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¡Estaba prisionera en el paraíso! Una de las empleadas de Lucas Cipriani poseía información que podría arruinar una adquisición empresarial vital… ¡Y estaba furioso! El único modo de manejar a la tentadora Katy Brennan era retenerla como prisionera en su yate durante quince días, apartada del mundo hasta que se cerrara el trato… Katy estaba enfurecida con la actitud despótica de su multimillonario jefe… pero, a su pesar, también se sentía intrigada por el guapísimo ejecutivo. Una vez a solas con él y a su merced, Lucas empezó a permitir que Katy viera más allá de su férreo exterior. Pronto se vio sorprendentemente dispuesta a vivir una aventura prohibida… ¡y renunciar a su inocencia!
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Seitenzahl: 221
Veröffentlichungsjahr: 2018
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2017 Cathy Williams
© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Comprometida y cautiva, n.º 2602 - febrero 2018
Título original: Cipriani’s Innocent Captive
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-9170-720-2
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
EL SEÑOR Cipriani ya puede recibirla.
Katy Brennan miró a la mujer de mediana edad y rostro anguloso a la que había conocido poco antes en el vestíbulo de la sede de Cipriani y que la había acompañado a la planta del director, donde llevaba esperando más de veinte minutos.
No quería estar nerviosa, pero lo estaba. La habían llamado de su despacho en Shoreditch, donde trabajaba como especialista en informática en un pequeño grupo de cuatro personas, y la habían informado de que Lucas Cipriani, el dios ante el que todo el mundo respondía, requería su presencia.
No tenía ni idea de por qué querría hablar con ella, pero sospechaba que tenía algo que ver con el complejo trabajo que se traía ahora entre manos, y aunque se decía que seguramente solo querría repasar algunos detalles menores con ella, estaba nerviosa de todas maneras.
Katy se levantó, lamentando que no la hubieran informado con antelación de aquel encuentro, porque se habría vestido con algo más acorde al lujoso ambiente que la rodeaba.
Llevaba puestos unos vaqueros y una camiseta, la mochila y una cazadora ligera, perfecta para el frescor de la primavera, pero completamente inadecuada para aquel edificio de cristal de ocho plantas.
Aspiró con fuerza el aire y no miró ni a derecha ni a izquierda mientras seguía a la asistente por el pasillo enmoquetado, más allá de los despachos de los ejecutivos y de las muchas salas de reuniones donde se cerraban tratos millonarios. Finalmente, llegaron a una sala de espera. En la parte de atrás había una enorme puerta de madera cerrada que por sí sola causaría terror a cualquier persona que hubiera sido convocada de modo arbitrario por el director de la empresa… un hombre con una capacidad legendaria para cerrar tratos y convertir la paja en oro.
Katy aspiró con fuerza el aire y se quedó atrás mientras la asistente abría la puerta.
Mirando abstraídamente por el enorme ventanal de cristal reforzado que le separaba de la calle, Lucas Cipriani pensó que aquella reunión era lo último que le faltaba para estropear definitivamente el día.
Pero no podía evitarla. Se había abierto una brecha en la seguridad del acuerdo en el que llevaba trabajando durante los últimos ocho meses, y aquella mujer iba a tener que pagar las consecuencias. Así de claro. Aquel era el acuerdo de su vida, y de ninguna manera iba a ponerlo en peligro.
Cuando su asistente llamó a la puerta y entró en el despacho, Lucas se giró lentamente con la mano en el bolsillo de los pantalones y miró a la mujer que estaba a punto de perder el trabajo aunque ella no lo supiera.
Entornó la mirada y se dio cuenta de que debería estar más al tanto de la gente que trabajaba para él, porque no se esperaba aquello. Esperaba un friki de los ordenadores con gafas, pero la chica que tenía delante no parecía un genio de la informática, sino una hippy. Llevaba unos vaqueros desteñidos y una camiseta con el nombre de una banda de la que él no había oído hablar nunca. Iba calzada con unas botas negras de estilo masculino que parecían para el trabajo en la construcción. Llevaba una mochila colgada del hombro con una especie de chaqueta encima, estaba claro que se la acababa de quitar. Su código de vestimenta contradecía todo lo que él asociaba con una mujer, pero tenía ese tipo de pelo de tonos cobrizos que a un pintor le encantaría plasmar en el lienzo, y un rostro delicado con unos grandes y brillantes ojos verdes que le sostuvieron la mirada.
–Señorita Brennan –se dirigió hacia el escritorio mientras Vicky, su secretaria, cerraba la pesada puerta al salir–. Siéntese, por favor.
Al escuchar aquella voz profunda y aterciopelada, Katy se dio cuenta de que había estado conteniendo la respiración. Cuando entró en el despacho creía que sabía más o menos qué esperar. Conocía vagamente el aspecto de su jefe porque había visto fotos suyas en la revista de la empresa que de vez en cuando aterrizaba en su escritorio de Shoreditch, muy lejos del edificio de cristal de última generación que albergaba lo mejor de la empresa: desde Lucas Cipriani, que estaba sentado en lo alto como un dios en el Monte Olimpo, a su equipo de poderosos ejecutivos que se aseguraban de que su imperio rodara sin obstáculos.
Pero no se esperaba eso. Que Lucas Cipriani fuera, sencillamente, bello. No había otra palabra para describirlo. No era solo el conjunto de sus facciones perfectas, ni el bronce bruñido de su piel, ni siquiera la poderosa masculinidad de su cuerpo. La belleza de Lucas Cipriani iba mucho más allá de lo físico. Exudaba un cierto poder y un carisma que dejaba sin respiración e impedía que se pudiera pensar con coherencia.
Y esa era la razón por la que Katy estaba en ese momento allí, en su oficina, con la boca tan seca que no habría podido pronunciar ni una palabra aunque hubiera querido.
Le pareció escuchar vagamente que él le decía que se sentara, algo que estaba deseando hacer, así que se colocó en el enorme sillón de cuero situado frente a su escritorio.
–Has estado trabajando en el trato con China –le dijo Lucas sin más preámbulos.
–Sí –Katy podía hablar de trabajo, podía responder a cualquier pregunta que le hiciera, pero se sentía inquieta ante aquella inesperada sensualidad, y cuando habló lo hizo con voz trémula–. He estado trabajando en la parte legal del acuerdo, introduciendo todos los detalles en un programa que permitirá acceso instantáneo a lo que se necesite sin tener que revisar toda la documentación. Espero que no haya ningún problema. De hecho, voy más adelantada de lo esperado. Seré sincera, señor Cipriani, es uno de los proyectos más emocionantes en los que he trabajado. Complejo, pero muy interesante.
Se aclaró la garganta y forzó una sonrisa, que fue recibida por un silencio absoluto y una mirada fría de sus oscuros ojos.
Lucas se recolocó en el escritorio, bajó la mirada y, sin decir nada, le dio la vuelta a la pantalla del ordenador para que ella lo viera.
–¿Reconoces a este hombre?
Katy palideció y se quedó boquiabierta al ver a Duncan Powell, el tipo del que se había enamorado tres años atrás. El pelo rubio y liso, los ojos azules que se le achinaban cuando sonreía y aquel encanto infantil que la había atrapado cuando era apenas una adolescente.
No se hubiera esperado aquello ni en un millón de años. Confundida y sonrojada, Katy clavó sus ojos verdes en Lucas.
–No entiendo…
–No te estoy preguntando si lo entiendes. Te pregunto si conoces a este hombre.
–Sí… sí –balbuceó ella–. Bueno, le conocía hace unos años…
–Y, al parecer, eludiste ciertos sistemas de seguridad y has descubierto que actualmente trabaja en la empresa china con la que estoy a punto de cerrar un trato, ¿no es así? No, no te molestes en responder. Tengo unas alertas en mi ordenador y lo que estoy diciendo no necesita comprobación.
Katy estaba mareada. Sus pensamientos habían regresado al momento de su desastrosa relación con Duncan. Le había conocido poco después de regresar a casa de sus padres en Yorkshire. Dividida entre quedarse donde estaba o enfrentarse al gran mundo de Londres, donde había mejores ofertas de trabajo, había aceptado un trabajo temporal como profesora auxiliar en uno de los colegios locales para darse tiempo para pensar.
Duncan trabajaba en el banco de la misma calle. Lo cierto era que no fue amor a primera vista. Siempre le habían gustado los tipos poco convencionales, y Duncan era justo lo contrario. Había puesto el ojo en ella como un misil en un objetivo, y antes de que Katy pudiera decidir si le gustaba o no, se habían tomado un café, luego fueron a cenar y después empezaron a salir.
Era insistente y divertido, y Katy se empezó a pensar el plan de Londres cuando todo se vino abajo porque descubrió que el hombre que le había robado el corazón no era el tipo sincero y soltero que ella pensaba.
Tampoco vivía de forma permanente en el pueblo de sus padres. Estaba de comisión de servicio por un año, un detalle que no había mencionado. Tenía mujer y dos hijas gemelas esperándole en Milton Keynes. Katy había sido una diversión, y, cuando descubrió la verdad, Duncan se encogió de hombros y alzó las manos en señal de rendición. Ella supo que lo hacía porque se había negado a acostarse con él.
–No lo entiendo –Katy apartó la vista de la imagen del ordenador de Lucas–. Así que Duncan trabaja para esa empresa. No he buscado información sobre él –aunque sí había hecho algunas comprobaciones básicas por curiosidad, para saber si era el mismo tipejo con el que una vez se había tropezado. Un par de clics con el ratón habían bastado para confirmar sus sospechas.
Lucas se inclinó hacia delante, su lenguaje corporal resultaba peligrosamente amenazador.
–Eso podría ser –le dijo–. Pero presenta ciertos problemas.
Lucas le explicó con clara y fría precisión aquellos problemas y Katy le escuchó con creciente alarma. Un acuerdo realizado en completo secreto… una empresa familiar basada en los valores de la tradición… un mercado bursátil que se apoyaba en que no hubiera ninguna filtración y la amenaza de su conexión con Duncan en un momento delicado para las negociaciones.
Katy era brillante con la informática, pero los misterios de las altas finanzas se le escapaban. La carrera hacia el dinero nunca le había interesado. Sus padres le habían enseñado desde muy pequeña la importancia de reconocer el valor de las cosas que el dinero no podía comprar. Su padre era pastor en una parroquia y tanto él como su madre llevaban una vida basada en la importancia de anteponer las necesidades de los demás a las propias. A Katy no le importaba si alguien ganaba mucho dinero o cuánto poseía.
–No me importa nada de eso –dijo con voz trémula cuando hubo una breve pausa en el frío conteo de sus transgresiones. Le pareció un buen momento para dejar las cosas claras porque empezaba a tener la desagradable sensación de que Lucas la estaba rodeando en círculos como un depredador preparándose para el ataque.
¿Iba a despedirla? Sobreviviría. Lo principal era que aquello era lo peor que podía pasarle. No era un señor feudal de la Edad Media que podría quemarla y ahorcarla por desobediencia.
–Que te importe o no un acuerdo que no va a tener ningún impacto sobre ti es irrelevante. Por mala fe o por incompetencia, ahora estás en posesión de una información que podría acabar con un año y medio de intensas negociaciones.
–Para empezar, lamento mucho lo que ha sucedido. Ha sido un trabajo muy complicado y, si he accedido a una información que no debía, pido disculpas. No era mi intención. De hecho, no estoy en absoluto interesada en su acuerdo, señor Cipriani. Me encargó un trabajo y lo he estado haciendo lo mejor que he podido.
–Y está claro que no ha sido suficiente, porque un error de esta magnitud es imperdonable.
–¡Pero no es justo!
–Recuérdame que te dé una lección de vida respecto a lo que es justo y lo que no. No estoy interesado en tus excusas. Lo que me interesa es encontrar una solución para el conflicto que has creado.
Katy sintió una punzada al escuchar su crítica respecto a su capacidad. Era buena en lo que hacía. Brillante, incluso.
–Si observa la calidad de lo que he hecho, señor Cipriani, descubrirá que he realizado un trabajo excelente. Soy consciente de que puedo haberme encontrado con información que no debería haber estado disponible para mí, pero tiene mi palabra de que todo lo que haya descubierto no saldrá de mí.
–¿Y por qué debería creerte?
–¡Porque estoy diciendo la verdad!
–Lamento arrastrarte al mundo de la realidad, pero yo no doy las cosas por sentadas, incluidas las promesas de sinceridad de los demás –se reclinó en la silla y la observó.
Sin intentarlo, Lucas era capaz de exudar esa clase de frialdad letal que hacía que los hombres adultos temblaran. Una chica tan joven destinada al despido tendría que haber sido pan comido, pero, por alguna razón, su gran capacidad de concentración se veía distraída por su belleza.
A él le gustaban las mujeres morenas y profesionalmente ambiciosas que siempre llevaban su armadura de trajes de chaqueta de diseño y tacones altísimos. Disfrutaba de las conversaciones intelectuales y los debates apasionados relacionados con el trabajo.
Eran mujeres alfa y así le gustaban.
Había visto el daño que causaban a los hombres ricos las atolondradas y las mujeres espectaculares. Su padre, un hombre amable y divertido, había disfrutado de un buen matrimonio de diez años con la madre de Lucas, y, cuando Annabel Cipriani murió, de pronto se perdió en una sucesión de rubias impresionantes y sexys. La inteligencia no era un requisito.
Había estado a punto de arruinarse en tres ocasiones, y resultaba milagroso que la fortuna familiar hubiera quedado a salvo.
Pero peor que la molestia de que sus cuentas bancarias hubieran sido rapiñadas por aquellas cazafortunas era la esperanza que su padre había depositado siempre en las mujeres con las que terminó casándose. La esperanza de que estuvieran ahí para él, que de alguna manera le darían el apoyo emocional que tuvo con su primera esposa. Estaba buscando amor, y aquella debilidad fue la causa de que le utilizaran una y otra vez.
Lucas había observado todo aquello desde bambalinas y había aprendido la lección: evitar involucrarse emocionalmente para no terminar nunca herido. De hecho, podía manejar bien a las chicas sexys con poca cabeza, pero no le interesaban. Lo que no se le daba bien eran las mujeres que pudieran pedirle algo que él no pudiera dar, por eso siempre buscaba mujeres emocional y económicamente independientes, como él. Seguían sus mismas reglas y estaban tan en contra de los estallidos emocionales como él,
El hecho era que, si no dejabas entrar a nadie, estabas protegido de la desilusión, y no solo de la decepción superficial de descubrir que alguna mujer reemplazable estaba más interesada en tu cuenta bancaria que en ti.
Había aprendido una lección importante sobre la clase de debilidad que puede herirte de forma permanente y por eso cerró su corazón y tiró la llave. Y nunca había dudado de que estuviera haciendo lo correcto.
–¿Sigues en contacto con ese hombre? –murmuró mirándola con ojos de halcón.
–¡No! –Katy tenía el rostro sonrojado y le ardía. Se dio cuenta de que estaba agarrando los brazos del sillón como si le fuera la vida en ello. Tenía todo el cuerpo rígido por la afrenta de que le hiciera una pregunta tan personal–. ¿Va a despedirme, señor Cipriani? Porque, si ese es el caso, tal vez podríamos acabar de una vez.
Las sienes le latían de forma dolorosa. Por supuesto que iba a despedirla. Aquello no iba a ser un tirón de orejas antes de enviarla de nuevo a Shoreditch para que continuara con su actividad normal, ni tampoco la iban a retirar sin más de la tarea en la que había metido la pata sin darse cuenta.
La habían llevado hasta allí como a una delincuente para poder despedirla. Sin un mes de preaviso, sin advertencia previa, y no podía ni considerar siquiera la posibilidad de denunciar un despido improcedente. Se quedaría sin su principal fuente de ingresos y tendría que lidiar con ello. Y al tipo que tenía delante divirtiéndose mientras la juzgaba no le importaba nada que estuviera diciendo la verdad o no o cómo la afectaría aquel repentino despido.
–Desgraciadamente, no es algo tan directo…
–¿Por qué no? –le interrumpió ella acalorada–. Está claro que no se cree ni una palabra de lo que le he contado, y sé que no se me permitirá volver a acercarme a mi proyecto. Si me quisiera fuera sin más, seguramente se lo habría dicho a Tim, mi jefe, para que me diera el mensaje. El hecho de que me haya llamado aquí me hace saber que me va a dar la patada, pero no antes de que me quede clara la razón. ¿Dará al menos buenas referencias de mí, señor Cipriani? He trabajado muchísimo para su empresa durante el último año y medio y solo tengo informes brillantes sobre el trabajo que he hecho.
A Lucas le maravillaba que pudiera pensar ni por un segundo que tuviera tanto tiempo como para llamarla personalmente y despedirla. Katy le miraba con expresión angustiada, sus ojos verdes brillaban desafiantes.
Distraído otra vez, se encontró diciendo:
–He visto en tu ficha que solo trabajas dos días a la semana para mi empresa. ¿A qué se debe? Es poco habitual que alguien de tu edad sea empleado a tiempo parcial. Ese suele ser el caso de mujeres con niños en edad escolar que quieren ganar algo de dinero pero no pueden permitirse las exigencias de un trabajo a tiempo completo.
–Yo… tengo otro trabajo –admitió Katy poniéndose en guardia–. Trabajo como profesora de Tecnología en un instituto cerca de donde vivo.
A su pesar, Lucas estaba fascinado por el tono de su sonrojo. Su rostro era transparente como el cristal y eso en sí mismo resultaba una rareza digna de llamarle la atención. Las mujeres profesionales con las que salía sabían cómo calcular sus expresiones porque cuanto más alto subían, antes aprendían que sonrojarse como una doncella virgen no servía para nada en el mundo de la empresa.
–Ahí no pagan muy bien –murmuró Lucas.
–Eso no es lo importante.
Lucas había vuelto a dirigir su atención al ordenador y estaba viendo el informe que tenía sobre ella. La lista de referencias favorables resultaba impresionantemente larga.
–Entonces –murmuró recostándose y focalizándose completamente en ella–. Trabajas para mí por el sueldo y como profesora por placer.
–Así es –a Katy le desconcertó la rapidez con la que había llegado a la conclusión correcta.
–Por lo tanto, perder tu empleo en mi empresa supondrá un serio impacto en tus finanzas.
–Buscaré otro trabajo para sustituir este.
–Mira a tu alrededor. Los empleos parciales bien pagados no son algo común. Yo me tomo como una obligación pagar a mis empleados por encima de la media. He descubierto que eso genera compromiso y lealtad a la empresa. No creo que encuentres nada parecido en todo Londres.
Lucas esperaba una solución rápida para aquel inesperado problema. Ahora se veía presionado para averiguar algo más sobre ella. Aunque era empleada a tiempo parcial, trabajaba más allá de sus obligaciones. Aseguraba que era inocente, y él no era tan ingenuo como para creerla a pies juntillas, aunque no estaría mal saber un poco más. Su impresión inicial no era que se tratara de una ladrona, pero, por otra parte, alguien con un trabajo a tiempo parcial podría encontrar irresistible aprovecharse de una inesperada oportunidad. Y Duncan Powell representaba aquella oportunidad.
–El dinero no significa mucho para mí, señor Cipriani –a Katy le confundía que un hombre con unos valores tan distintos a los suyos pudiera atraerla de aquel modo que la dejaba indefensa y expuesta. Le costaba trabajo hilar dos frases coherentes seguidas–. Vivo sola, pero podría compartir piso con otras personas. No sería el fin del mundo.
Para Lucas, la idea de compartir espacio con más gente era casi lo mismo que ser encarcelado.
Además, ¿eso qué implicaba?, se preguntó observando su boca obstinada. ¿Cuál era la situación con Powell, un hombre casado? No era frecuente en Lucas cuestionar sus propios juicios, pero en ese caso se preguntó si no se trataría de la historia de una mujer preparada para pasar por alto el hecho de que su amante estuviera casado debido a los beneficios económicos que podría conseguir.
Tendría que indagar un poco más.
–¿Nunca has pensado en dejar la enseñanza y trabajar en mi empresa a tiempo completo?
–No –se hizo un silencio entre ellos mientras Katy trataba de entender hacia dónde llevaba su repentino interés–. A algunas personas no les motiva el dinero –rompió finalmente el silencio porque había empezado a transpirar por la incomodidad–. No me educaron para valorar las cosas materiales.
–Interesante. Poco habitual.
–Tal vez en su mundo, señor Cipriani.
–El dinero es el motor que lo mueve todo, y no solo en mi mundo. En todos los mundos. Aunque se diga lo contrario, las mejores cosas de la vida no son gratis.
–Quizá para usted no –afirmó Katy con clara desaprobación. Sabía que estaba jugando con fuego. Tenía la sensación de que Lucas Cipriani no era un hombre al que le gustara que los demás le llevaran la contraria. Pero ¿qué sentido tenía andarse con paños calientes cuando estaba a punto de pagar por un delito que no había cometido?–. Por eso no cree en lo que le estoy diciendo –continuó Katy–. Por eso no confía en mí. Seguramente no confía en nadie, y eso es muy triste. A mí no me gustaría ir por la vida sin distinguir a mis amigos de mis enemigos. Cuando todo tu mundo gira alrededor del dinero, se pierde la perspectiva de las cosas que realmente importan.
Lucas apretó los labios con desaprobación. Katy tenía razón al decir que no confiaba en nadie, pero así quería que fuera.
–Permíteme ser completamente claro contigo –se inclinó hacia delante y la miró con frialdad–. No has venido aquí para intercambiar conmigo tus puntos de vista. Reconozco que debes de estar tensa y nerviosa, y sin duda esa es la razón por la que te has pasado de la raya, pero te sugiero que te bajes de tu pedestal de moralidad y observes con frialdad las elecciones que has hecho y que te han traído a mi despacho.
Katy se sonrojó.
–Cometí un error con Duncan –murmuró–. Todos cometemos errores.
–Te acostaste con un hombre casado –la corrigió Lucas con sequedad, sobresaltándola–. Así que mientras me sermoneas sobre mi patética vida orientada hacia el dinero, podrías considerar también que a pesar de toda mi arrogancia jamás me acostaría con una mujer casada.
–Yo…
Lucas alzó una mano.
–A mí nadie me habla como tú lo has hecho –sintió una punzada de incomodidad porque aquella frase demostraba la arrogancia de la que le habían acusado–. He hecho números, y, por mucho que me mires con esos ojos verdes abiertos de par en par, debo decirte que aceptar la palabra de una adúltera me resulta difícil.
Horrorizada por el frío desprecio de Lucas y su acusación, Katy se puso de pie con las piernas temblorosas para descargar toda su ira contra él.
–¿Cómo se atreve? –pero incluso en medio de su furia se vio atrapada por una extraña sensación de vulnerabilidad porque su oscura mirada electrificaba cada centímetro de su cuerpo.
–Con mucha facilidad –replicó Lucas sin pestañear–. Estoy viendo los hechos delante y los hechos me cuentan una historia muy clara. Quieres hacerme creer que no tienes nada que ver con ese hombre. Lamentablemente, tu falta de principios al haber tenido una relación con él en un principio hablan por sí solos.
Katy había palidecido completamente. Odiaba a aquel hombre. No creía posible poder odiar a alguien más.
–No tengo por qué quedarme aquí a escuchar esto –pero era consciente con incomodidad de que, si ella no le hablaba de su ausencia de vida sexual, era normal que Lucas hubiera llegado a la conclusión errónea. Las chicas de su edad tenían aventuras y se acostaban con hombres. Tal vez podría conseguir que la creyera si le decía la verdad, que había puesto fin a su breve relación en cuanto supo que tenía mujer y dos hijas. Pero, aunque Lucas se creyera eso, desde luego no se creería que no se había acostado con Duncan.
Y eso llevaría a otra conversación que no estaba dispuesta a tener. ¿Cómo iba a creer un hombre como Lucas Cipriani que la fresca que se acostaba con hombres casados era en realidad virgen?
A Katy no le gustaba pensar en ello. Nunca había tenido prisa respecto al sexo. Sus padres no le habían impuesto sus valores, pero el gota a gota de sus amables consejos y el ejemplo que había visto en la vicaría de chicas con el corazón roto, a menudo embarazadas y abandonadas por los hombres de los que se habían enamorado, la habían hecho darse cuenta de que con el amor había que tener cuidado.
Siendo justa, si la tentación hubiera llamado a su puerta, tal vez se habría cuestionado sus anticuados principios, pero, aunque siempre se había llevado bien con el sexo opuesto, nadie le había llamado la atención hasta que apareció Duncan con su encanto, su seducción y su insistencia, robándole el corazón. Su traición la dejó devastada.
Su virginidad era ahora un recordatorio del mayor error que había cometido en su vida. Aunque confiaba en que algún día podría encontrar a un hombre para ella, estaba también resignada a la posibilidad de que no ocurriera, porque estaba fuera de onda de lo que los hombres querían.
Querían principalmente sexo. Al parecer, había que acostarse con cientos de ranas para conseguir al príncipe, y Katy no estaba dispuesta a hacerlo.
Así que ¿qué pensaría Lucas Cipriani de su historia?
Se imaginó su mueca de desprecio y se estremeció.
Confundida por la dirección que habían tomado sus pensamientos, Katy alzó la barbilla y le miró con la misma frialdad que él.
–Supongo que después de esto estoy despedida, así que no puede haber otra razón para que yo siga aquí. Y no puede impedir que me vaya. Tendrá que confiar en que no le contaré nada a nadie respecto al acuerdo.