Corazón de olvido - Susan Crosby - E-Book

Corazón de olvido E-Book

Susan Crosby

0,0
2,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Heath Raven llevaba años alejado del mundo, pero su autoimpuesto aislamiento no le había impedido tener un hijo. Desesperado por encontrar al pequeño, contrató a una investigadora privada llamada Cassie Miranda, una mujer sensual que despertó el deseo que durante tanto tiempo se había negado a sí mismo.Cassie intentó que su relación con Heath fuera estrictamente profesional, pero después de encontrar a su hijo, no soportaba la idea de marcharse de su lado...

Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:

EPUB
MOBI

Seitenzahl: 138

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2006 Susan Crosby

© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Corazón de olvido, n.º 1449 - abril 2024

Título original: HEART OF THE RAVEN

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788410628588

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Capítulo Dieciséis

Capítulo Diecisiete

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

Cassie Miranda sintió un escalofrío mientras entraba con su coche por el camino de Wolfback Ridge. Aquel sitio daba miedo, pensó. ¿Dónde estaban el cielo azul y la temperatura agradable que la habían seguido desde el Golden Gate hasta Sausalito?

Hasta unos minutos antes, aquel día de septiembre parecía de postal. Uno de esos días en los que los fotógrafos no paraban de retratar la bahía de San Francisco y los ejecutivos dejaban de trabajar para irse a ver un partido de los Giants.

Pero entonces, sin avisar, el cielo se había cubierto de nubes. Justo encima de Wolfback Ridge. Cassie miró por el retrovisor. Como imaginaba, atrás había dejado un cielo completamente azul.

Entonces vio la casa, una edificación de cristal y madera con una vista espectacular de San Francisco y el puente más famoso del mundo… si la vista no estuviera tapada por el tupido bosque que rodeaba la propiedad. Ningún rayo de sol podría penetrar ese tupido follaje.

Estaba claro que su nuevo cliente requería una anormal privacidad.

A ella no le importaban las excentridades… hasta cierto punto. Si quisiera ver gente normal todos los días no sería investigadora privada.

Cassie aparcó bajo un árbol retorcido que parecía tener más de cien años. Siendo una chica de ciudad, pensó que sería un roble, pero lo único que ella sabía de robles era que daban bellotas. Y no veía ninguna bellota por allí.

Tomando el maletín y la chaqueta, salió del coche. Todo estaba en silencio. Un silencio ominoso. Como si los pájaros temieran llamar la atención.

Cassie miró alrededor mientras se ponía la chaqueta y un escalofrío recorrió su espalda. Alguien la estaba observando.

–Era una oscura noche de tormenta… –murmuró, intentando tomárselo a broma. Pero no le hizo ninguna gracia.

Suspirando, se sacó la trenza, aprisionada por la chaqueta, y la dejó caer sobre su espalda. Que los pájaros no cantasen la hizo pensar si habría algún animal salvaje por allí… La presencia de un depredador haría que los pájaros se quedaran en silencio, ¿no? Al menos, eso era lo que pasaba en las películas.

Un lobo quizá. Al fin y al cabo, aquel sitio se llamaba Wolfback Ridge, la sierra de los lobos.

Cassie miró hacia la casa. Los cristales eran oscuros. ¿Estaría observándola su cliente? Incluso su nombre sonaba gótico: Heath Raven.

Debía ser un hombre oscuro y misterioso, quizá incluso desfigurado. Atormentado.

No, tonterías. Cosas de su imaginación. Su jefe, en Los Ángeles, le había asignado el caso: una persona desaparecida. Habló con el cliente por teléfono y parecía normal. Y cuando buscó su nombre en Internet comprobó que era un arquitecto muy conocido. No podía ser tan raro.

Se acercó a la casa, sus botas crujiendo sobre el camino de grava. La masiva edificación impedía toda posibilidad de que allí penetrara algún rayo de sol.

Cassie confiaba en su instinto y su instinto le decía que se diera la vuelta y saliera corriendo, que el hombre que vivía en aquella extraña casa de cristales oscuros iba a conseguir despertar sus demonios personales, los que llevaban años escondidos. Pero justo en ese momento la puerta se abrió.

El hombre que vio en el porche no estaba desfigurado. No, pero era como había imaginado: alto, moreno, con el pelo un poco demasiado largo, facciones angulosas, ojos de color verde claro, penetrantes, y sí, atormentados.

Delgado, pero con un cuerpo fibroso.

–¿Señorita Miranda? –preguntó él, con una voz perfectamente normal.

–Sí, buenas tardes –contestó ella, ofreciéndole una tarjeta que la identificaba como Cassie Miranda, de ARC Seguridad e Investigación.

–Yo soy Heath Raven. Entre, por favor.

Llevaba vaqueros y un polo de color rojo. Un atuendo normal.

Sin embargo, no había nada normal en aquel hombre.

La casa estaba tan silenciosa como una celda. Los muebles del salón parecían nuevos, como la chimenea, que no debía haberse encendido nunca. Los enormes ventanales deberían dejar pasar la luz. Pero no había luz en aquella casa. Era oscura y triste… especialmente triste, como si estuviera de luto.

Cassie sacó cuaderno y bolígrafo del bolsillo y se sentó en el sofá.

–¿Quién es la persona desaparecida, señor Raven?

–Mi hijo. Mi hijo ha desaparecido –contestó él, apretando los dientes.

Cassie levantó la mirada. ¿Su hijo, un niño? Aquél no era un caso para su empresa, sino para la policía.

–¿Qué ha dicho la policía?

Él negó con la cabeza.

–Pero si su hijo ha desaparecido…

–La mujer que está embarazada de mi hijo ha desaparecido dejando una nota –explicó él entonces–. Y la policía no quiere hacer nada porque ella es una adulta y se ha marchado voluntariamente.

Parecía furioso. ¿Con la mujer o con la policía? En cualquier caso, era comprensible.

–¿Puedo ver la nota?

Él salió un momento de la habitación y Cassie aprovechó para respirar a gusto. Si hubiera sabido que se trataba de un niño… No, hubiera ido de todas formas. Pero le habría gustado estar preparada. Cuando había un niño de por medio, los casos solían ser agotadores y, en general, deprimentes.

Heath Raven volvió unos segundos después.

–Aquí está la nota –murmuró, ofreciéndole un papel de color rosa.

 

Querido Heath,

Tengo que pensarme todo esto. No me busques. Yo te llamaré.

Eva

 

No era exactamente una carta de amor, pensó Cassie.

–¿Cuándo la recibió?

–Llegó esta mañana en el correo.

–¿Es su esposa?

–No. Estuvimos juntos una sola noche, hace ocho meses. Le pedí que se casara conmigo varias veces, pero me dijo que no.

–¿Por qué se ha marchado?

–No la he maltratado, si eso es lo que piensa –contestó él.

–Sólo estoy intentando entender la situación. Ése es mi trabajo.

Él se pasó una mano por la cara, impaciente.

–Yo no salgo mucho. En general, la gente viene aquí cuando necesito algo. Eva trabaja como secretaria en el bufete de mi abogado y solía venir por aquí para traerme documentos. Después de casi un año viéndola una vez a la semana, nos acostamos juntos. Una vez. Y quedó embarazada.

–¿Cuándo nacerá el niño?

–En tres semanas –contestó él, moviéndose por la habitación.

–¿Está seguro de que es suyo?

Heath Raven vaciló un segundo.

–No tengo razones para creer otra cosa.

Cassie estaba segura de que había pensado en ello más de una vez. Pero parecía convencido.

–Muy bien. ¿Sabe usted dónde podría haber ido?

–No tengo ni idea. Solía venir por aquí un par de veces por semana, me contaba lo que le había dicho el ginecólogo, charlábamos un poco… Eso es todo. No he hecho nada que la obligase a desaparecer. Ella aceptó compartir la custodia del niño conmigo. Teníamos una relación amistosa.

¿Una relación amistosa? Eso sonaba un poco raro.

–¿Le da usted dinero?

–Sí.

–Voy a necesitar más detalles, señor Raven.

–Señorita Miranda, Eva va a tener un hijo mío y quiero que el niño esté bien cuidado. Eso empieza en el embarazo. Yo quería que viniera a vivir aquí, pero Eva se negó, de modo que le ofrecí dinero para que fuera al mejor ginecólogo. Si quiere, le mostraré una copia de los cheques… pero, ¿qué importa eso?

–Importa porque establece un patrón. Quizá se ha marchado porque pretende sacarle más dinero manteniendo al niño como… rehén, digamos. En la carta dice que se pondrá en contacto, pero usted ha llamado a mi agencia. Si confiara en ella, sencillamente esperaría.

Él apartó la mirada, apretando los puños. Las emociones de aquel hombre, apenas contenidas, la fascinaban.

–Hace tres años mi hijo murió. Mi único hijo. No quiero perder también a este niño.

Su dolor rompía la habitación como un lamento y Cassie asintió con la cabeza, comprensiva. Tenía veintinueve años y había visto mucho sufrimiento en su vida, pero nada tan terrible como perder un hijo.

Su propio sufrimiento… no, no pensaría en ello.

–Le ayudaré –dijo por fin.

–Gracias.

–¿Qué cree que quería decir Eva con esa nota?

–No tengo ni idea.

–¿Tenía novio?

–No, que yo sepa.

–¿Y familia?

–Eva no solía hablar de su vida. Sé que sus padres viven en la costa Este, pero nada más.

–Muy bien. Ya tenemos algo, pero necesitaré más información. Su apellido, su dirección… Todo lo que sepa de ella.

Heath Raven asintió.

–Vamos a mi estudio.

Cassie lo siguió por una escalera hasta una enorme habitación con dos mesas de dibujo llenas de planos y varios ordenadores.

Una de las paredes era enteramente de cristal. Y estaba cubierta por persianas. Y todas las persianas estaban bajadas.

 

 

Heath agradecía la eficiencia de Cassie Miranda. Incluso antes de que empezara a hacerle preguntas, vio que era una persona que prestaba atención a los detalles. Su camisa blanca bien planchada y los vaqueros nuevos le decían que era una persona meticulosa, organizada.

Y también estaba llena de energía. Se movía rápido, hablaba rápido, pero sabía qué preguntar.

No podía decir que hubiera elegido bien porque él había llamado a la agencia preguntando por su jefe, Quinn Gerard, pero Gerard estaba fuera de la ciudad, por eso estaba ella allí.

Era alta y tenía presencia. Con las botas vaqueras le llegaba por encima del hombro. Y él medía más de metro ochenta y cinco. Llevaba el pelo, castaño, sujeto en una trenza que le llegaba casi hasta la cintura. Sus ojos, de color azul oscuro, podían ser perspicaces o comprensivos. Se llevarían bien.

En aquel momento, estaba anotando algo en su cuaderno. Se había quitado la chaqueta de cuero, que colgaba del respaldo de una silla, y llevaba una cartuchera… con una pistola. No había esperado eso, pero no sabía por qué le sorprendía. Si Quinn Gerard hubiera aparecido con una pistola le habría parecido normal.

–¿De qué marca es la pistola?

–Sig Sauer. Calibre cuarenta.

–¿Sabe usted disparar?

–¿Usted qué cree? –sonrió ella. Parecía muy segura de sí misma y eso le gustó–. No la llevo siempre conmigo, pero no sabía qué iba a encontrarme.

–Ya.

–Muy bien… –dijo ella entonces, golpeando el cuaderno con el bolígrafo–. Dice que Eva trabaja en el bufete de su abogado.

–Así es. Está de baja por maternidad desde hace unos días.

–Qué pronto, ¿no? Ahora, las mujeres trabajan prácticamente hasta que rompen aguas.

–No sabría decirle.

Su ex mujer había dejado de trabajar cuando se casaron.

–¿Es un bufete importante?

–Torrance y Torrance.

–Ah, muy importante –murmuró Cassie–. Yo trabajé para Oberman, Steele y Jenkins durante cinco años como investigadora privada, así que conozco bien los bufetes de San Francisco. Oberman se dedica al derecho penal y Torrance al derecho civil, pero deben operar de la misma forma.

–Es posible.

–Supongo que Eva tendría amigos en la oficina… en un bufete tan grande debe haber por lo menos uno o dos compañeros con los que saliera a comer. Lo comprobaré.

–No puede hacer eso.

–¿Qué?

–No puede hablar con la gente del bufete.

–Pero tengo que hacerlo…

–No.

–¿Por qué?

–Porque nadie sabe nada de nuestra relación. En Torrance y Torrance tienen unas reglas muy estrictas sobre las relaciones entre empleados y clientes. La despedirían.

–¿Nadie sabe que usted es el padre del niño?

–No.

–Ah, ya veo.

–A Eva le gusta mucho su trabajo. No quiero causarle problemas.

–Ya… muy bien, por el momento dejaremos eso. ¿Sabe dónde vive?

Heath le dio una tarjeta y Cassie anotó la dirección en su cuaderno.

–Vive con una compañera de piso, Darcy. No sé cómo se llama de apellido.

–¿Ha estado en su casa?

–No.

–Entonces, ¿esa noche es lo único que hubo entre ustedes? ¿No salieron nunca juntos?

–Nunca –dijo él. Admitirlo hacía que sonara sórdido. Y no había sido sórdido. Él no se había aprovechado de Eva. Ella estaba interesada, más que eso. En realidad, había ido detrás de él.

Cassie miró la tarjeta de nuevo.

–¿Éste es su número de teléfono?

–Sí, es un móvil.

–Supongo que la habrá llamado.

–Está apagado. Todo el tiempo.

–Muy bien –Cassie anotó el número y le devolvió la tarjeta–. ¿Le ha hablado alguna vez de sus amigos?

–De una chica que se llama Megan. Y de un chico que se llama Jay.

–¿Qué le ha contado de ellos?

–Que es la gente con la que sale los fines de semana.

–¿No cree que Jay podría ser su novio?

–No hablaba de él como si lo fuera –a Heath le gustaba cómo hacía las preguntas, una tras otra, como si siempre fuera un paso por delante.

–Ha dicho que sus padres vivían en la costa Este. ¿Le dijo sus nombres?

–No.

–¿Sabe si tiene hermanos?

–Una hermana, Tricia. Mayor que ella. Tiene tres hijos. Eva la llamaba para pedirle consejo sobre el embarazo. Decía que no podía hablar con nadie más.

–¿Su hermana vive por aquí?

–No tengo ni idea.

Cassie lo miró, en silencio.

–Sé que debería saber algo más sobre la mujer que va a tener un hijo mío, pero… no es que no le hiciera preguntas, es que a Eva no le gusta mucho hablar sobre sí misma.

–Tenía secretos.

Que fuera una afirmación y no una pregunta confirmó sus miedos. Heath siempre había sabido que no podía confiar en Eva. Era una distracción cuando la necesitaba… o eso pensó. Al final, se había equivocado, pero eso no lo libraba de su responsabilidad.

–Era como si… como si quisiera parecer misteriosa para mantenerme interesado.

–¿Y lo consiguió?

Heath lo pensó un momento.

–Hasta cierto punto. La intriga despierta el interés, pero empezaba a cansarme.

–Sí, claro. ¿Sabe si tiene estudios universitarios?

–Está estudiando dirección de empresas. El bufete le paga los estudios y podía ir a clase durante las horas de trabajo –contestó él, ofreciéndole una hoja de papel–. Éste es su coche, con el número de matricula.

–¿Quién es su ginecólogo?

Él le dio otra tarjeta en la que también estaba anotado el nombre del hospital en el que daría a luz.

–¿Ha ido usted con ella a las clases de parto sin dolor? ¿Piensa estar con ella durante el parto?

–No y no.

–¿Ha ido con ella al ginecólogo alguna vez?

–No.

Había estado a punto, cuando iba a hacerse la primera ecografía, pero cambió de opinión cuando estaba en la puerta.

Cassie golpeó el cuaderno con el bolígrafo.

–Dice que no sale mucho, ¿verdad?

–Eso es.

–¿Sale alguna vez, señor Raven?

–Heath, por favor. Llámame de tú. Y no, no salgo.

–¿Desde cuándo?

–Desde hace tres años.

No había salido de casa desde que perdió a su hijo.

–Y tampoco subes las persianas.

–No.

Cassie Miranda no preguntó por qué, pero si lo hubiera hecho él no habría contestado. No era asunto suyo.

–Muy bien. Tengo suficiente para empezar. Aunque necesitaría una fotografía. ¿Tienes una fotografía de Eva?

Él le dio una carpeta.

–Muy joven.

–Veintitrés años. Yo tengo treinta y nueve. Sí, es muy joven –dijo Heath Raven. Y no tenían nada en común–. También hay una copia de la ecografía…

–Ah, no había visto nunca una de estas.

–Eso es la nariz, la barbilla, los brazos, las piernas…

Cassie sonrió.

–Si tú lo dices… ¿Sabes si es niño o niña?

Él señaló el papel.

–Tiene las piernas cruzadas.

–O no hay nada que ver. Podría ser una niña.

–Podría ser.