Cómo regular el sistema nervioso - Ana Ojeda - E-Book

Cómo regular el sistema nervioso E-Book

Ana Ojeda

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A veces, algo tan pequeño como una mirada en el subte puede ser percibido como una amenaza. Sentirse ansioso y desconectado es signo de un sistema nervioso desequilibrado. Es decir, como si el comando de nuestro cuerpo, el que nos permite pensar, respirar, movernos y sentir, se saliera de control. En algún momento del camino perdimos de vista que el cuerpo no es solo la estructura que nos sostiene, sino que es el mejor lugar para buscar las respuestas en nuestra búsqueda de sentirnos plenos. En este libro, Ana Ojeda ofrece información sobre el cuerpo, la respiración y el nervio vago, uno de los principales nervios del sistema nervioso. Pero también herramientas y ejercicios de la práctica somática, para ayudar a entrenar este sistema, que deje de reaccionar exageradamente y comience a responder con más calma a los factores estresantes del día a día. Un sistema nervioso regulado es un sistema que tiene flexibilidad, que puede pasar por estados de alerta cuando lo necesita, pero tiene la capacidad de volver luego a la calma. Al mejorarlo, podremos lograr una mayor resiliencia, optimizar el sueño y la digestión, aliviar la ansiedad y ayudar a curar traumas pasados. Y, sobre todo, ser nuestro propio lugar seguro.

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Seitenzahl: 173

Veröffentlichungsjahr: 2025

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“LA MENTE PUEDE DISTORSIONAR, FABULAR, EXAGERAR, OLVIDAR, MEZCLAR. LA CABEZA CUENTA UNA HISTORIA PARA DISTRAER EL SENTIR, PERO EL CUERPO NO”.

 

A veces, algo tan pequeño como una mirada en el subte puede ser percibido como una amenaza. Sentirse ansioso y desconectado es signo de un sistema nervioso desequilibrado. Es decir, como si el comando de nuestro cuerpo, el que nos permite pensar, respirar, movernos y sentir, se saliera de control.

En algún momento del camino perdimos de vista que el cuerpo no es solo la estructura que nos sostiene, sino que es el mejor lugar para buscar las respuestas en nuestra búsqueda de sentirnos plenos. En este libro, Ana Ojeda ofrece información sobre el cuerpo, la respiración y el nervio vago, uno de los principales nervios del sistema nervioso. Pero también herramientas y ejercicios de la práctica somática, para ayudar a entrenar este sistema, que deje de reaccionar exageradamente y comience a responder con más calma a los factores estresantes del día a día.

Un sistema nervioso regulado es un sistema que tiene flexibilidad, que puede pasar por estados de alerta cuando lo necesita, pero tiene la capacidad de volver luego a la calma. Al mejorarlo, podremos lograr una mayor resiliencia, optimizar el sueño y la digestión, aliviar la ansiedad y ayudar a curar traumas pasados. Y, sobre todo, ser nuestro propio lugar seguro.

Ana Ojeda es kinesióloga, osteópata, terapeuta somática, y madre de Santiago y Simón. Se formó en RPG (reeducación postural global) con Philippe Souchard, como osteópata en EOBA (Escuela Osteopática de Buenos Aires), y realizó formaciones en la escuela de Jean-Pierre Barral, osteopatía craneal con Torsten Liem, manipulación de la fascia con Andrzej Pilat, osteopatía ginecológica y obstétrica con FBEO (Formación Belga Española de Osteopatía).

Hizo el instructorado del método de Oxygen Advantage y realizó la formación de Somatic Experiencing en la escuela de Peter Levine. Actualmente trabaja en su consultorio de manera individualizada con una mirada integral sobre sus pacientes, y organiza encuentros grupales en los que se explora sobre la respiración, el movimiento y el sistema nervioso.

INTRODUCCIÓN

Nací y viví hasta los diecisiete años en la provincia de Misiones, en Puerto Rico, un pueblo a orillas del Paraná. Cuando cursaba quinto año en el colegio nos preguntaron qué queríamos seguir estudiando y teníamos que elegir un lugar donde realizar pasantías. Puede ser difícil decidir qué vas a estudiar y a qué te vas a dedicar el resto de tu vida cuando estás en la efervescencia de quinto año; yo estaba segura de que iba a estudiar Arquitectura, quizás porque mi papá estudió esa carrera durante unos años, aunque nunca la terminó, pero se dedicó a construir como maestro mayor de obra. Me encantaba ir a su oficina a hojear una y otra vez la pila de revistas El mueble.

En esos días me sentaba al lado de la ventana del aula que daba a la calle, y frente al colegio había un centro de kinesiología de un matrimonio, ambos kinesiólogos; atendían desde un esguince de tobillo hasta pacientes neurológicos. En los pueblos, y más en esa época, es así: el kinesiólogo del pueblo atiende todo. Había un patrón que se repetía: la manera de entrar y de salir. En general, las personas salían con una cara y una postura diferentes, que me daba satisfacción solo de verlo desde la ventana. Yo ni siquiera sabía bien qué era la kinesiología, pero me encantaba observar las miradas, las sonrisas, los gestos, la postura, los abrazos, los apretones de manos mirándose a los ojos, la complicidad que había entre el terapeuta y las personas que iban a atenderse. Así fue que comencé a investigar de qué se trataba esta disciplina que la RAE define como: “Conjunto de los procedimientos terapéuticos encaminados a restablecer la normalidad de los movimientos del cuerpo humano”.

Vivimos a través de nuestra corporalidad, y poder acompañar a una persona a recuperar su cuerpo, sus movimientos, su independencia, aliviar sus dolores y muchas veces hasta la capacidad de sentir fue lo que me llevó a elegir la kinesiología y luego la osteopatía. Atrás quedó la arquitectura de los edificios para comenzar a entender la arquitectura de los cuerpos.

Llevo más de quince años de trabajo en consultorio con pacientes uno a uno; durante todo este tiempo seguí formándome en diferentes abordajes para trabajar sobre el cuerpo; en un principio técnicas osteopáticas viscerales, fasciales, craneosacras, luego respiratorias y sobre el sistema nervioso.

Cada formación me fue llevando a entender mejor cómo funciona nuestro cuerpo, entender que, aunque lo estudiemos por separado en la anatomía, nada en el cuerpo funciona por separado y que hay tres grandes sistemas que nos unen por completo y están interactuando constantemente: el sistema fascial, el sistema respiratorio y el sistema nervioso. Estos son los sistemas por los que propongo navegar en este libro.

Una respiración correcta nos brinda una buena postura, oxigenación adecuada y energía disponible, buena digestión y un sistema nervioso en calma. Spoiler alert: respirar más cantidad de aire no te garantiza nada de lo anterior.

Un sistema fascial y muscular en equilibrio nos permite movimientos correctos con menor gasto de energía, mejor propiocepción, equilibrio, adaptación.

Un sistema nervioso regulado es lo que te permite poder estar sentado en este momento leyendo un libro en calma y habitando el cuerpo en estado de presencia; el famoso nervio vago es uno de los responsables de que esto suceda.

Cuando estos tres sistemas funcionan de una manera correcta nos encontramos con un sistema inmunológico fuerte, un sistema linfático activo, un cuerpo detoxificado (sin dolores ni inflamación), una digestión correcta, un sueño reparador, un cuerpo con vitalidad y conexión, emocionalmente estable y resiliente.

Siempre recuerdo una pequeña charla que tuve con una paciente de ochenta y seis años que atendía por primera vez. Al verla tan bien, le pregunté qué había hecho en su vida para llegar así a esa edad; ella me contestó: “Para vivir mejor hay que aprender a observarse”.

Sin duda es por ahí, no hay nadie que pueda saber más de vos, que vos mismo; las respuestas están adentro, en el cuerpo. El cuerpo no miente nunca, quizás la mente distorsiona, inventa, fabula, se olvida, cambia, pero el cuerpo no, todo está grabado ahí, por eso la propuesta será volver a observarnos, a sentir, a volver al cuerpo.

Hace unos días pasé por ese centro de kinesiología que está frente a mi colegio secundario y pude sentir esa misma sensación de emoción que en aquel momento, ya que decidí comenzar a escribir este libro en mi tierra natal, a orillas del Paraná, cerca de los caminos al río.

El sonido de las chicharras, los grillos y el calor me acompañan, me hacen sentir mi cuerpo, y me invitan a plasmar mis veinte años de estudio y trabajo en este libro. Ojalá los contagie, queridos lectores, y puedan comenzar a vivir libremente en este cuerpo que somos.

CAPÍTULO 1 El cuerpo es el mejor lugar para guardar las cosas valiosas

Tomé el título de este primer capítulo de un fragmento del texto de Constelaciones del Sur, una obra de teatro que, como describe su propia intérprete Margarita Molfino, “te mueve debajo de la piel”. Qué misterio puede ser todo eso que hay debajo de la piel… Pero ¿en qué momento comenzó a ser un misterio el cuerpo, si es el mejor lugar para guardar cosas valiosas?

“El cuerpo sabe lo que la mente aún no se ha dado cuenta”, dice Antonio Damasio, neurocientífico y médico dedicado al estudio de la interacción entre mente y cuerpo. Esto quiere decir que cuando veo, escucho o toco algo, cuando una información de afuera entra a mi cuerpo a través de los sentidos, primero se entera mi cuerpo y luego la parte consciente de mi cerebro, la zona cortical. Si lo ponemos con un ejemplo, veo a una persona abrazar a otra, esa información entra a través de mis ojos y viaja hasta una estructura que está en el cerebro que se llama tálamo, para luego ser analizada por el hipocampo, la zona del cerebro relacionada con la memoria, y luego por la amígdala, la zona relacionada con la memoria emocional. Esas respuestas de estas dos estructuras antes de subir a la zona consciente de nuestro cerebro van a viajar hacia el cuerpo, y el cuerpo responderá aumentando o disminuyendo la frecuencia cardíaca y la respiración; se me moverán los intestinos, se me hará un nudo en la garganta o se me expandirá el pecho. La reacción del cuerpo dependerá de si me gustó o no lo que vi, y gracias a la reacción de mi cuerpo es que la parte consciente del cerebro dará cuenta de las respuestas del cuerpo y tomará una decisión respecto de lo que acaba de ver y sentir.

Es por todo esto que debemos confiar en nuestra intuición, en las sensaciones que aparecen frente a algún evento. Esa vocecita interna que nos susurra “algo me dice que mejor no”, es el cuerpo mostrándote eso que ya sabe antes que tu parte racional lo sepa. “Son intuiciones, verdaderas alertas”, lo simplifica Charly en su versión de la canción Influencia.

La mente puede distorsionar, fabular, exagerar, olvidar, mezclar, la mente muchas veces inventa historias porque necesitamos tener un relato; construimos historias porque es muy amenazante no saber qué sucedió. La cabeza cuenta una historia para distraer el sentir, pero el cuerpo no. El cuerpo nos permite saber qué necesitamos, por eso es el mejor lugar para guardar cosas valiosas. El cuerpo guarda en forma de sensaciones y son ellas la que luego nos muestran el camino.

En los últimos años, el cuerpo se convirtió solo en un montón de huesos y carne que lo único que hace es sostenernos y trasladarnos de un lugar a otro; no siente, no decide, solo está para producir, y en la mayoría de los casos, producir para otra persona. El cuerpo dejó de ser un lugar seguro, dejó de ser nuestro termómetro, nuestra guía; perdimos nuestro poder, nuestra potencia, nuestra certeza. En algún momento alguien nos dijo que no sabíamos nada del cuerpo y que hay que buscar las respuestas allá afuera, en un sistema de salud que se comenzó a dividir en tantas partes que dejamos de vernos como la unidad que somos. Un sistema de salud que no escucha, ni observa, solo llena de curitas y de fármacos muchas veces innecesarios o desproporcionados, que se olvidó de lo más primitivo: del sol, del movimiento, del contacto, de los ritmos de la naturaleza, de la comida real, del arte, del goce, de los límites saludables. Un sistema de salud al que se le podrá reconocer que brinda respuestas complejas para situaciones de emergencia, cuando algún aspecto de la salud entra en crisis, pero no está orientado a la prevención, al autoconocimiento, a atacar el origen del desbalance que se traduce en enfermedad o dolor. No es exagerado decir que el diseño del sistema de salud en no pocas ocasiones nos vuelve frágiles y dependientes.

Hoy cada vez somos más los que estamos volviendo a darle al cuerpo el lugar que se merece.

UN LUGAR SEGURO

Entra al consultorio, nos miramos a los ojos, sonrío y me dispongo a escuchar, con los oídos, y con el cuerpo entero. Escuchar con el cuerpo es tenerlo disponible: no tengo los brazos cruzados, ni un escritorio en el medio. Mis gestos son tranquilos, mis manos, pies y mandíbula están relajados. Se siente música tranquila y generalmente un suave aroma a lavanda; ni la música, ni el aroma son invasivos. No estoy apurada ni hablo fuerte. Lo que estoy buscando con todo esto es mandar un mensaje al sistema nervioso de mi paciente que dice: “Conmigo estás seguro”. Es hasta intuitivo darse cuenta de que va a ser muy difícil sanar, regenerar algo si el cuerpo está percibiendo una amenaza y está más preparado para defenderse que para activar sus sistemas de autocuración.

En general tampoco pregunto mucho, más bien observo; esto lo fui aprendiendo con el tiempo, y es que las personas hablamos más con el cuerpo y los gestos faciales que con las palabras. Si en este momento te pido que me describas a una persona tensa, probablemente te imagines unos hombros duros hacia arriba, una mandíbula apretada, una respiración rápida y corta, pero también con los gestos podemos observar una persona desconectada, disociada, depresiva, asustada, o alegre y conectada.

Hace poco, una paciente entró al consultorio hablando muy bajito, no descargaba peso en su pisada, casi flotaba, su respiración estaba muy cortita y como colapsada, había venido por recomendación de su hija, pero no del todo convencida. Sin invadirla mucho le pregunté: “¿Cómo estás?”. Y me respondió: “Tengo un poco de miedo (por su postura, su forma de caminar y sus gestos de eso no había dudas), porque la última vez que fui a un kinesiólogo fue hace veinte años. Donde trabajaba había uno al que podíamos recurrir, estaba con mucho dolor y fui a verlo, no me escuchó. Fue muy brusco, me hizo maniobras que me dolían, y me fui muy mal; luego me dijeron que no tenía solución y terminé con una cirugía donde me colocaron una prótesis en las vértebras cervicales, pero nunca quedé bien. Hace veinte años estoy con este dolor”. Para ella, volver a un consultorio de kinesiología, osteopatía o alguna terapia corporal era sinónimo de dolor, de poca empatía y escucha, y hasta de posible cirugía posterior. En estos pacientes, más que nunca, necesitamos que primero sientan que el lugar es seguro, que van a ser escuchados y comprendidos. Sería un error intentar ir directo al contacto, y ni hablar de volver a hacer algún contacto no consensuado.

Cualquier tipo de evento que alteró en algún momento o está alterando nuestro sistema nervioso, lo primero que necesita para poder comenzar a curar es seguridad, y muchas veces con solo mirar a alguien a los ojos con un gesto amable ya estamos activando su sistema vagal y entrando a un estado parasimpático, el que necesitamos para este momento de curación. Hace poco una paciente me dijo “nadie me miró como vos” en una consulta, y siento que muchas veces está la presencia física, pero en ausencia, que es muy diferente a la presencia, donde la otra persona es realmente escuchada, vista, y puede sentir desde lo visceral mi presencia, y eso nos da la verdadera seguridad, esa que necesitamos para poder avanzar en la vida y para ser quienes somos realmente. Bajo estados de miedo o de dolor, no somos las personas que podríamos ser.

EL NUEVO NACIMIENTO DE JULIETA

Recuerdo la primera vez que fui al consultorio de Ana, estábamos saliendo de la pandemia; mi cuerpo estaba rígido, disociado, respiraba corto y acelerado. Sentadas frente a frente, el sol entraba por el ventanal, me hizo preguntas de rutina. Nos estábamos conociendo.

Ana dejó sus escritos y me miró suave, profundamente.

“¿Cómo te sentís?”. Le respondí rápido, automatizada: “Bien”.

Así comenzaba nuestra primera sesión; corrijo, encuentro. Un espejo de cuerpo entero en el consultorio, Ana me observó y me invitó a observarme. Mis hombros estaban levantados, el cuello tenso, las rodillas trabadas, las costillas abiertas. Hoy entiendo, mi cuerpo estaba en posición de alerta. Defensa. Ya en la camilla, Ana me acompañó y comenzó el camino de trabajar en lo pequeño y profundo de mis articulaciones. Abrió espacios. Conectó. Salí del encuentro y le escribí: “… Siento que algo comienza a circular”.

Segundo. Tercero. Cuarto. Quinto encuentro, mi cuerpo ya sabía adónde iba. Se sentía más seguro. Más disponible. Ana con sus manos, huesos, cuerpo y energía trabajaba en expandir, en soltar, en abrir. Se detuvo en la parte superior de mi cráneo, con la palma de su mano presionó suave, profundo, rítmico. Yo, una mollera latente. “Cuidado, no tocar”. Una cabeza rígida no quiere recordar. Ana continuó suave, acompañó, y mi respiración, poco a poco, se volvió profunda e imágenes mentales aparecieron: canal de parto, un cuerpo se adaptaba para nacer. Me quedé en ese sentir. Imágenes.

Mi cabeza se adapta, se deforma.

Nazco.

Respiro, el oxígeno me quema.

Mi cuerpo vive.

Un camino. Vivir. Respirar. Vivir. Registro. Me cuesta respirar, tengo el tabique torcido y para cerrar la boca aprieto la mandíbula. Por las noches bruxo y duermo con la boca abierta. Amanezco. Me duele la cabeza, mi garganta sufre, mis cuerdas vocales sufren. Busco y no hay escuela, ni jardín de infantes donde enseñen cómo respirar.

Un camino. Ana siguió trabajando con mi cuerpo. Con mi cara. Respiré y con sus manos tomando los huesos acompañó el movimiento. Todo estaba rígido. Respiré. Ana trabajaba con los huesos de mi cráneo, luego con el espacio entre tabique de mi nariz y frente. Movió desde dentro de mis oídos. Solté. Respiré. Y algo se liberó. Músculos. Ana continuó. Se puso guantes y realizó masajes intraorales. Mis músculos agarrotados de apretar las mandíbulas para cerrar la boca y bruxar por las noches resistían. Ana agarró mis músculos. Los estiró. Los elongó.

Y algo se soltó. Respiré y sentí mis músculos relajados y presentes que acompañaban. Respiré.

Mandíbulas relajadas, lengua en reposo, labios cerrados; mi cuerpo disponible, las costillas se expandieron. Respiré por la nariz, suave, profundo, consciente. Abrí. Oxígeno. Respiré y sentí que mis huesos también respiraban. Un camino.

Ana me acompañó y liberó.

Hoy respiro por la nariz al dormir. Mi lengua intenta reaprender. Los dolores de cabeza se redujeron.

Mi cuerpo es un animal que poco a poco puedo acompañar.

Acompaño la demanda de oxígeno de mi cuerpo. Ana acompaña. Mi cuerpo registra. Y el mundo también puede ser un lugar seguro.

EL SISTEMA NERVIOSO

Cómo me preparo para recibir a un paciente creo que es algo que intuitivamente siempre hice, pero todo cobró sentido cuando aprendí en profundidad cómo funciona nuestro sistema nervioso autónomo.

El sistema nervioso central está compuesto por el cerebro y la médula espinal, que es donde se recibe, procesa y envía la información desde y hacia el cuerpo. Es la zona de control e integración.

El sistema nervioso periférico son los nervios que salen del cerebro y la médula espinal, encargados de la comunicación entre el cerebro y el cuerpo.

El sistema nervioso somático se ocupa de transmitir sensaciones táctiles, de presión, de temperatura, de dolor y de posición corporal. Controla las actividades motoras voluntarias, como caminar o correr, y la coordinación de reflejos.

El sistema nervioso autónomo, que como su nombre lo dice es un sistema que actúa sin nuestra voluntad, se ocupa de regular nuestra respiración, latidos cardíacos, digestión, presión arterial, funcionamiento de las glándulas y regulación de la temperatura corporal. Trabaja sin descanso, aunque nosotros no estemos conscientes de ello; podemos decir que es la fuente de nuestras respuestas de supervivencia, y es el sistema en el que nos detendremos.

EL SISTEMA NERVIOSO AUTÓNOMO

Cuando cursé la carrera de Kinesiología, hace no más de veinte años, estudié muy poco del sistema nervioso en general y apenas si oí acerca del autónomo. Este se divide en: sistema nervioso simpático (activación) y sistema nervioso parasimpático (relajación, reparación), y el ejemplo que nos daban era que cuando dormimos, activamos el parasimpático, y cuando estamos corriendo, activamos el simpático, lo cual está muy bien, pero es una parte muy pequeña al lado de todo lo que significa este gran sistema autónomo.

En esta imagen podemos visualizar qué funciones cumplen cada uno de estos sistemas.

El sistema nervioso simpático prepara nuestro cuerpo para la acción y nos ayuda a prepararnos para el posible peligro. Es como un acelerador del sistema; nos va a dar energía aumentando la frecuencia cardíaca, la respiración y la presión arterial. Toda la sangre que está en el sistema digestivo será enviada a los músculos de las piernas y los brazos para una posible lucha o huida; con esto ya podemos imaginar que si vivimos en un estado simpático será muy difícil digerir correctamente los alimentos. Genera contracción de los vasos sanguíneos y drena la sangre de la superficie de la piel por si hay alguna lesión, para que la piel responda de manera óptima, pero si vivimos en un estado simpático, la piel se torna fría y pálida. Dilata las pupilas, retrae los párpados y fija los ojos, de esa manera estamos atentos, alertas al peligro. Anatómicamente está ubicado en la zona de nuestras vértebras dorsales, desde aquí salen los nervios simpáticos.

El sistema nervioso parasimpático nos conecta con el descanso cuando pasa la amenaza o el momento de estrés. Si decíamos que el simpático era como un acelerador, el parasimpático es como un freno para desacelerar. Relaja los músculos, disminuye la frecuencia cardíaca y la presión arterial, la respiración se normaliza y se puede ralentizar también, la sangre vuelve al centro, a las vísceras y los procesos digestivos se pueden llevar a cabo, la sangre vuelve a la periferia con lo cual la piel vuelve a tener rubor. Estando en la fisiología del parasimpático también es un momento donde el sistema inmunológico puede actuar de manera eficiente. Anatómicamente está ubicado en la zona del cráneo y de nuestra pelvis. Desde estos dos lugares salen los nervios parasimpáticos.