Comentario al Nuevo Testamento Vol. 02 - William Barclay - E-Book

Comentario al Nuevo Testamento Vol. 02 E-Book

William Barclay

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Beschreibung

William Barclay fue pastor de la Iglesia de Escocia y profesor de N.T. en la Universidad de Glasgow. Es conocido y apreciado internacionalmente como maestro en el arte de la exposición bíblica. Entre sus más de sesenta obras la que ha alcanzado mayor difusión y reconocimiento en muchos países y lenguas es, sin duda, el Comentario al Nuevo Testamento, que presentamos en esta nueva edición española actualizada. Los 17 volúmenes que componen este comentario han sido libro de texto obligado para los estudiantes de la mayoría de seminarios en numerosos países durante años.

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WILLIAM BARCLAY

COMENTARIO AL NUEVO TESTAMENTO

–Tomo 2–

Evangelio según san Mateo (II)

Editorial CLIE

Ferrocarril, 8

08232 VILADECAVALLS (Barcelona)

COMENTARIO AL NUEVO TESTAMENTO

Volumen 02 - Mateo II

Traductor de la Obra completa: Alberto Araujo

© por C. William Barclay. Publicado originalmente en 1970

y actualizado en 1991 por The Saint Andrew Press,

121 George Street, Edimburgh, EH2 4YN, Escocia.

© 1997 por CLIE para la versión española.

Depósito Legal:

ISBN 978-84-7645-749-8 Obra completa

ISBN 978-84-8267-608-1 Volumen 02

Clasifíquese: 0266 COMENTARIOS COMPLETOS N.T. -Mateo

C.T.C. 01-02-0215-09

Referencia: 22.38.48

Índice

LOS SEIS ACENTOS EN LA VOZ DE JESÚS

EL ACENTO DE LA CONFIANZA

EL ACENTO DE LA ADMIRACIÓN

LA VIOLENCIA Y EL REINO

EL ACENTO DE DOLORIDA REPRENSIÓN

EL ACENTO DE UNA CONDENACIÓN QUE ROMPE EL CORAZÓN

EL ACENTO DE AUTORIDAD

EL ACENTO DE LA COMPASIÓN

CRISIS

QUEBRANTANDO LA LEY DEL SÁBADO

LA EXIGENCIA DE LA NECESIDAD HUMANA

SEÑOR AUN DEL SÁBADO

LA LEY Y EL AMOR

EL DESAFÍO ACEPTADO

LAS CUALIDADES DEL SIERVO DEL SEÑOR

BRECHA EN LAS DEFENSAS DE SATÁN

LOS EXORCISTAS JUDÍOS

LA NEUTRALIDAD IMPOSIBLE

EL PECADO QUE EXCLUYE EL PERDÓN

LA CONCIENCIA PERDIDA

CORAZONES Y PALABRAS

LA SEÑAL ÚNICA

EL PELIGRO DEL CORAZÓN VACÍO

EL VERDADERO PARENTESCO

MUCHAS COSAS EN PARÁBOLAS

EL SEMBRADOR SALIÓ A SEMBRAR

LA PALABRA Y EL OYENTE

NO HAY QUE DESESPERAR

LA VERDAD Y EL OIDOR

LA DURA LEY DE LA VIDA

CEGUERA HUMANA Y PROPÓSITO DIVINO

LA OBRA DEL ENEMIGO

LA HORA DEL JUICIO

EL COMIENZO MODESTO

EL PODER TRANSFORMADOR DE CRISTO

LA ACCIÓN DE LA LEVADURA

TODO EN LA LABOR DIARIA

LA PERLA DE VALOR INCALCULABLE

LA REDADA Y LA SEPARACIÓN

DONES ANTIGUOS USADOS DE NUEVO

LA BARRERA DE LA INCREDULIDAD

LA TRAGEDIA DE JUAN EL BAUTISTA

LA CAÍDA DE HERODES

COMPASIÓN Y PODER

EL LUGAR DEL DISCÍPULO EN LA OBRA DE CRISTO

LA REALIZACIÓN DE UN MILAGRO

EN LA HORA DE LA PRUEBA

COLAPSO Y RECUPERACIÓN

EL MINISTERIO DE CRISTO

PUREZA E IMPUREZA LEGAL

LOS ALIMENTOS QUE SE INGIEREN

MANERAS DE PURIFICAR

QUEBRANTAR LA LEY DE DIOS PARA CUMPLIR LAS LEYES HUMANAS

EL BIEN Y EL MAL VERDADEROS

LA FE PROBADA Y CONFIRMADA

LA FE QUE OBTUVO LA BENDICIÓN

EL PAN DE LA VIDA

LA GRACIA DE JESÚS

CIEGOS A LAS SEÑALES

LA LEVADURA PELIGROSA

LA ESCENA DEL GRAN DESCUBRIMIENTO

INSUFICIENCIA DE LAS CATEGORÍAS HUMANAS

LA GRAN PROMESA

LAS PUERTAS DEL INFIERNO

EL LUGAR DE PEDRO

LA GRAN REPRENSIÓN

EL DESAFÍO TRAS LA REPRENSIÓN

EL GRAN DESAFÍO

PERDER Y ENCONTRAR LA VIDA

LA ADVERTENCIA Y LA PROMESA

EL MONTE DE LA TRANSFIGURACIÓN

LA BENDICIÓN DEL PASADO

LA INSTRUCCIÓN DE PEDRO

ENSEÑANDO EL CAMINO DE LA CRUZ

LA FE ESENCIAL

EL IMPUESTO DEL TEMPLO

CÓMO PAGAR NUESTRAS DEUDAS

RELACIONES PERSONALES

LA ACTITUD DE UN NIÑO

CRISTO Y EL NIÑO

LA TERRIBLE RESPONSABILIDAD

LA AMPUTACIÓN QUIRÚRGICA

EL PASTOR Y LA OVEJA PERDIDA

BUSCANDO AL PORFIADO

EL PODER DE LA PRESENCIA

CÓMO PERDONAR

MATRIMONIO Y DIVORCIO EN ISRAEL

BASE JUDÍA PARA EL DIVORCIO

LA RESPUESTA DE JESÚS

EL ELEVADO IDEAL

EL IDEAL QUE SE HACE REALIDAD

EL MATRIMONIO Y EL DIVORCIO

LA BIENVENIDA DE JESÚS A LOS NIÑOS

LA GRAN RENUNCIA

EL PELIGRO DE LA RIQUEZA

RESPUESTA SABIA A PREGUNTA ERRÓNEA

EL PROPIETARIO BUSCA OBREROS

OBRA Y PAGA EN EL REINO DE DIOS

HACIA LA CRUZ

FALSA Y VERDADERA AMBICIÓN

LA ACTITUD DE JESÚS

LA REVOLUCIÓN CRISTIANA

EL SEÑORÍO DE LA CRUZ

LA RESPUESTA DEL AMOR AL CLAMOR DE LA NECESIDAD

EL PRINCIPIO DEL ÚLTIMO ACTO DEL DRAMA

LA INTENCIÓN DE JESÚS

LAS CREDENCIALES DEL REY

LA ESCENA DEL TEMPLO

LA IRA Y EL AMOR

EL CONOCIMIENTO DE LOS SENCILLOS DE CORAZÓN

EL CAMINO DE LA HIGUERA

PROMESA SIN CUMPLIMIENTO

LA DINÁMICA DE LA ORACIÓN

LA IGNORANCIA OPORTUNA

EL MEJOR DE DOS MALOS HIJOS

LA VIÑA DEL SEÑOR

PRIVILEGIO Y RESPONSABILIDAD

EL SÍMBOLO DE LA PIEDRA

GOZO Y JUICIO

EL ESCRUTINIO DEL REY

EL DERECHO HUMANO Y EL DIVINO

EL DIOS VIVO DE LAS PERSONAS VIVAS

EL DEBER CON DIOS Y CON LOS HOMBRES

NUEVOS HORIZONTES

ESCRIBAS Y FARISEOS

HACER DE LA RELIGIÓN UNA CARGA

LA RELIGIÓN DE LA OSTENTACIÓN

CERRANDO LA PUERTA A OTROS

MISIONEROS DEL MAL

EL ARTE DE LA EVASIÓN

EL SENTIDO PERDIDO DE LA PROPORCIÓN

LA LIMPIEZA VERDADERA

DESCOMPOSICIÓN OCULTA

LA MANCHA DEL ASESINATO

RECHAZANDO LA INVITACIÓN DEL AMOR

LA VISIÓN DE COSAS POR VENIR

LA VISIÓN DEL FUTURO

LOS TEMAS QUE SE ENTRELAZAN

LA DESTRUCCIÓN DE LA SANTA CIUDAD

EL INEXORABLE TERROR DEL ASEDIO

EL DÍA DEL SEÑOR

LA PERSECUCIÓN POR VENIR

AMENAZAS A LA FE

LA LLEGADA DEL REY

LA VENIDA DEL REY

LISTOS PARA LA VUELTA DEL REY

EL DESTINO DE LOS DESPREVENIDOS

EL TALENTO ENTERRADO

EL BAREMO DE DIOS

EL PRINCIPIO DEL ÚLTIMO ACTO DE LA TRAGEDIA

LA PRODIGALIDAD DEL AMOR

LAS ÚLTIMAS HORAS DE LA VIDA DEL TRAIDOR

EL FLACO NEGOCIO DEL TRAIDOR

LA ÚLTIMA INVITACIÓN DEL AMOR

EL BESO DEL TRAIDOR

EL FINAL DEL TRAIDOR

LA ÚLTIMA CENA

LA FIESTA ANCESTRAL

SU CUERPO Y SU SANGRE

EL COLAPSO DE PEDRO

LA ADVERTENCIA DEL MAESTRO

EL FALLO DEL CORAJE

LA BATALLA DEL ALMA EN EL HUERTO

EL ARRESTO EN EL HUERTO

EL JUICIO ANTE LOS JUDÍOS

EL CRIMEN DE CRISTO

EL HOMBRE QUE CONDENÓ A MUERTE A JESÚS

PILATO PIERDE LA CONTIENDA

LAS BURLAS DE LOS SOLDADOS

LA CRUZ Y LA VERGÜENZA

EL TRIUNFO FINAL

LA REVELACIÓN DESLUMBRANTE

EL REGALO DE UNA TUMBA

UNA TAREA IMPOSIBLE

EL GRAN DESCUBRIMIENTO

EL ÚLTIMO RECURSO

LA GLORIA DE LA PROMESA FINAL

PALABRAS HEBREAS, GRIEGAS Y LATINAS

NOMBRES Y TEMAS QUE APARECEN EN EL TEXTO

LOS SEIS ACENTOS EN LA VOZ DE JESÚS

Mateo 11 es un capítulo en el que Jesús está hablando todo el tiempo; y, como habla con diferentes personas y de cosas diferentes, oímos cómo cambia el acento de Su voz. Será de sumo interés percibir uno a uno los seis acentos en la voz de Jesús.

EL ACENTO DE LA CONFIANZA

Mateo 11:1-6

Cuando Jesús acabó de dar instrucciones a Sus doce discípulos, Se marchó de allí para seguir enseñando y predicando en las ciudades de ellos.

Cuando Juan se enteró en la prisión de las cosas que estaba haciendo el Ungido de Dios, Le envió a sus discípulos a preguntarle:

—¿Eres Tú el Que ha de venir, o tenemos que seguir esperando a otro?

—Volved a Juan —les dijo Jesús— y contadle lo que estáis oyendo y viendo: los ciegos recuperan la vista, y los cojos vuelven a andar; los leprosos se encuentran limpios, y los sordos pueden oír; los muertos resucitan, y los pobres reciben la Buena Noticia. ¡Y bienaventurado el que no se escandalice de Mí!

La carrera de Juan el Bautista había acabado en tragedia. Juan no tenía por costumbre dorarle la píldora a nadie; y no podía ver el mal sin denunciarlo. En muchas ocasiones, y en una especialmente, había hablado demasiado atrevidamente y demasiado claro para su propia seguridad.

Herodes Antipas de Galilea le había hecho una visita a su hermano en Roma. Durante esa visita había seducido a la mujer de su hermano. Cuando volvió a su casa, despidió a su mujer y se casó con su cuñada, a la que había apartado de su marido. Juan reprendió a Herodes pública e inflexiblemente. Nunca fue sin riesgo el reprender a un déspota oriental, y Herodes se vengó; metió a Juan en la mazmorra del castillo de Maqueronte, en las montañas cerca del Mar Muerto.

Para cualquier hombre aquello habría sido una suerte terrible; pero era incalculablemente peor para Juan el Bautista. Él era un hijo del desierto; había vivido siempre en los amplios espacios abiertos, con el viento limpio en el rostro y la espaciosa bóveda del cielo por techo. Y ahora estaba confinado en una mazmorra pequeña y subterránea entre recios muros. Para un hombre como Juan, que tal vez no había vivido nunca en una casa, esto debe de haber sido agonía.

En el castillo escocés de Carlisle hay una pequeña celda. Una vez hace mucho tuvieron allí encerrado durante años a un jefe de las tribus fronterizas. En esa celda no hay más que una ventana pequeña, situada demasiado arriba para que una persona pudiera mirar por ella poniéndose en pie. En el alféizar de la ventana hay dos depresiones desgastadas en la piedra. Son las huellas de las manos del jefe prisionero, los lugares donde, día tras día, se encaramaba para mirar con ansia los verdes valles que no volvería a cabalgar ya nunca.

Juan debe de haber sufrido una experiencia semejante; y no debe sorprendernos, y menos debemos criticarlo, el que surgieran en su mente ciertos interrogantes. Había estado seguro de que Jesús era el Que había de venir. Ese era uno de los nombres más corrientes del Mesías que los judíos esperaban con tan ansiosa expectación (Marcos 11:9; Lucas 13:35; 19:38; Hebreos 10:37; Salmo 118:26). Un condenado a muerte no puede permitirse tener dudas; tiene que estar seguro; así que Juan Le envió sus discípulos a Jesús con la pregunta: «¿Eres Tú el Que ha de venir, o tenemos que seguir esperando a otro?» Esa pregunta podía encerrar muchas cosas.

(i) Algunos piensan que aquella pregunta se hizo, no por causa de Juan, sino por causa de sus discípulos. Puede ser que cuando Juan y sus discípulos hablaran en la prisión, los discípulos le preguntaran si Jesús era de veras el Que había de venir, y que la respuesta de Juan fuera: «Si tenéis alguna duda, id a ver lo que está haciendo Jesús.» En ese caso, fue una buena respuesta. Si alguien se pone a discutir con nosotros sobre Jesús, y a poner en duda Su supremacía, la mejor de todas las respuestas no sería contestar a unos argumentos con otros, sino decir: «Dale tu vida, y verás lo que Él puede hacer con ella.» La suprema demostración de Quién es Cristo no se alcanza en el debate intelectual, sino se experimenta en Su poder transformador.

(ii) Puede que la pregunta de Juan surgiera de su impaciencia. Su mensaje había sido un mensaje de juicio (Mateo 3:7-12). El hacha estaba a la raíz del árbol; el proceso de aventar había comenzado; el fuego divino del juicio purificador había empezado a arder. Puede que Juan estuviera preguntándose: «¿Cuándo va a empezar Jesús Su obra? ¿Cuándo va a barrer a Sus enemigos? ¿Cuándo va a empezar el día de la santa destrucción?» Bien puede ser que Juan estuviera impaciente con Jesús porque no actuaba de la manera que él esperaba. Los que esperen una ira salvaje siempre se llevarán el chasco con Jesús; pero los que esperen el amor nunca serán defraudados.

(iii) Unos pocos han pensado que esta pregunta era nada menos que la del amanecer de una fe y esperanza. Juan había visto a Jesús en Su bautismo; en la prisión había pensado más y más en Él; y cuanto más pensaba, tanto más seguro estaba de que Jesús era el Que había de venir; y ahora ponía a prueba todas sus esperanzas en esta única pregunta. Puede que ésta no sea la pregunta de un hombre impaciente y desesperanzado, sino la de uno que empieza a vislumbrar la luz de la esperanza, y que pregunta exclusivamente para confirmarla.

Y entonces vino la respuesta de Jesús; y en ella oímos el acento de la confianza. La respuesta de Jesús a los discípulos de Juan fue: «Volved, y no le digáis a Juan lo que Yo digo; decidle lo que está sucediendo.» Jesús demandaba que se Le sometiera a la más dura de las pruebas: la de las obras. Jesús es la única Persona que ha demandado nunca el ser juzgado sin paliativos, no por lo que decía, sino por lo que hacía. El desafío de Jesús sigue en pie. Él no dice tanto: «Escucha lo que tengo que decirte,» como: «Mira lo que puedo hacer por ti; mira lo que he hecho por otros.»

Las cosas que Jesús hizo en Galilea las sigue haciendo. En Él se les abren los ojos a los que están ciegos a la verdad acerca de sí mismos, acerca de sus semejantes y acerca de Dios; en Él se les afirman los pies a los que nunca fueron suficientemente fuertes para mantenerse en el buen camino; en Él quedan limpios los contaminados con la enfermedad del pecado; en Él empiezan a oír los que eran sordos a la voz de la conciencia y de Dios; en Él resucitan a una vida nueva y hermosa los que estaban muertos e impotentes en las garras del pecado; en Él los más pobres heredan las riquezas del amor de Dios.

Por último, aparece la advertencia: «Bienaventurado el que no se escandaliza de Mí.» Esto se refería a Juan, porque había captado sólo media verdad. Juan predicó el evangelio de la santidad divina con la destrucción divina. Jesús predicó el Evangelio de la santidad divina con el amor divino. Así que Jesús le dice: «Puede que no esté haciendo las cosas que tú esperabas; pero los poderes del mal están siendo derrotados, no por un poder irresistible, sino por un amor inalterable.» Algunos pueden escandalizarse de Jesús porque Jesús parece violar las ideas queellos tienen de lo que debe ser la religión.

EL ACENTO DE LA ADMIRACIÓN

Mateo 11:7-11

Cuando iban de camino, Jesús empezó a hablarle de Juan a la gente:

—¿Qué fue lo que salisteis a ver al desierto? ¿Era una caña que sacudía el viento? Si no era eso, ¿qué fue lo que salisteis a ver? ¿Fuisteis a ver a uno que iba vestido con ropas de lujo? Fijaos: los que se visten lujosamente se encuentran en los palacios de los reyes. Entonces, si no fue eso, ¿qué fue lo que salisteis a ver? ¿Era un profeta? Claro que sí, os lo aseguro; y más que un profeta. De él fue de quien se escribió: «Fíjate, Yo envío por delante de Ti a Mi mensajero para que Te vaya preparando el camino.» Esto que os digo es la pura verdad: entre todos los nacidos de madre no ha surgido jamás en la Historia ninguna figura por encima de Juan el Bautista; pero el más pequeñito en el Reino del Cielo es más que él.

De pocas personas hizo Jesús un elogio tan extraordinario como de Juan el Bautista. Empezó preguntándole a Su audiencia qué fue lo que salieron a ver al desierto cuando salieron en masa al encuentro de Juan.

(i) ¿Salieron a ver una caña sacudida por el viento? Eso puede querer decir una de dos cosas. (a) En las orillas del Jordán crecían muchas cañas; y la frase «Una caña sacudida» era una especie de proverbio para referirse a la cosa más corriente del mundo. Cuando la gente bajada a manadas a ver a Juan, ¿salían a ver algo tan ordinario como las cañas que mece el viento a las orillas del Jordán? (b) Una caña sacudida puede querer decir una persona débil e insegura, uno que no podía mantenerse firme frente a los vientos del peligro mejor que una caña a la orilla del río podía estar erguida cuando soplaba el viento del desierto.

Cualquier cosa que fuera lo que la gente se lanzó al desierto a ver, seguro que no fueron a ver a una persona vulgar y corriente. El mismo hecho de salir en multitudes era prueba de lo extraordinario que era Juan, porque nadie cruzaría la calle, y mucho menos andaría por el desierto, para ver a una especie de persona de lo más corriente. Cualquiera que fuera lo que salieron a ver, no era una persona débil y vacilante. El señor Flexible de El Peregrino no acabó en la cárcel como los mártires de la verdad. Juan no era ni tan ordinario como una caña sacudida, ni tan flojucho como una caña que se inclina haciendo reverencias ante cualquier brisa.

(ii) ¿Habían salido a ver a alguien que llevara una ropa lujosa y delicada? Tal persona sería un cortesano, y eso sí que no era Juan: no sabía nada de la afectación ni de los halagos de las cortes; cumplía la peligrosa misión de decirles la verdad a los reyes. Era embajador de Dios, no cortesano de Herodes.

(iii) ¿Habían salido a ver a un profeta? El profeta es el pregonero de la verdad de Dios. Es la persona de confianza de Dios. «Está claro que Dios no hará nada sin declararle Su plan a Sus siervos los profetas» (Amós 3:7). El profeta es dos cosas: es la persona que trae un mensaje de Dios, y que además tiene el valor de proclamar ese mensaje. Es una persona que tiene en su mente la sabiduría de Dios, la verdad de Dios en los labios y el coraje de Dios en el corazón. Todo eso era Juan.

(iv) Pero Juan era algo más que un profeta. Los judíos tenían, y tienen todavía, una creencia fija. Creían que antes que viniera el Mesías volvería Elías para anunciar Su llegada. Hasta el día de hoy, cuando una familia judía celebra la Pascua, dejan un asiento vacante para Elías. «Fijaos: Yo os enviaré al profeta Elías antes que llegue el Día grande y terrible del Señor» (Malaquías 4:5). Jesús declaró que Juan era nada menos que el heraldo divino cuya misión y cuyo privilegio sería anunciar la llegada del Mesías. Juan era nada menos que el heraldo de Dios, y no se puede tener una misión más gloriosa que esa.

(v) Tal fue el maravilloso tributo que Jesús dedicó a Juan con acento de admiración. No había habido nunca una figura más gloriosa en la Historia; y entonces leemos la sorprendente declaración: «Pero el más pequeñito en el Reino del Cielo es más que él.»

Aquí tenemos una verdad completamente general. Con Jesús vino al mundo algo absolutamente nuevo. Los profetas eran estupendos; pero con Jesús surgió algo todavía mayor, y un mensaje todavía más maravilloso. C. G. Montefiore, un judío no cristiano, escribe: «El Cristianismo determina una nueva era en la historia religiosa y en la civilización humana. Lo que el mundo Le debe a Jesús y a Pablo es incalculable; nada puede ya ser, ni se puede ya pensar, como antes de que vivieran estos dos grandes hombres.» Hasta uno que no es cristiano tiene que admitir que ya nada puede ser lo mismo que antes de que Jesús viniera.

Pero, ¿qué era lo que le faltaba a Juan? ¿Qué es lo que tiene un cristiano que Juan no pudiera tener? La respuesta es sencilla y fundamental: Juan no vio nunca la Cruz. Por tanto, había algo que Juan no podía conocer: la plena revelación del amor de Dios. Conocía, sí, la santidad de Dios; y podía proclamar la justicia de Dios; pero al amor de Dios en toda su plenitud no lo llegó a conocer. No tenemos más que oír el mensaje de Juan y el de Jesús. Nadie podría llamar el mensaje de Juan un evangelio, una buena noticia; era básicamente una amenaza de destrucción. Hizo falta Jesús, con Su Cruz, para mostrar a la humanidad la longitud, anchura, profundidad y altura del amor de Dios. Es algo inmensamente maravilloso que le es posible al más humilde cristiano saber más acerca de Dios que al mayor de los profetas del Antiguo Testamento. El que ha visto la Cruz ha visto el corazón de Dios de una manera que ninguno que viviera antes de la Cruz habría podido ver. Es indudable que el más pequeño en el Reino del Cielo es mayor que cualquiera que viviera antes.

Así es que Juan tuvo el destino que a veces corresponde a algunas personas; tuvo la misión de señalar a otros una grandeza en la que él mismo no pudo entrar. A algunas personas se les concede ser indicadores que señalan a Dios. Señalan hacia un nuevo ideal y una nueva grandeza en la que otros entrarán, pero ellos no. Rara vez es un gran reformador el primero que ha luchado por la reforma con la que se relaciona su nombre. Muchos que le precedieron vislumbraron la gloria, a menudo también trabajaron por ella, y aun a veces murieron por ella.

Alguien ha relatado cómo desde las ventanas de su casa solía observar todas las tardes a un farolero que pasaba por las calles encendiendo los faroles —¡y aquel farolero era ciego! Llevaba a otros la luz que él mismo no podía percibir. Que nadie se desanime si en la iglesia o en cualquier otro lugar de la vida el sueño que ha soñado y por el que se ha afanado no se materializa antes del final de su día. Dios necesitaba a Juan; Dios necesita Sus indicadores que señalan el camino a la humanidad, aunque ellos no lleguen al destino que señalan.

LA VIOLENCIA Y EL REINO

Mateo 11:12-15

Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino del Cielo está en liza, y los violentos lo toman por la fuerza. Porque hasta Juan todos los profetas y la Ley hablaron con la voz de la profecía; y, si queréis aceptarlo como un hecho, este era el Elías que había de venir. El que tenga oídos para oír, que oiga.

En el versículo 12 hay un dicho muy difícil: «El Reino de los Cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan.» Lucas tiene este dicho en otra forma: «Desde entonces es anunciado el Reino de Dios y todos entran en él violentamente» (Lucas 16:16). Está claro que en alguna ocasión Jesús debe de haber dicho algo que conectaba la violencia con el Reino, algo que no estaba claro y era difícil de entender, y que nadie entendió entonces totalmente. Es indudable que Lucas y Mateo lo entendieron de distinta forma.

Lucas dice que todos los hombres entran en el Reino al asalto; quiere decir, como comentaba Denney, que «el Reino del Cielo no es para los que tienen buenas intenciones, sino para los desesperados,» que nadie entra en el Reino deslizándose, que el Reino sólo les abre sus puertas a los que están dispuestos a hacer tan gran esfuerzo para entrar como los soldados que están asaltando una ciudad.

Mateo dice que desde el tiempo de Juan hasta ahora el Reino del Cielo sufre violencia y los violentos lo toman por la fuerza. La misma forma de esa expresión parece indicar un tiempo considerable. Hasta suena más como un comentario de Mateo que como un dicho de Jesús. Suena como si Mateo estuviera diciendo: «Desde los días de Juan, al que metieron en la cárcel, hasta nuestro propio tiempo el Reino del Cielo sufre violencia y persecución a manos de los violentos.»

Es posible que obtengamos el sentido completo de este dicho difícil aunando los recuerdos de Lucas y Mateo. Lo que puede ser muy bien que dijera Jesús es: «Mi Reino siempre sufrirá violencia; siempre habrá hombres salvajes que tratarán de destrozarlo, de asaltarlo y de destruirlo; y por tanto, sólo el que lo tome desesperadamente en serio, sólo uno en quien la violencia de su total consagración corresponda y derrote a la violencia de la persecución conseguirá entrar en Mi Reino.» Bien puede ser que este dicho de Jesús fuera en principio tanto una advertencia de la violencia que se les vendría encima a los seguidores de Jesús como un desafío a entregarse con una consagración que fuera aún más fuerte que la violencia.

Parece extraño encontrar en el versículo 13 que la Ley hablaba con la voz de la profecía; pero era la misma Ley la que declaraba confiadamente que la voz de la profecía nunca moriría. «Un profeta como yo te levantará el Señor tu Dios, de en medio de ti, de tus hermanos... Un profeta como tú les levantaré Yo en medio de sus hermanos; pondré Mis palabras en su boca» (Deuteronomio 18:15,18). Era porque Jesús quebrantaba la Ley, según ellos lo veían, por lo que los judíos ortodoxos odiaban a Jesús; pero, si hubieran tenido ojos para verlo, tanto la Ley como los profetas Le señalaban a Él.

Una vez más Jesús le dice a Su audiencia que Juan es el heraldo y el precursor que llevaban tanto tiempo esperando —si estaban dispuestos a aceptar el hecho. En esa última frase está toda la tragedia de la situación humana. Un viejo proverbio dice que se puede llevar el caballo a la fuente, pero no se le puede hacer que beba. Dios puede mandar Su mensajero, pero la humanidad puede negarse a reconocerle, y Dios puede comunicar Su verdad, pero la humanidad puede negarse a verla. La revelación de Dios es impotente sin la respuesta humana. Por eso Jesús acaba con la advertencia al que tenga oídos para que los use para escuchar.

EL ACENTO DE DOLORIDA REPRENSIÓN

Mateo 11:16-19

¿Con qué podría Yo comparar esta generación? Es como los chiquillos que juegan en el mercado, y les dicen a sus amigos: «Os tocamos la flauta, y no quisisteis bailar; os endechamos, y no quisisteis jugar a duelos.» Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y decían: «¡Está loco!» Y viene el Hijo del Hombre, que come y bebe, y dicen: «¡Fijaos! ¡Es un glotón y un borrachín, amigo de publicanos y de pecadores!» Pero la sabiduría siempre se manifiesta en sus obras.

Jesús se entristecía ante la indudable perversidad de la naturaleza humana. Para Él las personas parecían ser como chiquillos jugando en la plaza del pueblo. Un grupo le decía al otro: «¡Venga, vamos a jugar a bodas!» y los otros respondían: «Hoy no queremos jugar a nada alegre.» Y otra vez el primer grupo decía: «Está bien; venga, vamos a jugar a entierros.» Y los otros contestaban: «Hoy no queremos jugar a nada triste.» Eran lo que llamamos el espíritu de la contradicción. Cualquier cosa que se sugiriera, no les gustaba; a todo le encontraban faltas.

Vino Juan, que vivía en el desierto, ayunaba y se pasaba sin muchas cosas, fuera de la sociedad urbana; y decían de él: «Este hombre está loco al separarse de la sociedad y de los placeres humanos de esa manera.» Vino Jesús, relacionándose con toda clase de personas, compartiendo sus tristezas y sus alegrías, participando de sus fiestas; y decían de Él: «Es un juerguista; no se pierde una fiesta; es amigo de marginados con los que no se relacionaría ninguna persona decente.» Llamaban al ascetismo de Juan locura; y al carácter sociable de Jesús, laxitud moral; en todo encontraban base para la crítica.

El hecho es que cuando la gente no quiere tomar en serio la verdad, les es muy fácil encontrar una disculpa para no hacerle caso. Ni siquiera procuran ser consecuentes en sus críticas; criticarán a la misma persona y a la misma institución desde puntos de vista opuestos. Si la gente está decidida a no reaccionar ante algo se mantendrán testarudamente insensibles cualquiera que sea la invitación que se les haga. Hombres y mujeres mayorcitos puede que se comporten como los chiquillos caprichosos que se niegan a jugar a todo lo que se les sugiera.

Y aquí llega la sentencia final de Jesús en esta sección: «La sabiduría siempre se manifiesta en sus obras.» El veredicto final no depende de los críticos vocingleros y perversos sino de los acontecimientos. Podría ser que los judíos criticaran a Juan por su soledad aislacionista, pero Juan había guiado los corazones de muchos a Dios de una manera que hacía siglos que no se experimentaba; podría ser que los judíos criticaran a Jesús por involucrarse demasiado en la vida y con gente ordinaria; pero algunos estaban encontrando en Él una nueva vida y una nueva bondad y un nuevo poder para vivir como es debido y un nuevo acceso a Dios.

Estaría bien que dejáramos de juzgar a las personas y a las iglesias por nuestros propios prejuicios y perversidades; y si empezáramos a dar gracias por cualquier persona y cualquier iglesia que puede acercar a la gente a Dios, aunque sus métodos no sean de nuestro gusto.

EL ACENTO DE UNA CONDENACIÓN QUE ROMPE EL CORAZÓN

Mateo 11:20-24

Entonces Jesús empezó a reprocharles a las ciudades en las que había realizado muchas de Sus obras de poder divino el que no se hubieran arrepentido:

—¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si las obras de poder divino que se han hecho en vosotras hubieran tenido lugar en Tiro y en Sidón, se habrían arrepentido en saco y en ceniza hace mucho tiempo. ¡Pero os aseguro que lo tendrán más fácil Tiro y Sidón en el Día del Juicio que vosotras! Y en cuanto a ti, Cafarnaum, ¿no es verdad que has sido encumbrada hasta el Cielo? ¡Pues caerás hasta el infierno! Porque, si las obras de poder que han tenido lugar en ti hubieran sucedido en Sodoma y Gomorra, habrían sobrevivido hasta este día. Pero os aseguro que lo tendrán más fácil los antiguos habitantes de Sodoma en el Día del Juicio que vosotros.

Cuando Juan llegaba al final de su evangelio, escribió una frase en la que indicaba lo imposible que era escribir un relato completo de la vida de Jesús: «Hay también muchas otras cosas que hizo Jesús; las cuales, si se escribieran una por una, pienso que ni aun en el mundo cabrían los libros que se habrían de escribir» (Juan 21:25). Este pasaje de Mateo es una prueba de la verdad de ese dicho. Corazín era probablemente un pueblo que estaba a una hora de viaje al norte de Cafarnaum; Betsaida era una aldea de pescadores en la orilla occidental del Jordán, precisamente en el punto en que el río entraba por el extremo norte del lago. Está claro que en estos pueblos sucedieron las cosas más tremendas, y sin embargo no tenemos de ellas ni el más mínimo relato. No se dice nada en los evangelios de lo que hizo Jesús ni de las maravillas que realizó en estos lugares, aunque deben de haber sido de las más notables. Un pasaje como éste nos muestra lo poco que sabemos de Jesús; nos muestra —y es algo que debemos tener siempre presente— que en los evangelios no tenemos más que una mínima selección de las obras de Jesús. Las cosas que no sabemos acerca de Jesús son mucho más numerosas que las que sabemos.

Debemos poner cuidado para captar el acento de la voz de Jesús cuando dijo esto. La Reina-Valera traduce: «¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida!» La palabra griega para ay de que hemos traducido por pobre de es uai, que expresa una piedad dolorida por lo menos tanto como una amenaza. Éste no es el acento de uno que esté furioso porque se ha ofendido su dignidad; no es el acento de uno que esté ardientemente enfadado porque le han insultado. Es el acento del dolor, del que ha ofrecido a unas personas la cosa más preciosa del mundo y se la han despreciado. La condenación que Jesús hace del pecado es ira santa; pero la indignación viene, no de una dignidad ofendida, sino de un corazón quebrantado.

¿Cuál fue entonces el pecado de Corazín, de Betsaida, de Cafarnaum, ese pecado que era peor que el de Tiro y Sidón, y Sodoma y Gomorra? Tiene que haber sido muy serio, porque Tiro y Sidón fueron denunciadas repetidas veces por su maldad (Isaías 23; Jeremías 25:22; 47:4; Ezequiel 26:3-7; 28:12-22), y Sodoma y Gomorra eran y son el prototipo de la iniquidad.

(i) Fue el pecado de los que olvidan las responsabilidades del privilegio. A las ciudades de Galilea se les había concedido un privilegio que no habían tenido nunca Tiro y Sidón, o Sodoma y Gomorra; porque las ciudades de Galilea habían visto y oído a Jesús en persona. No podemos condenar a alguien que no ha tenido nunca la oportunidad de saber; pero si uno que ha tenido todas las oportunidades para conocer el bien obra el mal, merece la condenación. No condenamos a un niño por lo que condenaríamos a un adulto; no condenaríamos a un salvaje por una conducta que condenaríamos en una persona civilizada; no esperamos que el que se ha criado en la pobreza de un barrio de chabolas viva la vida de una persona que ha vivido siempre en un hogar bueno y cómodo. Cuanto mayores son nuestros privilegios, mayor es nuestra condenación si fallamos en asumir las responsabilidades y aceptar las obligaciones que conllevan estos privilegios.

(ii) Era el pecado de la indiferencia. Estas ciudades no atacaron a Jesucristo; no le echaron de su entorno; no trataron de crucificarle; simplemente no le prestaron atención. No hacer caso puede ser tan mortal como la persecución. Un autor escribe un libro; se lo manda a los críticos; algunos puede que lo alaben, otros puede que lo condenen; no importa, siempre que le presten atención; la única cosa que puede dejar a un libro tan muerto como una piedra es que no se le preste la menor atención para hacerle una crítica positiva o negativa.

Un pintor hizo un cuadro de Cristo en pie en uno de los famosos puentes de Londres. Le representó con las manos extendidas en actitud de llamada o invitación a la gente que pasaba a Su lado sin prestarle atención. Sólo una joven enfermera demostraba darse cuenta de Su presencia. Ahí tenemos la situación moderna de muchos países hoy en día. No hay hostilidad hacia el Cristianismo; ni deseo de destruirlo: sólo una total indiferencia. Se relega a Cristo al nivel de los que no importan. La indiferencia también es un pecado, y de los peores, porque la indiferencia mata. No quema viva una religión: la mata por congelación. No la decapita; le quita la vida despacito por asfixia.

(iii) Así que nos encontramos cara a cara con una gran verdad amenazadora: también es un pecado no hacer nada. Hay pecados de acción, que se cometen; pero también los hay de inacción, que se omiten. El pecado de Corazín, Betsaida y Cafarnaum fue el pecado de no hacer nada. La defensa de muchos es alegar: «¡Yo no he hecho nunca nada!» Esa puede que sea su condenación.

EL ACENTO DE AUTORIDAD

Mateo 11:25-27

En aquel momento dijo Jesús:

—¡Gracias, Padre, Señor del Cielo y de la Tierra, por esconderles estas cosas a los sabios y entendidos, y revelárselas a los pequeñitos! Así es, oh Padre, porque así Te ha parecido bien a Ti.

»Mi Padre me ha confiado todas las cosas; y nadie conoce de veras al Hijo sino el Padre, y nadie conoce de veras al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se Le quiera revelar.

Aquí Jesús está hablando por propia experiencia, la experiencia de que los rabinos y los sabios de Su tiempo Le rechazaban, mientras que las personas sencillas Le aceptaban.

A los intelectuales no les decía nada, pero los humildes Le recibían. Debemos hacer lo posible por entender lo que Jesús quería decir aquí. Está muy lejos de condenar la actividad intelectual; lo que condena es el orgullo intelectual. Como dice Plummer: «El corazón, no la cabeza, es el hogar del Evangelio.» No es la inteligencia lo que le cierra la puerta, sino el orgullo. No es la necedad lo que le admite, sino la humildad. Uno puede ser tan sabio como Salomón; pero si no tiene sencillez, confianza e inocencia, se excluye a sí mismo.

Los mismos rabinos veían el peligro del orgullo intelectual; reconocían que a menudo la gente sencilla estaba más cerca de Dios que los rabinos más eruditos. Tenían una parábola acerca de esto: «Una vez estaba el rabino Beroká de Chuza en el mercado de Lapet cuando se le apareció Elías. El rabino le preguntó: “¿Hay alguno entre los que están en el mercado que esté destinado a participar de la vida del mundo venidero?” En un principio Elías le dijo que no había nadie; pero luego señaló a un hombre, y dijo que ese participaría de la vida del mundo venidero. Rabí Beroká se dirigió a él, y le preguntó qué hacía. “Soy carcelero —le contestó—, y mantengo separados a los hombres de las mujeres. Por las noches pongo mi cama entre los hombres y las mujeres para que no se cometa nada indebido.” Elías señaló a otros dos hombres, y dijo que ellos también participarían de la vida por venir. Rabí Beroká les preguntó lo que hacían. “Somos juglares —le contestaron—, y cuando vemos a alguno que está abatido, le animamos; y cuando vemos a dos que se están peleando, tratamos de ponerlos en paz.”» Los que hacían cosas sencillas, como el carcelero que mantenía a los presos debidamente y los que hacían aflorar la sonrisa y la paz, estaban en el Reino.

Aquí también había una historia rabínica: «Una vez se declaró una epidemia en Sura, pero en la vecindad de la residencia de Rab (un famoso rabino) no hubo ningún caso. La gente creyó que eso era debido a los méritos de Rab; pero en un sueño se les dijo... que era por los méritos de uno que había estado dispuesto a prestar una azada y una pala a otro que quería hacer una tumba. Una vez se produjo un incendio en Drokeret, pero la vecindad de rabí Huna no sufrió daño. La gente pensó que era debido a los méritos de rabí Huna,... pero se les hizo saber en un sueño que había sido por los méritos de una cierta mujer que calentaba su horno y lo ponía a disposición de sus vecinos.» El hombre que le prestó las herramientas a otro que las necesitaba, y la mujer que ayudaba a sus vecinos en lo que podía no tenían ninguna categoría intelectual, pero sus sencillas obras de amor humano ganaron la aprobación de Dios. Las distinciones académicas no son necesariamente distinciones a los ojos de Dios.

Este pasaje termina con las credenciales más gloriosas que hizo jamás Jesús, y que figuran en el centro de la fe cristiana: que Él es el único que puede revelar a Dios a la humanidad. Otros puede que sean hijos de Dios; pero Él es El Hijo. Juan lo expresa de una manera un poco diferente cuando nos cuenta que Jesús dijo: «El que Me ha visto a Mí, ha visto al Padre» (Juan 14:9). Lo que Jesús quiere decir es: «Si queréis ver cómo es Dios, si queréis ver la mente de Dios, el corazón de Dios, el carácter de Dios, si queréis ver la actitud total de Dios hacia la humanidad, ¡miradme a Mí!» Los cristianos estamos convencidos de que en Jesucristo y sólo en Él podemos ver cómo es Dios; y es también la convicción cristiana que Jesús puede dar ese conocimiento a todo el que sea suficientemente humilde y confiado para recibirlo.

EL ACENTO DE LA COMPASIÓN

Mateo 11:28-30

¡Venid a Mí todos los que estáis agotados y rendidos bajo el peso de vuestras cargas, y Yo os daré descanso! Asumid Mi yugo y aprended de Mí, Que soy benigno y humilde de corazón, y hallaréis el descanso de vuestras almas; porque Mi yugo es suave, y Mi carga es ligera.

Jesús hablaba a personas que estaban tratando desesperadamente de encontrar a Dios, y tratando desesperadamente de ser buenas, pero que estaban encontrándolo imposible, y que se hallaban sumidas en el agotamiento y la desesperación.

Les dice: «Venid a Mí todos los que estáis rendidos bajo vuestras cargas.» Para un judío ortodoxo, la religión era cosa de cargas. Jesús dijo de los escribas y los fariseos: «Atan cargas pesadas e insoportables, y se las ponen a los demás sobre los hombros» (Mateo 23:4). Para un judío, la religión era cosa de reglas interminables. Se vivía en una selva de normas que regulaban todas las situaciones de la vida. Se tenía que estar escuchando constantemente: «No hagas eso.»

Hasta los rabinos se daban cuenta de eso. Hay una clase de parábola lóbrega que se pone en boca de Koré, que muestra lo impositivas y pesadas e imposibles que podían llegar a ser las demandas de la Ley: «Había una pobre mujer en la vecindad que tenía dos hijas y un campo. Cuando empezaba a arar, Moisés (es decir, la Ley de Moisés) le decía: “No debes arar con un buey y un asno juntos.” Cuando empezaba a trillar, él le decía: “Dame para la ofrenda elevada, y el primero y el segundo diezmos.” Ella se sometía a la ordenanza, y se lo daba todo. ¿Qué hizo entonces la pobre mujer? Vendió el campo, y se compró dos ovejas para vestirse con su lana y sacar algún provecho de los corderos. Cuando tuvieron los corderos, Aarón (es decir, el sacerdocio) vino y le dijo: “Dame los primogénitos.” Ella cumplió la decisión, y se los dio. Cuando llegó el tiempo de esquilar, y se puso a esquilar sus ovejas, vino Aarón y le dijo: “Dame las primicias de la lana de las ovejas” (Deuteronomio 18:4). Entonces ella pensó: “No puedo resistir a este hombre. Mataré mis ovejas y me las comeré.” Cuando hizo la matanza, llegó Aarón y le dijo: “Dame la pierna, las quijadas y el cuajar.” (Deuteronomio 18:3). Entonces ella le dijo: “Ni siquiera matándolas estoy a salvo de ti. Pues, venga: las consagro por voto” Y entonces Aarón le dijo: “En ese caso me pertenecen enteras.” (Números 18:14). Y se marchó con ellas y la dejó llorando con sus dos hijas.» Esta historieta es una parábola de las demandas continuas que hacía la Ley sobre las personas en todas las circunstancias de la vida. Esas demandas eran, sin duda, una carga.

Jesús nos invita a tomar Su yugo sobre nuestros hombros. Los judíos usaban la palabra yugo con el sentido figurado de someterse a algo. Hablaban del yugo de la Ley, el yugo de los mandamientos, el yugo del Reino, el yugo de Dios. Pero puede ser que Jesús tomara las palabras de esta invitación de algo mucho más próximo a Su hogar.

Dijo: «Mi yugo es fácil.» La palabra fácil es jrêstós en griego, que quiere decir realmente que encaja bien. Los yugos de los bueyes se hacían en Palestina, como en España, de madera; se llevaba el buey al carpintero para que le tomara las medidas; luego se desbastaba la madera, y se llevaba otra vez al buey para probárselo, y se le ajustaba bien, para que no le hiciera daño en la testuz al paciente animal. Es decir: que el yugo se hacía a medida, como una prenda de vestir, para que le encajara bien al buey.

Cuenta una leyenda que Jesús hacía los mejores yugos de bueyes de toda Galilea, y que iban a Su taller de todas partes a comprarle los yugos para los animales. En aquellos días, como ahora en muchos sitios, los talleres tenían lemas y carteles encima de la puerta; y se ha sugerido que los del taller de Jesús eran un yugo y la frase «MIS YUGOS ENCAJAN BIEN». Es posible que Jesús estuviera usando aquí un cuadro de Su taller de carpintero de Nazaret en el que trabajó fielmente durante Sus años de silencio.

Jesús dice: «Mi yugo encaja bien.» Lo que esto quiere decir es: «La vida que Yo te doy no es una carga que te desuelle; tu misión está diseñada a tu medida para que te vaya bien.» Lo que quiera que sea que Dios nos proponga encajará exactamente con nuestras necesidades y habilidades.

Jesús dice: «Mi carga es ligera.» Como decía un rabino: «Mi carga se ha convertido en mi canción.» No es que sea siempre fácil de llevar; pero se nos impone con amor; se nos propone llevarla con amor; el amor hace ligeras hasta las cargas más pesadas. Cuando recordamos el amor de Dios, cuando nos damos cuenta de que nuestra carga es amar a Dios y amar a nuestros semejantes, entonces nuestra carga se convierte en nuestra canción. Se cuenta que uno se encontró una vez a un chiquillo que llevaba a cuestas a otro aún más pequeño, que era cojo. «Esa es mucha carga para que tú la lleves,» le dijo el hombre. Y el chiquillo respondió: «No es una carga, señor; es mi hermanito.» La carga que se impone con amor y se lleva con amor es siempre ligera.

CRISIS

En Mateo 12 leemos la historia de una serie de acontecimientos cruciales de la vida de Jesús. En la vida de todas las personas hay momentos, circunstancias y acontecimientos decisivos, que son como las bisagras sobre las que gira toda su vida. Este capítulo nos presenta la historia de esa clase de período de la vida de Jesús. En él vemos a los dirigentes religiosos ortodoxos de Su tiempo llegar a la decisión final con respecto a Jesús —que era la de rechazarle. Y esto, no sólo en el sentido de que no querían tener nada que ver con Él; su rechazamiento los llevaba a la conclusión de que nada que fuera menos que la total eliminación de Jesús podía ser suficiente.

En este capítulo vemos los primeros pasos que se dieron en un camino que no podía conducir sino a la Cruz. Los personajes se nos retratan con toda claridad. Por una parte tenemos a los escribas y los fariseos, los representantes de la ortodoxia religiosa. Podemos descubrir cuatro etapas en su actitud de creciente hostilidad malévola contra Jesús.

(i) En los versículos 1-8 —la historia de los discípulos arrancando espigas de trigo en sábado—, vemos cómo crecen las sospechas. Los escribas y los fariseos observaban con creciente suspicacia a un maestro que estaba dispuesto a permitir que sus seguidores pasaran por alto las minucias de la ley del sábado. Ésta era la clase de cosa que no se podía permitir que se extendiera indiscriminadamente.

(ii) En los versículos 9-14 —la historia de la curación del hombre con un brazo paralítico en sábado—, vemos una investigación activa y hostil. No fue por casualidad por lo que los escribas y los fariseos estaban en aquella sinagoga aquel sábado. Lucas dice que estaban allí para observar a Jesús (Lucas 6:7). A partir de ese momento Jesús tendría que actuar siempre bajo la mirada malévola de los dirigentes ortodoxos. Le vigilarían los pasos como detectives privados, buscando la evidencia que les permitiera acusarle legalmente.

(iii) En los versículos 22-32 —la historia de cómo los dirigentes ortodoxos acusaron a Jesús de curar por el poder del demonio, y de lo que Él les dijo acerca del pecado que no tiene perdón—, vemos la historia de una ceguera voluntaria y malintencionada. Desde aquel momento todo lo que hiciera Jesús sería bajo la vigilancia de estos hombres. Habían cerrado tanto los ojos a Dios que eran totalmente incapaces de ver nunca Su belleza y Su verdad. La ceguera de sus prejuicios los había puesto en un sendero en el que eran totalmente incapaces de volver atrás.

(iv) En el versículo 14 vemos una determinación malvada. Los ortodoxos no se conformaban con vigilar y criticar; estaban dispuestos a actuar. Habían ido al concilio para buscar la manera de acabar con ese Galileo inquietante. La suspicacia, la investigación y la ceguera habían iniciado el camino a la acción abierta.

A la vista de todo esto, la respuesta de Jesús se traza claramente. Podemos ver cinco maneras en que Él se enfrentó con esta creciente oposición.

(i) La arrostró con un desafío valiente. En la historia de la curación del hombre con el brazo paralizado (versículos 9-14) Le vemos desafiando abiertamente a los escribas y los fariseos. Esto no se hizo en un rincón, sino en una sinagoga abarrotada. No lo hizo en su ausencia, sino cuando ellos estaban presentes con la intención deliberada de formular una acusación contra Él. Lejos de evitar el desafío, Jesús está a punto de aceptarlo a cara descubierta.

(ii) La arrostró con advertencia. En los versículos 22-32 vemos a Jesús haciendo la más terrible de las advertencias. Estaba advirtiendo a aquellos hombres que, si persistían en cerrarle los ojos a la verdad de Dios, estaban abocados a llegar a una situación que, por su propia acción, los excluiría de la gracia de Dios. Aquí Jesús pasa de la defensa al ataque. Les pone bien claro adónde los está llevando su actitud.

(iii) La arrostró con una serie alucinante de credenciales. Él era más grande que el templo (versículo 6), que era el lugar más santo de todo el mundo. Era más grande que Jonás, el predicador que produjo el arrepentimiento masivo más admirable (versículo 41). Era más grande que Salomón, que era el máximo pináculo de la sabiduría (versículo 42). Según estas credenciales no hubo nunca nada en la historia espiritual que Jesús no superara. Aquí no hay apologías; sólo la presentación de las credenciales de Cristo a su más alto nivel.

(iv) La arrostró con la afirmación de que Su enseñanza era esencial. La punta de la extraña parábola de la Casa Vacía (versículos 43-45) es que la Ley puede que vacíe negativamente de mal a una persona, pero sólo el Evangelio la puede llenar de bien. Por tanto la Ley deja simplemente a una persona como una invitación para que todos los males fijen su residencia en su corazón; el Evangelio la llena de bondad positiva de tal manera que el mal no puede entrar. Aquí Jesús hace la proclamación de que el Evangelio puede hacer por las personas lo que la Ley nunca puede hacer.

(v) Por último la arrostró con una invitación. Los versículos 46-50 son en esencia una invitación a identificarnos con Él. Estos versículos no son tanto ser una descastada de sus parientes y amigos como una invitación a toda la humanidad a entrar en una relación familiar con Él mediante la aceptación de la voluntad de Dios tal como ha venido a la humanidad en Él. Estos versículos son una invitación a abandonar nuestros propios prejuicios y voluntad egoísta y aceptar a Jesucristo como Señor y Maestro. Si rehusamos, nos vamos deslizando cada vez más lejos de Dios; si aceptamos, entramos en la familia y en el corazón mismo de Dios.

QUEBRANTANDO LA LEY DEL SÁBADO

Mateo 12:1-8

Por aquel tiempo, iba Jesús una vez por los trigales en sábado. Sus discípulos tenían hambre, y se pusieron a arrancar espigas de trigo y a comérselas.

Cuando los fariseos lo vieron, Le dijeron a Jesús:

—¡Fíjate! ¡Tus discípulos están haciendo lo que no está permitido hacer el sábado!

—¿No habéis leído —les contestó Jesús— lo que hicieron David y sus compañeros cuando tenían hambre, cómo entraron en la casa de Dios y se comieron los panes de la proposición que no les estaba permitido comer ni a él ni a los que estaban con él, sino sólo a los sacerdotes? ¿Y no habéis leído en la Ley que los sacerdotes profanan el sábado, y sin embargo no pecan? Os aseguro que aquí hay Uno que es mayor que el templo. Si os hubierais enterado de lo que quiere decir: «Es la misericordia lo que Yo quiero, y no los sacrificios,» no habríais condenado a los que no tienen ninguna culpa. Y es que el Hijo del Hombre también es el Señor del sábado.

En Palestina y en tiempos de Jesús, los campos de cereales y hortalizas estaban dispuestos en tiras largas y estrechas; y el terreno entre las parcelas era un camino de paso. Fue por uno de esos senderos entre los trigales por donde iban caminando Jesús y Sus discípulos cuando sucedió este incidente.

No se hace ninguna insinuación de que los discípulos estuvieran robando. La Ley establecía expresamente que un viandante hambriento tenía derecho a hacer precisamente lo que hicieron los discípulos, siempre que no usara más que las manos para coger las espigas, y no una hoz: «Cuando entres en la mies de tu prójimo, podrás arrancar espigas con la mano, pero no aplicarás la hoz a la mies de tu prójimo» (Deuteronomio 23:25). W. M. Thomson nos dice en La Tierra y el Libro que, cuando iba viajando por Palestina, había la misma costumbre. Uno de los platos favoritos de la tarde para un viajero era el trigo maduro. «Cuando iba viajando en el tiempo de la siega —escribe Thomson— mis muleteros preparaban a menudo trigo tostado por las tardes después de montar la tienda. Tampoco se considera nunca como robo el recoger estas espigas verdes para tostarlas... También he visto a menudo a mis muleteros, al pasar entre los trigales, arrancar espigas, restregarlas en las manos, y comerse los granos sin tostar exactamente como se dice que hicieron los apóstoles.»

Para los escribas y los fariseos el delito de los discípulos no era coger espigas y comerse los granos, sino el haberlo hecho en sábado. La ley del sábado era muy complicada y minuciosa. El mandamiento prohibía trabajar el sábado; pero los intérpretes de la Ley no se daban por satisfechos con esa simple prohibición. Había que definir lo que era un trabajo; así que se especificaron treinta y nueve acciones básicas que estaban prohibidas en sábado, y entre ellas figuraban segar, trillar, aventar y preparar una comida. Los intérpretes no estaban dispuestos tampoco a dejar así las cosas. Había que definir cuidadosamente cada entrada en la lista de trabajos prohibidos. Por ejemplo, estaba prohibido llevar una carga. ¿Pero qué era una carga? Una carga era cualquier cosa que pesara tanto como dos higos secos. Estaba prohibida hasta la menor insinuación de trabajo; hasta cualquier cosa que se pudiera considerar simbólicamente como un trabajo. Posteriormente, el gran maestro judío cordobés Maimónides había de decir: «Arrancar espigas es una especie de siega.» En su acción los discípulos fueron culpables de mucho más que un sólo quebrantamiento de la Ley. Al arrancar las espigas eran culpables de segar; al restregarlas con las manos eran culpables de trillar; al separar el grano de la paja, probablemente soplando, eran culpables de aventar; y en todo ese proceso eran culpables de preparar una comida en sábado, porque todo lo que se hubiera de comer en sábado había que prepararlo el día antes.

Los judíos ortodoxos tomaban la ley del sábado con suma seriedad. El Libro de los Jubileos tiene un capítulo (el 50) acerca de la observancia del sábado. El que se acuesta con su mujer, o se propone hacer algo en sábado, o tiene intención de hacer un viaje (hasta la planificación de un trabajo estaba prohibida), o se hace el plan de comprar o vender, o sacar agua o levantar una carga es culpable. Cualquier persona que haga cualquier trabajo en sábado (ya sea en su casa o en cualquier otro lugar), o hace un viaje, o labra una granja, cualquier persona que enciende un fuego o monta una cabalgadura, o viaja en barco por el mar, cualquier persona que golpea o mata algo, cualquiera que atrapa a un animal, un ave o un pez, cualquiera que ayuna o hace la guerra en sábado —la persona que haga estas cosas debe morir.

El guardar estos mandamientos era cumplir la Ley de Dios; el quebrantarlos era quebrantar la Ley de Dios. No cabe la menor duda que, desde su punto de vista, los escribas y los fariseos estaban totalmente justificados al acusar a los discípulos de quebrantar la Ley, y a Jesús por permitírselo, si es que no los animó a hacerlo.

LA EXIGENCIA DE LA NECESIDAD HUMANA

Mateo 12:1-8 (continuación)

Para salir al paso de la crítica de los escribas y los fariseos Jesús presentó tres argumentos.

(i) Citó la acción de David (1 Samuel 21:1-6) cuando él y sus hombres estaban tan hambrientos que entraron en el tabernáculo —no en el templo, porque esto sucedió antes que se construyera el templo— y comieron el pan de la proposición, que sólo podían comer los sacerdotes. El pan de la proposición se nos describe en Levítico 24:5-9. Eran doce panes que se colocaban todas las semanas en dos filas de seis en el lugar santo. Sin duda eran una ofrenda simbólica para dar gracias a Dios por el don de los alimentos. Estos panes se cambiaban todas las semanas, y los que se quitaban quedaban para los sacerdotes, que eran los únicos que los podían comer. En aquella ocasión, en su hambre, David y sus hombres tomaron y se comieron aquellos panes sagrados, y no cometieron ningún delito. Las exigencias de la necesidad humana tenían prioridad por encima de cualquier costumbre ritual.

(ii) Citó el trabajo del templo en sábado. El ritual del templo siempre implicaba trabajo —encender fuegos, matar y preparar animales, cargarlos para colocarlos encima del altar y un montón de cosas parecidas. Estos trabajos realmente se duplicaban los sábados, porque había doble número de ofrendas (cp. por ejemplo Números 28:9). Cualquiera de estas acciones habría sido ilegal que la hiciera cualquier persona en sábado. Encender un fuego, matar un animal, ponerlo sobre el altar habría supuesto quebrantar la Ley, y por tanto profanar el sábado. Pero para los sacerdotes era perfectamente legal hacer estas cosas, porque el culto del templo tenía que proseguir. Es decir: el culto que se ofrecía a Dios tenía prioridad sobre todas las leyes y normas del sábado.

(iii) Citó la palabra que Dios le dio al profeta Oseas: «Porque misericordia quiero y no sacrificios» (Oseas 6:6). Lo que Dios desea mucho más que los sacrificios rituales es la amabilidad, el espíritu que no reconoce otra ley que la que impulsa a responder a la llamada de la necesidad humana haciendo todo lo posible por ayudar.

En este incidente Jesús establece que la exigencia de la necesidad humana debe tener prioridad sobre todas las demás exigencias. Las exigencias del culto, del ritual, de la liturgia son importantes; pero la exigencia de la necesidad humana tiene prioridad sobre todas ellas.

Uno de los santos modernos de Dios es el padre George Potter, que de la ruinosa iglesia de San Crisóstomo en Peckham hizo un ejemplo luminoso de culto y de servicio cristiano. Para propiciar la obra fundó la Fraternidad de la Orden de la Santa Cruz, cuyo emblema era la toalla que se ciño Jesús para lavar los pies de Sus discípulos. No había ningún servicio que fuera demasiado vulgar para que los hermanos lo prestaran; su trabajo a favor de los marginados y de los chicos sin hogar con antecedentes delictivos o potencial criminal está por encima de toda alabanza. El padre Potter tenía la idea más elevada del culto; y sin embargo, cuando estaba explicando la obra de la Fraternidad, escribió que cualquiera que quisiera hacer el triple voto de pobreza, castidad y obediencia: «no debe amohinarse si no puede llegar a vísperas en la fiesta de San Termógeno. Puede que esté sentado en una comisaría esperando a un “cliente”... No debe ser uno de esos tipos que llegan a la cocina jipiando porque se le ha acabado el incienso... Ponemos la oración y los sacramentos en primer lugar. Sabemos que nos hacen falta para hacer las cosas lo mejor posible; pero de hecho tenemos que pasar más tiempo al pie del Monte de la Transfiguración que en la cima.» Cuenta que llegó un candidato cuando él estaba a punto de darles a los chicos un tazón de cacao y meterlos en la cama. «Así es que le dije: “¿Quieres limpiar el cuarto de baño ahora que está mojado?” Se quedó tan alucinado que apenas pudo musitar: “¡Yo no esperaba tener que ir limpiando detrás de chicos sucios!” ¡Bien, bien! Su vida de servicio consagrado al Bendito Maestro duró sólo unos siete minutos. Ni siquiera deshizo las maletas.» Florence Allshorn, la gran directora del colegio de misioneras, habla del problema de la candidata que siempre descubre que su hora de devociones privadas es precisamente cuando hay que fregar cacharros grasientos con agua no muy caliente.

Jesús insistía en que el mayor servicio ritual es el de la necesidad humana. Es extraño pensar que, con la posible excepción de aquel día en la sinagoga de Nazaret, no tenemos evidencia de que Jesús dirigiera nunca un culto en toda Su vida en la Tierra, y sí tenemos abundante evidencia de que alimentó a los hambrientos y consoló a los tristes y atendió a los enfermos. El servicio cristiano no consiste fundamentalmente en seguir una liturgia o un ritual; es el servicio de la necesidad humana. El servicio cristiano no consiste en retirarse a un monasterio; es involucrarse en todos los problemas y tragedias y demandas de la situación humana.

—Eso es lo que queremos decir —o deberíamos querer decir— cuando decimos: «¡Vamos a servir al Señor!»

SEÑOR AUN DEL SÁBADO

Mateo 12:1-8 (conclusión)

Queda en este pasaje otra dificultad que no se puede resolver con absoluta seguridad. Está en la última frase: «El Hijo del Hombre es Señor del sábado.» Esto puede querer decir una de dos cosas.

(i) Puede querer decir que Jesús se presenta como Señor también del sábado, en el sentido de que Él puede usar el sábado como estime conveniente. Ya hemos visto que la santidad del ministerio del templo sobrepasaba y desplazaba las reglas y las leyes del sábado; Jesús acababa de presentarse como Uno que era mayor que el templo; por tanto, Él tenía perfecto derecho a omitir las leyes del sábado y hacer lo que estimara conveniente en sábado. Esa podríamos decir que es la interpretación tradicional de esta frase, pero presenta algunas dificultades reales.

(ii) En esta ocasión Jesús no estaba defendiéndose a Sí mismo de nada que hubiera hecho en sábado; estaba defendiendo a Sus discípulos; y la autoridad que subraya aquí no es tanto Su propia autoridad como la de la necesidad humana. Y hay que notar que, cuando Marcos cuenta este incidente, introduce otro dicho de Jesús como parte del clímax: «El sábado fue hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado» (Marcos 2:27).

A esto debemos añadir el hecho de que en hebreo y arameo la frase hijo de hombre no es corrientemente un título, sino otra manera de decir un hombre. Cuando los rabinos contaban una parábola, solían empezarla: «Hubo una vez un hijo del hombre que...» El salmista escribe: «¿Qué es el hombre para que Te acuerdes de él, o el hijo del hombre para que le visites?» (Salmo 8:4). Una y otra vez Dios se dirige a Ezequiel como hijo de hombre: «Me dijo: “Hijo de hombre, ponte sobre tus pies y hablaré contigo”» (Ezequiel 2:1,6,8; 3:1,4,17,25). En todos estos casos hijo de hombre, sin mayúsculas, quiere decir sencillamente hombre.

En los primeros y mejores manuscritos griegos del Nuevo Testamento, todo estaba escrito con mayúsculas. En estos manuscritos (llamados unciales precisamente por estar escritos con mayúsculas) no se puede decir cuándo se necesitan las mayúsculas. Por tanto, en Mateo 12:8 puede ser muy bien que hijo de hombre se deba poner con minúsculas, y que la frase no se refiera a Jesús, sino a cualquier hombre.