La séptima hija - Matéo Maximoff - E-Book

La séptima hija E-Book

Matéo Maximoff

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Beschreibung

Durante la Segunda Guerra Mundial muchos gitanos fueron encerrados en campos de internamiento en Francia. Los gitanos fueron considerados como extranjeros, y pasaron la guerra en estos campos. El autor, junto a buena parte de su familia y unas cuatrocientas personas más, lo vivió en el sur de Francia. Ese campo constituye el escenario de esta novela, donde se describe cómo vivían, algunas de sus costumbres en lo referente a los ritos alrededor de la muerte, y algunas de sus creencias. En uno de los personajes se vislumbra parte de la vida y mentalidad del autor, que fue autodidacta y uno de los pocos que en su tiempo, sabía leer y escribir.

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Seitenzahl: 252

Veröffentlichungsjahr: 2025

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La séptima hija
Matéo Maximoff
Kohelet
Contenido
Página del título
Título original: La septième fille
Colección Matéo Maximoff
Prólogo
Prefacio
Primera parte
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Segunda parte
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Tercera parte
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Título original: La septième fille
Primera edición en Editorial Kohelet: marzo de 2025
Copyright ©Matéo Maximoff
ISNI 0000 0000 7101 8807
Copyright de la traducción © Elizabeth Giuffré
ISNI 0000 0005 1423 4809
Copyright del prólogo ©Gérard Gartnerg (1982)
Copyright de la imagen de la cubierta ©Yana Rondolotto, « Yana l’Gitan ».
Derechos reservados para todas las ediciones en castellano:
© Editorial Kohelet C/Circunvalación Encina 23, 7 C
18015 Granada (España)
www.kohelet.es
ISBN: 9788412953459
Depósito legal: BNE
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar y escanear algún fragmento de esta obra.
Colección Matéo Maximoff
Reúne la obra de este particular escritor gitano, nacido en Barcelona en 1917. Su primera novela, «Los Ursitory, los ángeles del destino», fue seguida rápidamente por otras dos: «Savina» y «El precio de la libertad».
La Septième Fille fue escrita entre el 2 de diciembre de 1957 y el 26 de marzo de 1958. 
En noviembre de 1961 Matéo tuvo una experiencia espiritual que cambió su vida. Esto se descubre en sus obras posteriores. Matéo siguió siendo comunicador de la cultura gitana, y recorrió treinta y tres países dando testimonio de su encuentro con Dios.
Las obras que ya están traducidas son:
Los Ursitory (1938)
El precio de la libertad (1955)
Savina, amar hasta enloquecer (1957)
La séptima hija (1958)
El alma de un gitano en poesías (1940-1983)
Otras obras que serán traducidas y publicadas próximamente:
Condamné à survivre (1984)
La poupée de mameliga (1986)
Vinguerka (1987)
Dites-les avec des pleurs (1990)
Ce monde qui n´est pas le mien (1992)
Routes sans roulottes (1993)
Prólogo
A menudo se dice que Matéo Maximoff es «uno de los raros escritores auténticamente gitanos»; olvidando que fue el primer gitano en escribir novelas. Sus libros son documentos literarios a los que se dará más importancia, cuando la cultura gitana sea reconocida oficialmente. Matéo Maximoff nació el 17 de enero de 1917, en el barrio chino de Barcelona. Su madre era una gitana francesa; su padre, llamado Lolia, era un gitano kalderash, nacido en Rusia en 1890.
A los 14 años, Matéo quedó huérfano. Era el mayor de cinco hermanos, tuvo que trabajar duro ayudando a sus tíos. Al no ser escolarizado, aprendió solo a leer y escribir.
Su juventud fue más que difícil, luego llegó la guerra y los campos de internamiento, que hicieron de él un auténtico escritor.
Sus novelas nos enseñan sobre la cultura y costumbres de los Roms kalderash y permiten conservar intacto para la posteridad el recuerdo de algunas de sus tradiciones más importantes.
Los temas de sus novelas sirven también de pretexto para documentar de modo preciso la vida social y la mentalidad gitana.
Verdadero escritor, Matéo pensó sus novelas antes de ponerse a redactarlas. Su manera de escribir es concisa, yendo a lo esencial, sin fantasías de estilo superfluo. Sitúa el relato y describe en una rápida sucesión lo importante de las situaciones, sin adorno. Su estilo es simple, con palabras comunes narra lo inexpresable y pintoresco.
El contenido de sus libros son experiencias personales del universo gitano, y si toma el pasado de su propia familia, es desde el fondo de su memoria, donde encuentra los materiales, yendo desde el pasado reciente a uno más antiguo para construir sus historias; pero siempre, los estados de ánimo de sus personajes, los sintió él mismo.
Trabajador infatigable, es novelista y conferenciante, periodista, cineasta, fotógrafo, crítico, narrador y poeta.
De madre católica y padre ortodoxo, Matéo se convirtió en cristiano evangélico en 1962. Asumió la función de pastor pentecostal en 1964. Realizó frecuentes viajes a través del mundo, oportunidad para nuevas relaciones y experiencias.
La «Septième Fille», apareció en 1969 en alemán, para los lectores de Matéo Maximoff, fue la más bella de sus novelas. Al contrario de las precedentes, esta se desarrolla en solo unos días. Matéo aborda aquí las tradiciones y leyendas alrededor de la magia y la muerte.
Gérard Gartner (Mutsa).
Prefacio
Cuando escuchas la palabra «gitano», inmediatamente viene a la mente la idea de libertad, canciones, danza, magia y amor. El cine popularizó ciertas escenas, la chica sensual bailando alrededor del fuego, pies descalzos, provocativa, atrayendo la atención de los hombres, especialmente de los extranjeros. Dudamos que un gitano o no gitano hubiera podido ver en realidad tal escena, por la sencilla razón de que, en nuestras tribu,s nunca una joven ha bailando alrededor del fuego, descalza y con el pecho descubierto. Quienes describieron tales danzas ignoraban totalmente las leyes de los roms (gitanos de Europa del Este y los Balcanes). ¿Sabían qué, si la joven se atrevía a mostrar sus piernas o una parte de su pecho, ante la mirada de su tribu, sería inmediatamente etiquetada como una kurva y azotada, e incluso desterrada? La libertad es solo una palabra por la que muchos pueblos han luchado en vano. La esclavitud, bajo el yugo, a veces se sacude sus cadenas, pero tal vez sea para caer bajo otra dominación. ¿Dónde está la libertad? Los no iniciados, los no gitanos, ¿saben que la palabra libre no existe entre los gitanos? Y si queremos traducirlo textualmente, diremos: korkoro, es decir «solo», para decir que está sin apego y nada lo detiene. Como el pájaro vuela de árbol en árbol, el rom (gitano) puede saltar de un país al otro.
El pueblo gitano es, sin duda, uno de los más misteriosos que el mundo ha conocido porque, a través de los siglos, ha sabido conservar, contra viento y marea, sus costumbres y tradiciones, y destaca por su alegría natural. No importa que el camino esté salpicado de cadáveres, los pies bailan detrás de la caravana. No importa si un ser querido fallece, cantamos sus alabanzas y lloramos lo menos posible. La tristeza vence al hombre, la alegría lo fortalece. Alegrémonos por todo, incluso por nuestra desgracia. Si llamamos libertad al hecho de poder desplazarnos a nuestro antojo por una nación o por varios países, como lo hacen la mayoría de los roms, de no tener otro objetivo en la vida sino ir hacia horizontes desconocidos, o no tener refugio en el caso de tormenta, o trabajar cada día para ganar el pan sin preocuparse por el mañana, de morir al azar, nacer en cualquier lugar, crecer en el barro o en el polvo, seguir semidesnudo un carromato, cuidar más de su caballo que de sus hijos, obedecer las leyes, no solo las del país, sino también las de la tribu, así es la vida del gitano. ¿Dónde está la libertad? Sin embargo, la encontramos en algunas de sus acciones. Estos nómadas nunca han tenido reyes, reinas o presidentes, salvo en la literatura de periodistas mal informados y en las plumas de autores carentes de imaginación. El nómada se declara libre porque no obedece a nadie. Si acepta las leyes, se apresura a eludirlas siempre que puede. El título de jefe es solo honorífico. El jefe no existe al igual que el rey. Es solo respeto a los mayores de la tribu o, en su defecto, al responsable si es más joven. Un padre ni siquiera tiene poder de mandar a su hijo; en este sentido, el gitano está libre. Poca libertad en verdad. El nómada es perseguido por los pueblos llamados civilizados de un país al otro, de una ciudad a otra, incluso de una comuna a otra. Su paso por una región da lugar a múltiples robos entre particulares. Los lugareños se aprovechan de esto para robarse unos a otros y, por su puesto, los nómadas serán los acusados. El carromato desvencijado, el caballo raquítico, se instalan a veces bastante lejos de una ciudad, en un lugar donde no existe el cartel de: «Aparcamiento prohibido a los nómadas». Nada más llegar, reciben la visita de los gendarmes, porque el campo, incluso lejos, tiene ojos. Cada día, aunque sea domingo o festivo, deben presentar su carné de nómada a la gendarmería cantonal o al alcalde del municipio. Así mismo, en la mañana, cuando salen, y luego cuando llegan a la siguiente etapa. Si el alcalde o su adjunto no se encuentran en el ayuntamiento, tendrán que esperar durante horas. Si su carné no es firmado durante el día, al día siguiente los gendarmes vienen a buscarlos para llevarlos a la prisión departamental donde serán condenados a quince días de prisión por violar la ley. Todo el mundo sabe que no es en prisión donde uno encuentra la libertad. Estos ejemplos se pueden multiplicar al infinito. Nadie en el mundo está más controlado que los nómadas. ¿Cómo podrían encontrar tiempo para trabajar? ¿Cómo encontrarán tiempo para robar? Porque si el gitano no sabe ni leer ni escribir, no le falta inteligencia. Sabe por experiencia que se le atribuirán todos los robos cometidos en la comuna durante su estancia.
El nómada no se defiende, pues se ha creado una leyenda a su alrededor y la mantiene. Le gusta infundir miedo en la gente y hacerles creer todo lo que imaginan. Su leyenda es garantía segura de su tranquilidad.
No decimos aquí que todos los gitanos del mundo son ovejas, que no tengan nada que reprochárseles. No. Porque todavía tienen un orgullo que, quizá, otros pueblos han perdido: el honor.
Toda la ley gitana kalderash se basa en el honor. La palabra dada es sagrada para quien la da. El honor de la tribu, del clan, de la muchacha indignada. El honor, como la libertad, es solo una palabra, pero una palabra por la que el gitano a veces mata y, por la que está dispuesto a morir. Esclavo de su palabra, ahí tampoco es libre.
Escribí esta novela apenas unos años después de salir de un campo de internamiento, en el sur de Francia. Las descripciones de este libro son lo más precisas posibles. No sabemos el número exacto de gitanos que fueron deportados o internados, especialmente en los campos de concentración alemanes. Pero sabemos que las víctimas fueron entre 600000 y 800000, la mayoría de ellas gaseadas o enviadas a crematorios. ¡Felices y libres aquellos que, como yo, han podido escapar de la muerte!
Mirando hacia atrás, me había casado recientemente y, al no tener nada más que hacer, mientras estaba en casa de un amigo no gitano, Robert Guizelin, tuve tiempo para pensar y escribir.
Había pensado en mi pueblo, que era más libre que antes; todavía tenía muchos grilletes. También pensé que un pueblo solo puede ser verdaderamente libre a través de su cultura y religión. También pensé en la Misión Evangélica Gitana, cuyos líderes lograron liberar a los nómadas creando una iglesia para ellos, ¡una iglesia libre! El lector notará la religión que abordo en estos capítulos, era un poco, como la mía en aquella época (1957-1958). Pero Dios quiso que me convirtiera e, incluso, llegué a ser uno de los pastores evangélicos. ¡He cambiado mucho desde entonces! Afortunadamente, mis opiniones ya no son las mismas, ¡mea culpa!
Para que los gitanos seamos plenamente libres, la mayoría de nuestros niños van a la escuela, porque las leyes nos obligan a ser sedentarios. Pero queremos seguir siendo nosotros mismos, conservar nuestras costumbres, nuestras canciones y nuestros bailes. Así que, un día, más cerca de lo que pensamos, tendremos nuestro centro cultural. Solo la historia lo dirá.
El lector no está obligado a creer la autenticidad de la novela, aunque se observan escrupulosamente las costumbres y la moral de los gitanos aquí descritas. Si al lector le apasiona esta historia, nuestro objetivo se habrá logrado.
Matéo Maximoff
Romainville, 29 de septiembre de 1982.
Primera parte
Capítulo 1
Las nubes estaban bajas ese día y a veces se mezclaban a lo lejos con el humo oscuro de las chimeneas de las fábricas. Triste otoño de 1941.
En las afueras de la ciudad, un pesado carro avanzaba lentamente, tirado con dificultad por un caballo que debió ser descartado hacía mucho tiempo, pero esa guerra, que inflamaba a los hombres, seguía incendiando el mundo poco a poco.
El viejo campesino que hacía obras en la carretera del pueblo no se sorprendió al ver, cada vez que excavaba en el lodo, a las romnia (mujeres gitanas), como cuervos, manchadas de colores hurgando entre la basura y los desechos de las fábricas, buscando algunos trozos de carbón y leña para calentar sus tristes viviendas.
Cada vez que el carro arrojaba la basura, las romnia se apresuraban y rebuscaban deprisa, como si cada una temiera que su vecina se llevara algunas piezas antes que ella. Algunas llevaban cestas de mimbre tejidas por ellas mismas. Otras se habían equipado con ganchos de hierro para conseguir las codiciadas piezas. En unos minutos, el montón de basura desaparecía y quedaba esparcido por todas partes. Los niños, las chicas y los muchachos, por turnos, recogían todo lo que pudiera quemarse: migas de antracita polvorientas, pequeños trozos de madera enlucida, papeles amarillentos o pedazos de trapo. También pequeños trozos de cobre, plomo y hasta hierro, porque lo que no arde puede venderse.
Ese día, una joven muy hermosa a pesar de su palidez y delgadez, que respondía al nombre de Yovana, se benefició de cierta amabilidad por parte de sus compañeras. Rápidamente llenó su cesta, que dos de sus hermanos menores se apresuraron a llevar al campamento, no muy lejos, solo para traerla inmediatamente vacía y volver a llenarla.
Una mujer de unos cuarenta años, pero que parecía tener al menos sesenta, llamó a la joven.
—Yovana, me compadezco de tus desgracias. Mírame, ya soy una vieja romni. No puedo darte más porque tengo ocho niños en mi habitación y me cuesta mucho que entren en calor, sobre todo cuando no hay puerta ni ventana.
La única respuesta de Yovana fue llorar. Pero pronto se secó los ojos con su delantal sucio y valientemente volvió a trabajar.
Otra mujer, de unos treinta años, todavía hermosa, le dijo a la romni:
—¡Ocho niños! No tengo tantos, solo tres. Qué Dios me los guarde. Pero hoy le doy toda mi recolección a Yovana. Los gitanos llevan tres días velando a su padre y mi rom está con ellos. Prefiero que no pase frío. En cuanto a mis hijos, tienen una buena cama.
—Eres rica. Tú, ¿por qué vienes aquí? Solo tienes que comprar tu carbón.
—Y los vales, ¿dónde los conseguiría?
—Oh, no tengo miedo por ti. Tu hombre no se privaría de recurrir al mercado negro.
Yovana siguió buscando combustible sin prestar más atención al parloteo de las mujeres a su alrededor. Veinte años es mucho tiempo para una joven gitana. Algunas de sus compañeras, a esta edad, ya son madres. Aunque era muy hermosa, la pobreza de sus padres fue un obstáculo para ella. Catorce hijos; siete niños y siete niñas. Ella era la mayor de las niñas, mientras que su hermano Stervo, un año mayor que ella, ya estaba casado y era padre de un niño de dos años.
Marona, la madre de Yovana, después de dar a luz a una gran cantidad de niños, era incapaz de realizar un esfuerzo sostenido. En veintidós años de matrimonio, había criado con dolor a sus hijos, cuyo número aumentaba casi cada año. El padre, había muerto dos días antes, Tantchi, que amaba con ternura a sus hijos y se preocupaba más que la madre por criarlos.
Con apenas diez años, Yovana empezó a cuidar del último. Y así, a medida que crecía y se hacía más hermosa, cuidaba de más de sus hermanos y hermanas. Se había vuelto indispensable para la familia y reemplazó a la verdadera madre. De niña, a Yovana, coqueta a pesar de su pobreza, le hubiera gustado casarse y formar su propio hogar. Pero Tantchi no podía privarse de su hija y de sus servicios. Sin ella, uno o más de sus hijos seguramente habrían muerto. Porque no solo les daba pan, sino que, además, durante todo el día los limpiaba, los lavaba, los bañaba. Por un golpe de suerte inesperado, ninguno de los catorce hijos de Tantchi y Marona murió a pesar de la pobreza y las privaciones.
Yovana tenía otras hermanas, al menos dos de las cuales estaban en edad de casarse. Ella podría, en caso de necesidad, contar con su ayuda. Pero las dos hijas menores de Marona se parecían demasiado a su madre y, a menudo, fueron necesarias un par de bofetadas o una patada de Stervo para que las dos hermanas aceptaran hacer un esfuerzo.
En cuanto a Stervo, el mayor de los hermanos, tenía un carácter brutal y agresivo. Durante cuatro años, tan pronto como su padre comenzó a decaer, se convirtió en el cabeza de familia. A menudo hacía uso de su autoridad, pero nunca abusaba de ella. Dejando de lado a sus hermanas, por así decirlo, y cuidándolas solo ocasionalmente, solo gobernó a sus hermanos, pero de manera casi despótica, sin dejar de acosarlos para que trabajaran, queriendo sobre todo hacerlos hombres. Él al menos podía contar con su ayuda en cualquier momento.
Yovana se encontró arrodillada sobre las cenizas aún calientes en el fango, buscando algunos trozos de carbón, imprescindibles para hacer fuego para los hombres que velaban a su padre por tercera noche consecutiva. Y Stervo se ocupaba del resto; preparar el funeral y comprar ropa para el difunto, algo difícil en la época porque se necesitaban tiendas textiles. Afortunadamente, varios gitanos colaboraron con amabilidad. También tuvo que comprar comida para una treintena de personas y conseguir algunas botellas de vino para mantener despiertos a los roms. Por supuesto, los jóvenes, y especialmente sus hermanos, también acudieron en su ayuda.
Agachada y sollozando porque quería mucho a su padre, Yovana seguía buscando y buscando, ya ni siquiera sabía lo que buscaba. La joven se acercó a tocarle el hombro.
—Levántate, Yovana, y vuelve al campamento. Te daré una cesta de carbón.
Luego ella miró hacia la anciana.
—Mi rom comprará algunas en el mercado negro.
Penosamente, abrumada tanto por el cansancio como por pena, la muchacha se levantó. Frente a ella, otra joven la miró con expresión burlona y dijo:
—Aquí tienes una chica afortunada. Son otros quienes van a trabajar para ella.
—¿Te parece afortunada, por haber perdido a su padre? —dijo la joven que quería ayudar a Yovana.
—Ella finge estar triste. Durante cuatro años, todos supimos que Tantchi moriría pronto. Yovana debe estar feliz de deshacer de él. Ahora ella puede casarse.
Yovana, que hasta ese momento no había dicho una palabra, estuvo a punto de responder, pero no lo consideró necesario. No tenía más que desprecio por Todora quien casi se había convertido en su cuñada, porque el padre de Todora había sido uno de los primeros en pedir la mano de Yovana para su hijo.
La joven miró a su alrededor, especialmente entre los niños. Por primera vez, Yovana pronunció algunas palabras.
—¿Dónde está Silenka?
Uno de los niños le dijo:
—Se fue por ese lado.
En esa dirección se encuentra una especie de barranco por donde era muy difícil que descendiera una persona de gran tamaño. La propia Yovana nunca se había aventurado en este tipo de lugar. Inmediatamente, colocando su cesta de carbón en el suelo, la joven comenzó a correr tan rápido como le permitían su larga falda. Las demás mujeres y niñas la siguieron, excepto Todora que sonrió y se dijo: «Qué tiene esta Yovana para hechizar a todos?»
Al llegar frente al barranco, algunas mujeres dudaron en seguirla.
—¡Debemos advertir a los hombres! —gritó una de ellas.
—¡No hay tiempo! —respondió Yovana.
E inmediatamente tomó un camino que bajaba hasta el fondo. La siguieron dos valientes muchachas. Tuvieron que agarrarse para no caer, aferrándose a lo que tuvieran a mano. A veces las piedras rodaban bajo sus pies. ¿Cómo pudo una niña de cuatro años haber tomado este camino?
A medida que las tres jóvenes descendían, la oscuridad se hacía más espesa. Las voces de las romnia allá arriba, les llegaban claramente porque gritaban muy fuerte.
Finalmente, Yovana y sus dos compañeras llegaron al fondo del barranco sin romperse el cuello. La hierba era alta. Una niña de cuatro años podría haber desaparecido fácilmente sin ser vista. Temiendo separarse, las tres empezaron a gritar.
—¡Silenka, Silenka! ¿Dónde estás?
Solo su eco les respondió.
—A partir de ahí —dijo Yovana— el camino continúa.
—Puede que haya serpientes —dijo temerosa una de las jóvenes.
Sin escucharla, Yovana siguió el camino a su derecha. Las otras dos se vieron obligadas a seguirla, porque, aunque tenían miedo, también tenían confianza en la hija de Marona.
Después de unos cincuenta metros, las tres jóvenes se detuvieron, atónitas: Silenka estaba allí, arrodillada ante una reja y no parecía asustada en absoluto.
—¿Qué estás haciendo aquí? —gritó Yovana— ¿Cómo llegaste aquí?
La pequeña, al oír su amada voz, levantó la cabeza hacia su hermana, A pesar de la oscuridad, sus ojos brillaban. Dos lágrimas rodaron por sus mejillas. Con voz débil ella respondió:
—Quería champiñones.
¿Cómo se había enterado Silenka de aquel barranco y de aquella reja? Los roms que habían llegado habían dicho que era una champiñonera. La niña había escuchado esta palabra y, aprovechando un momento de descuido de su hermana, se escapó para ir a recoger algunos, sin darse cuenta del peligro que corría. A su edad, no sigues por mucho tiempo las conversaciones de los adultos. Así que no escuchó el resto de lo que habían dicho los roms. Algunos de ellos afirmaban que, durante la Primera Guerra Mundial, en esta cueva, detrás de la valla, estaban enterradas miles de personas que murieron a causa de la gripe española, y que por las noches se oían ruidos extraños, una especie de gemidos. Por eso ningún rom se atrevía a aventurarse en esa dirección tan pronto como el sol desaparecía del horizonte.
Yovana tomó a su hermanita en brazos y le dijo:
—Ven, mamá nos llama. Y tenemos champiñones en casa.
A medio camino se encontraron con varios roms que bajaban a recibirlas. Entre ellos, Stervo.
—¿Ella no tiene nada? —preguntó.
Yovana, que por primera vez desde la muerte de su padre tenía una sonrisa en los labios, respondió:
—Ella quería champiñones.
Silenka, agotada por el cansancio, ya dormía en sus brazos.
Capítulo 2
Casi no quedaba nadie para velar a Tantchi. Algunos ancianos estaban en el umbral de la tsera (tienda), mientras las romnia estaban en el interior.
¿Qué nueva desgracia podía golpear a esta familia? El padre muerto desde hacía unos días, la niña pequeña desaparecida en el barranco: ¡con tal que la encuentren viva! Ese era el deseo de todos.
Los ancianos de la tribu abrieron bien los ojos viendo al gentío regresar al campamento. A la cabeza, Stervo traía a Silenka en brazos. ¿Estaba viva o muerta?
Los rostros de los ancianos se iluminaron al ver que la niña estaba bien. Stervo entregó con cuidado a Silenka a su otra hermana y regreso a la tsera mortuoria donde fue recibido como un salvador.
En el interior de la tsera, al fondo, sobre caballetes estaba el ataúd abierto. La tapa estaba al costado.
El difunto dormía su último sueño, con las manos juntas sobre el pecho, los ojos cerrados, el mentón sostenido por una cinta para impedir que se abriera la boca, porque es impresionante ver la boca abierta de un muerto.
Al lado, sobre una silla desvencijada, acababa de consumirse una vela. No se sabe por qué milagro Stervo había conseguido algunas velas, seguramente por un alto precio.
La electricidad no existía en el campamento, la débil luz apenas alumbraba en interior de la tienda casi vacía. A la cabeza del ataúd, colgado de una percha, se encontraba un icono y un crucifijo.
Al medio, una mangala (brasero) emitía un calor suave. De vez en cuando, una mujer agregaba algunos trozos de madera. Esto producía mucho humo que hacía arder los ojos, hasta que la llama se reavivaba y alumbraba el interior.
Alrededor de la mangala, los roms, al menos los mayores, estaban sentados con las piernas cruzadas.
Aparte de lo mencionado, en el interior de la tsera no había nada más, excepto un aparato de carburo que aún no había sido encendido.
Cuando un rom está agonizando, las mujeres, sus parientes más cercanos, retiran todo lo que haya a su alrededor, incluso la cama, porque, después de su muerte, todos los objetos, incluida la tsera, tendrán que ser quemados. Como esto ocurrió durante la Segunda Guerra Mundial, los objetos destruidos habrían sido irreemplazables. Por eso Tantchi murió sobre paja.
Gesticulando mucho, Stervo le explicó al anciano dónde se había extraviado su hermana pequeña Silenka y cómo la había encontrado Yovana. Los gitanos escuchaban en silencio, fumando sus pipas, aunque era difícil abastecer a todos, a los ancianos nunca les había faltado tabaco; los jóvenes se encargaban de ello.
Habló uno de los viejos, de unos sesenta años, extremadamente feo, con la cara enorme y llena de granos, la nariz chata, en definitiva la fealdad misma, se llamaba Voso.
—Stervo, sabes que mi experiencia es amplia, nadie lo ignora. Me gusta bromear, porque me he mantenido joven en el corazón. Pero lo que acaba de pasar con tu hermana es bastante grave.
—¿En qué sentido? —preguntó Stervo—. Me parece que está absolutamente fuera de peligro.
—Fuera de peligro, es mucho decir. Me pregunto qué atrajo a Silenka hacia estos siniestros lugares
—Ya te lo dije: los champiñones.
—No, ese es el motivo aparente. Hubiera querido conocer su subconsciente. Un niño, incluso de esta edad, tiene miedo. Sobre todo, miedo a los pozos, a las sombras y mil cosas que su pequeña mente pueda imaginar. Por lo que a mí respecta, si fuera necesario, me arriesgaría a descender al fondo del barranco con aprehensión. Un joven como tú, ¿puede llegar ahí sano y salvo?
—Sí, pero como cualquiera, puede correr el riesgo de caerse.
—Entonces piensa en Silenka. Una niña de su edad probablemente se rompería los huesos al llegar al fondo. Sin embargo, llegó allí sin un solo rasguño. ¿No había una mano invisible sosteniéndola?
Todas las miradas se posaron en el ataúd de Tantchi.
—Esto puede parecer realmente extraño. Pero creo que Silenka fue hasta la entrada sin darse cuenta del peligro que corría. Hablaste de su subconsciente. ¿Podría tratarse de esto, a su edad?
—El subconsciente existe a cualquier edad. Creo que, como yo, crees en la reencarnación. ¿Quién fue ella en otra vida? ¿En qué cuerpo vivió su alma? Estos son problemas muy misteriosos. Gracias a mi larga experiencia, he encontrado enigmas que permanecieron oscuros para los demás. El alma suele ser independiente del cuerpo. A veces escapa al control de la persona. Sabes, como yo, que un hipnotizador puede hacer dormir a una persona y dirigirla como mejor le parezca. En este caso el alma ya no reacciona. Está dormida. Pero imaginemos que el hipnotizador no es de este mundo, que es un alma fuerte que perteneció a una especie de mago; por lo tanto, puede dominar fácilmente la nuestra, y aún más fácilmente, la de un niño.
—Tus explicaciones son demasiado complicadas para los roms que nos escuchan. Sin embargo, si entiendo bien, un muerto, que podría ser mi padre, ¿habría guiado los pasos de Silenka hacia el barranco?
—Guiado y apoyado —dijo Voso—, y tal vez, incluso atraído hacia él. Porque recuerda, no sabemos qué hay detrás de la valla. ¿Son champiñones, como sostienen algunos, o huesos humanos, como afirman otros, entre los que me encuentro?
Este tipo de discusión sobre temas similares era frecuente entre Stervo y Voso. Los demás roms los escuchaban sin interrumpirlos, porque les apasionaba. Pero, en realidad, estas fueron lecciones que el maestro Voso le dio a su alumno Stervo.
—Si te entiendo bien, —dijo el joven rom—, y si quiero seguirte en tu disertación, ¿mi padre sería un fantasma y mi hermana una poseída?
—No dije nada de eso. Solo tomo nota de hechos, analizo acontecimientos. Cuando dices fantasma, inmediatamente piensas en el espíritu de una persona fallecida, no en su cuerpo. Ahora bien, mientras tú corrías hacia allí, nosotros, los viejos estábamos aquí y nadie vio a Tantchi levantarse y acudir en ayuda de Silenka. Si esto hubiera sucedido, no habría creído en lo sobrenatural, sino en un milagro divino. Tu padre está muerto, bien muerto. El médico lo certificó ayer, y la ciencia, hasta que se demuestre lo contrario, no se equivoca. ¿A qué llamamos fantasma, sino al espíritu que regresa al cuerpo después de haberlo abandonado y le permite moverse nuevamente? Nosotros, los vivos, si vemos algo así y no creemos en un milagro, inmediatamente creemos que es un fantasma. Suponiendo que esto sea posible, ¿qué fuerza puede tener el hombre que acaba de renacer? Dudo que pueda haber suficiente vitalidad en él, incluso para sostener a una niña de cuatro años.
—¡Pero te contradices! —gritó Stervo.
—En absoluto —respondió a su vez Voso—. Cuando dije que un espíritu dominaba a Silenka, no pensé en un muerto y menos aún en Tantchi. Solo hice suposiciones, hipótesis y todavía lo hago. Les expliqué el caso del hipnotizador. Que este hombre o mujer tenga poder absoluto sobre otro, es posible. Silenka, en su peligroso descenso hacia el barranco, podría haber sido sostenida tanto por el espíritu de un muerto, como por el espíritu de un vivo.
—¿Piensas en Dharani, la bruja? —preguntó Stervo.
—En ella primero, en los demás después. Oh, si Silenka fuera un poco más grande, tal vez podría habernos contado este misterio. Es muy pequeña, lo olvidará, pero su subconsciente lo recordará.
—¿Qué recomiendas como remedio?
—No hay ninguno —respondió Voso—, no puedo curar lo que no conozco.
Un viejo rom se tomó la libertad de hablar.