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Este libro es un acercamiento entre dos desconocidos: la autora que se mueve como un péndulo entre la reflexión y la experiencia, y el lector que se deja abrazar cuando se reconoce en algún fragmento. En un movimiento entre lo íntimo y lo universal, las palabras van acercando las partes. Desde la primera hoja a la última, la lectura resulta un ejercicio respiratorio: algunos textos se expanden gritando sus ideas al mundo, otros se contraen susurrando líneas personales. Y de nuevo arriba, y otra vez las profundidades. Los textos que miran hacia afuera recorren paisajes habitados por el amor o la pérdida, o ambos; paisajes que pasamos de largo por cotidianos o incómodos. Los que miran hacia adentro son distintas puertas que invitan a entrar al mismo lugar: a uno mismo. Todos apuntan a una visión esperanzadora de la condición humana, y de la propia.
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Seitenzahl: 201
Veröffentlichungsjahr: 2023
LA FLACA
La Flaca Con amor, o nada / La Flaca. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2023.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-3553-5
1. Narrativa. I. Título.CDD 808.883
EDITORIAL AUTORES DE [email protected]
Ilustración de portada: La Flaca Contacto con la autora: Mail: [email protected] Facebook: www.facebook.com/LaFlacaArgentina Instagram: la_flaca_argentina
Prólogo
Con amor, o nada
Las personas más hermosas
Cuando nos volvamos a ver
Basta
Sobrevivientes
Pájaros en la cabeza
Pausa
Ajustar los cristales
Decirlo
Soledad
Te necesito
Cuando sea pequeña
No una madre
Que nunca te falte
¿Qué hago con todo esto?
Nada a nadie
No siempre
Hay personas
La pregunta
No cualquiera
¿De qué están hechas las personas?
Lo hicimos
Te podés ir
Vísperas
Justo ahí
En movimiento
El ruido es lo de menos
Es de buen perdedor
También soy
En el dolor profundo
31 de diciembre de 2018
Más abrazos
No entendimos nada
La respuesta
Quedarnos solos
Ese momento de lucidez
Date un momento
Casa
Una cosa por hacer
Fueguito
La huella
Rincones mágicos
Momento montaña rusa
La última vez
Abismo
Nuestro lugar en el mundo
Corazón roto
Piezas
Me rindo
Regalarte una canción
Sanar
Pará
El regreso
Lo que quiero
Cortala
Tiempo paraíso
Pensalo bien
Gratitud
Desamarguémonos
Lo lindo de la lluvia
Hasta siempre
Pido gancho
Tribu
Te extraño
Primera fila
Prioridades
Ausencia
Primavera
Epidemia
Qué lindo te queda
Si supiéramos
No te traiciones
Hablar del dolor
Crecer del golpe
Literales
Que te importe
En el pecho
Pan con manteca
Donde vale la pena frenar
Muy cerca del cuadro
Probablemente
Fibras
Te parece que no
Verte
Debe tener esa forma
Primera persona
Detrás
Que sepas
No nos permitamos
El primer paso
A salvo
Darse cuenta
Como a cuerda
Burbujas
Cambiar la piel
Cielo(s)
Insistir
Que me quieras así
Tormentas
Planes
Relieves
No alcanza
Más atentos
Quedate
Volver a creer
Aprendí
Epílogo
Y cada cosa que me suceda yo la vivo aquí anotándola. Porque quiero sentir en mis manos indagadoras el nervio vivo y trémulo del hoy.
–Clarice Lispector
¿Qué es esto? Y no me refiero a las palabras que en este instante sujetan su mirada y la van llevando prólogo adelante. Hablo del libro que tiene en sus manos.
La pregunta nació cuando comenzaban a alinearse los planetas para el milagro de la letra impresa: la editorial pidió especificar el género, y la respuesta fue un casillero en blanco en el formulario.
Para zurcir el irónico silencio que rasgaba el inicio de tanta palabra entretejida, repasé: no hay elegías, ni himnos, ni odas, ni sátiras aquí. Esto no es una novela, ni un cuento, ni una recopilación de leyendas. Las letras no se acomodan buscando un romance o un drama. No es un ensayo. No es una colección de fábulas. No hay un solo diálogo estirando un renglón.
Dejé de ajustar la resolución del microscopio; es tramposa la idea de que una definición más precisa nos acerca más a la verdad, y es una idea peligrosa, también… por eso arrojé el microscopio por la ventana. Y entonces sopló un aire refrescante que… ¿o habrán sido las páginas por venir, que me salpicaron su libertad? Mejor sigamos persiguiendo la primera pregunta, ahora que en lugar de diccionario elegimos trampolín.
La posibilidad del salto nos permite lanzarnos a otras disciplinas, y tan lejos como lo exija la respuesta. Ir hasta la entomología, por ejemplo: el estudio de los insectos. Se conocen casi dos millones de especies, y se estima que podría haber varios millones más, solo que aún no han sido descubiertas. De toda esa biodiversidad, hay dos insectos que caminan por este libro: luciérnagas y bichos bolita.
Los bichos bolita se cierran sobre sí, como los textos más personales de la autora. Su forma podría parecer un “dar la espalda” extremo, pero es otra cosa: una manera de abrazarse a sí mismo. Viajan hacia adentro o al pasado esas páginas, recolectan calor, y vuelven para inventar o descubrir una actualidad más tersa, y llena de fiestas secretas.
El otro gran grupo de escritos está constituido por luciérnagas: no hay ruido de alas ni canto estridente, sino una luz que se expande con el deseo de llegar al otro. Palabras que demuestran que el único acercamiento a la verdad es un destello en la noche, pero que un destello es suficiente para contradecir la oscuridad. Hay un gesto de entrega en esa fosforescencia.
Otros insectos también inquietan estas hojas, pero desconozco los nombres porque representan textos más bien exóticos: Uno indaga la forma del amor. Muchos trabajan un momento, con la minuciosa pasión del orfebre. Algún escrito juega. Otro ofrece al escándalo de los cardiólogos una interesante teoría: todos tenemos un colibrí en el pecho. Hay líneas que explican la receta más simple para cocinar la mejor torta, ¿qué clase de insecto puede ser ese texto?
Esta fauna que vuela el espacio aéreo entre los ojos y la página abierta, o se acurruca en el subsuelo fabricado por las hojas apretadas, esta fauna es mucho más fecunda que una idea precisa diciéndonos de qué se trata todo esto. Dejarla caminar con la lectura es ir conociendo esos habitantes inquietos… descubrir que los bichos bolita se sienten la continuación de un diario íntimo que la autora acaso tuvo de pequeña, y que las luciérnagas suenan a la palabra que depositaría enérgica en una amiga. Todos los textos nos dicen que, aunque el tiempo puede desgastarnos, no tiene por qué ensombrecernos. Y que nos iluminamos cuando construimos algo con aquello que nos ha ocurrido. Eso ha hecho la autora. Eso propone el libro. Eso es una forma de la esperanza, y tal vez la mejor forma.
Martín, hermano de la Flaca
Con amor, o nada.
Cuando enseñes, y aprendas, y escuches, y opines.
Cuando abraces, y beses, y acaricies.
Cuando destruyas un miedo, y construyas un proyecto.
Cuando hables como hijo, como padre, como hermano, como amigo y desconocido, como oponente o aliado.
Que sea con amor, o nada.
Cuando dibujes un sueño y cuando lo edifiques.
Cuando emprendas un viaje, cuando conquistes una cima, y cuando bajes.
Cuando andes y desandes, cuando cambies los planes.
Cuando emprendas una lucha, cuando lideres una cruzada.
Cuando cumplas con una obligación, y goces de un derecho.
Que sea con amor, o nada.
Cuando des una mano, y cuando la pidas.
Cuando encuentres un espacio para vos, o cuando abandones un espacio para buscar uno nuevo.
Cuando escojas romper el silencio, o aferrarte a él por un tiempo.
Cuando estudies, trabajes, descanses.
Cuando decidas irte. Cuando decidas regresar. Cuando decidas quedarte.
Que sea con amor, o nada.
Cuando te dediques tiempo, y cuando dediques tiempo a los demás.
Cuando expliques, cuando discutas, cuando critiques.
Cuando ofrezcas un regalo a los demás, y cuando te ofrezcas un regalo a vos.
Cuando intentes un poco más, o cuando elijas hacerte a un lado.
Cuando des oportunidades, y cuando las recibas.
Cuando perdones, cuando agradezcas.
Que sea con amor, o nada.
Porque, si no te sale con amor, entonces hay una pieza que no está encajando en tu rompecabezas. Quizás seas vos o el otro, el lugar o el momento, el contexto o el texto. Pero hay algo que no encuentra su lugar.
Intuyo que para que lo que hagas salga con amor, lo primerísimo es que te quieras un poco a vos, de hecho, que te quieras bastante a vos, antes que a nada y que a nadie. Lo primerísimo es que haya amor para y por vos.
Vos sos la tierra en la que pueden crecer brotes, y flores, y árboles, y bosques. Pero, para que eso suceda, la tierra debe quererse, cuidarse, respetarse… la tierra debe estar en armonía con sus componentes y con el medio que la rodea y la contiene.
Vos sos la tierra. Querete, cuidate, respetate. Y que en tu proyecto de vida no faltes vos. Parece un poco obvio, lo sé, pero lo cierto es que, a veces, simplemente sin darte cuenta, te vas quedando afuera de tu propia ecuación.
Y si aun queriéndote, cuidándote, respetándote, no te sale con amor, entonces, eso no es para vos, o vos no sos para eso.
En ese caso, apenas puedas, cambialo, apartalo, alejate, desprendete.
Porque si no es con amor, no sirve.
Si no es con amor, es con alguna otra cosa que, probablemente, lastima, o angustia, o destruye, o pesa, o molesta, o desanima, o entristece. O de todo un poco, o de todo mucho.
Porque si no es con amor, después de eso, no queda nada más que un vacío insulso y el eco de un tiempo que se fue, y que no fue.
Las personas más hermosas con las que la vida me ha cruzado son aquellas que han buceado por la profundidad de algún dolor. Que se han encontrado con duras cruzadas. Son aquellas que han despertado un día con insondables ausencias en la cocina, con crueles silencios en el pasillo, con una tristeza clavada en la puerta de la casa.
Personas que, sin embargo, han podido juntar del suelo los pedazos de armadura y rearmarse… como les salió. Y se han limpiado las rodillas, y las lágrimas, y las heridas. Y se han levantado del polvo. Y han vuelto a mirar hacia delante. Y han decidido poner un pie delante del otro, sin prisa, pero sin pausa. Y han vuelto a correr las cortinas y abrir las ventanas, para que el aire fresco les acaricie el presente.
Yo creo que la hermosura les brota de los poros porque interpretan distinto la música que nos sale de esta frágil caja de resonancia que llamamos corazón. Porque miran distinto a través de los cristales, sobre todo de dos cristales: la mirada, y lo esencial… que dicen, es invisible a los ojos.
Cuando nos volvamos a ver, alguna vez, en alguna esquina, en alguna vida, vas a notar qué distinta soy a la versión que alguna vez fui, que alguna vez conociste de mí.
Sí, claro, lo esencial no cambia. Pero, después de ese núcleo perenne, las profundidades más hondas y opacas, todo el recorrido hasta llegar a la superficie clara y luminosa, y la superficie clara y luminosa, todo eso sí, eso puede cambiar. De hecho, cuando nos volvamos a ver, alguna vez, vas a notar cómo cambió todo ese océano en mí.
No fue de la noche a la mañana, por supuesto que no.
Requirió que la vida se obstine con algunos terrenos, y que también lo haga la muerte.
Tuvieron que pasar muchos amaneceres de párpados anclados en el insomnio, de noches largas, larguísimas, como los duelos.
Tuve que poner la otra mejilla más de una vez y morderme la lengua otras tantas, solo para que se apaguen algunos incendios hambrientos del carácter (mío y ajeno).
Tuve que darme la cabeza contra la pared antes de lograr cruzar algunos muros.
Y armarme hasta los dientes de coraje, y salir a grito de guerra cuando intentaron tocar a mi manada.
Tampoco fue gratis.
Perdí cosas, y sueños, y personas en el camino, y en esas pérdidas, perdí también pedazos de mí. Perdí la esperanza, y recuperarla me costó tiempo, sudor y lágrimas.
Me rompí los pies en ese camino, una y otra vez. Hasta que comprendí que tropezaría siempre con la misma piedra si el intento iba atado a lograr que los demás me aceptasen (cuando en verdad era yo, todo el tiempo yo la que debía aceptarme).
No fue casualidad, ni azar, ni universo. Fue la vida misma. La mutación inevitable del que camina y se va construyendo a sí mismo, ladrillito a ladrillito. Y se construye, también, un par de alas cuando los pies no le alcanzan, aunque eso implique algún que otro porrazo. ¿Qué importa?, si el camino da amores además de piedras, y hermosos paisajes además de densas neblinas, si el vuelo deja tocar las estrellas con las manos, y regala perspectiva y libertad.
Y acá las tengo a las marcas de mutación, más mías que nunca: en las manos, en el rostro, en el pecho, en el alma. Y me gustan así, desprolijas, intensas, naturales, porque no son marcas cualesquiera, son, ni más ni menos, que el mapa de las huellas impresas en los caminos recorridos. Son mi mapa.
Cuando nos volvamos a ver, alguna vez, en alguna esquina, en alguna vida, vas a notar qué distinta soy a la versión que alguna vez fui, que alguna vez conociste de mí. Y no sé si te va a gustar esta nueva versión, pero eso no me inquieta. Porque me gusta a mí, y con eso me basta.
Me gusta a mí, por lo que significa y resignifica en mi vida (incluso con todos los defectos y errores de producción): la fortaleza, la energía, la persistencia, la superación; así, como le sucede a la semilla cuando es semilla, y cuando deja de serlo en busca de luz.
Me gusta a mí, no porque se trate de cuánto cambié, eso es lo de menos. Sino porque se trata de cuánto crecí… de todo lo que crecí.
Por favor, basta, dejá de maltratarte.
No sigas esquivándote con la mirada, no sigas ignorándote de esa manera.
Terminala.
No sigas hablándote con tanta bronca, con tanto odio, te estás haciendo pelota, ¿no lo ves?
Y aunque no lo pronuncies, lo pensás. Yo sé que lo pensás. Con una firmeza que te desequilibra completa. Con una convicción que le saca de a una las patas a tus proyectos, a tus sueños, a tus metas, y los deja cada vez más cojos, como para que no lleguen nunca al final de la carrera.
Te autoboicoteás, una y otra vez.
Por favor, basta, dejá de maltratarte.
¿Cómo, cuándo, por qué llegaste a convencerte de que no podés? ¿De que no tenés la capacidad, la fortaleza, la destreza para dar los pasos que, de solo pasarlos por el corazón, lo aceleran?
Basta. Dejá de subestimarte de esa manera. Dejá de estrujarte la confianza. No creés que lo merezcas. No te creés importante. Y peor aún, no te creés valiosa.
Te dedicás una mueca de desprecio cada mañana, y un suspiro hondo y fastidioso cada noche.
¿Por qué estás tan enojada con vos misma? ¿Por qué? ¿Fallaste otra vez? ¿Hiciste mal los cálculos y la pifiaste? ¿Dejaste pasar la oportunidad? ¿Tuviste miedo y no pudiste? ¿Te tiraste a la pileta y te rompiste la cabeza contra el cemento?... ¿Y?
Si invirtieras en mimarte la mitad de la energía que gastás en reprocharte todo lo que te reprochás por día, ¡uf! qué lindo sol se te vería en la cara. Tanta luz se te escaparía por los ojos, y la sonrisa, y los pasos, tanta que hasta la luna te pediría prestado un poco.
Si pudieras verte desde afuera, desde arriba, desde todos los puntos cardinales y en el tiempo, verías todos los kilómetros que recorriste tracción a sangre y corazón. Y todas las flores que vas dejando en el camino sin darte cuenta. Y todos los mares que cruzaste a pulmón. Y la onda expansiva de tus huellas.
En serio, lo que sos no está mal, no hacés todo mal, no te sale todo mal. No es cierto, no es verdad. En algún momento, por algún motivo, de alguna manera, te aferraste a esa tóxica idea y la aceptaste como una forma de despertar. ¡Pero, basta! ¡se termina acá y ahora! Que la vida es un viaje de ida y es una sola ¡carajo! Que sos la única persona que te va a acompañar hasta el final.
Es hora de que hagas las paces. Es hora de que empieces a reconciliarte. Y podrías empezar perdonándote, ¿no?
Perdonándote por todo lo que sientas que espera tu perdón, sin dejar nada en el tintero.
Perdonándote por los movimientos fallidos y por las palabras fallidas, en particular, esas que nunca deberías haberte dicho.
Perdonándote ya y de verdad.
Sos de carne y hueso, sos real, sos humana, y sos también una historia, un presente, un lugar, un tiempo. Empezá por el perdón honesto y vas a ver que el aire ya se siente más liviano. Date esa oportunidad.
Es hora de que hagas las paces.
Es hora de que empieces a reconciliarte.
No te hagas la distraída, a vos te hablo… a la del espejo.
Ponete esa remera que tanto te gusta, esos jeans que te quedan tan cómodos, dejate el pelo suelto, que sé que te gusta libre. Y la sonrisa… ponete esa sonrisa que te florece cuando te volvés a enamorar, y ojalá, esta vez, te enamores de vos.
Hubo un día en el que el alma se te estrujó y te quedó chiquita y arrugada como una pasa de uva. Ese mismo día te olvidaste de cómo respirar. Y sentiste cómo se te implosionaba el pecho. Y sentiste que te morías.
Hubo un día en el que el amor te cacheteó feo, fuerte, como si no fuera amor, aunque esa vez lo era. Y te noqueó con la derecha, mientras se daba media vuelta y levantaba el equipaje con la izquierda, para emprender su propio viaje. Y sentiste que te morías.
Hubo un día en el que despertaste y fuiste súbitamente consciente de la cantidad de ruta que habías caminado anestesiado, impermeable, sobre los vidrios rotos de un pasado que jamás volvería a ser una sola pieza. Convencido de que esa era la única forma de tener más o menos alejado al dolor insoportable de la ausencia que había llegado para quedarse. Y ante esa consciencia, el dolor que tanto pretendiste evitar, te atravesó como una espada de acero valyrio y te desangró salvajemente el presente. Y sentiste que te morías.
Hubo un día en el que el alma y el cuerpo te gritaron a dúo que ya habían quemado todo el combustible, que todo el esfuerzo había sido en vano, y que solo restaba soltarte y dejarte caer como una bolsa de papas al oscuro subsuelo de lo que algunos llaman fracaso. Y sentiste que te morías.
Hubo un día en el que un inesperado adiós fue el piano que te cayó por la cabeza. Quedaste partido en mil pedazos y sin la más pálida idea de cómo rearmarte. Y sentiste que te morías.
Hubo un día en el que sentiste que te morías. Te acordás, ¿no?
Pero sobreviviste.
Sobrevivimos.
Y acá estamos. En marcha. Con el sol en la cara y la música en el pecho.
Sobrevivientes de algo.
Sobrevivientes no como sinónimo de seguir existiendo o de perdurar en el tiempo. Sobrevivientes como sinónimo de renacer, con toda la transformación y la energía que eso implica. Como la planta que renace después de la sequía hostil y violenta, conservando las raíces, que son raíces y sostén, perdiendo partes, recuperando partes, y volviendo a brotar.
Sobrevivientes de algo.
Por eso, cuando la cosa se pone jodida, quizás sería bueno recordarlo con todas las letras, recordarnos con todo el camino, ni como víctimas, ni como héroes… como sobrevivientes. Como brotes capaces de atravesar los inviernos y ser la mismísima primavera.
Sí, lo sé, tengo pájaros en la cabeza. Los siento siempre conmigo y, a decir verdad, hace ya tanto tiempo que no recuerdo cuándo fue la primera vez que la habitaron.
Pájaros que hacen nido, y me enredan el pelo y los pensamientos.
Pájaros que me revolotean cerquita cuando intento dormirme, y me cantan al oído cuando intento concentrarme, y me picotean las ideas cuando intento crear. Ellos se divierten así.
Quienes cuestionan mi mala memoria, no advierten que los pájaros van y vienen, casi sin parar, y en esos viajes se llevan a pasear los recuerdos, a algunos los dejan en otras cabezas, a otros los pierden por el camino, y a otros me los devuelven al rato, un poco más frescos.
Quienes cuestionan mi distracción mientras camino por la calle, no advierten que, en esos momentos, los pájaros se sienten más libres que nunca, y vuelan alto, altísimo, y yo me enfoco en intentar seguirlos con atención para que no se cuelen por algún balcón, o por alguna ventana, o por alguna mirada.
Sí, lo sé, tengo pájaros en la cabeza. Y si algún día llegan a irse para siempre, ese será un día triste, porque los siento parte de mí, los veo parte de mí, ya son parte de mí.
De hecho, no me imagino sin ellos, me gusta cómo me quedan y me gusta cómo les quedo.
De hecho, vos ya me conociste con mis pájaros encima, y mirá qué bien salió todo.
—¡¿Por qué no frenás un poco?! ¡Che, vos!
—Y… me pasa que el momento de la pausa, de la pausa real, de la que detiene el tiempo y el espacio para dejarme un ratito ahí, flotando, en off, es un momento que tiene el poder de hacerme consciente de ese tiempo y ese espacio.
Y en esa contundente consciencia del presente, me golpea, como un martillo de plomo en la cabeza, la ausencia irreversible.
Jodida ausencia.
Es ausencia, pero golpea con el presente.
Es ausencia, pero está cargada de recuerdos.
Es ausencia, pero no viene vacía, aunque se sienta vacía, también.
Y entonces, en esa pausa consciente, el mundo se me reduce a la baldosa que me sostiene el cuerpo, al metro cúbico de aire que intercambian mis pulmones, al pedacito de pared que me resguarda… y soy, de repente, un manojo de algo tan chiquito, tan chiquito que no logro entender en dónde guarda tanto dolor.
La consciencia de la ausencia irreversible es desoladora, y la pausa me la tira por la cara, como un balde de agua helada.
Es así, la herida está abierta, no me es tan fácil pausar.
Igual, te aclaro, a la ausencia no se la hago nada fácil: en cada pausa en la que me zamarrea la vida, le arrebato algunos recuerdos y me los quedo para mí, en particular, el sonido de su risa cuando escalaba a carcajada, las palabras poderosas, los abrazos de bienvenida, sus ojos de luna cuarto creciente, su figura enmarcada en la ventana inclinada sobre un libro, su humor colorido como las portulacas del jardín, sus pasos largos y sus huellas profundas, las tortas de cumpleaños y las notitas firmadas con ingenio y amor, su libro no publicado pero escrito, sus rosas perfumadas del jardín, las lluvias saboreadas y las siestas al sol, sus llamadas por teléfono que se comían una hora del reloj como si nada, su fortaleza que nació en su infancia y le fue fiel por el resto de la vida.
A esos recuerdos me los quedo para mí, y me los pongo sobre el corazón, para abrigarlo un poco en cada pausa.
Procuremos ajustar los cristales y aprender a mirar de nuevo. Intentémoslo.
Hay personas a las que les importamos en serio, sin vueltas ni segundas intenciones, así, como somos, como estamos, calados y crudos.
Ajustar los cristales.
Nos gastamos tantas horas despiertas del día intentando enfocar lejos, fijando la mirada en horizontes que nos terminan comiendo la vida, cuando tenemos claro y cerca tantos laguitos de agua fresca donde mojar los pies y alimentar el alma.