Cómo hacen los pobres para sobrevivir - Javier Auyero - E-Book

Cómo hacen los pobres para sobrevivir E-Book

Javier Auyero

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Beschreibung

¿Cómo es vivir en los márgenes? ¿Qué hacen quienes menos tienen para asegurarse una vivienda, alimentos, ropa? ¿Cómo lidian con la violencia –una amenaza literal a su sobrevivencia– que se vuelve probable en cuanto salen a la calle? ¿Cómo conviven con la política, que puede ser tanto fuente de soluciones como instrumento de abuso? ¿A qué se aferran para sostener incluso la esperanza de un futuro mejor? Chela coordina un comedor comunitario en un asentamiento del Conurbano bonaerense al que cada día asisten unas cien personas para desayunar, almorzar y merendar. Junto con tres vecinas, se las arreglan para conseguir recursos del gobierno nacional, del municipio, de la iglesia y de donaciones privadas. "Vamos a salir adelante", dice, y sueña con poder servir milanesas algún día. A Ernesto, cada tanto, un transa del barrio le da droga para que venda, y con lo que gana en una semana se pone al día con las deudas de la luz y el gas, compra comida y pañales. Susana y su marido consiguieron una casa por intermedio del puntero de la zona. Saben que ese puntero reparte planes y luego les cobra la mitad a quienes los reciben, pero reconocen que gracias a él –a las marchas que organiza, a sus contactos con el municipio– el barrio ya no se inunda más, hay una plaza y una escuela primaria. Este libro revelador describe cómo los habitantes de la periferia urbana son expertos en combinar estrategias: recurren al trabajo formal e informal; cuentan con familiares, vecinos, punteros y funcionarios; suman la ayuda mutua, la asistencia estatal y hasta los emprendimientos ilícitos; fusionan la protesta en las calles con la participación en redes clientelares. Ni héroes ni víctimas, los pobres se esfuerzan cada día por hacer rendir el dinero escaso, intentan proteger a chicos y adolescentes que en muchos casos siguen creciendo a la intemperie, desconfían de la política pero necesitan los recursos que ella les facilita. Estas páginas hacen así un aporte oportuno para evitar las expresiones –"planeros", "vagos", personas "sin cultura del trabajo y el esfuerzo"– que suelen aplicarse a quienes sobreviven en la periferia cuando se los mira, con comodidad y ligereza, desde el centro.

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Índice

Cubierta

Índice

Portada

Copyright

Dedicatoria

Prefacio

Introducción. No se va a llamar “Soñar con milanesas”

1. Maneras de comprender la subsistencia en los márgenes

Redes y organizaciones

Sobrevivencia y violencia

2. Acción colectiva, política y estrategias de subsistencia

Marginación y pobreza en el Conurbano bonaerense

Los inicios

Progreso

Autoconstrucción

A pesar del progreso

La política abajo

Las manos del Estado

Subsistir en los márgenes

La esperanza individual y colectiva

3. Gordo Amor: la práctica política en el barrio

Pocho según Pocho

Pocho según sus amores y sus vecinos

Pocho según la sociología política

La cancha o el comedor

Pocho para rato

4. Vidas en riesgo

La mochila de Sofía

El celular de Teresa

“Acá estamos como olvidados”

“¿Y si me matan al nene?”

“Tengo un imán para que me roben”

Crónica I: Damián y Tatiana

El uso de nuestra crónica

5. El Estado de la violencia, la violencia del Estado

La cárcel y la comisaría en los márgenes

Crónica II: robar de verdad

6. El trabajo de ellas. La vida social en un comedor comunitario

Rutinas en contexto

Días típicos

Días extraordinarios

Las pequeñas cosas

El amor de Claudia

Conclusiones

Nota metodológica

Agradecimientos

Referencias

Javier Auyero

Sofía Servián

CÓMO HACEN LOS POBRES PARA SOBREVIVIR

Auyero, Javier

Cómo hacen los pobres para sobrevivir / Javier Auyero; Sofía Servián.- 1ª ed.- Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Siglo XXI Editores Argentina, 2023.

Libro digital, EPUB.- (Sociología y Política)

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-801-265-0

1. Sociología. 2. Política. 3. Pobreza. I. Servian, Sofia. II. Título.

CDD 305.569

© 2023, Siglo Veintiuno Editores Argentina S.A.

<www.sigloxxieditores.com.ar>

Imagen de cubierta: Freepik, <www.freepik.es>

Diseño de cubierta: Valeria Bisutti

Digitalización: Departamento de Producción Editorial de Siglo XXI Editores Argentina

Primera edición en formato digital: julio de 2023

Hecho el depósito que marca la ley 11.723

ISBN edición digital (ePub): 978-987-801-265-0

A Annie y Susana, nuestras mamás

Prefacio

Nos conocimos a mediados de 2018. Sofía tenía 20 años y vivía en el barrio La Paz, en el municipio de Quilmes. Estaba comenzando la carrera de antropología en la Universidad de Buenos Aires. Javier tenía 52 años y vivía en Austin, Texas. Desde los 27 años reside en los Estados Unidos y es profesor de sociología en la Universidad de Texas. Escribimos este prefacio en febrero de 2022. Sofía en La Paz, Javier en Austin.

Nos encontramos por primera vez en diciembre de 2018 en un bar de Lomas de Zamora a instancias de la madre de Sofía, que trabaja como empleada doméstica en la casa del hermano y la cuñada de Javier. Susana, siempre preocupada por la educación de su hija, pensaba que Javier podía orientar a Sofía en su reciente elección de carrera universitaria. A los pocos meses de nuestra primera conversación, las semillas del proyecto de investigación que aquí se publica en forma de libro habían sido plantadas. Comenzamos con una pregunta muy general: ¿cómo y por qué la gente que menos recursos económicos y simbólicos posee tolera, se adapta o batalla contra las condiciones que producen su sufrimiento –la marginación social (el trabajo mal pago, la ausencia de infraestructura básica, la falta de servicios sociales, etc.), la violencia interpersonal, la manipulación burocrática–? Era una pregunta muy abarcadora, con varias maneras de abordarla y múltiples respuestas posibles. A los meses –meses de nuevos encuentros y una innumerable cantidad de intercambios de mensajes por WhatsApp– fuimos acotándola hasta transformarla en algo “investigable”, que podía ser indagado con las herramientas metodológicas de nuestras disciplinas. Así fue como decidimos anclar nuestra pregunta general en una pesquisa sobre el modo en que aseguran su subsistencia los más necesitados. Investigar cómo se adquiere el sustento nos sirve aquí de puerta de entrada a la pregunta más general sobre las maneras de experimentar los determinantes estructurales y políticos en los márgenes urbanos.

Para Javier, esa pregunta tenía un interés académico y político, y al mismo tiempo, lo remitía a los interrogantes que se había formulado en su primer libro, La política de los pobres. Para Sofía, la pregunta por la subsistencia no constituía solo una (en su caso, nueva) pregunta académica o preocupación política, sino una inquietud que definía buena parte de su vida diaria. Para ella, llegar a fin de mes había sido siempre un problema práctico. Este libro colaborativo entrelaza esas preocupaciones vitales, académicas y políticas.

Llevábamos ya un año investigando estrategias de supervivencia cuando nuestro trabajo tomó un giro inesperado con el comienzo de la pandemia en marzo de 2020. El objeto empírico de nuestra investigación rápidamente comenzó a transformarse ante nuestros ojos. Si bien ya teníamos algunas conclusiones preliminares sobre el funcionamiento relacional de las estrategias de supervivencia, decidimos posponer la escritura y continuar la investigación.

Investigar y escribir sobre las formas de asegurarse la supervivencia implica despojarlas de su urgencia. Es como si detuviésemos una película, y escudriñáramos cada toma. Al intentar examinar y narrar cautelosamente, corremos el riesgo de destruir ese objeto, tan plagado como está de premuras y de tensiones. Cenar mate cocido con pan porque no hay nada más no es lo mismo, huelga decirlo, que escribir sobre una cena con mate cocido y pan. No creemos haber resuelto este dilema, pero sí esperamos haber inspeccionado y representado de la mejor manera en que nos fue posible los apremios, las dificultades, los conflictos y también las formas mancomunadas de subsistir en los márgenes.

Introducción

No se va a llamar “Soñar con milanesas”

La esencia de la pobreza no es simplemente una condición económica, sino una ecología vinculada de enfermedades sociales e instituciones rotas.

Matthew Desmond

[R]esulta tan difícil hablar de los dominados de manera justa, y realista, sin exponerse a dar la impresión de que se los hunde o se los exalta, sobre todo, a ojos de esos apóstoles bienintencionados que, inducidos por una decepción o una sorpresa a la medida de su ignorancia, interpretarán como condenas o alabanzas una tentativa informada de decir las cosas como son.

Pierre Bourdieu

Hace más de cinco años que Chela coordina un comedor comunitario en el asentamiento La Matera, en la periferia sur del Conurbano bonaerense.[1] El comedor lleva el nombre de su hijo de 9 años, fallecido luego de que una moto lo atropellara frente a su casa. De lunes a viernes, alrededor de cien personas, entre niñas, niños y adultos, desayunan, almuerzan y/o meriendan en el estrecho salón multiuso cubierto con chapas y rodeado de alambre en el patio de adelante de la casa de Chela. Mujer de 45 años, de baja estatura y tez morena, Chela parece tener una energía inagotable para obtener recursos para su comedor: “Me bajan de Nación, del municipio, de la iglesia… también donaciones privadas. La panadería nos dona la factura, otros ponen para el puchero”. En mayo de 2019, nos contaba que al principio concurrían niños y niñas solos al comedor, “ahora se ven más familias enteras”. Un año más tarde, en plena pandemia, el comedor de Chela distribuía raciones de comida a docenas de familias.

El barrio “está mal. El año pasado se inundó más que nunca, no sé si será por las cloacas que no terminaron. No sabés las ratas que tenés después de cada inundación. Por suerte acá en el comedor no tenemos. Tenemos venenos y jaulas por todos lados, porque son ratas grandes”. A Chela no le gusta detenerse en los problemas, sino en las posibles soluciones. “Vamos a salir adelante”, dice. El “salir adelante”, para ella, implica a las tres vecinas que la ayudan en el comedor: “Se corta la luz y sabemos qué hay que hacer, se corta el agua, y sabemos qué hay que hacer”. Las cuatro comienzan su labor alrededor de las siete de la mañana y terminan una vez que limpian la sala luego de la merienda de las cinco de la tarde.

Soledad tiene 28 años y hace seis meses colabora con Chela en el comedor. Su marido es carnicero y “sale” del barrio todos los días a las cinco de la mañana. “Tiene que esperar a que haya alguien en la calle para salir, porque hay mucho chorro”. Tiene dos hijos, el más chico sueña con ser futbolista y Soledad lo lleva a dos clubes durante la semana para que entrene. Otras dos veces por semana acompaña a su hija para que tome un curso de cosmetología. Pasa horas en distintos colectivos junto con su hijo e hija. “Gasto un montón en SUBE… y el uniforme de fútbol también es recaro”.[2]

Cuando me mudé acá –nos cuenta Soledad refiriéndose a La Matera– mis hijos tuvieron dos años de tratamiento porque en la casa donde nos mudamos había perros y pulgas. Era un asco. En el hospital donde los llevaba, me preguntaron: “¿Dónde te metiste, mami?”… La basura acá la tenés que quemar, porque es un nido de ratas. La vecina tira y no quema. Y cuando quemamos, los vecinos se quejan del humo.

Cuando le preguntamos si había algún dirigente político barrial que ayudara con estos y otros problemas del asentamiento, Soledad nos habló de Pocho, un referente del peronismo, “¿Un puntero? Estaba el que está preso ahora”.

El día que hablamos con Chela y con Soledad, el plato fuerte del almuerzo era un guiso de mondongo con arvejas. Entre los ruidos de las ollas y las cucharas, y el murmullo de los chicos y chicas que entraban al comedor, Chela nos confesó entusiasmada que su ilusión era “hacer milanesas con un buen puré… ese es mi sueño”.[3]

Chela no es la única que sueña con milanesas. Expresiones como “una buena comida”, “un buen asado”, “unas buenas milanesas” se repitieron durante los más de 24 meses que duró nuestro trabajo de campo en el asentamiento y dos barrios adyacentes a él –El Tala y La Paz, en el municipio de Quilmes–. Susana nos cuenta que espera todo el mes a cobrar la Asignación Universal por Hijo (AUH)[4] para comprarse “unas buenas milanesas”, Ana deposita sus esperanzas en las próximas elecciones porque “tenemos que volver a comer milanesas más seguido”. Docenas de entrevistados nos detallan el precio de las alitas de pollo, de los huevos, de la leche, de lo que “antes comprabas con $100 y ahora no te alcanza para nada”, de lo cara que está la manteca y la última oferta de budín que les llega por WhatsApp. “En casa”, nos comenta Pedro, “ahora tomamos mate cocido con leche en vez de leche con chocolate, para que la leche rinda más”. José le entregó a su hija todo lo que cobró “juntando fierros” para que ella se pueda dar “el gusto de comprarse milanesas”.

Dadas las reiteradas referencias a las milanesas que nuestros entrevistados añoran volver a comer, pensamos en titular nuestro libro “Soñar con milanesas”. Queríamos, con el título, capturar simultáneamente la dimensión material de la miseria y las esperanzas de los más desposeídos. Sin embargo, al poco tiempo de jugar con el título nos dimos cuenta de los peligros que una sesgada o interesada interpretación podía generar: “¡Los pobres no solo sueñan con comida!”, imaginamos escuchar una acusación crítica; “Ves… ¡los pobres solo sueñan con comer!”, sospechamos que otros dirían. Quizás anticipando esas lecturas simplificadoras decidimos dejar el título de lado, aun cuando mantuvimos nuestro interés tanto teórico como empírico en la materialidad de la destitución, en lo que hacen los marginados para subsistir y en sus esperanzas individuales y colectivas.

Este libro examina las estrategias de sobrevivencia de los pobres urbanos: ¿qué hacen quienes menos tienen para obtener vivienda, alimentación y medicamentos? ¿Cómo lidian con la violencia –una amenaza literal a su sobrevivencia– que los azota a diario? ¿Cómo y cuándo las estrategias de subsistencia y aquellas destinadas a protegerse de las amenazas físicas se complementan unas con otras? ¿Cómo y cuándo entran en tensión? ¿De qué manera ambas estrategias se entrecruzan e interactúan con relaciones de cooperación y de conflicto entre vecinas y vecinos, madres, padres, hijas e hijos, ciudadanos y actores políticos, jóvenes y policías?

La pregunta por cómo sobreviven los marginados –pregunta que hace casi cincuenta años formulaba la antropóloga Larissa Lomnitz (1975) en un texto hoy ya clásico– tiene que ir de la mano, para quienes hacemos etnografía, con la pregunta sobre cómo piensan y sienten esta subsistencia. Abrumar, de acuerdo con el diccionario de María Moliner, significa “constituir una carga penosa para alguien”. Abrumados encapsula buena parte del estado de ánimo que detectamos en los márgenes –la subsistencia es esa ardua carga que los habitantes de La Matera, La Paz y El Tala afrontan a diario–. Estar abrumados no implica, al menos para las decenas de personas con quienes hablamos, sentirse paralizados o impotentes frente a una realidad de inseguridades y precariedades. Por el contrario, sus propias prácticas (desde tomar una tierra, levantar una casa, cavar una zanja, construir una vereda, hasta asegurarse que las hijas asistan a la escuela, coordinar horarios para evitar ser asaltados y trabajar a diario en un comedor comunitario para alimentar a cientos de personas) expresan no solo la existencia de la esperanza en el mejoramiento individual y colectivo, sino algo que, creemos, ellas y ellos pueden enseñar a quienes no habitan allí: la persistencia frente a dificultades presumiblemente insuperables.

Persistir, según el diccionario de María Moliner, significa “pervivir, perseverar”, continuar firme u obstinadamente en un estado o curso de acción a pesar de los obstáculos o los fracasos. La persistencia es otro de los temas que aúna a varias de la historias personales y retratos etnográficos que presentamos aquí. Resaltamos la persistencia porque creemos que nos permitirá iluminar los esfuerzos individuales y colectivos de los habitantes de los márgenes urbanos y, al mismo tiempo, enfatizar las circunstancias objetivas que están más allá de su control. Esto nos ayudará a construir una representación que sea “justa y realista”, como aconseja Pierre Bourdieu, sin degradar ni glorificar a quienes habitan lo más bajo de la escala social. Estudiar las formas de persistir expande el foco más allá de la subsistencia material y nos alerta sobre los esfuerzos de los más desposeídos por cultivar o mantener un sentido de sí mismos, de su comunidad, de los significados de sus vidas y las de sus seres cercanos, y/o del propósito colectivo en el mundo. Examinar las formas de persistencia nos permitirá dar cuenta de esta lucha por aferrarse a lo que significa ser un ser social, abarcando sus múltiples dimensiones, no solo materiales.

El texto se basa en observaciones y conversaciones llevadas a cabo durante más de dos años de trabajo de campo principalmente en La Matera (un asentamiento informal originado en el año 2000). Además, realizamos observaciones y entrevistas en dos barrios adyacentes al asentamiento, El Tala y La Paz. Estos dos barrios también se originaron en tomas de tierras que ocurrieron hacia finales de 1981.[5] Muchos de los habitantes de La Matera tienen familiares en alguno de estos dos barrios y/o asisten a la escuela o al comedor comunitario local.[6]

Las observaciones y entrevistas nos sirven de base para documentar la agudeza, la constancia y la multiplicidad de la pobreza urbana, focalizándonos en las diversas estrategias de subsistencia. Al indagar en cómo los habitantes obtienen sus terrenos, construyen sus viviendas, levantan la infraestructura común necesaria, procuran su alimentación diaria, nuestro libro pone atención en la dimensión material de la pobreza. Al examinar las formas en que estos mismos habitantes navegan situaciones de extrema violencia interpersonal, también nos focalizamos en su (insegura) pervivencia física. Al prestar atención a lo que dicen, piensan y sienten mientras persisten en su vida diaria en medio de la miseria y la violencia, nos ocupamos de la dimensión simbólica de la marginalidad urbana.

En este libro inspeccionamos estas estrategias tanto de manera sincrónica (¿cómo lidian hoy con las carencias materiales y con la violencia circundante?) como diacrónica (¿cómo han intentado resolver sus problemas más urgentes en los veinte años que tiene el asentamiento?). Al poner en foco el pasado y el presente de manera simultánea veremos que la pregunta por la subsistencia (¿cómo sobreviven en un contexto de privación material e inseguridad?) no puede ser separada de la pregunta por el progreso (¿cómo procuran mejorar sus vidas?). En estos barrios, como en tantos otros territorios relegados, la subsistencia y los intentos de progreso están profundamente imbricados (Anderson, 2007).

El enigma más general que intentamos desentrañar es cómo y cuándo las múltiples estrategias de sobrevivencia (modos de obtener recursos materiales y lidiar con la violencia interpersonal) intersectan e interactúan con formas de dominación y explotación tanto política como de clase y de género. Aquí abrevamos en una distinción clásica sobre modos directos e indirectos de dominación delineada por Pierre Bourdieu. Según el sociólogo francés, hay relaciones de dominación construidas, destruidas y reconstruidas en y mediante interacciones entre personas (ejercidas y renovadas de manera directa y personal) y otras relaciones de dominación mediadas por mecanismos objetivos e institucionalizados. Estas últimas, entre las cuales en su análisis se destacan las que se ejercen por medio del sistema educativo, tienen la “opacidad y la permanencia de las cosas y escapan de las garras de la conciencia y el poder individuales” (Bourdieu, 1977: 184).

¿Qué conjunto de relaciones de dominación y explotación –directas e indirectas– serán nuestro objeto de indagación socioantropológica? Nuestras reconstrucciones etnográficas se centran en los modos de control y extracción que ejerce el Estado –a veces de manera impersonal y otras de manera directa por medio de autoridades electas, funcionarios, policías o dirigentes barriales– sobre vecinas y vecinos. La explotación del trabajo de las mujeres en los comedores comunitarios, la apropiación de parte de los beneficios sociales para financiar la actividad política, la utilización del trabajo de los habitantes en campañas electorales y de su capital social para dirimir disputas en el campo político: todos constituyen ejemplos de esta forma de dominación y apropiación que diseccionaremos a lo largo de este libro, prestando atención al mismo tiempo a sus tensiones y conflictos, a su carácter a veces ambivalente, y también a las maneras frecuentemente paradójicas en las que estas son evaluadas por sus protagonistas.

Pero estas no son las únicas formas de dominación y explotación en que nos focalizaremos. En los relatos de vecinas y vecinos, y en nuestras observaciones, otras formas de control adquieren igual relevancia: las ejercidas por la policía de manera clandestina en complicidad con actores dedicados a actividades que el propio Estado define como ilegales, las que llevan a cabo “los pibes” (como los vecinos adultos definen a los jóvenes que venden y/o consumen drogas) al infundir temor (con violencia física o con su amenaza) en el espacio público del barrio, las que practican maridos sobre sus esposas al interior de la unidad doméstica, las que ejercen padres y madres sobre sus hijas e hijos, entre otras. Aquellas ejercidas por el mercado, por intermedio de patrones y empresas, sobre trabajadores informales y formales también serán tenidas en cuenta porque sin ellas no puede entenderse la penuria económica que atraviesan cotidianamente los habitantes de estos barrios.

Algunas de estas formas de dominación reciben su (siempre frágil y provisorio) consentimiento por las ventajas recibidas a cambio de ser partícipes en ellas, otras son toleradas, otras obedecidas por la fuerza física. Pero lo importante en nuestro análisis es que para entender la estructura y la textura de la marginalidad urbana es imperioso comprender cómo y cuándo estos modos de dominación interactúan con las estrategias de subsistencia dando lugar a lo que llamamos “prácticas de persistencia” en la vida cotidiana. Es decir, los cursos regulares de acción que los pobres desarrollan para organizar su subsistencia en un contexto de privación, dominación y explotación.

* * *

Este libro es fruto de la colaboración entre una estudiante de antropología que nació y reside en uno de los barrios aledaños a La Matera (La Paz) y un sociólogo que no vive en el Conurbano desde 1992, pero que lo visita con frecuencia.[7] Con excepción del primer capítulo y las notas al pie que condensan debates disciplinarios, lo escribimos pensando en lectores no exclusivamente académicos. Por eso decidimos darle la forma de una serie de crónicas, retratos etnográficos y relatos personales. Si bien se centran en individuos o familias, condensan acciones y procesos que aparecieron con cierta regularidad en lo que duró nuestro trabajo de campo.

Cada capítulo presenta una crónica de dos o más personas, un testimonio personal o una reconstrucción etnográfica. Encarnan, en términos generales, las experiencias de la marginación social, la manera en que la exclusión se entreteje con estrategias individuales y colectivas de subsistencia y se enraíza en una trama intrincada de aspectos biográficos iluminando, al mismo tiempo, las fuerzas políticas, económicas y sociales que los moldean.[8]

Luego de un repaso a la literatura sobre estrategias de sobrevivencia y formas relacionales de lidiar con la violencia circundante, el capítulo 1 enfatiza en la necesidad de pensar a estas prácticas no de manera separada, sino simultáneamente, para así poder ver cómo se complementan o entran en conflicto. Entre varios otros estudios sobre subsistencia en los márgenes, este primer capítulo retoma el trabajo clásico de la antropóloga Larissa Lomnitz que inspiró el título de nuestro libro. Quienes no tengan interés en los debates socioantropológicos que sirven de soporte a nuestra indagación y las teorías y los conceptos e ideas en que abrevamos para ordenar circunstancias particulares y construir nuestro objeto de estudio pueden prescindir de él y comenzar la lectura en el capítulo 2. Allí describimos brevemente la historia del asentamiento, las acciones de las vecinas y los vecinos para construir sus casas e infraestructura común, y las prácticas actuales mediante las cuales procuran su subsistencia. En ese segundo capítulo veremos que los habitantes de estos barrios populares, así como los pobres del Conurbano en general, han sabido cooperar entre ellos y capturar recursos del Estado. Este capítulo demuestra que la lucha por la sobrevivencia hace que los más necesitados tejan redes horizontales y verticales. La obtención de recursos del Estado se logra, a veces, por la acción colectiva (más o menos disruptiva); otras, facilitada por la intermediación político-partidaria (la acción de referentes o punteros barriales), y otras tantas, por una combinación de protesta y mediación. El capítulo 3 se centra en las acciones de un puntero barrial. Allí analizamos el funcionamiento y los sentidos de la práctica política en los márgenes. La política, veremos, opera tanto como una forma de resolver problemas cotidianos acuciantes como una manera de extorsionar a los más necesitados. El capítulo 3 inspecciona empíricamente esta ambivalencia.

Las actividades ilícitas son parte de las estrategias de sobrevivencia en los márgenes urbanos. Algunas de estas actividades producen interacciones violentas. Los capítulos 4 y 5 se centran en las diversas violencias que sacuden a los habitantes del asentamiento y de los barrios circundantes. A partir de historias y experiencias íntimas nos concentramos en los distintos encadenamientos de violencia interpersonal y estatal.

Solo en un contexto de alta privación económica e inseguridad es posible comprender las actividades que realiza el grupo de mujeres en el “Comedor de Virginia”, el centro comunitario cuya incesante actividad analizamos en el capítulo 6. Este capítulo examina una estrategia colectiva de subsistencia basada en el trabajo comunitario, que no solo ofrece sustento alimentario, sino que procura proveer un resguardo para los habitantes más jóvenes del barrio, a quienes las mujeres que allí trabajan consideran los más vulnerables. En este comedor veremos confluir nuestras preocupaciones por la subsistencia alimentaria, la seguridad física de los marginados y su búsqueda de sentido.

Este último capítulo enfatiza temas como el reconocimiento, el cuidado comunitario y la producción de sociabilidad. No creemos que deba existir una rígida línea divisoria entre trabajos que ponen el acento en la penuria económica, el sufrimiento, la extorsión y la violencia y otros que resaltan la esperanza, la acción colectiva, la preocupación por el otro y la dignidad. Por el contrario, creemos –como sostiene la antropóloga Sherry Ortner (2016)– que es necesario integrar estas dos perspectivas intentando “ser realistas sobre las difíciles realidades del mundo de hoy y esperanzados sobre las posibilidades de cambiarlas” (2016: 61).

En las Conclusiones hilvanaremos las distintas crónicas, relatos y viñetas etnográficas, no tanto para darles un solo sentido, sino para indagar sobre lo que nos dicen acerca del enigma central del libro: la compleja relación entre estrategias de sobrevivencia y formas de dominación entre familiares, vecinos y actores estatales.

Privación e inseguridad: ni víctimas ni héroes

Las personas con quienes hablamos para redactar este libro no son ni víctimas ni héroes. Como bien señala el sociólogo Loïc Wacquant, no es tarea de las ciencias sociales “entregar insignias de valentía. El científico social no es un moralista; su misión no es celebrar ni denigrar a los agentes sociales, sino informar con minuciosa precisión sobre su conducta y sobre cómo el sentido que le dan a esta conducta y a otros configura conjuntamente su curso y efectos” (Wacquant y Vandebroeck, 2023). ¿Cómo llevar esta declaración de buenos principios a la práctica concreta de investigación? A lo largo de nuestra investigación examinamos estrategias y relaciones en distintos universos sociales (el barrio, el hogar, la cárcel, el centro comunitario, etc.) y nos focalizamos tanto en sus variaciones internas como en sus conflictos y ambivalencias (Smith, 2019). Mirar la heterogeneidad de los márgenes urbanos e intentar iluminarla con lo que sabemos sobre casos análogos en otras geografías o tiempos históricos también nos será de utilidad en esta tarea. Recorrer distintos escenarios, examinar su diversidad, sus tensiones y sus ambigüedades, y analizarlas a la luz de la literatura existente será entonces nuestra manera de construir argumentos evitando tanto alabanzas como condenas.

Nuestro desafío al producir y analizar el material etnográfico es reconstruir las formas en que los procesos estructurales y políticos que generan y reproducen la duradera privación material y simbólica son vividos en el entramado de relaciones interpersonales de los habitantes de una zona urbana con altas carencias materiales y simbólicas. Las condiciones de privación y de inseguridad que allí experimentan sus habitantes dificultan tanto sus capacidades de autodeterminación (esto es, su libertad) como sus posibilidades de llevar adelante una vida floreciente (Wright, 2021; Sen, 1983; Nussbaum, 2006). Sin embargo, en medio de la penuria, la violencia y la marginalidad, veremos que los habitantes anhelan otra realidad para ellos y para sus familias.[9] Esos anhelos y aspiraciones aparecen articulados no solo en sus palabras, sino también en sus prácticas, desde tomar una tierra para construir allí sus hogares hasta participar en acciones ilícitas como el robo o la venta de drogas criminalizadas, trabajar a diario en un comedor alimentando a cientos de familias, y organizar el cuidado frente a los riesgos cotidianos que presenta la desenfrenada violencia interpersonal que azota a la zona.[10]

Si bien es importante no caer en descripciones románticas, distorsionadas o higienizadas de la vida de los más destituidos, es imperioso resaltar –no solo porque así surge de nuestra investigación, sino también para contrarrestar los perniciosos estigmas existentes– que estos anhelos también se expresan cuando ellas y ellos intentan “hacer lo correcto” –proteger a un familiar, educar a una hija, resguardar a un nieto, coordinar un comedor– en un contexto que conspira a diario contra ello.

Las ciencias sociales, y la sociología en particular, están en terreno relativamente seguro cuando se trata de describir y explicar las desigualdades duraderas de clase, raza y género, y los mecanismos que las generan y aquellos que producen la privación material y simbólica.[11] Las certezas decrecen cuando se trata de comprender e interpretar las maneras en que las personas, solas o en grupo, les dan sentido y lidian con la desigualdad y la destitución. Estas experiencias y significados son cruciales porque muchas veces realizan el trabajo cultural necesario tanto para perpetuar como para desafiar el orden político y económico que produce la pobreza.

Nos abocaremos a experiencias y significados de la acción colectiva, de la cotidianeidad barrial, de las violencias y los miedos, de la intimidad familiar, de las complejas relaciones con la actividad política y con el Estado. Prestaremos atención a las maneras en que se vive y se siente la miseria, destacando que, curiosamente, los habitantes de las zonas más marginadas afirman haber experimentado un progreso sostenido en sus condiciones de vida (durante las últimas dos décadas) y, al mismo tiempo y de manera no contradictoria, sienten que se encuentran casi absolutamente desprotegidos –sentimiento que engendra una suerte de inseguridad existencial que se manifiesta cuando, como Chela y Soledad, hablan de sus magras dietas, sus precarias rutinas y sus limitadas aspiraciones–.

Centrados en experiencias íntimas y en relaciones cara a cara, examinaremos la pobreza extrema como experiencia caracterizada por la carencia aguda de recursos tanto materiales como simbólicos, por el apilamiento de distintos tipos de desventajas en una multiplicidad de dimensiones (psicológicas y sociales) e instituciones (el mercado laboral, la asistencia social, la prisión). Argumentaremos, mediante la demostración empírica, que esta pobreza es también duradera –pondremos en evidencia los efectos perdurables de traumas acontecidos en la temprana edad y la experiencia constante de la miseria a lo largo del tiempo–.[12] Examinaremos con detenimiento situaciones de animosidad lateral y explotación horizontal[13] generadas en lo más bajo de la escala social y simbólica, y prestaremos particular atención a la manera en que la miseria conurbana es (mal)tratada, procesada, por la política. Contra lo que sostiene el propio discurso político, veremos que la actividad política no constituye, para la mayoría de la gente con la que conversamos en estos años, una fuente de esperanza de transformación radical o estructural de las condiciones de vida. La actividad política es, por el contrario, fuente de divisiones y de sospecha mutua, y representa, al mismo tiempo, una forma muy importante en la que los habitantes procuran sobrevivir mediante la apropiación de recursos del Estado. La política hace referencia, desde el punto de vista local, a una relación personal con un dirigente que facilita el acceso a bienes materiales necesarios y una forma de atrapar estos recursos.

En las ciencias sociales argentinas y latinoamericanas existe una rica tradición en el estudio de las causas estructurales de la pobreza y de la vida cotidiana y las experiencias organizativas de los sectores populares (Nun, 2001; Svampa, 2005; Poy y Salvia, 2019; Salvia y Chávez Molina, 2013; Salvia, 2012). Nuestro trabajo abreva en esa vasta literatura, documenta la multidimensionalidad de la miseria y la marginalidad –sus diversas manifestaciones, tal y como fuimos capaces de reconstruirlas desde el trabajo etnográfico– focalizándonos tanto en sus aspectos destructivos como en las posibilidades y esfuerzos, tanto individuales como colectivos, en medio de la precariedad y la inseguridad.

Investigar y escribir

Ver, escuchar, tocar, grabar, pueden ser, si se hace con cuidado y sensibilidad, actos de fraternidad y hermandad, actos de solidaridad. Sobre todo, son el trabajo de reconocimiento. No mirar, no tocar, no grabar, puede ser el acto hostil, el acto de indiferencia y de apartamiento.

Nancy Scheper-Hughes

Nos embarcamos en esta tarea conjunta –investigar y escribir sobre la vida de los más pobres– a sabiendas de una situación un tanto paradojal que se vive en el país. Las ciencias sociales –y en particular la sociología y la antropología– han producido excelentes trabajos que desmontan la enorme cantidad de prejuicios y estigmas clasistas, sexistas y racistas que circulan sobre los sectores sociales más vulnerables (desde el “esta gente no quiere laburar” hasta el “tienen hijos para cobrar planes”, desde el “votan con la panza” hasta las acusaciones de “negros choriplaneros”, etc.). A pesar de ese trabajo colectivo, estos prejuicios y estigmas perduran y, hasta nos aventuraríamos a decir, se amplifican con perniciosa velocidad en las redes sociales (particularmente en épocas de elecciones), no solo entre sectores medios y altos, sino entre los propios pobres (de allí nuestro interés en la animosidad entre los propios marginados). No somos tan ingenuos como para creer que un libro que se tome en serio el esfuerzo por conocer bien a los habitantes de lo más bajo de la escala social y por escribir de manera clara sobre sus padecimientos vaya a deshacer representaciones nocivas que están lejos de ser creaciones recientes. Pero sí queremos creer que focalizar sistemática y rigurosa atención etnográfica en el esfuerzo por sobrevivir, y en temas como la esperanza, las posibilidades, los intentos por “hacer lo correcto” en medio de tanta adversidad debería servir no solo para comprender mejor la marginación urbana, sino también como herramientas de crítica frente a esos prejuicios.

Antes de comenzar a escribir sobre vidas de otros y otras es imperativo pasar un buen tiempo con ellas para descifrar, al decir del antropólogo Clifford Geertz, qué diablos creen que están haciendo. Es aquí donde la investigación de campo que da origen a este libro se diferencia de la enorme mayoría del trabajo existente en las ciencias sociales y en el periodismo de investigación, y se asemeja, en la manera de producir los datos, a aquella en la que se basó Inflamable. Estudio del sufrimiento ambiental (Auyero y Swistun, 2009).

Como en el caso de la “antropóloga nativa” Débora Swistun,[14] muchas de las personas cuyas historias aparecen en este libro son familiares y/o vecinos de Sofía. Ella nació, se crio y vive en un barrio adyacente a La Matera, producto de una de las primeras tomas colectivas de tierras en el Conurbano durante los años ochenta. Las conversaciones, entrevistas en profundidad e historias de vida en las cuales se basan las crónicas que presentamos en los capítulos siguientes fueron realizadas como charlas entre vecinos, conocidos o familiares de muy similar posición social. Sofía no tuvo que “entrar al campo” y lograr esa confianza y ese rapport muchas veces tan elusivos hasta para la más experimentada etnógrafa. Su desafío no fue tanto “entrar”, sino más bien “tomar distancia” de la realidad que la rodea a diario para poder objetivarla, analizarla y narrarla.

Reduciendo al máximo posible la intrusión externa (los habitantes de La Matera ven en Sofía a “la hija de”, “la vecina de”), la distancia y la asimetría entre entrevistadora y entrevistadas, nuestro trabajo de campo generó, en más de una ocasión, situaciones de “autoanálisis acompañado e inducido” (Bourdieu y otros, 2000: 615). Personas como Chela, Soledad, pero también –como veremos– Luis, Tatiana, Cristina, Gonzalo y la propia coautora de este texto aprovecharon la oportunidad que les otorgó una entrevista o una conversación con alguien que procuraba entenderlos para realizar una suerte de autoexamen. Utilizaron “el permiso o el incentivo dados por nuestras preguntas o sugerencias […] para llevar a cabo una tarea de clarificación –gratificante y dolorosa al mismo tiempo– y para expresar, a veces con gran intensidad, experiencias y pensamientos por mucho tiempo reprimidos o no dichos” (Bourdieu y otros, 2000).

“Para conocer completamente el juego”, escribe Matthew Desmond (2009: 294) en su detallada e inspiradora etnografía de los bomberos forestales,

debemos jugarlo. Debemos comer su comida, hablar su idioma, caminar por sus veredas, trabajar en sus trabajos, luchar en sus luchas, enseñar en sus escuelas, vivir en sus casas; y debemos hacer todo esto hasta que sus cosas, su vida –su olor, sabor y temperatura, su forma de razonar y psicología, su ritmo y tempo y sentir– se conviertan en nuestras cosas, nuestra vida.

El trabajo de campo sobre el que se basa este libro fue llevado a cabo, casi en su totalidad, por Sofía Servián. Nos apoyamos en sus más de dos años de observaciones y decenas de entrevistas y conversaciones informales para realizar las reconstrucciones etnográficas y formular nuestros argumentos. Sofía no decidió, de un día para el otro, “jugar el juego” para comprender de qué se trata subsistir en los márgenes urbanos. Comparte con los habitantes de la zona su comida, sus veredas, su escuela; allí remontó sus primeros barriletes cuando era chica, allí tuvo “piyamadas” con sus primos, allí vive hoy con su madre y muchos de sus tíos y tías. No tuvo que “someterse al fuego de la acción in situ […] [ni] poner su propio organismo, sensibilidad, e inteligencia encarnada en el epicentro del conjunto de fuerzas materiales y simbólicas” (Wacquant, 2006: XI) que dan forma a las estrategias de sobrevivencia porque ella y su familia están involucradas en esa tarea desde siempre. No tuvo que “exponerse” deliberadamente a una fila para cobrar un plan estatal al que el dirigente político local le había dado acceso para luego cobrarle una parte en efectivo, porque así lo experimentó cuando su madre estaba sin trabajo. No tuvo que “sumergirse” en la cotidianeidad barrial para vivir la inseguridad diaria porque vive allí desde que nació. Nunca tuvo, en otras palabras, que procurar que “las cosas” de los que viven en la periferia urbana se volviesen “sus cosas” –sus olores, sabores, temperaturas, sonidos, urgencias, etc.– porque, sencillamente, siempre lo fueron. El desafío no fue el acceso sino, más bien, el distanciamiento respecto de formas no cuestionadas de pensar y hacer, disposiciones internalizadas a lo largo de su vida que, fuimos descubriendo, no permitían ver y cuestionar –objetivar– estrategias propias y ajenas.[15]

El trabajo en conjunto nos permitió convertir, al decir de Pierre Bourdieu (1990: xi), “lo doméstico en algo exótico” mediante una ruptura con la “relación inicial de intimidad con maneras de vivir y de pensar que, al ser tan familiares, permanecen opacas”.

Decíamos más arriba que estamos interesados en desentrañar el enigma que nos presenta la relación entre estrategias de sobrevivencia y las formas locales y extralocales de dominación y explotación. Pero también nos anima develar una incógnita más íntima, y de ahí se deriva buena parte del carácter experimental del texto –experimental tanto en la investigación que lo animó (la colaboración entre dos personas de espacios sociales y geográficos muy dispares) como en la forma narrativa que adquirió el producto final (combinación de escritura académica y de crónica periodística)–.

Varios de los familiares de Sofía (su mamá tiene cuatro hermanas y un hermano) viven en La Matera. En su gran grupo familiar (todos pertenecientes a lo que podríamos llamar clases trabajadoras o sectores populares urbanos) hay trayectorias sociales muy disímiles. Hay quienes, como ella y su hermano, asistieron a escuelas parroquiales locales y hoy estudian en la universidad pública. Hay otros que no han terminado el primario o el secundario. Hay quienes, como su madre, tienen trabajo estable y formal. Hay otros que han participado durante buena parte de su vida en emprendimientos ilegales para obtener el sustento (como el robo organizado o la venta de drogas criminalizadas), algunos de los cuales han sido asesinados –en un caso por “transas” locales, en otro en un tiroteo nunca esclarecido–. Sofía tiene una prima que está presa por haber matado al marido (homicidio que, según pudimos reconstruir, fue resultado de una larga historia de violencia doméstica); sus hijas hoy están a cargo de una tía y reciben buena parte de su alimentación y contención afectiva en el comedor popular donde Sofía llevó a cabo parte de su trabajo etnográfico.

La diversidad de trayectorias al interior de un mismo estrato social y de una misma familia es algo que ha sido estudiado en las ciencias sociales (Conley, 2005), pero que aquí adquiere la forma de un acertijo más cercano, más personal si se quiere. ¿Cómo entender las distintas condiciones de existencia de miembros de una misma familia extensa que, en buena medida, nacieron y se criaron juntos? ¿Cómo y por qué algunos de ellos están en una trayectoria potencialmente ascendente (basada en la adquisición de credenciales educativas) y otros parecen condenados a reproducir su situación de alta marginalidad social y económica? Estas no son, imaginarán los lectores y lectoras, preguntas fáciles de formular cuando se trata de otros tan cercanos social y afectivamente. No tenemos una respuesta concluyente –creemos que, si bien existen las desigualdades socialmente organizadas, hay para el caso de las disparidades al interior de un núcleo familiar extenso como el de Sofía elementos de chance y de temperamento individual que las ciencias sociales no pueden explicar de manera acabada–. Pero si bien no tenemos una respuesta definitiva, nuestra investigación procuró obtener pistas para entender esta diferencia mediante un ejercicio sostenido de reflexividad, preguntándonos no solo por los ires y venires de tal o cual individuo, sino por los de la propia antropóloga a cargo de reconstruir esa trayectoria. ¿Qué factores hicieron que una, por ejemplo, no pasara más tiempo “en la calle” y pudiese seguir en la escuela mientras el primo abandonaba los estudios? ¿Cómo y por qué algunos invertían sus esperanzas en la educación mientras que otros no veían en ella una vía de mejoramiento?

En las ciencias sociales, la reflexividad implica un proceso mental de dirigir el análisis no solo al universo empírico bajo consideración, sino también, y simultáneamente, hacia el sujeto que investiga, a los efectos de entender el modo en que su propia posición y perspectiva inciden en qué argumentos y evidencias se construyen y en cómo lo hace. Ese proceso de volver la mirada sobre uno mismo (“reflexión” proviene, recordemos, del latín reflectus, que significa doblar, o curvarse hacia atrás) fue muy importante mientras realizábamos nuestro trabajo. A lo largo de estos años de investigación y escritura las preguntas por los distintos caminos que transitan miembros de una misma red familiar aparecieron con cierta frecuencia en nuestras conversaciones, lo que dio lugar a un intento de autoanálisis asistido –la estudiante de antropología reflexionando sobre su propia trayectoria con la ayuda de un sociólogo de diferente posición tanto en el campo académico como en el espacio social–.

Para el sociólogo, la colaboración con una estudiante de antropología profundamente enraizada en la vida cotidiana del barrio ofreció también una oportunidad de ejercicio reflexivo, en su caso, de argumentos que había ensayado ya hace más de dos décadas con la publicación de La política de los pobres. Partes de este libro son una suerte de revisita y reformulación de esos argumentos. Quienes estén familiarizados con aquel texto notarán que aquí se pone más énfasis en el aspecto extorsivo de las relaciones clientelares aunque se mantiene el acento en la ambivalencia de esa relación jerárquica. Puede que parte de ese nuevo énfasis se deba a una nueva realidad. Pero más probablemente provenga de sesgos y silencios del anterior estudio que fueron desenterrados y hechos evidentes gracias a los constantes interrogantes de Sofía sobre el funcionamiento de la política en los márgenes urbanos (interrogantes que fueron al mismo tiempo dirigidos tanto al “campo” como al presunto “experto” en el tema).

Es importante destacar que, en tanto experimento narrativo, la presentación escrita de esta reflexividad, este ejercicio de volver la mirada analítica sobre sí misma, no será relegada a un apéndice metodológico (como suele hacerse en más de un texto etnográfico contemporáneo), sino que será entretejida en el propio texto dedicado a la descripción y análisis de los vínculos entre formas de subsistencia y modos de dominación a escala local.

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Concluimos esta introducción explicitando que la doble intención de este libro es, por un lado, documentar el universo de relaciones en el cual habitan quienes viven en los márgenes urbanos. Por el otro, procuramos entender cómo esas relaciones son comprendidas por los sujetos y cómo sirven de base a la esperanza y el comportamiento ético. Tanto los capítulos que toman la forma de crónica como aquellos que presentan reconstrucciones etnográficas intentarán capturar las percepciones de los habitantes del lugar sobre esos vínculos. Cuando hay una relación de extorsión (como la que a veces vincula a un líder barrial con una vecina o un policía con un vecino), ¿se la percibe como algo injusto?, ¿como algo que puede ser alterado?, ¿como algo que “siempre fue, es y será así”? ¿Cómo se entiende a la violencia de la que muchos de los vecinos son víctimas y otros perpetradores? ¿Cómo la cooperación sostiene la esperanza individual y colectiva en un contexto en el que, objetivamente hablando, es muy difícil nutrirla?