Comentario al Nuevo Testamento- Barclay Vol. 8 - William Barclay - E-Book

Comentario al Nuevo Testamento- Barclay Vol. 8 E-Book

William Barclay

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Beschreibung

William Barclay fue pastor de la Iglesia de Escocia y profesor de N.T. en la Universidad de Glasgow. Es conocido y apreciado internacionalmente como maestro en el arte de la exposición bíblica. Entre sus más de sesenta obras la que ha alcanzado mayor difusión y reconocimiento en muchos países y lenguas es, sin duda, el Comentario al Nuevo Testamento, que presentamos en esta nueva edición española actualizada. Los 17 volúmenes que componen este comentario han sido libro de texto obligado para los estudiantes de la mayoría de seminarios en numerosos países durante años.

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WILLIAM BARCLAY

COMENTARIO AL NUEVO TESTAMENTO

–Tomo 8–

Carta a los Romanos

Editorial CLIE

Ferrocarril, 8

08232 VILADECAVALLS (Barcelona)

COMENTARIO AL NUEVO TESTAMENTO

Volumen 8 -Romanos

Traductor de la Obra completa: Alberto Araujo

© por C. William Barclay. Publicado originalmente en 1970 y actualizado en 1991 por The Saint Andrew Press, 121 George Street, Edimburgh, EH2 4YN, Escocia.

© 1995 por CLIE para la versión española.

Depósito Legal:

ISBN 978-84-8267-636-4 Obra completa

Clasifíquese: 0231 COMENTARIOS COMPLETOS N.T. -Romanos

C.T.C. 01-02-0231-05

Referencia: 22.38.54

Portada

Portada interior

Créditos

Presentación

Introducción general a las cartas de Pablo

Introducción a la Carta a los Romanos

Vocación, Evangelio y misión (1:1-7)

La cortesía de la grandeza auténtica (1:8-15)

La Buena Noticia de la que se está orgulloso (1:16, 17)

La ira de Dios (1:18-23)

Hombres con los que Dios no puede hacer nada (1:24, 25)

La era de la vergüenza (1:26, 27)

La vida que ha prescindido totalmente de Dios (1:28-32)

La responsabilidad del privilegio (2:1-11)

La ley que no está escrita (2:12-16)

El judío verdadero (2:17-29)

La fidelidad de Dios y la infidelidad humana (3:1-8)

Un mundo sin Cristo (3:9-18)

La única manera de quedar en paz con Dios (3:19-26)

El final del camino de los logros humanos (3:27-31)

Creer en la Palabra de Dios (4:1-8)

El padre de los fieles (4:9-12)

Todo por gracia (4:13-17)

La fe en un Dios que hace posible lo imposible (4:18-25)

Confiando en Dios (5:1-5)

La prueba definitiva del amor (5:6-11)

La ruina y el rescate (5:12-21)

Morir para vivir (6:1-11)

La práctica de la fe (6:12-14)

La posesión exclusiva (6:15-23)

La nueva lealtad (7:1-6)

La absoluta pecaminosidad del pecado (7:7-13)

La situación humana (7:14-25)

La liberación de la naturaleza humana (8:1-4)

Los dos principios de la vida (8:5-11)

La entrada en la familia de Dios (8:12-17)

La gloriosa esperanza (8:18-25)

Todo es de Dios (8:26-30)

El amor del que nada nos puede separar (8:31-39)

El problema de los judíos

El trágico fracaso (9:1-6)

La elección de Dios (9:7-13)

La voluntad soberana de Dios (9:14-18)

El alfarero y la arcilla (9:19-29)

La equivocación de los judíos (9:30-33)

Un celo mal orientado (10:1-13)

El final de las excusas (10:14-21)

Con callos en el corazón (11:1-12)

El acebuche —privilegio y advertencia (11:13-24)

Para que todo sea por gracia (11:25-32)

Un grito de un corazón adorador (11:33-36)

El culto verdadero y el cambio esencial (12:1, 2)

Uno para todos y todos para uno (12:3-8)

Diez reglas para la vida cotidiana (12:9-13)

El cristiano y sus semejantes (12:14-21)

El cristiano y el estado (13:1-7)

Las deudas que hay que pagar y la que nunca se puede pagar (13:8-10)

La advertencia del tiempo (13:11-14)

Respetar los escrúpulos (14:1)

Tolerancia para otros puntos de vista (14:2-4)

Diferentes caminos con el mismo destino (14:5s)

La imposibilidad del aislamiento (14:7-9)

Personas a juicio (14:10-12)

El hombre y la conciencia de su prójimo (14:13-16)

El peligro de la libertad cristiana (14:17-20)

Respeto hacia el hermano más débil (14:21-23)

La comunión fraternal (15:1-6)

La iglesia inclusiva (15:7-13)

La iglesia inclusiva (15:7-13)

Proyectos presentes y futuros (15:22-29)

Con los ojos abiertos ante el peligro (15:30-33)

Una carta de presentación (16:1, 2)

Una iglesia que era una familia (16:3, 4)

Un elogio para cada hombre (16:5-11)

Sagas que se recuperan (16:12-16)

La última apelación del amor (16:17-20)

Saludos (16:21-23)

La alabanza final (16:25-27)

Índice de nombres e ideas que aparecen en el texto

Palabras hebreas, griegas y latinas

Bibliografía

PRESENTACIÓN

Los que hayáis empezado a usar el COMENTARIO AL NUEVO TESTAMENTO de William Barclay por los tomos de Lucas o de Hechos —que es lo más recomendable, y por eso los hemos publicado antes, siguiendo su consejo— notaréis en Romanos un cambio notable que ya esperaríais. Reconoceréis que es el mismo Barclay, pero el libro que comenta es único en su género. De todas maneras estamos seguros de que os ayudará, enseñará, edificará y entusiasmará por lo menos tanto como los otros.

Cuando leáis el segundo párrafo de la página 19 comprenderéis por qué yo, que cuando Barclay publicó este tomo en 1955 era uno de sus alumnos, no podía vivir tranquilo hasta compartir con vosotros, estudiantes de la Biblia que usáis mi lengua, este comentario sencillo, sugestivo, simpático y edificante.

Lo de sencillo ya se supone que, en el caso de Romanos, es en la medida de lo posible. Pero esa medida en el caso de William Barclay, es «apretada, remecida y rebosando», porque nuestro autor se crece ante las dificultades. Ya se supone que, en una carta tan importante, escrita hace más de diecinueve siglos por un judío de Tarso de Cilicia y ciudadano romano a algunos habitantes de Roma, se incluyan alusiones y referencias a las condiciones de vida de aquel entonces y a los forjadores y principales exponentes de aquella cultura. Para entender esta carta tendríamos que espigar muchos datos en los escritos de aquel tiempo. Eso es lo que ha hecho para nosotros William Barclay, especialista y forofo de la historia y las lenguas clásicas, cicerone ideal para guiarnos en la visita al Foro romano, con sus tribunales en los que se tramitan adopciones entre bebés abandonados de los que sólo sobrevivirán, si a eso se puede llamar sobrevivir, los que recojan para las especulaciones de aquel tiempo, que no eran tan diferentes de las actuales en algunos sitios. Nos presentará a emperadores crueles, viciosos, ansiosos de notoriedad y de poder, y a otros que figuran entre los grandes santos estoicos de entonces y de todos los tiempos; y a personas de todas las escalas sociales hasta llegar a los esclavos, porque no se puede llegar más abajo. Pero, sobre todo, nos mostrará cómo ha ido penetrando el Evangelio en toda la gama de la sociedad romana, desde los esclavos hasta las clases más altas, probablemente en este orden, produciendo grandes santos y mártires de Cristo.

Es natural que en un comentario como éste haya que explicar palabras que ya entonces estaban encintas de una gran carta histórica y psicológica. Si nos inspira excesivo respeto el descubrir que Barclay estudia una por una las 20 palabras griegas de la «larga lista de cosas terribles» de los versículos 28 a 32 del capítulo primero, se nos pasará el susto en seguida cuando comprobemos que las expone en una galería de escenas costumbristas y de retratos entre los que no faltan graciosas caricaturas.

Y no digamos cuando se enfrenta con las listas de nombres. Nos confiesa en algún sitio que hubo un tiempo en que pensaba que no perderían gran cosa las Sagradas Escrituras si se omitieran las genealogías y cosas por el estilo; pero nos hace felices comprobar que superó aquella actitud, y que desarrolló una de sus habilidades superlativas como expositor par excellence: la de seguir el hilo de esos nombres que no nos dicen nada a la mayoría por los laberintos de la Biblia, las historias romanas, los papiros egipcios, las inscripciones y hasta las catacumbas, para reconstruirnos verdaderas sagas que, si no siempre podemos decir que «escrito lo tenemos, es verdadera historia», merecerían serlo. Si en algún momento se os hace pesada la lectura continuada, os aconsejo que paséis al último capítulo, el de los saludos finales. Sólo os advertiré, por propia experiencia, que tengáis pañuelos abundantes a mano. ¡Que os aproveche mucho!

Alberto Araujo

INTRODUCCIÓN GENERAL A LAS CARTAS DE PABLO

LAS CARTAS DE PABLO

Las cartas de Pablo son el conjunto de documentos más interesante del Nuevo Testamento; y eso, porque una carta es la forma más personal de todas las que se usan en literatura. Demetrio, uno de los antiguos críticos literarios griegos, escribió una vez: «Cada uno revela su propia alma en sus cartas. En cualquier otro género se puede discernir el carácter del escritor, pero en ninguno tan claramente como en el epistolar» (Demetrio, Sobre el Estilo, 227). Es precisamente porque disponemos de tantas cartas suyas por lo que nos parece que conocemos tan bien a Pablo. En ellas abría su mente y su corazón a los que tanto amaba; en ellas, aún ahora podemos percibir su gran inteligencia enfrentándose con los problemas de la Iglesia Primitiva, y sentimos su gran corazón latiendo de amor por los hombres, aun por los descarriados y equivocados.

EL ENIGMA DE LAS CARTAS

Por otra parte, muchas veces no hay nada más difícil de entender que una carta. Demetrio (Sobre el Estilo, 223) cita a Artemón, el editor de las cartas de Aristóteles, que decía que una carta es en realidad una de las dos partes de un diálogo, y como tal debería escribirse. En otras palabras: leer una carta es como escuchar un lado de una conversación telefónica. Por eso a veces nos es difícil entender las cartas de Pablo: porque no tenemos las otras a las que está contestando, y no conocemos la situación a la que se refiere nada más que por lo que podemos deducir de su respuesta. Antes de intentar entender cualquiera de las cartas que escribió Pablo debemos hacer lo posible para reconstruir la situación que la originó.

LAS CARTAS ANTIGUAS

Es una lástima que las cartas de Pablo se llamen epístolas. Son, en el sentido más corriente, cartas. Una de las cosas que más luz han aportado a la interpretación del Nuevo Testamento ha sido el descubrimiento y la publicación de los papiros. En el mundo antiguo, el papiro era el antepasado del papel en el que se escribían casi todos los documentos. Se hacía con tiras de la corteza de una planta que crecía en las orillas del Nilo. Las tiras se colocaban unas encima de otras y se abatanaban, de lo que resultaba algo parecido al papel de estraza. Las arenas del desierto de Egipto eran ideales para la conservación de los papiros, que eran de larga duración siempre que no estuvieran expuestos a la humedad. Los arqueólogos han rescatado centenares de documentos —contratos de matrimonio, acuerdos legales, fórmulas de la administración— y, lo que es más interesante, cartas personales. Cuando las leemos nos damos cuenta de que siguen una estructura determinada, que también se reproduce en las cartas de Pablo. Veamos una de esas cartas antiguas, que resulta ser de un soldado que se llamaba Apión a su padre Epímaco, diciéndole que ha llegado bien a Miseno a pesar de la tormenta.

«Apión manda saludos muy cordiales a su padre y señor Epímaco. Pido sobre todo que usted se encuentre sano y bien; y que todo le vaya bien a usted, a mi hermana y su hija y a mi hermano. Doy gracias a mi Señor Serapis por conservarme la vida cuando estaba en peligro en el mar. En cuanto llegué a Miseno recibí del César el dinero del viaje, tres piezas de oro; y todo me va bien. Le pido, querido Padre, que me mande unas líneas, lo primero para saber cómo está, y también acerca de mis hermanos, y en tercer lugar para que bese su mano por haberme educado bien, y gracias a eso espero un ascenso pronto, si Dios quiere. Dé a Capitón mis saludos cordiales, y a mis hermanos, y a Serenilla y a mis amigos. Le mandé un retrato que me pintó Euctemón. En el ejército me llamo Antonio Máximo. Hago votos por su buena salud. Recuerdos de Sereno, el de Agato Daimón, y de Turbo, el hijo de Galonio»

(G. Milligan, Selections from the Greek Papyri, 36).

¡No podría figurarse Apión que estaríamos leyendo la carta que le escribió a su padre 1.800 años después! Nos muestra lo poco que ha cambiado la naturaleza humana. El mozo está esperando un ascenso. Era devoto del dios Serapis. Serenilla sería la chica con la que salía. Y le ha mandado a los suyos el equivalente de entonces de una foto.

Notamos que la carta tiene varias partes: (i) Un saludo. (ii) Una oración por la salud del destinatario. (iii) Una acción de gracias a un dios. (iv) El tema de la carta. (v) Finalmente, saludos para unos y recuerdos de otros. En casi todas las cartas de Pablo encontramos estas secciones, como vamos a ver:

(i) El saludo: Romanos 1:1; 1 Corintios 1:1; 2 Corintios 1:1; Gálatas 1:1; Efesios 1:1; Filipenses 1:1; Colosenses 1:1s; 1 Tesalonicenses 1:1; 2 Tesalonicenses 1:1.

(ii) La oración: en todas sus cartas Pablo pide la gracia de Dios para las personas a las que escribe: Romanos 1:7; 1 Corintios 1:3; 2 Corintios 1:2; Gálatas 1:3; Efesios 1:2; Filipenses 1:3; Colosenses 1:2; 1 Tesalonicenses 1:1; 2 Tesalonicenses 1:2.

(iii) La acción de gracias: Romanos 1:8; 1 Corintios 1:4; 2 Corintios 1:3; Efesios 1:3; Filipenses 1:3; 1 Tesalonicenses 1:3; 2 Tesalonicenses 1:3.

(iv) El tema de la carta: de lo que trata cada una.

(v) Saludos especiales y recuerdos personales: Romanos 16; 1 Corintios 16:19; 2 Corintios 13:13; Filipenses 4:21s; Colosenses 4:12-15; 1 Tesalonicenses 5:26.

Las cartas de Pablo siguen el modelo de todo el mundo. Deissmann dice de ellas: «Son diferentes de las otras que encontramos en las humildes hojas de papiro de Egipto, no en cuanto cartas, sino en cuanto cartas de Pablo.» No son ejercicios académicos ni tratados teológicos, sino documentos humanos escritos por un amigo a sus amigos.

LA SITUACIÓN INMEDIATA

Con unas pocas excepciones, Pablo escribió todas sus cartas para salir al paso de una situación inmediata, y no como tratados elaborados en la paz y el silencio de su despacho. Si se había producido una situación peligrosa en Corinto, Galacia, Filipos o Tesalónica, Pablo escribía una carta para solucionarla. No estaba pensando en nosotros, sino solamente en aquellos a los que escribía. Deissmann dice: «Pablo no estaba pensando en añadir unas pocas composiciones nuevas a las ya existentes epístolas judías; y menos en enriquecer la literatura sagrada de su nación… No tenía ningún presentimiento del lugar que sus palabras llegarían a ocupar en la historia universal; ni siquiera de que se conservarían en la generación siguiente, y mucho menos de que llegaría el día en que se consideraran Sagrada Escritura.» Debemos recordar siempre que una cosa no tiene que ser pasajera porque se escribió para salir al paso de una situación inmediata. Todas las grandes canciones de amor del mundo se escribieron para una persona determinada, pero siguen viviendo para toda la humanidad. Precisamente porque Pablo escribió sus cartas para salir al paso de un peligro amenazador o de una necesidad perentoria es por lo que todavía laten de vida. Y es precisamente porque las necesidades y las situaciones humanas no cambian por lo que Dios nos habla por medio de ellas hoy.

LA PALABRA HABLADA

De una cosa debemos darnos cuenta en estas cartas. Pablo hacía lo que la mayoría de la gente de su tiempo: no escribía él mismo las cartas, sino se las dictaba a un amanuense, y añadía al final su firma, a veces con algunas palabras más. (Conocemos el nombre de uno de los que escribieron para Pablo: en Romanos 16:22, Tercio, el amanuense, introduce su propio saludo antes del final de la carta). En 1 Corintios 16:21 Pablo dice: «Esta es mi firma, mi autógrafo, para que estéis seguros de que esta carta os la mando yo.» (Ver también Colosenses 4:18; 2 Tesalonicenses 3:17).

Esto explica un montón de cosas. Algunas veces es difícil entender a Pablo porque sus frases no terminan nunca, la gramática se quiebra y se enreda la construcción. No debemos figurárnosle sentado tranquilamente a su mesa de despacho, puliendo cuidadosamente cada frase; sino más bien recorriendo de un lado a otro la habitación, soltando un torrente de palabras, mientras su amanuense se daba toda la prisa que podía para no perder ni una. Cuando Pablo componía sus cartas, tenía presentes en su imaginación a las personas a las que iban destinadas, y se le salía del pecho el corazón hacia ellas en palabras que se atropellaban en su ansia de comunicar y ayudar.

INTRODUCCIÓN A LA CARTA A LOS ROMANOS

LA EPÍSTOLA QUE ES DIFERENTE

Hay una diferencia indiscutible entre la Carta a los Romanos de Pablo y otra cualquiera de sus cartas. El que haya leído antes, digamos, las Cartas a los Corintios, notará la diferencia inmediatamente, tanto de ambiente como de método. Una parte considerable de ella es debida a un hecho básico: cuando Pablo escribió Romanos se estaba dirigiendo a una iglesia en cuya fundación no había tenido arte ni parte y con la que no había tenido contacto personal. Esto explica por qué en Romanos hay tan pocas de las alusiones a los problemas prácticos que abundan en las otras cartas. Por eso Romanos, a primera vista, parece mucho más impersonal. Como dijo Dibelius, «es la menos condicionada por la situación momentánea de todas las cartas de Pablo.» Para decirlo de otra manera: Romanos es la que más se parece a un tratado teológico. En casi todas las otras cartas Pablo está saliendo al paso de algún problema inmediato, de alguna situación apremiante, de algún error extendido, de algún peligro amenazador, que se cernían sobre la iglesia a la que estaba escribiendo. Romanos es la que se acerca más a una exposición sistemática de la posición teológica del mismo Pablo independientemente de cualquier conjunto de circunstancias inmediatas.

TESTAMENTARIA Y PROFILÁCTICA

Por eso dos grandes investigadores le han aplicado a Romanos dos adjetivos muy iluminadores: (a) Sanday la llamó «testamentaria». Es como si Pablo hubiera escrito en Romanos su última voluntad y testamento; como si hubiera destilado en esa carta la quintaesencia de lo que creía y predicaba. Roma era la ciudad más grande del mundo, la capital del Imperio más grande que se había conocido. Es posible que Pablo no hubiera estado nunca allí, ni supiera si iría alguna vez. Pero, al escribir a la iglesia de tal ciudad, era comprensible que expusiera la esencia y el corazón de su fe. (b) Burton llamó a Romanos «profiláctica» —es decir, algo que protege de una infección. Pablo había visto muy a menudo el daño y los problemas que podían causar las ideas erróneas, las nociones tergiversadas, las concepciones equivocadas de la fe y la doctrina cristiana. Por tanto quería enviarle a la iglesia de la ciudad que era el centro del mundo una carta que edificara su fe de tal manera que, si le llegaban infecciones, tuvieran en la verdadera palabra de la doctrina cristiana una defensa poderosa y efectiva. Se daba cuenta de que la mejor protección contra la infección de la falsa doctrina era y es el antiséptico de la verdad.

CIRCUNSTANCIAS EN QUE PABLO ESCRIBE A LA IGLESIA DE ROMA

Pablo siempre había estado muy interesado en Roma. Uno de sus sueños era predicar allí. Cuando se encuentra en Éfeso, está programando pasar otra vez por Acaya y Macedonia, y se le escapa de lo hondo del corazón la frase: «Después de estar allí también tengo que ver Roma» (Hechos 19:21). Cuando todo le iba mal en Jerusalén y la situación parecía erizada de peligros y el fin próximo, tuvo una de aquellas visiones que siempre le animaban el corazón. Vio al Señor a su lado, que le decía: «¡Valor, Pablo! Como has dado testimonio de Mí en Jerusalén, es necesario que también lo des en Roma» (Hechos 23:11). El primer capítulo de esta carta respira el deseo de Pablo de ver Roma: «Estoy deseando veros para impartiros algún don espiritual que os fortalezca» (Romanos 1:11). «Tengo muchas ganas de predicaros el Evangelio también a los que estáis en Roma» (Romanos 1:15). Bien podemos decir que Pablo llevaba el nombre de Roma escrito en el corazón.

Cuando escribió la Carta a los Romanos, en el año 58 d.C., Pablo se encontraba en Corinto. Estaba a punto de culminar un proyecto que le era muy querido: la Iglesia de Jerusalén era la madre de todas las demás, pero era pobre, y Pablo había organizado una colecta entre las iglesias más jóvenes para ayudarla (1 Corintios 16:1ss; 2 Corintios 9:1ss). Esa colecta tenía un doble sentido: (a) Era una oportunidad para que los convertidos más recientes manifestaran su amor cristiano. (b) Era una manera práctica de enseñar a todos los cristianos la unidad de la Iglesia Cristiana; y que no eran simplemente miembros de congregaciones aisladas o independientes, sino de la Iglesia universal, en la que cada parte tiene una responsabilidad con las demás. Cuando Pablo escribe Romanos, está a punto de ponerse en camino con esa colecta para la Iglesia de Jerusalén: «En este momento, sin embargo, voy a Jerusalén con la ayuda para los santos» (Romanos 15:25).

PROPÓSITO DE PABLO AL ESCRIBIR ESTA CARTA

¿Por qué escribe precisamente entonces?

(a) Pablo sabía que el viaje a Jerusalén no estaba exento de peligros. Sabía que tenía enemigos allí, y que ir a Jerusalén era arriesgar su libertad y su vida. Deseaba las oraciones de la Iglesia de Roma antes de emprender la expedición: «Así es que apelo a vosotros, hermanos, por nuestro Señor Jesucristo y por el amor del Espíritu, que contendáis juntamente conmigo pidiéndole por mí a Dios para que me libre de los de Judea que no creen en Jesucristo» (Romanos 15:30s). Pablo estaba movilizando las oraciones de la Iglesia antes de embarcarse en esa peligrosa empresa.

(b) Pablo tenía grandes proyectos bulléndole en el corazón. Se ha dicho de él que «le alucinaban las regiones más allá.» Nunca veía una nave anclada sin desear embarcarse para llevar la Buena Nueva a los del otro lado del mar. Nunca veía una cordillera, azul en la distancia, sin que le dieran ganas de pasar al otro lado para llevarles la historia de la Cruz a los que no la habían oído. Esta vez Pablo estaba obsesionado con la idea de España: «Espero veros cuando vaya de camino a España» (Romanos 15:24). «Cuando haya concluido esto —es decir, cuando haya entregado la colecta de las iglesias a la de Jerusalén— pasaré por vosotros rumbo a España» (Romanos 15:28).

¿Por qué este anhelo de ir a España? Roma había abierto nuestra tierra. Algunas de las calzadas romanas y de las grandes construcciones todavía se pueden ver en nuestro país. Y era el caso que, precisamente entonces, había un destello de grandeza en España. Muchas de las grandes figuras que estaban escribiendo sus nombres en la historia y en la literatura de Roma eran españoles. Estaba Marcial, el maestro del epigrama. Estaba Lucano, el poeta épico. Estaban Columela y Pomponio Mela, grandes figuras de la literatura latina. Estaba Quintiliano, el maestro de la oratoria. Y, sobre todo, estaba Séneca, el más grande de los filósofos estoicos latinos, tutor del emperador Nerón y primer ministro del Imperio Romano. Era natural que se le fuera el pensamiento a Pablo hacia esta tierra que estaba produciendo tal galaxia refulgente de ingenios. ¿Qué pasaría si hombres de esa talla llegaran a ser ganados para Cristo?

No hay datos históricos que nos confirmen a ciencia cierta que Pablo llegó a España. Fue arrestado en aquella visita a Jerusalén, y después de dos años en la cárcel en Cesarea fue remitido a Roma para comparecer ante el Emperador, a lo que se había visto obligado a apelar como ciudadano romano. El Libro de los Hechos nos le deja en Roma, viviendo por su cuenta pero como prisionero en espera de juicio; y, a partir de entonces, todo son conjeturas. Pero, al escribir Romanos, España era su sueño.

Pablo era un gran estratega. Tenía vista para planificar un territorio como un gran general. Se daba cuenta de que, para entonces, ya podía dejar atrás Asia Menor, pasando también Grecia de momento. Veía todo el Oeste extenderse ante él, territorio virgen para ganar para Cristo. Pero para iniciar la campaña del Oeste necesitaba una base de operaciones. Sólo había una que valía la pena considerar, y era la misma Roma.

Fue por eso por lo que escribió esta carta a Roma. Tenía este gran sueño en el corazón y este gran proyecto en la mente. Necesitaba a Roma como base para su nueva campaña. Se daba cuenta de que la Iglesia de Roma le conocería por referencias. Pero también se daba cuenta, porque era realista, de que las referencias que hubieran llegado a Roma serían confusas. Sus opositores eran capaces de difundir calumnias y acusaciones falsas contra él. Así es que escribió esta carta para exponerle a la Iglesia de Roma la quintaesencia de su fe a fin de, cuando llegara el momento de la acción, poder encontrar en Roma una iglesia que estuviera en simpatía con él, desde la que pudieran salir las líneas de comunicación al Oeste y a España. Con tal proyecto e intención Pablo se puso a escribir en Corinto, el año 58 d.C., esta carta a la Iglesia de Roma.

DESARROLLO DE LA CARTA

La Carta a los Romanos es al mismo tiempo muy complicada y muy cuidadosamente estructurada. Por tanto nos ayudará a adentrarnos en ella el tener una idea de su trazado y disposición. Se divide naturalmente en cuatro partes:

(i) Capítulos 1-8, que tratan del problema de la justificación.

(ii) Capítulos 9-11, que tratan del problema de los judíos, el Pueblo Escogido.

(iii) Capítulos 12-15, que tratan de cuestiones prácticas de la vida y la conducta.

(iv) Capítulo 16, que es una carta de presentación de Febe y una lista de saludos personales.

(i) Cuando Pablo usa la palabra justicia quiere decir estar en la debida relación con Dios, palabra especialmente paulina, como justificación y justificar, que aparecen en Romanos más que en ningún otro libro del Nuevo Testamento. Una persona justa es la que se mantiene en la debida relación con Dios, y cuya vida lo demuestra.

Pablo empieza con una panorámica del mundo gentil. No tenemos más que ver su decadencia y corrupción para saber que no ha resuelto el problema de la justicia. Pablo considera entonces a los judíos, que habían intentado resolver el problema de la justicia mediante una observancia meticulosa de la Ley. Pablo mismo había probado ese camino, que le había conducido solamente al fracaso y a la derrota, porque no hay nadie en la Tierra que pueda obedecer plenamente la Ley, y por tanto todos deben darse cuenta de que están en deuda con Dios y merecen su desaprobación.

Así es que Pablo encuentra el único camino a la justicia en la actitud de confianza absoluta y total rendición. La única manera de llegar a la debida relación con Dios es creer en su Palabra y arrojarse, tal como se es, a merced de su misericordia y su amor. Este es el camino de la fe. Es reconocer que lo único importante no es lo que nosotros podemos hacer por Dios, sino lo que Él ha hecho por nosotros. Para Pablo, el centro de la fe cristiana era que no podemos nunca llegar a ganar o a merecer el favor de Dios, ni es eso lo que Él espera de nosotros. Todo depende exclusivamente de su gracia, y nosotros también. Lo único que podemos hacer es aceptar con amor y gratitud y confianza lo que Dios ha hecho por nosotros.

Sin embargo, eso no nos libra de las obligaciones, ni nos permite vivir como nos dé la gana. Quiere decir que para siempre jamás debemos esforzarnos en ser dignos del amor que hace tanto por nosotros. Pero ya no estamos intentando cumplir las exigencias de una ley austera, inflexible y condenatoria; ya no somos criminales ante el Juez, sino hijos amantes que Le hemos dado toda nuestra vida por amor a Aquel que nos amó primero.

(ii) El problema de los judíos era verdaderamente angustioso. En un sentido muy real eran el Pueblo Escogido de Dios; y, sin embargo, cuando el Hijo de Dios vino al mundo, le rechazaron. ¿Qué explicación se puede dar a este hecho desgarrador?

La única que pudo encontrar Pablo fue que, a fin de cuentas, Dios lo había querido así. De alguna manera, los corazones de los judíos se habían endurecido; pero no fue un fracaso total, porque siempre había habido un remanente fiel. Ni tampoco acabó ahí la cosa; porque el hecho de que los judíos rechazaran a Cristo abrió la puerta de la Salvación a los gentiles, y esto provocaría la vuelta de los judíos, de manera que la Salvación alcanzaría a todos.

Pablo llega más lejos. El judío siempre había pretendido ser un miembro del Pueblo Escogido por el hecho de ser judío. Todo dependía de ser descendiente de Abraham. Pero Pablo insiste en que el verdadero judío no es simplemente el que desciende racialmente de Abraham, sino el que hace la misma decisión de total entrega a Dios que hizo Abraham por la fe impregnada de amor. Por tanto, deduce Pablo, hay muchos judíos de pura sangre que no lo son en el sentido más profundo del término; y hay muchos de otras naciones que son realmente judíos en el verdadero sentido de la palabra. El Nuevo Israel no depende de la raza, sino que está formado por los que tienen la misma fe que Abraham.

(iii) El capítulo 12 de Romanos es una exposición ética tan grande que merece colocarse siempre al lado del Sermón de la Montaña. En él establece Pablo el carácter ético de la fe cristiana. Los capítulos 14 y 15 tratan de un problema que sigue presentándose. Había en la iglesia un sector más estrecho, que creía que se debía abstener de ciertos alimentos y bebidas, y que consideraba ciertos días y ceremonias de especial importancia o santidad. Pablo los considera «hermanos débiles» en comparación con otros cuya fe no dependía de estas cosas, y que formarían el sector más liberal. Lo curioso del caso es que la descripción de los hermanos débiles parece corresponder a los que procedían del judaísmo, y Pablo considera a los otros como «más fuertes» en la fe, y no oculta que sus simpatías están con ellos. Pero lo importante es que establece el gran principio de que nadie debe hacer nada que hiera la conciencia de un hermano más débil o que le pueda escandalizar. Su punto de vista es que no debemos hacer nada nunca que le haga más difícil a otro el ser cristiano; y que debemos estar dispuestos a renunciar a algo que es bueno para nosotros por amor al hermano débil. La libertad cristiana no debe usarse nunca de forma que dañe la conciencia o la vida de otro.

(iv) La cuarta sección es la presentación de Febe, posiblemente la portadora de la carta, que está al servicio de la Iglesia de Cencreas y que se dirige a Roma, al parecer por asuntos o negocios personales. La carta termina con una lista de saludos y la bendición final.

DOS PROBLEMAS

El capítulo 16 siempre ha presentado problemas a los investigadores.

(i) Muchos han pensado que no debe de formar parte de la Carta a los Romanos, sino que probablemente antes pertenecía a una carta dirigida a otra iglesia, y se puso al final de ésta cuando se coleccionaron todas las cartas de Pablo. ¿Por qué piensan así? En principio y sobre todo porque en este capítulo Pablo manda saludos a veintiséis personas diferentes, veinticuatro de las cuales menciona por nombre, y parece conocer íntimamente a todas. Llega a decir, por ejemplo, que la madre de Rufo se ha portado con él como si fuera su madre. ¿Es probable que Pablo conociera íntimamente a veintiséis personas en una iglesia que no había visitado nunca? De hecho, saluda a muchas más personas en este capítulo que en ninguna otra de sus cartas. Aquí hay algo que requiere explicación.

Si este capítulo no fue dirigido a Roma, ¿adónde iba destinado? Aquí intervienen Prisca y Aquila en el argumento. Sabemos que se marcharon de Roma en el año 52 d.C., cuando Claudio expulsó de allí a los judíos (Hechos 18:2). Sabemos que fueron con Pablo a Éfeso (Hechos 18:18), y que estaban allí cuando Pablo escribió 1 Corintios, menos de dos años antes de que escribiera Romanos (1 Corintios 16:19). Y sabemos que todavía estaban en Éfeso cuando se escribieron las Cartas Pastorales (2 Timoteo 4:19). Parece normal que, si nos encontramos una carta que incluye saludos para Prisca y Aquila, debemos suponer que va dirigida a Éfeso, si no se nos dice otra cosa.

¿Hay alguna otra razón para pensar que el capítulo 16 de Romanos fuera dirigido a Éfeso en primera instancia? Sí: el hecho de que Pablo pasara más tiempo en Éfeso que en ningún otro lugar, lo que hace perfectamente natural que mandara saludos para tantas personas. Pablo menciona a Epeneto, «las primicias de Asia»: Éfeso está en Asia, y esa referencia sería también muy natural en una carta a Éfeso, y no tanto a Roma. Romanos 16:17 habla de «dificultades, en oposición a la doctrina que se os ha enseñado», lo que parece aludir a la enseñanza que el mismo Pablo les había impartido, cosa que no podía decir a la Iglesia de Roma.

Se puede sugerir que el capítulo 16 fue dirigido a Éfeso en primera instancia, pero no es tan evidente como parece. Por una parte, no tenemos la más mínima evidencia de que este capítulo estuviera incluido en ninguna otra carta nada más que en Romanos. Por otra parte, lo curioso es que Pablo no manda saludos personales en las cartas a las iglesias que conocía bien, como Tesalonicenses, Corintios, Gálatas y Filipenses; mientras que hay saludos personales en la carta a los Colosenses, aunque Pablo no había estado allí.

La razón es bien sencilla. Si Pablo mandaba saludos personales en las cartas a las iglesias que conocía bien podían surgir celos; por otra parte, cuando escribía a iglesias que no había visitado, procuraría establecer todos los lazos personales que pudiera. El mismo hecho de que Pablo no hubiera estado nunca en Roma hace más probable el que tratara de establecer tantas conexiones personales como le fuera posible. Es verdad que Prisca y Aquila fueron desterrados de Roma por el edicto de Claudio; pero, ¿no sería natural que volvieran seis o siete años después, cuando cambiara la situación, para unir los cabos de su negocio después de haber estado en otros sitios? ¿Y no es también natural que muchos de los otros nombres fueran los de personas que habían sido desterradas también, a las que Pablo habría conocido en otras ciudades, y que habrían vuelto a sus antiguos hogares en Roma cuando dejó de haber moros en la costa? Pablo estaría encantado de tener tantos contactos personales en Roma y de reanudarlos.

Además, como veremos cuando estudiemos el capítulo 16 en detalle, muchos de los nombres —las casas de Aristóbulo y Narciso, Amplias, Nereo y otros— encajan bien en Roma. A pesar de las razones en favor de Éfeso, podemos considerar que no hay por qué separar el capítulo 16 de la Carta a los Romanos.

(ii) Pero hay otro problema mucho más interesante e importante. Los manuscritos más antiguos presentan curiosas variantes en los capítulos 14, 15 y 16. El lugar adecuado para una doxología es al final de todo. Romanos 16:25-27 es una doxología, y en la mayor parte de los buenos manuscritos está al final; pero en un cierto número de manuscritos aparece al final del capítulo 14; dos buenos manuscritos la ponen en los dos sitios; un manuscrito antiguo la tiene al final del capítulo 15; dos manuscritos no la incluyen en ningún sitio, pero dejan un hueco que se supone sería para ella. Un antiguo manuscrito latino tiene una serie de resúmenes de las secciones de la carta, y las dos últimas son:

50: Del peligro del que ofende a su hermano con la comida.

Está claro que eso se refiere a Romanos 14:15-23.

51: Del misterio del Señor, que se mantuvo secreto antes de su pasión pero que se reveló.

Eso también está claro que es Romanos 16:25-25, la doxología. Es evidente que esos resúmenes se hicieron sobre la base de un manuscrito que no contenía los capítulos 15 y 16.

Hay algo que arroja un haz de luz en esta cuestión: en un manuscrito se omite el nombre de Roma en Romanos 1:7 y 15. No se menciona el destinatario. Todo esto nos hace pensar que Romanos circuló en dos versiones: una, como la tenemos, con 16 capítulos, y otra con 14; y tal vez hubo otra con 15. Es probable que la explicación sea que Pablo la escribió a Roma, con 16 capítulos; pero los capítulos 15 y 16 son íntimos y personales para Roma. Ahora bien: no tenemos otra carta que contenga un compendio comparable de la doctrina de Pablo. Lo que es probable que sucediera es que Romanos empezara a circular por todas las iglesias, sin los dos últimos capítulos, a excepción de la doxología. Se debe de haber reconocido que Romanos era demasiado importante para limitarse a una sola iglesia; así es que se suprimieron las referencias puramente locales y se envió a todas las iglesias como una carta circular. Desde los primeros tiempos la Iglesia se dio cuenta de que Romanos era una exposición tan maravillosa de la mente Pablo que tenía que ser propiedad, no de una sola iglesia, sino de toda la Iglesia. Debemos recordar al estudiarla que siempre se ha considerado Romanos como la quintaesencia del Evangelio de Pablo.

VOCACIÓN, EVANGELIO Y MISIÓN

Romanos 1:1-7

Os manda esta carta Pablo, esclavo de Jesucristo, llamado para ser apóstol, apartado para servir al Evangelio de Dios. Este Evangelio es la Buena Noticia que Dios prometió hace mucho por medio de sus profetas en las Sagradas Escrituras, el Evangelio acerca de su Hijo, Quien, en cuanto a su naturaleza humana, nació del linaje de David; Quien, como resultado de Su Resurrección de los muertos, el Espíritu Santo ha demostrado que es el todopoderoso Hijo de Dios. Estoy hablando de Jesucristo nuestro Señor, a través de Quien yo he recibido la gracia y el apostolado para despertar una fiel obediencia por Su causa entre todos los gentiles. Entre ellos estáis también vosotros, que también habéis sido llamados para pertenecer a Jesucristo. Dirijo esta carta a todos los queridos hermanos de Roma que pertenecéis a Dios, que habéis recibido el llamamiento para consagraros a Él: ¡Que la Gracia y la Paz de Dios nuestro Padre y de nuestro Señor Jesucristo sean con vosotros!

Cuando Pablo escribió la Carta a los Romanos se estaba dirigiendo a una iglesia que no había visitado nunca ni conocía personalmente. Estaba escribiendo a una iglesia que estaba en la ciudad más grande del imperio más grande del mundo. Por eso escogió las palabras y las ideas con el máximo cuidado. Empezó presentando sus credenciales:

(i) Se llama a sí mismo esclavo (dulos) de Jesucristo. Esta palabra tiene dos trasfondos de pensamiento:

(a) El título que a Pablo le gustaba más aplicar a Jesús es Señor (Kyrios). En griego, la palabra kyrios designa a alguien que está en posesión indiscutible de una persona o cosa. Quiere decir dueño o propietario en el sentido más absoluto. Lo contrario de Señor (Kyrios) es esclavo (dulos). Pablo se consideraba esclavo de Jesucristo, su Dueño y Señor. Jesús le había amado y se había entregado por él, y por consiguiente Pablo estaba seguro de que ya no se pertenecía a sí mismo, sino exclusivamente a Jesús. Por otra parte, esclavo implica la absoluta obligación del amor.

(b) Pero esclavo (dulos) tiene otra vertiente. En el Antiguo Testamento es el término general para designar a un gran hombre de Dios. Moisés era el dulos del Señor (Josué 1:2). Josué era el dulos de Dios (Josué 24:29). El más alto título de los profetas, el que los distinguía de los demás hombres, era esclavos de Dios (Amós 3:7; Jeremías 7:25). Cuando Pablo se llama esclavo de Jesucristo, se está colocando en la línea de los profetas. La grandeza y la gloria de éstos dependía del hecho de ser esclavos de Dios, y lo mismo sucedía con Pablo.

Así que el título esclavo de Jesucristo incluye al mismo tiempo la obligación de un gran amor y el honor de una gran misión.

(ii) Pablo se describe a sí mismo como llamado a ser apóstol. Las grandes figuras del Antiguo Testamento fueron personas que oyeron y respondieron al llamamiento de Dios. Abraham oyó el llamamiento de Dios (Génesis 12:1-3). Moisés respondió al llamamiento de Dios (Éxodo 3:10). Jeremías e Isaías fueron profetas porque, sin buscarlo ellos, oyeron y respondieron al llamamiento de Dios (Jeremías 1:4s; Isaías 6:8s). Pablo no se consideró nunca como uno que había aspirado a un gran honor, sino como uno al que se había asignado una misión. Jesús les dijo a sus hombres: «No fuisteis vosotros los que me elegisteis a Mí, sino que fui Yo el que os elegí a vosotros» (Juan 15:16). Pablo no pensaba en la vida en términos de lo que él quería hacer, sino en términos de lo que Dios quería que hiciera.

(iii) Pablo se describe a sí mismo como apartado para el servicio del Evangelio, la Buena Noticia de Dios. Era consciente de ser un hombre que había sido apartado. Dos veces se le aplica la misma palabra (aforizein):

(a) Fue apartado por Dios. Creía que Dios le había separado desde antes de nacer para una misión (Gálatas 1:15). Dios tiene un plan para cada persona; no hay vida que no tenga sentido: Dios la ha puesto en el mundo para algo determinado.

(b) Fue apartado por hombres, cuando el Espíritu Santo les dijo a los responsables de la Iglesia de Antioquía que Le apartaran a Bernabé y a Saulo para la obra a la que los tenía destinados (Hechos 13:2). Pablo era consciente de que le habían asignado una tarea Dios y la Iglesia de Antioquía. Hay personas que se consideran llamadas por Dios aunque la iglesia no las reconoce, y viceversa; pero el verdadero llamamiento viene de Dios y es confirmado por el Pueblo de Dios.

(iv) Había recibido la gracia. Gracia siempre describe algún regalo inmerecido y gratuito. Antes de ser cristiano, Pablo había tratado de ganar gloria a los ojos de los hombres y mérito a los ojos de Dios cumpliendo meticulosamente la Ley; pero no había encontrado la paz por ese camino. Ahora ya sabía que lo importante no es lo que nosotros podamos hacer, sino lo que Dios ha hecho por medio de Jesucristo. Para decirlo con pocas palabras: «La Ley establece lo que el hombre tiene que hacer; el Evangelio ofrece lo que Dios ha hecho.» Ahora veía Pablo que la Salvación no depende de lo que el esfuerzo humano pueda hacer, sino de lo que ya ha hecho el amor de Dios. Todo es por gracia, inmerecido y gratuito.

(b) Había recibido una tarea. Había sido apartado para ser el Apóstol de los Gentiles. Pablo sabía que había sido escogido, no para un honor, sino para una responsabilidad. Sabía que Dios le había apartado, no para una gloria, sino para un trabajo. Puede que nos encontremos aquí con un juego de palabras: Saulo había sido fariseo (Filipenses 3:5). Fariseo quiere decir separado, y tenían ese nombre porque se separaban deliberadamente de la gente ordinaria hasta el punto de no permitir que su ropa tocara la de una persona ordinaria. Se habrían estremecido ante la sola sugerencia de que Dios invitara a los gentiles, que para ellos eran «leña para los fuegos del infierno». Así había sido Saulo: se había sentido separado de tal manera que no sentía nada más que desprecio hacia las personas ordinarias. Ahora se sabía separado de tal manera que su vida estaba dedicada totalmente a llevar la Buena Noticia del amor de Dios a todos los de todas las razas. El Evangelio nos separa siempre; pero no para el privilegio, la gloria personal y el orgullo, sino para el servicio, la humildad y el amor a todo el mundo.

Además de presentar sus credenciales en este pasaje, Pablo expone en sus líneas más esenciales el Evangelio que predicaba, que estaba centrado en Jesucristo (versículos 2 y 3). Especialmente era la Buena Noticia de dos cosas:

(a) Era el Evangelio de la Encarnación. Hablaba de un Jesús que era real y verdaderamente un hombre. Uno de los primeros grandes pensadores de la Iglesia Cristiana lo resumió cuando dijo de Jesús: «Se hizo lo que somos nosotros para hacernos lo que es Él.» Pablo no predicaba a alguien que no fuera más que una figura legendaria de alguna historia imaginaria, o un semidiós mitad dios y mitad hombre. Predicaba a Uno que se había hecho uno con los hombres a los que vino a salvar.

(b) Era el Evangelio de la Resurrección. Si Jesús hubiera vivido una vida maravillosa y hubiera tenido una muerte heroica y eso hubiera sido todo, se le podría incluir entre los grandes hombres y los héroes, pero habría sido sencillamente uno entre muchos. Su unicidad fue garantizada para siempre por el hecho de la Resurrección. Todos «los demás» murieron y desaparecieron, aunque se los recuerda. Jesús vive y nos otorga su presencia siempre henchida de poder.