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El mundo se ha vuelto un lugar desconcertante. Una tercera guerra mundial no resulta inimaginable, revive la amenaza nuclear, emergen líderes carismáticos que arrasan las instituciones y el futuro parece encontrarse cada vez más en el pasado. Este libro viene en auxilio de todos aquellos que no se resignan a un diagnóstico con sabor a distopía y necesitan coordenadas para entender –sin dogmas ni polarizaciones fáciles– el nuevo escenario global. Juan Gabriel Tokatlian –el máximo experto en política internacional de la Argentina, analista respetado y generoso divulgador de sus conocimientos– invita aquí a mirar de una manera renovada este mundo beligerante y extraño: por qué la oposición Norte-Sur debería reemplazarse por la de "dos Nortes", qué lugar le cabe a América Latina como región aún relevante, cuál es la importancia de la religión en la geopolítica actual. Abunda también en los temas más complejos del presente: qué significa la invasión rusa a Ucrania, cómo entender el (¿irresoluble?) conflicto en Medio Oriente, qué consecuencias tienen las maniobras del narcotráfico como actor político sin control, cómo hacer avanzar nuestro reclamo de soberanía sobre las Malvinas. Y discute, sobre todo, qué política exterior debería desplegar en este escenario un país como la Argentina, para alejarse de los movimientos pendulares y las declaraciones altisonantes con consecuencias peligrosas, y así lograr un pragmatismo sensato. En una serie de conversaciones con la periodista y editora Hinde Pomeraniec –que fluyen hasta transmitir al lector la sensación de haber estado ahí–, Tokatlian despliega un relato atrapante, que va dando forma a un mundo lleno de alarmas pero comprensible, y que propone salidas posibles contra la catástrofe.
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Seitenzahl: 311
Veröffentlichungsjahr: 2024
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Índice
Cubierta
Índice
Portada
Copyright
Prólogo (Hinde Pomeraniec)
Agradecimientos (Juan Gabriel Tokatlian)
Dedicatoria
1. El mundo del siglo XXI: ¿y dónde está el piloto?
2. América Latina, una región fragmentada pero (aún) relevante
3. ¿Para qué sirve la diplomacia?
4. La Internacional Reaccionaria
5. La religión: una nueva y vieja pieza de la política internacional
6. La guerra Rusia-Ucrania en un mundo fatigado de la paz
7. Medio Oriente: ¿un conflicto localizado que puede volverse mundial?
8. Narcotráfico, guerra cultural y prohibicionismo
9. Malvinas, la política del péndulo y sus costos
Epílogo. Una encrucijada imprevisible
Glosario
Bibliografía
Acerca de los autores
Juan Gabriel Tokatlian
CONSEJOS NO SOLICITADOS SOBRE POLÍTICA INTERNACIONAL
Conversaciones con Hinde Pomeraniec
Tokatlian, Juan Gabriel
Consejos no solicitados sobre política internacional / Juan Gabriel Tokatlian.- 1ª ed.- Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores, 2024.
Libro digital, EPUB.- (Singular)
Archivo Digital: descarga
ISBN 978-987-801-366-4
1. Política Internacional. 2. Diplomacia. 3. Análisis de Políticas. I. Título.
CDD 327
© 2024, Siglo Veintiuno Editores Argentina S.A.
<www.sigloxxieditores.com.ar>
Diseño de portada: Emmanuel Prado / <manuprado.com>
Digitalización: Departamento de Producción Editorial de Siglo XXI Editores Argentina
Primera edición en formato digital: julio de 2024
Hecho el depósito que marca la ley 11.723
ISBN edición digital (ePub): 978-987-801-366-4
Prólogo
Hinde Pomeraniec
Entre quienes cultivan el amor por el conocimiento existen básicamente dos clases de personas: aquellos que buscan ampliar su saber y saciar su curiosidad y quienes, además de tener esas ambiciones privadas, se proponen divulgar lo aprendido y compartirlo con los demás. Juan Tokatlian es un hermoso ejemplo de esta forma de generosidad y entrega. Experto en relaciones internacionales y con todos los títulos académicos que legitiman su saber, Juan es docente e investigador desde hace décadas y formó a varias generaciones de profesionales. Su destreza no se limita a la enseñanza formal, sino que desde siempre procuró organizar nuevos espacios de estudio y escribir con regularidad en medios masivos, como una forma de extender las fronteras del conocimiento más allá de los muros universitarios.
Como si esto no fuera de por sí prueba de una entrega inusual, Tokatlian es el experto argentino más consultado por periodistas e investigadores sobre diversos temas de política internacional, y su opinión es requerida constantemente por todas las plataformas. En un tiempo de profundo egocentrismo y desdén por lo colectivo, él se distingue por su infatigable vocación por divulgar. Me gusta pensar que su forma de compartir conocimiento no es solo prueba de su generosidad: en definitiva, ofrecer herramientas para la construcción de un espíritu crítico es también un gesto político.
Juan Tokatlian conoce como pocas personas los resortes de la política exterior argentina y también sigue en detalle la evolución de los eventos internacionales: su saber alberga el perfecto equilibrio para comprender el mundo de hoy y también para entender en qué lugar deben posicionarse el país y la región en ese contexto.
Es un hombre de perfil bajo y alejado de toda estridencia. Un intelectual riguroso y paciente, a quien no guían las urgencias de los clics ni la exaltación de los adelantados en primicias. La historia de los conflictos es una suma de presentes y él lo sabe. Como deja claro una y otra vez en estas páginas, para Tokatlian nada de lo actual puede pensarse de manera aislada de sus antecedentes políticos, sociales, económicos y culturales; siempre hay un hilo histórico que explica acciones, conductas y decisiones humanas. Un hilo al que hay que volver para entender el hoy, pero también para pensar las posibilidades del futuro.
A mediados de 2023 tuve la fortuna de ser convocada por Carlos Díaz, el director general de Siglo XXI, para acompañar a Juan en las conversaciones que sostienen la estructura de este libro. Pocas propuestas profesionales me han hecho sentir tan honrada y feliz al mismo tiempo. Si bien nos conocemos hace años y fueron muchas las oportunidades en las que lo entrevisté –algunas fueron públicas en diarios o en televisión; otras privadas, para mis notas o mis propios libros–, esta experiencia y este intercambio no se parecieron en nada a todo lo anterior.
Me tocaba preguntarle al que sabe, y eso ya lo había hecho. Pero esta vez la extensión de los encuentros y el propósito de estas conversaciones/entrevistas superaban en mucho el análisis de una noticia puntual. Había que encontrar un tono para que la mirada de Tokatlian sobre el mundo y sus protagonistas, y también sobre el lugar de este país y de Latinoamérica en el mapa, se cobijara en un libro al cual recurrir cuando la complejidad de los hechos parece dejarnos afuera. Sabía que debíamos hacer un libro para darle luz a la oscuridad de los eventos. Sabía también que esas conversaciones me iban a confirmar sospechas, pero que al mismo tiempo podían contradecir lecturas y teorías que sostengo desde que me dedico a la política internacional. Sabía, en definitiva, que no solo iba a hacerle las preguntas para que él pudiera desarrollar sus hipótesis, sino que iba a poder aprender como nunca antes sobre cuestiones que me interesan muchísimo. Y eso fue lo que sucedió.
Luego de intercambiar propuestas sobre el formato y los temas que debían integrar el libro, pusimos en marcha las conversaciones semanales que mantuvimos durante meses en las oficinas de la editorial, con café y masitas, con lluvia y con sol, bajo la sombra de guerras cruentas en diversos territorios del planeta y con elecciones presidenciales en la Argentina que terminaron con un resultado que marcó un giro drástico en materia de propuestas, partidos políticos y vínculo con el sistema. Y también un cambio profundo en el modo en que el país había manejado sus relaciones internacionales hasta entonces.
Señalo estas particularidades para recordar que un libro que trabaja sobre la política, nacional o internacional, es siempre un work in progress; un proyecto que puede requerir cambios durante la marcha y que, incluso si se toman todos los recaudos, corre siempre el riesgo de perder actualidad. ¿Hay forma de eludir ese riesgo? ¿Es posible trabajar sobre la coyuntura y evitar que una noticia de último momento altere un escenario y opaque el análisis de un tema? Puede sonar pesimista, pero creo que no hay modo de sortear ese peligro sin ofrecer una propuesta lavada, difusa y con menos compromiso.
Así y todo, existen formas de analizar los conflictos y los hechos que, sin relativizar la lectura, concentran la atención en un marco conceptual y en un frente más amplio, un largo plazo que une el pasado con el futuro, sin dejar de lado el presente, pero no poniendo el foco allí. Y es que el presente deja de serlo inmediatamente, por lo que una lectura de cualquier evento realizada desde la perspectiva de las ciencias sociales no tiene los condicionamientos de, por ejemplo, el periodismo, que necesariamente trabaja poniendo luz sobre la actualidad más rabiosa.
Haber podido charlar sin límites de tiempo con Tokatlian, hacerle preguntas sobre diversos tópicos y verlo pensar y responder durante varios meses fue configurando un maravilloso ciclo de clases privadas que compartimos con Raquel San Martín, la editora del libro y la gran organizadora de la forma que hoy tiene este trabajo. La idea que nos guio siempre fue que esa fascinación que provocaba escuchar a Juan analizar episodios clave del pasado y practicar lecturas sobre conflictos del presente pudiera trasladarse sin fisuras a estas páginas, y –con alegría y entusiasmo– creemos haberlo logrado.
Este es un libro para públicos amplios interesados en mirar más allá del ombligo argentino, pero es también un trabajo que sin dudas despertará curiosidad e interés en especialistas en temas internacionales, porque no abundan los libros como este, que además de tratar temas complejos no elude el debate y ayuda a pensar, y porque la opinión de Tokatlian nunca pasa inadvertida y es siempre relevante.
A la hora de leer el mundo, no se trata de tener razón sino de buscar razones para explicar los hechos. Gracias a la mirada experimentada y los rigurosos análisis de Tokatlian, los diferentes capítulos de este libro proponen al lector coordenadas para pensar y entender los conflictos de un mundo incierto y en tensión, que por momentos aparece como desconocido. Un mundo que comienza a dejar atrás consensos que parecían definitivos y que aparece cada vez más dominado por cambios desconcertantes –y hasta peligrosos– en el terreno de las ideas.
Agradecimientos
Juan Gabriel Tokatlian
Este libro ha sido posible por una conjunción inesperada y extraordinaria. No tenía en mente escribir uno, pues mis promesas se habían frustrado en reiteradas oportunidades: la responsabilidad de no hacerlo, durante un lustro, fue enteramente personal. Surgió entonces una iniciativa informal e inteligente de Carlos Díaz. ¿Qué tal una entrevista, distendida en el formato, variada en los temas, de lectura simultáneamente accesible y rigurosa? Nada de notas al pie que terminan por constituir una suerte de subensayo paralelo. Sí algo que se abocara a asuntos clave que mostraran un cierto estado del mundo, los dilemas de América Latina y los retos de la política internacional de la Argentina.
El entusiasmo de Raquel San Martín fue contagioso y sentí que surgía una alternativa práctica para transmitir unas reflexiones que recogían cuatro décadas de investigación y docencia en materia de relaciones internacionales y política exterior. Por semanas fuimos avanzando –siempre acompañados de buen café, bastante agua y unas masitas– en una conversación relativamente poco estructurada, aunque muy amena y de gran intensidad. Hinde Pomeraniec es quien facilitó que este libro se concretase. Con inteligencia y sobriedad, me fue conduciendo: un comentario de apertura, una respuesta –alguna vez, extensa–, la introducción de un matiz o de una idea llevaban la conversación hacia un mayor nivel de precisión, y enseguida surgía una repregunta incisiva propia de quien, como Hinde, conoce en detalle los temas del diálogo. Un ritmo singular caracterizaba la entrevista; el tiempo no era un factor de distracción y el intercambio parecía tener un curso natural hasta que llegábamos a la mutua conclusión de que habíamos cubierto el tópico que nos convocaba. Mientras tanto, Raquel tomaba notas, hacía un comentario sucinto y sugería ahondar sobre tal o cual concepto o ejemplo. (Siempre reservábamos unos o muchos minutos al final de cada encuentro para analizar la coyuntura nacional).
Esa rutina de muchos viernes resultó una experiencia única para mí; quizás irrepetible, como el período político argentino entre octubre de 2023 y abril de 2024. Por meses sostuvimos un ida y vuelta de cada capítulo, y el texto fue tomando forma: la labor de edición de Pomeraniec y San Martín fue impecable, así como la de quienes revisaron todo el material e hicieron las correcciones finales.
En pocas palabras: gracias al talento y la generosidad de Hinde y Raquel y al apoyo decisivo de Carlos y la gente de Siglo XXI, se pudo concluir este libro. Va un inmenso agradecimiento a todos ellos.
A Cristina Motta, mi esposa, y a Alejandra Tokatlian Motta, nuestra hija
1. El mundo del siglo XXI: ¿y dónde está el piloto?
—Aunque no pasó mucho tiempo desde que el mundo celebraba la globalización, el presente muestra una tendencia de los países a cerrarse sobre sí mismos, casi como queriendo evitar el efecto mariposa de verse afectados por problemas que nacen en otro espacio. La relocalización de empresas hoy no es prioridad y en algunos organismos se habla de un concepto, fragmentación, algo que podría estar clausurando la posibilidad de un crecimiento económico mundial. En materia política, esto viene de la mano de un rebrote de los nacionalismos y la xenofobia. Me gustaría saber cómo ves este momento y qué pensás de esta idea de un mundo con países cada vez más cerrados.
—Creo que lo primero que habría que pensar es cómo nos ubicamos frente a un determinado momento de la historia para analizarla. A mi modo de ver, hay un muy largo plazo, hay ciclos más breves y acotados, y hay coyunturas precisas. ¿Qué quiero decir con esto? Una de las causas de la fragmentación del mundo a la que te estás refiriendo es que estamos viviendo, en la actualidad, un cambio profundo y de larga maduración: creo que es palpable, en nuestra cotidianidad, que asistimos a un gran viraje. Durante más de tres siglos, desde el fin del siglo XVIII, primero de manera incipiente y luego de modo más acentuado, estuvimos bajo un claro predominio de Occidente. Me refiero a la preeminencia de sus valores, instituciones, reglas, preferencias, intereses, acompañado de una sensación de que ese acervo occidental podía universalizarse, en una suerte de proceso natural, expansivo y progresivo, es decir, superador. Desde finales de los años setenta y principios de los ochenta del siglo XX, empezamos a ver una transformación notoria en distintas esferas, dimensiones y dinámicas: aparece lo que mi amigo y colega Roberto Russell llamó, en una nota en La Nación en julio de 2022, un mundo postoccidental, en el que surgen otros intereses, otras instituciones, otras reglas y otras preferencias que emanan de Oriente, en un sentido amplio y trascendente.
—¿Te referís al ascenso y predominio de China?
—No me estoy refiriendo solo a China, sino a un conjunto de culturas y civilizaciones que están en esa parte del mundo y cuya voz, capacidad de proyección, influencia y riqueza empiezan a ser tomadas en cuenta por parte de un Occidente que ya no es omnipotente. Frente a aquel mundo relativamente homogéneo, no fragmentado, que entendíamos que dominaba Occidente y que se iba a seguir desplegando, hoy encontramos cierta confusión, cierta sensación de desconcierto; al menos, insisto y remarco, con nuestros lentes occidentalizados. ¿Qué es lo que está pasando acá? Lo que sucede es que ha ido emergiendo y se ha ido potenciando otro centro de gravitación y eso produce una “sensación” de desorden. Y a ello se agrega la irrupción más asertiva de un Sur Global heterogéneo, con recursos de peso y más vocal. Hoy, como decimos en un reciente trabajo con Roberto Russell, Mónica Hirst y Ana María Sanjuán, estamos cada vez más inmersos en un orden no hegemónico. No hay ningún país, ni coalición de países, no hay ningún Estado ni coalición de Estados que tenga una capacidad de hegemonía universal y plena. Y esto afecta por igual a los Estados Unidos y China. Decía que para mirar un momento histórico también podemos tener una mirada de ciclo más corto. Y ciertamente el ciclo más corto que hemos tenido es la denominada pos-Guerra Fría. ¿Qué significa eso? La Guerra Fría fue una disputa integral. Era clara, se daba en todos los ámbitos: en la economía, en la política, en la diplomacia, en el campo militar. Lo que muestra la pos-Guerra Fría esque el proyecto de los Estados Unidos de moldear, principalmente según sus propios intereses, el orden internacional fue un proyecto ambicioso, exagerado y finalmente fallido. De ahí también proviene la imagen de fragmentación y de dispersión que tenemos, porque hemos perdido el “ordenador” fundamental que fueron los Estados Unidos desde 1991, que es el año del colapso de la Unión Soviética, y que, de hecho, con los años, se fue convirtiendo en un visible “desordenador”. Ahora bien, en este orden no hegemónico, lo que se puede advertir es la existencia de un sistema mundial sobrecargado de desencuentros, fricciones, peligros, luchas, disensos y contradicciones. ¿Qué esperar de tal situación sistémica? Quizás la explicación más sencilla sea la siguiente: la mayoría de las personas tiene acceso a una computadora personal. Cualquiera sea su marca, en algún momento emite una señal de alarma que indica que el “sistema” está “sobrecargado”. Esto significa que hay un exceso y que no se puede seguir adelante. Por lo tanto, hay que hacer algún ajuste. La opción disponible es reducir o eliminar algunos programas y archivos, lo que permite recuperar el funcionamiento. Tomando este símil como un equivalente funcional, la cuestión es esta: ¿qué es lo que se debe eliminar o reducir en un sistema global sobrecargado? ¿La democracia? ¿La paz?
—Y además de la falta de alineamientos claros, ¿cuáles serían las grandes diferencias entre el estado actual y el de la Guerra Fría?
—Las diferencias son muchas. Me detengo en una de tantas. Durante la Guerra Fría teníamos lo que en la disciplina de las relaciones internacionales llamamos “escasas opciones estratégicas”. ¿Qué podías hacer como país, en especial, en lo que antaño se conoció como Tercer Mundo? Te plegabas a los Estados Unidos o buscabas un contrapeso y eventualmente te juntabas con la Unión Soviética si Washington no te lo impedía con todo su arsenal de medidas directas o clandestinas; la mayoría de ellas coercitivas. Lo que en aquellos años apareció como la Tercera Posición, el No Alineamiento o la neutralidad, era como una tangente que trataba de evitar esas tomas de posición. Pero al final del día, y sobre todo si un país estaba ubicado en este Occidente meridional, entendía que los límites de su acción eran tangibles y restringidos, salvo en los contados momentos en que la distensión relativa entre las superpotencias y la disposición política interna en cada país permitían más juego. En definitiva, un mundo conocido y claro. Lo que tenemos ahora es un mundo que paradójicamente abre el abanico de las opciones estratégicas disponibles para aquellos que pueden y saben cómo “alinear” voluntad, capacidad y oportunidad. A diferencia del pasado, el actual actor ascendente, China, no viene con promesas de ideología, viene con billetera; de allí, en parte, la magnitud del desafío que presenta a Occidente. Viene con finanzas. Viene con comercio. Viene con inversiones. Viene con asistencia. Aunque Washington insiste –digamos, con poco eco al momento por estas tierras latinoamericanas– en que se trata de un “actor maligno”. Y ello con un Estados Unidos que ofrece escasas “zanahorias”, mucho bullying discursivo y poco consenso doméstico para desplegar el uso de la fuerza en la región, como lo probó el caso de Venezuela durante el gobierno de Donald Trump.
—¿No supimos aprovechar como región ese momento de repliegue de los Estados Unidos?
—Creo que en América Latina no fuimos conscientes, en los años noventa y a principios de los 2000, de que se abrían alternativas de juego tan grandes. Frente a ese horizonte potencialmente más abierto en el nuevo siglo, y antes de que los Estados Unidos se concentraran en su “guerra contra el terrorismo” y se replegaran relativamente de América Latina, la región, en vez de actuar más conjuntamente, se vio inmersa en dinámicas de dispersión, de desagregación de esfuerzos enmarcados en la expectativa de un “regionalismo abierto” que nos iba a impulsar, entre otras cosas, hacia una agregación de preferencias y propósitos. Volvimos a hacer algo que, paradójicamente, fue típico durante buena parte de la Guerra Fría y que fue el “sálvese quien pueda”, “yo me sumo a Washington”. Antes fueron los regímenes militares y sus esperanzas de cultivar “relaciones especiales” con los Estados Unidos; ahora eran los gobiernos democráticos con la esperanza puesta en el “Consenso de Washington” y la eventual Área de Libre Comercio de las Américas. Los años noventa cerraron con una región dispersa, mirando más al norte del continente que al mundo en su conjunto y reforzando las fracturas que resurgen de tiempo en tiempo. Al comienzo del nuevo siglo, con Washington concentrado en Medio Oriente y Asia Central, gobiernos de la llamada “ola rosada” reanimaron el espíritu asociativo, en especial en América del Sur. Pero eso también se fue desdibujando en la segunda década del siglo XXI. El resultado fue una gradual y manifiesta dificultad para mejorar la capacidad de negociación colectiva; algo que contribuyó a hacer de Latinoamérica una región menos gravitante a escala mundial.
—Estabas hablando de dónde estábamos y en qué devino esa situación pos-Guerra Fría, con el retraimiento de los Estados Unidos y el ascenso y protagonismo de China y otros países de esa región. Desconocemos muchísimo qué pasa fuera de Occidente. Si pensamos en Latinoamérica, ¿dónde estamos parados?
—La situación actual del mundo muestra lo que en la disciplina de las relaciones internacionales llamamos “coyuntura crítica”, períodos –que no son necesariamente breves, sino que pueden ser extensos– en que se resquebrajan pautas y parámetros, en que se producen transformaciones exponenciales en distintos campos, que es necesario interpretar a escala mundial, no parroquial ni local y, lo más importante, que obligan a las élites a ponderar y concebir nuevos cursos de acción. Eso no se puede postergar mucho tiempo. Y en este punto quiero hacer una comparación histórica con la primera etapa del siglo XX. En ese momento, el mundo atravesaba una situación muy singular: el gradual ascenso de los Estados Unidos y el paulatino descenso del Reino Unido. Esto es, había una transición de poder, prestigio e influencia de consecuencias significativas. En esa coyuntura extendida, que en la Argentina cubrió diferentes gobiernos y tipos de regímenes políticos, la élite de nuestro país adoptó la estrategia de seguir abrazada al Reino Unido en lugar de advertir la expansión de los Estados Unidos y sus efectos. Obviamente la élite de la época tomó esa decisión por razones prácticas, no por motivos dogmáticos. La tomó porque con los Estados Unidos había una relación competitiva y compleja, mientras que con Europa había una relación complementaria y cercana. ¿Nos ayuda ese antecedente para pensar el presente? Creo que sí y mucho. Hoy es evidente que existen dos grandes actores que compiten y un conjunto muy importante de naciones de referencia en el Sur Global, al tiempo que el peso de actores no estatales es notable; entre otros, las corporaciones más poderosas y sus dueños. Según el informe de 2023 sobre los ultrarricos (Ultra Wealth Report) hay en el mundo unos 395.000 individuos con una fortuna conjunta de unos US$45 billones, mientras la riqueza mundial ese año fue de US$454 billones, según datos del Credit Suisse. Ahora bien, quiero destacar que mientras los Estados Unidos y su principal aliado, Europa, se han debilitado en años recientes y Washington está pagando el precio de tres décadas de sobreextensión, esto no implica que Occidente esté en un proceso de decaimiento irreversible ni que los Estados Unidos se enfrenten a un declive inminente. Y el ascenso chino, que ha sido paulatino y extraordinario, no es un ascenso sencillo y seguro tampoco. Mi punto aquí es que la élite argentina tiene un desafío monumental: o entiende cuáles son los intereses nacionales que defender en medio de estos cambios profundos, o vamos a seguir tomando decisiones erráticas, mal informadas, inconsistentes, anacrónicas, confusas. Entonces, el punto de partida debería ser considerar, por un lado, si esa disputa se está exacerbando o no; por otro, qué elementos de competencia o de cooperación se presentan, de forma tal de comprender cuál es el lugar que estratégicamente puedo y quiero ocupar con miras al segundo cuarto de siglo. Lo otro que analizaría es qué capacidades tangibles y atributos intangibles poseo. Yo viví dieciocho años en Colombia. Para un colombiano o colombiana promedio, el pasado fue difícil, penoso y hasta atroz. Lo único que tiene por delante un colombiano es el futuro, que puede ser algo mejor. Porque si mira para atrás, ve la violencia de los años cuarenta, cincuenta, sesenta, setenta, ochenta, noventa y comienzos de este siglo, que dejó cientos de miles de muertos y millones de desplazados internos e inmigrantes internacionales. La violencia insurgente, del narcotráfico, paramilitar, institucional. La fe del colombiano está puesta en su futuro. Yo diría que hoy, lamentablemente, cada vez para más argentinos el mejor futuro es su pasado. Antes –mucho antes– hicimos bien varias cosas. Antes teníamos niveles de cohesión social envidiables. Antes fuimos una sociedad mucho menos desigual. Antes, antes y antes. Y creo que esta percepción es muy importante para saber cómo se posiciona el país en esta disputa global. Eso nos puede abrir opciones o restringir oportunidades. Hace un siglo, leímos el mundo de un modo que, en última instancia, nos aferró al poder declinante a pesar de que transitoria y relativamente lográbamos hacer frente a crisis como la Gran Depresión. ¿Está nuestra dirigencia leyendo el mundo con los ojos abiertos y la mente despejada?
—Supongo que hay circunstancias que pueden ser determinantes para la toma de decisiones o para las conductas que pueden seguir los gobiernos. Entiendo que el combo que se armó entre la pandemia de covid-19 y la guerra en Ucrania necesariamente influyó en esta dirección.
—Sin duda tu observación es muy acertada. Pero quiero entrarle al tema por otro lado. Por ejemplo, la Argentina tiene una valiosa tradición de producción intelectual sobre autonomía relativa en los asuntos internacionales. En esos análisis sobresale un concepto, que remarcaba Juan Carlos Puig, uno de los grandes internacionalistas que tuvo el país: para ser viable, la autonomía requiere contar con atributos reales. Y el elemento clave hoy más que nunca es un modelo que se asiente en la investigación e innovación en ciencia y tecnología. ¿Es posible identificar en la Argentina actual un conjunto de actores públicos y privados que pueda comprometerse en una iniciativa de largo plazo para interconectar el Estado, la comunidad científica y el mundo empresarial tal como han hecho, con éxito, grandes y medianas potencias? ¿Persiste un impulso autonomista que pueda conducir políticamente esa iniciativa? ¿El actual gobierno tiene la disposición y el compromiso para activar un modelo productivo que coloque en el centro el componente de ciencia y tecnología? En el cuadro internacional presente y futuro, los países que carezcan de autonomía tecnológica serán apenas espectadores de la política mundial. Me temo que para el gobierno actual la inversión en ciencia y tecnología es un “costo” que reducir y el compromiso Estado-empresa-científicos, algo innecesario. Casi inconveniente.
—Coincido en cuanto a esa inquietud; las señales no son alentadoras. Vuelvo a los Estados Unidos y China y a la relación entre ambos países, compleja para analizar. ¿El concepto de autonomía relativa podría ayudarnos a interpretar mejor ese vínculo?
—En efecto. Hasta hace unos años, predominaba una condición de rivalidad atenuada e interdependencia paulatina entre los dos. Desde el segundo mandato de Obama, a lo largo del gobierno de Trump y durante todo el de Biden, se fue consolidando una rivalidad acentuada y una interdependencia decreciente. No hay aún una disputa integral ni un desacople mutuo: Pekín y Washington conocen sus fortalezas y debilidades y se mueven cada vez más condicionados por la respectiva política interna. Biden, que no quiso parecer blando, endureció el mensaje y las acciones frente a China, y Xi Jinping busca reafirmar, cada vez con más insistencia, el nacionalismo y la estabilidad doméstica. De hecho, en 2022, a pesar de todas las restricciones que primero Trump y luego Biden impusieron, el comercio entre los Estados Unidos y China tuvo un récord histórico, y alcanzó US$690.000 millones. Abro un paréntesis para comparar esta relación tan compleja que tienen los Estados Unidos con China, con la que tuvieron con la Unión Soviética. Durante la Guerra Fría, el año de mayor comercio bilateral entre los Estados Unidos y la Unión Soviética fue 1979, con un total de US$4900 millones de intercambio. A su turno, con otro ritmo, retórica e intensidad, también Europa pretende desacoplarse más gradualmente de China. Mientras tanto, los Estados Unidos y Europa sí han acelerado el desacople con Rusia; en unos años habrá que evaluar si esto no constituyó un error capital por parte de Occidente. Washington y Bruselas ya saben que, si no intentan reindustrializar parte de sus economías, su capacidad de competir con China (y con India también) se verá afectada y la primacía interna del capital financiero, en los Estados Unidos y Europa, generará mayor malestar social pues implicará en la práctica un desmantelamiento adicional del Estado de bienestar ya erosionado. ¿Qué está haciendo China, entonces? China, que hace tiempo dejó de ser parte del Sur, busca anticiparse a un eventual mayor desacoplamiento de Occidente, contener las fricciones con India, manejar cuidadosamente su hoy estrecha relación con Rusia, evitar tensiones contraproducentes con sus vecinos, y acercarse más al Sur Global, aunque quizás con menos recursos que durante la segunda década de este siglo.
—Por eso, África. Por eso, nosotros.
—Por eso, África. Por eso, América Latina. Y, por lo tanto, lo que procura es que su Iniciativa de la Ruta y la Franja –un megaproyecto dirigido a potenciar relaciones materiales urbi et orbi, a semejanza de lo que fue la llamada Ruta de la Seda, que buscó acrecentar el comercio con Europa vía Asia Central en los años de apogeo del Imperio Chino– sea más activa y decisiva. Sin embargo, sus principales socios comerciales son, en ese orden, los vecinos próximos, la Unión Europea y los Estados Unidos.
—¿Qué querés decir cuando decís que China tiene o aporta menos recursos?
—Quiero decir que entre 2013 y 2018 la cantidad de inversiones, financiamiento y asistencia que China otorgó a los países que habían firmado el memorándum de entendimiento en el marco de la Iniciativa de la Ruta y de la Franja fueron muy superiores a lo que ha venido destinando desde 2019. En parte por el covid, en parte porque se redujo su tasa de crecimiento, y en parte porque está colocando muchos más recursos en su área más cercana. A eso se añade una natural heterogeneidad que viene desde el Sur Global, distinta de la homogeneidad propia del Occidente más desarrollado, que incide en la posibilidad de acción colectiva y de presentar una voz común y única. Es un Sur Global muy asertivo, pero no necesariamente unívoco en sus posiciones, como lo reflejan las votaciones en temas cruciales en la ONU. La voz es más audible, sin duda; lo que también sucede es que en Occidente hay muchos que no parecen querer oír el mensaje. Y a la vez me pregunto qué trae de nuevo el Sur Global. La Paz de Westfalia, en 1648, fue un acuerdo diplomático-institucional que procuró organizar la vida política en Europa. Este esquema europeo se extendió hasta convertirse en un esquema mundial: Occidente, por vía de la expansión de sus distintos imperios, fue propagando el sistema estadocéntrico, e irradió instituciones, reglas, prácticas e ideas que las distintas periferias fueron asimilando (o les fueron impuestas). En ese contexto, es pertinente interrogarnos si con el despertar del Sur Global estamos en el camino de una suerte de “Southfalia”. ¿Surgen nuevos valores, se impulsan reformas de alcance vasto, se alientan principios innovadores, hay estímulos a modos alternativos, menos individuales y más colaborativos de liderazgo? Por ahora, Southfalia muestra varios elementos de continuidad, otros de readaptación y aun otros de incipiente cambio respecto de Westfalia.
—A veces hay marcas históricas y culturales fuertes que no se borran. Hay un preconcepto bastante generalizado que asegura que China forma parte del Sur Global. Pero vos decís que eso ya no es así…
—Exacto. En el texto que escribí con Russell, Hirst y Sanjuán, y que mencioné antes, ponemos en entredicho una noción bastante arraigada entre nosotros y en la región. No es correcto asimilar la Guerra Fría entre los Estados Unidos y la Unión Soviética a la relación entre los Estados Unidos y China. Si seguimos pensando en esa clave, nos vamos a equivocar, tanto intelectual como políticamente. Debemos reflexionar y actuar desde el ámbito en el que estamos: en y desde Latinoamérica. Cuando nos referimos con los tres colegas a “los dos Nortes”, afirmamos que el complejo vínculo entre Washington y Pekín no replica lo que fue la pugna integral Este-Oeste del pasado, que expresaba nítidamente dos modelos antitéticos. Hoy existen dos Nortes que expresan variaciones del modo de producción capitalista. Un Norte liderado básicamente por los Estados Unidos, bastante cohesivo, con un proyecto universalista persistente y que refleja una actitud de resistencia ante la pérdida relativa de poder de Occidente. Y otro Norte, encabezado por China de un modo más difuso e incipiente, con un énfasis en los particularismos y que se inserta en el contexto del regreso de aquellos que se vieron históricamente agraviados, atacados, ignorados por Occidente.
—Países y culturas no considerados.
—Maltratados, obstaculizados, vilipendiados, sí. No son parte del “club”. Todos ellos, más cercanos geográficamente al segundo Norte, prefieren impugnar ese “club occidental” y algunos pretenden, de ser posible, forjar otro club.
—Es, en cierto punto, un conjunto de orgullos heridos.
—Sí. Pero no solo eso. Las ofensas y los castigos no se olvidan. Son países con tradiciones culturales propias, que han aportado al mundo. Un artículo de junio de 2023 de Martin Wolf en el Financial Times recordaba que, hasta 1820, es decir hasta principios del siglo XIX, el 60% del producto bruto mundial se generaba en Asia. Apenas el 25% provenía de lo que hoy llamamos “Occidente”. Son países –los que “regresan”– que han tenido un pasado de gloria, que han sido muy dinámicos económicamente, y hasta muy potentes en lo militar. En muchos casos, antiguos imperios. Los países a los que en Occidente llamamos “emergentes” se consideran, de hecho, “reemergentes”. Es otro código. ¿China los orienta y somete a todos? No. Por eso digo que en esta etapa el avance de Pekín se manifiesta en un liderazgo difuso e incipiente. No es bueno olvidar viejas diferencias y fricciones que pueden reaparecer en un contexto muy volátil y tenso.
—¿Pero es posible vislumbrar una ambición de liderazgo hegemónico total por parte de China?
—China no pretende dominar a todos, pero sí que graviten a su alrededor. Yo creo que ellos entienden que en esta fase histórica no quieren ser hegemónicos –eso siempre genera contracoaliciones– ni están en condiciones de hacerlo, por razones internas e internacionales. Para China lo principal sigue siendo asegurar su desarrollo y la estabilidad: conocen su propia historia, sus debilidades y sus fracasos. Han aprendido de ellos. Por ello, en buena medida, China ha llegado a donde hoy está.
—Y además tienen tiempo para eso. Su idea de qué es una urgencia es otra.
—Tienen tiempo. Cuando hace unos años, en 2017, Xi Jinping dijo que China aspiraba a ser la mayor potencia del mundo en inteligencia artificial en 2030, algunos se sorprendieron y creyeron que era una exageración. Es probable que lo consiga. Lo que quiero señalar es que las proyecciones temporales y las visiones de largo plazo de China son muy diferentes a las nuestras. Si volvemos a esta idea de los dos Nortes, así descriptos y en estas condiciones, creo que vamos a ver en el mundo un nivel de conflictividad cada vez mayor, aunque con ámbitos de interdependencia derivados de ciertas cuestiones, como el cambio climático. Ya no estamos en un escenario incierto e inestable sino en uno pugnaz y peligroso.
—¿Y cómo se definiría entonces el momento que estamos viviendo? ¿No hay un consenso para definirlo?
—Hoy hay un debate interesante en el Norte tradicional, que es Occidente para nosotros, respecto de qué es lo que estamos viviendo. Una de las interpretaciones más usuales es que estamos atravesando una nueva transición de poder, influencia y prestigio, en la que hay poderes ascendentes y poderes descendentes: va a haber alguien que se caiga y alguien que se consolide, para decirlo de manera sintética. Esto ya ha pasado. Hubo un momento de auge del Reino Unido y después su desplome. Hemos vivido el pico del auge de los Estados Unidos y entonces deberíamos prepararnos ahora para su desmoronamiento. Hay otros abordajes que señalan que las transiciones de poder son momentos en los cuales también aumenta la probabilidad de una confrontación militar mayor que, de algún modo, explicita esa caída y ese auge. Y hay, a su turno, perspectivas que señalan que estamos ante una segunda Guerra Fría y toman como punto de referencia la Guerra Fría que conocimos, los Estados Unidos versus la Unión Soviética, y entonces trasladan miméticamente esa situación cambiando la figura del adversario de Washington. A mi entender, el primer conjunto de aproximaciones que hablan de la transición de poder sobreexageran la capacidad potencialmente hegemónica de China, y sobredimensionan o sobreactúan una sensación de descenso inmediato de los Estados Unidos. Estas cosas no suelen suceder así; son procesos mucho más complejos, más dilatados, con idas y vueltas, con sobresaltos y contingencias. En segundo lugar, las aproximaciones que equiparan Guerra Fría 1 (entre 1947 y 1991) y Guerra Fría 2 (en el presente) son, como ya señalé, muy erradas, porque aquí –me refiero a los Estados Unidos-China– no estamos hablando de dos modelos totalmente antagónicos destinados a un enfrentamiento decisivo. No estamos hablando de una lucha capitalismo versus socialismo. Porque, además, la única simetría que existió entre las dos grandes potencias de la Guerra Fría, los Estados Unidos y la URSS, fue la militar. En 1982 eran los países con el mayor número de ojivas nucleares; aproximadamente 10.000 cada uno. Más allá de eso, formal y prácticamente no hubo vínculos de importancia entre ambos. No había lazos culturales ni educativos. No había agendas densas –salvo, por ejemplo, la del control de armas de destrucción masiva– que requiriesen colaborar activamente.
—No había vínculos estatales ni privados.
—Ni estatales ni privados. En aquel momento, ambos actores trataban de mantener su autarquía frente al otro. No había puntos de contacto significativos. En contraposición, lo que hoy tenemos entre los Estados Unidos y China es una relación en la que la asimetría militar en favor de los Estados Unidos es evidente, medida en términos de capacidad nuclear, de presupuestos de defensa (el de Pekín frente al presupuesto combinado de Washington y sus aliados en Europa, Asia y Oceanía) o de cantidad de bases en el mundo (China solo tiene una en Yibutí y los Estados Unidos, unas 700 en 80 países). Ya es usual, entre los “halcones” demócratas y republicanos por igual, exagerar la capacidad militar de China y su presupuesto de defensa. Sí mantienen una relación considerable y mutuamente benéfica en otras áreas, como el comercio, como ya señalamos. Adicionalmente, el valor de las inversiones de los Estados Unidos en China para el período 2000-2022 era de US$126.000 millones, mientras que el de China en los Estados Unidos era de unos US$53.000 millones. Y de acuerdo con datos de la Oficina de Asuntos Educativos y Culturales del Departamento de Estado, de los 1.057.188 estudiantes extranjeros que recibieron los Estados Unidos en 2023, 289.526 provenían de China. En los Estados Unidos viven unas 2.500.000 personas de origen chino y las remesas son clave para sus familias: en 2021, fueron de US$53.000 millones. Sin embargo, hay áreas en las que los Estados Unidos buscan desacoplarse de China; particularmente aquellas consideradas sensibles vinculadas a la alta tecnología y a materiales críticos para la defensa.
—Vos decís que es diferente a lo que ocurría con la Unión Soviética.