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La presente obra enseña al pastor o líder cristiano cómo detectar en sus feligreses una crisis emocional y una vez detectada cómo decidir exactamente qué hacer y qué decir. Analiza casos reales de distintas situaciones de crisis: depresión, drogas, violaciones, abusos deshonestos, problemas matrimoniales y muchos otros más, mostrando el diagnóstico y tratamiento más adecuado en cada uno de ellos. Un "clásico" en la materia y bajo nuestro punto de vista lo mejor que se ha escrito y publicado al respecto.
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Veröffentlichungsjahr: 1990
Cómo
ACONSEJAR
en situaciones de
CRISIS
CONSEJERÍA
Norman Wright
Editorial CLIE
C/ Ferrocarril, 8
08232 VILADECAVALLS (Barcelona) ESPAÑA
E-mail: [email protected]
Internet: http://www.clie.es
CÓMO ACONSEJAR EN SITUACIONES DE CRISIS
Título original: Crisis Counseling
Copyright © 1990 por Editorial CLIE para la versión española
Todos los derechos reservados
ISBN 978-84-7645-447-3
eISBN 978-84-8267-610-4
Clasifíquese:
450 CONSEJERÍA PASTORAL:
Tópicos de consejería
CTC: 01-05-0450-02
Índice
Cap. 1Anatomía de una crisis
Cap. 2¿Qué es una crisis?
Cap. 3El aconsejar en situaciones desde una perspectiva bíblica
Cap. 4Aplicación de los principios bíblicos
Cap. 5El proceso de intervención en una crisis
Cap. 6La crisis de la depresión
Cap. 7La crisis del suicidio
Cap. 8La crisis de la muerte
Cap. 9La crisis que no acaba nunca: El divorcio
Cap.10Ministrando a los niños en estado de crisis
Cap.11La crisis de la adolescencia
Cap.12Crisis en las transiciones de la vida
Cap.13Stress y personalidad tipo A: Una crisis potencial
Cap.14Utilizando la Escritura y la Oración, y cómo referir un paciente a otro profesional
Apén. 1El secreto profesional en la consejería cristiana
Apén. 2Test de evaluación de una crisis
BIBLIOGRAFÍA
1
Anatomía de una crisis
A principios del año 1960 yo formaba parte del personal de una iglesia grande como ministro de educación cristiana y juventudes. Un domingo por la noche teníamos a un pastor de otra iglesia como predicador invitado. Su presentación produjo un efecto dramático en cada una de las personas de la audiencia. Cuando llegó el momento en que debía dar su mensaje, se levantó, anduvo hacia el púlpito y, sin una sola nota ni abrir la Biblia, empezó a recitar ocho pasajes de la Escritura de memoria como la base de su mensaje. Luego dijo a la congregación: «Esta noche quisiera hablaros acerca de lo que hay que decir y lo que no hay que decir, lo que hay que hacer y lo que no hay que hacer en situaciones de aflicción y crisis.» Hizo una pausa, y vi desde mi punto de observación con ventaja, frontalmente desde la plataforma, que todo el mundo en la congregación estaba buscando un pedazo de papel en que tomar nota de los principios que el predicador estaba a punto de discutir. Yo también busqué un papel, y todavía conservo algunas notas sobre aquel mensaje. Nos dio toda la ayuda y guía que necesitábamos, porque la mayoría no sabía qué decir, aconsejar o hacer cuando uno pierde a un ser querido o se halla en una situación de crisis. (Es por esto que muchas personas procuran evitar situaciones de este tipo.)
Lo práctico y útil del mensaje de aquella noche está todavía grabado en mi memoria, y con frecuencia he pensado: «¡Qué diferente sería si los pastores educaran a sus miembros para muchas de las crisis de la vida como lo hizo este pastor! Tendríamos congregaciones que se ayudarían y se interesarían unos por otros. Podríamos hacer una labor mucho mejor al intentar comunicar con los que están en necesidad.»
El viaje de la vida incluye un conjunto de crisis, algunas de las cuales son predecibles y esperadas, y otras son completas sorpresas. Algunas crisis son de desarrollo, otras son situaciones. Tú, como ministro o como consejero laico, probablemente has experimentado numerosas crisis en tu propia vida y sabes lo que es pasar por ellas. El estar vivos significa que tenemos que estar resolviendo problemas constantemente. Cada nueva situación nos proporciona la oportunidad de desarrollar nuevas técnicas de usar nuestros recursos a fin de conseguir mantener el control. Algunas veces tenemos que intentarlo una y otra vez, porque nuestros primeros esfuerzos no dan resultado. Pero, al persistir, descubrimos nuevas formas de vencer los problemas. Y cuando hacemos frente a un problema similar en el futuro, hallamos que es más fácil resolverlo en base a lo que hemos aprendido en el pasado.
Un día, sin embargo, nos encontramos frente a un problema que parece hallarse más allá de nuestra capacidad. Cuando un problema es abrumador, o cuando nuestro sistema de sostén y apoyo, dentro de nosotros o de los demás, no funciona, perdemos el equilibrio. Esto es lo que llamamos una crisis. Y si hay precisamente alguien a quien se acuda para obtener ayuda durante una ocasión de crisis, éste es el pastor o ministro. Las crisis son parte de la vida. Deberíamos esperarlas y verlas venir. Son inevitables. El ayudar a los que pasan por crisis puede ser una fase muy importante del ministerio. De hecho, dos de las tareas del ministerio de la iglesia son el preparar a todos los miembros para resolver mejor sus propias crisis y equiparlos para ayudar a otros en tiempos de crisis. Los principios para la comprensión de una crisis y para ayudar a otros en tiempo de crisis se pueden enseñar en sermones y en clases. La razón por la cual las personas vacilan en implicarse en los problemas de los demás no es porque no les importen; más bien es que se sienten incapaces o poco preparados, ¡no saben qué hacer o qué decir! Incluso un ministro preparado tiene que luchar con los mismos sentimientos, y hay ocasiones en que vacila en envolverse en algunas situaciones de crisis. Esto es normal.
Todos los que nos dedicamos a aconsejar, sea en el ministerio o profesionalmente, hemos sentido los dolores de la inadecuación en un momento u otro, y vamos a seguir sintiéndolos el resto de nuestras vidas. Siempre hay que aprender más y nuestras técnicas pueden mejorar día a día.
Permíteme contarte algunas de mis experiencias en la labor de aconsejar durante el curso de los años. No serán muy diferentes de las que te vas a encontrar tú como pastor o consejero en tu iglesia. Al leerlas, procura visualizar la situación, y las personas afectadas, como si tú fueras la persona a quien acuden para pedir ayuda. Considera dos cuestiones importantes: ¿Cuáles serían tus sentimientos en cada situación? ¿Qué harías? Muchas personas pasan por alto la primera pregunta y se concentran sólo en la solución del problema. Pero nuestros sentimientos afectan a lo que hacemos.
Veamos:
Una mujer de nuestra congregación entra en el despacho de la iglesia sin tener hora asignada y dice que desea verte. Está visiblemente trastornada y tú le dices que pase y que se siente. Te contesta: «La policía acaba de salir de nuestra casa. Vinieron esta mañana y preguntaron por mi marido. Nos dijeron que había sido acusado por tres de los niños del vecindario de haberles molestado sexualmente. Él dijo que no había hecho nada semejante. Pero los vecinos habían presentado una acusación formal. ¿Qué vamos a hacer? Mi marido no quiso decirme nada, y se ha marchado. No sé adónde se ha ido. ¿Qué debo hacer?» ¿Cuáles serían, como pastor, tus sentimientos y qué harías?
Te han llamado de un hospital los familiares de un individuo. No sabes casi nada de su situación y cuando entras te encuentras con la esposa y el médico. El doctor te dice que el enfermo se encuentra en estado terminal, y que se halla en una condición anímica tal que no se han atrevido a decirle nada de su estado. El marido enfermo ha solicitado un ministro para hablar con él, pero el médico te advierte que seas muy cuidadoso referente a su condición. Tú entras en la habitación e inmediatamente el enfermo te dice: «Quiero preguntarle algo, pastor: ¿Estoy a punto de morir? ¿Lo sabe Vd.? ¿Puede decírmelo?» ¿Cuáles serían tus sentimientos, y qué harías?
Un individuo entra en tu despacho. Se trata de uno de los ancianos dirigentes de tu iglesia. Está llorando y con angustia en la cara te dice entre sollozos: «¡Mi esposa me ha dejado! ¡Llegué a casa hoy y ya se había ido! ¿Por qué? ¿Dónde está? ¿Por qué se marchó? ¡Yo no tenía idea de que hubiera problema alguno en nuestro matrimonio! Pero ¡se ha marchado! ¡Dijo que ya no me amaba, y que se iba a vivir con otro hombre! ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?» ¿Cuáles serían tus sentimientos y qué dirías o harías?
Estás sentado en tu despacho en la iglesia y suena el teléfono. Contestas y al otro extremo de la línea hay un hombre que dice que quiere hablar contigo. No quiere dar su nombre ni información alguna con que puedas identificarle. Te dice que se ha divorciado recientemente de su esposa. Te explica que es cristiano y quiere hacer la voluntad del Señor. Su esposa vive con otro hombre y tiene a los niños con ella. Empieza a preguntarte qué dice la Biblia acerca del suicidio. Te dice que lo único que impide que se quite la vida es que teme que iría al infierno si lo hiciera. Te comenta, sin embargo, que sería mejor para él dejar este mundo, y que no quiere que sus hijos estén con su esposa, pues es una «mala mujer». No desea que sus hijos tengan que pasar por lo que él ha pasado en la vida y sugiere indirectamente que quizás sería mejor «llevárselos» con él. ¿Cuáles serían tus sentimientos, y qué es lo que dirías?
Una mujer pide hora para verte. Reconoces que es una persona de la cual te ha hablado ya otro miembro de la iglesia. Esta mujer perdió hace poco un hijo de quince años en un trágico accidente. Cayó de una camioneta y se partió la cabeza contra el pavimento. Estuvo en coma ocho días en el hospital, durante los cuales ella no le abandonó nunca. El resto de la familia iba a visitarle y se marchaba, pero ella no se movía de su lado, ayunando y orando por su recuperación. El séptimo día comenzó a mejorar, pero precisamente cuando empezaba a tener esperanzas de que sanara, murió de repente. La mujer se halla sentada en tu despacho, te mira y te dice: «¿Dónde estaba Dios durante aquellos días? ¿Por qué me castigó de esta manera? Se llevó a mi hijo después de darme esperanzas de su recuperación. ¡Nunca..., nunca más... voy a recobrarme! He perdido todo deseo de vivir hasta que pueda ir donde se halla mi hijo.» ¿Cuáles serían tus sentimientos y qué dirías o harías?
Permíteme que te describa una última situación muy extraña. Sucedió hace unos años en mi iglesia. En varias ocasiones me he preguntado cuáles habrían sido mis sentimientos y qué es lo que habría dicho y hecho si me hubiera enfrentado cara a cara con el personaje que voy a describir.
Llegué a la iglesia hacia las 6 de la tarde, un miércoles. Cuando me dirigía al despacho, miré en el buzón de cartas que teníamos en el exterior del edificio, para ver si había alguna. En el buzón había una Biblia. No le di mucha importancia, imaginando que la habría dejado allí alguno de los estudiantes de la escuela secundaria. Después de la reunión de jóvenes di una mirada al interior de la Biblia. Me quedé un poco sorprendido al ver una fotografía en color de un hombre en traje de camuflaje del ejército, con una bandolera de balas colgando del hombro y un rifle en la mano. En el fondo se veían dos rifles más, apoyados contra la pared. Y luego noté que en la primera parte de la Biblia había diversas páginas de lo que parecía un diario personal. Empecé a leer:
«Señor Jesús, creo que moriste por mis pecados en la cruz. Te recibo como mi Salvador y Señor personal. Te invito a tomar posesión de mi corazón. Te entrego mi vida. Tómala y haz que viva para tu gloria.
El amor de Jesús no ha penetrado en los corazones de los que me rodean. Todos me traicionan de una u otra manera, y, al hacerlo, traicionan también a su Creador. Sé que soy un artista cristiano auténtico. Por eso quiero que la verdad suene de modo claro en mis grabaciones. Pronto voy a grabar de nuevo y voy a enviar las cintas a todos los editores de discos y cassettes. Pero sé que me encuentro bajo vigilancia electrónica y por medio de una manipulación de minorías se me priva de mi lugar legítimo en la sociedad.
Todas las mujeres que mis enemigos controlan o manipulan a mi alrededor para dominarme no van a cambiarme nunca. Simplemente, no conseguirán controlarme más que convertir mi cuerpo en un árbol. Esta capacidad que tienen de influir a través de las mujeres es un arma muy fuerte. Pero no les sirve.
Ésta es toda la historia: Dios me creó para que viviera como cantante, un artista y un hombre fuerte. Pero los humanistas profanos se están burlando de mí y de Dios.
Cuando arda en llamas y se destruya el edificio de la injusticia federal, cuando queme la Constitución, la carta de derechos cívicos y todos los documentos de nuestra llamada herencia histórica, cuando el fuego destruya todo este mundo lleno de hipocresía, entonces, sólo entonces, voy a pagar mis impuestos.
El hermano de Robert Kennedy fue asesinado; él mismo también. Sólo que de forma diferente. Mi hermano vive todavía; únicamente su mente fue asesinada volviéndola contra mí.
Hay demasiados cristianos, o por lo menos gentes que se llaman con este nombre, que dan testimonio falso.
¡Y no veo razón alguna para continuar esta hipocresía! Querido mundo: no me preocupa ni me afecta la vida eterna. Lo que quisiera alcanzar o tener es un poco de vida ahora, aquí, en este momento. No vivo, meramente existo. Sal. 19:13; 54:3; 55:17; 59:2, 4; Jer. 23:1.»
(Escrito enviado a la Policía del Estado de California.) «En esta casa están sucediendo cosas extrañas. El propietario me ha demostrado que es un malvado.
Si muero como artista cantante, que es lo que soy, señal que será la voluntad de Dios. Si muero disparando, luchando por mi libre albedrío, por el derecho a mis propias decisiones y rehusando que mi vida sea anulada como lo es ahora. Si hablan mis pistolas, la sociedad misma será la causa de ello; yo soy solamente el efecto. Recuerda, mundo, cuántos años y cuántos días he pasado combatiendo contra este crimen infame de querer anular mi vida, luchando contra fuerzas imposibles de contener. Así que pido perdón por la sangre que he derramado, puesto que yo mismo he sido asesinado innumerables veces. Por ello, cuando me convierta en un peligro social, busque la sociedad las causas en sí misma, puesto que ella es la culpable. Este mundo está lleno de fuerzas malévolas en acción.
Voy a encontrarme con Dios mucho antes de lo que debería hacerlo. Los que me persiguen –y hay abundante evidencia de que lo hacen– son la causa de mi muerte y de mi fracaso aquí en California o en parte alguna. ¿De dónde viene esta influencia?
Es una conspiración religiosa, así como política, en la que está envuelta la policía. Tanto cristianos como judíos son parte de esta conspiración, pero es verdaderamente una conspiración y América no ha sido América para mí. Te quiero, Tom.
Todos los masones que he conocido son, sin la menor duda, hombres inicuos. Juegan una parte importante en la influencia que hay detrás de esta conspiración. Washington y Jefferson sabían perfectamente que los masones de hoy se desentenderían de ellos, que se volverían en contra suya.
Mi comida ha sido drogada. En defensa de los masones quiero decir que Carlos, el marido de mi casera, es un buen hombre y, ciertamente, no como los que he mencionado, que fueron condicionados contra mí. Su difunto marido era también masón, y estoy seguro de que fue un buen hombre para su mujer.
La Palabra de Dios te guardará del pecado o el pecado te alejará de la Palabra de Dios. – Navegantes.
Es una vergüenza que en esta llamada sociedad algunos tengamos que morir para poder ser comprendidos o creídos. Creo que ha sido siempre así, pero eso no quiere decir que yo sea uno de los grandes en esta lista de héroes. De un modo especial, el crimen de los que me persiguen, los humanistas profanos, es que están tratando de hacer de mí un hombre vulgar. Toda su pretendida ayuda es tratar de destruirme, ponerme en ridículo delante de la sociedad. Todo lo que hacen es destruirme porque ellos no saben cuál es la mente que Dios me ha dado, que no es la mente que ellos creen que yo debería tener. Sé que debería triunfar en el mundo del espectáculo como un cantautor. Pero lo que hacen es impedir que ocupe el lugar que me corresponde en la sociedad, lo cual me demuestra que se burlan de Dios, aquí en este país que una vez fuera tierra de oportunidad libre y digna. No puedo ser otra cosa que lo que Dios me ha creado para que sea. Repito, no hago más que existir, simplemente, puesto que no vivo. Se me niegan los talentos creativos que Dios me ha dado. Esto lo hacen mis enemigos. Me doy cuenta de que cada sociedad y cada religión ha creado sus propios demonios. Creo que esto es lo que se proponen los que me persiguen. Evidentemente yo soy para ellos un demonio. Lo veo bien claro en la máscara psicológica de mi propio hermano. Para él soy un demonio, pero sé que es tan sólo en su mente, no en mi corazón y, ciertamente, no en mi propia mente.»
Al final de la página había el nombre del autor. Tomé la Biblia y me dirigí hacia casa. Llegué a las 10 de la noche y mi esposa estaba preocupada. Su madre había llamado por teléfono desde una ciudad cercana y le había hablado de una búsqueda por parte de la policía y un tiroteo que había ocurrido hacía poco. Al parecer, un hombre había entrado en una farmacia y había secuestrado a uno de los clientes: una señora. Se la llevó en su coche a una área montañosa, en tanto que la policía los seguía, y después de un tiroteo el individuo fue capturado, quedando la persona secuestrada en libertad. Durante el día se había efectuado una búsqueda general por todo el estado. Al parecer, con anterioridad, el individuo estaba fuera de sí y con tendencias suicidas. Había intentado ponerse en contacto con el pastor de su iglesia. Durante tres horas el pastor había estado hablando con él. A pesar de todo, este hombre estaba todavía decidido a suicidarse y decidió manipular la situación de forma que muriera del disparo de un agente de policía. Se dirigió a una de las carreteras principales y condujo a una velocidad superior a 150 kilómetros por hora, hasta que atrajo la atención de la policía de tráfico.
Cuando le detuvieron salió del coche, empuñando una pistola con la que apuntó al policía de tráfico. Esperaba que éste respondería sacando su propia pistola y disparándole un tiro. Sin embargo, por alguna razón, el policía, o bien no reaccionó a tiempo, o no se dio cuenta de lo que ocurría, por lo que el fugitivo le disparó, matándole. Más tarde entró en la farmacia mencionada anteriormente y secuestró a la cliente.
Después de haber oído toda esta historia, decidí escuchar las noticias de las 11 para ver si obtenía más información. La dieron. Relataron de nuevo la historia con detalle y el locutor mencionó el nombre del interfecto. Cuando lo oí, me di cuenta de que este nombre era el mismo del documento. Lo comprobé al abrir la Biblia que había descubierto en la iglesia. ¡El sospechoso y el dueño de esta Biblia eran la misma persona! Llamé a la policía y les dije lo que tenía en mi poder. Me pidieron se lo entregara para poder examinarlo.
En algún punto durante este día trágico, había acudido a nuestra iglesia esperando hallar a alguien con quien poder hablar. Al no haber nadie disponible, dejó su Biblia en el buzón. A su manera esto era un grito pidiendo socorro. «¡Ayudadme! ¡Salvadme! ¡Detenedme!» ¿Qué es lo que habrías hecho si tú hubieras estado allí? ¿Cuáles habrían sido tus sentimientos? ¿Qué es lo que habrías hecho o dicho si te hubieras encontrado en aquel lugar?
Estoy seguro que podrías añadir a esta lista numerosas experiencias e historias propias. No hay límite en el número de experiencias de crisis que han ocurrido en tu vida. Piensa en las infinitas posibilidades: La pérdida de un empleo, la pérdida de un amigo o persona en que te apoyabas, un cargo u honor; una enfermedad que te ha incapacitado, una operación, un accidente; la muerte de uno de los padres, de un amigo, del cónyuge o un hijo; noticias de que estás enfermo de modo incurable; descubrir que tu hijo toma drogas o es homosexual; comprobar una minusvalía seria en ti mismo o bien en otro miembro de tu familia; un aborto, un embarazo no deseado; un huracán, un terremoto; un intento de suicidio; una separación o un divorcio; la lucha por la custodia de un hijo; una experiencia espiritual que afecta a los miembros de otra familia; descubrir que tu propio hijo es miembro de una secta rara; un nacimiento prematuro; un pleito; tener que llevar a los padres, ya mayores, a un hogar de ancianos; vivir con una persona deprimida de modo crónico; el descubrimiento de que tú o tu cónyuge sufrís la enfermedad de Alzheimer o la corea de Huntington; tener un ataque cardíaco o sufrir una operación seria que dé lugar a una pérdida de memoria. La lista no tiene fin. Ninguna de estas situaciones de crisis es ficticia. Todas son reales. Y tú y yo podemos vemos en la necesidad de ministrar a personas reales en situaciones semejantes.
Este libro es para pastores y consejeros laicos, o sea, miembros de una iglesia voluntarios en esta labor. Su propósito es facilitar principios bíblicos e instrucciones detalladas que explican cómo manejar situaciones de crisis. Finalmente, termina con un tema casi tan importante como el saber aconsejar; y es saber cuándo hay que referir o enviar a la persona en situación de crisis a alguien que tenga más experiencia y preparación que tú mismo para tratar sus problemas.
2
¿Qué es una crisis?
La Palabra de Dios describe a muchos seres humanos en estado de crisis. Pablo es uno de ellos.
Saulo, respirando aún amenazas y muerte contra los discípulos del Señor, se presentó al sumo sacerdote y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, a fin de que si hallaba algunos hombres o mujeres de este Camino, los trajese presos a Jerusalén. Mas yendo por el camino, aconteció que al llegar cerca de Damasco, repentinamente le rodeó un resplandor de luz del cielo; y cayendo en tierra, oyó una voz que le decía: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?» Él dijo: «¿Quién eres, Señor?» Y le dijo: «Yo soy Jesús, a quien tú persigues; dura cosa te es dar coces contra el aguijón.» Él, temblando y temeroso, dijo: «Señor, ¿qué quieres que yo haga?» Y el Señor le dijo: «Levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer.» Y los hombres que iban de camino con él, se pararon atónitos, oyendo en verdad la voz, mas sin ver a nadie. Entonces Saulo se levantó del suelo, y aunque tenía abiertos los ojos, no veía a nadie; así que, llevándole de la mano, le metieron en Damasco, y estuvo tres días sin ver, y no comió ni bebió... (Hch. 9:1-9).
Éste es uno de los relatos más famosos de conversión religiosa, y frecuentemente una conversión puede desembocar en una crisis. El caso de Pablo es un ejemplo excelente de algunas de las características de la crisis. Esta experiencia afectó a Pablo en muchas formas. Le afectó físicamente, porque no podía ver y tuvo que ser llevado de la mano a la ciudad. Le afectó espiritualmente, porque pasó a ser un creyente; e invirtió toda la pauta de su actitud frente a los cristianos. Le afectó mental y emocionalmente, porque no comió ni bebió en tres días. Su conversión causó una crisis, en cuyo punto culminante Pablo cambió el curso de su vida, en este caso para mejoría.
Hemos hablado mucho sobre la palabra crisis, pero para ministrar propiamente a otros, nosotros hemos de llegar a comprender bien lo que significa la palabra. El diccionario de Webster define crisis como un «momento crucial» y «un punto de cambio en el curso de algo». Este término es usado con frecuencia para indicar la reacción interna de una persona ante una amenaza o riesgo externo. Una crisis generalmente implica la pérdida temporal de la facultad de reaccionar o hacer frente a las cosas, con la suposición de que esta alteración de la función emocional es reversible. Si una persona hace frente de modo efectivo a la amenaza, supera la crisis y vuelve al nivel previo en que funcionaba.
El carácter o signo de escritura que usan los chinos para indicar una crisis está hecho de dos símbolos: el uno es la pérdida de la esperanza, y el otro el de la oportunidad. Cuando un médico habla de crisis, está hablando del momento en el curso de una enfermedad en que se produce un cambio, para bien o para mal. Cuando algunos consejeros hablan de una crisis matrimonial, están hablando de puntos cruciales en que el matrimonio puede ir en una dirección u otra: puede avanzar hacia el fortalecimiento, enriquecimiento o mejora, o bien pasar a la insatisfacción, el dolor y, en algunos casos, a la disolución.
Cuando una persona pierde el equilibrio como resultado de un suceso, se dice que experimenta una crisis. El término es usado, con frecuencia, de modo erróneo. Se aplica de manera incorrecta a las molestias o inconvenientes cotidianos. Los términos stress y tensión se utilizan de modo indiscriminado, pero esto es incorrecto, como veremos más adelante.
Una crisis puede ser el resultado de uno o más factores. En ocasiones puede ser un problema que ha crecido de modo desproporcionado y abrumador, como la muerte de un hijo. En otros casos no es un problema serio, y serio sin importancia para la mayoría de las personas, pero que para una persona determinada adquiere un significado especial y se convierte en algo agobiante. Normalmente porque se produce en un momento de vulnerabilidad especial, o cuando la persona no está preparada. Para una persona normal el problema resultante de haberse atascado un fregadero se resuelve sin grandes apuros. Pero cuando la persona se halla en un estado de tensión, puede convertirse en un verdadero drama. Cuando los mecanismos de respuesta del individuo son anormales, no funcionan bien o no tiene el apoyo de otros a quienes necesita, un simple grano puede convertirse en una montaña.
Las crisis no son siempre malas o dañinas. Más bien actúan como punto de giro o gozne en la vida de una persona. Por tanto, pueden significar una oportunidad lo mismo que un peligro. Cuando la persona busca métodos para hacer frente a una situación, puede inclinarse hacia caminos de destrucción, pero puede también descubrir caminos y métodos nuevos y mejores que los que antes tenía a su disposición.
ELEMENTOS COMUNES EN UNA CRISIS
El primer elemento es el suceso o hecho que genera el problema. Es la razón que desencadena una reacción de sucesos que culminan en crisis. Una esposa joven que se preparó para una carrera durante siete años, descubre de pronto que está embarazada. Un joven atleta que ha estado entrenando durante sus años de estudio a fin de ser seleccionado por los profesionales, se fractura un tobillo durante una excursión a una montaña. Un viudo que tiene cinco hijos pequeños pierde el empleo en una profesión muy especializada. Todas estas personas comparten algo en común: El motivo causante de la crisis. Algo que es importante que los que les ayudan sean capaces de identificar desde el primer momento.
El segundo elemento es el estado vulnerable. Ninguno de estos sucesos conduce por sí mismo a la crisis. Para que esto suceda, la persona ha de ser vulnerable. El simple hecho de pasarse dos noches sin dormir puede hacer a una persona vulnerable a una situación que de otro modo habría resuelto sin dificultad. El estar enfermo o deprimido rebaja los mecanismos de defensa. Recientemente hablé con una mujer que quería ceder a su hijo adoptado, cerrar su negocio y dejarlo todo. Había perdido al marido y estaba deprimida por la amenaza de otra pérdida en su vida. Le pedí que no tomara ninguna decisión durante el período de depresión, puesto que estas decisiones suelen ser lamentadas más tarde.
El tercer elemento es el factor precipitante. Dicho de otra forma: «la gota que hace rebosar la copa». Algunas personas se defienden bien durante un período de pérdida o de sufrimiento extremo, pero se desmoronan por haber roto un plato o dejar caer un vaso. Ésta es la gota final, pero en realidad la reacción y las lágrimas son respuesta a otra razón o pérdida más seria.
El cuarto y última elemento es ya el estado de crisis activa. Cuando la persona no puede sostener más la situación, estalla la crisis. Hay varias indicaciones de este estado:
Síntomas de tensión
o
«stress» psicológicos, físicos
–o los dos-. Éstos pueden incluir depresión, dolores de cabeza, ansiedad, úlceras. Siempre hay algún tipo de malestar extremo.
Una actitud de pánico o de derrota.
La persona puede considerar que ya ha intentado todo lo que se puede hacer y que no hay nada que dé resultado. Por tanto, se considera un fracasado: está derrotado, abrumado, impotente. A esto tiene dos formas de responder: una es el nerviosismo y agitación extrema que le llevan a actuar en formas que no producen ningún resultado positivo. Éstas incluyen el andar desasosegado de acá para allá, beber, tomar drogas, conducir a velocidades excesivas o entrar en reyertas y peleas. La otra forma de responder es volverse apático. Un ejemplo es dormir en exceso.3.
Una necesidad extrema de ayuda.
«¡Sacadme de esta situación!», es lo que pide y suplica. Quiere alivio al dolor de la tensión. No está en condiciones de resolver el problema de forma racional. Algunas personas en crisis puede parecer que se hallan en estado de estupor o responden de forma estrafalaria. Otras se muestran frenéticas en sus esfuerzos y van a otros en busca de ayuda, hasta el punto de hacerse dependientes de otros en exceso, tratando que les ayuden a resolver su dilema.4.
Una disminución en la eficiencia.
La persona en una crisis activa puede seguir funcionando con aparente normalidad, pero en vez de responder con un 100% de eficiencia responde sólo con un 60%. Cuanto mayor es la amenaza según la evaluación de la situación por parte del individuo, menos efectivas serán sus respuestas y recursos. Pueden darse cuenta de esto, lo cual contribuye a desanimarles más aún.
La forma en que se evalúa la situación es una parte importante del curso de la crisis. La evaluación es lo que la gente «hace» del suceso. Toda persona tiene su forma propia de percibir o reaccionar ante un suceso. Las creencias, ideas, expectativas y percepciones de una persona contribuyen todas ellas a evaluar una situación como de crisis o no de crisis. Es importante que al ayudar a las personas procures que vean y juzguen el suceso con sus propios ojos y no con los tuyos. La muerte de un amigo íntimo, por ejemplo, es evaluada desde varios puntos de vista: lo íntima que era la relación, con qué frecuencia se hallaban en contacto, cómo ha respondido la persona a otras pérdidas, y cuántas pérdidas ha sufrido recientemente. Una viuda cuya vida era dependiente y estaba envuelta íntimamente en la de su marido, considera su pérdida de modo muy diferente que un amigo íntimo, un socio en los negocios o uno de los tíos a quien el marido había visto sólo una vez en los últimos cinco años.
El sentimiento de pérdida es una de las causas más frecuentes generadoras de crisis. Incluso un ascenso en el empleo puede causar una sensación de pérdida que precipita una crisis. Juan se llevaba bien y disfrutaba con la camaradería de los otros vendedores en su agencia de venta de coches. Fue ascendido a gerente de ventas. Esto le dio más categoría, más dinero, pero cambió sus relaciones. Ya no se encontraba en el mismo nivel que los vendedores. En realidad ahora tenía que presionarles para que aumentara su cuota de ventas. A Juan esto no le gustaba y acabó tan insatisfecho que entró en crisis, dejando de ir al trabajo por hallarse enfermo y, de este modo, evitar conflictos.
Evaluación y equilibrio de factores
Hay quien cree que un problema no desemboca en crisis a menos que haya deficiencias de uno o más factores en el equilibrio de la vida de una persona. El principal de estos factores es una percepción adecuada: la forma en que ve el problema y el significado que tiene para ella. Si su hija se divorcia, los padres pueden considerar que es la tragedia mayor en su vida y un fallo negativo como padres de su propia capacidad educativa demostrada en la crianza de la hija. Otros padres, sin embargo, en situación similar, no verán el mismo hecho, ni del mismo modo.
Un segundo factor de equilibrio es disfrutar de un número suficiente de amistades. Esto implica tener un grupo de amigos, parientes o conocidos que pueden dar apoyo durante el problema. Es aquí que el Cuerpo de Cristo tiene el potencial de ser uno de los mayores grupos de apoyo a disposición, si se le hace actuar de modo adecuado respecto a la persona en necesidad.
Un tercer factor de equilibrio son los mecanismos de defensa sobre los que todos nos apoyamos. Si éstos no funcionan bien o si dejan de responder, puede generarse una crisis. Estos mecanismos implican racionalización, negación, hallar nueva información en un libro, orar, leer las Escrituras y así sucesivamente. Cuanto mayor es el número y la diversidad de los mecanismos de defensa, menos probable es que una persona experimente una crisis.
El factor final es la duración limitada. Las personas no pueden permanecer en un estado de crisis durante un período muy extendido. Hay que hacer algo y es necesaria alguna decisión al respecto. La experiencia y la investigación indican el hecho de que una crisis termina y el equilibrio se restaura dentro de un máximo de seis semanas. Es posible que el equilibrio sea diferente de antes, pero por lo menos se alcanza de nuevo algún tipo de equilibrio.
Algunas veces el momento más apropiado para ayudar a una persona en estado de crisis activa es durante la misma, puesto que al sentirse más dañada, con frecuencia está mejor dispuesta a hacer cambios significativos en su vida.
Las transiciones como causa de crisis
No todas las crisis son inesperadas. Hay un tipo de crisis y éstas ocurren por sucesos predecibles. Un hecho que es parte de un proceso planeado, esperado o normal de la vida, puede conducir también a una crisis. La vida está llena de transiciones. Una transición es «un período en que se pasa de un estado de certeza a otro, con un intervalo de incertidumbre y cambio entre los dos» (1).
Durante el curso de la vida tiene lugar un cierto número de transiciones que conllevan el potencial de generar crisis. Hay la transición de soltero a casado; la transición de los años veinte a los treinta, y la de los cuarenta a los cincuenta; la transición de un matrimonio sin hijos al ser padres; de ser padres a verse con el nido vacío; del nido vacío a ser abuelos; de estar empleados a estar jubilados.
La mayor parte de estos sucesos se ven venir en el horizonte. Y la persona puede prepararse para ellos imaginando mentalmente lo que serán, antes de que lleguen. Se puede recabar información al respecto para ayudar en el proceso de transición. Un maestro que se dio cuenta que al cabo de diez años tendría que retirarse, empezó a expansionar sus áreas de interés. Comenzó tomando cursos en un colegio local sobre temas que le gustaban. Se dedicó a la fotografía y empezó a leer en áreas que no había considerado antes. Hizo una larga lista de proyectos que creyó le gustaría emprender, caso de tener salud y recursos, cuando se retirara. Como previó una pérdida significativa en los recursos económicos y de calidad del estilo de su vida, hizo planes por adelantado, previniendo una serie de sustituciones inevitables, trabajándolas mentalmente, para adaptar sus sentimientos a estas posibles pérdidas. Desarrolló hobbies e intereses que pudieran serle agradables, caso de que su salud fuera deficiente. Por medio de este proceso anticipativo eliminó la posibilidad de que esta transición desembocara en una crisis.
Si el movernos a lo largo de los diversos estadios de la vida fuera algo suave y todo fuera predecible, la vida sería relativamente fácil para individuos sensatos y maduros. Pero hay dos factores que deben considerarse: Primero, que una gran parte de la gente no es sensata o que no son capaces de tomar o aceptar responsabilidades, porque padecen un estado de inmadurez. Y segundo, que hay numerosos cambios que no son predecibles y que no ocurren en el momento y modo que se habían planeado.
Consideremos por un momento algunas de las cosas que pueden generar cambios productores de tensión a lo largo de la vida. Empezar nuevas actividades o estudiar durante horas, en tanto que seguimos con las responsabilidades de ama de casa o bien empleados trabajando todo el día. Adoptar otros niños mientras seguimos criando a los propios. A veces puede tratarse de un cambio radical de situación. Divorciarnos y, de este modo, renunciar a nuestro cónyuge. Graduarnos de la universidad y tener que aceptar la responsabilidad de un empleo o profesión.
Hay también otras cosas a las que nos podemos ver obligados a renunciar sin que sean reemplazadas por otras. Éstas incluyen el jubilarse sin hallar una actividad sustitutiva en el retiro; el perder un cónyuge sin volvernos a casar; o el que la casa se quede vacía por marcharse los hijos, sin tener otra ocupación fuera del hogar que la de pasar a ser abuelo.
Podemos también experimentar cambios geográficos, como el trasladarnos de un país a otro, de un área rural a una zona urbana, o del centro de la ciudad a los alrededores o suburbios.
Hay también cambios socioeconómicos que incluyen el pasar de una clase social inferior a una clase media, o de una clase económica superior a otra inferior.
Sin olvidar los cambios físicos, como son el perder el oído, el quedar confinados en una silla de ruedas durante años y luego recobrar la capacidad de andar, el dejar de ser obeso y adelgazar, o viceversa.
Las transiciones pueden ser rápidas o graduales, y pueden tener un impacto positivo o devastador en la vida de la persona. Todas las transiciones, sin embargo, tienen el potencial de llegar a convertirse en crisis y depende de la persona afectada que lo llegue a ser. Incluso la experiencia de que un cónyuge pase a ser cristiano ha sido el catalizador de una crisis en algunas familias. El Dr. Lloyd Ahlem discute esta experiencia a fondo en su libro Living with Stress.
El papel de la iglesia, si hemos de contribuir a disminuir o aminorar algunas de las crisis de la vida, ha de ser preparar la congregación por adelantado para los cambios que van a experimentar. Esto implica educarlos para estos estadios de la vida y para las transiciones reales por las que van a pasar, y ayudarlos a aplicar la Palabra de Dios de manera que puedan resolver mejor tanto los cambios súbitos como los predecibles.
CAMBIOS EN LA MITAD DE LA VIDA
Consideremos ahora una época particular de crisis. La llamada ¡crisis de la mitad de la vida! Se ha escrito y dicho mucho sobre esto. Los años de la mitad de la vida pueden ser una ocasión de reminiscencia, crecimiento, estímulo y deleite, o bien un período de sufrimiento, frustración, búsqueda frenética e ira. Se escribe libro tras libro sobre la crisis masculina de la mitad de la vida, hasta hacernos creer que esta crisis es inevitable para cada hombre. En realidad esto no es cierto. Sólo son una minoría los hombres que experimentan una «crisis de la mitad de la vida», en tanto que la mayoría pasan por una simple transición que puede considerarse como un proceso normal.
La expresión «crisis de la mitad de la vida del hombre» significa, literalmente, los cambios que tienen lugar en su personalidad. Estos cambios suelen ocurrir rápidamente y son de importancia, por lo que aparecen como dramáticos y traumáticos. Es una época en la que el hombre se da cuenta de que está cambiando física y mentalmente, e incluso cambian sus valores. Reacciona ante estos cambios con otros cambios. Para algunos, estos cambios son amenazadores. Para el cristiano presentan una oportunidad para aplicar su fe y desarrollarse más hacia la madurez. No es una fase de la vida en que tiene lugar un agotamiento, sino un período de cosecha y de nuevo comienzo; un período de enriquecimiento y estabilidad. Nuestra interpretación de la vida y sus sucesos puede cambiar. El temor y desengaño de las desilusiones a las que uno tiene que hacer frente y los objetivos no alcanzados pueden transformarse en una aceptación sensata y realista. Con la experiencia del pasado podemos crear un futuro diferente.
David C. Morley lo interpreta de esta manera:
Para el cristiano estos cambios de mitad de la vida tienen un significado distinto. Este cambio, que es tan amenazador para el no creyente, es una oportunidad para el cristiano de ejercitar su fe y experimentar el proceso de la verdadera madurez cristiana. El cristiano maduro es una persona que puede afrontar y realizar los cambios sin problemas. Puede aceptar todas las vicisitudes de la vida en lugar de negarlas o quejarse de ellas. Las ve todas como manifestaciones del amor de Dios. Si Dios me ama, entonces Él me va a proporcionar una experiencia que haga mi vida más rica y más ajustada a su voluntad. Para el cristiano, «todas las cosas cooperan para bien para los que aman a Dios...» (Ro. 8:28). ¡Con cuánta frecuencia oímos citar esto de las Escrituras y cuán poco lo vemos aplicado a las experiencias de la vida real! Lo que Dios nos dice realmente es que deberíamos sentirnos confortados con la idea de que todo lo que sucede en nuestras vidas, las victorias o las derrotas, la pobreza o la riqueza, la enfermedad o la muerte, es todo indicación del amor de Dios y parte de su plan para nuestras vidas. Si Él nos trae enfermedad, deberíamos estar gozosos por la oportunidad de sentirnos más cerca de Él. Con qué frecuencia cuando la salud florece nos olvidamos de recordar que Dios es el que nos la proporciona. Cuando nos hallamos en una posición de debilidad, es más probable que reconozcamos su fuerza y estemos mejor dispuestos a pedirle ayuda y guía en cada paso del camino (2).
El ideal es que el cristiano sea capaz de responder positivamente a los cambios de la mitad de la vida. Pero, por desgracia, esto no siempre sucede. ¿Por qué? En la mayoría de los casos porque no están preparados para estas transiciones a fin de prevenir una crisis. El hombre puede evitar la crisis preparándose hacia la mitad de la vida de las siguientes maneras:
Formando y robusteciendo su sentido de identidad personal sobre una base sólida, y no sobre su empleo o profesión y en lo bien que la ejecuta.
Llegando a una mayor intensidad en su capacidad humana de experimentar, aceptar y expresar sus sentimientos.
Desarrollando amistades firmes e íntimas con otros.
Preparándose para los cambios y crisis de la vida, incorporando la Palabra de Dios en su vida.
En este punto quisiéramos sugerir la lectura de libros como: Estaciones para un matrimonio, y El americano sin amigos, así como Manual del consejero cristiano y Usted es algo especial, publicados por CLIE (Terrassa), por ejemplo.
Las necesidades de las personas en crisis
¿Qué es lo que posiblemente querrán que les ofrezcas a las personas cuando vengan a verte con ocasión de un período de crisis? Las necesidades varían. No te sorprendas por la variedad de la gama de peticiones que se te harán. En muchos casos van a esperar que puedas hacer milagros. Tú eres su última esperanza, y sus expectativas de ti, desorbitadas. Cuando no puedas darles o realizar lo que esperan, no te sorprendas si se muestran desengañados e irritados. Con todo, es posible que, sin que se den cuenta, les ayudes en otras formas que van a cubrir algunas de sus necesidades. Es de esas otras formas de las que trata este libro.
¿Cuáles son los tipos de personas que vendrán a verte para que les des consejos? Aarón Lazare y sus asociados, que han realizado una encuesta sobre los pacientes que visitan una clínica o dispensario psiquiátrico, han catalogado 14 categorías distintas, que representan una gran variedad de tipos de pacientes necesitados de intervención a causa de una crisis:
Los pacientes que quieren una persona fuerte que los proteja y controle. «Por favor, hágase cargo de mi situación.»
Los que necesitan a alguien que los ayude a mantenerse en contacto con la realidad. «Ayúdeme a darme cuenta de que soy real.»
Los que se sienten desamparados en extremo y necesitan que los quieran. «Cuídeme.»
Los que necesitan de un consejero disponible para sentirse seguros. «Le necesito siempre a mi disposición.»
Los plagados por un sentimiento de culpa obsesiva y que necesitan confesarse. «Quíteme el sentimiento de culpa.»
Los que necesitan hablar de todo. «Déjame sacar todo lo que tengo dentro.»
Los que necesitan consejo sobre cuestiones que los oprimen. «Dígame lo que tengo que hacer.»
Los que intentan poner en orden ideas conflictivas. «Ayúdeme a situar las cosas en perspectiva.»
Los que verdaderamente tienen el deseo de entenderse a sí mismos y ver de modo claro sus problemas. «Quiero que me aconseje.»
Los que ven su desazón como un problema clínico que necesita la intervención de un médico. «Necesito un doctor.»
Los que buscan alguna ayuda práctica como sostén económico o un lugar en qué residir o mantenerse. «Necesito esta ayuda específica.»
Los que echan la culpa de sus dificultades a otros con los que están relacionados y piden al consejero que intervenga o interceda. «Hágalo por mí.»
Los que quieren información acerca de la forma de conseguir ayuda para satisfacer sus necesidades, e intentan en realidad conseguir acceso a los recursos de la comunidad. «Dígame dónde puedo hallar lo que necesito.»
Personas carentes de motivación o personas psicopáticas que son traídas al consejero en contra de su voluntad. «No quiero nada» (
3
).
Intuir y descubrir quiénes tienen verdaderos problemas
De entre los que buscan ayuda, algunos podrán hacer frente y superar la crisis. Pero otros van camino del fracaso o tendrán dificultades serias. Estos últimos son fáciles de predecir.
La primera de sus características es la debilidad emocional, que arrastran desde mucho antes de producirse la crisis. Su hipersensibilidad y su incapacidad para reaccionar positivamente ante cualquier dificultad hacen que, pese a que creen actuar de la mejor forma, de cualquier insignificancia hacen un drama, multiplicando así los efectos de la crisis.
La segunda es deficiencia física, bien sea por enfermedad o congénita, lo que les resta recursos a la hora de hacer frente emocionalmente a cualquier situación de crisis. La persona que sufre cualquier tipo de dolencia física se halla en inferioridad de condiciones. A veces esta situación puede ser ignorada por el mismo paciente, por lo que es conveniente aconsejar un examen médico.
La tercera es la falta de realismo o, dicho de otra forma, la incapacidad de la persona para aceptar las cosas tal y como son. Hay quien, en un intento de evitar el dolor o la ira, recurre a la artimaña de negar completamente el hecho o la realidad que los produce. Negarse a creer que padecen una enfermedad incurable, que están arruinados financieramente, que sus hijos toman drogas, etc. Tal forma de reaccionar, que suele darse incluso entre personas de alto nivel intelectual, les incapacita sensiblemente para soportar la crisis y debilita sus posibilidades de hacerle frente.
Una cuarta característica son los «infantilismos». Hay personas que cuando se enfrentan a dificultades retroceden a estadios de comportamiento infantil que, comúnmente, se plasman en la tendencia o necesidad de comer, beber, fumar o hablar en exceso a fin de mantener la boca siempre en movimiento. Algo que un famoso psiquiatra de Harvard, el Dr. Ralph Hischowitz, ha etiquetado con el nombre de «la magia de la boca». El problema interno que les acosa les produce un estado de ansiedad y nerviosismo, y, para disimularlo y darle salida, tratan de hacer algo con la boca constantemente. Esta costumbre puede convertirse en crónica y persistir incluso después de que la crisis haya desaparecido. Por este procedimiento la persona no hace más que añadir a la crisis, creando otra minicrisis adicional.
La quinta es la negación del factor tiempo. Hay personas que ante un problema prescinden del factor tiempo en relación al mismo, bien sea eliminándolo del presente o proyectándolo en dirección al futuro. Es decir, tan pronto exigen una solución «inmediata» del problema, como pasan a demorarlo y postergarlo hacia el infinito. El postergarlo les evita tener que hacer frente a la realidad de forma inmediata, pero va sumando factores e incrementando el problema.
En sexto lugar está el sentimiento de culpa. Hay personas que tienen la tendencia a culparse ellos mismos de las dificultades y problemas que atraviesan, lo que les complica y agrava mucho más su situación ante la crisis.
El séptimo lo ocupa el opuesto al anterior. Los que por sistema echan la culpa a otros, negándose a aceptar su parte de dificultad en el problema. No se centran tanto en el problema en sí como en descubrir «al verdadero responsable», en hallar enemigos, que en la mayoría de los casos son imaginarios, y proyectar la culpa sobre ellos. Esto les incapacita para enfocar la crisis desde un punto de vista realista y resolverla como es debido.
La octava característica es la de los muy dependientes o muy independientes. Tan pronto rechazan todo tipo de ayuda como se adhieren a los demás como una enredadera. Ambos extremos son nocivos para hallar una solución real del problema y de la crisis. Los que son excesivamente independientes declinan toda oferta de ayuda aunque vean que se están hundiendo; no aceptan en modo alguno una mano por parte de los demás. Los excesivamente dependientes tienen tendencia a neutralizar los esfuerzos de los que tratan de ayudarles, al negarse a aportar nada por sí mismos.
Por último queda una característica que no debemos olvidar y que, en cierto sentido, tiene relación con todas las que hemos citado. Las creencias religiosas de la persona, que indefectiblemente van a jugar un papel esencial en el desarrollo y tratamiento de la crisis. Queramos admitirlo o no, la vida y las reacciones de una persona mantienen una relación directa con su posición respecto a la existencia de Dios, la realidad de la otra vida y su enfoque teológico de ambas cosas. Los que creen firmemente en la soberanía y el cuidado de Dios para con sus criaturas tienen mucha mejor base sobre la que hacer frente a la vida y a sus crisis.
Se ha publicado un libro de gran interés. Se titula How can it be all right when everything is all wrong?, de Lewis Smedes. Su claridad de visión y su sensibilidad notable con relación a las crisis de la vida y la presencia e implicación de Dios en nuestras vidas pueden responder muchas de nuestras preguntas. Una de sus propias experiencias describe en qué forma nuestra teología nos ayuda a avanzar por entre los cambios de la vida. Dice así:
«La otra noche, intentando conciliar el sueño, empecé a recordar cuáles habían sido los momentos más felices de mi vida. Dejé que la mente fuera saltando y danzando por donde quisiera. Traté de crear mentalmente la sensación de dejarme caer desde lo alto de un granero sobre un gran montón de heno recientemente segado. Fue un momento sumamente feliz. Pero de inmediato, de alguna forma, mi mente fue seducida hacia una escena transcurrida hace algunos años, que, según recordé, había sido uno de los momentos más penosos de mi vida. Nos fue arrebatado nuestro primer hijo por lo que yo consideré una deidad caprichosa, y a la que me negué llamar Dios. Tuve la impresión de que una especie de ratero cósmico nos había despojado. Durante un tiempo llegué a pensar que no volvería a sonreír de nuevo.
»Pero después, no sé cómo, en un cambio milagroso en mi perspectiva, me inundó el sentimiento extraño e inexpresable de que mi vida, nuestras vidas, eran útiles todavía. Que la vida es buena porque nos es dada, y que sus posibilidades eran todavía incalculables. Entre el vacío de los sentimientos que me quedó a causa del dolor, penetró un sentimiento de que las cosas me eran dadas, de que todo era una dádiva. Algo que no me era posible explicar. Sólo se puede sentir como una dádiva de gracia. Un impulso irreprimible de bendición llegó a mi corazón y lo inundó de gozo por encima del dolor. Mirando hacia atrás, me parece ahora que no he conocido de nuevo un sentimiento de gratitud y felicidad tan agudo, tan intenso, un gozo profundo y tan sincero» (4).
Chuck Swindoll siempre habla de modo muy realista sobre las crisis de la vida. En uno de sus escritos dice así:
«La crisis estruja. Y al estrujar, con frecuencia refina o purifica, pese a que momentáneamente puede hacerte sentir desanimado, porque la crisis no ha generado aún una entrega o rendición. He permanecido al lado de muchos moribundos. Y he ministrado a muchísimos estrujados y quebrantados como para creer que este aplastar sea un fin en sí mismo. Por desgracia, sin embargo, son necesarios los golpes brutales de la aflicción para ablandar y penetrar nuestros corazones endurecidos. Por más que estos golpes puedan parecernos injustos.
»Recordemos la admisión de Alexander Solzhenitsyn:
“Fue tan sólo cuando me hallaba pudriéndome en una prisión, entre la paja, que sentí dentro de mí el primer aleteo de lo bueno. Gradualmente se me fue haciendo claro que hay una línea que separa lo bueno de lo malo, que pasa, no por Estados, ni aun entre clases, ni tampoco entre partidos políticos, sino por entre los corazones de los seres humanos. Así que bendita prisión por haber entrado a formar parte de mi vida” (5).
»Estas palabras nos proporcionan una ilustración perfecta de los pensamientos del salmista:
Antes que fuera yo humillado, andaba descarriado;
mas ahora obedezco tu palabra...
Ha sido un bien para mí el haber sido humillado,
para que aprendiera tus estatutos.
(Sal. 119:67, 71)
»Después que las crisis han estrujado bastante a las personas, Dios interviene para consolar y enseñar» (6).
Demos una mirada, ahora, a la pauta típica de lo que ocurre en la vida de una persona cuando pasa por los estadios del cambio y de la crisis. Como se puede ver por la gráfica, hay cuatro fases en todo cambio o crisis en la vida.
SECUENCIA DEL CAMBIO O CRISIS EN LA VIDA
Fase I
Fase II
Fase III
Fase IV
I
MPACTO
E
SCAPISMO
C
ONFUSIÓN
A
JUSTE
R
ECONSTRUCCIÓN
R
ECONCILIACIÓN
Tiempo Respuesta
HORAS Lucha-Huida
DÍAS Ira-Temor-Culpa-Furor
SEMANAS Empiezan los pensamientos positivos
MESES Esperanza
Pensamiento
Entumecimiento o parálisis Desorientación
Ambigüedad Incertidumbre
Resolución del problema
Consolidación de solución del problema
Dirección
Búsqueda del objeto perdido
Esfuerzos para recobrarlo Separación
Búsqueda de un nuevo objeto
Reanudación
Comportamiento de búsqueda
Reminiscencia
Contemplación perpleja
Exploración enfocada
Prueba de la realidad
Ayuda que precisa
Aceptación de los sentimientos
Dirección orientada al objetivo
Apoyo Comprensión espiritual
Llegar al otro lado Esperanza reforzada (
7
)
LA FASE DEL IMPACTO
La fase del impacto suele ser muy breve. La persona descubre inmediatamente que se está enfrentando a un suceso de capital importancia. Para algunos es como si hubieran recibido un gran mazazo en la cabeza. La fase del impacto implica darse cuenta de la crisis y quedar aturdido. Este período dura de una hora a unos días y ello depende del suceso y de la persona afectada. En una pérdida severa, pueden aparecer lágrimas inmediatamente o unos días más tarde. Cuanto más severa sea la crisis o pérdida, evidentemente mayor es el impacto y mayor la incapacitación y el sentimiento de aturdimiento.
Es posible que la fase de impacto se prolongue durante mucho tiempo, como en el caso de un divorcio. Durante esta fase, la persona tiene que tomar la decisión de si va a permanecer firme y luchar para vencer el problema mediante su resolución, o bien huir del problema y no admitirlo. Los psicólogos llaman a esto la pauta de lucha o de huida. Durante este estadio de impacto, en general la persona es menos competente de lo que es normalmente, y va a reaccionar, probablemente, en la tendencia usual en la forma de manejar los problemas de la vida. Si su tendencia en el pasado ha sido hacer frente a los problemas, posiblemente hará frente al problema. Pero si su tendencia ha sido evadir los problemas, es probable que haga lo mismo.
El luchar o intentar hacerse cargo de la situación en medio de la crisis parece ser la respuesta más sana. El huir o evadir sólo prolonga la crisis. Y como cada una de las fases sucesivas depende de los reajustes que hagamos en la fase previa, el evitar la realidad no demuestra mucha sensatez. Con ello se prolonga el sufrimiento en lugar de resolverlo.
Durante la fase del impacto disminuye nuestra capacidad para pensar. Nos hallamos algo aturdidos y desorientados. Incluso es posible que algunos tengan la impresión de que les es imposible pensar o sentir nada. Es como si todo el sistema se hubiera desconectado. La capacidad de comprensión está disminuida y no es posible esperar mucho de ella en estos momentos. La información que se le proporciona de carácter factual la persona no la registra, de modo que tendrá que ser repetida más adelante. Es común la experiencia de estar explicando algo a una persona y ésta, a su vez, hacer alguna pregunta que indica que no ha oído nada de lo que se le ha dicho. Debido a que está como entumecido, sin sentido, o bien aturdido, puede tomar decisiones poco sensatas. Pero, por desgracia, a veces es necesario tomar decisiones importantes; el aplazarlas es imposible. Es por esto que necesita la ayuda de otras personas.
Durante la fase de impacto, la persona, de modo real y simbólico, está buscando e intentando recobrar la situación o el objeto perdido. El proceso de su pensamiento va dirigido hacia la pérdida. Por ejemplo, es común que el que ha perdido a un deudo a causa de la muerte, saque y busque fotografías y otros objetos que le recuerdan a la persona que ha muerto. Cuando se ha perdido algo que significa mucho para nosotros, nos adherimos a nuestros vínculos emocionales durante un tiempo. Es muy normal buscar el objeto perdido o un sustitutivo, y la búsqueda es mayor cuando no nos damos cuenta completa de lo que nos está sucediendo.
La intensidad en la búsqueda de lo perdido está en proporción al valor atribuido. Es necesario que esta persona sea escuchada y que sus sentimientos sean aceptados. El rechazo de los sentimientos demora la resolución del problema. No es bueno enterrar o negar los sentimientos en este punto. La persona puede incluso sentirse extraña respecto a los pensamientos y sentimientos que está experimentando, y los comentarios negativos de los demás no le ayudan nada. Si te sientes incómodo cuando estás aconsejando a una persona en crisis, en vez de hacerle moderar la expresión de sus sentimientos, dedica tiempo a descubrir la fuente de tu propia incomodidad, porque al hacerlo podrás tú mismo responder mejor a los sucesos de tu vida y ayudar a los demás.
El sentido de culpa, común también a esta fase de impacto, debe asimismo ser discutido. Hay personas que se sienten culpables de haber fallado. Otras, por el contrario, se acusan de haber conseguido algo. Para muchas es tan difícil aceptar un éxito como su fracaso. Se preguntan si lo merecen, o ven a otros que no han triunfado y, en su empatía por ellos, se sienten culpables de su propio éxito. Los hijos de padres que se divorcian se sienten culpables con frecuencia, como si fueran ellos los responsables de la disolución del matrimonio. Los que presencian accidentes o catástrofes, con frecuencia experimentan culpa. «¿Por qué yo no fui afectado? ¿Por qué murió mi hijito y no yo? ¡A él le quedaban muchos años de vida, en tanto que yo...!» Éstas son reacciones comunes.
La persona que experimenta culpa tiene muchas opciones disponibles para aliviarla. Puede conseguir alivio por medio de la racionalización. Puede proyectar la culpa sobre otros. Puede intentar hacer penitencia y satisfacer así la culpa. O bien puede solicitar el perdón cuando ha habido un pecado genuino y una violación de los principios de la ley de Dios. Dios puede quitar, y quita, la verdadera culpa. Pero existen otros sentimientos de culpa que no tienen base alguna. Y la persona que vive de sus emociones la mayor parte del tiempo, tendrá más tendencia a sentirse culpable durante una crisis que otros. Aquellos cuyas pautas de pensamiento son de carácter negativo van a experimentar y exhibir más culpa que otros. El perdón de Dios no suele ser necesario ni se aplica a la culpa falsa. Lo que es necesario es ayuda externa para cambiar la perspectiva o lo que uno se dice a sí mismo. Pero para ello hace falta tiempo, y durante la fase del impacto no es precisamente lo que sobra.
Antes de pasar al próximo estadio, quiero explicar en qué forma el uso de la gráfica puede ser útil para aconsejar a las personas en estado de crisis. Con frecuencia la persona en crisis se siente abrumada y se pregunta si sus reacciones son normales. En ocasiones he mostrado a algunas personas la gráfica completa, describiéndoles los diferentes estadios, y les