Comentario al Nuevo Testamento Vol. 12 - William Barclay - E-Book

Comentario al Nuevo Testamento Vol. 12 E-Book

William Barclay

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Beschreibung

William Barclay fue pastor de la Iglesia de Escocia y profesor de N.T. en la Universidad de Glasgow. Es conocido y apreciado internacionalmente como maestro en el arte de la exposición bíblica. Entre sus más de sesenta obras la que ha alcanzado mayor difusión y reconocimiento en muchos países y lenguas es, sin duda, el Comentario al Nuevo Testamento, que presentamos en esta nueva edición española actualizada. Los 17 volúmenes que componen este comentario han sido libro de texto obligado para los estudiantes de la mayoría de seminarios en numerosos países durante años.

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Editorial CLIE

Ferrocarril, 8

08232 VILADECAVALLS (Barcelona)

COMENTARIO AL NUEVO TESTAMENTO

Volumen 12 - 1º y 2º Timoteo, Tito, Filemón

Traductor de la Obra completa: Alberto Araujo

© por C. William Barclay. Publicado originalmente en 1970 y actualizado en 1991 por The Saint Andrew Press, 121 George Street, Edimburgh, EH2 4YN, Escocia.

© 1995 por CLIE para la versión española.

ISBN 978-84-7645-749-8 Obra completa

ISBN 978-84-8267-603-6 Volumen 12

Realización ePub: produccioneditorial.com

Clasifíquese: 0258 COMENTARIOS COMPLETOS N.T. -Timoteo C.T.C. 01-02-0258-05

Referencia: 22.38.58

PRESENTACIÓN

En los tomos del Comentario al Nuevo Testamento que ya se han publicado ya hemos notado los conocimientos enciclopédicos que tenía William Barclay de las literaturas clásica, hebrea y cristiana primitiva, además naturalmente de la Palabra de Dios. Todo esto resalta también en este tomo; pero me permito adelantar que hay algo que brilla en él aún más que en los otros.

Si hubiéramos de escoger el carisma más representativo entre los muchos que Dios le concedió a William Barclay —profesor, conferenciante, comunicador, escritor, etc., etc.—, yo diría que fue el carisma de pastor. Tuvo una experiencia amplia en el trabajo pastoral antes de dedicarse especialmente a la enseñanza; pero, en todas sus numerosas actividades no faltó nunca, sino más bien fue el impulso y el exponente principal, el interés pastoral, y dedicó mucho de su esfuerzo a la formación de pastores, cosa que llevó a cabo consagrada y magistralmente, dejando una verdadera multitud de discípulos, no sólo en su país, sino en todo el mundo, y no sólo de los que tuvimos el privilegio de seguir sus cursos, sino de los que aprovechan la enseñanza que destiló en sus muchas publicaciones.

Y ya os he dado la clave para descubrir la nota barcliana característica de este tomo. Era de esperar, aunque Barclay siempre presenta sorpresas, que tal pastor fuera un intérprete excepcional de las Epístolas Pastorales —que es el nombre que se da generalmente a las cartas a Timoteo y Tito—, no sólo extrayendo de ellas toda la riqueza de sus veneros, sino infundiéndoles su experiencia y sensibilidad pastoral.

William Barclay nos dice que «es de lo más significativo que los misioneros nos dicen que, de todas las cartas del Nuevo Testamento, las Epístolas Pastorales son las que hablan más directamente a la situación de las iglesias jóvenes.» Incorpora en su comentario ejemplos gráficos tomados de los misioneros que no sólo encontraron en ellas la enseñanza que podían aplicar a las situaciones concretas que se les presentaban, sino también encontraron en esas situaciones la clave para entender y explicar el mensaje de las Epístolas Pastorales.

Como en todos sus libros, aquí también acerca la enseñanza y el mensaje de la Palabra de Dios a las situaciones y circunstancias de nuestro tiempo, como cuando aplica los consejos que daba Pablo a los esclavos a los muchos que trabajan ahora por cuenta ajena y a las órdenes de amos o empresarios, o cuando traslada la enseñanza acerca de la situación de la mujer en el mundo clásico y en la Iglesia Original a las circunstancias cambiantes y diversas de la mujer en las sociedades y en las iglesias actuales.

En tres áreas espero que la aportación de este libro sea de bendición abundante en nuestra lengua. La primera, en la edificación personal de los creyentes; porque Barclay no escribía sólo para los pastores o los futuros pastores, sino para todos los que quieren comprender mejor el mensaje del Evangelio, para los cristianos de a pie, normales y corrientes.

La segunda, en la formación de obreros para los diversos ministerios de las iglesias de nuestro tiempo; porque, al presentarnos los modelos bíblicos con tanta claridad, nos hace ver lo esencial que no debe cambiar con el tiempo, y nos ayuda a aplicarlo al nuestro. Y la tercera, en la fundación y organización y desarrollo de nuestras iglesias, que encontrarán en este libro abundante enseñanza acerca de la administración, los ministerios, el culto y la vida de la iglesia. Para esas tres áreas nos ofrece su jugoso y nutritivo comentario William Barclay.

Alberto Araujo

INTRODUCCIÓN GENERAL A LAS CARTAS DE PABLO

LAS CARTAS DE PABLO

Las cartas de Pablo son el conjunto de documentos más interesante del Nuevo Testamento; y eso, porque una carta es la forma más personal de todas las que se usan en literatura. Demetrio, uno de los antiguos críticos literarios griegos, escribió una vez: «Cada uno revela su propia alma en sus cartas. En cualquier otro género se puede discernir el carácter del escritor, pero en ninguno tan claramente como en el epistolar» (Demetrio, Sobre el Estilo, 227). Es precisamente porque disponemos de tantas cartas suyas por lo que nos parece que conocemos tan bien a Pablo. En ellas abría su mente y su corazón a los que tanto amaba; en ellas aun ahora podemos percibir su gran inteligencia enfrentándose con los problemas de la Iglesia Primitiva, y sentimos su gran corazón latiendo de amor por los hombres, aun por los descarriados y equivocados.

EL ENIGMA DE LAS CARTAS

Por otra parte, muchas veces no hay nada más difícil de entender que una carta. Demetrio (Sobre el Estilo, 223) cita a Artemón, el editor de las cartas de Aristóteles, que decía que una carta es en realidad una de las dos partes de un diálogo, y como tal debería escribirse. En otras palabras: leer una carta es como escuchar un lado de una conversación telefónica. Por eso a veces nos es difícil entender las cartas de Pablo: porque no tenemos la otra a la que está contestando, y no conocemos la situación a la que se refiere nada más que por lo que podemos deducir de su respuesta. Antes de intentar entender cualquiera de las cartas que escribió Pablo debemos hacer lo posible para reconstruir la situación que la originó.

LAS CARTAS ANTIGUAS

Es una lástima que las cartas de Pablo se llamen epístolas. Son, en el sentido más corriente, cartas. Una de las cosas que más luz han aportado a la interpretación del Nuevo Testamento ha sido el descubrimiento y la publicación de los papiros. En el mundo antiguo, el papiro era el antepasado del papel, y en él se escribían casi todos los documentos. Se hacía con tiras de la corteza de una planta que crecía en las orillas del Nilo. Las tiras se colocaban unas encima de otras y se abatanaban, de lo que resultaba algo parecido al papel de estraza. Las arenas del desierto de Egipto eran ideales para la conservación de los papiros, que eran de larga duración siempre que no estuvieran expuestos a la humedad. Los arqueólogos han rescatado centenares de documentos, contratos de matrimonio, acuerdos legales, fórmulas de la administración y, lo que es más interesante, cartas personales. Cuando las leemos nos damos cuenta de que siguen una estructura determinada, que también se reproduce en las cartas de Pablo. Veamos una de esas cartas antiguas, que resulta ser de un soldado que se llamaba Apión a su padre Epímaco, diciéndole que ha llegado bien a Miseno a pesar de la tormenta.

«Apión manda saludos muy cordiales a su padre y señor Epímaco. Pido sobre todo que usted se encuentre sano y bien; y que todo le vaya bien a usted, a mi hermana y su hija y a mi hermano. Doy gracias a mi Señor Serapis por conservarme la vida cuando estaba en peligro en el mar. En cuanto llegué a Miseno recibí del César el dinero del viaje, tres piezas de oro; y todo me va bien. Le pido, querido Padre, que me mande unas líneas, lo primero para saber cómo está, y también acerca de mis hermanos, y en tercer lugar para que bese su mano por haberme educado bien, y gracias a eso espero un ascenso pronto, si Dios quiere. Dé a Capitón mis saludos cordiales, y a mis hermanos, y a Serenilla y a mis amigos. Le mandé un retrato que me pintó Euctemón. En el ejército me llamo Antonio Máximo. Hago votos por su buena salud. Recuerdos de Sereno, el de Ágato Daimón, y de Turbo, el hijo de Galonio» (G. Milligan, Selections from the Greek Papyri, 36).

¡No podría figurarse Apión que estaríamos leyendo la carta que le escribió a su padre 1800 años después! Nos muestra lo poco que ha cambiado la naturaleza humana. El mozo está esperando un pronto ascenso. Era devoto del dios Serapis. Serenilla sería la chica con la que salía. Y le ha mandado a los suyos el equivalente de entonces de una foto.

Notamos que la carta tiene varias partes: (i) Un saludo. (ii) Una oración por la salud del destinatario. (iii) Una acción de gracias a un dios. (iv) El tema de la carta. (v) Finalmente, saludos para unos y recuerdos de otros. En casi todas las cartas de Pablo encontramos estas secciones, como vamos a ver:

(i) El saludo: Romanos 1:1; 1 Corintios 1:1; 2 Corintios 1:1; Gálatas 1:1; Efesios 1:1; Filipenses 1:1; Colosenses 1:1s; 1 Tesalonicenses 1:1; 2 Tesalonicenses 1:1.

(ii) La oración: en todas sus cartas Pablo pide a Dios por las personas a las que escribe: Romanos 1:7; 1 Corintios 1:3; 2 Corintios 1:2; Gálatas 1:3; Efesios 1:2; Filipenses 1:3; Colosenses 1:2; 1 Tesalonicenses 1:1; 2 Tesalonicenses 1:2.

(iii) La acción de gracias: Romanos 1:8; 1 Corintios 1:4; 2 Corintios 1:3; Efesios 1:3; Filipenses 1:3; 1 Tesalonicenses 1:3; 2 Tesalonicenses 1:3.

(iv) El tema de la carta: de lo que trata cada una.

(v) Saludos especiales y recuerdos personales: Romanos 16; 1 Corintios 16:19; 2 Corintios 13:13; Filipenses 4:21s; Colosenses 4:12-15; 1 Tesalonicenses 5:26.

Las cartas de Pablo siguen el modelo de todo el mundo. Deissmann dice de ellas: «Son diferentes de las otras que encontramos en las humildes hojas de papiro de Egipto, no en cuanto cartas, sino en cuanto cartas de Pablo.» No son ejercicios académicos ni tratados teológicos, sino documentos humanos escritos por un amigo a sus amigos.

LA SITUACIÓN INMEDIATA

Con unas pocas excepciones, Pablo escribió todas sus cartas para salir al paso de una situación inmediata, y no como tratados elaborados en la paz y el silencio de su despacho. Si se había producido una situación peligrosa en Corinto, Galacia, Filipos o Tesalónica, Pablo escribía una carta para solucionarla. No estaba pensando en nosotros, sino solamente en aquellos a los que escribía. Deissmann dice: «Pablo no estaba pensando en añadir unas pocas composiciones nuevas a las ya existentes epístolas judías; y menos en enriquecer la literatura sagrada de su nación... No tenía ningún presentimiento del lugar que sus palabras llegarían a ocupar en la historia universal; ni siquiera de que se conservarían en la generación siguiente, y mucho menos de que llegaría el día en que se consideraran Sagrada Escritura.» Debemos recordar siempre que una cosa no tiene por qué ser pasajera porque se escribiera para salir al paso de una situación inmediata. Todas las grandes canciones de amor del mundo se escribieron para una persona determinada, pero siguen viviendo para toda la humanidad. Precisamente porque Pablo escribió sus cartas para salir al paso de un peligro amenazador o de una necesidad perentoria es por lo que todavía laten de vida. Y es precisamente porque las necesidades y las situaciones humanas no cambian por lo que Dios nos habla por medio de ellas hoy.

LA PALABRA HABLADA

De una cosa debemos darnos cuenta en estas cartas. Pablo hacía lo que la mayoría de la gente de su tiempo: no escribía él mismo las cartas, sino se las dictaba a un amanuense, y añadía al final su firma, a veces con algunas palabras más. (Conocemos el nombre de uno de los que escribieron para Pablo: en Romanos 16:22, Tercio, el amanuense, introduce su propio saludo antes del final de la carta). En 1 Corintios 16:21 Pablo dice: «Esta es mi firma, mi autógrafo, para que estéis seguros de que esta carta os la mando yo.» (Ver también Colosenses 4:18; 2 Tesalonicenses 3:17).

Esto explica un montón de cosas. Algunas veces es difícil entender a Pablo porque sus frases no terminan nunca, la gramática se quiebra y se enreda la construcción. No debemos figurárnosle sentado tranquilamente a su mesa de despacho, puliendo cuidadosamente cada frase; sino más bien recorriendo de un lado a otro la habitación, soltando un torrente de palabras, mientras su amanuense se daba toda la prisa que podía para no perder ni una. Cuando Pablo componía sus cartas, tenía presentes en su imaginación a las personas a las que iban destinadas, y se le salía del pecho el corazón hacia ellas en palabras que se atropellaban en su voluntad de ayudar.

INTRODUCCIÓN A LAS CARTAS A TIMOTEO Y TITO

CARTAS PERSONALES

1 y 2 Timoteo y Tito siempre se ha considerado que formaban un grupo aparte de cartas, diferentes de las otras de Pablo. La diferencia que está más a la vista es que, juntamente con la pequeña carta a Filemón, se les escribieron a personas, mientras que todas las otras cartas paulinas iban dirigidas a iglesias. El Canon de Muratori, que fue la primera lista oficial de los libros del Nuevo Testamento, dice que fueron escritas «por sentimiento y afecto personal.» Son cartas privadas más que públicas.

CARTAS ECLESIÁSTICAS

Pero muy pronto se empezó a ver que, aunque estas son cartas personales y privadas, tienen un significado y una importancia muy por encima de la situación inmediata. En 1 Timoteo 3:15 se expresa su objetivo: Pablo le dice a Timoteo que le escribe «para que sepas cómo debe uno comportarse en la Casa de Dios, que es la Iglesia del Dios vivo.» Así que llegó a verse que estas cartas no tienen solo un significado personal, sino también lo que se podría llamar un significado eclesiástico. El Canon de Muratori dice de ellas que, aunque son cartas personales escritas por afecto personal, «se siguen considerando como algo santo en el respeto de la Iglesia Católica y en la organización de la disciplina eclesiástica.» Tertuliano decía que Pablo había escrito «dos cartas a Timoteo y una a Tito, acerca del estado de la Iglesia (de ecclesiastico statu).» No es pues sorprendente que el primer nombre que se les dio fuera Cartas Pontificales, es decir, escritas por el pontifex, el sacerdote, el responsable de la Iglesia.

CARTAS PASTORALES

Poco a poco llegaron a adquirir el nombre por el que se las sigue conociendo —Las Epístolas Pastorales. Escribiendo sobre 1 Timoteo, Tomás de Aquino, en 1274, decía: «Esta carta es como si dijéramos una regla pastoral que el Apóstol dirigió a Timoteo.» En su introducción a la segunda carta escribe: «En la primera carta le da instrucciones a Timoteo acerca del orden eclesiástico; en esta segunda carta trata del cuidado pastoral, que debe ser tan grande como para llegar a aceptar el martirio por causa del cuidado del rebaño.» Pero este título, Las Epístolas Pastorales, no llegó a asignárseles a estas cartas hasta el año 1726, cuando el gran investigador Paul Anton dio una serie de conferencias famosas sobre ellas bajo ese título.

Así es que estas cartas tratan del cuidado y la organización del rebaño de Dios; les dicen a los miembros cómo deben comportarse en el seno de la familia de Dios, dando instrucciones acerca de cómo ha de administrarse la casa de Dios, de qué clase de personas deben ser los responsables y los pastores de las Iglesias, y cómo hay que enfrentarse con las amenazas que ponen en peligro la fe y la vida cristiana.

EL CRECIMIENTO DE LA IGLESIA

El interés supremo de estas cartas está en que nos ofrecen una descripción del crecimiento de la Iglesia en su primera edad. En aquellos primeros días era una isla en un mar de paganismo. Sus miembros eran la primera generación de cristianos convertidos del paganismo. Era muy fácil recaer en las prácticas de la vieja vida. La atmósfera contaminada seguía a su alrededor. Es de lo más significativo que los misioneros nos dicen que, de todas las cartas del Nuevo Testamento, las Epístolas Pastorales son las que hablan más directamente a la situación de las iglesias jóvenes. La situación que tratan se está presentando de nuevo en la India, en África, en la China todos los días. No pierden nunca su interés, porque en ellas vemos, más que en ninguna otra parte del Nuevo Testamento, los problemas que asediaban a la Iglesia Primitiva en su crecimiento.

EL TRASFONDO ECLESIÁSTICO DE LAS PASTORALES

Estas cartas han presentado problemas desde el principio a los investigadores del Nuevo Testamento. Hay muchos que creen que, tal como han llegado hasta nosotros, no pueden venir directamente de la mano y de la pluma de Pablo. Que esto no responde a ninguna actitud moderna se puede ver por el hecho de que Marción que, aunque era un hereje, fue el primero que trazó una lista de los libros del Nuevo Testamento y no incluyó las Pastorales entre las cartas de Pablo. Veamos qué es lo que ha hecho a tantas personas dudar de la autoría paulina.

En ellas nos encontramos con una descripción de la Iglesia como una organización considerablemente desarrollada. Tiene ancianos (1 Timoteo 5:17-19; Tito 1:5-6); obispos, superintendentes o supervisores (1 Timoteo 3:1-7; Tito 1:7-16); diáconos (1 Timoteo 3:8-13). De 1 Timoteo 5:17s deducmos que para entonces los ancianos eran responsables asalariados. Los ancianos que gobernaran bien debían ser tenidos por dignos de un doble sueldo, y se exhorta a las iglesias a recordar que el obrero es digno de su salario. Hay por lo menos el principio de una orden de viudas que llegó a ser muy importante más tarde en la Iglesia Primitiva (1 Timoteo 5:3-16). Está claro que había una estructura eclesiástica bastante elaborada, demasiado elaborada argüirían algunos, para los días tempranos en que Pablo vivió y trabajo.

LOS DÍAS DE LOS CREDOS

También se pretende que en estas cartas podemos ver surgir el tiempo de los credos. La palabra fe, cambia de significado: en los primeros días era siempre fe en una Persona; es la relación personal de amor y confianza y obediencia más íntima posible con Jesucristo. Más adelante llegó a ser fe en un credo; llegó a ser la aceptación de ciertas doctrinas. Se dice que en las Epístolas Pastorales podemos ver cómo se produjo ese cambio. Posteriormente se llegó a abandonar la fe, y a rendir pleitesía a doctrinas de demonios (1 Timoteo 4:1). Un buen siervo de Jesucristo debe nutrirse de las palabras de la fe y la buena doctrina (1 Timoteo 4:6). Los herejes son personas que tienen la mente corrompida, réprobos en lo tocante a la fe (2 Timoteo 3:8). Tito tiene la obligación de exhortar a los miembros para que sean sanos en la fe (Tito 1:13).

Esto aparece muy claramente en una expresión que es característica de las Pastorales. Se exhorta a Timoteo a retener «la verdad que se te ha confiado» (1 Timoteo 1:14). La palabra para lo que se te ha confiado es parathêkê. Parathêkê quiere decir un depósito que se le confía a un banquero o a otra persona para que lo conserve a salvo. Es esencialmente algo que hay que devolver sin que haya sufrido el más mínimo cambio. Es decir, se hace hincapié en la ortodoxia. En vez de ser una relación personal íntima con Jesucristo como era en los días emocionantes y palpitantes de la Iglesia Original, le fe se ha convertido en la aceptación de un credo. Hasta se mantiene que en las Pastorales tenemos ecos de los credos más antiguos:

Dios Se ha manifestado en la carne,

ha sido justificado por el Espíritu,

ha sido visto por los mensajeros,

ha sido predicado a los gentiles,

ha sido creído en el mundo,

ha sido recibido arriba en la gloria (1 Timoteo 3:16).

Esto suena al fragmento de un credo que se recita.

Acuérdate de Jesucristo,

descendiente de David,

resucitado de los muertos,

como se predica en mi Evangelio (2 Timoteo 2:8).

Eso suena a una frase de un credo conocido.

Dentro de las Pastorales hay sin duda indicios de que el día de la insistencia en la aceptación de un credo había comenzado, y de que los días de la emoción del descubrimiento personal de Cristo estaban empezando a declinar.

UNA HEREJÍA PELIGROSA

Está claro que en la primera línea de la situación contra la que se escribieron las Epístolas Pastorales había una herejía peligrosa que amenazaba la salud de la Iglesia Cristiana. Si podemos distinguir las líneas principales de esa herejía puede que consigamos identificarla.

Se caracterizaba por un intelectualismo especulativo. Producía discusiones (1 Timoteo 1:4); sus adeptos proliferaban en discusiones (1 Timoteo 6:4); se discutían cuestiones necias e insensatas (2 Timoteo 2:23); había que evitar sus necias cuestiones (Tito 3:9). La palabra que se usa en cada caso para cuestiones o discusiones es ekzêtêsis, que quiere decir discusión especulativa. Esta herejía se ve que era el terreno de juego de los intelectuales, o más bien los seudeintelectuales, de la iglesia. Se caracterizaba por el orgullo. El hereje es orgulloso, aunque en realidad no sepa nada de nada (1 Timoteo 6:4). Hay indicaciones de que estos intelectuales se consideraban por encima de los cristianos ordinarios; de hecho, puede que hasta dijeran que la Salvación completa estaba fuera del alcance de la gente normal y corriente, y solo abierta para ellos. A veces las Epístolas Pastorales hacen hincapié en la palabra todos de una manera de lo más significativa. La gracia de Dios que trae Salvación, se ha manifestado a todos los hombres (Tito 2:11). Es la voluntad de Dios que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad (1 Timoteo 2:4). Los intelectuales trataban de reservar las bendiciones más grandes del Evangelio para unos pocos escogidos; pero la verdadera fe subraya el amor universal de Dios.

Había en el seno de esa herejía dos tendencias opuestas. Una era la tendencia al ascetismo. Los herejes trataban de establecer leyes alimentarias especiales, olvidando que todo lo que Dios ha hecho es bueno (1 Timoteo 4:4s). Catalogaban muchas cosas como impuras, olvidando que todas las cosas son limpias para los limpios (Tito 1:15). No es imposible que consideraran el sexo como algo inmundo, y que menospreciaran el matrimonio; y hasta que trataran de persuadir a los que ya estaban casados a separarse, porque en Tito 2:4 se hace hincapié en los deberes naturales de la vida matrimonial como vinculantes para el cristiano.

Pero esta herejía también conducía a la inmoralidad. Los herejes hasta invadían las casas particulares y se llevaban a las mujercillas débiles e insensatas por malos caminos (2 Timoteo 3:6). Profesaban conocer a Dios, pero Le negaban con sus obras (Tito 1:16). Se dedicaban a embaucar a la gente y a hacer dinero con su falsa enseñanza. Para ellos la piedad era rentable económicamente (1 Timoteo 6:5); enseñaban y engañaban por dinero (Tito 1:11).

Por una parte esta herejía conducía a un ascetismo nada cristiano; y por la otra producía una igualmente no cristiana inmoralidad.

Se caracterizaba también por palabras y mitos y genealogías. Estaba llena de charla seudopiadosa, y de controversias inútiles (1 Timoteo 6:20). Producía genealogías interminables, y mitos y fábulas (1 Timoteo 1:4; Tito 1:14, y 3:9).

Por lo menos de alguna manera y hasta cierto punto estaba relacionada con el legalismo judío. Entre sus adeptos estaban los de la circuncisión (Tito 1:10). Los herejes aspiraban a ser maestros de la Ley (1 Timoteo 1:7). Insistían en las fábulas judías y en los mandamientos de hombres (Tito 1:14).

Por último, estos herejes negaban la resurrección del cuerpo. Decían que cualquier resurrección que una persona hubiera de experimentar, ya había tenido lugar (2 Timoteo 2:18). Probablemente esto es una referencia a los que mantenían que la única resurrección que experimentaba el cristiano era una resurrección espiritual, cuando moría con Cristo y surgía de nuevo con Él en la experiencia del Bautismo (Romanos 6:4).

LOS PRINCIPIOS DEL GNOSTICISMO

¿Hay alguna herejía conocida que encaje en todos estos datos? Sí, y es el gnosticismo. Su idea fundamental era que la materia es esencialmente mala, y sólo el espíritu es bueno. Esa creencia básica tenía ciertas consecuencias.

Los gnósticos creían que la materia es tan eterna como Dios; y que, cuando Dios creó el mundo, tuvo que usar esta materia esencialmente mala. Eso quería decir que, para ellos, Dios no podía ser el Creador directo del mundo. A fin de poder tocar esta materia corrompida, Dios tuvo que producir una serie de emanaciones —ellos las llamaban eones— cada una de ellas más distante de Dios mismo que la anterior, hasta que por último hubo una emanación o un eón tan distante de Dios que pudo manejar la materia y crear el mundo. Entre el hombre y Dios se extendía una larga serie de emanaciones, cada una con su nombre y genealogía. Así es que el gnosticismo tenía literalmente un sinnúmero de fábulas y genealogías. Si uno había de llegar a Dios alguna vez, debía, como si dijéramos, ascender esta escala de emanaciones; para lo cual necesitaba una especie muy especial de conocimiento que incluyera todas las consignas que le permitieran pasar de una etapa a otra. Solamente de una persona del más elevado calibre espiritual se podía esperar que adquiriera este conocimiento tan extraordinario y que supiera todas esas consignas para llegar a Dios.

Además, si la materia era totalmente mala, el cuerpo también lo era. De ahí surgían dos actitudes opuestas. O bien el cuerpo tenía que someterse al más estricto ascetismo, en el que las necesidades del cuerpo se eliminaran en la medida de lo posible, y sus instintos, especialmente el sexual, se destruyeran lo más posible; o se podía mantener que, puesto que era malo, no importaba lo que se hiciera con el cuerpo, y se les podía dar rienda suelta a sus instintos y deseos. Por tanto, los gnósticos llegaron a ser, o bien ascetas, o personas para quienes la moralidad había dejado de tener ninguna relevancia.

Todavía más, si el cuerpo era malo, estaba claro que no podía haber tal cosa como resurrección. Lo que los gnósticos esperaban no era la resurrección del cuerpo, sino su destrucción.

Todo esto encaja exactamente con la descripción que obtenemos en las Epístolas Pastorales. En el gnosticismo tenemos el intelectualismo, la arrogancia intelectual, las fábulas y las genealogías, el ascetismo y la inmoralidad, el rechazo a esperar la posibilidad de una resurrección del cuerpo, que eran partes integrantes de la herejía contra la que se escribieron las Epístolas Pastorales.

Un elemento de esa herejía no se ha podido encajar todavía en su sitio: el judaísmo y el legalismo de los que hablan las Epístolas Pastorales. También eso encuentra su lugar. Algunas veces, el gnosticismo y el judaísmo iban de la mano. Ya hemos dicho que los gnósticos insistían en que era necesario un conocimiento muy especial para ascender por la escala de los eones hasta Dios, y que algunos de ellos insistían en que para la vida buena era esencial un ascetismo estricto. Algunos judíos pretendían que eran precisamente la Ley judía y las reglas dietéticas de los judíos lo que proveía ese conocimiento especial y ese ascetismo necesario; así que había veces que el judaísmo y el gnosticismo iban de la mano.

Está suficientemente claro que la herejía que sirve de trasfondo a las Epístolas Pastorales era el gnosticismo. Algunos han usado ese hecho para tratar de demostrar que Pablo no puede haber tenido nada que ver con estas epístolas; porque, dicen ellos, el gnosticismo no surgió hasta mucho después de Pablo. Es totalmente cierto que los grandes sistemas formales del gnosticismo conectados con nombres tales como los de Valentino y Basílides no surgieron hasta el siglo II; pero estas grandes figuras no tuvieron que hacer nada más que sistematizar lo que ya estaba allí. Las ideas básicas del gnosticismo estaban en la atmósfera que rodeaba a la Iglesia Primitiva hasta en los días de Pablo. Es fácil notar la atracción que ejercería, y también que, si se les hubiera permitido florecer sin resistencia, podrían haber convertido el Cristianismo en una filosofía especulativa y haberlo arruinado. Al enfrentarse con el gnosticismo, la Iglesia estaba arrostrando uno de los peligros más graves que hayan amenazado nunca a la fe cristiana.

EL LENGUAJE DE LAS EPÍSTOLAS PASTORALES

El argumento de más peso contra la autoría paulina de las Epístolas Pastorales es un hecho que resulta muy claro en griego, pero no tanto en una traducción española. El número total de las palabras de las Epístolas Pastorales es 902, de las cuales 54 son nombres propios; y de estas 902 palabras, no menos de 306 no se encuentran en ninguna otra de las cartas de Pablo. Es decir, que más de una tercera parte de las palabras de las Epístolas Pastorales no se encuentran en las otras cartas de Pablo. De hecho, 175 palabras de las Epístolas Pastorales no aparecen en ningún otro lugar del Nuevo Testamento; aunque es justo decir que hay 50 palabras en las Epístolas Pastorales que se encuentran en las otras cartas de Pablo aunque no en ningún otro lugar del Nuevo Testamento.

Además, cuando las otras cartas de Pablo y las Epístolas Pastorales tratan el mismo asunto lo presentan de maneras diferentes, usando otras palabras y frases para expresar la misma idea.

También, muchas de las palabras favoritas de Pablo faltan en las Epístolas Pastorales. Las palabras para Cruz (staurós) y para crucificar (staurûn) aparecen 27 veces en las otras cartas paulinas, pero ni una sola en las Epístolas Pastorales. Eleuthería y derivadas que tienen que ver con libertad aparecen 29 veces en las otras cartas y nunca en las Epístolas Pastorales. Hyiós, hijo y hyiothesía, adopción, aparecen 46 veces en las otras cartas de Pablo y nunca en las Epístolas Pastorales.

Además, en griego hay muchas más palabras que en español de las que llamamos partículas y enclíticas. Algunas veces no indican más que el tono de la voz; cualquier frase griega está unida con la anterior por una de ellas; y suelen ser intraducibles. De estas partículas y enclíticas hay 112 que usa Pablo en conjunto 932 veces y nunca en las Epístolas Pastorales.

Aquí hay indudablemente algo que hay que explicar. El vocabulario y el estilo hacen difícil aceptar que Pablo escribiera las Epístolas Pastorales en el mismo sentido que las otras cartas.

LAS ACTIVIDADES DE PABLO EN LAS PASTORALES

Pero tal vez la más clara dificultad de las Epístolas Pastorales está en que nos presentan a Pablo realizando actividades para las que no hay sitio en su vida tal como la conocemos por el Libro de los Hechos. Está claro que había llevado a cabo una campaña en Creta (Tito 1:5). Y se propone pasar un invierno en Nicópolis, que está en Epiro (Tito 3:12). En la vida de Pablo tal como la conocemos no encajan esa campaña y ese invierno. Pero bien puede ser que precisamente aquí nos tropecemos con la solución del problema.

¿SALIÓ LIBRE PABLO DE SU PRISIÓN ROMANA?

Resumamos. Ya hemos visto que la organización de la Iglesia en las Epístolas Pastorales es más elaborada que en las otras cartas paulinas. Hemos visto que el énfasis en la ortodoxia suena a la segunda o tercera generación de cristianos, cuando la emoción del gran descubrimiento se va disipando, y la Iglesia lleva camino de convertirse en una institución. Ya hemos visto que se presenta a Pablo llevando a cabo una misión o misiones que no encajan en el esquema de su vida tal como lo tenemos en Hechos. Pero Hechos no aclara lo que le sucedió a Pablo en Roma. Termina diciéndonos que vivió dos años enteros en una especie de libertad vigilada, predicando el Evangelio sin dificultades (Hechos 28:30s). Pero no nos dice el resultado de su juicio ante el César, si Pablo salió en libertad, o fue ejecutado. Es verdad que más bien se hace suponer que terminó con su muerte; pero hay una corriente de tradición que no debemos ignorar que dice que terminó con su liberación, y que no fue hasta dos o tres años después cuando fue detenido de nuevo, y esa vez sí terminó su detención con su ejecución final hacia el año 67 d.C.

Consideremos esta cuestión, que es del mayor interés.

Primero, está claro que cuando Pablo estuvo preso en Roma no consideraba imposible quedar en libertad; de hecho, más bien parece que la esperaba. Cuando escribió a los filipenses, les dijo que les enviaba a Timoteo, y continuó: «Y confío en el Señor que yo mismo os visitaré dentro de poco» (Filipenses 2:24). Cuando escribió a Filemón devolviéndole al fugitivo Onésimo, dice: «Al mismo tiempo, prepárame el cuarto de los huéspedes, porque espero que por vuestras oraciones os seré concedido» (Filemón, 22). Está claro que contaba con la posibilidad de la libertad, llegara esta o no. Segundo, recordemos el plan que le era tan querido a su corazón. Antes de ir a Jerusalén en aquel viaje en que fue arrestado escribió a la iglesia de Roma mencionándole sus planes de visitar España: «Espero veros de paso cuando vaya a España» «Iré a España pasando por ahí» (Romanos 15:24,28). ¿Pudo Pablo realizar aquel proyecto? Clemente de Roma, cuando escribió a la iglesia de Corinto alrededor del año 90 d.C. dijo que Pablo había predicado el Evangelio en el Este y en el Oeste; que había enseñado a todo el mundo (es decir, el Imperio Romano) la justicia; y que llegó al extremo (terma, el término) del Oeste antes de su martirio. ¿Qué quiso decir Clemente con el extremo de Occidente? Hay muchos que defienden que no quería decir más que Roma; porque es verdad que alguien que escribiera en el Este de Asia Menor consideraría que Roma era el límite de Occidente. Pero Clemente estaba escribiendo en Roma; y es difícil que para nadie que estuviera en Roma el límite del Oeste pudiera querer decir otra cosa que España. Y parece que Clemente creía que Pablo había llegado a España.

El más grande de los historiadores de la Iglesia Primitiva fue Eusebio. En su relato de la vida de Pablo escribe: «Lucas, que escribió Los Hechos de los Apóstoles, acabó su historia en este punto, después de relatar que Pablo había pasados dos años enteros en algo así como libertad vigilada, y había predicado la Palabra de Dios sin restricciones. Así que después de hacer su defensa, se dice que el Apóstol fue enviado otra vez en su ministerio de predicación, y que al llegar por segunda vez a Roma sufrió el martirio» (Eusebio, Historia Eclesiástica 2.22.2). Eusebio no especifica nada acerca de España, pero sí conocía el detalle de que Pablo había obtenido la libertad después de su primer encarcelamiento en Roma.

El Canon de Muratori, la primera lista de libros del Nuevo Testamento que ha llegado a nosotros, describe el esquema de Lucas cuando escribió Hechos: «Lucas le relató a Teófilo los acontecimientos de los que había sido testigo presencial, y también en otro lugar declara evidentemente el martirio de Pedro —probablemente se refiere a Lucas 22:31s— pero omite el viaje de Pablo de Roma a España.»

En el siglo V, dos de los grandes padres de la Iglesia Cristiana estaban seguros de ese viaje. Crisóstomo dice en su sermón sobre 2 Timoteo 4:20: «San Pablo, después de su estancia en Roma, partió para España.» Jerónimo dice en su Catálogo de Escritores que Pablo «fue puesto en libertad por Nerón para que pudiera predicar el Evangelio de Cristo en el Oeste.»

No hay duda de que una cierta corriente de tradición mantenía que Pablo había llegado a España.

Este es un asunto en el que tendremos que hacer nuestra propia decisión. La única cosa que nos hace dudar de la historicidad de esa tradición es que en la misma España no hay ni ha habido nunca ninguna tradición fidedigna de que Pablo predicara y trabajara en ella, ni relatos acerca de él, ni lugares relacionados con su nombre. Sería de lo más extraño que se hubiera olvidado totalmente el recuerdo de tal visita. Y bien podría ser que toda esta tradición acerca de la liberación de Pablo y su viaje al Oeste hubieran surgido como una deducción natural de su intención expresa de visitar España (Romanos 15:24,28). La mayor parte de los investigadores del Nuevo Testamento no creen que Pablo quedara libre después de su juicio ante Nerón; el consenso general de opinión es que su única liberación le vino con la muerte.

PABLO Y LAS EPÍSTOLAS PASTORALES

Entonces, ¿qué podemos decir de la relación de Pablo con estas cartas? Si podemos aceptar la tradición de su liberación y de su vuelta a la predicación y la enseñanza, y de su muerte tan tarde como en el año 67 d.C., bien podríamos creer que proceden de su mano tal como han llegado hasta nosotros. Pero, si no aceptamos esa premisa —y la evidencia está en general en contra— ¿hemos de decir que no tienen ninguna relación con Pablo?

Debemos recordar que el mundo antiguo no consideraba estas cosas como nosotros. No le parecería mal a nadie que se publicara una carta bajo el nombre de un gran maestro, si se estaba seguro de que la carta contenía lo que ese maestro habría dicho en las mismas circunstancias. Para el mundo antiguo era natural y digno el que un discípulo escribiera en nombre de su maestro. A nadie le habría parecido mal el que uno de los discípulos de Pablo saliera al frente de una situación nueva y amenazadora con una carta con el nombre de Pablo. El considerarlo como un plagio es malentender la mentalidad del mundo antiguo. ¿Hemos de pasarnos completamente al otro extremo, y decir que lo que pasó fue que algún discípulo suyo publicó estas cartas en nombre de Pablo años después de su muerte, y en un momento en que la Iglesia estaba mucho más organizada que durante su vida?

Tal como nosotros lo vemos, la respuesta es que no. Es increíble que algún discípulo pusiera en boca de Pablo la afirmación de ser el primero de los pecadores (1 Timoteo 1: 15); su tendencia habría sido subrayar la santidad de Pablo, no hablar de su pecado. Es increíble que ninguno que escribiera en nombre de Pablo le diera a Timoteo el consejo paternal de tomar un poco de vino por causa de su salud (1 Timoteo 5:23). La totalidad de 2 Timoteo 4 es tan personal y tan henchida de intimidad y de detalles cariñosos, que nadie sino Pablo lo hubiera podido escribir.

Entonces, ¿dónde está la solución? Bien puede ser que sucediera algo así. Es absolutamente obvio que se perdieron muchas cartas de Pablo. Aparte de sus grandes cartas públicas, debe de haber mantenido una constante correspondencia privada de la que no ha llegado hasta nosotros nada más que la pequeña Carta a Filemón. Bien puede ser que en días posteriores hubiera algunos fragmentos de la correspondencia de Pablo en posesión de algún maestro cristiano. Este maestro veía la iglesia de su tiempo y de Éfeso amenazada por todas partes. La amenazaba la herejía por dentro y por fuera. Tenía la amenaza de abandonar sus propios niveles elevados de pureza y verdad. La calidad de sus miembros y el nivel de sus ministros se estaban degenerando. Tenía en su posesión breves cartas de Pablo que decían exactamente las cosas que hacía falta decir, pero en el estado en que estaban, eran demasiado cortas y fragmentarias para publicarlas. Así es que las amplió y suplementó y las hizo supremamente relevantes a la situación contemporánea y las envió por toda la Iglesia.

En las Epístolas Pastorales todavía seguimos escuchando la voz de Pablo, con su intimidad personal característica; pero creemos que la forma de las cartas se debe a algún maestro cristiano que convocó la ayuda de Pablo cuando la Iglesia de su tiempo necesitaba la dirección que solamente Pablo le podía dar.

1 TIMOTEO

EL REAL DECRETO

1 Timoteo 1:1s

Pablo, apóstol de Jesucristo por real decreto de Dios, nuestro Salvador, y de Jesucristo, nuestra esperanza, escribe esta carta a Timoteo, su auténtico hijo en la fe. Gracia, misericordia y paz te sean concedidas de nuestro Señor Jesucristo.

Nunca ha habido una persona que haya apreciado su misión tanto como Pablo. No la elevaba por orgullo, sino maravillado de que Dios le hubiera escogido para una tarea así. Dos veces en las palabras introductorias de esta carta establece la grandeza de su privilegio.

(i) Primero, se llama apóstol de Jesucristo. Apóstol es la forma española de la palabra griega apóstolos, del verbo apostellein, que quiere decir enviar; un apóstolos era uno que era enviado. Ya en los tiempos de Heródoto quería decir un mensajero, un embajador, uno que es enviado como representante de su país y de su rey. Pablo siempre se consideraba el mensajero y embajador de Cristo. Y, en verdad, esa es la tarea de todo cristiano. Es la primera obligación de todo embajador el establecer contacto entre el país al que es enviado y el país que le ha enviado. Es un enlace. Y su primera obligación es ser un enlace entre sus semejantes y Jesucristo.

(ii) Segundo, dice que es apóstol por real decreto de Dios. La palabra que usa es epitaguê. Esta es la palabra que usaban los griegos para las obligaciones que le imponía a una persona alguna ley inviolable; para el decreto que le llegaba a una persona del rey; y, sobre todo, para las instrucciones que le llegaban a uno, ya fuera directamente o mediante algún oráculo, de Dios. Por ejemplo: en una inscripción, un hombre dedica un altar a la diosa Cibeles kat’epitaguên, de acuerdo con la orden de la diosa que, nos dice, se le había aparecido en un sueño. Pablo se consideraba un hombre que había recibido una comisión del Rey.

Si uno pudiera llegar a esa seguridad de ser enviado de Dios, tendría un nuevo esplendor en su vida. Por muy humilde que fuera su papel, estaría al servicio del Rey.

La vida ya no puede parecer aburrida

si de par en par hemos abierto las ventanas

y visto el ancho mundo que está esperando fuera,

y con recogimiento nos hemos susurrado:

—¡Se nos contrata para la empresa del gran Rey!

Es siempre un privilegio hacer aunque sea las cosas más sencillas por alguien a Quien amamos y respetamos y admiramos. El cristiano está toda la vida en el negocio del Rey.

Pablo pasa a dar a Dios y a Jesús dos grandes títulos. Habla de Dios como nuestro Salvador. Esta es una nueva forma de hablar. No encontramos este título de Dios en ninguna de las cartas anteriores de Pablo. Hay dos trasfondos de los que procede.

(a) Viene del trasfondo del Antiguo Testamento. Moisés acusa a Israel de que Jesurún «abandonó al Dios Que le había hecho, y menospreció a la Roca de su salvación» (Deuteronomio 32:15). El salmista canta del hombre que recibirá la bendición del Señor y la vindicación del Dios de su salvación (Salmo 24:5). María dice en su cántico: «¡Engrandece, alma mía, al Señor, y regocíjate, espíritu mío, en Dios mi Salvador!» (Lucas 1:46s). Cuando Pablo llama a Dios Salvador, estaba volviendo a una idea que siempre había sido muy querida a Israel.

(b) Tiene un trasfondo pagano. Resulta que precisamente por este tiempo el título sôtêr estaba bastante de moda. La gente lo había usado siempre. En los días antiguos, los romanos habían llamado a su gran general Escipión «nuestra esperanza y nuestra salvación.» Pero, por este tiempo, era el título que los griegos le daban a Esculapio, el dios de la sanidad. Y era uno de los títulos que el emperador romano Nerón se había asignado. Así es que, en esta frase inicial, Pablo está tomando el título que estaba a menudo en los labios de un mundo buscador e ilusionado, y dándoselo a la única Persona a la Que pertenecía por derecho propio.

No debemos olvidar nunca que Pablo llamó a Dios Salvador. Es posible tener una idea equivocada de la Reconciliación. Algunas veces se habla de ella de una manera que indica que algo que Jesús hizo apaciguó la ira de Dios. La idea que dan es que Dios estaba decidido a destruirnos, y que de alguna manera Jesús consiguió transformar Su ira en amor. En ningún lugar del Nuevo Testamento se encuentra la más mínima insinuación de tal cosa. Fue porque de tal manera amó Dios al mundo por lo que envió a Jesús al mundo (Juan 3:16). Dios es Salvador. No debemos pensar nunca, ni predicar, ni enseñar, que Dios tuviera que ser apaciguado y persuadido a amarnos, porque todo empieza por Su amor.

LA ESPERANZA DEL MUNDO

1 Timoteo 1:1s (continuación)

Pablo usa un título que ha llegado a ser uno de los grandes títulos de Jesús —«Jesucristo, nuestra esperanza.» Mucho tiempo antes, el salmista se había preguntado: «¿Por qué te abates, alma mía?» Y se había respondido: «¡Espera en Dios!» (Salmo 43:5). Pablo mismo habla de «Cristo en vosotros, la esperanza de gloria» (Colosenses 1:27). Juan habla de la perspectiva deslumbradora que aguarda al cristiano, la de ser como Cristo; y pasa a decir: «Todo el que tiene esta esperanza en

Él se purifica a sí mismo así como Él es puro» (1 Juan 3:2s).

En la Iglesia Primitiva este había de llegar a ser uno de los títulos más preciosos de Cristo. Ignacio de Antioquía, cuando iba de camino a su propia ejecución en Roma, escribe a la iglesia de Éfeso: «Tened buen ánimo en Dios el Padre y en Jesucristo nuestra común esperanza» (Ignacio de Antioquía: A los Efesios 21:2). Y Policarpo escribe: «Perseveremos por tanto en nuestra esperanza y en las arras de nuestra justicia que es Jesucristo» (Epístola de Policarpo 8).

(i) Los hombres encontraron en Cristo la esperanza de la victoria moral y de la conquista del yo. El mundo antiguo conocía su pecado. Epicteto había hablado anhelantemente de «nuestra debilidad en las cosas necesarias.» Séneca había dicho que «odiamos nuestros vicios y los amamos al mismo tiempo.» Y dijo también: «No nos hemos mantenido valerosamente firmes en nuestras resoluciones; a pesar de nuestra voluntad y resistencia hemos perdido nuestra inocencia. Y no es sólo que hayamos fallado en el pasado, sino que seguiremos igual hasta el final.» El poeta latino Persio escribía impactantemente: «Que los culpables vean la virtud, y lamenten haberla perdido para siempre.» También habla del «inmundo Natta, embrutecido por el vicio.» El mundo antiguo reconocía su indefensión demasiado bien; y Cristo vino, no solamente para decirle a la humanidad lo que es correcto, sino para darle el poder para vivirlo. Cristo dio a las personas que la habían perdido la esperanza de la victoria en vez de la derrota moral.

(ii) Las personas encontraron en Cristo la esperanza de la victoria sobre las circunstancias. El Cristianismo vino a un mundo en una edad de la más terrible inseguridad personal. Cuando el historiador latino Tácito llegó en su historia a la edad en que la Iglesia Cristiana empezó a existir escribió: «Me adentro en la historia de un período rico en desastres, entenebrecido por guerras, rasgado por sediciones; más aún, salvaje hasta en sus momentos de paz. Cuatro emperadores perecieron por la espada; hubo tres guerras civiles; hubo más guerras con los extranjeros, y algunas eran las dos cosas a un tiempo... Roma, desolada por incendios; sus viejos templos, quemados; el mismo Capitolio, ardiendo en llamas provocadas por manos romanas; profanación de los ritos sagrados; el adulterio, en los lugares más encumbrados; el mar, abarrotado de exiliados; las islas rocosas, inundadas de crímenes; y aun más salvaje era el frenesí en Roma: la nobleza, la riqueza, el rechazo de los cargos, su aceptación... todo era un puro crimen, y la virtud era el camino más seguro a la ruina. Las recompensas de los informadores no eran menos odiosas que sus obras. Uno encontraba su botín en el sacerdocio o en el consulado; otro, en un gobierno de provincia; otro, detrás del trono. Todo era un delirio de odio y terror; se sobornaba a los esclavos para que traicionaran a sus amos; a los libertos para que traicionaran a sus patronos; y el que no tenía enemigo, era traicionado por su amigo» (Tácito: Historias 1,2). Como decía Gilbert Murray, toda la edad sufría de «falta de nervio.» La gente anhelaba alguna muralla de defensa contra «el caos mundial que se les echaba encima.» Fue Cristo Quien en tales tiempos dio a las personas la fuerza para vivir, y el coraje, si era necesario, para morir. En la certidumbre de que nada en la tierra podía separarlos del amor que Dios les había mostrado en Jesucristo, los cristianos encontraron la victoria sobre los terrores de la edad.

(iii) Los hombres encontraron en Cristo la esperanza de la victoria sobre la muerte. Encontraron en Él al mismo tiempo la fuerza para las cosas mortales y la esperanza inmortal. (Cuando murió la madre de este vuestro traductor, mi padre, don Carlos Araujo García, de bendita memoria, escogió las tres palabras de este texto para la lápida que sería también la suya: «Jesucristo, nuestra esperanza»). Ese fue —y sigue siendo— el grito de combate de la Iglesia.

TIMOTEO, HIJO MÍO

1 Timoteo 1:1s (continuación)

Era a Timoteo a quien se dirigía esta carta, y Pablo no podía nunca hablar de él sin poner afecto en su voz.

Timoteo era natural de Listra, en la provincia de Galacia. Era una colonia romana; se daba el nombre de «La muy esplendente Colonia de Listra,» aunque en realidad era una población pequeña al final de la tierra civilizada. Su importancia radicaba en que había allí una guarnición romana acuartelada para mantener el control de las tribus salvajes de las montañas de Isauria que se encontraban más allá. Fue en su primer viaje misionero cuando Pablo y Bernabé llegaron allí (Hechos 14:8-21). Entonces no se menciona a Timoteo en el relato; pero se ha sugerido que, cuando Pablo estuvo en Listra, tal vez se alojó en la casa de Timoteo, en vista del hecho de que conocía bien la fe y la consagración de la madre de Timoteo, Eunice, y de su abuela Loida (2 Timoteo 1:5).

En aquella primera visita Timoteo sería muy joven, pero la fe cristiana arraigó en él, y Pablo se convirtió en su héroe. Fue en la visita de Pablo a Listra en su segundo viaje misionero cuando empezó la vida para Timoteo (Hechos 16:1-3). Aunque era joven, había llegado a ser una de las promesas de la iglesia cristiana de Listra. Había tal encanto y entusiasmo en el muchacho que todos los miembros de la congregación hablaban bien de él. A Pablo le pareció que era el hombre ideal para ser su ayudante. Puede ser que ya entonces tuviera el sueño de que ese muchacho fuera la persona idónea a la que podía entrenar para que le sucediera cuando su tiempo llegara a su fin.

Timoteo era hijo de un matrimonio mixto. Su madre era judía y su padre griego (Hechos 16:1). Pablo le circuncidó, no porque fuera un esclavo de la Ley, ni porque viera en la circuncisión ninguna virtud especial; pero sabía muy bien que si Timoteo había de trabajar entre los judíos, habría un prejuicio inicial contra él si no estaba circuncidado; así que dio este paso como medida práctica para aumentar su utilidad como evangelista.

Desde entonces en adelante Timoteo fue el compañero constante de Pablo. Le dejó en Berea con Silas cuando él, Pablo, escapó a Atenas, y más tarde se reunió con él allí (Hechos 17:14s. y 18:5). Fue enviado como mensajero de Pablo a Macedonia (Hechos 19:22). Estaba allí cuando se hizo la colecta de las iglesias para la de Jerusalén (Hechos 20:4). Estaba con Pablo en Corinto cuando Pablo escribió su carta a Roma (Romanos 16:21). Fue a Corinto cuando hubo problemas en aquella iglesia conflictiva (1 Corintios 4:17; 16:10). Estaba con Pablo cuando Pablo escribió 2 Corintios (1:1,19). Fue a Timoteo a quien Pablo envió a ver cómo iban las cosas en Tesalónica, y estaba con Pablo cuando escribió su primera carta a esa iglesia (1 Tesalonicenses 1:1; 3:2,6). Estaba con Pablo cuando este estaba preso y escribió a Filipos, adonde Pablo tenía intención de enviarle como su representante (Filipenses 1:1; 2:19). Estaba con Pablo cuando escribió a la iglesia de Colosas y a Filemón (Colosenses 1:1; Filemón 1:1). Timoteo estaba casi constantemente al lado de Pablo, y cuando Pablo tenía una tarea difícil se la encomendaba a él.

Una y otra vez vibra con afecto la voz de Pablo cuando habla de Timoteo. Cuando le envía a aquella tristemente dividida iglesia de Corinto, escribe: «Os he enviado a Timoteo, que es mi hijo amado y fiel en el Señor» (1 Corintios 4:17). Cuando tiene intención de mandarle a Filipos, escribe: «Porque no tengo a ningún otro... que como hijo a padre me haya servido en el Evangelio» (Filipenses 2:20,22). Aquí le llama «su auténtico hijo.» La palabra que usa para auténtico es gnêsios, que tiene dos sentidos: el normal de legítimo como opuesto a ilegítimo, y el de genuino como opuesto a falso.

Timoteo era el hombre en quien Pablo podía confiar y al que podía mandar adonde fuera. ¡Feliz el líder que tiene un lugarteniente semejante! Timoteo es nuestro ejemplo de cómo se debe servir. Cristo y Su Iglesia necesitan siervos así.

GRACIA, MISERICORDIA Y PAZ

1 Timoteo 1:1s (conclusión)

Pablo empezaba siempre sus cartas con una bendición (Romanos 1:7; 1 Corintios 1:3; 2 Corintios 1:2; Gálatas 1:3; Efesios 1:2; Filipenses 1:2; Colosenses 1:2; I Tesalonicenses 1:1; 2 Tesalonicenses 1:2; Filemón 3). En todas sus otras cartas solo aparecen las palabras Gracia y Paz. Es solo en las cartas a Timoteo y Tito donde se nombra también Misericordia (2 Timoteo 1:2; Tito 1:4) Veamos estas tres grandes palabras.

(i) En Gracia hay siempre tres ideas dominantes.

(a) En griego clásico, la palabra jaris quiere decir gracia exterior o favor, belleza, atractivo, encanto. Corrientemente, aunque no siempre, se aplica a personas. (Los hispanohablantes tenemos la gran suerte de que nuestra palabra gracia tenga todos estos significados, y sea por tanto una traducción fiel de jaris). Gracia es característicamente algo atractivo y encantador.

(b) En el Nuevo Testamento siempre conlleva la idea de una generosidad a ultranza. Gracia es algo que no se gana ni se merece. Es lo contrario de una deuda. Pablo dice que al que se lo ha ganado no se le da su salario por gracia, sino porque se le debe (Romanos 4:4). Se opone también a obras. Pablo dice que la elección de Dios a Su pueblo no fue debida a obras que ellos hubieran hecho, sino a la gracia de Dios (Romanos 11:6).