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El primer amor nunca se olvida. Daniel Bennett siempre ha sido un romántico. Cuando por fin cree que ha encontrado a su pareja perfecta, resulta que ni siquiera era una relación monógama. ¿Lo peor de todo? Le ha prometido a su familia que irá acompañado a pasar una semana de vacaciones con ellos. De eso depende que sus padres decidan ayudarle a financiar su futuro proyecto. Así que en una noche de borrachera le propone a su mejor amigo de la universidad que finja ser su novio. Patrick Carter lleva una vida perfecta. El trabajo perfecto, la casa perfecta, la novia perfecta. Sin embargo, cada vez se siente más atrapado, hasta que recibe la insólita propuesta de Daniel. Por muy surrealista que esta sea, Patrick es incapaz de decirle que no a la oportunidad de escapar una semana entera con el mejor amigo que ha tenido en su vida. Quizás sea también el empujón que necesita para dejar de mentirse a sí mismo. Daniel y Patrick se hacen pasar por pareja mientras ambos intentan no enamorarse del otro, convencidos de que lo mejor que pueden hacer es centrarse en salvar su amistad.
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Seitenzahl: 300
Veröffentlichungsjahr: 2021
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2021 Laura Cárdenas Trinchet
© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Conversaciones a medianoche, n.º 8 - agosto 2021
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Elit y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
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Imágenes de cubierta utilizadas con permiso de Shutterstock.
I.S.B.N.: 978-84-1375-643-1
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Daniel
Patrick
Daniel
Patrick
Daniel
Patrick
Daniel
Patrick
Daniel
Patrick
Daniel
Patrick
Daniel
Patrick
Daniel
Patrick
Daniel
Patrick
Daniel
Patrick
Daniel
Patrick
Daniel
Patrick
Daniel
Patrick
Daniel
Patrick
Daniel
Patrick
Daniel
Patrick
Daniel
Patrick
Daniel
Patrick
Un año después Daniel
Patrick
Si te ha gustado este libro…
—¿De verdad no crees en los finales felices?
—No he dicho eso. Solo que no me gustan las historias románticas donde todo acaba siempre bien y los protagonistas encuentran el amor eterno. No es realista.
—Eres un cínico, Patrick Carter.
—Y tú un romántico, Daniel Bennett.
Daniel mira el móvil, frunciendo el ceño. Simon llega ya diecisiete minutos tarde. No es que le sorprenda, sabe que si tienen una cita después de una de las sesiones de arte de Simon su novio tiene que aprovechar toda la inspiración posible, pero Daniel pensaba que esta noche sería diferente.
Ha reservado en el mejor italiano de la zona, obviando la primera señal de que Simon no se lo iba a tomar como un aniversario cuando le ha dicho que iría directo al restaurante en vez de recoger a Daniel por su piso o de que él pasara por el estudio de Simon para poder ir juntos.
Celebran sus seis meses de relación y quizás Sam piense que es precipitado pero Daniel sabe que es el momento para lanzarse. Empieza a tener una edad, no puede seguir pensando que va a encontrar al amor de su vida en la próxima esquina, quizás el amor sí que implica trabajar día a día para que tu novio te haga más caso que a sus obras de arte.
Mira de reojo su bolsa, la caja está a buen recaudo. Casi puede verla a través de la tela, el regalo perfecto para avanzar hacia una relación seria.
—¿Más vino, señor?
El camarero aparece tan de repente que Daniel da un respingo, dejando caer el móvil sobre la mesa.
—No. Espera, sí, gracias.
Se siente ridículo, sentado a solas en una mesa para dos con una vela y una flor en el centro, como si el resto de comensales supiera que está a punto de cometer la mayor locura de su vida.
S: ¿Cómo ha ido, se ha atragantado con el anillo?
Resopla, responde mordiéndose el labio para no sonreír, como si la tuviera delante y tuviera que fingir que no le divierte su sarcasmo. Sam es la única constante en su vida, ambos trabajaron juntos en una librería antes de que ella decidiera que aguantar clientes en la recepción de un hotel era mejor. Siguen siendo amigos y es la que le conoce mejor que nadie. Intenta olvidar las breves semanas en las que intentaron convertir su amistad en algo más, ambos son demasiado parecidos para que pudiera funcionar. Al menos de esta manera puede quedársela en su vida. Es la única ex con la que se sigue hablando, claro que también es la única con la que le apetece mantener el contacto.
D: Muy graciosa. Uno, eso es un cliché y no pienso hacer jamás tal cursilada. Dos, no es un anillo, es la llave de mi piso, lo sabes de sobra. Y tres, ¿crees que Simon ha llegado puntual?
Daniel ve aparecer los puntos suspensivos mientras Sam piensa en su respuesta, y suspira, sabe que no suele morderse la lengua.
S: Aún estás a tiempo de salir corriendo.
D: Sam…
S: Daniel, lo digo en serio.
Le traen su nueva copa de vino y se lo agradece con una sonrisa al camarero, intentando que esta le dure más que la primera. Debería haberse pedido la botella. No es la primera vez que acaba en un restaurante pidiendo la comida para llevar o llorándole al camarero, y se detesta porque sabe que no será la última, por mucho que implique darle la razón a Sam, que nunca ha sido fan de Simon.
Deja el móvil boca abajo, centrándose en el menú. Si va a tener que cenar solo va a pedirse lo que tenga más calorías de la carta, y postre, y quizás otro postre para llevar.
Antes de que pueda decidirse entre los raviolis o la lasaña le dan una palmada en el hombro y cuando se gira, Simon le da un beso en la comisura de los labios, alejándose antes de que a Daniel le dé tiempo a reaccionar. Si era porque quería ahondar el beso o apartarse ya no lo tiene tan claro.
Simon ni siquiera se ha arreglado para la ocasión, sigue llevando los tejanos rotos que usa para trabajar y en su camiseta hay manchas de pintura.
No es que Daniel vaya de traje pero por lo menos se ha puesto ropa limpia.
—¿No me has pedido nada para beber?
Nunca se disculpa por llegar tarde. Daniel sabe que es una batalla perdida, así que suspira, ignorando su comentario.
—¿Qué tal ha ido la tarde?
Simon señala al camarero y la copa de Daniel, pidiendo dos más antes de centrar su atención en él.
Se encoge de hombros, intentando ser modesto, pero Daniel le conoce, sabe que esa palabra no entra en el vocabulario de Simon.
—Creo que a finales de semana tendré la serie completa. Los de la galería no dejan de insistir en que les lleve ya las piezas, menudos incompetentes, no saben que el arte lleva tiempo.
Conoció a Simon en la sección de arte de la librería, maravillándose cuando le dijo que pintaba; a Daniel siempre le han gustado los artistas. Suele ser más sencillo que alguien con horarios propios entienda los suyos que alguien con un horario de nueve a cinco. Aunque a veces echa de menos la estabilidad de saber en todo momento con qué va a encontrarse con respecto a su pareja.
Ambos piden, Daniel una ensalada y Simon la lasaña, y Daniel no deja de mirar de reojo su bolsa, con el corazón en la garganta.
—Daniel, ¿me estás escuchando?
Carraspea, tragando el tomate antes de volver a sonreírle, asintiendo.
—¿Cuándo es la inauguración? Me muero de ganas de ver tus cuadros por fin. No me has dicho cuál es el tema.
Lo único que sabe de la gran exposición de Simon es que todos los cuadros tienen un tema en común, que se ha inspirado en Daniel para alguno de ellos, que no está listo para dejárselos ver a nadie, y que van a revolucionar el mundo del arte.
Esto último no se ha atrevido a decírselo a Sam, que ya opina que Simon se quiere demasiado a sí mismo. Además se trata de cuadros realistas, ni siquiera se dedica al arte moderno, Daniel tampoco entiende qué hay de vanguardista en hacer algo que pintores con renombre llevan perfeccionando durante siglos.
Simon le guiña el ojo.
—Es una sorpresa, guapo. Te mandaré la invitación cuando esté todo listo, lo único que tienes que hacer es venir elegante.
Daniel se sonroja, dando un sorbo de vino.
—¿Quieres que compartamos el tiramisú? Me lo han recomendado.
Simon asiente y pronto están con sendas cucharas, disfrutando del postre. Daniel tamborilea con los dedos en la mesa, se le acaban las oportunidades para echarse atrás.
Al fin, deja la cuchara y entrelaza los dedos, carraspeando.
—Quería hablarte de algo.
Simon le hace un gesto con la mano y Daniel saca la cajita de su bolsa, poniéndola entre los dos, volviendo a carraspear.
—Sé que quizás es poco tiempo, pero creo que… espera, déjame…
La abre, enseñándole la llave a Simon, quería que fuera algo romántico, no solo una transacción más, aunque no sabe cómo puede hacer uno romántico pedirle a su novio que compartan techo.
Pero antes de poder seguir hablando la risa de Simon le sobresalta, y levanta la mirada, alzando las cejas. Simon parece encantado de la vida, riéndose de él como si le acabara de contar un chiste en vez de darle un trozo de sus futuros planes.
—Oh, dios, ¿lo dices en serio? ¡Solo llevamos unas semanas, Daniel!
—Meses. Llevamos seis meses. —Pero lo murmura, empezando a acalorarse—. Pensaba que querías ir en serio. Pasas más noches en mi piso que en el tuyo.
Simon sacude la cabeza, cogiendo la caja, resoplando antes de cerrarla con un chasquido que se le queda grabado a Daniel en la mente.
—Porque el mío no tiene aire acondicionado. Además, si ni siquiera somos exclusivos.
Daniel se echa hacia atrás en el asiento, con el estómago revuelto, rezando para no echar lo poco que ha cenado. Cree que ya está haciendo bastante el ridículo.
Piensa en Simon todas las noches volviendo tarde apestando a colonia, cómo ha podido ser tan ingenuo con algo tan obvio.
—¿Me has puesto los cuernos?
—No son cuernos cuando no somos exclusivos. Por favor, no me digas que crees en la monogamia. Qué heteronormativo por tu parte.
Por un momento se pregunta si Simon siempre ha sonado así de condescendiente o si es que por fin empieza a darse cuenta de por qué Sam nunca ha soportado estar más de cinco minutos en su compañía.
Intenta no echarse a gritar, cree que las mesas de su alrededor ya están pendientes de su drama y no quiere más público.
—¡Dijiste que me querías! Di por sentado que no te estabas tirando a otros a mis espaldas.
Simon pone los ojos en blanco, levantándose. Ni siquiera hace el intento de ofrecerse a pagar la cena.
—Mira, ya lo hablaremos cuando se te pase el berrinche. Lo que tenemos es divertido, ¿por qué complicarlo? No busco nada serio, Daniel, pensaba que lo tenías claro.
Se inclina para darle un beso en la mejilla pero Daniel se aparta, parpadeando, sintiendo el suspiro de Simon en su piel antes de marcharse.
Hunde la cabeza entre sus manos, cerrando los ojos, intentando no echarse a llorar. Seis meses de su vida tirados a la basura. De nuevo. Empieza a preguntarse por qué insiste tanto en encontrar pareja si está claro que tiene muy mal ojo y al menos estando solo se ahorra las rupturas en público.
Cuando el camarero deja la cuenta y una ración de tiramisú para llevar cortesía de la casa, Daniel apenas es capaz de mirar a nadie a la cara antes de salir corriendo del restaurante y del mayor bochorno de toda su vida.
Lee los mensajes que se le han acumulado mientras rompía con su enésimo capullo. Desde luego, sabe escogerlos.
S: ¿Cómo ha ido? ¿Voy con vodka o con champán?
Ignora el mensaje de Sam, no es capaz de enfrentarse a ella y a sus te lo dije. Pero lo del vodka es una buena idea e intenta hacer memoria de si aún le queda o tiene que buscar alguna tienda que siga abierta.
Cuando lee los siguientes sabe que va a necesitar mucho más que vodka para olvidar esta noche.
A: Llama a mamá, ni siquiera sabe si vas a venir acompañado o no.
Su hermana solo le manda mensajes para hacer de intermediaria entre sus padres y él, porque a pesar de que Daniel intenta ignorarla todo lo posible, es incapaz de hacerlo cuando están sus padres de por medio. Por desgracia lo último que necesita ahora mismo es que le recuerden que prometió presentarse en la casa de verano de sus padres para pasar unos días en familia.
Papá: Daniel, necesito saber si tu novio y tú necesitáis la habitación toda la semana. Recuerda llamar a tu madre.
Mamá: Daniel Alexander, haz el favor de llamarme. Necesito saber si tu novio tiene alguna alergia antes de hacer la compra.
Menos mal que no se le ocurrió contarle a su familia sus planes para irse a vivir con su novio. Aunque habría sido aún más perfecto no haberles hablado de su nuevo novio ni de lo feliz que eran o lo muy enamorados que estaban. No debería haberse picado cuando Anna comentó que no pasaba nada si iba sin pareja, estamos acostumbrados, Daniel.
Ahora cómo va a contarles que vuelve a estar soltero y que no es capaz ni de mantener una relación. Todos sus planes se van a ir al traste.
—Se te da muy bien la decoración.
—¿Te estás riendo de mi parte de la habitación? Al menos mi pared no está llena de pósteres.
—Lo digo en serio, me gusta cómo te ha quedado. Espera, ¿qué tienen de malo mis pósteres?
—Siento pena por tu futura pareja, va a tener que encargarse de todas las decisiones estéticas de vuestro piso.
—Quién sabe, a lo mejor se me pega algo de ti.
Patrick siempre ha querido ser profesor, le gusta poder hablar de literatura con sus alumnos y poder recomendarles lecturas para el verano a los que le piden consejo, de hecho cree que durante años poder encerrarse entre cuatro paredes dando clase ha sido lo que más le ha satisfecho en la vida. Por desgracia parece que ahora ni siquiera eso consigue relajarle. Lleva toda la mañana mirando el reloj de la pared deseando que llegue la hora del descanso de mediodía y casi sale corriendo más rápido que sus alumnos.
Da un respiro cuando se da cuenta de que ha llegado el primero a la sala de profesores y la tiene toda para él.
Son las últimas clases antes del verano y cree que este ha sido el año escolar más largo de toda su vida. Ha tenido otra discusión con su clase para que prestaran atención, se le han acumulado los exámenes y trabajos pendientes, y lo último que le apetece es volver a casa para encontrarse con todas sus cajas por en medio. Debería haber esperado a estar de vacaciones para mudarse pero Rose insistió en que una vez les dieran las llaves de su nueva casa debían trasladarse cuanto antes para poder empezar a vivir juntos como dos adultos.
Tiene treinta y dos años y Patrick sigue preguntándose si ser adulto es esto, tener una hipoteca, pareja estable y un trabajo que le llenaba pero que cada vez le crispa más.
Intenta no pensar demasiado en que los amigos que tiene en común con Rose no parecían tan estresados cuando les ayudaron con sus mudanzas o cuando les hablaban de la decoración que habían decidido para su nuevo hogar, entusiasmados con la nueva etapa en sus vidas. Quizás Patrick solo necesita un poco más de tiempo para hacerse a la idea, eso es todo.
—Odio a los adolescentes.
Por un momento Patrick está tan absorto que cree que lo ha dicho él en voz alta, hasta que ve llegar a Martha, la profesora de historia, con una cara de frustración con la que se ve reflejado.
Martha se sienta junto a él, dejando caer sus libretas sobre la mesa sin importarle si acaban en el suelo o encima de sus cosas, a pesar de que tiene espacio de sobra en la mesa.
Patrick respira hondo, apartando su taza de té antes de que se le derrame sobre los exámenes que está preparando.
Intenta ignorarla, fingiendo que está muy concentrado en sus papeles. Por desgracia Martha no parece darse cuenta y se gira hacia él.
—¿Cómo va la mudanza, ya lo tienes todo guardado? Aún tengo pesadillas con la mía, no sabes la de tonterías que acabas acumulando hasta que tienes que encontrarles sitio.
Patrick aprieta con fuerza el bolígrafo, cerrando su carpeta y dando un sorbo de té mientras se encoge de hombros.
—No he tenido tiempo, aún tengo cajas acumuladas, ya sabes cómo son estas cosas.
Se pregunta si le suena tan hueco a Martha como a él. Lleva casi tres meses en la casa nueva, no debería seguir teniendo la mitad de sus trastos en medio, sobre todo porque Rose acabó con los suyos hace semanas y no deja de preguntarle una y otra vez cuándo va a ponerse a ello.
Se pregunta si es normal que Rose y él lleven tantas discusiones desde que se mudaron.
—Debes tener ganas de estar de vacaciones. Podréis estrenarla a fondo.
Le guiña un ojo y Patrick tarda unos minutos en entender la insinuación, tragando saliva, sin saber cómo se responde a algo así. Sabe que tampoco es normal que prefiera pasar la noche acurrucado junto a Rose en el sofá que teniendo sexo con ella. Pero lo último que necesita es ser la comidilla de la sala de profesores.
Por suerte les interrumpen un par de compañeros y Martha decide que prefiere ponerse al día con ellos que seguir molestando a Patrick, que vuelve a concentrarse en sus papeles hasta que oye un carraspeo.
Levanta la mirada, encontrándose con las expresiones entre confusas y divertidas de sus compañeros. Además de Martha parece que se les han unido el profesor de matemáticas y la de química, y los tres parecen esperar una respuesta suya.
—¿Qué?
Le sale más seco de lo que pretendía y tanto Peter como Laura fruncen el ceño. Martha le quita el bolígrafo de entre los dedos, inclinándose hacia él.
—Decíamos que a ver cuándo Rose y tú nos invitáis a la inauguración. Tenemos ganas de ver vuestra casa.
Peter asiente, sonriéndole.
—Podemos llevar cada uno algo de comer, así no tendréis que hacer todo el trabajo vosotros.
Patrick se encoge de hombros, pensando de nuevo en el desastre que tienen en casa por su culpa.
—Claro, más adelante, aún tengo que acabar de instalarme. Ya os diré algo.
Por suerte Peter y Laura cambian de tema y empiezan a comentar una serie que vieron anoche, dejándole de nuevo a solas con sus pensamientos.
Martha se sirve una taza de té y le rellena la suya a Patrick, bajando la voz para que los demás no la oigan.
—Patrick, ¿estás bien? Llevas semanas que no pareces tú mismo.
Siente el impulso de reír, preguntándole si es capaz de decirle con exactitud cómo cree que es Patrick, porque le da la sensación de que no lo sabe ni él mismo.
Se quema al dar un sorbo al té, dejando la taza sobre la mesa, suspirando.
—Deben ser los nervios de la mudanza y el final de curso, ya sabes cómo se ponen los alumnos a medida que se acerca el verano.
Martha asiente, sonriendo como si le aliviara que la explicación sea tan sencilla.
—¿A cuántos has tenido que castigar de momento?
Acepta el cambio de tema encantado y ambos se pasan el resto de su hora del descanso poniéndose al día con los alumnos que tienen en común.
Se promete a sí mismo que aprovechará el fin de semana para acabar de instalarse. Sabe que Rose está esperando a que él acabe para empezar a buscar cosas con las que decorar la casa, por suerte entre los muebles que tenían cada uno en su piso no van a necesitar ir en busca de sofás o de sillas, aunque siguen teniendo habitaciones vacías. Lo que les gustó de la casa es que está cerca de la consulta veterinaria de Rose y no muy lejos de los padres de Patrick. Solo tiene una planta pero tres habitaciones, y sabe que una de ellas va a ser la de invitados, ambos de acuerdo en que es una buena opción cuando celebren fiestas y sus amigos o sus familiares necesiten quedarse a pasar la noche.
Sin embargo la otra está aún por decidir porque Rose no parece tan convencida como Patrick y sigue negándose a que sea una biblioteca. Sabe qué esperan todos que sea esa habitación, pero se acaban de mudar y ni siquiera es capaz de pensar dónde van a ir de vacaciones, como para intentar pensar en ampliar la familia tan rápido.
Cree que si convence a Rose para ir a buscar algo con lo que decorar las paredes y que al menos les reciban algo más que el blanco en el que están pintadas estará satisfecha durante unos días.
Por un momento piensa en los pósteres que le acompañaron toda su época de la universidad, de cómo fueron desde casa de sus padres a la habitación del campus y más tarde al piso universitario que compartió también con Daniel, hasta que los cambiaron por cuadros y fotografías.
Quizás si desempaqueta pueda encontrarlos y colgar alguno este fin de semana para hacer feliz a Rose.
—¿Vas a venir esta noche?
—¿Vuelves a salir? No pienso volver a recogerte cuando vayas tan borracho que no recuerdes dónde vives.
—Por eso deberías venir conmigo. Así ya estarás despierto.
—Sería más sencillo si no te emborracharas. O si no me llamaras cuando lo haces. Algunos necesitamos dormir ocho horas seguidas antes de ir a clase.
—Solo ha pasado una vez, Patrick. Vale, dos. No seas un muermo, es la mejor manera de conocer gente.
Lo bueno de volver a estar sin pareja es que puede concentrarse en el trabajo. Si es que se le puede llamar a estar concentrado a dedicarse a encender el ordenador para escribir y acabar en internet viendo videos de animales.
Su nueva novela tiene por primera vez a protagonistas jóvenes, hasta ahora sus novelas iban enfocadas a lectores adultos, pero esta es la novela que lleva intentando escribir desde hace una década.
Sigue ignorando los avisos de su familia, ya se habría escaqueado de tener que ir a verlos para las vacaciones si no fuera porque por una vez tiene planes más allá de la siguiente novela o el siguiente desastre sentimental de su vida. Ha estado trabajando en un nuevo proyecto y cree que es el momento perfecto, empieza a poder vivir de sus derechos de autor y sería una buena manera de tener ingresos extra y a la vez hacer algo que ama.
La única que conoce sus planes es Sam, que le ha estado apoyando, aunque espera que sus padres sean tan entusiastas como ella cuando les pida dinero.
Por eso necesitaba ir con pareja a verlos. Aunque se tratara de Simon, que no ha dejado de mandarle mensajes como si no hubiera pasado nada, pero si Daniel tiene que ser sincero consigo mismo es más probable que su novela se escriba sola antes de que Simon reconozca que ha hecho algo mal. Sam también ha intentado ponerse en contacto con Daniel, que agradece que esta semana tenga turno de noche en el hotel en el que trabaja, al menos así no puede presentarse por sorpresa para obligarle a explicarle cómo fue la cena con Simon.
Debería haberle hecho caso a Sam cuando le dijo que era demasiado pronto. Siempre hace lo mismo con sus parejas, dándolo todo con la esperanza de que esta vez sean los adecuados.
Cierra el ordenador, sintiéndose un fraude. No es capaz de concentrarse en la historia romántica sin sentirse como un fracasado así que decide ir a comprar porque tiene la nevera en las últimas.
A quién quiere engañar. Se le han acabado las bebidas.
Cuando vuelve a su piso se detiene en seco, dando un grito cuando ve a Sam sentada en su felpudo.
—¡Me has dado un susto de muerte! ¿Tú no trabajabas de noche esta semana?
Sam se levanta, encogiéndose de hombros.
—Le he pedido a Eric que me cambiara el turno, llevas días ignorándome, así que he supuesto que era mejor venir en persona.
Daniel oculta una sonrisa, apartándola para abrir la puerta, dejándola pasar. Deja la compra sobre la mesa, ahora mismo le apetece más emborracharse con Sam que ponerse a preparar la cena.
—Coge un par de vasos, no quiero hacer esto sobrio.
Sam sabe dónde lo guarda todo en su cocina así que le obedece sin hacer preguntas, cogiendo también galletas saladas, siguiéndole hasta la zona del comedor.
Su piso no tiene habitaciones así que ni siquiera tienen que dar más de un par de pasos desde la cocina a lo que Daniel entiende como su zona de relax, que básicamente consiste en una mesita, la tele y un sofá que lleva con él más mudanzas de las que es capaz de contar. De fondo se ve su habitación, así que se alegra de haber hecho la cama antes de salir.
—¿Tan mal fue? Pensaba que estaríais celebrándolo como conejos. He estado a punto de no venir por si os pillaba en plena faena.
Daniel se quita los zapatos y se deja caer en el sofá antes de responder tanto a su pregunta como a su expresión. La ve observar a su alrededor intentando ser discreta pero sin conseguirlo, es obvio que está buscando rastros de Simon por el apartamento.
—Oh, peor. No solo me ha rechazado, sino que creo que hemos cortado y resulta que yo era el único de los dos que pensaba que estábamos en una relación monógama.
Sam alza las cejas, dejando las cosas sobre la mesita, llenando los vasos.
—¡Menudo idiota! Espera, ¿crees que habéis roto? ¿No le has dado la patada? ¡Por dios, Daniel!
Le enseña los mensajes de su familia, empezando a beber.
—Diles que habéis roto, lo entenderán.
—No puedo. Necesito que… no quiero ser el fracasado que ni siquiera es capaz de mantener una relación. No esta vez, me juego demasiado.
Sam asiente, sentándose junto a él, dándole un empujón suave con el hombro.
—Siempre puedo hacerme pasar por tu novia. Tenemos práctica. —Le guiña un ojo y Daniel ríe, negando con la cabeza.
—Les dije que tenía novio, no novia. Y ambos sabemos que tú y yo estamos mejor como amigos.
Intenta no pensar en las noches que pasaron juntos antes de darse cuenta de que tenían química como amigos pero no como amantes. Por lo menos consiguieron salvar su amistad porque ninguno de los dos buscaba nada romántico con el otro.
Sacude la cabeza, dando otro trago de vodka, atreviéndose a decir en voz alta lo que lleva dándole vueltas desde que Simon lo dejó tirado en el restaurante.
—¿Qué dice de mí que me haya sentado peor quedarme sin novio justo ahora que no el hecho de estar otra vez sin pareja?
Sam chasquea la lengua, quitándole la botella de las manos antes de que se sirva más.
—Eso dice que en el fondo sabes que Simon era un idiota. No habrías aguantado tanto a su lado si no fueras un idealista.
—Si me vuelves a decir que el amor de mi vida aparecerá cuando menos me lo espere sales por la ventana.
Sam se atraganta con el vodka cuando se echa a reír.
—Sería maravilloso poder saber cuándo va a aparecer el novio perfecto.
Le da vueltas a las palabras de Sam, pensando en toda la conversación. Deja el vaso sobre la mesita, girándose hacia ella, cogiéndola de las manos. Quizás sea lo que necesita.
—¡Eso es!
Sam alza las cejas, sin saber qué ha generado esa reacción. Cuando cree darse cuenta, frunce el ceño.
—¿Eso es qué? Ya has dicho que no se van a creer que seamos pareja si vamos juntos.
Daniel hace un gesto con la mano, ansioso por volver a su idea.
—¡Eso no! Que alguien se haga pasar por mi novio. ¡Es una idea perfecta!
Sam ríe, sacudiendo la cabeza.
—¿Cuándo he dicho yo eso? Estás loco. ¿Qué vas a hacer, llamar a un catálogo de novios a domicilio? Creo que la palabra que buscas para eso es prostitución. No lo recomiendo.
Daniel se acaba su vaso de un trago, levantándose para coger la otra botella.
—No he dicho que lo tuviera todo pensado.
Sam le sigue a la cocina con los vasos, pasándole el suyo y el teléfono.
—Anda, bebe, mañana no te vas a acordar de nada. Pero pide un par de pizzas antes, estoy muerta de hambre.
A medida que pasa la noche, entre la cena, las bebidas y el maratón de películas románticas, Daniel deja que su absurda idea se quede de nuevo en su subconsciente.
Lo último que recuerda antes de dejar a Sam durmiendo en el sofá y tirarse en la cama es coger el móvil y abrir los contactos, recordando otras borracheras y a una persona en concreto.
—Para no creer en el amor te veo decidido a pasar el resto de tu vida con esa tal Rose.
—Solo somos amigos, era mi novia en el instituto. Además, te lo he dicho, el amor eterno no existe.
—Algún día te demostraré que sí.
—Tienes mucho trabajo por delante, entonces. No creo que entre las clases y tu apretada agenda social puedas dedicarte a hacerme cambiar de opinión.
Oye la ducha, así que se da la vuelta en la cama, mirando al techo, suspirando. No hace mucho que habría intentado unirse a Rose pensando que es lo que se espera de alguien que lleva poco tiempo viviendo con su novia, pero anoche volvieron a discutir sobre la incapacidad de Patrick de ordenar sus cosas y lo último que le apetece es fingir que todo va bien.
Suspira otra vez, cogiendo el móvil y quitando el modo avión. Alza las cejas cuando empiezan a llegar las notificaciones, nunca está tan solicitado a las nueve de la mañana en fin de semana. Claro que tampoco es que durante los días laborables tenga más vida social, cree que se queda tantas horas corrigiendo trabajos en el instituto solo por no llegar a casa a intentar llenar los vacíos con Rose. Cada vez que piensa en seguir pagando la hipoteca el resto de su vida se le caen las paredes encima.
Pensando que quizás se trate de sus padres y buscando una distracción de sus pensamientos se da prisa en escuchar el primer mensaje, con el corazón en la garganta, dándose cuenta al oír la voz de por qué no reconocía el número.
Daniel.
Piensa en la última vez que se vieron, decidiendo que es demasiado temprano para torturarse, pensando en cambio en por qué perdieron el contacto. Le robaron el móvil poco después de acabar la universidad, perdió todos los números y Daniel nunca se puso en contacto para poder volver a guardar el suyo. Patrick creía que le habría pasado algo similar, pero es evidente que lo estaba evitando y que no quería saber nada más de él. Hasta ahora, por algún motivo.
Le recuerda sonriente, mirándole con esos ojos oscuros que parecían negros, a juego con su pelo, su piel más propensa al moreno que a las rojeces de la palidez de Patrick cada vez que le roza el sol, siempre vestido de distintos colores, no tenía miedo a mostrarse tal y como era a través de la ropa, aunque fuera con esos pantalones rosa oscuro que tenía. Patrick le envidiaba esa facilidad para ignorar lo que los demás pudieran pensar de él.
Soy Patrick. Hace mucho tiempo que… espera no, mierda, ¿cómo se borra…?
Ríe, su voz es más grave pero la reconocería en cualquier parte, aceptando la opción de guardar el mensaje, pero mira de reojo la puerta del baño antes de abrir el siguiente. Ya no se oye la ducha, Rose debe estar vistiéndose, así que no tardará en salir a despertarle con un beso, de modo que sale de la cama, bajando a esconderse en su despacho con el móvil pegado a la oreja.
Esto… soy Daniel. Patrick eres tú. No sé por qué me he confundido. Patrick ahoga una carcajada, es obvio que Daniel está muy borracho. El Daniel del mensaje carraspea antes de continuar. Tengo una idea. Bueno, ha sido casi idea de Sam pero no se lo digas porque se va a poner insoportable y ya sabemos cómo… Oh, no conoces a Sam, así que no sabes…
El mensaje se corta y Patrick pasa al siguiente, sentándose tras su escritorio, fingiendo que está poniéndose al día con los exámenes pendientes por si Rose decide interrogarle sobre por qué la está evitando un domingo por la mañana.
En fin, que hemos tenido una idea. He pensado… Serías perfecto, porque siempre ibas bien vestido, y eres mono, y tienes ese aspecto de niño bueno y ordenado que… Patrick se sonroja, mordiéndose el labio. Las siguientes palabras de Daniel le hacen palidecer y empiezan a sudarle las manos. Necesito un novio.
El móvil se le escurre de entre los dedos y maldice, intentando evitar que rebote en la mesa, dándose un golpe en el cogote cuando se agacha a cogerlo porque ha acabado en el suelo, cómo no.
Rose abre la puerta del despacho, sobresaltándolo.
—Cielo, ¿va todo bien?
Gruñe, acariciándose el bulto que empieza a salirle en la nuca, cerrando los ojos y contando hasta cinco antes de acabar de erguirse y sonreírle a Rose.
—No pasa nada. —Se da cuenta que Rose está completamente arreglada, piensa que no la veía maquillada desde hace semanas, con el pelo recogido en un moño y un vestido de verano lleno de lunares. Patrick frunce el ceño, intentando hacer memoria—. ¿Tenemos planes?
Rose pone los ojos en blanco, cruzándose de brazos. Es más bajita que Patrick pero cuando se pone así le da la sensación de que le está riñendo la directora del colegio, a pesar de que Rose es veterinaria y Patrick quiere pensar que no le habla así a sus pacientes.
—Te dije anoche que he quedado con mis amigas para desayunar. Aunque puede ser que la cosa se alargue y no vuelva hasta la tarde, ya sabes cómo son.
Quizás en otra ocasión Patrick intentaría fingir que quiere que Rose llegue a tiempo para poder comer juntos, o quizás Rose hace una pausa porque es ella la que quiere que le insista para que vuelva antes, pero Patrick aprieta la mano con la que esconde el móvil, ansioso por saber cómo sigue la extravagante petición de Daniel.
—Pásalo bien.
—¿No vas a darme un beso de despedida?
Patrick la mira, preguntándose desde cuando se hablan así y por qué hasta ahora no le había molestado tanto, incapaz de moverse. Así que es Rose la que se le acerca, dándole un beso en la mejilla, sin duda dejándole marcas de pintalabios porque sabe cuánto lo detesta Patrick.
Esta vez Patrick espera hasta que escucha cerrarse la puerta principal para volver a sus mensajes de voz, no cree que Rose recuerde siquiera quién es Daniel, pero no tiene ningunas ganas de darle explicaciones antes de saber de qué va todo.
Tenía un novio. Hasta hoy, pero resulta que… bueno, que es un capullo. Pero les dije a mis padres que lo llevaría para presentárselo y pasar una semana en familia. ¿Quieres ser mi novio falso? Sam cree que no me voy a acordar mañana de nada.