Condenado a sobrevivir
Matéo Maximoff
Editorial Kohelet
Contenido
Página del título
Condenado a sobrevivir
Prefacio
Primera parte
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Segunda parte
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Tercera parte
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Tercera parte
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Cuarta parte
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Condenado a sobrevivir
Matéo Maximoff
Condenado a sobrevivir
Colección Matéo Maximoff
Editorial
Título de la edición original:
Condamné à survivre
Concordia
Champigny/Marne, 1984
Ilustración:
Dibujo de Tita Maximoff
Primera edición: mayo 2025
© De la traducción, Elizabeth Giuffré, 2025
© Matéo Maximoff, 1982
© EDITORIAL KOHELET, 2025
C/Circunvalación Encina 23, 7ºC
18015 Granada
E-mail: elizabeth.giuffrekohelet.es
www.kohelet.es
ISBN: 979-91-3990347-4-5
Depósito Legal: GR 802-2025
Prefacio
En un café del barrio de Montmartre, una gitana adivina el futuro. Comienza la conversación… Para asegurarse de que este gadcho[1], que parece familiarizado con el mundo gitano, no miente, la romni[2] pregunta: «¿Conoces a Matéo?» Es casi una contraseña. Matéo es famoso entre su gente, desde Montreuil hasta Romainville. Es tan conocido entre los roms de Budapest como entre los manouches[3] de Terrasson, en Dordoña.
El hombre es fornido, tiene nariz amplia, ojos brillantes y pómulos redondos. Cuando habla, parece hacer rodar las palabras en su boca, como saboreando un caramelo. Matéo, ¡qué gran viaje has hecho! También habrá que contarlo algún día…
Viajaste en los carromatos, durmiendo bajo la tienda, como los kalderash[4] de la tribu, trabajaste estañando y tus dedos se quemaron con los ácidos ardientes. Muy joven, envuelto en una historia de honor, aprendiste en carne propia que la justicia francesa no reconoce las particulares leyes de la kris[5] y, antes de beneficiarte del sobreseimiento, estuviste en prisión. Y luego vino la guerra y el internamiento de los nómadas. El largo tiempo de inacción lo llenaste escribiendo las historias de tu pueblo. Tomaste las armas del gadcho: la escritura.
El conocimiento y la imaginación presiden esta obra original. El talento del narrador es tal que uno no puede dejar de leer una vez que ha comenzado.
Matéo pertenece a este pueblo cercano y poco conocido, al que la calumnia ha vinculado con nuestros miedos infantiles.
La historia es antigua y se remonta al principio de los tiempos. Es la de los nómadas y los sedentarios. Algunos han optado por echar raíces, la guerra y la propiedad, porque la guerra es el preludio de toda posesión.
Para otros, por el contrario, el espacio solo se entiende a través de un viaje. No hay apropiación. ¿Podemos decir que estos son hombres de paz y de privación? Cuando el viejo manouche muere, la caravana es quemada y su imagen se borra. Hablamos de los hijos del viento. La civilización gadcho, por el contrario, es la de la herencia. En su caso, cuando los ojos no están fijos en el pasado, sus pensamientos se proyectan hacia el futuro. El futuro que cuenta la romni, es una concesión irrisoria a las fantasías de los sedentarios. Sin embargo, entre unos y otros, nada está reglado definitivamente.
La nostalgia está en todas partes. Aquí y allá se puede obtener sabiduría y riqueza. Tienes que leer a Matéo. Más allá del placer que experimentemos, está el descubrimiento de una nueva dimensión de nosotros mismos… los humanos.
Pierre Dassau
Gerente de proyectos del
Ministerio de Cultura de Francia
Primera parte
Capítulo 1
¡Silencio!
¡Silencio en el cementerio!
¡Silencio alrededor del cementerio!
¿Por qué tanto silencio? ¿Hay algún vivo entre los muertos? ¿Cómo está vivo, si está atado a una cruz?
¿Y por qué esos lazos simbólicos, si son cintas de seda?
Las tumbas son numerosas, pero el hombre no está solo.
Frente a él, hay mucha gente, cincuenta, quizás cien personas. Y ninguna de ellas se mueve; se diría que están más muertos que los muertos. Y, sin embargo, están vivos, muy vivos. Contienen la respiración, y el silencio solo se rompe con pequeños sollozos, como si tuvieran miedo de llorar en ese lugar siniestro, cuando en realidad es el lugar donde más se debería llorar.
Las lágrimas no son por los que descansan allí, por los muertos, por los difuntos, sino por el que está vivo, atado simbólicamente con cintas rojas y amarillas, a una cruz desconocida. Todavía está vivo, pero ¿por cuánto tiempo más? Porque ya no forma parte de este mundo que se encuentra frente a él; ya no pertenece al mundo de los roms (gitanos).
¿Dónde sucedió esta escena? ¡Qué importa! ¿En qué país? ¡Qué importa! El rom nace en cualquier lugar; viaja por todos los países, y el tiempo no cuenta para él, ni tampoco la muerte.
El cementerio no es de ellos; estos errantes nunca fueron dueños de sus propias tierras. Y si, entre las tumbas, puede haber alguna de roms que murieran en ese lugar, es pura casualidad, porque el rom es enterrado donde muere. ¿Habrá varios muertos roms en el cementerio? Los lugareños, debido a que el cementerio está lejos del pueblo, están acostumbrados a ver pasar a estos extraños extranjeros. Pero nadie asistió jamás a una de sus ceremonias, y ¡mucho menos a esta en la que un vivo es juzgado entre los muertos! ¡Qué extraña kris (justicia)! ¡Si podemos llamar a eso una kris! ¿Por qué en ese lugar? ¿De qué es acusado el joven? ¿Quién lo juzga y quién lo condena? Para él ¿tiene importancia la vida? ¿No puede romper esas inútiles ataduras y saltar la valla para desaparecer en el campo? Ninguno de los roms ni de las romnia[6] que se enfrentan a él parecen armados, ¿tendrán algún puñal? Pero los lazos simbólicos que lo mantienen atado no son nada comparados con los lazos que lo unen a su pueblo.
Saltar la valla y desaparecer es posible y fácil, pero ¿adónde ir? ¿Con quién contar? Ningún rom del mundo vendría en su ayuda, ninguna persona de su pueblo, y eso bajo ningún concepto. ¿Qué terrible crimen ha cometido para merecer tal tormento?
¡El clima se adapta perfectamente para una ceremonia así! ¡Si es que se trata de una ceremonia! Desgraciadamente, no es una, ¡es algo peor! Es una asamblea de justicia de la que depende la vida de un hombre. Fue juzgado y declarado culpable. Falta la condena. Y depende de una sola persona: su suegro. El joven, de apenas veinte años, mató a su mujer, y el padre pidió la kris y obtuvo la condena de culpabilidad. Falta la sentencia. Es el único que puede pedirla y nadie puede oponerse. La vida o la muerte del joven depende únicamente del anciano rom que está sentado en el suelo, con las piernas cruzadas, entre las tumbas. Por respeto, no se quiso sentar sobre una tumba. La mirada del anciano y las miradas de todos ellos están fijas en el condenado. Los ojos del viejo están nublados por la edad y por las lágrimas que intenta contener; quisiera comprender los pensamientos de quien todavía es su yerno, el padre de su nieta de un año.
Sí, ¿cuáles son los pensamientos de un joven apenas salido de la adolescencia y que sabe que está condenado? ¿Condenado a qué? ¡A muerte! Él espera que sea así, porque ¡esa sería la sentencia más leve! ¿El sufrimiento? No, no es costumbre de los roms torturar a los condenados; eso nunca se ha visto antes y una práctica así no va a empezar hoy. Entonces, ¿qué?
Todos los asistentes están sentados. Solo él está de pie. Puede ver todos los rostros por encima de la cabeza del anciano, hasta los de las mujeres, sentadas detrás de los hombres, como dicta la tradición. No necesitaba buscar; su padre, sus hermanos están ahí. Y, detrás de todos, su madre y sus hermanas. Nadie hubiera faltado a esa kris, sobre todo los miembros de su familia y de su tribu. Allí están sus padres, pero también sus amigos y enemigos.
Analicemos al joven, démosle un nombre: Khantchi, ¿por qué no? Démosle una edad: veinte años, ¿o serán veintidós? Posiblemente tuviera alguno más. Su cabello cae sobre sus grandes hombros. Ojos brillantes, una nariz normal sobre una boca fina adornada con un pequeño bigote más bien negro. Patillas largas en las mejillas. ¡Khantchi es un joven rom verdaderamente guapo, según el canon gitano!
Para este día memorable, se puso su mejor ropa. Como hacía calor, hasta se arremangó las mangas de la camisa de seda amarilla. Se puede ver su pecho velludo a pesar de su corta edad. Los pantalones anchos de color oscuro están metidos dentro de unas hermosas botas de cuero negro.
Lleva un aro de oro en la oreja izquierda, señal de que nació después de la muerte de un hermano o hermana.
¿Cuánto tiempo lleva inmóvil? Y ¿es que el tiempo importa? El pasado ya no existe y el futuro es tan incierto…
Demos también un nombre al anciano: Vestimé. Al contrario que su yerno, viste modestamente. ¿No está de luto por la víctima, su hija? Pero en su despreocupado vestir hay algo noble, limpio, pero también un descuido consentido para que los demás le tengan lástima por su desgracia, pero no por su miseria, porque no es pobre.
Levantándose de su lugar, sin ayuda de nadie, aunque le cuesta porque está enfermo, Vestimé atrae la mirada de todos aquellos que, hasta entonces, solo habían visto al apuesto y tenebroso Khantchi.
Momento solemne: la sentencia está a punto de ser pronunciada, inexorable e inapelable, fuera cual fuese. Ningún favor, ningún agravio puede influir ya en el anciano. Vestimé controla el destino de Khantchi. ¡Sus palabras pueden condenarlo, liberarlo o pueden darle una última oportunidad! Vestimé, el único vengador, no ha consultado a nadie, ni siquiera a sus tres hijos adultos, como es costumbre. Eso es la prueba de que el anciano ya ha juzgado y condenado al culpable. ¿Qué otro castigo podría imponérsele sino la muerte? Pero todo el mundo quiere escucharla de boca de Vestimé. Todo se detiene y, tras unos murmullos, todos contienen la respiración. Parece que incluso la ligera brisa se ha calmado para que las hojas, testigos involuntarias, puedan presenciar la kris de los roms.
Y hay de nuevo silencio…
Capítulo 2
Silencio…
Calma.
¡Pero no para todos!
En efecto, si el silencio no es interrumpido en el cementerio por quienes contemplan al condenado, no es lo mismo fuera del recinto. Hay dos personas lo suficientemente cerca como para escuchar, ver y seguir eventualmente las acciones que tendrán lugar. Una difiere de la otra de manera evidente. Tanto en su fisonomía como en su vestimenta. Es un gadcho (no gitano). ¿Por qué está ahí si el acceso al cementerio y a la kris, le está prohibido? Le han permitido asistir, pero desde lejos. Ese hombre, que se comporta como un rom, es el yerno del viejo Vestimé. La hija mayor del viejo se casó con él, o, mejor dicho, él se la llevó. Eso sucedió hace muchos años, ya que Georges —ese es su nombre— ha dado a la tribu cinco hermosos niños. Entonces, “crimen” perdonable y perdonado. Si el gadcho ha cometido una falta a los ojos de todos los roms, se ha redimido aceptando permanecer con ellos, en lugar de llevarse con él a su mujer. Entonces, se ha quedado en la familia de su mujer, en el seno de la tribu. En algunos años, Georges ha aprendido a hablar la lengua de los roms, el romaní, lo suficiente como para conversar y hablar con fluidez, pero las sutilezas y la astucia de esa lengua, aún se le escapaban. Aunque Georges es el padre de cinco pequeños roms, sigue siendo gadcho y, como tal, muchos de los roms no le han permitido sentarse entre ellos. Tampoco le dan la palabra. Es verdad, confían en él, posiblemente más que en algunos roms, pero esa es la ley, y para evitar un nuevo escándalo, lo autorizan a asistir, pero desde lejos. De todas maneras, para que no esté solo, le han pedido a un joven quedarse cerca de él, y ser una suerte de intérprete que le explique lo que no pueda comprender.
—¿Qué pasará ahora?
Es la primera vez que Georges pregunta a Diordi.
—Difícil saberlo. El destino de Khantchi está en manos de Vestimé. Desde la muerte de su hija, el viejo se ha venido abajo. No irá muy lejos: entonces, temo que no sea implacable.
—¿Va a condenar a Khantchi a muerte?
—Debería hacerlo, la ley le da ese derecho. Pero él también puede tener un gesto de piedad. No por Khantchi, sino por la pequeña niña que dejaría. Posiblemente no quiera ser el verdugo del padre de su propia nieta.
—Conozco a mi suegro. Y conozco también lo que siente por sus hijos. ¡Aún no perdonó a mi mujer por irse conmigo!
—No es lo mismo —dice Diordi—. Tú eres y seguirás siendo un extranjero entre nosotros. Si Vestimé hubiera ordenado tu muerte, nadie lo habría escuchado. Piensa: matar a un extranjero, es poner en contra nuestra a toda la gente del lugar. No, el viejo solo habría podido ordenar formalmente a tu mujer, a su hija, no regresar jamás con la tribu. Pero Vestimé ama mucho a sus hijos para ser tan severo con ellos. Por el contrario, si tú hubieras sido malo con su hija, el mismo viejo te habría matado.
—¿Así que Khantchi no tiene posibilidad de escapar de la condena a muerte? —pregunta Georges.
—Ninguna según entiendo. Pero la muerte no es todo. ¡Hay peores condenas!
—¿Cuál, por ejemplo?
—No tengo tiempo de explicártelo ahora; un poco más tarde, te lo diré. A menos que hoy tengas la ocasión de conocer otra forma de justicia que ignoras.
Georges sabe que no sacará nada más de Diordi. Porque más lejos, Vestimé se pone de pie y da un paso adelante. La justicia, la kris, prosigue después de una pausa.
—¿Por qué esta lentitud? —pregunta Georges.
—Vestimé se toma su tiempo, y sabe que el suplicio de Khantchi puede durar indefinidamente.
—¿Qué crees que siente Khantchi en este momento?
—¡Habría que preguntarle! Pero creo que ya nada cuenta para él. No teme a la muerte, eso sería una liberación para él. ¡Pero tiene miedo a vivir!
Georges es una cabeza más alto que Diordi; lo mira desde arriba y le dice:
—Nadie tiene ganas de morir, ni siquiera Khantchi. Él tiene temor como cualquiera en su lugar. Mató a su mujer después de acusarla de adulterio, cuando las pruebas demuestran su inocencia. Sé, porque hace mucho tiempo que vivo entre vosotros, que Khantchi, en lugar de actuar como un imbécil, debió reunir la kris y pedir explicaciones a su esposa. Tenía derecho a hacerlo. Pero actuó como un insensato. Lo conozco, es mi concuñado, porque él y yo nos hemos casado con las dos hermanas. Conozco su coraje muchas veces probado, pero también conozco su ira incontrolable, sus cambios de humor. Condenado o no por Vestimé, o al menos por lo que Vestimé representa, Khantchi es un rom que está perdido, ¡perdido por su orgullo!
—Es más profundo que eso. Hay que ser un verdadero rom para comprenderlo —dice Diordi.
Georges, esta vez, mira a su compañero con verdadero desdén, y le dice:
—Entonces no es suficiente que me hayáis permitido permanecer entre vosotros, debo permanecer mudo todo el tiempo, y encima quieres insultarme. Hace mucho tiempo que estoy entre vosotros. Pero, como todos los pueblos que no han evolucionado, imagináis que tenéis secretos, me pregunto ¿qué secretos? No, hablo el romaní, acepté vivir con vosotros; no obstante, solo me habéis aceptado con reservas. No discuto vuestras leyes que, hoy, son también las mías. Entonces, ¡aceptadme por completo o echadme! Estoy entre vosotros en una situación ambigua. No queréis que sea un rom, y yo no quiero ser un gadcho. Lo digo otra vez: ¿qué debo hacer para convertirme verdaderamente en un rom?
—Justamente, renunciar completamente a ser un gadcho, porque aún lo eres. Lo demuestra tu discurso. Te ofendí sin quererlo, pero eso también es un defecto de mi pueblo: no reflexionamos lo suficiente cuando hablamos. Había olvidado que tú eres más rom que gadcho.
—Rom no, no completamente. En mi país, cuando somos naturalizados, lo somos para bien.
—Eso cambia vuestra nacionalidad, pero no tu origen. Digamos que te naturalizas gitano, pero no eres gitano —dice Diordi.
—Tengo el alma de un rom.
—Muy bien, no hablemos más. Ahora, debemos guardar silencio o hablar muy bajo. Vestimé ha avanzado dos pasos; ya no está lejos de Khantchi.
—¿Va a matarlo?
—Te digo lo que sé. Déjame escuchar.
—Escuchar y ver —dice Georges.
Silencio. Calma.
Pero, después de la calma viene la tempestad.
Capítulo 3
¡Aún hay silencio!
Pero ¿por cuánto tiempo?
Dos fuertes naturalezas están frente a frente: la sabiduría de la vejez y la torpeza de la juventud.
El viejo Vestimé tiene detrás su pasado glorioso en su tribu. Ha sabido llevar a su familia y a quienes lo siguieron, a través de medio siglo de aventuras a través de una decena de países más o menos hostiles hacia los gitanos. A través de las guerras, las revoluciones y los levantamientos, grandes y pequeños. A través de los climas más tranquilos como de los más rudos. Y aquí está, frente a su yerno, casi su hijo, que se ha convertido en su peor enemigo, el asesino de su hija.
Él no necesitaba la kris para ganar su causa. De hecho, no fue Vestimé quien la pidió; no la necesitaba. Pero la ley entre los roms —pueblo que algunos cree sin justicia— es la ley, como en todos los lugares.
Ganó sin alegar, sin pedir nada. Habría podido matar a Khantchi, sin que nadie le hubiera reprochado nada.
Pero tiene a sus hijos, y si hubiera actuado sin la kris, muchos roms podrían reprochar su conducta con derecho. Los hermanos de Khantchi, sus sobrinos, la tribu, buscaría vengarle. La kris ha dado la razón a Vestimé, y sus hijos no corren ningún peligro.
El joven Khantchi tiene el futuro delante, y en frente a su suegro, casi su padre, con su justicia implacable, sin perdón y sin apelación de la sentencia inmediata. «¡No se trata de esperar la piedad del viejo!», se dice Khantchi. Para empezar, ha perdido a la mujer que amó, la única mujer de su vida, la madre de la pequeña Rakli. Igual, sí por milagro, Vestimé le perdona la vida, aunque no cuenta con ello, ¿de qué valdrá la vida después de semejante crimen debido a sus celos injustificados?
Vestimé mira de frente a Khantchi, que no baja la cabeza como un condenado, al contrario. Sus ojos reflejan el brillo del sol que le da de frente. Tiene una pequeña sonrisa irónica en los labios. Va a afrontar la sentencia del viejo rom, como un verdadero rom que no teme a nada, ni siquiera a morir en presencia de toda su tribu.
Khantchi, por su juventud, es una cabeza más alto que Vestimé. Casi se diría que es el vencedor. En frente, el viejo encorvado, enfermo, realmente en el final de su vida, es como nada. Solo que representa la muerte inevitable que Khantchi desearía.
—¡Estás en una muy mala posición! —remarca Vestimé, con los labios temblorosos.
Khantchi simplemente sonríe. Sus labios indican burla.
—¿Por estas ataduras?
Las deshace con un movimiento y las arroja a sus pies sin mirarlas. Después agrega:
—¡Mi posición es mala y mi vida está en tus manos! ¡Haz tu trabajo, sapo!
Es el primer insulto dirigido por Khantchi a su suegro. Su jugada es evidente: Khantchi no quiere sobrevivir a su crimen, no quiere la piedad de Vestimé que parece no haber entendido el propósito del insulto de su yerno.
—¿Qué haré contigo?
—¡Ahora estás muy avergonzado! ¡No es fácil ser un verdugo!
—¿Es que tengo fuerza para matarte?
—¡Hasta un niño puede hacerlo con un puñal! Si tú no eres lo suficientemente fuerte como para hacerlo, uno de tus tres hijos puede reemplazarte. Mi pecho está abierto y no me defenderé —replicó Khantchi.
—Ni yo, ni mis hijos somos asesinos. Nunca tuve la idea de matar a alguien sin defensa.
«¿Qué? ¿El viejo me va a proponer un duelo? ¿Con quién? Seguramente con uno de sus hijos», piensa Khantchi.
—¿Me das una oportunidad? ¿Por qué? ¿Es porque tuve piedad de tu hija? Soy culpable, he sido juzgado, y tú quieres continuar. La vida ya no me interesa. He perdido a mi romni por un error, y también a mi hija. ¿Qué me queda? La vida será un infierno. Por piedad, sí, ¡mátame por piedad! Rápido. No me obligues a suicidarme; ¡soy un cobarde!
Vestimé no ha vuelto la cabeza ni una sola vez, y se pregunta que comedia interpretaba el que aún es su yerno. Durante los días precedentes a la kris, él ha tenido su tiempo, también durante sus noches de insomnio, de pensar en su suerte, mientras todo se desarrolla como ha querido, él tiene el poder de vengar a su hija, su alma está atormentada. Khantchi es joven, y a pesar de todo es el padre de su nieta Rakli. ¿Cometerá Vestimé, el jefe renombrado, el mismo error que ese joven, que es casi un niño?
—¡Mereces la muerte y la tendrás!
—¡Por fin! —exclama Khantchi.
—Pero no como tú la deseas, no ahora, no hoy.
El joven rom se pregunta que tortura usará el viejo rom para deshacerse de él. Vestimé guarda silencio por un momento, para dar a su adversario tiempo de reflexionar en su angustia. Recobrando el aliento, dice:
—A causa de Rakli, por piedad hacia ella y no hacia ti, te concedo un día para que huyas. Tienes veinticuatro horas de libertad. Puedes ir a dónde quieras, buscar refugio con quien sea. Pero tienes que saber que, pasado ese plazo, ordenaré a mis hijos, nietos, sobrinos, a todos los hombres de mi tribu, y a los roms que se han aliado conmigo, y a todos los roms que conozco o que conoceré, ¡que te maten en mi lugar! Y eso sin que sean juzgados por la kris. Te declaro enemigo de mi tribu —da igual si pertenecen a mi familia o a la tuya— todo rom que te de asilo, no será por más de un minuto. Maldigo a todas y a todos los que pronuncien tu nombre en mi presencia. Prohíbo desde ahora a todas las tribus de roms, dar tu nombre a un bebé, y si ya lo han hecho, que lo cambien. Esta es mi sentencia. Tienes un día y una noche para desaparecer. Desde ahora, no eres más un rom.
Khantchi baja la cabeza frente a Vestimé por primera vez y todo su cuerpo tiembla. Ya es un hecho: la peor de las sentencias. Él esperaba una condena así y es por eso que deseaba la muerte, pero se le escapó.
—¡Levanta la cabeza!
Otras veces le hubieran dicho: «¡Levanta la cabeza! ¡Sé un rom!». Pero él ya no lo es. No obstante, casi mecánicamente, levanta la cabeza, sus ojos aún brillan, pero el sol ya no está allí. Hay lágrimas que corren por sus mejillas.
—Mira bien mi cara, como lo has hecho con mi padre.
Khantchi ha perdido su arrogancia.
—Tú me conoces. Soy Pervo, el hijo mayor de Vestimé. Era tu cuñado y te amaba como a un hermano. Acepto la sentencia de mi padre. Tienes veinticuatro horas para tratar de esconderte. Pero debes saber que mis hermanos y yo, saldremos en tu búsqueda, y el día en que te encontremos, te mataremos sin piedad. No tendremos descanso hasta que esto se haga. Si nuestro padre ha declarado que has sido despojado del nombre de rom, nosotros lo seguimos siendo. Por eso, nunca te mataríamos por detrás porque no somos cobardes. Tendrás derecho a matarnos, si puedes hacerlo. Y si nosotros, los tres hermanos, desaparecemos, nuestros hijos te perseguirán.
Pervo se va sin esperar la respuesta de Khantchi. Otro joven rom, de la misma edad que Khantchi, toma el lugar de Pervo.
—Mi nombre es Duyto, y me conoces. No tengo nada que agregar. Hago el mismo juramento que Pervo, mi hermano mayor.
Después de él se levanta el tercero, casi penosamente. Debía tener alrededor de diecisiete años. Era Trito, el más joven de los tres hermanos. Llora sinceramente, y sus hombros se sacuden por el llanto. Casi sin mirar a Khantchi, escupe hacia él, a sus pies, con desprecio.
A lo largo de esta escena, el condenado no se ha movido de su lugar. Las personas se han levantado y, uno a uno, se van, sin darle una mirada, incluso su padre y sus hermanos. Solo las mujeres de su tribu, su madre y sus hermanas, se arrojan a sus pies llorando. Khantchi permanece tranquilo, como una estatua. Sin decir una palabra, sin mirar a quienes se van o se lamentan a su alrededor.
Se mueve lentamente, —ahora tiene tiempo, un poco más de veintitrés horas—, retrocede unos pasos. Su madre está de rodillas, con las manos levantadas hacia él, sostenida por sus hijas. Sin decir una palabra, porque su garganta no puede pronunciar ni una sílaba, Khantchi se vuelve bruscamente, y como si sus piernas fueran elásticas, se pone a correr hacia la arboleda, hacia el bosque.
Khantchi está solo en el mundo.
Segunda parte
Capítulo 1
¿De qué sirve correr?
Y ¿a dónde ir?
Khantchi sale de un mundo hostil para ir, posiblemente, a otro peor.
Nadie lo persigue, pero nadie lo espera.
A partir de ahora, tiene veinticuatro horas, no, veintitrés, ¿y después? Porque los roms no saben exactamente a qué hora ha sido pronunciada la sentencia. Digamos que justo hasta el día siguiente, a la puesta del sol, Khantchi no corre ningún peligro, ¿pero después?
Entonces ¿por qué correr cuando tiene un día completo por delante?
Mirando a su alrededor, sin aire por el esfuerzo que acaba de hacer, el joven rom solo ve campos de trigo que madura. No ve ni a un campesino, ni un solo animal, vaca o caballo como es normal ver. Echa una mirada a su alrededor, ya no ve nada más, ni los roms ni el cementerio. Ni siquiera el campanario de la iglesia de la aldea.
«Debo descansar, y reflexionar», se dice.
Se sienta sobre una roca, cubierto de sudor. Junto a su pantalón y sus zapatos, no tiene más que su camisa, y no tiene abrigo. Instintivamente, busca en sus bolsillos; encuentra algunas monedas, un pañuelo y una pequeña navaja.
«¡No iré muy lejos con esto!».
Vuelve a poner todo en sus bolsillos y se dice: «Pero será suficiente por un día».
Khantchi está convencido de que no tiene más que un día para vivir, que los hijos de Vestimé lo encontrarán allá donde vaya.
«¿Un día? Puedo alejarme más, pero ¿con qué? ¿Y a dónde ir?».
Debe caminar la mayor cantidad de tiempo posible, aumentar la distancia entre él y sus enemigos. Así que se levanta rápidamente y, sin correr, apresura el paso.
«Pervo y sus hermanos no saldrán a buscarme hasta mañana. Ahora, debo encontrar un lugar donde pasar la noche. Preguntarán a la gente de la aldea y no pasaré desapercibido. Entonces, debo encontrar la manera de cambiar mi ropa».
Correr en el vacío, en lo desconocido, es la primera reacción de Khantchi. Cuando creyó que había llegado su final, el viejo le concedió un indulto: un día. ¿Por qué no un año? Ahora debe tratar de ser más inteligente que los demás. La mejor manera, es hacerse pasar por un gadcho. «Como soy joven y no muy moreno, no será muy difícil», se dice.
«Ante todo, debo alejarme. Trataré de trabajar… Sí, pero ¿qué trabajo puedo hacer? No he hecho nada en toda mi vida, solo comprar y vender. ¡Oh! No debe ser muy difícil cultivar la tierra; mucha gente pobre lo hace bien».
Le parece ver una aldea delate suyo, a lo lejos. Y en efecto, hay una. Así que se apresura como si ahí estuviera su salvación. Escucha los ladridos de un perro que, antes que la gente de la aldea, ha sentido su presencia.
A la derecha se encuentra una granja y una mujer aún joven se esfuerza por hacer callar al perro. Al ver al joven, seca sus manos en su delantal y sonríe viendo que no es un vagabundo.
—Discúlpeme —dice Khantchi—, me he perdido. ¿Podría darme un poco de agua?
—Necesita más un vaso de vino.
—Está bien, puedo pagarlo.
La mujer entra y regresa con una jarra y un vaso en sus manos. Entrega el vaso al joven rom y lo llena.
—¿Está sola?
—No, mi suegro está en cama, enfermo. Mi marido y el resto aún están en los campos. No tardarán en regresar, si quiere esperarlos.
—No gracias, tengo prisa. ¿A qué distancia se encuentra la próxima aldea?
—Eso depende de cómo camine. Dos o tres horas. La noche lo va a sorprender, si va a pie. Estoy segura de que mi marido le permitirá pasar la noche aquí, y mañana él lo acompañará con su carro.
—No. Vuelvo a agradecerle, como le he dicho, tengo prisa. Pero si le pido algo. Tengo con qué pagar. Quisiera, si es posible, una camisa vieja, a cambio de la mía, y una chaqueta usada, porque la noche será fría.
—Voy a ver, debo tener una chaqueta vieja de mi marido.
Algunos minutos después, Khantchi deja la granja y atraviesa la aldea; está transformado, con una chaqueta remendada y un sombrero que debió servir de espantapájaros. Es verdad, está irreconocible. No es más un gitano, es un vagabundo.
***
Encontrar un lugar en ese campo remoto no era difícil. No faltan granjas y fincas aisladas. Para no llamar la atención, Khantchi se decide por una gran granja en un llano, al borde del bosque. Durante el día el sol ha dado calor, y ahora que ha llegado la noche, es agradable. Tiene paja todo lo que necesita para dormir. No es la primera vez que el joven rom duerme en estas condiciones. Pero para comer, es otra historia. Y tiene hambre.
Vuelve a revisar los bolsillos de su pantalón; encuentra algunas monedas, pero ningún billete. ¿A dónde ir a buscar comida con tan poco dinero?
«La mejor solución será dormir, ya veré mañana», se dice.
¡Qué agradable es tumbarse y descansar! Khantchi ha caminado buena parte del día. Está contento de saberse bastante lejos del campamento de los roms.
«Los tres hermanos y sus innumerables sobrinos comenzarán a buscarme dentro de algunas horas. Les llevo un día de ventaja».
Está muy oscuro en el interior; no entra luz desde el exterior. El joven da vueltas y más vueltas sobre la paja que le sirve de cama.
«Correr no puede ser la mejor solución. ¿Será mejor esconderse? Pero ¿dónde?»
Es verdad, puede transformarse, volverse irreconocible, pero ¿hasta cuándo? Un día u otro, será reconocido… ¿Y ese día?
«Posiblemente con el tiempo, me olviden; dicen que el tiempo arregla todo».
Es evidente que Khantchi inicialmente piensa en sí mismo, y que el examen de su situación no es brillante. Después, como el tiempo pasa y no logra dormir, reflexiona y piensa en su crimen —porque lo fue— y en sus consecuencias. Después piensa en su hija, que solo tiene unos meses; y entonces piensa en su familia, sobre todo en su madre.
«¡Ella morirá de tristeza!»
Finalmente logra dormirse.
Pero duerme agitado, tiene un sueño.
Se ve en una granja semejante a donde duerme, pero mucho más grande, con una especie de balcón, al fondo, y mucha paja en el lugar.
Desde el lugar donde está, puede ver la gran puerta de la granja. Khantchi tiene en la mano una cuerda fuerte, atada, al otro extremo de la granja, a la puerta que está abierta.
En su sueño, Khantchi puede ver el exterior, a lo lejos, porque es raro, pero hay claridad, como si la luna fuera un sol. El joven rom tiene la cuerda en la mano, listo para tirar y cerrar de un golpe la pesada puerta, porque sabe que el peligro está en el exterior.
Siempre en su sueño, escucha el ladrido de un perro, semejante al de la granja, luego son dos y después toda una jauría. Los ve venir de lejos; se dirigen hacia la granja. No los acompaña ningún ser humano. Los ladridos de los perros son cada vez más ensordecedores. Finalmente, uno entra al interior de la granja y los demás los siguen. Están todos ahí; tratan de saltar hasta el balcón para desgarrar su presa.
Cuando toda la jauría está en la granja, bruscamente y con todas sus fuerzas, Khantchi tira de la cuerda. Los perros están encerrados, pero él también. Aún puede hacer algo. Detrás de él hay una ventana, suficientemente grande para dejarlo pasar y saltar al otro lado, tres metros más abajo. Es fácil para un hombre joven.
Antes de hacerlo, Khantchi mira en su bolsillo, toma una cerilla y prende fuego a la paja.
«Mis enemigos se quemarán», dice en su sueño.
Pero al mismo tiempo Khantchi despierta de su pesadilla y se dice en voz alta: «¡No tengo cerillas!».
Pero sucede que los sueños se realizan más rápido de lo que uno piensa. Porque apenas despierta, escucha el ladrido de un perro, como en su sueño. Parece que aún es lejano, pero Khantchi no duda de que llegará rápido y los otros con él.
«Pero los roms nunca han tenido jaurías. ¡Sobre todo para cazar a un hombre!», piensa Khantchi. Pero él no es un hombre ordinario.
«Sigo soñando, solo debe ser un perro de la aldea». Pero le parece que se aproxima. Es verdad que la granja de su sueño no es dónde él se acostó. Esta es una construcción más miserable y que no tiene balcón. Y él no tiene cerillas.
«No las necesito, porque los perros buscan a otra presa, no a mí. ¿Será a un conejo?»
Sus oídos bien entrenados escuchan los sonidos insólitos de la noche que no lo confunden. La jauría, o lo que cree que es, se aproxima a él, y más rápidamente de lo que piensa. Mecánicamente, mira a su alrededor. No está la ventana de su sueño por donde poder escapar.
Súbitamente, se pone de pie. Tiene una pequeña navaja en el bolsillo, pero ¿de qué servirá?
Presta atención nuevamente. Esta vez, está seguro, hay hombres con perros. Los roms han encontrado su huella antes que transcurrieran las veinticuatro horas.
«Es imposible que no cumplieran su palabra», se dice.