pregunta muy seria: ¿Cuál es entonces el lugar de la Ley? No se puede negar que fue dada por Dios. ¿No la elimina sencillamente esta insistencia en la Gracia?

La Ley tiene su propio lugar en el plan de Dios. En primer lugar, le dice a la humanidad lo que es el pecado. Si no hubiera ley, nadie podría quebrantarla, y no habría por tanto tal cosa como pecado. En segundo y más importante lugar, la Ley realmente conduce a la persona a la Gracia de Dios. El problema de la Ley es que, como somos pecadores, no la podemos cumplir perfectamente nunca. Su efecto por tanto, es mostrarle a la persona su incapacidad, y conducirla a desesperar de sí misma y confiar solamente en la misericordia de Dios. La Ley nos convence de nuestra propia insuficiencia, y por último nos impulsa a admitir que lo único que nos puede salvar es la Gracia de Dios. En otras palabras: la Ley es una etapa esencial en el camino a la Gracia.

El gran tema de Pablo en esta epístola es que no podemos salvarnos a nosotros mismos, pero Dios nos ofrece la salvación en Jesucristo por Su sola Gracia.

GÁLATAS

EL TOQUE DE CLARÍN DEL EVANGELIO

Gálatas 1:1-5

Yo, el apóstol Pablo, con todos los hermanos que hay aquí conmigo, os escribo esta carta a las iglesias de Galacia. Mi apostolado no me fue conferido por medio de ninguna agencia o intervención humana, sino que me vino directamente de Jesucristo, y del Dios Padre Que resucitó a Jesús. Que la gracia y la paz os sean concedidas por Dios Padre y por nuestro Señor Jesucristo, Quien, porque nuestro Dios y Padre así lo quiso, dio Su vida por nuestros pecados para rescatarnos de este mundo presente con todo su mal. ¡A Él sea dada la gloria para siempre jamás! Amén.

A los miembros de las iglesias de Galacia habían llegado algunos diciéndoles que Pablo no era un verdadero apóstol, y que no tenían por qué creer lo que él les había dicho. Basaban su menosprecio de Pablo en el hecho de que él no había sido uno de los doce apóstoles originales; y que, de hecho, había sido el más salvaje perseguidor de la Iglesia; y que no tenía, como si dijéramos, ningún nombramiento oficial de los responsables de la Iglesia.

La respuesta de Pablo no fue una discusión, sino una afirmación. No debía su calidad de apóstol a ninguna persona, sino al día en que Jesucristo se le presentó cara a cara en el camino de Damasco. Su ministerio y su misión procedían directamente de Dios.

(i) Pablo estaba seguro de que Dios le había hablado. Leslie Weatherhead nos habla de un chico que decidió hacerse pastor. Le preguntaron cuándo había hecho esa decisión, y él contestó que fue después de oír un sermón en la capilla del colegio. Le preguntaron el nombre del predicador que le había hecho tanta impresión, y su respuesta fue: «No sé el nombre del predicador; pero sé que Dios me habló aquel día.»

En último análisis, ningún hombre puede hacer a otro ministro o siervo de Dios. Sólo Dios puede hacerlo. La prueba de un cristiano no es si ha pasado ciertas ceremonias y asumido ciertos votos, sino si se ha encontrado con Cristo cara a cara. Un antiguo sacerdote judío llamado Ebed-Tob decía de su ministerio: «No fue mi padre ni mi madre quien me instaló en este puesto, sino el brazo del Dios todopoderoso.»

(ii) La verdadera causa de la capacidad de Pablo para bregar y sufrir era que estaba seguro de que su misión le había sido encomendada por Dios. Consideraba todos los esfuerzos que se le exigían como privilegios que Dios le concedía.

No son solamente personas como Pablo las que reciben de Dios sus responsabilidades; Dios les da su tarea a todas las personas. Puede que sea uno a quien todos los demás conozcan y reconozcan y la Historia recuerde, o puede que sea uno de quien nadie sepa nada. Pero, en cada caso, su tarea le viene de Dios. Tagore tiene un poema en este sentido.

A medianoche, el candidato a asceta anunció:

«Ha llegado el momento de abandonar mi hogar, y buscar a Dios. ¡Ah! ¿Quién me ha retenido tanto tiempo en el engaño?»

Dios le susurró: «Yo.» Pero el hombre tenía los oídos cerrados.

Con un bebé durmiendo en su pecho yacía su mujer durmiendo apaciblemente a un lado de la cama.

El hombre dijo: «¿Quiénes sois vosotros que me habéis engañado tanto tiempo?» La voz le dijo otra vez: «Son Dios.» Pero él no lo oyó.

El bebé lloró entre sueños, cobijándose cerca de su madre.

Dios mandó: «¡Detente, necio, no dejes tu hogar!» Pero él seguía sin oír.

Dios suspiró Su queja: «¿Por qué quiere Mi siervo vagar en Mi busca olvidándose de Mí?»

Muchas tareas humildes son un apostolado divino. Como decía Burns:

Crear un clima feliz en el hogar

para chavales y esposa,

esa es la verdadera y sublime pasión

de la vida humana.

La tarea que Dios le dio a Pablo fue la evangelización del mundo; para la mayor parte de nosotros será sencillamente hacer felices a una pocas personas en el pequeño círculo de los que nos son más queridos.

Al principio de su carta, Pablo resume sus deseos y oraciones por sus amigos de Galacia en dos tremendas palabras:

(i) Les desea gracia. Hay dos ideas principales en esta palabra que por suerte para noosotros se conservan en español. La primera es la de algo sencillamente hermoso. La palabra griega jaris quiere decir gracia en el sentido teológico; pero también quiere decir belleza y encanto. Y hasta cuando se usa teológicamente siempre conserva la idea del encanto. Si la vida cristiana refleja la Gracia de Dios, debe ser algo hermoso y atractivo. Desgraciadamente, muchas veces se da una bondad sin la menor gracia, y un encanto sin ninguna bondad; pero es cuando la bondad y el encanto se unen cuando se ve la obra de la gracia. La segunda idea es la de una generosidad inmerecida, un regalo que uno no podría ganar nunca, que le da el generoso amor de Dios. Cuando Pablo le pide a Dios gracia para sus amigos, es como si dijera: «Que la belleza del amor inmerecido de Dios sea con vosotros, de tal manera que haga vuestra vida también encantadora.»

(ii) Les desea paz. Pablo era judío, y tendría en mente la palabra hebrea shalôm, aunque escribió en griego eirênê. Shalôm quiere decir mucho más que la ausencia de problemas. Quiere decir todo lo que contribuye al bien supremo de la persona, todo lo que hace su mente pura, su voluntad firme y su corazón feliz. Es ese amor y cuidado de Dios que, aunque el cuerpo esté sufriendo, puede mantener el corazón sereno.

Por último, Pablo resume en una sola frase de contenido infinito el corazón y la obra de Jesucristo: «Él Se dio a Sí mismo... para rescatarnos.» (i) El amor de Cristo es un amor que dio y sufrió. (ii) El amor de Cristo es un amor que conquistó y logró. En esta vida, la tragedia del amor es que queda tantas veces frustrado; pero el amor de Cristo está respaldado por un poder infinito que nada puede frustrar y que puede rescatar a su ser amado de la esclavitud del pecado.

EL ESCLAVO DE CRISTO

Gálatas 1:6-10

Estoy de lo más sorprendido de que hayáis desertado tan rápidamente del Que os llamó por la Gracia de Cristo y os hayáis pasado tan pronto a un evangelio diferente, que no es en realidad un evangelio ni nada que se le parezca. Lo que ha sucedido de hecho es que algunos hombres han trastocado toda vuestra fe, y se proponen darle la vuelta al Evangelio de Cristo. Pero si alguien os predicara un evangelio distinto del que habéis recibido, aunque fuéramos nosotros mismos o hasta un ángel del Cielo, ¡que se vaya al infierno! ¿Es que estoy tratando de congraciarme con la gente, o con Dios? ¿O estoy tratando de complacer a la gente? Si después de todo lo que me ha sucedido todavía estuviera buscando la aprobación de la gente, no llevaría en mi cuerpo la divisa de esclavo de Cristo.

La verdad fundamental que se esconde en esta epístola es que el Evangelio de Pablo era el Evangelio de la Gracia. Él creía con todo su corazón que una persona no podía hacer nada para ganar el amor de Dios; y, por tanto, lo único que uno podía hacer era rendirse a merced de Dios en un acto de fe. Lo único que uno podía hacer era aceptar con admirada gratitud lo que Dios le ofrecía; lo importante no es lo que podamos hacer por nosotros mismos, sino lo que Dios ha hecho por nosotros.

Lo que Pablo había predicado a los gálatas había sido el Evangelio de la Gracia de Dios. Después de él habían llegado unos predicando una versión judía del Evangelio. Proclamaban que si se quería agradar a Dios había que circuncidarse y consagrarse a cumplir todas las reglas y normas de la Ley. Siempre que uno realizara una obra de la ley, decían, se apuntaba algo positivo en su cuenta corriente con Dios. Estaban enseñando que una persona necesitaba ganarse el favor de Dios. Para Pablo eso era imposible.

Los oponentes de Pablo declaraban que él ponía la religión demasiado fácil para congraciarse con la gente. De hecho, esa acusación era lo contrario de la verdad. Después de todo, si la religión consistiera en cumplir un conjunto de reglas y normas sería posible, por lo menos en teoría, satisfacer sus exigencias; pero Pablo presentaba la Cruz diciendo: «Así os ha amado Dios.» La religión se convierte en un asunto, no de satisfacer las exigencias de la ley, sino de cumplir las demandas del amor. Una persona puede satisfacer las exigencias de la ley, porque tienen límites estrictos y estatutarios; pero nunca podrá cumplir las demandas del amor, que son infinitas. Si una persona pudiera darle al ser querido el Sol, la Luna y las estrellas, seguiría sintiendo que todo eso era una ofrenda demasiado pequeña. Pero lo único que podían ver los oponentes judíos de Pablo era que había enseñado que la circuncisión ya no era necesaria, ni la ley pertinente.

Pablo negaba estar intentando congraciarse con la gente. No era a la gente a la que servía, sino a Dios. No le importaba lo más mínimo lo que la gente pensara o dijera de él: su único Amo era el Señor. Y entonces presentó una prueba concluyente: «Si yo estuviera tratando de congraciarme con la gente no sería esclavo de Cristo.» Lo que tenía en mente era que un esclavo llevaba marcado en el cuerpo con un hierro candente el nombre de su amo; y él llevaba en su cuerpo las cicatrices de sus sufrimientos, que eran la marca de ser esclavo de Jesucristo. «Si —decía— no me propusiera más que ganar el favor de los seres humanos, ¿llevaría estas señales en el cuerpo?» El hecho de que estuviera marcado era la prueba definitiva de que su propósito era servir a Cristo, y no agradar a los demás.

John Gunther nos dice que los primeros comunistas de Rusia habían estado en la cárcel bajo el régimen zarista y llevaban en el cuerpo las cicatrices de lo que habían sufrido; y nos dice que, lejos de avergonzarse de sus desfiguraciones, las exhibían con el mayor orgullo. Puede que pensemos que estaban equivocados y equivocando a otros, pero no podemos poner en duda lo genuino de su lealtad a la causa comunista.

Es cuando los demás ven que estamos dispuestos a sufrir por la fe que decimos tener cuando empiezan a creer que la tenemos de veras. Si la fe no nos costara nada, los demás no la valorarían en nada.

DETENIDO POR LA MANO DE DIOS

Gálatas 1:11-17

En cuanto al Evangelio que os he predicado, quiero que sepáis, hermanos, que no se basa en un cimiento puramente humano; porque, yo no lo recibí de ninguna persona, ni me lo enseñó nadie, sino que llegó a mí por medio de una revelación directa de Jesucristo. Si necesitáis que os lo demuestre, ahí va eso: Vosotros habéis oído la clase de vida que yo llevaba antes, cuando practicaba la religión judía; una vida que me condujo a perseguir a la Iglesia de Dios más allá de todos los límites para eliminarla. Yo les llevaba la delantera en la fe judía a muchos de mis contemporáneos y compatriotas, porque era un superfanático de las tradiciones de mis antepasados. Fue en esa situación cuando Dios, Que me había apartado para una tarea especial antes de mi nacimiento y Que me llamó mediante Su Gracia, decidió revelar a Su Hijo por medio de mí para que yo diera la Buena Noticia acerca de Él entre los gentiles. Entonces yo no lo consulté con ningún ser humano, ni subí a Jerusalén a ver a los que eran apóstoles desde antes que yo, sino que me retiré a Arabia, y luego volví otra vez a Damasco.

Pablo estaba seguro y aseguraba que el Evangelio que predicaba no era algo de segunda mano; le había llegado directamente de Dios. Esa era una pretensión extraordinaria, y exigía alguna clase de prueba. Como prueba, Pablo tuvo el valor de referirse al cambio radical que había tenido lugar en su propia vida.

(i) Había sido un superfanático de la Ley; y ahora, el centro dominante de su vida era la Gracia. Este hombre, que había tratado de ganarse el favor de Dios con un apasionamiento intenso, estaba ahora contento de tomar humildemente por la fe lo que se le ofrecía amorosamente. Había dejado de presumir de lo que pudiera hacer por sí mismo, y había empezado a encontrar su gloria en lo que Dios había hecho por él.

(ii) Había sido el superperseguidor de la Iglesia. Había «asolado» la Iglesia. La palabra que usa es la que describe la devastación total de una ciudad. Había tratado de hacerle imposible la vida a la Iglesia; y ahora, su único objetivo, por el que estaba dispuesto a consumir su vida hasta la muerte, era extender esa misma Iglesia por todo el mundo.

Todo efecto debe tener una causa proporcionada. Cuando una persona va lanzada en un sentido, y de pronto se da la vuelta y se lanza con igual ímpetu en sentido contrario; cuando repentinamente invierte todos sus valores de tal manera que cambia su vida de arriba abajo, tiene que haber alguna explicación. Para Pablo, la explicación era la intervención directa de Dios. Dios le había puesto Su mano en el hombro a Pablo, y le había detenido en medio de su carrera. «Esa —decía Pablo— es la clase de efecto que solo Dios puede producir.» Es algo digno de mención en Pablo el que no tuviera reparo en presentar el informe de su propia vergüenza para mostrar el poder de Dios.

Tenía dos cosas que decir acerca de esa intervención.

(i) No fue una cosa improvisada; formaba parte del plan eterno de Dios. A. J. Gossip cuenta lo que predicó Alexander Whyte cuando él, Gossip, fue ordenado al ministerio. El mensaje de Whyte era que, a lo largo de todo el tiempo y de toda la eternidad Dios había estado preparando a este hombre para esta congregación y a esta congregación para este hombre; y, en el minuto exacto, los había unido.

Dios manda a todas las personas al mundo con una misión que cumplir en Su plan. Puede que sea un papel muy importante, o un papel secundario o pequeño. Puede que sea para hacer algo que sabrá todo el mundo y que pasará a la Historia, o algo que solo sabrán unos pocos. Epicteto (2:16) dice: «Ten valor para elevar la mirada hacia Dios y decirle: “Trátame como quieras desde ahora. Soy uno contigo. Soy tuyo; no rechazo nada que Tú consideres bueno. Guíame por donde Tú quieras; vísteme con el ropaje que quieras. ¿Quieres que tenga un alto cargo, o que lo rechace; que me mantenga en mi puesto, o que huya; que sea rico, o pobre? Por todo esto Te defenderé delante de la gente.”» Si un filósofo pagano podía darse tan totalmente a un Dios al Que conocía de una manera tan nebulosa, ¡cuánto más nosotros!