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Hacía casi veinte años, James Paladin había accedido a donar esperma para la mujer de su mejor amigo... Pero había puesto tres condiciones: - Caryn Brenley nunca sabría quién era realmente el padre de su hijo. - Él jamás se pondría en contacto con su hijo. - Cuando el muchacho cumpliera los dieciocho años, saldrían a la luz todos los secretos.Ahora que Caryn acababa de quedarse viuda, había descubierto la increíble verdad. Y el duro investigador privado podría reclamar lo que era suyo…
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Seitenzahl: 186
Veröffentlichungsjahr: 2024
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos, 8B - Planta 18
28036 Madrid
© 2006 Susan Crosby
© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Dos extraños y el amor, n.º 1467 - abril 2024
Título original: SECRETS OF PATERNITY
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 9788410628595
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Caryn Brenley esperó a que cayera la noche para apostarse frente a aquella casa de las afueras de San Francisco. Aunque fuera una novata en aquellos asuntos, había algo que tenía muy claro: la mayor probabilidad para ver llegar a alguien a su casa era después de las cinco de la tarde. Además, la oscuridad hacía más fácil poder observar desde el coche sin ser vista y, a aquellas alturas del mes de octubre, con el horario de invierno, anochecía pronto.
No tuvo que esperar demasiado para que una furgoneta de color gris se detuviera ante la casa que estaba vigilando. La puerta del garaje se abrió y la furgoneta desapareció en su interior. Caryn se inclinó sobre el volante. ¿Saldría el conductor del garaje o tendría acceso directo al interior de la casa?
Su pregunta enseguida obtuvo respuesta al ver a dos niños, un chico de unos ocho años y una chica de unos cinco, seguidos de una mujer alta y delgada vestida con un elegante traje de chaqueta negro.
Estaba casado y tenía hijos. Eso lo cambiaba todo.
Antes de que la mujer y los niños entraran en la casa, un Mercedes llegó. Los pequeños comenzaron a dar saltos y a saludar con la mano, y la mujer sonrió. De nuevo, la puerta del garaje se abrió.
Una moto se detuvo detrás del coche de Caryn. Por el retrovisor vio a un hombre bajarse y dirigirse a la casa más próxima. Antes de subir las escaleras, el hombre se detuvo a recoger el correo del buzón.
Continuó observando cómo la familia se saludaba y se fijó detenidamente en el padre, que iba vestido con un traje. Tenía el pelo oscuro y no era tan alto como había imaginado. Desde donde estaba no tenía manera de comprobar el color de sus ojos y el abrigo que llevaba tampoco le permitía distinguir la forma de su cuerpo.
Y ahora, ¿qué? Había ido hasta allí para satisfacer su curiosidad y ver a aquel hombre por sí misma. Pero a menos que saliera del coche y le preguntara su nombre, no podía estar segura de que aquel hombre fuera James Paladin, el padre biológico de su hijo.
Quizá debería olvidarse…
No, por muy tentador que fuera, no podía hacerlo. Paul había hecho una promesa diecinueve años atrás y ya no podría cumplirla. Pero ella confiaba en hacerlo por él. Por eso estaba allí, apostada como si fuera un detective.
Tenía que haber otra manera de confirmar que se trataba de James Paladin. Cuando estuviera segura de que así era, se lo contaría a Kevin. La elección tenía que ser suya, algo difícil para un muchacho de dieciocho años, especialmente después de lo que había sufrido durante el último año.
Tamborileó con sus dedos sobre el volante mientras consideraba las posibilidades que tenía y decidió irse a casa y pensar una solución. Quizá pudiera regresar por la mañana, seguirlo hasta su trabajo y ver si encontraba la manera de confirmar su identidad allí. Eso supondría perder el sueldo y las propinas de un día y no podía permitírselo.
Resignada, Caryn encendió el motor, metió la marcha atrás y quitó el freno de mano antes de ver al motorista regresar. Él la miró y ella escondió el rostro tras un mapa que tenía en el asiento del copiloto. No quería que la viera por si tenía que volver a vigilar a James Paladin.
Oyó que arrancaba la moto, pero continuó ocultándose tras el mapa a la espera de que él se fuera. De pronto, unos golpes en la ventanilla la sobresaltaron.
El mapa salió volando y se le fue el pie del freno haciendo que el coche se fuera marcha atrás.
–¿Qué demonios…? ¡Pare! –exclamó el hombre–. Pise el…
Ella apretó el pedal del freno y de pronto se hizo un tenso silencio.
A través de su ventanilla cerrada podía oírlo maldecir. Al oír sus palabras, su corazón dio un vuelco.
¿Qué había hecho? Nunca había tenido un accidente, nunca le habían puesto una multa. Y para una vez que necesitaba pasar desapercibida…
Tomó aire y miró por la ventanilla. Ya no podía hacer nada por evitar lo que había pasado. El hombre se quitó el casco y se pasó la mano por su pelo oscuro. Sus ojos verdes la miraban y su mandíbula estaba sombreada por una barba de varios días.
Bajó la ventanilla y trató de sonreír.
Por el comportamiento de aquel conductor, imaginó que se trataría de un adolescente. Sin embargo, la persona que acababa de abollar su moto Harley-Davidson de apenas dos meses y recién salida del taller por otro accidente, resultó ser una mujer de aproximadamente su misma edad, cuarenta y dos años. Enseguida se fijó en su físico, como solía hacer nada más conocer a alguien. Tenía el pelo castaño rojizo, liso y cortado a capas a la altura de la barbilla. Era delgada y de estructura pequeña. Aunque no podía determinar su estatura, parecía algo más alta que la media. Sus ojos azules transmitían indecisión.
Él apoyó los puños cerrados en el marco de la ventanilla del coche, tratando de contenerse para no gritarle. No era su estilo atemorizar a nadie, pero lo cierto es que había tenido que esperar casi un año para tener aquella moto. Y aquélla era la segunda vez en un mes que le daban un golpe.
Finalmente, desvió la mirada y comprobó los daños. El parachoques se había incrustado contra la rueda de su moto, exactamente igual que había ocurrido la vez anterior.
Sacó un cuaderno y un lápiz de su mochila y tomó nota de la matrícula de la mujer. Después se quedó absorto mirando el asfalto, tratando de calmarse antes de hablar con ella.
–Lo siento –dijo ella, acercándose.
Sus ojos se encontraron con los de la mujer; de cerca, eran de color turquesa y no azul, como en un primer momento le había parecido, y llevaba los labios pintados de rojo. Odiaba los labios pintados de rojo.
–Me asustó al golpear la ventanilla. Mi pie resbaló…
–Tan sólo pretendía llamar su atención.
Eso le pasaba por hacer de buen samaritano. La había visto con el mapa y había pensado que estaba perdida.
–Por cierto –añadió él–. La parte trasera se le ha abollado.
–¿Mucho?
–Véalo usted misma.
Ella ni se movió. ¿Tendría miedo de salir del coche? ¿Acaso la intimidaba?
–Tenemos que rellenar los datos para el seguro –continuó él.
Al cabo de unos segundos, la mujer se mostró más confiada, aunque todavía parecía nerviosa. ¿Qué estaba ocurriendo?
–¿Por qué no lo arreglamos entre nosotros en lugar de dar parte a las compañías de seguros? Le pagaré la reparación.
¡Así que eso era! Debía de tener miedo a que su compañía de seguros le cancelara la póliza o incluso que le retiraran el permiso de conducir. ¿Debería mostrarse conforme?
Mientras pensaba la respuesta, echó un vistazo al interior del coche. Estaba impecable. No había ningún papel ni ninguna botella de agua vacía por el suelo. Llevaba una blusa blanca y una falda negra hasta la rodilla, como si fuera el uniforme de una camarera. No parecía la típica despistada capaz de provocar un accidente. ¿Cuál sería el motivo de su preocupación? ¿Un marido que no admitiría que hubiera tenido un accidente?
Se fijó en su mano izquierda y comprobó que no llevaba ningún anillo. La mujer se dio cuenta y acarició su dedo.
Le había hecho esperar demasiado tiempo, pero ella continuaba mirándolo impasible y eso le gustaba.
–Si quiere pagarlo en metálico, por mí no hay problema –dijo él, cruzándose de brazos.
Ella se encogió de hombros y respiró aliviada.
–¿Cuánto cree que me costará?
–Anóteme su nombre, dirección y teléfono y le enviaré la factura –respondió él, entregándole una hoja de su cuaderno. Sabía por la expresión de la mujer que no escribiría nada.
–¿No puede conseguir un presupuesto por teléfono?
–Lo dudo.
No sabía por qué se lo estaba poniendo difícil. Conocía perfectamente la respuesta, ya que el daño había sido el mismo que la vez anterior, pero estaba reacio a dejarla marchar. Quizá fuera por la manera en que se comportaba, a pesar de que parecía tenerle miedo.
–¿Puede al menos intentarlo?
Le divertía el nerviosismo que observaba en aquella mujer. Era evidente que no se había dado cuenta de que, aunque no le diera su nombre, él podría averiguar sus datos a través de la matrícula del coche.
Se bajó la cremallera de la chaqueta, sacó su teléfono móvil y marcó un número.
–¿Bronco? Soy Paladin –dijo él por el teléfono, y después de hacer una pausa, continuó–: Podría estar mejor. He tenido un accidente –añadió, y separó el auricular mientras Broco gritaba algo al otro lado de la línea.
Por la expresión del rostro de la mujer, James se imaginó que ella también lo había escuchado.
–¿Que una mujer te ha dado un golpe? –preguntó Bronco.
–Así es –respondió. Se alegraba de que aquella mujer no pudiera oír sus comentarios machistas.
–¿Cuáles han sido los daños?
–Los mismos que la vez anterior.
–¿Puedes seguir conduciendo la moto?
–No hasta que esté arreglada.
–Iré en un rato a echarle un vistazo.
James se giró dando la espalda a la mujer.
–¿Puedes prestarme una?
–¿Tienes trabajo?
–Sí.
–Puedo apañar algo. No será una Eagle, pero será potente.
–Me servirá, gracias –y después de despedirse, apagó el teléfono y se lo guardó en el bolsillo, antes de girarse y decirle un importe a la mujer–. Eso si no hay daños estructurales –añadió.
Ella tragó saliva.
–¿No sería además su medio de transporte para trabajar, no?
–Pues sí, así es.
Ella miró su casa como si estuviera calculando sus ingresos. Parecía más calmada.
–¿No tiene coche?
–Eso no importa.
Una pequeña llama asomó a sus ojos.
–Mire, no estoy negando mi responsabilidad y siento mucho las molestias que le he causado. Iré al banco ahora mismo y le pagaré y dentro de unos días volveré por si hubiera habido algún gasto extra. ¿Le parece bien?
–No.
Ella se quedó mirándolo con frialdad.
–Me dijo que no le importaba que le pagara en metálico.
–Cierto, pero voy a acompañarla hasta el banco –dijo.
No estaba dispuesto a perderla de vista todavía. Aunque hubiera apuntado la matrícula del coche y supiera que no le sería difícil dar con ella, todo en aquella mujer le intrigaba.
–No suelo llevar a extraños en mi coche, pero puede seguirme.
Él contuvo la risa. Estaba muy guapa.
–¿Acaso pretende escabullirse?
Ella se puso tensa.
–Le doy mi palabra de que no será así.
Ya se lo había imaginado y era precisamente por eso por lo que le parecía desconcertante que no le diera su nombre ni su teléfono, por no hablar de los datos de su seguro. Era una mujer contradictoria y las contradicciones le gustaban.
–Sacaré mi coche del garaje y la seguiré –dijo él–. No se marche sin mí.
–Será mejor que se dé prisa. El banco cierra en veinte minutos.
James eligió el BMW en lugar del utilitario con el que solía moverse, así él también se mostraría contradictorio.
«Así que piensas que formo parte de un grupo de moteros, ¿verdad? ¿Te da miedo darme tu número de teléfono? Bueno, pues así conocerás mi otro lado. ¿Qué hubieras hecho si hubieras golpeado mi BMW y yo hubiera llevado traje y corbata?», pensó.
Sabiendo la respuesta, o al menos imaginando cuál sería, la siguió, disfrutando de que se pusiera nerviosa a su lado. Quizá necesitara un poco de misterio en su vida antes de buscar al hijo que nunca había conocido.
A duras penas, Caryn había conseguido mantener la calma. ¿Habría escrito mal su dirección? No se imaginaba cometiendo ese error, pero ¿cómo si no había estado vigilando la casa que no era? James Paladin había resultado ser desconcertante, pensó mientras entraba en el aparcamiento del banco. Era contradictorio, lo que suponía un gran problema. Obviamente, le gustaba asumir riesgos, estar al mando y dar órdenes, al igual que a su difunto marido, Paul. Él también montaba en moto y precisamente había muerto en un accidente un año antes.
Comenzaba a entender por qué Paul había elegido a James como donante de esperma para la inseminación artificial a la que Caryn se había sometido diecinueve años atrás. Había conocido su identidad la semana anterior y ahora la vida de ambos estaba a punto de cambiar. Y la de Kevin, también.
Aparcó el coche y vio que él aparcaba el suyo cerca. Deseaba poder decirle quién era y la conexión que había entre ambos, pero no podía. Si Kevin decidía que no quería conocer al hombre responsable de su existencia, era su elección, conforme al acuerdo escrito que Paul y James hicieron años atrás. Caryn se había enterado la semana pasada mientras revisaba unos documentos que Paul había guardado en una caja. Entonces, había descubierto una carta que James le había mandado con su actual dirección y teléfono.
Aquella carta había sido enviada una semana antes de la muerte de Paul a un apartado de correos que Caryn desconocía. ¿Qué otros secretos no habría descubierto todavía?
No quería interferir en la posible relación entre James y su hijo. Eso era algo que tenía que decidir Kevin.
No sabía si quería que aquel hombre entrara a formar parte de su vida o no. Se había preparado para que el padre biológico de Kevin formara parte de la vida del muchacho, pero eso había sido antes de conocer al hombre en cuestión, cuando era tan sólo un nombre y unos apellidos y no una persona de carne y hueso. Aquel hombre había hecho despertar las hormonas que tanto tiempo llevaban dormidas.
Él se acercó hasta ella.
–No tiene por qué entrar conmigo –dijo ella.
–No tengo ninguna otra cosa mejor que hacer.
Sus ojos se encontraron. De cerca, era más atractivo. Sus ojos eran de un verde más claro de lo que en un principio le había parecido y tenía un pelo espeso y brillante. Lo único que no le gustaba era la barba.
–Pero no se preocupe, no iré hasta el cajero con usted –añadió él.
Parecía estar disfrutando, pensó ella. No es que estuviera sonriendo, pero adivinaba un brillo burlón en sus ojos. Ella sonrió sin poder evitarlo. ¡Qué ironía! El primer hombre por el que se sentía atraída desde que Paul muriera resultaba ser quien era.
–¿Qué es tan divertido? –preguntó él al entrar en el banco justo cuando estaban a punto de cerrar.
Caryn se encogió de hombros dispuesta a dejarle con la intriga. James se mantuvo a distancia mientras ella sacaba un buen pellizco de sus ahorros y le pedía al cajero que guardara el dinero en un sobre que entregó a James.
–Necesitaré un recibo –dijo Caryn ante la puerta de su coche.
Él sacó su cuaderno del bolsillo, escribió algo, lo firmó y cortó la hoja, entregándosela.
–¿Por qué no me lleva al taller mañana para recoger la moto de sustitución?
–¿No tiene amigos?
–Claro que tengo amigos.
Ella se quedó mirándolo detenidamente. Otra vez la expresión burlona.
–Tome un taxi y ya se lo pagaré también –dijo ella, sintiendo que el rostro le ardía y tratando de disimular–. Tengo la impresión de que no ha sido el primer accidente que ha tenido con su moto.
Él asintió con la cabeza.
–Así es. Es el segundo y ambos han sido muy similares.
–Creo que debería aparcar la moto de otra manera.
Él rió y, después de unos segundos, se metió la mano en el bolsillo de su chaqueta y sacó una tarjeta.
–La veré en unos días, mujer misteriosa –dijo, y se fue.
Ella se quedó leyendo la tarjeta. James Paladin, Investigador, ARC Seguridad.
Quizá después de todo, no fuera tan parecido a Paul.
Una hora más tarde, Caryn estaba nerviosa esperando que su hijo hablara.
–No quiero conocerlo –murmuró Kevin por fin. Se levantó de la mesa de la cocina y se acercó a la ventana que daba al pequeño jardín.
Caryn se quedó sentada, dejándole tiempo para que asimilara la existencia de James Paladin. Ella había tenido una semana de ventaja, pero eso no quería decir que estuviera tranquila ni que lo hubiera aceptado.
Le había explicado todo lo que sabía, que Paul había elegido a James como donante de esperma y que habían llegado a un acuerdo por el que el hijo concebido tendría derecho a conocer a James al cumplir los dieciocho años. Le había contado cómo se había enterado del acuerdo entre los papeles de Paul y cómo había encontrado la carta con la última dirección de James. No había ninguna nota que dijera que seguía queriendo conocer a Kevin.
–No tengo por qué verlo –añadió Kevin con los brazos cruzados–. Eso es lo que dice el acuerdo.
–Así es. Nada te obliga a hacerlo.
Él se pasó las manos por el pelo, al igual que James había hecho un rato antes. Aquel gesto llamó su atención. Quizá Kevin lo había hecho siempre, pero ahora parecía tener mayor importancia.
–Preferiría que no me lo hubieras dicho –dijo el muchacho.
–Preferiría no haberlo tenido que hacer.
Él se quedó pensativo unos segundos.
–Nunca hagas promesas que no puedas cumplir y siempre cumple tus promesas –dijo, repitiendo las palabras que su madre tantas veces le había dicho.
Era su filosofía y también había sido la de Paul. Ella había cumplido con su obligación. Se puso de pie y se estiró la falda. Sus dedos rozaron la tarjeta que estaba en el bolsillo.
–Por cierto, es investigador privado –añadió, dándole la última información, convencida de que eso le interesaría.
Kevin levantó la cabeza.
–¿Ah, sí?
–Si decides conocerlo, ¿me lo dirás? –preguntó.
Deseaba abrazarlo como cuando tenía cinco años. Había sido muy duro para él asumir la muerte de Paul.
–Imagino que sí.
–¿Quieres quedarte a cenar?
–No, Jeremy vendrá a estudiar y traerá pizza.
–Está bien.
Caryn había comprado aquel viejo dúplex cerca de la universidad de Kevin y cada uno tenía una planta con dos dormitorios.
–¿Qué tal el trabajo? –preguntó el muchacho.
–Hoy he tenido buenas propinas.
–¿Ha ido Venus?
–Sí –respondió, sacando un vaso del armario.
La atracción que Kevin sentía por la joven camarera que trabajaba con ella le preocupaba. Se estaba convirtiendo en una obsesión más.
–¿Te ha preguntado por mí?
–No –respondió Caryn.
Él se marchaba ya, pero se detuvo junto a la puerta.
–¿Qué aspecto tiene? ¿Me parezco a él?
Ella asintió. El parecido era evidente. Tenían los mismos rasgos a excepción del color de los ojos. Sus manos también eran iguales, con los dedos largos y las palmas anchas. Su estatura era similar, aunque Kevin todavía estaba creciendo.
–¿Por qué eligió papá a ese hombre?
–No lo sé. Imagino que se conocían, pero no sé qué relación tenían.
–Bueno, hasta luego –dijo el muchacho despidiéndose.
Después de que la puerta se cerrara, trató de buscar algo que hacer. Abrió la puerta de la nevera y se quedó mirando su interior. Había perdido peso desde la muerte de Paul. Debería prepararse la cena, pero dudaba que pudiera comer más que un bocado.
Caminó sobre el suelo combado de madera hasta la consola de un teléfono móvil que se estaba recargando, lo tomó y al momento lo volvió a dejar en su sitio. ¿A quién iba a llamar? A nadie hasta que Kevin tomara la decisión de conocer a James. Hasta entonces no se lo contaría a su madre, ni a su hermano ni siquiera a su mejor amiga.
Había puesto muchas esperanzas en su vuelta a casa. Algunas personas pensaban que se aferraba a su hijo, que su decisión de comprar el dúplex respondía a su interés de tenerlo cerca en lugar de dejar que se convirtiera en un adulto independiente. Quizá fuera cierto en parte. Le había costado más trabajo que a ella asumir la muerte de Paul y había decidido especializarse en criminología como su padre.
Le preocupaba que la filosofía de vida de Paul hubiera hecho mella en Kevin. De hecho, el muchacho estaba convencido de que el accidente que había puesto fin a la vida de Paul había sido intencionado, a pesar de que se había investigado y nada había indicado que la sospecha de Kevin pudiera ser cierta. Últimamente Caryn se había estado preguntando lo mismo.
De momento, la curiosidad que sentía por conocer al hombre cuya generosidad le había permitido tener a Kevin estaba saciada. Era alto, moreno y guapo y su hijo se parecía a él. Su trabajo requería inteligencia, astucia, reacciones rápidas y una predisposición a afrontar riesgos, el aspecto de Paul que más difícil le había resultado asumir a lo largo de los años, tal y como había descubierto después.
¿Habría pensado Kevin en aquel hombre? Paul y ella nunca le habían ocultado que había sido concebido gracias a la inseminación artificial. Claro que Paul nunca le había hablado de James Paladin y el acuerdo. Entendía que no se lo hubiera dicho a Kevin, pero ¿por qué no a ella? Si no hubiera descubierto aquel acuerdo, ¿qué hubiera pasado? ¿Les hubiera buscado James para acusarlos de incumplimiento de contrato?
Si Kevin no contactaba con aquel hombre, ¿vendría él a buscarlo? No sería muy difícil para un investigador privado dar con ellos.
Quizá después de todo tuviera que intervenir aunque sólo fuera para decir que Kevin no quería conocerlo. Pero le daría un tiempo al muchacho para que tomara una decisión y esperaba que James también lo hiciera.