Conocer la Apocalíptica judía para descubrir el Apocalipsis - Rubén Bernal Pavón - E-Book

Conocer la Apocalíptica judía para descubrir el Apocalipsis E-Book

Rubén Bernal Pavón

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Beschreibung

En Conocer la Apocalíptica judía para descubrir el Apocalipsis Rubén Bernal presenta un estudio documentado a nivel académico que analiza los nexos del Apocalipsis con la anterior literatura judía del mismo género, y una visión general de la literatura del Segundo Templo; analizando cada imagen, símbolo o metáfora del Apocalipsis. Rubén Bernal, en su libro Conocer la Apocalíptica judía para descubrir el Apocalipsis, ha escrito un estudio bíblico bien documentado, serio a nivel académico, accesible y divulgativo sobre los eventos de los últimos tiempos que aparecen en el libro de Apocalipsis. Es un hecho que en tiempos de crisis lo apocalíptico tienda a ponerse de moda. En este contexto, aumenta el interés por asomarse a comprender ese misterioso libro de la Biblia que llamamos Apocalipsis. Pero también es cierto que existe mucho fraude de pseudoescatólogos o profetas modernos con ideas especulativas, supersticiosas y poco serias. Pocos libros divulgativos dedican la consideración que merece estudiar el género apocalíptico que se cultivó siglos antes de nuestro Apocalipsis y que, desde luego, conocerlo nos ayuda a descubrir mejor nuestro último libro de la Biblia; tema que trata este libro como bien indica su título. Por tanto, esta obra es un brevísimo manual que analiza los nexos que tiene el libro bíblico de Apocalipsis con la anterior literatura judía del mismo género y una visión general de la literatura del Segundo Templo. Se analiza cada imagen, símbolo o metáfora del último libro de la Biblia, sin embargo, no lo hace de forma exhaustivo sino general pues pretende ser un manual divulgativo y pedagógico para un primer acercamiento al tema.

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CONOCER ...> LA APOCALÍPTICAJUDÍA PARA....>DESCUBRIR..> ELAPOCALIPSIS

Similitudes y diferencias

Rubén Bernal Pavón

Editorial CLIE

C/ Ferrocarril, 8

08232 VILADECAVALLS

(Barcelona) ESPAÑA

E-mail: [email protected]

http://www.clie.es

© 2022 por Rubén Bernal Pavón.

«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.cedro.org; 91 702 19 70 / 93 272 04 45).».

© 2022 por Editorial CLIE. Todos los derechos reservados.

Conocer la apocalíptica judía para descubrir el Apocalipsis

ISBN: 978-84-18810-88-6

eISBN: 978-84-18810-89-3

Escatología

Estudios bíblicos

Acerca del autor

RUBÉN BERNAL PAVÓN, apasionado por el estudio bíblico y teológico, se graduó con altas calificaciones por la Facultad de Teología SEUT (Madrid) y realizó un máster en Teología Fundamental por la Universidad de Murcia con una media de sobresaliente. Ha realizado estudios teológicos en el Instituto Superior de Teología y Ciencias Bíblicas CEIBI (Santa Cruz de Tenerife, España). También posee una diplomatura en Religión, Género y Sexualidad por UCEL/GEMRIP (Rosario, Argentina). Colabora en la dirección de la revista Lupa Protestante donde publica artículos con regularidad. Igualmente ha publicado en otros medios como la revista chilena Razón y Pensamiento Cristiano, Pastoral Ecuménica, Renovación o Working Preacher. Aunque su principal área de interés se centra mayormente en la exégesis bíblica, debido a su afán pedagógico, escribe textos divulgativos de teología con fines catequéticos.

Nacido en 1982 en la ciudad de Málaga, ha trabajado por más de una década como monitor de salud mental en el área de psiquiatría de un hospital. Está casado y tiene dos hijos. Ejerce el ministerio pastoral en la Iglesia Protestante del Redentor (IEE), la iglesia reformada más antigua de la provincia de Málaga, España.

ÍNDICE

Abreviaturas

Prólogo por Justo L. González

Presentación

I.      Introducción

1)Justificación e importancia de nuestro estudio

II.     ¿Qué es la apocalíptica?

1)Características de la apocalíptica

2)Simbolismo y desvelamiento: el lenguaje apocalíptico

3)Escatología y apocalíptica

4)La apocalíptica en la Biblia

5)El sentir del pueblo

III.    Comienzo y desarrollo

1)El cambio en la concepción de Dios

2)Esenios, apocalíptica y la vida tras la muerte

IV.    Libro de Daniel

V.     Ciclo henóquico

1)Libro de los vigilantes

2)Libro de las parábolas

3)Libro de la astronomía

4)Libro de los sueños

5)Exhortaciones de Henoc

VI.    Apocalipsis de Juan

1)Fundamentación veterotestamentaria

2)¿Un calendario del fin del mundo?

3)Similitudes respecto al género apocalíptico

3.1Una escritura simbólica

3.2Algunas referencias directas

3.3El símbolo como sistema para camuflar a los opresores

3.4El juicio en Apocalipsis

4)Diferencias con la apocalíptica

VII.   Un legado de esperanza y compromiso

VIII.  Conclusión

IX.    Anexo. 1 Henoc

Bibliografía

ABREVIATURAS

1 Hen: Primer libro de Henoc.

2 Hen: Segundo libro de Henoc (Henoc eslavo).

3 Hen: Tercer libro de Henoc.

Ap: Apocalipsis.

BP: Biblia del Peregrino (EGA-Mensajero).

BTI: Biblia de Traducción Interconfesional (Biblioteca de Autores Cristianos – Verbo Divino – Sociedades Bíblicas Unidas, 2008).

Caps: Capítulos.

CMI: Consejo Mundial de Iglesias.

Dn: Daniel.

GDEB: Gran diccionario enciclopédico de la Biblia.

AT: Antiguo Testamento.

LP: Libro de las parábolas

LV: Libro de los vigilantes.

NDBC: Nuevo diccionario bíblico Certeza.

NT: Nuevo Testamento.

RVR95: Biblia Reina-Valera Revisión 1995.

TM: Texto Masorético.

PRÓLOGO

La Biblia, Palabra de Dios para su pueblo, ha sido fuente de vida, de esperanza y de bendición tanto para la iglesia como para el mundo. La Biblia, más que ningún otro libro, ha servido a los individuos y los pueblos para gobernar su vida y su orden para el bien tanto propio como común. Pero esa misma Biblia, mal leída y mal interpretada, también ha tenido funestas consecuencias. Increíblemente, la Biblia fue el libro que muchos cristianos usaron durante la Edad Media para justificar la persecución y matanza de millares de judíos. Igualmente la usaron los nazis para justificar sus atrocidades. La Biblia se empleó para justificar la esclavitud, y todavía se emplea para justificar los prejuicios sociales. Luego, la interpretación de la Biblia es de suma importancia, no solamente para predicadores y teólogos, sino también para el bienestar de la humanidad toda.

Entre todos los libros de la Biblia, ninguno ha sido tan mal interpretado ni tan mal usado como el Apocalipsis. Esto se debe en parte a que no es un libro fácil de entender. Tanto es así que Juan Calvino, quien compuso comentarios sobre todos los demás libros de la Biblia, no escribió uno sobre el Apocalipsis, declarando que no se consideraba apto para ello. También Lutero tuvo dificultades con este libro. Y lo mismo puede decirse acerca de innumerables cristianos a través de las edades.

La simbología misteriosa del Apocalipsis se presta para toda clase de interpretación estrambótica. Basta con mirar en Internet para encontrar centenares de ellas. Este buen señor cree haber descubierto la clave misteriosa que prueba que la bestia es el dictador de turno, o el reformador político que no es de su agrado, o el Papa, etc., etc. Aquel otro, contando versículos y multiplicándolos por capítulos, dice probar que ahora vamos por la sexta trompeta. Sobre la base de tales especulaciones, también saben exactamente cuándo será que el Señor volverá. ¡Hay hasta que nos dice que faltan 14 meses, 13 días y ocho horas!

Tales interpretaciones deben ser rechazadas por dos razones principales. La primera de ellas es que es antibíblica, pues el Señor mismo nos ha dicho repetidamente que la fecha del tiempo final está escondida en el seno de la voluntad del Padre, y que en todo caso “no os toca a vosotros saber los tiempos o las ocasiones que el Padre puso en su sola potestad”. Si no nos toca a nosotros saber tales cosas, investigarlas y tratar de determinarlas es un supremo acto de desobediencia a la Palabra de Dios. La segunda razón es que el Apocalipsis, precisamente por ser Palabra de Dios, ha de serlo para todos los creyentes en todas las edades. La interpretación tan común, que hace del Apocalipsis una especie de programa para los últimos acontecimientos, de modo que es posible discernir que vamos por la séptima trompeta, y que Señor viene pasado mañana, quiere decir que aquellos cristianos en Esmirna o en Pérgamo que recibieron este libro no podían entenderlo, pues se refería a acontecimientos que tendrían lugar en el siglo XXI. Acosados por toda clase de presión social, política y económica, aquellos cristianos estarían esperando de Juan una palabra de dirección, de aliento y de esperanza, ¡y Juan les escribe para decirles que será necesario esperar hasta el siglo XXI! Igualmente, leer el Apocalipsis como si se refiriera única y explícitamente a nuestros tiempos quiere decir que cuando Agustín lo leyó en el siglo cuarto el libro no era Palabra de Dios para él; ni lo pudo haber sido para Juan Wesley o para nuestros abuelos. En una palabra, leer el libro de tal manera manifiesta una actitud de terrible miopía histórica, como si nuestra generación fuera la única que debería encontrar guía en este libro inspirado por Dios como palabra suya para toda la iglesia en todos los siglos, y en todo lugar. (Cabe también decir que tal lectura de la Biblia, con el propósito de determinar la fecha exacta del día final, es un modo oculto de posponer la obediencia. Si sé que el Señor vendrá el 27 de agosto de 2030, no tengo que preocuparme mucho por la obediencia hasta principios de ese mes).

Consecuencia de todo esto es que el libro de Apocalipsis, que fue escrito para darles esperanza a unos creyentes asediados por las circunstancias, frecuentemente se lee hoy como un libro de miedo, que se emplea para aterrorizar a quien escucha tales interpretaciones. Irónicamente, este libro, que muchos no leen porque no lo entienden, y que otros leen en demasía porque lo entienden mal, es –aparte de los Salmos– el libro de la Biblia que más himnos ha inspirado.

Todo esto quiere decir que tenemos que volver a leer el Apocalipsis, no para descubrir por qué trompeta vamos, ni para saber exactamente cuándo vendrá el Señor, sino para hacernos partícipes de la visión de Juan en Patmos, que es a la vez una visión de esperanza y una visión del modo en que los órdenes existentes distan mucho de ser el orden que Dios desea y que Dios promete.

Pero leer el Apocalipsis correctamente no es fácil. Esto se debe en primer lugar a que, entre todos los libros del Nuevo testamento, este es el que más requiere el conocimiento de tradiciones, literatura y otros elementos culturales que eran comunes entre los judíos del siglo primero, pero que para nosotros son ajenos. Prácticamente no hay un solo versículo en el Apocalipsis que no incluya alguna alusión al Antiguo testamento o a otra literatura o tradición comúnmente conocida a sus primeros lectores, pero ajena al lector moderno.

Es en este campo que el libro que ahora presentamos al público lector nos abre camino a nuevos entendimientos. Naturalmente, en esta obra no se cubre toda esa literatura, que era bien conocida entre el pueblo judío en tiempos del Apocalipsis; pero el estudio sí hace uso serio y útil de una parte importante de esa literatura, la que se refiere al llamado “ciclo de Henoc”. Así, nos ayuda directamente a entender elementos importantes en el Apocalipsis, y al mismo tiempo es ejemplo de cuán útil y necesario es el conocimiento del judaísmo del siglo primero para entender el Apocalipsis. Esto lo prueba nuestro autor Rubén Bernal Pavón en la sección en que aplica a la lectura del Apocalipsis de Juan algo de lo que ha descubierto en la literatura del Ciclo henóquico. Y, para mayor facilidad y provecho de quienes quieran perseguir este estudio, el autor nos regala con sus comentarios directos sobre la traducción de la literatura henóquica de referencia. Ese trabajo de fondo –trabajo de estudio cuidadoso de la literatura y la cultura que constituyen el trasfondo del Apocalipsis– es difícil y especializado. La inmensa mayoría de los libros que se dedican a tal estudio son tan detallados y especializados que su lectura es difícil y hasta imposible para el lector promedio. El autor de este volumen merece nuestro agradecimiento por haber escrito un libro que no solamente toma en cuenta lo mejor del conocimiento actual, sino que también se ocupa de hacérnoslo accesible a quienes no somos especialistas. Por eso, este libro será de doble valor para quien de veras desee estudiar el Apocalipsis con cierta seriedad. Por otra parte, lo que aquí aparece es solamente el principio de la gran tarea a la que todavía se dedican constantemente muchos eruditos. Esperemos que estudiosos tales como el autor de este volumen continúen dando a conocer al público lector lo más importante de las conclusiones a que van llegando.

Lo que corresponde, entonces, es hacer todo lo posible por estar al tanto de lo que esos eruditos nos van diciendo, pero sin descuidar otro elemento importante para la lectura correcta del Apocalipsis. Aun para quienes sabemos poco acerca de la literatura apocalíptica de tiempos del Segundo Templo, hay algo que podemos hacer para acercarnos más a la meta de leer este libro como lo leyeron sus primeros destinatarios. Juan no escribió este libro con el propósito de que fuera analizado palabra por palabra, leyéndolo cada cual en su casa. Lo escribió más bien para que fuera leído en voz alta, de una sola vez, ante la congregación de cada una de las ciudades a que se dirigía. Gracias a la imprenta y a las modernas comunicaciones cibernéticas, podemos leer el Apocalipsis a solas en casa, palabra por palabra, analizar cada palabra buscando sus orígenes y significado en la literatura de la época, etc. Todo esto es bueno y valioso; pero no basta con ello. Un texto cualquiera que haya sido escrito para ser leído en voz alta y ante una congregación requiere que al menos en algunas ocasiones lo escuchemos en conjunto, leído en voz alta. Desmenuzar un texto nos puede ayudar a entenderlo; pero escucharlo en conjunto nos llama a sentirlo y vivirlo.

Tomemos un sencillo ejemplo de la literatura castellana. Federico García Lorca escribió:

Con la sombra en la cintura

ella sueña en su baranda,

Verde carne, pelo verde,

con ojos de fría plata.

Verde que te quiero verde.

Bajo la luna gitana,

las cosas están mirando

y ella no puede mirarlas.

Verde carne, pelo verde,

con ojos de fría plata.

Un carámbano de luna

la sostiene sobre el agua.

La noche se puso íntima

como una pequeña plaza.

Este poema puede y debe analizarse de tal modo que entendamos en la medida de lo posible lo que García Lorca está diciendo. Sin saber lo que es un carámbano, sin tratar de entender lo que el poeta trata de expresar con su referencia al verde, o sin tener la experiencia de una pequeña plaza, perderemos mucho de lo que García Lorca quiere decir. Pero si sabemos todo eso, y nos quedamos en el análisis frío de cada palabra y cada símil, perderemos la poesía misma. Si la leemos en voz baja, sin escuchar su cadencia, también perderemos buena parte de su valor.

De igual modo, al tiempo que estudiamos el Apocalipsis detenidamente, haciendo uso de todo lo que sabemos de aquellos tiempos, como lo hace Bernal en este libro, debemos también leerlo en la medida de lo posible como el autor esperaba que fuera leído: en voz alta y en el culto. Cuando así lo leemos, vemos que el Apocalipsis no es solamente un libro acerca de los últimos tiempos, sino que es también un libro acerca del tiempo presente de cada generación cristiana. Es un libro que nos llama a la obediencia, que reconoce las muchas fuerzas diabólicas que nos rodean, que nos presionan y nos atraen Y es un libro que, en medio de todo eso, nos promete victoria y nos llena de esperanza. Pero, sobre todo, es un libro que nos recuerda que nuestro culto –ese culto en el que Juan esperaba que su libro fuera leído y en el cual nosotros también hemos de leerlo– aquí y ahora, en este momento presente, se una ya al culto celestial que el Apocalipsis describe. Cuando adoramos, no estamos solos, sino que estamos con toda esa victoriosa compañía que el Apocalipsis describe en relucientes metáforas. No en balde, a través de los siglos, inspirada por las palabras de Juan, al celebrar la comunión en la iglesia ha proclamado y frecuentemente sigue: “Por tanto con ángeles y arcángeles y con toda compañía del cielo alabamos y magnificamos su glorioso nombre, ensalzándote siempre y diciendo: ‘Santo, Santo, Santo, Señor Dios de los ejércitos, llenos están los cielos y la tierra de tu gloria. ¡Gloria sea a ti, oh Señor altísimo! Amén’.”

Justo L. GonzálezDecatur, GA19 de julio, 2021

PRESENTACIÓN

El enfoque que el lector encontrará aquí es confesional y responde a una finalidad catequética, orientada a los creyentes de cualquier denominación cristiana. Eso no significa que este libro resulte inútil a los investigadores independientes, pero quiero que de antemano se sepa cuál es la orientación que presento para que no haya “sustos”. ¿Por qué digo esto? Sencillamente porque últimamente encuentro muchos comentarios de investigadores neófitos, no confesionales, que asumen, que si un texto está escrito por un académico creyente, entonces, su obra queda automáticamente invalidada por falta de rigor. Los buenos académicos independientes saben que tal afirmación es una calumnia gratuita, pero esta falacia parece estar divulgándose de nuevo con facilidad. Dicho esto, tampoco pretendo ser presuntuoso, este humilde libro no aspira a ser un trabajo erudito, sino accesible y divulgativo, dentro de los modestos límites que me he marcado.

Es un hecho que en tiempos de crisis lo apocalíptico tienda a ponerse de moda. Por poner unos ejemplos, aparecen películas o series de televisión, libros, canciones o discursos políticos que giran en torno a esta percepción de la realidad. Esto ya era así antes de vernos amenazados con el Covid-19. En este contexto, aumenta el interés por asomarse a comprender ese misterioso libro de la Biblia que llamamos Apocalipsis. Llevados por tal inercia, muchos cristianos caen en manos de pseudoescatólogos (y sus respectivos vídeos, audios, libros, webs…), o se dejan llevar por literaturas supersticiosas y poco serias. En el mejor de los casos, muchos buscadores honestos adquieren obras sobre la interpretación de Apocalipsis y se encuentran con un desastroso caos entre las posturas de las diversas escuelas interpretativas. Pocos de estos libros divulgativos dedican la consideración que merece estudiar el género apocalíptico que se cultivó siglos antes de nuestro Apocalipsis y que, desde luego, conocerlo nos ayuda mejor a descubrir nuestro último libro de la Biblia.1

Por tanto, esta obra es un brevísimo manual que analiza los nexos que tiene el libro bíblico de Apocalipsis con la anterior literatura judía del mismo género. Nos preocupa tomar en serio la raíz de cada imagen, símbolo o metáfora del último libro de la Biblia, sin embargo, un abordaje exhaustivo de todos estos aspectos supondría una obra monumental fuera del propósito de este humilde manual.

Pese a buscar el rigor académico (como su propio aparato crítico muestra), he procurado seguir una intención divulgativa y pedagógica, con intención de ser ayuda para las comunidades cristianas. Por ello he pretendido escribir con sencillez. Decía Ortega y Gasset que “la claridad es la cortesía del filósofo”,2 opino exactamente lo mismo respecto a la teología y los estudios bíblicos: es necesaria la claridad. No obstante, soy consciente de que no siempre la alcanzo. Espero que el lector poco versado en estos temas o en el lenguaje bíblico-teológico no se desanime por ello. Entiendo que la gran cantidad de notas al calce podría despistar a quienes no tengan la costumbre de leer textos académicos, pero quiero creer que tales despistes serían pasajeros, siendo no muy difícil habituarse a esta lectura.

El trabajo hace uso de numerosas fuentes bibliográficas, en su mayoría escritas o traducidas al castellano. Podrá comprobarse la diversidad de enfoques y de ámbitos teológicos de procedencia, así como la inclusión de obras de cierta actualidad (si bien la limitación que supone una bibliografía intencionalmente en castellano priva de la incorporación de alguna novedad significativa).

Como he mencionado, el aparato crítico es muy amplio, con cientos de notas; generalmente cada afirmación viene acompañada de referencias que no solo sustentan cada una de las enunciaciones importantes que expongo, sino que pueden ayudar al investigador a indagar más en su estudio personal.

A pesar de emplear esta amplia bibliografía, se me puede culpar de acudir poco a las fuentes primarias. Aquí es importante señalar que el enfoque de esta obra consiste simplemente en una visión general de la literatura del Segundo Templo, de modo que su comprensión –aunque a vista de pájaro– nos ayude a penetrar mejor en los textos apocalípticos del Nuevo Testamento. No hay que perder de vista que nuestra motivación es simplemente acercar este conocimiento a quien no lo tiene, especialmente en el ámbito de las iglesias.

Este pequeño libro aborda un tema complejo que implica aclimatarse a una época y a una literatura que no es ni fácil ni expresamente conocida, excepto en los ámbitos especializados. De hecho, el propósito aquí es tan sencillo como acercar estas cuestiones a los lectores de la Biblia inexpertos en este asunto. De este modo, al analizar las características y grandes líneas de la apocalíptica (su desarrollo histórico, el contexto cultural y su relación con otros textos de la Biblia), se logre alcanzar una aproximación más gratificante ante los textos de este tipo que encontramos en el Nuevo Testamento, más concretamente ante el propio libro de Apocalipsis.

Es mi deseo haber sido capaz de proporcionar al lector, mediante una argumentación razonada y fácil de seguir, una visión global y resumida de un tema tan arduo, así como haber facilitado una herramienta útil que revisa, clasifica, sintetiza y correlaciona aquel material apocalíptico suficientemente relevante para nuestra interpretación bíblica.

Finalmente, dejando margen para la reflexión teológica del lector, ofrezco, en la conclusión de la obra, mi propia orientación teológica y matiz pastoral con una reflexión algo más personal, aunque igualmente documentada, desde un soporte bibliográfico. Se trata de un capítulo un poco más íntimo, tan discutible como al lector le apetezca. Sin embargo hay que dejar claro, que este no es un libro de orientación pastoral, tampoco presenta apologéticamente una línea escatológica concreta, aunque puede contribuir a razonar y desechar posicionamientos al respecto.

Agradezco mucho las sugerencias y correcciones que en una primera etapa obtuve de Ricardo Moraleja, Pedro Zamora y Pablo de Felipe (profesores de la Facultad de Teología SEUT), así como también la de mis propios padres: Isabel Pavón y Francisco Bernal. Tampoco olvido la labor de mi amiga Anma Troncoso en la primera revisión. En cualquier caso, las inexactitudes y desaciertos de este trabajo son de mi más absoluta responsabilidad.

Por otra parte, no han sido menos importantes las interacciones, las muestras de inquietud y las preguntas de los participantes de los estudios sobre apocalíptica que impartí en el Taller Teológico de la Fundación Federico Fliedner en Alicante, Madrid y Málaga.3 Doy las gracias a Mireia Vidal, organizadora de los dos primeros talleres, por su invitación, a Raúl García por coordinar el último y a Luis Pelegrín por su iniciativa para impartirlo en mi ciudad. Estos talleres fueron más dinámicos, pedagógicos y divertidos que este libro, pero es necesario que ahora ofrezcamos por escrito algo más riguroso.

Los ánimos que recibí de los compañeros y amigos del grupo Teólogos en el Horno merecen igualmente un digno reconocimiento, al igual que la paciencia que mi mujer, Damaris, y mi hijo Leo, han demostrado mientras yo dedicaba tardes enteras a este proyecto. Durante este tiempo Oliver no estaba con nosotros pero se lo dedico igualmente. Por último hago constar mi agradecimiento a Eliseo Vila, Alfonso Ropero y a todo el equipo de editorial CLIE.

Dedico esta obra al conjunto del protestantismo español y latinoamericano, especialmente a la congregación en la que sirvo, la Iglesia Protestante del Redentor de Málaga (IEE).

Quisiera cerrar con las mismas palabras que Cecilio Arrastía empleó para concluir el prólogo de una de sus obras: “Por las virtudes del libro, demos gracias a Dios. Por sus defectos y errores, cúlpese solo al autor”.4

1. Aquí decimos último no en sentido cronológico sino por el lugar que ocupa en el orden tradicional del N.T.

2. J. Ortega y Gasset, ¿Qué es filosofía?, Edición definitiva (Madrid: Espasa, 2012), p. 55.

3. Las dos primeras en marzo de 2018 y la tercera en noviembre de ese mismo año, tituladas: Vi un cielo nuevo y una tierra nueva. El mensaje apocalíptico en tiempos de Jesús.

4. C. Arrastía, Jesucristo, Señor del Pánico (Miami: Unilit, 1995), p. 13.

CAPÍTULO 1

INTRODUCCIÓN

La premisa de que la Biblia se interpreta a sí misma (Scriptura sacra sui ipsius interpres) se ha estirado hasta la negligencia exegética y, por desgracia, ha servido de excusa innumerables veces para rechazar las ciencias auxiliares en el estudio bíblico. El enunciado original de los reformadores simplemente pretendía colocar a la Biblia por encima de la Tradición y liberar a la Biblia de la exclusividad interpretativa del Magisterio. Ahora bien, “Si la Biblia ha de ser, en efecto, su propio intérprete, ha de fundamentarse esa interpretación en una exégesis y una ciencia bien establecidas”.1 Esto implica el uso de ciencias y disciplinas diversas que aclaren el sentido de los textos.

Los reformadores asumieron el paradigma premoderno, ya superado, por el cual se consideraba que un texto era claro en sí mismo, así que seguidamente aceptaron y abanderaron la perspicuidad de la Biblia. Se consideró que la Biblia pretendía ser clara para transmitir verdades salvíficas en lugar de velarlas o esconderlas. Sin quitarles del todo la razón, salta a la vista que la claridad en el último libro de la Biblia, por citar solo el que principalmente nos ocupa, brilla por su ausencia.2 Barclay, como tantos otros estudiosos, ha expresado sobre el Apocalipsis que es: “notoriamente difícil de entender para el hombre moderno”.3

Si decimos como J. Grau que el Espíritu inspiró a Juan a que se valiera del género literario apocalíptico,4 entonces, para entender e interpretar el Apocalipsis, es necesario conocer y estudiar su género y sus peculiaridades. No hay otra vía para que este enigmático libro nos sea verdaderamente perspicuo (claro). Rojas explica:

Juan comunica un mensaje revelado en un contexto histórico bien preciso, lo hace aferrándose a la tradición literaria apocalíptica que emplea una serie de categorías elaboradas desde su propia percepción del mundo y de la historia, y para ello se sirve del medio más adecuado a la naturaleza del contenido de mensaje, utiliza símbolos.5

Por este motivo, el estudio de los libros pseudoepígrafos de la época del Segundo Templo es innegablemente necesario, lo que no significa que le demos un valor confesional, normativo o inspirado. Así como Lutero dijo respecto a los libros deuteronocanónicos: “no se tienen por iguales a las Sagradas Escrituras y sin embargo son útiles y buenos para leer”, en un sentido parecido, la literatura apocalíptica que veremos, anterior al Apocalipsis canónico, nos va a ser realmente muy útil de leer.

De hecho, si se me permite la aventurada comparación, el pequeño acercamiento que tendremos a estos libros no dista en absoluto del postulado teológico de la Reforma de una vuelta a las fuentes, tomado del lema humanista de la época, ya que nos interesan las raíces de esta literatura para conocer el Apocalipsis de Juan y los otros textos apocalípticos canónicos. Eso sí, habiendo pasado recientemente el umbral del Quinto Centenario de la Reforma Protestante, hemos de decir, que en este caso no seremos tan osados como Lutero o Zwinglio, quienes cuestionaron la canonicidad e inspiración de este enigmático libro.6

1) Justificación e importancia de nuestro estudio

Pese a encontrarnos en una era en la que la información está al alcance de un click, el sectarismo apocalíptico impera en muchas congregaciones por falta, o mala gestión, de conocimiento. Se busca la documentación morbosa y catastrofista por fraudulenta que sea, y los pseudoescatólogos están a la orden del día.7 Aparecen publicaciones de apariencia seria e incluso académica para el consumo de creyentes hambrientos de conocimiento, pero sin pretenderlo, caen en lo que burlonamente se denomina escatología ficción.

Al margen de la irrisio infidelium que esto supone (es decir lo caricaturesco que es de cara a los no creyentes), considero vergonzoso que gran cantidad de libros y comentarios sobre Apocalipsis no tengan en cuenta el género literario (más concretamente géneros en plural) al que pertenece, ni las singularidades de esta literatura. En nuestras alusiones usaremos frecuentemente la palabra género, pero hemos de señalar que no se trata de un género literario en sentido propio, ya que los diversos apocalipsis no responden a un modelo uniforme.8 Por otro lado, existen libros que son buenas excepciones en cuanto a la afirmación hecha anteriormente, aunque quedan circunscritos en el ámbito de lo académico y alejados de nuestras feligresías.

A decir verdad, abordar esta temática, poniendo de manifiesto la relevancia o importancia de la literatura apocalíptica con respecto a la comprensión o contextualización de nuestro Apocalipsis, no es fácil, y no lo es si lo que pretendemos es ponerla al alcance de las comunidades cristianas, intención que realmente me impulsa.

1. J. M. Tellería Larrañaga, El método en teología. Reflexiones sobre una metodología teológica protestante para el siglo XXI (Las Palmas de Gran Canaria: Mundo Bíblico, 2011), p. 179.

2. Cf. I. Rojas, Qué se sabe de… Los símbolos del Apocalipsis (Estella: Verbo Divino, 2013), p. 103. Respecto al asunto de la perspicuidad, en el catolicismo romano se considera que las Escrituras son inteligibles cuando son interpretadas desde la doctrina de la Iglesia (Tradición) cf. J. Pablo II, Fides Et Ratio 66. En realidad, de modo similar, es lo que finalmente también ocurre en determinadas iglesias de la Reforma que interpretan desde sus confesiones o tradiciones. Creo que el esfuerzo que promuevo, en indagar los libros apocalípticos extrabíblicos para comprender las referencias apocalípticas que se encuentran en la Biblia, lo que busca es no imponer al texto (desde nuestras iglesias) lo que este debe decirnos, sino dejar que sea el texto quien hable a la Iglesia.

3. W. Barclay, Apocalipsis I. Comentario al Nuevo Testamento. Vol. 16 (Terrassa: CLIE, 1999), p. 11.

4. J. Grau, Escatología. Final de los Tiempos. Curso de formación teológica evangélica Vol. II (Terrassa: CLIE, 1977), p. 278.

5. I. Rojas, Op. cit. p. 106. Las cursivas son mías.

6. W. Barclay, Op cit. pp. 11-12.

7. Resultan interesantes algunas secciones de la obra de Raúl Zaldívar como la dedicada a los best seller apocalípticos y su impacto en los creyentes. C.f. Apocalipticismo: Creencia, duda, fascinación y temor al fin del mundo (Viladecavalls: CLIE 2012), pp. 28-35.

8. A. J. Levoratti, “La literatura apocalíptica” en: A. J. Levoratti (dir.), Comentario Bíblico Latinoamericano. Antiguo Testamento II (Estella: Verbo Divino, 2007) p. 591. Cf. R. H. Mounce, Comentario al libro del Apocalipsis (Viladecavalls, CLIE, 2007) p. 35.

CAPÍTULO II

¿QUÉ ES LA APOCALÍPTICA?

Empezamos con la gran pregunta. El pensamiento contemporáneo suele exigir definiciones cerradas, aun cuando con frecuencia esto suele ser problemático respecto al pensamiento bíblico o hebreo, el cual es más narrativo que sistemático. Acotando, podemos decir, que el término apocalipsis es de origen griego y bien podría traducirse al castellano por revelación, desvelamiento, o puesta al descubierto.1 El judaísmo incluía los libros de este género como parte del grupo de los libros ajenos.2 Durante mucho tiempo, los estudiosos han catalogado esta literatura como profética, pasando después, al advertir características afines a Apocalipsis y al libro de Daniel, a ser denominada por Friedrich Lücke como apocalíptica.3 Esto fue en 1832.

La apocalíptica se nutre especialmente de escritos pseudoepigráficos4 clasificados como intertestamentarios, aludiendo a que son propios del período que va desde la Biblia Hebrea (Antiguo Testamento) hasta el Nuevo Testamento. Ahora bien, dicha designación no es muy conveniente debido a que muchos de estos textos son contemporáneos –y no intermedios– a algunos del Antiguo y Nuevo Testamento, razón por la que preferimos llamarlos literatura peritestamentaria.5 Existen otras formas para designar esta literatura, pero, como Díez Macho indica, todas ellas presentan inconvenientes6 y nuestra opción no es una excepción.

Actualmente los especialistas datan el libro de Eclesiastés o el de Daniel en dicho período supuestamente “intermedio”.7 Corre además la posibilidad de que antes del cierre canónico de la Biblia hebrea, los últimos redactores fuesen de este mismo tiempo.8 Por ello, también es inapropiado designar nuestro período como los 400 años de silencio, según la creencia errónea de que no hubo revelaciones “canónicas” en esa época. Ahora bien, sería más apropiado, si es que alguien todavía desea hablar de unos 400 años de silencio, hacerlo en referencia al cese de la clásica profecía oracular, aquella que comenzaba con los oráculos “así dice el Señor”.

La apocalíptica peritestamentaria supone, desde luego, un tránsito conceptual en muchos aspectos respecto a la religiosidad tradicional de Israel. No solo porque actúa de bisagra hacia el Nuevo Testamento, sino porque los conceptos que ofrece nos llevan a una comprensión más universal del plan de Dios para la humanidad9 (tal y como lo entendían los judíos de aquel tiempo y los primeros cristianos). Mereciendo total prudencia y serios matices, aunque para los cristianos no alcance la consideración de Palabra inspirada de Dios, y hablar de ello sea meterse en una ciénaga, este tránsito conceptual del que hablamos inequívocamente tiene su lugar en la comprensión de una revelación progresiva, sirviendo de puente para muchas aclaraciones del Nuevo Testamento. Muchos conceptos e ideas que aparecen en esta literatura no canónica, aparecerán en boca de Jesús y en la pluma de los autores neotestamentarios.

La apocalíptica como género literario ha de encuadrarse en un movimiento homónimo10 que ha de ser comprendido como movimiento de resistencia.11 A pesar de la existencia de sectas apocalípticas concretas, la apocalíptica consistió más bien en una corriente de pensamiento judío que penetró en diversos medios y grupos, ya que sus rasgos se identifican en diferentes ámbitos del judaísmo.12 Su duración comprende varias centurias, de hecho, saltó a la tradición cristiana “de forma casi continua”,13 siendo el libro de Apocalipsis el mejor ejemplo de ello. Si bien, otras partes del Nuevo Testamento y los escritos cristianos posteriores también continúan este legado.

Quedémonos, para una definición panorámica de la apocalíptica, con estas palabras de Carlos Blanco:

Entendemos por ‘apocalíptica’ un movimiento literario, sociopolítico y teológico que surgió en el judaísmo del Segundo Templo, el cual poseía importantes conexiones con el profetismo clásico de Israel. Se caracterizó, primordialmente, por enfatizar la revelación de un mensaje sobrenatural, en el que desempeñaba un papel central la temática escatológica (es decir, la reflexión sobre el destino último del mundo y de la historia). La apocalíptica judía generó un notable conjunto de escritos, englobados dentro de lo que suele denominarse ‘literatura intertestamentaria’.14

En cuanto a literatura, Trebolle aclara:

El término ‘apocalipsis’ significa en su origen ‘desvelar lo oculto’. Los apocalipsis refieren por ello visiones y revelaciones de misterios, sean misterios de la historia o del cosmos; existen por ello dos tipos de apocalipsis, unos referidos a revelaciones sobre la historia y el futuro, y otros relativos a visiones del cosmos y de los astros.15

Si bien es cierto que se nutre y tiene similitudes con el profetismo bíblico, la apocalíptica no es simple profecía tardía, sino que consiste en un fenómeno nuevo, principalmente del período helenista, que acentúa el elemento sobrenatural y misterioso de la revelación.16 Sin embargo, debido a que se nutre o bebe de la tradición profética, Bauckham arguye que “los escritores apocalípticos son en cierto sentido intérpretes de la profecía del AT”.17 Guerra Suárez expresa al respecto:

En el origen de la apocalíptica se impone un hecho; sucede cronológicamente a la gran profecía, aun cuando la presencia mutua de elementos característicos de una corriente en la otra impide pensar en una separación violenta.18

Es propia de esta literatura la atribución pseudoepigráfica, es decir, adjudicar la autoría de estas obras a un antiguo héroe bíblico de la antigüedad como garantía de prestigio y credibilidad, como el patriarca antediluviano Henoc (Gn 5:24) quien protagonizará algunas de estas obras.19

1) Características de la apocalíptica

Debido a que las obras apocalípticas presentan diferencias considerables tanto de forma como de contenido, resulta difícil hablar de unas “características” de la apocalíptica.20 En lo que respecta a la literatura, la apocalíptica es un género marcado por dos recursos literarios principales. El primero es la ya mencionada pseudoepigrafía (que consiste en poner como autores y testigos de las revelaciones a insignes personajes pasados), y el segundo, la actualización de temas presentes en la tradición anterior (oral o escrita) para iluminar una nueva situación del presente y así trazar un modo correcto de actuar conforme al plan de Dios.21

Respecto a la pseudoepigrafía o seudonimia, no debemos –como indica Bauckham– considerarla un recurso intencionalmente fraudulento, como si al usar nombres de profetas o patriarcas de la antigüedad hubiesen querido engañar a los lectores. Debe entenderse como una forma literaria que “expresa el papel de los escritores apocalípticos como intérpretes de la revelación recibida en la época profética”.22 La apelación a un héroe del pasado para ganar la atención del lector propone engranar el texto con la tradición anterior sin que esto suponga –como ocurre hoy en la mentalidad contemporánea– un quebrantamiento de leyes de suplantación de identidad o de las referentes a los derechos de autor y propiedad intelectual.23 Además, la anonimia, como también se la conoce, permite que un mensaje subversivo (que es lo que en realidad encontramos en el fondo de esta literatura) pueda difundirse libremente.

Asurmendi es un autor que resalta los puntos de conexión de la apocalíptica con la profecía y la tradición sapiencial, aunque subraya que no solo hay continuidad sino también ruptura, especialmente en la concepción de la historia. A diferencia de la literatura profética, los apocalípticos tienen la tendencia a considerar la historia de forma determinista. Además, la ruptura se da por otro lado respecto a los Salmos y la Torá. El apocalíptico no considera que Dios pueda cambiar de opinión (como en algunos relatos bíblicos) sino que Dios ya lo tiene todo fijado y el destino final es inevitable. Asimismo, en la literatura sapiencial hay atisbos de la tendencia a concebir el tiempo como algo fijado.24

Esta literatura emplea un lenguaje repetitivo, con largos discursos en el que abundan las cifras y las enumeraciones o listados.25 Frecuentemente aparece un hilo narrativo de largas secuencias históricas, asiduamente con formas simbólicas o crípticas.26 El rol comunicativo del texto escrito es de suma importancia. Las visiones que la narratividad de los textos transmiten no son en realidad experiencias extáticas, sino construcciones literarias a partir de las Escrituras, pensadas para transmitirse por escrito. Ahora bien, actualmente la exégesis plantea, desde la investigación psicológica y antropológica, que algunas de estas descripciones puedan ser experiencias de estados alternativos de conciencia, aunque esta no ha sido la aproximación general en el abordaje crítico de estos textos.27 Por otra parte, habríamos de señalar también que, a diferencia de muchos libros de AT (como por ejemplo los libros proféticos), que pasaron por un largo proceso de formación, algunos libros apocalípticos fueron pensados de primeras como un todo (salvo excepciones como el conjunto de 1 Hen).

Asurmendi indica que no ha sido fácil definir las características de la apocalíptica como género literario y que hay desacuerdos entre los propios especialistas.28 Tales discusiones, si bien son interesantes, quedan lejos de la intencionalidad de nuestro estudio, donde daremos pinceladas generales. Como tantos otros, el autor mencionado parece respaldar los estudios de Collins (reputado especialista) al considerar que los elementos característicos de la apocalíptica son, por una parte, el cómo de la revelación (es decir, el elemento visual: visiones o epifanías donde el visionario viaja a los cielos,29 incluyendo el elemento auditivo que aclara lo visual); por otra, el quién de la revelación (el mediador sobrenatural que comunica o interpreta la visión, que generalmente es un ángel)30 y el destinatario de la revelación (el receptor humano, generalmente algún personaje del pasado).31 Estos elementos, al que habríamos de añadir un para qué de la revelación (mensaje), se perciben en el Apocalipsis de Juan. Así que ya podemos ver que, en efecto, para estudiar el Apocalipsis (o cualquier referencia apocalíptica en el NT) es importante reconocer que comparte todas, o algunas, de estas características comunes con la literatura apocalíptica.

Asurmendi aclara y repite otro dato importante: ni la apocalíptica como género literario ni como movimiento, necesitan, como si de algo imprescindible se tratase, de una situación de persecución propiamente dicha. Esto es importante resaltarlo porque no son pocas las obras apocalípticas que tienen este rasgo. Ahora bien, como literatura, se trata de un género de confrontación, oposición y combate, y este enfrentamiento se exacerba en persecución. Quizá, pueda concluirse que es una literatura de clandestinidad, y críptica, de un grupo que se opone al poder.32

En cualquier caso, con persecución o sin ella, el contexto social es de resistencia, generalmente pasiva, aunque algunos apocalipsis tienen, al comienzo, un compromiso político activo. En efecto, los apocalípticos como tales son un movimiento de resistencia33 y sus escritos “…presentan el final de la historia como la confrontación última e inminente entre las fuerzas celestes de Dios y el poder tiránico de los imperios”.34

La finalidad de un texto apocalíptico era la de educar a sus adeptos, desvelando o interpretando que la presente situación de sufrimiento podía ser resistida (activa o pasivamente),35 y considerada desde un plano de realidad mayor. Por ello, la literatura apocalíptica “insuflaba un hálito de esperanza en las almas que se sentían condenadas a vagar por un valle regado de lágrimas”.36 Como indica Blanco: “Los grupos que atraviesan situaciones de gran dificultad son quienes precisan, con mayor denuedo, de una proyección escatológica, la cual pueda postular una solución definitiva a los males que imperan en el presente histórico”.37

No se le debe buscar un entorno único a la apocalíptica, ya que, como género, es una actividad cultivada durante varias centurias, con sus diversos contextos y conflictos. Tampoco puede decirse que cada apocalipsis sea fruto consciente y programático de un grupo social bien definido y determinado. Así pues, siguiendo nuevamente a Collins, Asurmendi indica que hablar de movimiento apocalíptico es una grosera simplificación. No obstante, debido a que los intereses que perseguimos con este estudio tienen una intención más divulgativa y pastoral de cara a entender nuestro Apocalipsis, corremos el riesgo a caer en simplificaciones de este y otro tipo. Cuando se den los casos, ruego la comprensión de quien lee estas líneas.

Las doctrinas de los escritos apocalípticos conciernen a la resurrección, a la proximidad del nuevo eón, y a la gran crisis que se cierne sobre la historia del mundo.38 Plantean la cuestión del origen del mal y sus consecuencias para el pueblo de Israel y para toda la humanidad, incluso especula sobre cuándo el mal será vencido mediante el juicio a los pecadores y la instauración de un mundo nuevo.39

Asurmendi expone algunos distintivos propios de la teología que aparece en la apocalíptica.40 Considera que la trascendencia es un elemento mucho más característico de esta teología que el problema del mal, si bien ambos van de la mano. No obstante, otro factor importante que encontramos en ella es el dualismo, el cual aparece como una división entre bandos: los buenos y los malos.

Como expresábamos anteriormente, el determinismo es un elemento decisivo para comprender la historia en este movimiento, pero no puede hablarse de manera rígida o mecánica de él sino de tendencias más o menos acentuadas en los diversos textos apocalípticos. Su función es consolar y ayudar a resistir hasta el tiempo final. La libertad y la responsabilidad también tienen su lugar, puesto que el determinismo apocalíptico no es tan rígido. Es decir, la libertad del ser humano se mantiene a toda costa. Podríamos hablar también de una remitologización de la historia, especialmente respecto a la interconexión del mundo celeste y el de los seres humanos con objeto de explicar las realidades del más allá o del destino final; no obstante, el término remitologización no convence del todo en este caso, ya que el mito, en propiedad, es un fenómeno narrativo, mientras que la apocalíptica establece cierto mecanismo cosmológico predeterminado por leyes divinas, por lo que no se adecúa demasiado a dicha expresión.

Los ángeles y demonios también ocupan un lugar clave.41 Generalmente un ángel suele aparecer como intérprete de la revelación. Con frecuencia ángeles y demonios van ligados a la cosmovisión dualista.

Por otra parte, sin ser una doctrina totalmente desarrollada, la creencia en la resurrección forma parte de sus estructuras teológicas. Sin concretar ni pretender hacerlo, esta apunta hacia una vida real más allá de la muerte. Asimismo, y relacionado con ello, la justicia de Dios es otro tema clave que lo impregna todo: al final Dios hará justicia.

El movimiento apocalíptico tiene una serie de rasgos característicos en el contexto del judaísmo del Segundo Templo, como su aproximación a la escatología y al mesianismo o su simbolismo literario. Conviene distinguir entre la apocalíptica como género literario, como escatología y como universo simbólico, además de considerarla como un fenómeno sociológico, político e histórico.42 Ha de tenerse en cuenta, como decíamos, que el problema del mal es uno de sus puntos fundamentales y este se comprende generalmente como una realidad preexistente al ser humano (lo cual influye de forma liberadora en la interpretación de la culpa).43

Dado que la proyección escatológica de la apocalíptica tiene como intención brindar una solución a este problema del mal, la idea de que al final de los tiempos Dios traerá justicia, reluce con muchísima fuerza. La creación entera, como la propia historia (la cual es dividida en etapas)44, será redimida, transfigurada radicalmente por Dios.45 El Antiguo Testamento, la apocalíptica pseudoepigráfica y el Nuevo Testamento van todos en esta línea. Las excepciones son muy escasas y, entre ellas, podríamos mencionar con cierta prudencia, los textos de 4 Esdras y a 2 P 3:7 donde, en lugar de una recreación o restauración de la creación, parece hablarse de una destrucción seguida de la puesta en marcha de un segundo mundo.

Las doctrinas de la apocalíptica auguraban una renovación de la existencia terrena a la par que afirmaban la justicia divina sin acepción de personas. En esta panorámica, la idea de una vida post morten es absolutamente clave.46 Los apocalípticos tenían, a diferencia de otras insistencias anteriores del judaísmo, una idea mayor de la trascendencia de Dios, que remarcaba su soberanía ante el mundo, el cosmos y la historia; por lo que todos los pueblos (y no solo Israel) se tenían por incluidos en los planes divinos. Esto también significaba un especial hincapié en la individualidad de cada persona. El contraste no es entre el pueblo de Dios y las otras naciones, sino entre los justos e impíos más allá de las fronteras de Israel (universalismo).47

La restauración colectiva es una doctrina principal, procedente quizá de Is 26:19. Lo escatológico se concentra en el regreso de la vida del pueblo de Israel, como rehabilitación política.48 Asimismo, la restauración individual es una doctrina clave que hace referencia al retorno a la vida del individuo. La muerte no es negada sino vencida al final de los tiempos.

En la apocalíptica existe una evolución conceptual basada en el énfasis de la soberanía de Dios sobre el mundo, la historia y la muerte. Blanco resume así sus estratos: conciencia de la trascendencia de Dios sobre el mundo → conciencia de la trascendencia de Dios sobre la historia → conciencia de la trascendencia de Dios sobre la muerte.49 Hay una tendencia cosmocéntrica inicial que gradualmente se torna en una visión historicocéntrica.50

Beyerle concreta este listado de rasgos definitorios de la apocalíptica:51

1)Centralidad respecto a la temática de los misterios divinos.

2)Postulación de niveles escatológicos (moradas para los justos en el más allá o estancias para quienes padecerán la condenación).

3)Concepción determinista de la historia que provee para el universo una transformación radical que lo transfigurará completamente.

4)Acentuación de la acción divina en la vida humana, comprendiendo que Dios ha decretado un plan para la historia.

5)Concepción pesimista de la historia poniendo toda esperanza en el final renovado de la misma.52

6)Función consoladora de las Escrituras, encontrando en ellas las fuerzas para resistir las aflicciones presentes.

7)Adopción de una perspectiva universalista, desde la cual, la relación entre lo humano y lo divino, es ampliada para todas las naciones y no solo Israel. Ninguna razón esquiva ni la presencia ni el juicio de Dios.

Con los elementos vistos hasta ahora, podemos entender, junto a J. J. Collins, que literariamente la apocalíptica presenta revelaciones dentro de un marco narrativo en el que, un ser transmundano, actúa de mediador para desvelar una realidad trascendente que, al mismo tiempo, es temporal pero que vislumbra la salvación escatológica y señala hacia un mundo supranatural.53 Mediante su visión simbólica del tiempo, asume cierta contemporalidad entre la esfera celestial y la terrena; lo temporal, entendido desde el designio de Dios, acabará en su consumación escatológica, preludio a la eternidad.54

Esta posibilidad de comunicarse con las altas esferas sin relación con el culto de Jerusalén era rechazada por la teología sadoquita (corriente principal), que entendía la relación entre Dios y el pueblo únicamente mediante el culto y el cumplimiento de la Ley. Que alguien se atribuyese la posibilidad de tener visiones que le trasportasen al mundo celestial para conocer secretos divinos, le hacían trasgresor de la teología hegemónica.55 El reemplazo de Moisés (quien dio la Ley) por Henoc (anterior a la Ley y con la capacidad de obtener –según el Ciclo de Henoc– revelaciones de primerísima mano del cielo) significará un gesto subversivo que supondrá una oposición de los apocalípticos frente al establishment político y teológico del Templo, pues hacía peligrar el entendimiento del Templo como mediador con lo divino.56

El lenguaje apocalíptico, cargado de simbolismo y colorido metafórico, es sin duda un rasgo característico de este tipo de literatura. Muchos lectores del Apocalipsis de Juan se desaniman ante la dificultad de unas expresiones difíciles y codificadas. Pues bien, mucho antes del Apocalipsis de Juan, los apocalípticos daban a conocer sus reflexiones teológicas y políticas elaborándolas como si procediesen de unos mensajes revelados de manera sobrenatural. Estas reflexiones estaban preñadas de guiños a la literatura profética a la que interpretaban frecuentemente, con un estilo y una estética que pretendía sacar a la luz lo que, en Dios, estaba oculto o secreto. De esta manera se daba más fuerza y autoridad a los mensajes. Si bien es una cuestión que queda en la actualidad abierta, hemos de decir que, desde la investigación psicológica y antropológica, se discute una posible experiencia de estados alternativos de conciencia en las descripciones y lenguaje apocalíptico.57

En cualquier caso, la interpretación literalista respecto al lenguaje simbólico puede ser bastante espinosa, incluso peligrosa, tanto para los creyentes cristianos que buscan fecha para el fin del mundo, como también para esa popular obsesión de hallar pruebas de extraterrestres en los escritos de la antigüedad. Por ello, dedicaremos un pequeño apartado a esta cuestión con tal de esclarecer algunas características del lenguaje que aparece en estos textos.

2) Simbolismo y desvelamiento: el lenguaje apocalíptico

Rojas nos dice que:

Para embarcarse en la tarea de conocer los símbolos del Apocalipsis es preciso tener en cuenta las aportaciones que ofrecen las diversas ciencias modernas, especialmente la historia y la sociología. Por un lado, es necesario remontarse a los oscuros orígenes de la literatura apocalíptica judía para conocer el ambiente vital y literario en que nacieron los símbolos apocalípticos y entender cómo fueron recibidos por sus primeros destinatarios y por sus intérpretes posteriores desde que se escribió el libro hasta nuestros días.58

Joachim Jeremias señala que los escritos apocalípticos contenían las enseñanzas esotéricas, es decir ocultas o secretas, de los escribas, las cuales constituían grandes sistemas teológicos y grandes construcciones doctrinales que presuntamente procedían de inspiración divina.59 Estos secretos, expresados en símbolos o metáforas, guardaban relación con el reino de Dios y el fin del mundo, y generalmente eran revelados mediante sueños, visiones o mensajeros angelicales.60 Rowland y Russell consideran que lo esencial de la apocalíptica no es otra cosa que la pretensión de revelar un secreto escondido en la esfera del cosmos celestial.61 Por ello “para la apocalíptica el simbolismo es una exigencia endógena y necesaria”.62

Las metáforas y la numerología simbólica, entre otros aspectos, era sin duda bien interpretada (en su sentido verdadero) por los receptores originarios a quienes iba dirigido, mientras que suponía un quebradero de cabeza para quienes no formasen parte de la comunidad que reconocía esos códigos. Este universo simbólico que transmitieron los apocalípticos nace, tal como se dijo anteriormente, como reacción a una situación social o religiosa crítica.63 Como lenguaje posee una dimensión sociopolítica subversiva. C. Blanco infiere:

En el contexto histórico en que se fraguó este movimiento judío, dominado por el helenismo […], desarrollar un determinado tipo de lenguaje equivalía a disputar la hegemonía griega. El lenguaje se convertía, así, en un instrumento de afirmación de la identidad judía, con el propósito de responder al reto concitado por tan álgido momento histórico.64

El lenguaje apocalíptico tiene una vertiente simbólico-mitológica (concerniente a los sueños como desvelamientos del destino del mundo), otra sociológica, y otra histórica (que conlleva una revisión de la historia).65 La parte simbólica alude principalmente a los eventos futuros, aunque puede referirse a eventos ya pasados, ocurridos con anterioridad a la redacción, expresados de manera cronológica. Además, este lenguaje tiene como objetivo transmitir esperanza en medio de situaciones difíciles o conflictivas en las que las personas sufren injusticia. El sufrimiento y la historia se interpretan desde la esperanza del futuro de Dios.

…la literatura apocalíptica está escrita por autores orientales dotados de una exuberante fantasía. A través de estos recursos literarios, lo que se pretende es poner de manifiesto el sufrimiento de los seguidores afines, sean judíos o cristianos, y ofrecer la esperanza de liberación puesta en una intervención mesiánica capaz de salvarlos de la situación de opresión en la que se encuentran. Y todo ello en un lenguaje que resultaba inteligible únicamente para los iniciados.66