Una esposa temporal - Solo una indiscreción - Unión apasionada - Susan Crosby - E-Book

Una esposa temporal - Solo una indiscreción - Unión apasionada E-Book

Susan Crosby

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Beschreibung

Una esposa temporalNecesitaba una esposa y ella estaba muy a mano...Lyndsey no podía creer que el hombre con el que llevaba meses soñando le hubiera propuesto matrimonio. Por supuesto, no se trataba de un matrimonio de verdad. Lo cierto era que el sexy investigador Nate Caldwell estaba en un aprieto y su tímida secretaría había accedido a ayudarlo encantada. Hasta que se enteró de que el plan incluía sexo.Nate no tardó en admitir que su "esposa" era sencillamente irresistible. Por mucho que hubiera prometido centrarse en el trabajo... Lindsey había irrumpido en sus planes de soledad y le había hecho desear pasar con ella las Navidades... y el resto de su vida.Solo una indiscreción¿Estaba ayudándola por lo que habían compartido en otro tiempo... o tendría algún motivo oculto?La popularidad obligaba a Dana Sterling a controlar sus sentimientos, pero cara a cara con Sam Remington después de más de diez años, el torrente de emociones se hizo sencillamente incontrolable. Lo que no conseguía entender era por qué Sam estaba tan dispuesto a ayudarla a evitar un escándalo que acabaría con su carrera. En realidad, Dana temía que Sam destruyera todo lo que había conseguido... para hacerle pagar por lo que ambos habían perdido. ¿Seguiría importándole si sucumbía a la pasión que ardía entre ellos? A PUERTA CERRADAUnión apasionada¿Aquellos secretos del pasado servirían para acercarlos... o para separarlos para siempre?La detective privado Arianna Alvarado había decidido encontrar las respuestas a todas las preguntas que poblaban su pasado. Pero para ello necesitaba algunos archivos de la policía... a los que tenía acceso Joe Vicente. El problema era que la atracción que sentía por el agente la hacía perder el control... y eso era algo que jamás le sucedía a Arianna.Joe sabía que no podía decir que no a la petición de Arianna. En sus ojos se adivinaba un espíritu noble... y una pasión irrefrenable.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 537 - abril 2024

 

© 2003 Susan Bova Crosby

Una esposa temporal

Título original: Christmas Bonus, Strings Attached

 

© 2004 Susan Bova Crosby

Solo una indiscreción

Título original: Private Indiscretions

 

© 2004 Susan Bova Crosby

Unión apasionada

Título original: Hot Contact

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2004, 2005 y 2005

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1062-805-2

Índice

 

Créditos

Índice

Una esposa temporal

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

 

Sólo una indiscrección

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Capítulo Dieciséis

 

Unión apasionada

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Capítulo Dieciséis

Capítulo Diecisiete

Capítulo Dieciocho

 

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

Lyndsey McCord pensó que podría pasarse el día escuchándolo. Incluso recitando el listín telefónico habría resultado fascinante.

–Habrá que hacer un seguimiento dentro de dos semanas –susurró la voz junto a su oído–. Fin de la grabación.

Lyndsey suspiró. Aquella voz era tan decadente como una tentación de mil calorías. Nate Caldwell era un auténtico postre, y ella siempre se guardaba el postre para el final.

–Tienes que hacerlo –la voz perdió volumen de forma inesperada y Lyndsey apenas pudo escucharla–. Te necesito.

Era su voz, pero no procedía de la grabación.

Se quitó los cascos. Tal vez estaba llevando sus fantasías demasiado lejos. Podía admitir que estaba colada por un hombre al que no conocía, pero jamás había llegado al punto de imaginar que le estaba hablando.

–Ya sabes lo que siento respecto a los casos de divorcio, Ar.

Era él. Nate Caldwell. En persona. Debía haber entrado en el edificio por la puerta trasera. Lyndsey no sabía qué hacer. Nadie había entrado nunca en las oficinas después de medianoche.

–Lo haría si pudiera, Nate, pero es imposible –una voz femenina aumentó de volumen según se acercaba–. Ya tengo tres casos entre manos y me he hecho cargo de dos de los tuyos…

El sonido de una puerta al cerrarse silenció la conversación entre Nate Caldwell y Arianna Alvarado, dos de los dueños de la agencia de seguridad e investigaciones ARC, y los jefes de Lyndsey desde hacía tres meses. Debían haber entrado en el despacho de Nate, que estaba muy cerca del cubículo de Lyndsey.

Se había acostumbrado al silencio que la acompañaba mientras trabajaba a solas de noche, y el hecho de que alguien hubiera entrado en el edificio desestabilizó su rutina. ¿Qué debía hacer? ¿Imprimir el último archivo que tenía entre manos y marcharse sin que la vieran?

Pero antes tenía que dejar los informes en los escritorios de los diversos investigadores de la agencia… incluyendo el de Nate Caldwell.

Se acercó a la entrada y escuchó, pero a pesar de que se oían las voces no se podía distinguir lo que decían. Era obvio que Nate Caldwell estaba disgustado por algo, pues el tono de su voz solía ser mucho más suave cuando transcribía sus dictados. Y, juzgando por lo que solía decir y cómo lo expresaba, debía ser un tipo listo. Según su amiga Julie, que era quien la había recomendado para el trabajo, tenía treinta y dos años, era un tipo encantador, atractivo, amable, considerado, y con una sonrisa demoledora. En otras palabras, era el hombre perfecto.

¡Cielo santo! Ella tenía veintiséis años y estaba encaprichada de un hombre al que nunca había conocido. Era una fantasía a la que recurría cuando su vida se volvía demasiado aburrida. Pero no podía llamar a su puerta y presentarse ante él con el informe que había trascrito. No era conveniente andar jugueteando con las fantasías…

La impresora terminó de imprimir el documento. Ahora o nunca, pensó Lyndsey, pero se entretuvo distribuyendo todos los informes menos aquél. ¿Debía interrumpir la conversación? Apenas se oía nada y se acercó a la puerta.

¿Por qué no se habría puesto aquella mañana algo más elegante que unos vaqueros y un jersey negro? ¿Por qué no se habría tomado la molestia de maquillarse un poco?

¿Por qué no podía perder seis kilos en cinco segundos?

Más le valía escabullirse y dejar el informe en el escritorio de Arianna con una nota antes de irse.

Pasó de puntillas junto a la puerta, entró en el despacho de Arianna, escribió la nota y salió. Cuando se volvió tras cerrar sigilosamente la puerta estuvo a punto de darse de bruces con el propio Nate Caldwell, que la miró con el ceño fruncido.

–¿Quién eres? –preguntó con aspereza.

Lyndsey se llevó una mano al corazón.

–Soy… Lyndsey McCord.

Nate miró la puerta de Arianna y luego a ella.

–¿Qué hacías ahí dentro?

–Trabajar –Lyndsey trató de mostrarse calmada–. Me ocupo de transcribir los informes de los investigadores y de distribuirlos por sus escritorios.

Nate la miró de arriba abajo de forma tan descarada que Lyndsey no supo si sentirse halagada o acosada, hasta que giró sobre sí mismo y se alejó sin decir palabra.

Lyndsey se quedó anonadada. De manera que aquél era el hombre perfecto. Era posible que hubiera engañado a Julie, pero no a ella…

Pero en realidad era lógico que la hubiera interrogado al encontrarla a aquellas horas intempestivas en la agencia.

Decepcionada, volvió a su cubículo. Otra fantasía que mordía el polvo, lo que resultaba realmente frustrante, ya que normalmente una buena fantasía solía servirle para superar veinte ásperas realidades.

Apagó las luces de navidad que adornaban su zona de trabajo y luego firmó la hoja de horarios.

–¿Cómo has dicho que te llamas?

Lyndsey se volvió con el corazón en la boca. Al parecer, aquel hombre disfrutaba invadiendo el espacio de otras personas.

–¿Tienes por costumbre vigilar a la gente a hurtadillas? –preguntó antes de poder controlarse. Después de todo, aquel hombre era su jefe.

–No te estaba vigilando, te estaba siguiendo.

–Pues no te he oído.

–Sólo te he preguntado tu nombre.

Aquélla era la historia de su vida, pensó Lyndsey. Era una de esas personas que se difuminaban con el fondo del paisaje. Pero en aquella ocasión, comprobarlo le dolió más de lo habitual. Aquel hombre no sólo era su jefe; en sus fantasías la había llevado a lugares exóticos y le había leído poesía en alto. Pero la cruda realidad era que Nate Caldwell no había sido capaz de retener su nombre ni quince segundos.

–Lyndsey McCord –dijo finalmente, resignada.

–¿Sabes cocinar?

Lyndsey trató de no mostrarse demasiado desconcertada. No podía permitirse perder el trabajo por ponerse insolente con su jefe. Necesitaba conservarlo al menos otros dos meses.

–Claro que sé cocinar.

–¿Y sabes hacerlo bien?

–Trabajé para un servicio de catering durante un par de años.

–Ven a mi despacho –dijo Nate en tono imperativo a la vez que se volvía.

–Por favor –dijo Arianna desde su despacho.

Nate se volvió a mirar a Lyndsey.

–Por favor –repitió.

–Ya he fichado –dijo Lyndsey, que trató de no fijarse en lo intensos y azules que eran los ojos de su jefe, ni en su fuerte mandíbula, ni en el hoyuelo de su barbilla…

–Tengo una proposición para ti, Lyndsey –dijo él a la vez que entraba en su despacho. Obviamente, esperaba que ella lo siguiera.

«Necesitas el trabajo», se recordó Lyndsey. «Lo necesitas de verdad».

–Pasa y siéntate –dijo Arianna con una sonrisa a la vez que palmeaba a su lado en el sofá de Nate.

–Te necesito –dijo él.

Lyndsey sintió que se ruborizaba. Su mejor fantasía volvió a revivir.

–¿Disculpa?

–Necesito una esposa. Tú servirás.

–Para el fin de semana –añadió Arianna tras reprender a Nate con la mirada, algo que Lyndsey agradeció–. Tú y Nate simularéis estar casados. Se trata de un caso de infidelidad conyugal. Sé que esto te pilla por sorpresa, pero te necesitamos. Ya habrás comprobado que esta semana estamos hasta arriba de trabajo.

Lyndsey admiraba a Arianna, pero después de lo grosero que había sido Nate, no tenía ninguna intención de trabajar con él.

–Estoy ocupada el fin de semana.

–¿Haciendo qué? –preguntó Nate.

–No creo que entre mis obligaciones esté compartir mi vida personal. Además, se supone que voy a trabajar el viernes por la noche, es decir, mañana.

–Mi secretaria puede sustituirte –dijo Arianna.

–¿Por qué yo? –preguntó Lyndsey, suspicaz.

–Porque encajas.

–¿Qué quiere decir eso?

–Se cobran trescientos dólares al día –añadió Nate, que hizo caso omiso de su pregunta–. ¿Supone eso suficiente incentivo?

Desde luego que lo suponía, pero Lyndsey sabía que jugaba con ventaja. Nate Caldwell la necesitaba. Decidió hacerse notar.

–Gano treinta dólares la hora.

–Ganas eso porque trabajas de noche.

–Ése es mi precio. Suponen setecientos dólares por día completo.

–¿Esperas cobrar por dormir?

–¿Voy a tener que estar disponible las veinticuatro horas?

–En teoría.

–En ese caso, no me interesa.

–Quinientos –murmuró Nate, que se cruzó de brazos–. Eso es lo que gano yo.

–¿Has rebajado tus honorarios? –preguntó Arianna sin ocultar su sorpresa.

Nate la miró con gesto inexpresivo.

Lyndsey contuvo su excitación. En un fin de semana podía ganar suficiente dinero para que su hermana pudiera comprar un billete de avión para ir a casa en navidad. Habrían sido las primeras que pasaban separadas. ¿Qué más daba que no le gustara Nate Caldwell? Además, en realidad no lo conocía, y había oído hablar bien de él. Podría soportarlo un fin de semana si ello suponía que Julia y ella iban a estar juntas.

–¿Qué tendría que hacer? –preguntó.

–Cocinar y limpiar para un marido mujeriego y su querida…

–«Supuestamente» mujeriego –corrigió Arianna–. Tu misión consistiría en observar e informar. Aún no estamos seguros de todos los detalles.

–No parece un trabajo para dos personas.

–Tienes razón –dijo Arianna, que a continuación sonrió con dulzura a Nate–. Si Nate supiera hacer algo más que recalentar pizzas, tú no serías necesaria.

Lyndsey no entendía por qué un investigador del prestigio de Nate Caldwell aceptaba un caso de divorcio, un tema al que no solía dedicarse aquella prestigiosa agencia.

–¿Y bien? –dijo Nate, impaciente.

Lyndsey estuvo a punto de decir que no sólo para irritarlo, pero decidió no tentar su suerte.

–De acuerdo. Lo haré.

–Te recogeré a las ocho de la mañana –sin añadir nada más, Nate giró sobre sus talones y salió del despacho.

–Sí, señor –dijo Lyndsey a la vez que saludaba militarmente. Entonces recordó dónde estaba. –Lo siento –dijo a Arianna–. Eso ha sido muy poco profesional. –Nate ha sido bastante grosero, algo nada típico en él –dijo Arianna mientras se levantaba–. No voy a disculparme por él, pero puedo decirte que tiene buenos motivos para no querer aceptar este trabajo. Te agradezco que hayas aceptado colaborar. Estábamos en un buen lío.

–¿Ha sido idea tuya pedirme que colaborara?

–No. Ha sido idea de Nate. Y ahora, acompáñame a mi despacho para elegir un anillo de casada.

–Sé que no es asunto mío, pero, ¿por qué os habéis reunido aquí a estas horas de la noche?

–La oficina nos quedaba a medio camino y tenía que verlo en persona para convencerlo. De hecho, mi cita me está esperando en el coche –Arianna sonrió–. Me encantan los hombres pacientes –añadió mientras abría un cajón del que sacó una pequeña caja negra y alargada con varios anillos de boda y de compromiso–. Elige uno.

Cinco minutos después Lyndsey entraba en su coche. Tenía que hacer el equipaje, dormir un par de horas, ducharse y entrar en internet para buscar un billete para Jess de Nueva York a Los Angeles. Tal vez incluso le quedaría dinero para dar un buen repaso al coche y para cambiarle las ruedas.

«Encajas», había dicho Nate. Le habría gustado saber a qué se había referido. Hacía siete años que sentía que no encajaba en nada, desde que había dejado en suspenso su vida y sus sueños para ocuparse de su hermana. No había contado con tener que hacer de mamá además de hermana mayor, pero su madre tampoco había contado con morir a los treinta y ocho años.

Probablemente, Nate se había referido a que parecía que se le daba bien cuidar de la gente. Y probablemente tenía razón, porque no había hecho otra cosa desde hacía tiempo.

Pero no encajaba con él, aunque tal vez podría divertirse. Después de todo, se suponía que debían parecer casados. Imaginó cómo reaccionaría cuando lo llamara «cariño». La idea la hizo reír. De pronto, Nate había dejado de ser una fantasía para convertirse en un hombre. En una persona. En otro ser humano.

Se detuvo ante un semáforo en rojo y miró su mano izquierda y los anillos que había elegido. Llevaba el suyo en el anular y el de Nate en el pulgar.

Trató de imaginar lo que iba a tener que hacer, pero apenas sabía en qué consistía el trabajo. No pensaba dedicarse a adularlo, pero sí podía simular una intimidad con Nate que parecería genuina a los demás, como hacían los actores.

Nate Caldwell no sabía lo que le había caído encima.

 

 

En cuanto Nate detuvo el coche ante la casa de Lyndsey, ésta salió con su equipaje.

Agradeció que ya estuviera lista y no lo entretuviera con maquillajes de última hora y preguntas sobre cómo le quedaba la ropa que se había puesto. La novedad resultaba refrescante.

Salió para encontrarse con ella a medio camino. Tras guardar sus cosas en el maletero entraron en el coche.

–¿No tienes alarma antirrobo en la casa? –preguntó Nate tras buscar con la mirada algún cartel.

–Tengo la mejor alarma, que consiste en unos buenos vecinos –replicó Lyndsey.

Nate la observó mientras se ponía el cinturón de seguridad del coche que había elegido, uno de los varios que tenía la agencia para aquella clase de trabajos. Parecía descansada y, sin embargo, apenas había tenido unas horas para dormir, como él.

A Nate le gustaban las mujeres y, normalmente, él les gustaba a ellas. Pero, al parecer, aquél no era el caso de Lyndsey. Lo notó en su forma de evitar mirarlo y en las escuetas respuestas que fue dándole mientras la informaba de su misión. Para que ésta tuviera éxito, debían parecer una pareja bien avenida.

–Te pido disculpas por lo de anoche –dijo–. Todo iba de mal en peor.

–De acuerdo –contestó ella, sin mirarlo. Tras unos segundos, preguntó–. ¿A dónde vamos?

Nate se preguntó si aquel «de acuerdo» significaría que había aceptado sus disculpas.

–Primero a la casa del cliente en Bel Air y luego a San Diego para la misión en sí. A Del Mar.

–Un lugar realmente caro.

–Sí. El dinero no es el objetivo.

–El dinero es siempre el objetivo.

Nate sonrió, pero Lyndsey no pareció notarlo. La miró un momento. Tenía un aspecto muy profesional con los pantalones azules y la camisa blanca que se había puesto. Su pequeña melena castaña no estaba tan rizada como la noche anterior, pero aún se enredaba con sus modernas gafas de montura verde que iban a juego con sus ojos. Sus curvas eran… curvilíneas. Tentadoramente femeninas. Y no parecía seguir dietas para morirse de hambre. Parecía sentirse cómoda en su propio cuerpo.

Notó lo tensa que estaba, como la noche anterior.

–¿Eligió Arianna los anillos? –preguntó al fijarse en su mano izquierda.

–Lo había olvidado –Lyndsey se quitó el anillo del pulgar y se lo entregó–. Los elegí yo. Pensé que encajaban con nosotros… como pareja de trabajo.

Nate ignoró los fragmentos de recuerdos que surgieron de pronto en su mente y se puso el anillo. Habría preferido guardárselo en el bolsillo, pero tenía un trabajo que hacer, un papel que interpretar.

–Habías empezado a hablarme de la misión –dijo Lyndsey.

–Es bastante rutinaria. Una esposa ha descubierto que su poderoso marido planea pasar unos días en su casa de Del Mar con su secretaria. Según parece, tiene un espía en las oficinas. Ella fue anteriormente la secretaria de su marido, que se divorció de su primera mujer para casarse con ella. Llevan casi diez años casados. La secretaria tiene treinta y cinco años y él cincuenta y tres. Tienen una cláusula de rescate de diez años en su acuerdo prenupcial. El marido ha estado comportándose de un modo extraño últimamente y ella sospecha que está a punto de dejarla por su nueva secretaria antes de soltar unos cuantos millones más. Necesita una prueba de su infidelidad para asegurar su posición financiera.

–De manera que el dinero es el objetivo.

–Como habías dicho. No estoy seguro de cómo ha organizado la mujer lo de la ayuda doméstica, pero lo habló con Charlie Black, el investigador al que vamos a sustituir. Yo quiero conocer a la cliente antes de empezar –Nate dedicó una rápida mirada a Lyndsey–. ¿Habías hecho alguna vez algo parecido?

Ella se encogió de hombros.

–Actué un poco cuando estaba en el instituto. Supongo que será parecido.

Nate no la corrigió, aunque en aquella ocasión no habría guión que seguir. Aquella clase de trabajos obligaba a improvisar y, por lo que había visto la noche anterior, Lyndsey tenía una mente rápida y despierta. Lo había demostrado al hablar de su salario.

Cuando llegaron a la mansión en Bel Air fueron conducidos a una sala de estar muy femenina en la que un momento después apareció su clienta. Se trataba de una mujer morena y bajita de expresión vulnerable y actitud cautelosa. Se presentó como la señora Marbury.

–Son muy jóvenes –dijo tras fijarse en ellos.

–Somos competentes –replicó Nate.

La mujer se sentó e hizo una seña para que ellos hicieran lo mismo.

–No pretendía… –se calló un momento–. Sólo quiero asegurarme de conseguir la prueba que necesito. ¿Serán discretos? –preguntó, mirando directamente a Lyndsey.

–Totalmente –contestó ella.

–Necesitaré fotos.

–Nos ocuparemos de ello –dijo Nate.

La señora Marbury sacó un sobre de un cajón y se lo entregó.

–He anotado toda la información que pueden necesitar. No hace falta decir que Michael no ha contratado a nuestra cocinera habitual, de manera que no esperará que sepan dónde está todo. Pero sí ha solicitado ciertos menús que he anotado. Las recetas están en un cajón junto al horno. Tendrán que hacer la compra antes de que llegue.

–¿Cuándo llegará?

–A la hora de comer, más o menos.

–¿Piensa que hemos sido contratados por una agencia?

–No. Su vicepresidente, mi amigo, habló maravillas sobre un cocinero que había utilizado recientemente cuando llevó a su novia a pasar unos días en nuestra casa. Fue parte de una prueba que mi marido falló al pedir el teléfono del cocinero. El señor Black, el otro investigador privado, se ocupó de todo a partir de ese momento.

–Entonces, ¿su marido espera a un hombre en lugar de a una pareja?

–No. El señor Black se ocupó de eso. Encontrarán el dinero para la compra en el sobre –la señora Marbury se levantó–. Espero que se pongan en contacto conmigo una vez al día para mantenerme informada.

–De acuerdo.

La señora Marbury miró a Lyndsey.

–Mi marido piensa que las mujeres deben estar en lo que él considera su lugar, que no es precisamente el dominio de los hombres. Es prácticamente incapaz de imaginar que una mujer pueda ser investigador privado. Cuanto más femenina y distraída se muestre, menos sospechará de usted. Y ahora, si me disculpan, tengo que dejarlos.

–Por supuesto. Buenos días.

Ninguno de los dos habló hasta que se alejaron del vecindario.

–¿Qué opinas de nuestra cliente? –preguntó finalmente Nate.

–Que se le está rompiendo el corazón.

Nate estuvo a punto de gemir. Aquél era precisamente el motivo por el que le habría gustado trabajar en aquel caso con Arianna. Era la mujer menos sentimental que había conocido.

–No me digas que eres una romántica empedernida. Este trabajo requiere objetividad.

–Soy objetiva. Y nadie me ha acusado nunca de ser empedernida ni romántica.

Algo en el tono de Lyndsey llamó la atención de Nate. ¿Se había puesto a la defensiva? ¿Por orgullo? ¿Tendría algún problema con su ego?

–¿Por qué piensas que está tan enamorada de él?

–Las mujeres de su posición suelen tener un aspecto impecable. Es parte de su trabajo. Sin embargo, me ha dado la impresión de que ni siquiera se ha cepillado el pelo. Está tan deprimida y disgustada que apenas puede controlarse.

–Le preocupa perder el dinero.

Lyndsey miró a Nate de reojo.

–Veo que eres muy negativo. ¿Quién te quemó?

«Todo el mundo que me importaba», pensó Nate, pero en lugar de ello dijo:

–Ya he visto todo el proceso antes.

–¿Tienen hijos?

–Charlie no lo ha dicho –Nate no se sentía preparado para aquel trabajo, cosa que le fastidiaba. Siempre le gustaba hacer sus deberes antes. No tener toda la información suponía una seria desventaja. Además, despreciaba los casos de divorcio–. ¿Por qué no abres el sobre para ver lo que hay dentro?

Lyndsey hizo lo que le decía.

–Comen bien, sin duda. Hay quinientos dólares para comida.

–Probablemente haya que comprar también vino y champán.

Lyndsey repasó la lista.

–No incluye alcohol.

–Imagino que tendrán de sobra en la casa. ¿Qué más dice?

–Él va a utilizar un alias… Michael Martin. Debe ser famoso si utiliza un alias, pero nunca había oído hablar de él.

–Es el dueño de las industrias Mar–Cal. Y pertenece a la junta de varias corporaciones y fundaciones de caridad.

–Supongo que no me muevo en los mismos círculos –dijo Lyndsey, sonriente–. Al parecer, nuestro señor Marbury, alias Martin, es alérgico al marisco y a las fresas. Le gusta que le lleven el café y el periódico a la cama por las mañanas. No duerme demasiado bien y no le gusta ocuparse de sí mismo, de manera que nos despertará a cualquier hora de la noche para que le preparemos algo –se volvió a mirar a Nate–. ¿Lo ves? Es un trabajo de veinticuatro horas.

Nate contuvo una sonrisa.

–Vas a ser generosamente compensada, Lyndsey. ¿Algo más?

–También hay un plano de la casa. Es grande pero no tiene demasiadas habitaciones. Un dormitorio, un despacho, un cuarto de estar. La cocina es grande pero no enorme y da a la habitación de servicio, que… –Lyndsey guardó el papel en el sobre y dejó éste en el salpicadero.

–¿Qué pasa con la habitación de servicio? –preguntó Nate al ver que no continuaba.

–Voy a tener que recibir una paga extra.

–¿Por qué?

–Porque, según el plano, vamos a tener que dormir juntos.

Capítulo Dos

 

Nate se detuvo con el equipaje en la mano tras asomarse a la habitación de servicio. La cama que había en ella era de matrimonio, pero no era lo suficientemente grande. Lyndsey no era precisamente pequeña, y él tampoco.

–Es más bien pequeña –murmuró ella a sus espaldas.

–Ya buscaremos alguna solución –dijo Nate, aunque estaba decidido a no dormir en el suelo. No lo había hecho desde sus días en el ejército.

Deshicieron las maletas y luego Lyndsey entró en el baño.

–Dejaré que te ocupes de elaborar un plan –dijo cuando salió–. Mientras, voy a ir preparando la comida.

Cuando pasó junto a él, Nate pudo aspirar su delicado aroma. Al entrar en el baño se detuvo en seco al ver el gran espacio reservado para la ducha acristalada. Casi parecía mayor que la cama. De hecho, dos personas cabrían dentro a la perfección.

El comentario que había hecho Lyndsey sobre compartir la cama había despertado su imaginación. Su blusa abrochada hasta el cuello debería haberle producido el efecto contrario, pero no había sido así. Normalmente, cuando conocía a una mujer como Lyndsey salía corriendo, pues, a pesar de enarbolar la bandera de la independencia, parecía destinada a la casa y el hogar, al matrimonio y la maternidad. Pero, dado que iba a trabajar con ella durante cuarenta y ocho horas, no podía darle la espalda.

A pesar de todo, sentía curiosidad. Normalmente se sentía atraído por mujeres sin exigencias emocionales y sexualmente experimentadas. Con ellas sabía a qué atenerse y raras veces se llevaba sorpresas.

Aquello era una excepción.

Miró su reloj y calculó que faltaban unas dos horas antes de que el señor Marbury llegara. Tomó su cámara digital y fue a la cocina.

–Deja de trabajar un momento y ven a echar un vistazo a la casa conmigo –dijo. Ver a Lyndsey con el delantal reafirmó la imagen hogareña que se había hecho de ella. Dejó la cámara en un rincón de la cocina, que daba directamente al cuarto de estar y comedor. Desde los grandes ventanales de éste se divisaba el océano Pacífico, al igual que desde el dormitorio principal.

–¿De verdad esperas sacarles fotos… haciéndolo? –preguntó Lyndsey cuando salieron a una terraza que ocupaba toda la parte delantera de la casa.

¿Haciéndolo? Nate estuvo a punto de sonreír.

–No en la cama, si es a lo que te refieres. Pero desde la cocina hay una buena panorámica del cuarto de estar y de la terraza.

–¿Crees que se dedicaran a andar… jugueteando delante de nosotros?

El horror que reflejó el tono de Lyndsey hizo que Nate sonriera finalmente.

–La gente acostumbrada al servicio no suele fijarse en ellos. No nos harán preguntas personales. De hecho, probablemente nos ignorarán excepto para darnos instrucciones relacionadas con la comida y alguna otra cosa. Si les hacemos notar nuestra presencia más allá de eso es que no habremos hecho un buen trabajo.

–¿No vas a instalar equipo de vigilancia? ¿Nada de cámaras y micrófonos?

–No es mi estilo. Ya es bastante malo tener que fotografiar lo que puedo ver por mí mismo.

–No te gustan nada los casos de divorcio, ¿verdad? Te oí comentárselo a Arianna anoche.

–Hace años que dejé de ocuparme de ellos. La agencia los acepta, pero yo no.

–¿Por algún motivo en particular?

–He visto lo suficiente. ¿Qué tal es la cocina?

Lyndsey se quedó ligeramente desconcertada ante el repentino cambio de tema, pero no dijo nada.

–Está bien equipada. Pero si yo me dedico a cocinar, ¿de qué vas a ocuparte tú?

–De lo demás, especialmente de conseguir información. Casi van a suponer unas vacaciones para ti.

–Unas vacaciones –repitió Lyndsey con nostalgia, como si aquél fuera un concepto extraño a ella. Se volvió hacia el océano–. Me encanta el mar. Mi madre solía llevarnos a menudo a mi hermana y a mí. Es una forma de diversión barata y nos lo pasábamos en grande –se volvió de nuevo hacia Nate–. ¿Has pensado ya cómo vamos a dormir?

–Tú debajo de las sábanas y yo encima.

–¿Te gusta el lado derecho o el izquierdo?

–Me da igual. Me adaptaré.

Lyndsey se apartó de la barandilla, se acercó a él y apoyó un dedo contra su pecho.

–Hay que adaptarse a muchas cosas en el matrimonio, ¿verdad, cariño? –dijo a la vez que batía las pestañas.

Nate pensó en los privilegios del matrimonio… en la gran ducha… en la cama pequeña…

Después pensó en la necesidad de llevar adelante su trabajo mientras simulaba estar casado con ella. Tenía la sensación de que no iba a ponérselo fácil.

Su reto tácito le hizo sonreír.

 

 

Desde la cocina, Lyndsey oyó que Nate daba la bienvenida a Michael Marbury y a su secretaria, Tricia.

«Puedes hacerlo», se dijo a la vez que respiraba profundamente. «Puedes hacerlo».

Cuando salió estuvo a punto de darse de bruces con el señor Marbury.

–Ésta es Lyndsey, mi esposa –dijo Nate–. Voy a salir a por el equipaje.

Mientras el señor Marbury se volvía a disfrutar de las vistas del mar, Lyndsey notó que Tricia seguía a Nate con la mirada. Pero ella ya tenía un hombre…

Frenó en seco sus pensamientos. ¿Cómo era posible que se sintiera posesiva respecto a un hombre al que apenas conocía, excepto en sus fantasías? Pero no podía culpar a la otra mujer. Los anchos hombros de Nate llenaban a la perfección su polo verde; su cintura estrecha y sus piernas largas se marcaban por los pantalones caqui que llevaba puestos. Era toda una visión. Su visión… al menos durante aquel fin de semana.

Dejó a un lado sus problemas de celos mientras pensaba si debía dirigirse a él o a ella. ¿Quién mandaba allí? ¿El elegante caballero de cincuenta y tres años de pelo cano y con aire autoritario, o la belleza morena de veinticinco y de aspecto aún más autoritario? Ya que él ni siquiera la había mirado, se dirigió a su secretaria.

–¿Quieren que les prepare algo de beber?

Tricia parpadeó y la miró.

–Antes vamos a deshacer el equipaje –dijo a la vez que tiraba del señor Marbury hacia el dormitorio. Él la siguió como una marioneta–. ¿Está lista ya la comida? –preguntó por encima del hombro.

Lyndsey hizo un repaso mental. Sólo le faltaba echar el aguacate en la ensalada, cocer los espárragos y preparar el salmón.

–Estará lista en veinte o treinta minutos, o puedo esperar un poco más.

–No. Cuanto antes mejor –dijo Tricia–. Pero antes me gustaría un poco de agua muy fría. De hecho, necesito una cubitera con hielo en el dormitorio en todo momento, así que asegúrese de que haya hielo. Yo me ocuparé de llenar la cubitera cuando se vacíe –a continuación entró con el señor Marbury en el dormitorio y cerró la puerta.

Lyndsey acababa de preparar una bandeja con el hielo, el agua y lo vasos cuando Nate volvió a la cocina.

–Yo me ocuparé de llevar la bandeja. ¿Estás nerviosa?

–Un poco. Son tan… distantes. Incluso entre sí. Esperaba que estuvieran acaramelados como dos tortolitos.

–En ese caso el trabajo sería demasiado fácil –dijo Nate con un guiño.

Lyndsey se relajó al ver su actitud. Debía disfrutar de aquella aventura y no preocuparse por el resultado.

Veinticinco minutos después sirvió la comida en cuatro platos. Nate llamó a la puerta del dormitorio y anunció que la comida estaba lista. Lyndsey cerró la puerta de la cocina y Nate y ella comieron en la cocina mientras la otra pareja se lo tomaba con más calma.

Tricia entró inesperadamente cuando casi habían terminado. Su expresión parecía un poco más amistosa que al principio.

–No necesitamos nada –dijo–. Sólo quería darles las gracias por la comida. Estaba deliciosa.

–De nada –dijo Lyndsey.

–¿A qué huele tan bien?

Lyndsey miró el horno.

–Estoy preparando unas galletas de chocolate. No estaban en el menú, pero…

–Es una idea magnífica. Serán un refrigerio perfecto para la medianoche.

–Sí.

–Michael y yo nos hemos sorprendido al saber que una pareja iba a sustituir al señor Black, que había venido muy bien recomendado. No parecen necesarias dos personas para el trabajo.

–Estamos recién casados y no nos gusta separarnos –dijo Lyndsey a la vez que se volvía hacia Nate.

Éste la miró con una fascinante mezcla de ternura y pasión.

–¿Cuánto tiempo llevan casados?

–El domingo hará tres meses –contestó Nate mientras pasaba un brazo por los hombros de Lyndsey.

Tricia se apoyó contra el quicio de la puerta y se cruzó de brazos.

–¿Cómo se conocieron?

–En una cita a ciegas –contestó Nate sin dudarlo.

–Nos odiamos desde el principio –añadió Lyndsey. Al sentir que Nate le presionaba el hombro no supo si era una señal de aprobación o una indicación para que no se dejara llevar por su fantasía.

–¿En serio? ¿Se odiaban?

–Yo pensé que era un hombre muy arrogante y él que yo era una excéntrica, ¿verdad, cariño?

–Es cierto.

–¿Y qué pasó?

–No se puede ignorar la química –dijo Nate.

Lyndsey palmeó su mano y él enlazó sus dedos con los de ella.

La expresión amistosa de Tricia se esfumó.

–El señor Martin quiere que se retiren en cuanto la cocina esté recogida. No necesitaremos nada más y queremos conservar la intimidad hasta mañana.

Lyndsey ocultó su sorpresa. La esposa del señor Marbury había dicho que su marido pediría que le prepararan algo durante la noche.

–Por supuesto, señora. ¿Querrán que les llevemos café al dormitorio antes del desayuno?

–Puede dejar preparada la cafetera esta noche. Yo la encenderé por la mañana cuando me levante, probablemente hacia las seis y media. Desayunaremos a las ocho.

–Les dejaré algunas galletas en una bandeja.

Tricia se despidió de ellos con un gesto de la mano.

Nate se llevó un dedo a los labios antes de que Lyndsey pudiera decir nada. Recogieron la cocina en silencio y, tras sacar las galletas del horno, Lyndsey sirvió dos vasos de leche y le pidió a Nate que los llevara a su dormitorio.

Su dormitorio…

Eran las ocho, el comienzo de una larga noche.

 

 

Nate encendió el televisor del dormitorio y subió lo suficiente el volumen como para que apagara el sonido de sus voces.

De inmediato, Lyndsey se volvió hacia él con las manos en las caderas.

–Dijiste que no iban a hacer preguntas personales.

Nate estaba tan sorprendido como ella, aunque no debería estarlo. Aquel caso no seguía unos patrones predecibles.

–Has improvisado bien –dijo, y fue recompensado con la sonrisa que iluminó los ojos de Lyndsey incluso tras los cristales de sus gafas.

–Pero es cierto que pensé que eras una arrogante cuando te conocí –dijo ella a la vez que se quitaba las gafas y las dejaba en la mesa antes de sentarse.

–¿Y ahora no lo piensas?

Lyndsey tomó una galleta y pareció observarla atentamente.

–Puede que tengas un exceso de confianza en ti mismo. Y tú… ¿de verdad pensaste que era una excéntrica?

–Eso lo has dicho tú, no yo. Pero lo cierto es que no supe qué pensar de ti. Estabas husmeando por los despachos a hurtadillas y…

–No quería interrumpiros. Pero supongo que ya sabías que trabajaba en la agencia, ¿no?

–Sabía que alguien acudía por las noches para transcribir los informes. Incluso había visto el coche que había en el aparcamiento. Pero estaba tan enfadado que no me fijé. Me disculpo por no haber ido antes a tu despacho para saludarte y presentarme como es debido. Arianna se ocupó de recordármelo –Nate tomó una galleta, la probó e hizo una señal de brindis con ella. Hacía mucho que no comía una galleta preparada en casa.

–Yo he escuchado tanto tu voz que sentía que ya te conocía.

–Supongo que conocerás bien la voz de todos en la agencia.

–Sí, claro. La voz y las rarezas. Por ejemplo, tú apenas dudas cuando hablas y casi nunca cambias de opinión y añades algo al final. Sam y Arianna también hacen buenos informes. Sois todos muy eficientes.

–¿Has conocido a Sam? –Sam Remington era el tercer socio de la agencia. Él, Arianna y Nate se conocieron en el ejército y hacía seis años que habían abierto su agencia tras planearlo durante años.

–Lo he visto varias veces. Es muy reservado. Hay algo en él que te hace desear dar un paso atrás. Es… no sé qué adjetivo utilizar. ¿Temible, tal vez?

–Intenso.

–Sí. Pero una vez que lo conoces resulta fácil hablar con él, y es muy atento.

–¿En qué sentido?

Lyndsey tardó unos momentos en contestar.

–Probablemente te parecerá una tontería, pero ya sabes lo bien que se le dan los números y que tiene uno de esos cubos Rubik –Nate asintió y ella continuó–. Cuando está en la ciudad lo deja en mi escritorio. Se supone que debo manipularlo durante cinco minutos antes de volver a dejarlo en su escritorio. Al día siguiente lo resuelve y lo deja de nuevo en mi escritorio junto con una nota en la que dice lo que ha tardado en hacerlo. Su marca está en un minuto treinta y tres segundos.

–¿Y en qué sentido lo convierte eso en atento?

–Hace que sienta que formo parte de la agencia, cuando en realidad podría sentirme fácilmente invisible. Cuando está fuera de la ciudad lo echo de menos.

–¿Y qué te parece Arianna?

–Muy competente. Es capaz de mantener la calma en cualquier circunstancia. Conectamos bien desde el momento en que me entrevistó. Me cae bien y suele llamarme un par de veces por semana para ver qué tal me va.

–Creo que acabo de recibir una crítica.

–En absoluto. Contigo me bastaba con… –Lyndsey se interrumpió, tosió y tomó un sorbo de su vaso de leche–. Me bastaba con transcribir tus informes –se levantó y dejó el vaso en la mesa–. Voy a lavarme los dientes.

Nate centró la mirada en el televisor mientras ella sacaba unos pantalones de chándal y una camiseta y entraba en el baño. Después se levantó, fue a dejar los vasos en la cocina y permaneció unos momentos quieto tratando de escuchar algo. El único sonido que llegó a sus oídos fue el del televisor.

Para cuando regresó, Lyndsey ya estaba en la cama, de espaldas a él. Tomó su móvil, entró en el baño y llamó a Charlie Black y luego a la señora Marbury para informarla.

Salió unos minutos después vestido como Lyndsey, con una camiseta y unos pantalones de deporte. La única otra mujer con la que había pasado una noche de celibato había sido con Arianna. Cuando la conoció se sintió atraído por ella, desde luego. Pero cuando se fueron conociendo llegó a apreciar realmente su inteligencia, aparte de que Arianna sabía cómo poner a un hombre en su sitio con una sola mirada. No era precisamente una mujer objeto, y él se alegraba de haberlo averiguado antes de estropear lo que había llegado a convertirse en una sólida relación de amistad.

Pero la intimidad que iba a compartir con Lyndsey era distinta. Se sentía desnudo.

Una vez acostado comenzó a hacerse más y más consciente de su cercanía. Se preguntó cuál de los dos cedería en primer lugar al agotamiento y se quedaría dormido. Deslizó las manos bajo la cabeza y contempló el techo.

–¿Estabas llamando a tu novia? –preguntó Lyndsey de pronto.

–No. He llamado a la cliente.

–Ah. ¿Y qué le has dicho?

–Que han llegado, que no han dado muestras de ninguna intimidad ante nosotros y que se han retirado a dormir.

–¿Cómo se lo ha tomado?

–Sin ninguna emoción. ¿Qué piensas de tu primera misión secreta?

–Me encanta. Es divertido.

–¿Divertido?

–No debería serlo. Nada está saliendo como estaba previsto, y eso hace que resulte excitante.

–Parece que se te da muy bien.

–Sí, ¿verdad?

–Sí. Pero no te dejes llevar por tu papel. Es fácil meter la pata –le dijo Nate.

–¿Te refieres a las cosas que le he dicho a Tricia?

–Un poco más habría sido exagerar.

–Comprendo –Lyndsey giró sobre sí misma para poder mirar a Nate–. Pero parece habérselo creído.

–Eso creo.

–Estaba celosa.

–¿Celosa? –repitió Nate, desconcertado.

–No dejaba de mirarte.

–No es cierto.

–Sí lo es. Le gustas.

Nate rió.

–Es cierto –insistió Lyndsey.

–No lo es. Se nota que adora a su jefe. Está atenta a cada uno de sus movimientos. Creo que incluso le cortaría el filete en trozos si la dejara.

–¿Y qué le pasa a él? Se supone que es un súper ejecutivo agresivo, pero deja que ella tome todas las decisiones. No le he oído pronunciar ni dos palabras seguidas.

–Tampoco han hablado delante de mí. Pero una de las cajas que he metido en la casa estaba llena de papeles.

–Puede que hayan venido a trabajar, no por placer. Puede que todo sea un malentendido –sugirió él como posibilidad.

–Si ése es el caso, ¿por qué no ha informado a su mujer de lo que iba a hacer?

–Eso es cierto.

–Con el tiempo he aprendido a fiarme de la intuición de las esposas. Sus sospechas suelen estar justificadas –aseguró Lyndsey.

–Pero has comentado que en este caso nada estaba saliendo como era de esperar. ¿No te parece posible que la señora Marbury esté equivocada?

–Veamos el asunto desde su punto de vista. Conoce a su marido mejor que nadie. Éste empieza a actuar de forma extraña. Averigua que va a pasar el fin de semana con su secretaria y él no se lo dice. Sabe que la infidelidad no es algo nuevo para él; a fin de cuentas, ella también era su secretaria antes de convertirse en su segunda esposa. No sólo sabe que es capaz de engañar, sino que sabe cómo lo hace.

Lyndsey permaneció en silencio y Nate casi pudo escuchar cómo pensaba mientras sentía cómo se iban relajando sus músculos y su cuerpo se volvía más pesado.

–¿Y por qué no se han limitado a encargar que les traigan la comida de algún restaurante? –preguntó ella de repente–. Nosotros somos testigos potenciales.

«Porque están acostumbrados a ser constantemente atendidos», pensó Nate, pero no dijo nada. Necesitaba dormir. Y Lyndsey también.

Giró para quedar tumbado de espaldas a ella y oyó que suspiraba.

–Le gustas –susurró Lyndsey.

Él sonrió.

Capítulo Tres

 

Lyndsey se movió hacia atrás hasta que notó que se topaba con algo cálido y fuerte. Mucho mejor, pensó, adormecida. Un instante después abrió los ojos de par en par al recordar de qué se trataba: un cuerpo masculino.

¿Pero cómo era posible? Nate estaba encima de las sábanas y se suponía que ella estaba debajo…

Pero no estaba debajo. Lo que sentía en los pies era claramente la textura de la manta. Había violado el espacio de Nate. ¿Pero cómo? De pronto recordó que se había levantado en medio de la noche y había ido al baño a quitarse el sujetador que se había dejado puesto como una especie de armadura. Al volver debía haberse tumbado sobre la sábana.

Estaba a punto de apartarse cuando sintió que Nate apoyaba una mano en su cadera. Unos segundos después la rodeó con el brazo y la sujetó contra sí. Si movía los dedos unos centímetros hacia arriba, le tocaría los pechos.

Lyndsey apenas pudo respirar mientras sentía que sus pechos se henchían y sus pezones se endurecían. Sabía que debería moverse, pero no pudo evitar dar la bienvenida al deseo que se agitó en su interior sin ninguna disculpa. Miró su reloj. Eran casi las cinco y cuarto. ¿Cuánto tiempo más podría disfrutar de Nate antes de que despertara? En todas sus fantasías, jamás había imaginado aquella realidad, aquella química.

Fue consciente del momento en que despertó. Su respiración cambió y su cuerpo se tensó. Sintió que apoyaba la mano sobre su estómago a la vez que presionaba con un pulgar contra uno de sus pechos.

–¿Lyndsey?

–Lo siento –dijo ella a la vez que se apartaba a toda velocidad–. No sé cómo he acabado encima de las sábanas. No lo he hecho a propósito. Te lo prometo. No…

–Olvídalo. No pasa nada.

Lyndsey se sentó en el borde de la cama, de espaldas a él.

–Pero he violado tu espacio. Yo…

Nate hizo un sonido que no supo interpretar y se volvió a mirarlo. Se había sentado contra el cabecero de la cama.

–No pasa nada –repitió.

Tal vez no, pensó Lyndsey, irritada por su actitud indiferente. Probablemente Nate despertaba junto a alguna mujer al menos una vez a la semana. Ella nunca había despertado junto a un hombre. No carecía de experiencia, pero nunca había querido dar mal ejemplo a su hermana dejando que un hombre durmiera en su casa. Había tenido varias relaciones a lo largo de los años, pero los hombres solían renunciar a ella cuando comprendían lo ocupada que estaba y el poco tiempo que iba a poder dedicarles. Probablemente, su independencia les hacía pensar que no necesitaba nada. Pero sí lo necesitaba. Simplemente no sabía cómo pedirlo.

Y, probablemente, Nate tendría novia. Aquel pensamiento la deprimió. Claro que tendría novia. ¿Cómo no iba a tenerla?

–Hola –dijo él.

–¿Qué? –preguntó Lyndsey con un tono más beligerante del que pretendía.

–No le des vueltas.

–De acuerdo.

Nate salió de la cama.

–Voy a correr un rato. Traeré el periódico.

En cuanto Nate salió, Lyndsey fue a darse una larga ducha, aunque no se molestó demasiado con su pelo, pues se rizaría de todos modos en aquel ambiente tan húmedo.

Para cuando entró en la cocina se sentía de mejor humor. Acababa de poner la mesa para el desayuno cuando Tricia salió del dormitorio y cerró la puerta cuidadosamente a sus espaldas. Llevaba la cubitera en la mano.

–Buenos días –saludó Lyndsey–. El café ya está listo. ¿Quiere que le prepare una bandeja?

–Sí, gracias. Con leche y azúcar, por favor –Tricia siguió a Lyndsey a la cocina y fue a la nevera para rellenar la cubitera–. Es una casa preciosa, ¿verdad?

–Sí. Me encantan las vistas que tiene.

Tricia dejó la cubitera en la encimera y se apoyó en ésta.

–Nunca había estado aquí.

Lyndsey se limitó a sonreír. No quería decir nada que no debiera.

–¿Qué tal la vida de casada? –preguntó Tricia.

–También me encanta –dijo Lyndsey mientras sacaba las tazas.

–Tampoco está mal las vistas que tiene, ¿no?

Lyndsey rió como si le hubiera hecho gracia la broma, aunque no había sido así.

–Nate ha salido a correr y a por el periódico. Estará de vuelta enseguida.

–Bien. A Michael le gusta tener el periódico a primera hora. ¿Es a esto a lo que se dedican para vivir?

–No exclusivamente. Sólo aceptamos trabajos de fin de semana. Yo sigo estudiando en la Universidad y mi marido trabaja en la construcción, aunque ahora no hay demasiado trabajo –aquello explicaría la musculatura, el tono bronceado de Nate y el color irregularmente rubio de su pelo.

–¿Cuánto tiempo salió con él antes de casarse?

–El necesario para saber que él era mi hombre.

–¿Y cómo llega a saberse eso?

–Supongo que es algo intuitivo.

–¿No le parece que todo el mundo siente lo mismo cuando se casa?

–Sólo puedo hablar por mí misma.

–¿Cree que le será fiel?

¿Qué estaba pasando? Lyndsey se centró en preparar la bandeja. ¿Se suponía que debía seguir adelante con aquella conversación? ¿Podría averiguar algo que pudiera utilizarse contra el señor Marbury.

–Eso espero. ¿No lo esperaría también usted?

–Supongo que sí.

En aquel momento se oyó la puerta trasera y Nate apareció en la cocina un segundo después.

–Justo a tiempo –dijo Lyndsey, aliviada–. Puedes añadir el periódico a la bandeja.

–Buenos días –saludó Nate.

–Buenos días –contestó Tricia a la vez que lo miraba de arriba abajo.

«¿Lo ves?» , preguntó Lyndsey con la mirada. La mirada de Nate adquirió un brillo travieso.

–Voy a ducharme –dijo–. A menos que me necesites para algo.

«Necesito que me beses. Me da lo mismo que estés sudoroso y tengas que afeitarte. Estás para comerte».

–No te necesito –Lyndsey logró sonreír y él le dedicó un guiño.

–Antes lleve la bandeja al dormitorio –dijo Tricia a Nate. Luego tomó el cubo de hielo y lo precedió para abrir la puerta del dormitorio.

Cuando volvió a salir, Nate se detuvo en la cocina el tiempo suficiente para desabrochar el lazo del mandil de Lyndsey. Ella sonrió mientras volvía a abrochárselo y luego agradeció que el destino le hubiera hecho quedarse en la agencia más tiempo del habitual hacía dos noches.

 

 

Horas más tarde Lyndsey estaba en la cocina mientras Nate recogía la mesa del comedor después del almuerzo.

El señor Marbury se animó a hablar finalmente y lo hizo con la autoridad que uno habría esperado de él.

–Su esposa le ha dicho a Tricia que trabaja en la construcción –dijo a Nate–. Tengo un trabajo para usted.

Lyndsey se llevó una mano a la boca al oír aquello. ¡Había olvidado comentarle a Nate lo sucedido!

–Hace falta sustituir el pasamanos de madera del balcón de arriba –continuó el señor Marbury–. Enviaron el material necesario la semana pasada y se encuentra en el garaje. Le pagaré extra si hace el trabajo hoy mismo.

A pesar de sus palabras, era evidente que no esperaba un no por respuesta.

–Sí, señor –contestó Nate.

Unos segundos después entró en la cocina con la vajilla, dedicó una fría mirada a Lyndsey y se puso a rellenar el lavavajillas mientras ella seguía preparando el pollo que iban a cenar.

Pasaron varios minutos antes de que se acercara a ella por detrás y apoyara ambas manos en la encimera rodeándola.

–¿Has olvidado mencionarme algo más? –le dijo al oído.

Estaba enfadado. Lyndsey sintió una excitación inmediata al notar su aliento en el cuello.

–Lo siento –susurró.

–Supongo que no sabes cómo sustituir un pasamanos, ¿no?

Lyndsey negó con la cabeza.

–Date la vuelta, por favor.

Lyndsey tragó saliva e hizo lo que le pedía. Nate no se movió. Estaban a escasos centímetros de distancia.

–¿Se te ocurre algún modo de librarnos de esto? –preguntó él.

–Podría simular un ataque de apendicitis –dijo Lyndsey, sin aliento. Aquel hombre le gustaba demasiado. Debía buscarle defectos rápidamente, o de lo contrario temía que fuera a romperle el corazón. De pronto se le ocurrió cómo podían librarse del problema–. Sé cómo usar un taladro –dijo a la vez que apoyaba ambas manos en su pecho. También sé clavar un clavo sin que se tuerza. Puedo hacerlo yo. Tú sólo tendrías que simular que estás al cargo.

Nate sonrió. Luego echó atrás la cabeza y rió.

–¿De qué te ríes?

–De ti. Eres tan sincera… –aún parecía enfadado, pero no dejó de sonreír–. Yo también sé un par de cosas relacionadas con la construcción.

–¿Estabas jugando conmigo? ¿Me has asustado sólo por diversión?

–A la mayoría de las mujeres les gusta que jueguen con ellas de vez en cuando.

–Yo no soy la mayoría de las mujeres –replicó Lyndsey, molesta.

–No, no lo eres. Tú eres…

La puerta de la cocina se abrió en aquel momento. Lyndsey se sobresaltó, pero Nate se limitó a volver la cabeza. Debía parecer que se estaban besando.

–Lo siento –dijo Tricia.

Nate se apartó pero pasó un brazo por la cintura de Lyndsey.

–¿Qué desea, señorita?

–Michael dice que encontrará las herramientas en el armario que hay junto a la lavadora, en el garaje.

–Gracias –Nate introdujo un dedo en la cinturilla del pantalón de Lyndsey, que contuvo el aliento–. Me ocuparé de ello enseguida.

Tricia se fue sin hacer ningún comentario.

–Si hubiera sabido que mi tapadera iba a ser que trabajo en la construcción, habría traído mi furgoneta –dijo Nate en cuanto se quedaron a solas.

Era evidente que aún estaba enfadado, aunque intentaba que no se le notara. Y aún no había retirado la mano de la cintura de Lyndsey.

–¿Tienes una furgoneta? –preguntó ella sin ocultar su sorpresa a la vez que se apartaba.

–Sí. ¿Qué esperabas que tuviera?

–Algo más deportivo como un descapotable. Y rojo.

–También tengo un coche de esos. Un Corvette. Diferentes coches para diferentes propósitos.

–¿Tienes algún otro?

–Un Lexus. De vez en cuando hace falta un coche con cuatro asientos.

–¿Sales a menudo con tu novia y otra pareja?

Nate se limitó a sonreír.

–Este trabajo está suponiendo una sorpresa tras otra –dijo, enigmáticamente–. Vamos a comprobar qué tal se nos da la carpintería.

–Estoy deseando verte con el cinturón de las herramientas, cariño –dijo Lyndsey a la vez que batía las pestañas con la esperanza de que se le pasara por completo el enfado.

Nate alzó las cejas.

–¿Estás jugando conmigo?

–Si eres como la mayoría de los hombres, seguro que te gusta.

–Me temo que acabas de colocarme entre la espada y la pared. No creo ser como la mayoría de los hombres, pero he de reconocer que me gusta que juegues conmigo.

Lyndsey se preguntó cómo iban a superar otra noche en el dormitorio después de todo aquel flirteo y toqueteo. El sentimiento de anticipación la hizo sentirse más viva que en mucho tiempo. Más femenina. Más deseada.

Si aquélla era una oportunidad única, ¿debía huir de ella o debía alentarla? ¿Debía tentar, o esperar a ser tentada? ¿Sería mejor satisfacer sus necesidades y arrepentirse luego, o no satisfacerlas… y arrepentirse también? Había llegado a creer que llevar a la realidad una fantasía como aquélla no podía ser bueno, pero tal vez estaba equivocada.

Tenía toda la tarde para pensar en ello. Sin duda, Nate iba a suponer el mayor desengaño de su vida.

 

 

Su oportunidad de enmendar el error cometido surgió aquella misma tarde. El pasamanos había sido sustituido y había quedado perfecto, pero estaban sudando a causa del trabajo y Nate fue el primero en ducharse. Luego entró ella en el baño. Apenas llevaba quince segundos bajo el agua cuando oyó su voz.

–¿Eres aficionada a la ironía? Quieren que vaya a alquilar la película Mentiras Verdaderas.

Sorprendida, Lyndsey se cubrió los pechos con los brazos. A través de la mampara acristalada de la ducha vio que Nate sólo había entreabierto la puerta.

–De acuerdo –dijo. ¿Qué más podía añadir?

En lugar de irse, Nate entró en el baño y se acercó a ella a la vez que se cubría los ojos con una mano. Lyndsey se quedó petrificada en el sitio.

–Ven aquí –dijo él en voz baja.

Lyndsey dio un paso hacia él.

–Están descansando en el balcón –continuó Nate–. Sal a la cocina en cuanto puedas. Tal vez puedas sacar unas fotos mientras estoy fuera, si piensan que sigues aquí.

–De acuerdo –aunque Nate se había cubierto discretamente los ojos, saberse desnuda ante él hizo que Lyndsey se sintiera intensamente consciente de sí misma.

–Recuerdas cómo usar la cámara, ¿no?

–Por supuesto.

–Bien. Volveré en cuanto pueda –tras una pausa, Nate añadió–: No imaginaba que fueras la clase de mujer que se pinta las uñas de los pies de rojo.

Lyndsey bajó la mirada. Cuando volvió a alzarla Nate se había ido. No tuvo ni un segundo para pensar en ello. Se secó y vistió a toda prisa y, tras recoger la cámara, salió a la cocina de puntillas.

El señor Marbury y Tricia estaban enmarcados por la puerta de cristal en una viñeta perfecta. Tras ellos, el sol poniente cubría el cielo de tonos rosados. Tricia estaba sentada con la cabeza echada hacia delante, con su larga melena cayendo sobre sus pechos. El señor Marbury estaba de pie tras ella, dándole un masaje en los hombros.

Lyndsey sacó varias fotos. Luego, él se inclinó y acercó los labios al oído de Tricia. Ésta se volvió hacia él, sonriente. Sus rostros quedaron separados apenas unos milímetros. Lyndsey siguió sacando fotos hasta que el señor Marbury se irguió y se volvió a mirar en su dirección.

Afortunadamente, la cámara era pequeña. Lyndsey la ocultó tras la palma de la mano, simuló estar apartando un mechón de pelo de su frente y la dejó caer en el bolsillo. Estaba lavándose las manos cuando el señor Marbury apareció ante la barra que separaba la cocina del resto.

–¿Qué estaba haciendo?

–¿Cuándo? –Lyndsey rogó para que no la abandonara la sangre fría.

–Ahora mismo. Nos estaba mirando.

–No, señor. Estaba admirando la puesta de sol en el mar. No suelo tener muchas oportunidades de verla. ¿No le ha parecido maravillosa?

El señor Marbury se volvió a contemplar un momento el cielo. Tricia esperaba sin apartar la mirada de ellos.

–Si le parece bien, voy a ponerme a preparar la cena. Me llevará más o menos una hora.

El señor Marbury parecía desconcertado.

–De acuerdo.

–¿Quiere que prepare algo de picar mientras esperan?

–No, gracias.

El señor Marbury volvió al balcón. Tras hablar un momento con Tricia, ambos entraron en el dormitorio.

Lyndsey se apoyó contra la encimera, sin aliento. Afortunadamente, lo había conseguido.

En cuanto Nate regresó le entregó la cámara. Éste entró en el dormitorio para ver las fotos y salió unos minutos después.

–¿Han salido bien? –preguntó ella, ansiosa.

–Son muy claras. ¿Crees que a la clienta le bastarán? –susurró.

–No se han besado. Me han visto antes de tener oportunidad de hacerlo. Pero si yo estuviera casada con el señor Marbury me dolería verlo tocando y mirando a otra mujer de ese modo.

–¿Crees que esas fotos podrían suponer la evidencia legal que necesita su esposa?

–Yo diría que no.

–Y tendrías razón.

–¿Y ahora qué? –preguntó Lyndsey, decepcionada–. Ni siquiera los he visto tomarse de la mano.

–Yo tampoco. Me he levantado varias veces a lo largo de la noche y he pegado la oreja a su puerta, pero no he escuchado nada. Esperaba acabar con la investigación este mismo fin de semana.

Lyndsey captó la resignación del tono de Nate.

–¿Qué tiene de importante este trabajo para que lo aceptaras a pesar de que era obvio que no querías hacerlo?

–Charlie Black.

–¿El investigador que tenía este caso?

–Solíamos trabajar para Charlie cuando empezamos, pero no tardamos en obtener nuestras licencias. El negocio creció demasiado rápido para su gusto y se alegró cuando decidimos abrir nuestra propia agencia y pudo volver a trabajar por su cuenta. Desde entonces nos ha pasado varios casos que le venían demasiado grandes. Esta vez el problema ha sido que su mujer ha sufrido un infarto y no ha podido seguir adelante con el caso.

–Oh, qué lástima. ¿Y cómo está?

–Puede que tengan que hacerle un bypass –Nate apoyó un codo en la encimera–. Eres una buena persona, Lyndsey. Hoy en día, casi nadie se preocupa por personas a las que no conoce.

–Creo que la mayoría de la gente es buena.

–Si sigues en este negocio el tiempo suficiente acabarás por cambiar de opinión.

–Siento que hayas perdido la fe en la gente –dijo Lyndsey.

–Tú estás consiguiendo que la recupere en parte –murmuró Nate sin apartar la mirada de ella.

Lyndsey tuvo que esperar unos segundos para volver a tener un pensamiento coherente.

–Entiendo que te haya frustrado tener que aceptar este caso, pero me pareció que estabas disgustado por algo más.

Nate se encogió de hombros.

–Llevaba años sin tener unas vacaciones. Se suponía que me iba hoy mismo.

–¿Adónde?

–A Australia.

Australia. La palabra casi parecía mágica. Lyndsey ni siquiera había ido más allá de San Francisco.

–¿Has podido posponerlas? Supongo que podrás ir más adelante, ¿no?

–Eso espero. Tendré que organizar de nuevo las cosas. Además, pensaba pasar allí las navidades.

–¿Solo? –preguntó Lyndsey sin pensárselo dos veces.

–Sí.

–¿Y cómo vas a celebrar las navidades solo?

–No quiero celebrarlas.

–¿No te gustan las navidades?

–A ti sí, ¿verdad? He notado que tu cubículo en la agencia es el único con adornos navideños.

Lyndsey no supo qué responder. Le entristecía que alguien pudiera permanecer ajeno al espíritu navideño.

–¿Sabes por qué acepté este trabajo? –preguntó.

–¿Porque te presioné para que lo hicieras?

–En parte. Pero sobre todo porque el dinero me permitiría pagar el billete para que mi hermana venga a pasar las navidades conmigo. De lo contrario habría sido la primera vez que pasamos las navidades por separado.

–¿Dónde está?

–Estudia arquitectura en Cornell.

–¿Y cómo sobrevive una chica de Carolina del Sur a los duros inviernos de Ithaca?

–Sorprendentemente bien.

Lyndsey siguió hablando y contó a Nate que su madre murió cuando su hermana Jess tenía once años y ella diecinueve. Ella acababa de terminar su primer año de estudios en UCLA y tuvo que trasladarse para ocuparse de su hermana. Luego habló de su padre, que dejó a su madre antes de que ella naciera, lo mismo que hizo el padre de Jess cuando ésta sólo tenía seis meses.

–Me temo que mamá tenía dificultades para elegir un hombre con capacidad de compromiso –concluyó–. Pero era una madre estupenda. Divertida y liberal. Cada día era una aventura con ella.

–¿Tuviste que renunciar definitivamente a la Universidad? –preguntó Nate mientras se ocupaba de aliñar la ensalada.