Con ases en la manga - Jaume Moreno Sánchez - E-Book

Con ases en la manga E-Book

Jaume Moreno Sánchez

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Beschreibung

La esencia de la comunicación consiste en algo tan mágico como trasladar una idea que existe en nuestra mente a la de otra persona. Y si lo que queremos es persuadir a alguien, tenemos que hacer un esfuerzo para lograr algo aún más parecido a la magia, que es conseguir que ese pensamiento surja en la cabeza de nuestro interlocutor como algo natural, sin que sea percibida cualquier intervención externa.De esto trata este libro sorprendente en el que, aprovechando el legado de algunos de los ilusionistas más prestigiosos se propone una serie de prácticas que harán más efectiva la forma de comunicarse. Unas prácticas que, en cierta manera, ya están aplicándose, aunque no seamos conscientes de ello, en campos tan alejados de la magia como puede ser, por ejemplo, la política.LOS AUTORESEnric Llorens nació en Barcelona el 18 de octubre de 1956. Su carrera se ha centrado básicamente en la colaboración profesional, y como militante activo, en un partido politico ocupando a lo largo de los años distintas responsabilidades. Jaume Moreno nació en Barcelona el 10 de diciembre de 1962. Su carrera profesional se ha desarrollado principalmente en la administración pública donde ha trabajado durante más de 20 años en el campo de la asesoría en comunicación política, lo que le ha llevado participar en diferentes campañas electorales.

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Primer prólogo

Sentado en la silla de mi escritorio no sé muy bien cómo afrontar la tarea de escribir un prólogo al libro que el lector tiene en sus manos. Si quisiera ofrecerle, una metáfora visual de mi estado al enfrentarme a dicho encargo, creo que elegiría la más famosa escultura de Auguste Rodin: El pensador.

Si parto de los esquemas mentales de mi faceta de ilusionista, no puedo evitar recordar la tarde en que conocí a Enric Llorens en un bar de la calle Berlín con Numància. Allí, con pocos preámbulos, me explicó su idea mientras le mostraba un excelente efecto de cartomagia basado en un delicioso principio matemático. Y me dibuja una sonrisa pensar que esta habilidad de ir directo al grano es una de las características personales que este coautor ha trasmitido al libro.

También fue el momento en el que saltó mi alarma del escepticismo. La magia, como actividad lúdica y forma de expresión artística, que tantos momentos y experiencias memorables ofrece a sus practicantes y a sus espectadores, se encuentra en un mismo texto con la política, actividad humana que a día de hoy sufre un descrédito considerable en el momento social y económico que vivimos. ¡Menuda locura!

Si también ha saltado su alarma al enterarse del contenido de este libro, ya la puede desactivar. Como diría mi compañero prologuista, Gutiérrez-Rubí: hay política más allá de la política institucional.

Aquí se habla de las herramientas disponibles para lograr los objetivos que uno se marca. Herramientas para trasmitir mensajes y no para embaucar. Lo que nos cuentan Jaume y Enric es que hay muchas de ellas que son comunes para los políticos y los ilusionistas.

Si algo tengo claro (y tiene su mérito, créame, hay muy pocas ideas claras en mi cabeza y mucho espacio por ocupar) es que la magia es un acto de comunicación. Permítame que haga una adaptación del típico problema filosófico del árbol que cae en un bosque sin nadie cerca que pueda oír su sonido al impactar contra el suelo. Imagine por un momento al ilusionista ensayando y puliendo su efecto mágico en la soledad de su despacho o garaje. Deposita tres monedas en un pañuelo de seda y las hace traspasar una a una a través del tejido del pañuelo hasta descansar en la palma de la mano. Sin un receptor-espectador para ese mensaje-ilusión, ¿ha tenido lugar la magia? Yo pienso que la respuesta es un rotundo no.

Si la política es una actividad que bebe de la comunicación para vivir (o eso mantienen los expertos) al igual que hace el ilusionismo, no se puede pensar que intentar trazar puentes entre una disciplina y otra carezca de sentido.

En varios momentos de la lectura del libro no puedo evitar ejercer mi papel de psicólogo por profesión: la comunicación verbal, la no verbal, la conducta humana, la percepción, los esquemas cognitivos, la psicología social y el comportamiento colectivo… Variables esenciales en la ecuación de la política a ojos de cualquiera. Y déjeme que le diga que… ¡también del ilusionismo!

No puedo evitar fruncir el ceño por no haberme dado cuenta antes.

Hay algo que me ha sorprendido en la lectura de Con ases en la manga, y es que, probablemente, sea de interés para más ilusionistas de lo que en un principio se pueda suponer. Si hoy en día hay pocas dudas de que el ilusionismo puede y debe inspirarse en el cine, la música, la literatura, la pintura, el teatro… ¿por qué no en la política? Quién sabe si Jaume y Enric están abriendo una pequeña caja de Pandora con el libro que el lector está a punto de leer.

Enric me comentaba que el libro es rápido de lectura rápida y ligera. Y yo ahora le contesto que es tan rápido de leer como ganas de atender a los detalles tenga el lector. Y que es tan ligero de digerir como reflexiones quiera llevarse uno para discutir con la almohada.

No les quepa la menor duda: Con ases en la manga es una pequeña locura. Una locura propia de dos locos como Jaume y Enric. Pero el tipo de loco sobre el que sentenció Mark Twain:

“Un hombre con una idea nueva es un loco hasta que la idea triunfa”.

Israel Belchi @magicatessen

Segundo prólogo

Lo primero que debo hacer es agradecer a sus autores la osadía y la ambición demostradas al escribir este libro. Su abordaje es diferente e innovador. Sobre las relaciones de la comunicación política con otras disciplinas y técnicas hay abundantes referencias: desde el ajedrez a las artes marciales, el yoga y la música. He de reconocer que una mirada desde la magia y el ilusionismo es sorprendente. Y, quizá, necesaria.

El mago es humano, aunque su magia desafía los principios de Aristóteles cuando nos hablaba de los sentidos, las percepciones y los conocimientos, construyendo un puente secuencial invariable. Pero el mago, con su ilusión, te hace mirar sin ver, creer sin comprender, observar sin entender. Te engaña, pero —a la vez— te libera. Te confunde, pero te anima. Te despista, pero te hace soñar. Te hipnotiza, pero te sientes despierto y vivo. Su ilusión no es mentira; es juego, engaño y seducción. Y posee el tono de la verdad: es auténtica.

La comunicación política está en constante evolución. La última de sus transformaciones tiene que ver con el impacto de las tecnologías —y sus redes— para la acción, la comunicación y la organización política. Pero los retos a los que se enfrenta (saturación publicitaria, descrédito, las nuevas plataformas y alternativas de comunicación, entre otros) obliga a una constante revisión e innovación. ¿Puede la magia, y sus principios, ayudar a este proceso de renovación? Es posible. Este libro lo explora con criterio y solvencia. Además, lo hace con un estilo ameno y simpático.

Conozco a Enric Llorens y a Jaume Moreno y puedo afirmar que aman la política. La sienten. Y, a veces, la padecen. Por ello, resulta contagioso su deseo de más y mejor política, basada en la proximidad y la personalización. Afirman: «hay un tipo de magia que no debe variar nunca, o no debería hacerlo mucho, la magia de cerca, la del vis a vis, la magia en una mesa, con cartas, monedas, o con pequeños utensilios, la magia que conecta directamente con el público, aquella en la que el mago y espectador pueden verse el color de las pupilas. Aquella magia en la que no es necesaria la tecnología, en la que lo único que se necesita es capacidad de convicción, destreza, práctica, saber presentar y magia… Esta es precisamente la finalidad de la comunicación y, también, la de la política». Lo comparto.

Sus autores han gozado con este libro. Se nota. La pasión por la comunicación y por la magia late constantemente en sus páginas. Que sea escrito a cuatro manos es una realidad y una metáfora; realidad y metáfora se entrecruzan en este libro, como las manos y los dedos de los magos. Juego de manos, juego de palabras. Nada por aquí, nada por allí… et voilà: ¡un libro!

No es un libro para hacer trampas. No desean abonar el terreno para la política de la apariencia o de lo efímero. Su abordaje pretende indagar en lo lúdico y en lo escénico, y en los principios de la ilusión para hacer un recorrido honesto sobre recursos e iniciativas que ayuden a mejorar la comunicación política. No es un juego. Aunque su lectura pueda resultar, a veces, divertida y casi siempre muy sugerente.

Los capítulos que siguen a continuación abordan el mundo de las percepciones como fundamento comunicacional básico. Documentan la importancia de lo intangible en la construcción comunicativa y relacionan el factor persuasivo con el liderazgo y su capacidad para crear una atmósfera, un personaje y un sueño; como los magos. Arturo de Ascanio, el padre de casi toda la magia actual española, señala que el personaje que pongamos en escena nos tiene que ir como anillo al dedo, pero, además, ha de poseer diferentes facetas a desarrollar, de tal manera que tengamos mucho para explorar: “Lo primero que haremos es estudiar el personaje en detalle, si está en la vida real podremos conocerlo y observarlo mejor”.

Este prólogo no precede, no presenta. Quiere ser una invitación urgente y entusiasta. Un… ¡pasen y vean! Los autores se merecen su atención. Sin embargo, a diferencia de los magos tradicionales y convencionales, ellos nos descubren todos sus secretos en estas páginas. No se los guardan, los comparten. Rara avis en la profesión.

Antoni Gutiérrez-Rubí @antonigr

Dos mundos paralelos

El 26 de febrero de 2013 la policía mexicana detenía en el aeropuerto internacional de Toluca de Lerdo a la presidenta del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, Elba Esther Gordillo, por el desvío de 1.183 millones de pesos denunciado por el periódico El Universal. Acababa de esta forma la carrera política de la que fue considerada como la mujer más poderosa de México, gracias a la fuerza y la capacidad de presión sobre el Gobierno que le otorgaba encontrarse frente a una organización susceptible de movilizar a más de un millón de afiliados, el soporte de los cuales era primordial en las elecciones presidenciales.

Gordillo, sin embargo, no creía que su considerable poder proviniese de la potente maquinaria sindical que tenía en sus manos, sino de los recursos mágicos que utilizaba para superar sus problemas y doblegar la voluntad de sus adversarios. Tanto es así que, según explica el periodista José Gil Olmos en su libro Los brujos del poder, se relacionaba con todo tipo de santeros cubanos. Tanta era su fe en la magia que, tras un enfrentamiento con el presidente Ernesto Zedilllo, se decidió a buscar los recursos sobrenaturales más fuertes que tenía a su alcance, pues los encantamientos utilizados por los santeros no iban a ser suficientes para imponerse a todo un presidente de la República, así que decidió emprender el que debía ser el viaje de su vida. Se fue hasta Badashat, en Nigeria, para encontrarse con un brujo experto en vudú.

El chamán le dijo que podía aumentar considerablemente su fuerza a través de un hechizo consistente en el sacrificio de un león. El encantador mató al animal y restregó sus testículos y sus vísceras por el cuerpo de Esther para impregnarla con su sangre. Luego le ataron la piel del animal y con las pezuñas le dibujaron diversos signos.

El ritual debió funcionar, ya que a pesar de las numerosas sospechas sobre su gestión logró mantenerse en el cargo durante más de 20 años, hasta el momento de su detención, mientras que Zedillo fue el primer presidente que dejó su puesto a un candidato ajeno al PRI después de la revolución mexicana.

Éste es un ejemplo extremo de cómo la magia y la política se entrelazan, pero hay otras maneras de entender la magia totalmente alejadas de la superstición. Si volvemos la vista hacia la literatura nos encontraremos con el escritor británico Arthur C. Clarke, autor de la novela 2001, una odisea en el espacio, y también guionista de la película basada en su obra.

Clarke formuló tres leyes particulares que explican las razones de los avances científicos y la manera en que una sociedad los interpreta.

La primera de sus leyes dice que cuando un anciano y distinguido científico afirma que una cosa es posible, es casi seguro que esté en lo cierto; mientras que en el caso de afirmar que una cosa es imposible, probablemente esté equivocado.

La segunda afirma que la única manera de descubrir los límites de lo posible es aventurarse un poco más allá, adentrándose en lo imposible.

La tercera, la que más nos interesa en este libro, es la que enuncia que cualquier tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia.

Desde tiempos inmemoriales la magia ha estado ligada a la ciencia, a la religión, al poder, y, por lo tanto, también a la política. Los caminos a recorrer son diversos, pero los brujos, los chamanes y los magos comparten con los científicos y con los religiosos la posesión de una serie de conocimientos que a los ojos de los miembros de una comunidad pueden modificar su calidad de vida o, al menos, dar una explicación a fenómenos difícilmente explicables.

En nuestro mundo estamos permanentemente rodeados de hechos prodigiosos. La mayoría de nosotros no conoce muy bien el proceso por el cual se pueden ver imágenes por televisión, o cómo podemos hablar por teléfono con alguien que se encuentra a miles de kilómetros de distancia, o por qué aparecen letras en la pantalla de nuestro ordenador cuando pulsamos unas determinadas teclas. Con toda seguridad, si nuestros antepasados pudieran viajar en el tiempo hasta nuestros días, considerarían todos estos hechos como obra de brujería.

No hace tantas décadas que los nativos pertenecientes a sociedades tribales de Nueva Guinea y otras islas del Pacífico asistieron asombrados al despliegue efectuado por los militares norteamericanos y japoneses durante la Segunda Guerra Mundial. Por mar y aire llegaban aviones y barcos mágicos, aparatos que desconocían y que traían en sus entrañas una infinidad de bienes y equipamientos con los que construían campamentos o montaban pistas de aterrizaje tras desbrozar la selva. Además, como muestra suprema de su riqueza, los soldados americanos les regalaban comida, chicles y refrescos. Para esos nativos la guerra fue un período de prosperidad caído, literalmente, del cielo.

De repente la guerra finalizó y, tan pronto como habían llegado, estos transportes desaparecieron. De la súbita riqueza que les trajeron los soldados americanos tan sólo quedaron algunos jeeps y aviones averiados, pistas de aterrizaje abandonadas y el recuerdo de un cierto bienestar. Algunas tribus pensaron que había que atraer de nuevo a aquellos seres claramente superiores, así que desarrollaron un nuevo culto, conocido como el cargo (carga, en inglés), que en seguida se dotó de sus rituales. Los indígenas se pusieron manos a la obra: construyeron en madera simulaciones de aeropuertos y de puertos para intentar que aquellos prodigiosos aparatos volviesen cargados de objetos que garantizasen su bienestar.

Puede parecer una reacción inocente, pero como dijo Scott Cram en su ensayo Understanding Magic, la inocencia es el estado natural de nuestra mente. Con el aprendizaje le ponemos limitaciones, nos llenamos de ideas preconcebidas que nos ayudan a hacer previsible el mundo que nos rodea como método para poder interpretarlo de forma correcta; cuando alguien rompe con nuestro sentido de la realidad, con las normas que hemos interiorizado para comprender nuestro entorno, es cuando se produce la sorpresa.

Quizá los nativos de las islas del Pacífico no hicieran otra cosa que demostrar su asombro a través de la magia, o tal vez quisieran trasladar su sorprendente descubrimiento a generaciones futuras. Su reacción se parece poderosamente a la que experimentó el semiólogo norteamericano, Thomas A. Sebeok, cuando a mediados de los años ochenta recibió de la administración del presidente de los Estados Unidos, Ronald Reagan, el extraño encargo de crear un mensaje que advirtiese a los humanos que habiten la Tierra de aquí a 10.000 años de los lugares en los que se encuentran ubicados los silos con residuos nucleares radioactivos.

La propuesta de Sebeok fue sorprendente. Sugería la creación de un sacerdocio nuclear formado por un reducido número de miembros autoseleccionados, que trasmitiesen de generación en generación una serie de ritos creados de forma artificial. Unos ritos que deberían enraizarse y fortalecerse con elementos folclóricos, y que trasladarían un mensaje central, fundamentado básicamente en valores morales y alejados de cualquier razón legal. En otras palabras: proponía algo muy parecido a la creación de una nueva religión. Y para llevarlo a cabo eliminaba por completo los elementos racionales de la ciencia y aplicaba aquellos que Bronislaw Malinowski, en su libro Magia, ciencia y religión, utiliza para describir el mundo mágico.

Según Malinowski la ciencia nace de la experiencia y la magia de la tradición, la ciencia se guía por la razón y se corrige con la observación, mientras que la magia, impermeable a su influencia, vive en una atmósfera de misticismo. La ciencia es una disciplina abierta a todo el mundo que persigue el bien común de la sociedad, mientras que la magia es una práctica oculta que se enseña a través de misteriosas iniciaciones y se trasmite a lo largo del tiempo, a través de una tradición hereditaria o, al menos, altamente restrictiva. La ciencia se basa en las leyes de la naturaleza, mientras que la magia tiene un origen místico e impersonal.

De alguna manera, lo que proponía Sebeok era crear una serie de sentimientos, en este caso negativos, respecto a un determinado lugar. Se avanzaba de esta manera a las últimas tendencias del márketing, que basan sus estrategias en alcanzar ese punto irracional de nuestra mente donde se genera el deseo, en buscar los valores que ayuden a generar y asociar determinados sentimientos con una determinada marca. Como señala Scott Bedbury, inspirador de las campañas que han llevado a Nike y Starbucks a su reconocimiento actual, una marca se dirige a los sentimientos y los sentimientos son la fuerza que impulsa la mayor parte de nuestras decisiones, si no todas. Tal vez aún sigamos haciendo magia con la comunicación a través de cosas como el branding o el márketing. Visto de esta manera, la magia es también un acto comunicativo.

Vivimos un momento en el que la razón ha limitado nuestra capacidad de sorpresa, y la magia se ha visto reducida, que no es poco, al ilusionismo, es decir, a un conjunto de prácticas encaminadas deliberadamente a generar entre quienes las presencian la sorpresa de la aparente suspensión de las leyes naturales, de aquello que esperamos. Con ello recordamos la necesidad de cuestionar cuanto percibimos como real y verdadero para poder seguir avanzando. Ésta es la relación entre magia y política.

Hablamos de una relación negada por los dos sectores implicados: los políticos suelen decir que no todos son iguales, que cierto es que su práctica está desprestigiada, e incluso que muchos de sus compañeros se han esforzado en conseguirlo, pero que de aquí a comparar su labor con las triquiñuelas de los magos va un mundo. Por su parte, los magos afirman que ellos son unos artistas dedicados a crear ilusión con cada uno de sus actos. Aseveran que tanto en políticos como en magos aparece el secreto, la trampa, el truco, el engaño; pero mientras el mago no miente, ya que al fin y al cabo no hace más que lo que se espera de él, el político sí.

Lo cierto es que la misión de los políticos es hacer avanzar una sociedad, y para ello es necesario hacer como los magos: generar una ilusión capaz de poner en duda nuestros límites y transgredirlos. A lo largo de toda la historia de la humanidad magos y políticos han tenido un papel fundamental, han sido los precursores, introductores y divulgadores de las novedades tecnológicas o de las nuevas corrientes del pensamiento. Magia, política y progreso han recorrido caminos paralelos cuando no coincidentes. Cualquier primicia tecnológica ha sido aprovechada por los magos, que muchas veces han sido los primeros en ver las posibilidades para crear nuevas ilusiones; basta recordar el papel decisorio de magos como Georges Mèliés en la introducción y popularización del cine. Pero en la sociedad actual las novedades tecnológicas avanzan con una rapidez inusitada. Lo que ayer era un gran descubrimiento hoy ya es cotidiano; la sorpresa por cualquier idea transformadora es efímera. Todo ello implica que el ilusionista innovador debe cambiar en la forma de comportarse y presentarse ante el público. Por un lado debe ser un artista completo, pero por otro ha de estar permanentemente al tanto de los recursos que las tecnologías modernas ponen a su disposición para aplicarlos a la hora de crear nuevas ilusiones. La actividad de los políticos también se ha visto muy influenciada y mediatizada por los galopantes cambios actuales. En parte, su pérdida de prestigio, y, como consecuencia, la merma de su influencia, viene dada por su incapacidad manifiesta de acomodarse a los nuevos ritmos que la sociedad actual impone. El hecho de dejar de ser la vanguardia de la sociedad, para encarnar el papel de meros gestores del momento, inclina de una manera negativa la balanza de su popularidad. Sólo cuando los políticos vuelvan a hacer política, es decir, cuando se avancen a los acontecimientos, cuando retornen a ser motores impulsores de cambios y punta de lanza de progreso social, volverán a conquistar el corazón de la ciudadanía.

No es la única similitud. La actuación de un mago y la actividad de un político son básicamente actos de comunicación que tienen por objeto convencer a su público. Lo cual supone construir una escena, desplegar una historia y trasmitirla a una audiencia coordinando múltiples aspectos de producción y ejecución. Bien es cierto que en el caso de la política la cosa se complica un poco más, pues mientras el mago generalmente tiene la seguridad de que todo su público estará pendiente de su actuación, el político no controla ni el número de actores, ni el libreto, ni el transcurso de la historia, ni tiene jamás la seguridad de que sus mensajes hayan llegado de forma correcta al espectador. Sólo domina los valores que quiere representar, y ahí es cuando se incurre en el error de obviarlos, ya que se produce un alejamiento de la ciudadanía. La gente percibe aquello que debería ser una sorpresa como un engaño, como un intento de obtener una ventaja ilegítima de una determinada situación o de un cargo concreto.

No es un tema menor. Generalmente se critica la vocación mediática de la política sin caer en la cuenta de que su razón de ser es transformar la realidad ¿no es eso precisamente lo que hace la magia?, y esta tarea que no acaba nunca se hace a través de la modificación de la manera en que vemos las cosas.

Al fin y al cabo la realidad existe, pero tiene poco que ver con aquello que percibimos. Nosotros no vivimos en la realidad; cuanto experimentamos como tal es una simulación que hace nuestro cerebro a través de lo que percibimos mediante nuestros sentidos. Esta percepción es algo parecido a la reconstrucción de un rompecabezas, una simulación que se corresponde pocas veces con la realidad de forma exacta, pues siempre hay una discrepancia más grande o más pequeña. En otras palabras: todas nuestras experiencias son, al menos en parte, ilusorias.

La magia lo que hace es manipular las ilusiones sensoriales y cognitivas de la gente para controlar procesos mentales emergentes, como pueden ser la memoria, la atención, las relaciones causa-efecto o la toma de decisiones; nuevamente nos encontramos en el campo de juego de los políticos. Tal vez a causa de estas similitudes, las cualidades que se buscan, tanto en un buen mago como en un buen político, son también parecidas: capacidad para observar su entorno, serenidad, un alto grado de empatía y de simpatía, buenas aptitudes comunicadoras y facultad suficiente para inspirar confianza, paciencia y creatividad.

Sin personaje no hay liderazgo

Cualquier persona que deba enfrentarse al público, bien sea un mago, un actor o un político, cuenta una historia a través de sus acciones. Un relato en el que hay antagonistas, en el que se defienden determinados valores, en el que se crea una emoción concreta y en el que, evidentemente, existe un protagonista, que no es otro que la persona que lo cuenta. Y si queremos que este relato sea creíble resulta imprescindible construir un personaje adecuado.

No se trata de crear una personalidad diferente a la que tenemos, ni de intentar engañar a la gente mostrándose de una manera distinta de como se es en realidad, ya que resulta una impostura que tarde o temprano se descubriría. Es más bien cuestión de ser conscientes de que dirigirse a un auditorio es un acto de liderazgo ante un grupo de personas que reconocen nuestra capacidad para ejercerlo, y a las que no podemos defraudar si no queremos que nos retiren su confianza.