Cómo hablar con un adolescente y que te escuche - Jordi Nomen - E-Book

Cómo hablar con un adolescente y que te escuche E-Book

Jordi Nomen

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Beschreibung

¿En qué piensan los adolescentes? ¿Cómo es su mundo interior? ¿Qué representan para ellos la familia, los amigos y la escuela? ¿Qué papel juegan las emociones en su desarrollo? ¿Cómo podemos acompañarlos en esta etapa de autodeterminación? Como profesor de filosofía, Jordi Nomen ha conversado durante miles de horas con los seres más introvertidos del planeta: adolescentes que le cuentan todo lo que callan en casa. Ha conocido sus temores e inseguridades, sus inquietudes y sus hábitos, sus fortalezas y sus debilidades. Dividido en tres partes, este clarificador libro describe cómo perciben el mundo los jóvenes, cuáles son los retos a los que se enfrentan y cómo podemos ayudarles. Nomen introduce la voz de los adolescentes con sus propias reflexiones y habla de cuestiones esenciales para padres y educadores, como la construcción de la personalidad, los cambios vitales, los amigos, la identidad real y la digital, el amor y la sexualidad, el presentismo, las emociones, los hermanos... Además, ofrece consejos prácticos para detectar posibles problemas graves, así como pautas concretas para abordarlos: depresión, pornografía, drogas o fracaso escolar. Jordi Nomen lleva más de treinta años impartiendo clases en la escuela Sadako de Barcelona, un centro innovador premiado a nivel internacional. Su primer libro, El niño filósofo (Arpa, 2018), se ha convertido en referente de la educación y ha sido traducido a seis idiomas.

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CÓMO HABLAR CON UN ADOLESCENTEY QUE TE ESCUCHE

 

 

© del texto: Jordi Nomen, 2024

© de esta edición: Arpa & Alfil Editores, S. L.

Primera edición: enero de 2024

ISBN: 978-84-19558-65-7

Diseño de colección: Enric Jardí

Diseño de cubierta: Anna Juvé

Maquetación: Àngel Daniel

Producción del ePub: booqlab

Arpa

Manila, 65

08034 Barcelona

arpaeditores.com

Reservados todos los derechos.

Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada o transmitida por ningún medio sin permiso del editor.

Jordi Nomen

CÓMO HABLARCON UN ADOLESCENTEY QUE TE ESCUCHE

ÍNDICE

INTRODUCCIÓN: AD OLERE, EL ADOLESCENTEEN PROCESO DE CRECIMIENTO

1. EL MUNDO DE LOS ADOLESCENTES

Gestión del cambio

Presentismo

Construcción de la personalidad

Emociones y razones

Sociabilidad: la amistad

La identidad real y la identidad digital

El enamoramiento, el amor y la sexualidad

Aprendizaje y desaprendizaje: la construcción de un nuevo mundo

El tiempo libre

Hermanos y hermanas

Nuevos tipos de familias

2. LOS RIESGOS

Tecnología y juegos. El problema de la atención y las redes sociales

Tabaco, alcohol y drogas

Sexualidad: embarazos no deseados y enfermedades de transmisión sexual (ETS)

Acoso

El abandono escolar

La violencia en la familia

Trastornos en la conducta alimentaria

Otras enfermedades mentales: ansiedad y depresión

3. UNA RUTA HACIA LA AUTODETERMINACIÓN Y LA MADUREZ

Exigencia y amor: la fortaleza del vínculo entre el adulto y el adolescente

Darles tiempo, tu tiempo, a su tiempo. Tiempo de calidad y escucha atenta

Dar ejemplo de coherencia entre pensamiento, palabra y acción

Paciencia y paciencia: muchos grados de paciencia

La razón y la emoción, en su correcta proporción. Bases para el diálogo con adolescentes

Compartir, vivir y pensar experiencias

Dejar que se equivoquen: ni hiperprotección ni desprotección. Estar disponibles. Autonomía personal frente a heteronomía

El diálogo con los adolescentes

Esperar lo mejor y prevenir lo peor. Celebrar los éxitos y aprender de los fracasos junto a un adolescente

La persona es mucho más que su actitud. ¡Recordad vuestra propia adolescencia!

Conclusiones: la adolescencia como camino de crecimiento hacia la madurez

PARA SABER MÁS

AGRADECIMIENTOS

INTRODUCCIÓN

AD OLERE, EL ADOLESCENTEEN PROCESO DE CRECIMIENTO

«Soy como esa isla que ignorada,late acunada por árboles jugosos,en el centro de un marque no me entiende,rodeada de nada,—sola solo—.

[…]Quizá haya algún tesoromuy dentro de mi entraña.

¡Quién sabe si yo tengodiamante en mi montaña,o tan solo un pequeñopedazo de carbón!».

Fragmento del poema Isla ignoradade GLORIA FUERTES

Llevo más de treinta años impartiendo clases a adolescentes. Soy tutor y profesor de filosofía. Junto a ellos he aprendido todo lo que pienso compartir en este libro, que se basa, sobre todo, en mi experiencia. Cuando empiezo a escribir estas líneas acabamos de volver de un viaje de estudios. Cuatro días de una convivencia muy intensa, hablando con ellos, escuchándolos. Imaginaos una larga cola de sesenta estudiantes de quince y dieciséis años que se desplaza, en grupo, por una ciudad desconocida. En colas como esas he tenido las charlas más estimulantes que puedan imaginarse. He aprendido a conocerlos y comprenderlos. He conocido sus temores e inseguridades, sus inquietudes y sus hábitos, sus fortalezas y sus debilidades. Son horas de camino, entre visita y visita, recontándolos una y otra vez para no dejar a ninguno atrás.

A lo largo de los años he comprendido que la adolescencia es un constructo cultural e histórico, fruto del tiempo y el espacio en que viven, de las modas y las influencias que reciben, y de la personalidad que han construido a lo largo de su niñez, sobre todo junto a su familia. También acarrean prejuicios y estigmas, producto de la convivencia y el devenir familiar y social.

Actualmente ya no es solo la familia, a mi parecer, el principal grupo educador. Ni la escuela. Ahí están las redes sociales y los modelos que en ellas encuentran, porque mis alumnos apenas ven la televisión o escuchan la radio; se mueven por internet, con lo bueno y lo malo que ello implica. También son grupos educadores, como lo han sido para muchas generaciones, sus pares e iguales, de los que toman referencias para no quedar excluidos de ese vínculo que tan fundamental resulta para su socialización a esas edades. El grupo lo es todo. Por ello, a veces andan desorientados, recibiendo mensajes contradictorios desde instancias diversas.

Resulta significativo apelar a la etimología para comprender cómo perciben las miradas que, sobre ellos, proyectamos el resto de las generaciones con las que comparten el mundo.

La palabra adolescente se ha referido, en ocasiones, a la proximidad de su raíz latina con el dolor, «el que adolece». Desde ese punto de vista, vendría bien para definir los conflictos que suceden a esas edades. Sin embargo, esa asociación es falsa, puesto que la palabra adolescente proviene del verbo latino olere, que significa crecer, y vendría a significar, junto con el prefijo ad, algo así como «el que está en proceso de crecer». ¿Con qué definición vamos a quedarnos en nuestro trato con ellos? Si elegimos ver el dolor que sienten y nos producen, por supuesto lo veremos, porque ya sabemos que gran parte de la efectividad de las profecías se encuentra en que damos pasos involuntarios hacia su consecución. Del mismo modo, si preferimos observar su crecimiento, su desarrollo, su espléndido camino hacia la autonomía y la libertad personales, favoreceremos, con nuestra mirada adulta, que ellos también lo vean.

La adolescencia no es, pues, un paréntesis extraño, porque la vida es un proceso de cambio permanente en el que el ser humano va creciendo y desarrollándose o involucionando y marchitándose, porque nadie es una isla en medio del mar.

Quizás lo que ocurre es que los adultos deseamos que los adolescentes sean nuestro espejo y reflejen lo mejor de nosotros mismos. Es un vano intento, sin duda. Los espejos reflejan el mundo al revés, de derecha a izquierda, y nos muestran, con su misterio, un mundo muy diferente del que reflejan, aunque conserve su esencia. Decía el poeta Jorge Luis Borges en un fragmento de su poema «Los espejos»:

Nos acecha el cristal. Si entre las cuatro

paredes de la alcoba hay un espejo,ya no estoy solo. Hay otro. Hay el reflejoque arma en el alba un sigiloso teatro.

Todo acontece y nada se recuerdaen esos gabinetes cristalinosdonde, como fantásticos rabinos,leemos los libros de derecha a izquierda.

Los adolescentes son ese espejo cambiante que establece ese otro al que hay que comprender, porque ha cambiado lo conocido, porque parece representar ahora una obra distinta de la que protagonizó en su infancia, porque la acción transcurre al revés de lo previsto. Conviene a los adultos desentrañar cuánto es teatro y cuánto realidad en esa obra que es crecer.

El libro que sigue a continuación se inicia con un repaso de los tópicos que se han ido utilizando para definir la adolescencia, y se organiza en tres grandes apartados. El primero, para definir el mundo de los adolescentes hoy. El segundo, para hablar de los riesgos a los que se enfrentan. El tercero, para determinar los pasos de una ruta hacia la autodeterminación y la madurez. Durante su escritura me he apoyado en algunos filósofos y escritores para ejemplificar algunos de los conceptos que manejo, por ser estos los campos de mi desempeño profesional. No obstante, he decidido citarlos apenas textualmente, y así facilitar una lectura próxima y fluida. Igualmente, al final podrás encontrar un apartado («para saber más») en el que hallarás algunas propuestas bibliográficas en las que profundizar, junto a algunas propuestas de películas y libros apropiados para la lectura de los adolescentes.

También añadiré la voz de mis alumnos a través de reflexiones que he recibido a lo largo de los años. Cada año, en tercero de ESO, con quince años, les encargo un reto filosófico que consiste en hacer fotografías y reflexiones sobre las mismas donde expresen sus opiniones sobre ellos mismos y sobre el mundo. En este texto compartiré algunas de ellas. Espero, de todo corazón, que lo apuntado aquí pueda ser de utilidad a familias y maestros que quieran comprender a los adolescentes, para construir con ellos un vínculo acorde con su crecimiento, positivo y esperanzador, puesto que ellos construirán el futuro.

Los mitos sobre la adolescencia

«La juventud de hoy ama el lujo. Es mal educada,desprecia la autoridad, no respeta a sus mayores, ychismea mientras debería trabajar. Los jóvenes ya nose ponen de pie cuando los mayores entran al cuarto.Contradicen a sus padres, fanfarronean en la sociedad,devoran en la mesa los postres, cruzan las piernasy tiranizan a sus maestros».

SÓCRATES

Como vemos en la cita anterior, ya en tiempos de Sócrates circulaba una imagen negativa de la adolescencia y la juventud. Todavía podría suscribirse en la actualidad en muchos encuentros de adultos cargados de prejuicios y tópicos.

Por supuesto, cualquier generalización supone una simplificación de lo complejo. Todas las personas somos distintas y vivimos en el mundo de forma propia y diferencial. Con todo, ha hecho fortuna, como categoría de análisis y reflexión, el concepto de generación, para tratar de establecer algunas características comunes que pueden agrupar a las personas de la misma edad en un espacio y en un tiempo concretos. Así pues, vamos a preguntarnos: ¿cómo son las personas que viven su adolescencia hoy en nuestro país?

Quizás deberíamos empezar por decir que la adolescencia es una parte del ciclo de la vida situada entre la niñez y la juventud que permite hacer esa transición indispensable de la dependencia a la independencia, a las deseables autonomía y madurez. Ciertamente, los expertos destacan que en las últimas décadas la adolescencia ha ampliado su duración, que antes solía marcarse en torno a los diecinueve años y hoy puede extenderse incluso hasta los veinticuatro, con algunas actitudes de personas adultas (impulsivas, caprichosas, poco responsables…) propias de una inmadurez notable y que, en ocasiones, se alarga, incluso, más allá. En 2018, la revista médica The Lancet lo afirmaba en un artículo cuya opinión comparto, al decir que la adolescencia es un periodo vital que «ahora se extiende desde los diez a los veinticuatro años», cinco más de los diecinueve hasta ahora considerados como el momento de superación de esta etapa de la vida.

Para comprender bien su realidad, conviene desterrar los mitos que tienden a estigmatizar y presentar esta etapa de la vida como algo horrible, casi demoniaco. Suele ser un lugar común que, cuando refiero mi profesión como profesor de adolescentes, muchos adultos me dan el pésame como si de un duelo inevitable se tratara. Con tamaña carga de prejuicios no será posible descubrir lo bello e interesante que tiene este periodo de vida de las personas. Por ello, antes de definir el mundo del adolescente querría insistir en los variados, y normalmente negativos, mitos y estereotipos que les persiguen desde la visión de muchos adultos. A continuación, recojo diez mitos sobre la adolescencia, aunque seguramente podríamos señalar muchos más:

1. Los adolescentes han perdido su niñez

Muchas familias señalan, en las entrevistas tutoriales, que sus hijos han perdido los niños que fueron. Especialmente ante los conflictos presentes, se suele idealizar la edad dorada de la niñez como una suerte de paraíso en el que no había desencuentros ni malestar, en el que todo funcionaba con la precisión de un reloj. ¿De verdad fue así? Seamos razonables. Siempre hay conflictos y malestares, porque son necesarios para el crecimiento del ser humano. Por otra parte, ¿no estaremos confundiendo nuestra competencia para gestionarlos como adultos, nuestra comodidad, con la ausencia de estos?

Ningún adolescente ha perdido su niñez, del mismo modo que ningún anciano ha perdido su juventud o su madurez. El ciclo vital es continuo y se construye por acumulación de experiencias. El niño que fue es el punto de partida del adolescente que ahora es, y así seguirá siendo en el futuro. Si de niños recibimos valores y principios y desarrollamos virtudes —y también vicios—, ese entramado continúa existiendo en nuestra interioridad. Por eso es tan importante tener una niñez feliz y responsable. No rompemos la línea de la vida en cada etapa. Quizás lo que ocurre es que también vamos aprendiendo a enmascarar lo que somos, aunque, tarde o temprano, si el crecimiento es sano sabremos distinguir esa línea continua que configura nuestra identidad.

No puedo dejar de reproducir aquí la letra de esa hermosa canción de Melendi sobre ese yo adulto que se despide del niño que fue. Sus palabras superan en mucho las mías:

Y aunque a veces se nos fuera de las manos

Tú fuiste quien me enseñó a creer en mí

Aunque puede que ese «en mí» no siempre fuera el acertado

Me enseñaste a romper lazos que me ataban

A existir sin que me vieran, tú me diste tantas cosas

Y aunque a veces te fallaran las maneras

Fuiste siempre mi bastón cuando no veía salida

Unas alas de cartón que nunca vuelan

Pero, al menos, lo fingían

Fuiste lo que me faltaba y no te vas porque sobras

Hoy solo soy el pintor que firma y guarda su obra

La guardaré en un rincón, el mejor de mi castillo

Ese que juntos construimos desde que éramos niños

Sé que lo entenderás porque en el fondo lo sabes

Hoy dejo el surrealismo para pintar paisajes

Y aunque el envío es urgente

La carta es sin remitente

Tú me enseñaste a vencer mi timidez

Tú me enseñaste a mirar a los ojos

Pero fallabas en contar hasta diez

Y darte cuenta de que hacías daño a otros

No pienses ni por un momento

Que no voy a echarte nunca más de menos

Pero es difícil que nos veamos

Porque ahora vivimos demasiado lejos

Pero siempre te voy a estar

Eternamente agradecido

Por esas cosas que sin ti

Yo solo, por mi cuenta, nunca habría aprendido

Y sabes muy bien que no es triste

Por mucho que sea despedida

La cura solamente existe

Si antes hubo herida

Fuiste lo que me faltaba y no te vas porque sobras

Hoy solo soy el pintor que firma y guarda su obra

La guardaré en un rincón, el mejor de mi castillo

Ese que juntos construimos desde que éramos niños

Sé que lo entenderás porque en el fondo lo sabes

Hoy dejo el surrealismo para pintar paisajes

Y aunque el envío es urgente

La carta es sin remitente

2. Los adolescentes solo buscan el conflicto

Ese tópico suele estar detrás de la palabra adolescencia más a menudo de lo que debería. «Conflictivo» es el adjetivo que parece asociarse indefectiblemente con las adolescencias. Y el ruido nos impide escuchar la palabra, aunque esta suele predominar. Sin duda, hay adolescencias conflictivas, como niñeces o ancianidades conflictivas. Es necesario repetir, una vez más, que toda convivencia genera conflictos y cualquier cambio tiende al desajuste del equilibrio. Sostener que, con su sola presencia, el adolescente va a generar conflicto, es mantener un prejuicio que no se basa en más evidencias que los casos concretos a los que, por cierto, otorgamos notoriedad pública, tanto en los medios de comunicación como en las conversaciones cotidianas. En mi caso, he conocido a miles de adolescentes debido a mi experiencia profesional, y la mayoría de ellos tuvieron conflictos sin que eso los convirtiera en conflictivos. Simplemente, como cualquier persona, buscaban su camino y hallaban obstáculos y resistencias internos y externos en esa búsqueda. No podemos negar lo evidente: la juventud predispone al cambio y la evolución más que a la conservación y la quietud. Así es la vida. Deducir de ello que adolescencia es sinónimo de conflicto es un error que predispone a situar las relaciones con los adolescentes en el binomio ataque-defensa. Y esperar lo peor suele ser una mala estrategia para conocer lo mejor.

3. La adolescencia es una enfermedad que hay que pasar

No perdamos de vista que la enfermedad es una alteración leve o grave del funcionamiento normal de un organismo o de alguna de sus partes debido a una causa interna o externa. Nada tiene que ver con la adolescencia, una etapa de la vida que es necesaria para seguir creciendo. De nuevo estamos ante un estigma que provoca, en el menor de los casos, rechazo e indefensión. Ciertamente, se producen cambios físicos, hormonales y psíquicos en los adolescentes, pero nada de esto puede ser considerado una enfermedad. Al final, lo que sucede es que a los adultos nos cuesta romper con nuestro espacio de comodidad para adentrarnos en el desafío que supone responder ante quien está construyendo su lugar en el mundo, con titubeos e incertidumbres.

No se puede generalizar sobre cómo afrontan los jóvenes ese desafío. Algunos sufrirán muchos vaivenes emocionales e inseguridades varias. Otros muchos, ninguno. Los adolescentes están descubriendo un mundo nuevo, de tránsito hacia la edad adulta, pero lo encaran con tanta emotividad o racionalidad como hayan aprendido. Los habrá que tendrán un alto sentido crítico y un pensamiento razonable y los habrá más manipulables y condicionados por el impulso y el deseo. No se puede generalizar, a riesgo de caer en una falacia.

4. A los adolescentes no les importan sus padres y no quieren hablar con ellos de nada

En muchas ocasiones, en las entrevistas tutoriales me he encontrado con familias que manifestaban un gran sufrimiento por la falta de comunicación con sus hijos. «Antes solía contárnoslo todo y ahora se encierra en su habitación, hasta el punto de que la casa ha dejado de ser un hogar para ser una fonda». «Parece que nuestro criterio ya no es valioso, como cuando era niño». Estas son opiniones que he oído muchas veces en la voz de progenitores preocupados.

En efecto, cuesta mucho aceptar que se ha perdido el papel que otorgaba centralidad a nuestra posición en la vida de los pequeños. Debemos hacer un duelo para construir una nueva relación de confianza y respeto que ya no se basa en nuestra palabra, sino que debe validarse en la racionalidad y evitar el viejo paternalismo de «yo sé lo que te conviene». Solo así facilitaremos la emergencia de su autonomía y criterio propio. Del amor como razón hemos de pasar a las razones del amor, que tienen su sentido en estimular el crecimiento del otro, aun en detrimento de la autoridad incondicional de la que gozábamos en la infancia. Es común y natural que los adolescentes tiendan a distanciarse del padre y de la madre, pero para ellos y ellas es una necesidad para construir su propia identidad. No es una afrenta personal ni debemos sentirnos culpables. Nuestra reacción a ese silencio marcará que se mantenga y agudice o que se suavice. Las familias y los maestros debemos ofrecer un territorio de seguridad sin ultimátums: «Aquí estoy si me necesitas; si tú quieres». En este momento de su ciclo vital sus referentes se trasladan al grupo de iguales, a los que pedirán consejo y ayuda para afrontar sus problemas y preocupaciones. Encajar en el grupo de pertenencia es una de sus máximas prioridades.

Pero, aun así, la familia siempre será el núcleo de seguridad al que recurrirán si sienten que el problema es de dimensiones inabarcables para su capacidad. En algún momento, tratarán de abrir un canal de comunicación y la capacidad del receptor adulto será clave para mantenerlo abierto. Si se encuentran con juicios y críticas poco constructivas se instalarán de nuevo en el silencio y la ventana de oportunidad se cerrará. Por supuesto, también si el castigo es la única respuesta. Quizás tendemos a interrogar demasiado y a preguntar poco. El diálogo no es invasivo ni busca el control del otro; por el contrario, busca la comprensión y el enriquecimiento mutuo. Quizás tendemos a imponer decisiones en una etapa en la que ellos buscan comprender las normas. Tal vez hemos roto la confidencialidad de lo que un día nos confiaron. No debemos olvidar que, por norma general, los hijos quieren a sus padres y también a sus profesores, con los que comparten buena parte de su vida. Ante la pregunta directa, y lo sé por experiencia, suelen responder: «Pues claro que quiero a mi familia; son fundamentales en mi vida».

5. Los adolescentes son irresponsables

«Siempre tengo que perseguirlo para que haga los deberes o para que ayude en casa». Otra frase común de las entrevistas tutoriales con las familias. Si a ello añadimos la valoración de la escuela («suele llegar tarde a las clases», o bien «os ha mentido sobre lo que ha ocurrido en la escuela»), la angustia aparece en los rostros de los padres. Conviene recordar que la responsabilidad se construye con la libertad y la conciencia de los límites que esta tiene, en la necesidad de normas que permitan la convivencia. Si no ejercemos la libertad, jamás tendremos responsabilidad; si no aprendemos los límites tampoco. La responsabilidad es la virtud de asumir las consecuencias que se derivan de nuestros actos. Requiere de creatividad para anticipar las diversas posibilidades, y de evaluación reflexiva para valorar las consecuencias, una vez se han dado. Por todo ello, los adultos que acompañamos a los adolescentes debemos preguntarnos: ¿les damos espacios de libertad? ¿Reflexionamos con ellos sobre las consecuencias y las normas? ¿Los animamos a asumirlas o los sobreprotegemos? A menudo hay dos indicadores que impiden la buena marcha del proceso hacia la libertad: uno es la tendencia a echar las culpas a otros o a las circunstancias para no asumir los errores; el otro, la ausencia de reflexión durante el proceso de toma de decisiones. Hay adolescentes muy responsables y otros que no lo son, como también hay adultos en esas mismas categorías.

6. Las chicas adolescentes son más difíciles de sobrellevar

Ese es uno de los tópicos más difíciles de aceptar. Entraña una profunda desconfianza y un cierto machismo. Es un prejuicio sexista. Las familias cuentan que «de niña era obediente y responsable» y ahora se ha vuelto todo lo contrario: «Es rebelde y no acepta nuestros consejos; se ha vuelto tirana y desagradable». He ahí algunas de las frases que uno puede escuchar en las entrevistas tutoriales. Se lee en la experiencia de las familias la frustración y la sensación de fracaso. «¿Qué hemos hecho mal?», se preguntan.

Como sabemos, la culpa añade un inconveniente más al problema existente, porque la culpa no suele modificar nuestra estrategia, sino que contribuye a bloquear cualquier solución. Y en la cuestión del vínculo no se puede tirar la toalla, porque nuestra hija está poniendo a prueba nuestro amor incondicional, nuestra resistencia personal. Debemos buscar una nueva relación, invertir tiempo y paciencia, como los adultos que somos, en redescubrir a las hijas, en construir un nuevo respeto basado en la negociación y el consenso y no en nuestra propia voluntad. Nuestra autorregulación y nuestra paciencia serán ejemplos para la suya. No se trata de renunciar a la exigencia, sino de mantenerla desde la cercanía y la comprensión. No olvidemos que, como ya se ha dicho, están buscando su lugar en un mundo que han dejado de percibir como acogedor porque limita una libertad de la que se sienten celosas. Las madres suelen vivir ese proceso mucho peor, porque se pierde la complicidad que reinaba habitualmente en la niñez. Todo ese proceso, no obstante, no contiene sesgo sexual. Con los chicos puede suceder lo mismo. Quizás conviene tener en cuenta que el rol social que se exige a las chicas, en una sociedad todavía muy patriarcal, las pone más en tensión, si cabe, en esta etapa de la vida.

Construir un nuevo vínculo basado en la negociación y el respeto mutuo: esa debería ser la consigna en el trato con adolescentes.

7. Los adolescentes ya no necesitan a su familia

Siempre deberíamos haberlo sabido. Los seres humanos, como cualquier otra especie animal, necesitamos aprender para alcanzar nuestra autonomía personal, esa que va a permitir que dirijamos nuestra vida por nosotros mismos, con un criterio independiente. Claro que nuestra especie se caracteriza por un fenómeno llamado «juvenilización», que se plasma en el alargamiento del período de dependencia. En general, los animales se consideran autónomos cuando pueden valerse por sí mismos, sin depender de sus padres para obtener alimento, refugio y protección. Muchas aves lo consiguen al eclosionar el huevo; los mamíferos tardan más. Por ejemplo, los cachorros de perro suelen comenzar a comer alimentos sólidos y explorar el mundo que les rodea alrededor de las 4-6 semanas de edad, pero pueden seguir dependiendo de su madre para alimentarse y protegerse durante varias semanas adicionales. Los seres humanos necesitamos mucho más tiempo y, por añadidura, seguimos aprendiendo siempre.

A menudo se confunde la necesidad con la dependencia. El ser humano es un animal social que necesita un espacio de seguridad, un hogar en el que liberarse de las tensiones que acaecen en la cotidianidad. En la familia y también en la escuela debería hallarse ese espacio seguro, para manifestar lo que somos y sentimos sin necesidad de paracaídas ni máscaras que amortigüen nuestros miedos. No obstante, no podemos depender de esos espacios hasta el punto de no ensayar nuevos retos. No podemos acomodarnos, porque crecer quiere decir ponerse a prueba, tratar de superar dificultades y obstáculos, frenos que nos impidan dar nuevos pasos en lo desconocido. Los adolescentes necesitan a su familia como sucede con todo ser humano, pero para crecer necesitan salir de ella al mundo y experimentar. Su salud mental y física dependerá, en buena parte, de que puedan explorar el mundo por sí mismos. Si algún día han de crear su propia familia, aunque sea usando lo que aprendieron, deben dar un paso y usar su libertad para no ser dependientes de los vínculos que crearon en su infancia. Pero toda la vida necesitarán a su familia.

8. Los adolescentes están enganchados a la tecnología

El mundo actual está presidido por la tecnología. Hemos avanzado más en las últimas décadas que antes durante siglos. Nos cuesta adaptarnos a tan acelerado crecimiento; también a los adultos. La brecha digital separa a las generaciones, y los adolescentes actuales lo saben y lo viven. No es fácil gestionar unos medios que han sido ideados deliberadamente para provocar descargas inmediatas y sostenidas de dopamina. Ellos no han conocido un mundo sin internet ni redes sociales y desconocen que es posible vivir sin ellas. Se han adaptado al mundo digital que les hemos presentado en su tierna infancia. No podemos apartar lo digital de ellos sin convertirlos en inadaptados. No podemos privarlos de las oportunidades que ofrecen. En cambio, sí podemos enseñarles un uso razonable, no adictivo, de los mismos. En casa y en la escuela debe regularse la utilización del móvil y otros dispositivos. Y solo puede hacerse desde el acuerdo. Debemos enseñar a los adolescentes que los acuerdos nunca son sobre máximos. Si defendemos lo que para nosotros y ellos sería ideal, no nos vamos a entender. Hay que descender al terreno de lo aceptable, de los mínimos. Ahí sí puede haber acuerdo, aunque ambos nos sintamos algo incómodos y decepcionados.

El pensamiento crítico y el hábito de la lectura son los grandes protectores contra las dependencias de todo tipo. Quien aprende a ser crítico sabrá ver cuándo lo que aparentaba libertad se convierte en esclavitud. Si no es fácil para los adultos, ¿cómo va a serlo para los adolescentes, que tienen menos referencias y experiencia de vida? Solo la renuncia voluntaria es efectiva.

Debemos tener en cuenta que las redes son una ventana abierta al mundo y a sus amigos. Por ello les resulta tan difícil reducir su uso, e incluso hacer un buen uso. Si no queremos generar espacio para un contraproducente desafío, solo tiene espacio el acuerdo. Y el ejemplo. Los adultos seguimos siendo referentes y eso implica que, sutilmente, nos observan. Si comprenden que hacerse adulto significa usar el móvil continuamente, no aprenderán de las palabras, sino de lo que observan.

9. Los adolescentes no sufren percances importantes que deban preocuparnos demasiado

Al lado de las familias hiperprotectoras nos encontramos familias que se sienten más desprendidas de sus obligaciones al llegar la adolescencia. Piensan que lo peor ha pasado en la infancia y que por fin ha llegado la autonomía de sus hijos para facilitar las cosas. Es un grave error que puede comportar funestas consecuencias. Simplemente, los peligros han cambiado; ya no son de la misma naturaleza. Antes solían ser peligros derivados de caídas o de malos resultados escolares, en su mayoría. Ahora, con ese margen nuevo de libertad, las circunstancias son mucho más complejas. Es el despertar de la sexualidad, del contacto con sustancias que pueden causar adicción, de relaciones personales que pueden derivar en maltrato o de crisis personales sobre el papel personal que ese hijo quiere descubrir y no acierta a vislumbrar con claridad. Apartarse y dejar espacio para la autonomía de los hijos resulta necesario; abandonarlos a su suerte, es algo muy distinto. No debemos ver peligros en todas partes, del mismo modo que no debemos ver seguridad en todas partes. La vida es desarrollo y crisis. Siempre.

Tal como decíamos, el crecimiento es continuo y, si se detiene o malogra, las consecuencias pueden arrastrarse toda la vida. La madurez y el espíritu crítico aún no han llegado y la percepción del riesgo y el control contiene sesgos de falsedad. Suele ser un lugar común para los adolescentes pensar que «todo lo tengo bajo control» y «yo sé lo que hago». Pero ningún ser humano lo tiene todo bajo control y la vida siempre pone a prueba nuestros recursos. Sin caer en el alarmismo, no podemos minimizar los percances que puedan aparecer en las vidas de los adolescentes, porque nos construimos siempre sobre los cimientos de lo que vino antes, y una adolescencia mal resuelta puede conllevar una madurez con muchos problemas. Quizás el equilibrio se encuentra en que los adultos no debemos preocuparnos en exceso mientras nos ocupamos con dedicación y diligencia.

10. Los adolescentes son perezosos y desinteresados

Este es otro de los prejuicios que solemos mantener los adultos a propósito de los adolescentes. Vamos a tratar de empatizar con su situación.

Los cambios en la vida de las personas son inevitables y frecuentes. No obstante, como adultos sabemos que los cambios verdaderamente existenciales son menos frecuentes. Es sabido que algunas personas sufren dos o tres cambios importantes en poco tiempo y entran en crisis. Cuesta mucho salir de esas crisis. En el caso de los adolescentes, los cambios son continuados y muy esenciales. Cambian su cuerpo, su mente, su sociabilidad; en definitiva, cambia todo su mundo. Simultánea y rápidamente. Gestionar bien todo ello es una tarea titánica que conlleva un gasto de energía enorme. Cierto es que la energía de la juventud es bien distinta de la nuestra, pero, aun así, es una carga muy pesada para unas espaldas aún en formación. Quizás confundimos pereza y desinterés con cansancio vital. Quizás el desinterés sea, más que hastío, una forma de no malbaratar una energía que tiene sus límites y muchos retos que afrontar.

Los adolescentes se apasionan, con verdadera vehemencia, por todo aquello que les aporta sentido, y se desentienden de muchos otros temas a los que no saben ver trascendencia.

Por eso, conviene comprenderlos, empatizar y dialogar con ellos. La comprensión y el diálogo, que ofrecen puntos de vista distintos y elementos de reflexión, deben transcurrir junto a esas normas que marcan límites. De lo contrario, podemos perderlos por falta de empatía.

1

EL MUNDO DE LOS ADOLESCENTES

«Que la vida iba en seriouno lo comienza a comprender más tarde—como todos los jóvenes, yo vinea llevarme la vida por delante.

Dejar huella queríay marcharme entre aplausos—envejecer, morir, eran tan sololas dimensiones del teatro.

Pero ha pasado el tiempoy la verdad desagradable asoma:envejecer, morir,es el único argumento de la obra».

JAIME GIL DE BIEDMA