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Tras perder a su marido Toby, Lady Victoria Howard, de 34 años, se entera por su abuela de que posee la capacidad de viajar en el tiempo utilizando un espejo mágico heredado de su familia. Victoria está aceptando su vida sin Toby y se encuentra empezando algo nuevo con su contable, y amigo de Toby, Jonathan. Pero, ¿está cayendo en algo monótono y opresivo como su matrimonio? Cuando Victoria viaja en el tiempo, conoce al intrigante pero intenso William, que vive en la misma casa que su abuela pero varias generaciones en el pasado. Con William tiene el tipo de encuentros sexuales tórridos con los que sólo podría haber soñado cuando estaba casada. A medida que se arriesga en el pasado, la vida de Victoria cambia también en la actualidad, ya que busca nuevas experiencias, como visitar una feria fetichista y hacer un trío especialmente singular en París. El espejo empieza a abrir su pequeño mundo y Victoria no tarda en maravillarse ante las infinitas posibilidades y todos los nuevos placeres que su don de viajar en el tiempo puede proporcionarle...
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Seitenzahl: 189
Veröffentlichungsjahr: 2024
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Lady Victoria Howard
Lust
Confesiones de una dama 1: Nuevos comienzos
Translated by LUST
Original title: New beginnings: Complete season
Original language: English
Cover image: Shutterstock
Copyright ©2022, 2024 Lady Victoria Howard and LUST
All rights reserved
ISBN: 9788728345542
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
No part of this publication may be reproduced, stored in a retrieval system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
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Saga is a subsidiary of Egmont. Egmont is Denmark’s largest media company and fully owned by the Egmont Foundation, which donates almost 13,4 million euros annually to children in difficult circumstances.
Un año. Cinco meses. Tres días. Dos horas y 57 segundos, 58... 59...
Victoria contaba cada segundo que pasaba. Tenía por delante el vacío del día: segundos, minutos y horas que llenar, la rutina de la vida diaria, antes de poder ir a dormir y despertarse para volver a empezar. Contar los segundos era un ejercicio sin sentido, pero un hábito obsesivo que la mantenía cuerda.
«Pero a ti también te ha impedido avanzar, ¿no?»pensó mientras estudiaba su rostro en el espejo del baño.
Hoy será diferente. Hoy es el día, se dijo a sí misma.
Su mejor amiga, Sally, lo había puesto todo en marcha. «¡Tienes por delante los mejores años de tu vida!», exclamó mientras bebían su segunda botella de vino un viernes por la tarde, un mes atrás. «Solo tienes 34 años, estás soltera y eres guapísima. Ni siquiera lo sabes, por Dios. Aún no has alcanzado tu pico sexual», dijo guiñándole el ojo y levantando la copa.
En aquel momento, Victoria se quejó y puso los ojos en blanco. Claro que había echado de menos el sexo desde la muerte de Toby, pero había dejado a un lado la idea del placer mientras intentaba asimilar el hecho de haberse convertido en viuda tan joven. ¡Una viuda! Madre mía, la hacía parecer más mayor de lo que era.
Sabía que no era culpable de la muerte de Toby. No. La culpa recayó directamente en el conductor listillo de 16 años que robó el Tesla. El hecho de que fuese un coche "silencioso" y de que el chaval estuviera demasiado ocupado presumiéndolo ante su novia y no prestara atención fueron "factores contribuyentes" al accidente, tal y como señaló el forense.
En la investigación no se mencionaron los momentos previos a que Toby apareciese en el camino del Tesla: el "desagradable" enfrentamiento, como Toby lo había llamado, las acusaciones entre lágrimas de ella, y las vehementes negaciones de él. Vaya mentiroso.
Se habían casado al terminar la carrera universitaria y durante los trece años que duró su matrimonio, solo había tenido ojos para Toby. La idea de conocer a alguien y empezar de nuevo no le había atraído hasta hacía poco, pero por fin había empezado a sentir un movimiento en su interior.
Ha llegado la hora. Ha llegado el momento de dejar de sentirse culpable por querer seguir adelante.
Miró atentamente su reflejo y las pupilas de sus ojos verdes, como los de una gata, se dilataron al imaginar todo el placer que existía ahí fuera.
Se preparó una taza de té y la llevó al soleado salón de la planta de abajo. Habían comprado la casa de Primrose Hill al inicio de su matrimonio y, mientras miraba la habitación, se dio cuenta de la suerte que tenía de vivir en una casa tan bonita. Los últimos diecisiete meses le habían hecho olvidar las cosas buenas de su vida. En sus momentos más oscuros, su abuela había viajado desde sus tierras en Gloucestershire para visitarla y recordarle que, por muy triste que fuera su vida en ese momento, no era el fin del mundo. Puede que Lady Isabelle fuese privilegiada desde su nacimiento, pero era una mujer fuerte y había sido el pilar de Victoria durante casi toda su vida.
Se detuvo y tomó la fotografía enmarcada de sus padres que tenía sobre la repisa de la chimenea. Habían hecho una pareja increíble. Su padre, Richard, el duque de Bibury, tenía el aspecto de un caballero de Gloucestershire; nariz aguileña y color en las mejillas, pelo castaño arenoso difícil de domar y la barbilla ligeramente alzada, indicando al mundo entero que era consciente de su estatus social. Sin embargo, por lo que ella recordaba, nunca había sido un esnob y siempre había tratado a todo el mundo con la misma cortesía. Había sido muy querido por todos los trabajadores de la finca y los habitantes de la zona. Además, era un cliente asiduo delpub del pueblo, el Bibury Arms, donde se referían a él como el Duque Dickie. Al parecer, el apodo le hizo tanta gracia que a menudo se presentaba como Duke Dickie al contestar al teléfono de casa. Valoraba mucho los recuerdos que tenía de él, y de Eloise, su divertida madre.
El aspecto de su madre contrastaba con el aspecto tan inglés de su padre. Al igual que Victoria, tenía el pelo castaño, que en la foto llevaba en un estilo muy popular de finales de los años setenta. «¿Quién era la actriz que había hecho famoso ese estilo?» se preguntó Victoria. «Ah, sí, Farah Fawcett Major en Los ángeles de Charlie.» Su piel era de un dorado más intenso que la de Victoria, pero compartían los mismos ojos verdes felinos. Durante su época en Cambridge, más de un estudiante le comentó que no tenía pinta de inglesa, y ella explicó que se parecía a su madre, que había heredado ciertos rasgos físicos de su abuela francesa, Fleur.
Su abuela era de Marsella, uno de los puntos de encuentro entre Europa y África del Norte, y Victoria se imaginaba que, si algún día se hacía una de esas pruebas de ADN que revelan el origen étnico de una persona, se llevaría alguna sorpresa.
Estudió el rostro de su madre con más detenimiento: podría haber sido una modelo increíble, pensó, especialmente para artistas como Matisse o Klimt. Victoria examinó la foto con la mirada profesional de una experta en arte moderno. La había tomado un famoso fotógrafo muy cercano al círculo social real, y era un buen ejemplo de su estilo de retrato. Volvió a colocar la foto en el lugar que había ocupado desde que Victoria y Toby se mudaron a Chalcot Terrace, y por primera vez en mucho tiempo, deseó que sus padres todavía estuvieran vivos. Habían muerto en un accidente dos meses después de que Victoria cumpliera trece años; una niña a punto de convertirse en mujer. La Nochebuena de 1997 había sido testigo de un fuerte temporal en el Reino Unido, y cuando sus padres regresaban en coche de casa de un amigo en Cirencester, un árbol arrancado por los vientos huracanados aplastó su coche y provocó la muerte instantánea de la pareja. Como consecuencia, su abuela Lady Isabelle había asumido el papel de madre tanto de Victoria como de su hermano mayor James, que había heredado el trono ducal. Aunque su abuela había sido su pilar desde entonces y tras la muerte de Toby, seguía anhelando de todo corazón que sus padres aún estuvieran vivos para poder acudir a ellos en busca de consuelo.
Los primeros meses tras la muerte de Toby en noviembre de 2016 fueron devastadores. No solo había muerto delante de ella; también le había ocultado sus finanzas. Victoria nunca había tenido que preocuparse de cuestiones monetarias, y no le había supuesto ningún problema el hecho de que Toby se ocupara de todas sus cuentas e inversiones. Su muerte la había obligado a examinar su situación financiera, pero no sabía por dónde empezar… Ni tan siquiera podía acceder a su ordenador. Por suerte, el hijo de un amigo, que era un genio de la informática y un aspirante a hacker, había descifrado la contraseña de Toby y había conseguido recuperar algunas cuentas y correos electrónicos personales que nunca deberían haber llegado a las manos de Victoria.
Victoria recordó la primera vez que vio a Toby. «¿Quién es?»lehabía susurrado a Sally al verlo entrar en el Anchor de Cambridge, uno de los pubs favoritos entre los estudiantes universitarios.
Victoria y Sally estaban en su rincón favorito y apenas habían brindado por su primera copa de vino blanco de la casa cuando Toby, con la cara aún roja después de haber jugado un partido improvisado de rugby con los chicos, entró por la puerta con dos amigos, Guy y Jonathan. Estaba buscando a los demás cuando su mirada se posó directamente en ella. Inspiró bruscamente y lo supo. Él era suya. Ella era suyo.
Envalentonada por una segunda copa de vino blanco, Victoria se había acercado a la barra para pedir otra ronda para ella y Sally y se había asegurado de sentarse justo al lado de Toby y sus amigos. Todos se fijaron en ella; era alta, pero no demasiado, atlética, con el pelo castaño que le caía en ondas por los hombros. Tenía unos penetrantes ojos verdes y una piel dorada que se bronceaba con facilidad.
Aquella noche se acostaron juntos, se enamoraron rápidamente y se casaron apenas una semana después de graduarse. Había sido una joven audaz, pero trece años de matrimonio con Toby, que medio en broma se autodenominaba "Maestro del Universo", la habían despojado de su autoestima natural. Ojalá hubiera prestado más atención a su verdadera naturaleza desde el principio.
Ahora tenía otras cosas en las que pensar: iba a ver Jonathan, su contable. Al parecer, tenía "noticias". Poniendo los cojines del sofá en su sitio y dándole un puñetazo a uno de ellos, recordó que Jonathan había estado con Toby el día en que había conocido a su futuro marido. Ahora era su contable, ¡y era bastante atractivo!
En los meses posteriores a la muerte de Toby, Jonathan cruzaba la ciudad a menudo para ir a visitarla a Primrose Hill y para que no se tuviese que preocupar por el tráfico. Fue esa época inicial, cuando ambos intentaban poner un poco de orden en las inversiones de Toby, su testamento y las reclamaciones al seguro de vida.
Le vendría bien un poco de atención. ¿Se atrevería? Un poco de ligoteo no podía hacerle daño a nadie. Esperaba haber leído sus señales correctamente.
La cuestión era: ¿qué iba a ponerse? Había estado esperando para probarse una de sus últimas adquisiciones, así que se puso a indagar en su nuevo ropero con mucha atención.
Sencillo y clásico, sujetador y braguitas push-up de encaje blanco. Hacía tiempo que no iba a Rigby & Peller o que gastaba tanto dinero de una sola vez, pero era una inversión que merecía la pena. El blanco puede ser un poco virginal, pensó, pero el rojo o el negro era adelantarse a los acontecimientos. Se ajustó los pechos turgentes pero firmes y se echó hacia atrás. Le encantaba el conjunto y, por primera vez en mucho tiempo, apreció lo atractiva que podía llegar a ser.
Se subió la cremallera de su falda de tubo negra de Zara: le quedaba menos ceñida que la última vez que se la había puesto. Ahora le sentaba mucho mejor en las caderas y se le ajustaba perfectamente por detrás. Victoria se puso la blusa de seda color limón de Chloe, otra compra impulsiva. Probablemente era demasiado para una reunión con un contable, especialmente Jonathan. Demasiado endeble, demasiado revelador, demasiado… sexy, pero qué más daba. Completó el atuendo con sus zapatos de tacón negros favoritos de Jimmy Choo: acentuaban la curva de sus pantorrillas y alargaban las piernas. Decidió dejarse la larga melena castaña suelta sobre los hombros. Una última mirada al espejo y ya, estaba lista.
¿Se acordaría de cómo hacerlo?
Tomó su BMW y emprendió camino hacia el despacho de Jonathan. Avanzaba lentamente en el congestionado tráfico londinense mientras soñaba despierta a ratos. Afloró un recuerdo de Toby: había ocurrido la primera vez que trabajó toda la noche y llegó a casa después del amanecer. Ahora sabía que su historia sobre terminar los planos de un nuevo edificio de oficinas en la City probablemente era mentira. Podría haber sido un arquitecto estrella, pero ahora sabía que su trabajo "hasta tarde" era más bien un juego.
Aquella mañana había entrado sin hacer ruido al dormitorio. «Tengo que disculparme», había susurrado, recorriendo ligeramente la curva de sus caderas, deteniéndose un momento en sus muslos, sus nalgas, el arco de su espalda, y trazando círculos de deseo sobre su carne, haciéndola jadear de placer. «¿Me perdonas?» Ella lo observó: su sonrisa juguetona, su pelo despeinado y su pecho desnudo estaban tentadoramente cerca. Le miró a los ojos y él vio la respuesta que esperaba.
Inclinándose hacia ella, la besó profundamente, y con la misma naturalidad y pasión, ella le devolvió el beso. El calor de sus cuerpos la excitó al instante y su lengua entró en la boca de ella y la exploró profundamente, aumentando su excitación. Acercó el cuerpo de Victoria hacia él y le acarició uno de sus firmes pechos, antes de que su dedo y su pulgar encontraran el pezón, que se endureció bajo sus caricias. Toby llevó su boca de los labios a los pechos, succionando con la fuerza suficiente para provocarle el estremecimiento que tanto disfrutaba.
Los dedos de su otra mano bajaron por su vientre y entre sus piernas. La palpó, acariciándola suavemente, separando los labios para sentir su humedad. Un gemido escapó de lo más profundo de su garganta cuando él introdujo uno, y luego dos de sus dedos en su interior, estableciendo un ritmo al que las caderas de ella respondían automáticamente. Sintió la erección presionando contra su muslo e instintivamente llevó la mano a su dura polla. Él gimió mientras ella lo acariciaba suavemente, con ligeros toques, un movimiento apenas perceptible, de arriba abajo, que siempre lo excitaba. Movió la yema de los dedos hasta la punta de su sexo y, demasiado deprisa, una burbuja de humedad salada se escapó. Experimentó una abrumadora sensación de satisfacción por haberlo complacido.
A cambio, él había bajado lentamente por su cuerpo, besando y lamiendo cada centímetro de su piel. Era insoportable y maravilloso a la vez. Con los ojos cerrados, saboreó cómo se movía entre sus piernas. Él la miró, mientras su lengua lamía la longitud de sus labios hinchados. Su clítoris palpitaba, ansiando liberarse. La punta de su lengua lo rodeó, suavemente, luego con más firmeza...
Un claxon atronador sacó a Victoria de su ensoñación e hizo avanzar el coche.
Veinte minutos más tarde, Victoria daba los buenos días a la recepcionista rubia y glamurosa de Wentworth, Blake y Asociados. Qué joven parece, pensó Victoria, cohibida, mientras le ofrecía asiento y una taza de té.
«El señor Wentworth se ha retrasado un poco. Me ha pedido que le pida disculpas y espera que no le importe esperar», sonrió la recepcionista mientras le entregaba la taza de té.
Victoria le devolvió la sonrisa. «No tengo prisa. Por favor, dile que esperaré».
No tenía nada más que hacer el resto del día, y, además, los planes que tenía incluían a Jonathan. Sería un placer esperar, pensó, sonriendo para sus adentros.
Buscando entre las revistas de papel satinado de la recepción, cogió un ejemplar de GQ. Sin duda parecía más interesante que El contable. La hojeó hasta detenerse en una entrevista con Paul McCartney, donde recordaba algunas de las aventuras más obscenas que había tenido con los otros miembros de la banda. Se sorprendió al leer sobre tríos en Las Vegas, masturbación mutua en la oscuridad y otras historias que escandalizado a ciertas personas.
Victoria reflexionó sobre el hecho de que solo había tenido sexo con Toby. El sexo con él le había proporcionado placer e intimidad, pero siempre solían seguir la misma rutina con algunas variaciones menores, como el lugar, aunque siempre dentro de casa, bajo el mismo techo una y otra vez. Una noche, mientras paseaban por Primrose Hill, Victoria mencionó haber leído algo sobre el número de personas que follaban en los parques de Londres. Toby se rio y añadió: «Espero que no pienses que podemos intentarlo». La forma en que lo había dicho la había sorprendido. Era solo una conversación, pero su tono había sido innecesariamente agresivo. Se sintió menospreciada, encerrada en sí misma. Intentó imaginar qué habría dicho si Victoria le hubiese propuesto un trío. No es que se le hubiera ocurrido sugerir algo así, pero había oído suficientes historias de Sally como para saber que el sexo puede ser muchas cosas.
Se preguntó qué era lo que realmente le gustaba: ¿algo que ya conocía, o le interesaban otras cosas que sólo había leído? Estaba pensando en ello, cuando se dio cuenta de que había alguien delante de ella.
«¡Jonathan!», exclamó, dejando la revista sobre la mesa y poniéndose de pie.
«¡Tori!» la saludó cariñosamente cogiéndola por los hombros para acercarla y plantarle un beso en ambas mejillas. «Siento mucho haberte hecho esperar», se disculpó Jonathan. Había usado el diminutivo de su nombre. Toby había empezado a utilizarlo en Cambridge y, como consecuencia, todo su círculo social había seguido su ejemplo.
Discretamente, Victoria le observó: el traje azul marino oscuro que llevaba puesto acentuaba su cuerpo atlético. La impecable camisa blanca y la corbata azul pálido denotaban profesionalidad, y sus rizos castaños le recordaban la juventud que todavía no había perdido del todo.
Jonathan siempre se las arreglaba para estar en estupenda forma; probablemente porque realmente lo estaba. Era una de esas personas que va por la vida haciendo que todo parezca fácil y agradable. Nunca se había casado... quizá ése fuera su secreto... pero había tenido una serie de novias hermosas y de aspecto saludable que no habrían desentonado en la portada de ninguna revista de moda. Nunca parecían Barbies; a Jonathan siempre le habían gustado las mujeres fuertes, inteligentes y de éxito, de las que dirigían su propio negocio y corrían maratones. De repente se dio cuenta de algo que nunca había visto antes, ni en todos los años que llevaban siendo amigos: en su entorno de trabajo desprendía un aire seguro y seductor. ¿Dónde había quedado el Jonathan tímido y torpe que conocía?
«¿Qué estabas leyendo?», preguntó.
«Oh, algo sobre las aventuras sexuales de los Beatles», rio nerviosa.
«Mmmm, interesante. ¿Has aprendido algo útil?»
«Útil?» respondió ella, preguntándose qué quería decir.
Jonathan no contestó; la miró directamente a los ojos, como nunca lo había hecho antes. Un latido después le hizo un gesto con la mano y dijo: «Sígueme».
Se colocó a su lado, preguntándose si iba a ser una reunión sobre sus finanzas o algo totalmente distinto.
◊ ◊ ◊ ◊ ◊
La enorme ventana de la oficina servía de marco para lo que podría haber sido un óleo titulado: "Londres en abril". Si alguna vez había estado en Londres en abril no hacía falta añadir nada más. Era uno de los mejores meses: días claros y luminosos con la aparición de narcisos y brotes de árboles que prometían el verdadero comienzo de un nuevo año bajo un cielo azul y burbujas caricaturescas de nubes blancas.
«¿Qué tal va todo?» Jonathan hizo la inevitable pregunta mirando de reojo bajo sus pestañas castaño oscuro. Se había acostumbrado a la pregunta y a la forma en que la formulaba, pero por primera vez pudo responder con sinceridad: «Bien. Muy bien. Gracias». Y se dio cuenta, sorprendida, de que realmente estaba "bien". Había "pasado página", como le habían dicho que ocurriría "con el tiempo".
«¡Vaya, tienes buen aspecto!», dijo con una amplia sonrisa. «Pero bueno, para mí siempre tienes buen aspecto.»
De nuevo esa mirada de reojo mientras se movía alrededor de su escritorio de caoba oscura hacia su imponente sillón de cuero, ambos heredados de su padre, también contable; el hombre que había fundado la empresa que seguía floreciendo 50 años después.
Jonathan también había heredado del hombre su aspecto y su color. Casi podrían describirse como "oscuros y melancólicos", pero Jonathan siempre tenía una sonrisa contagiosa en la cara y una risa igual de contagiosa. Parecía un alegre Colin Firth después de unas copas.
Sin darse cuenta, recordó la escena que había estado rememorando en el coche y se ruborizó violentamente. Súbitamente acalorada, preguntó: «¿Tienes algo de beber? Agua estaría bien, por favor».
«Por supuesto», dijo. "¿Qué prefieres? ¿Con o sin gas? ¿O prefieres un café o té?». Ella negó con la cabeza. «Tu recepcionista me preparó un té. Un agua está bien, Jonathan, gracias».
Jonathan continuó: «Tengo una idea... Sé que aún no es hora de comer, pero ¿por qué no nos tomamos una copa de champán? Hace mucho que no lo hacemos, y he estado esperando una ocasión especial». Parecía muy decadente beber champán a esas horas, era algo que había hecho a menudo cuando trabajó en relaciones públicas nada más salir de la universidad, cuando los brindis por los éxitos y los largos almuerzos con alcohol la ayudaban a conseguir cuentas muy importantes. Antes de que pudiera protestar, Jonathan sacó de la nevera de su despacho una botella de Pol Roger Winston Churchill 2006 y puso dos copas de cristal en la mesa. Era su champán favorito. Se acercó a uno de los dos sofás y le hizo señas para que se uniera a él.
«Vaya sorpresa», dijo. «Debes tener muy buenas noticias, ¿no?»
Descorchando la botella con destreza, sirvió dos copas con perfecta precisión y, después de pasarle la suya, brindaron mientras se miraban directamente a los ojos y se sonreían. Por primera vez, él apartó la mirada primero y ella se preguntó por qué.