Corazón de perro - Mijail Gulkákov - E-Book

Corazón de perro E-Book

Mijail Gulkákov

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Beschreibung

Con la intención de lograr el añorado rejuvenecimiento de sus pacientes, un endocrinólogo experimenta en el cuerpo de un perro callejero la injerción de las glándulas seminales y de la hipófisis de un obrero recién fallecido. Contrariamente al resultado esperado, en pocas semanas, el perro se transforma en algo parecido a un hombre. La verdad escondida de este texto apunta hacia los tránsitos y los cambios súbitos en Moscú durante los inicios de la construcción del socialismo en Rusia. Además de ser una crítica social al nuevo régimen, Corazón de perro es una sátira al "nuevo hombre soviético", una alegoría a la revolución comunista y a su descarriado intento de transformar radicalmente a la humanidad.

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Corazón de perro

Corazón de perro (1925)Mijaíl Bulgákov

Editorial CõLeemos Contigo Editorial S.A.S. de [email protected]ón: Julio 2022

Imagen de portada: RawpixelProhibida la reproducción parcial o total sin la autorización escrita del editor.

Índice

I

II

III

IV

V

VI

VII

VIII

IX

Epílogo

I

¡Auuuuuuuuu! Ay, mírenme, que me muero. El ventarrón de este patio ruge un responso que coreo con mi aullido. Estoy perdido, irremediablemente perdido. Un canalla de gorro sucio, el cocinero del Comedor de Alimentación Normal para empleados del Soviet Central de la Economía Nacional, me ha rociado y cocido con agua hirviente el costado izquierdo. Qué miserable reptil, y dique proletario.

¡Qué dolor, Dios santo! El agua hirviente me ha roído hasta los huesos. Y ahora estoy aquí aullando, pero ¿acaso el aullar puede ser un alivio?

 ¿Qué molestia le he causado? ¿Creería que yo iba a dejar sin despensa el Soviet de la Economía Nacional si escarbaba en aquel basurero? Bicho avaro!

Es de ver la jeta que se gasta, más ancha que larga.

Un asaltante con cara de bronce. ¡Ay, qué hacer con esta gente! A mediodía, Gorro Sucio me agasajó con agua hirviente, y ahora ya ha oscurecido, aunque son apenas las cuatro de la tarde, a juzgar por el olor a cebolla que sale del edificio del cuerpo de bomberos de la Prechistenka. Porque, como ustedes saben, los bomberos cenan una mezcolanza de alforfón y cebolla. Y peor, sólo los hongos. A propósito, unos perros conocidos míos que viven en la Prechistenka me han contado que en el restaurante "Bar", de la Neglinnaya, los parroquianos engullen un plato que es especialidad de la casa: hongos en salsa picante, a tres rublos y setenta y cinco kopeks la porción. Cosa de gustos, porque es lo mismo que lamer chanclos… Auuuuu..

¡Cómo me duele el costado! Ya veo nítidamente el horizonte que me aguarda: mañana aparecerán las llagas y sólo una pregunta me queda: ¿con qué curarlas? Si fuera verano, podría darme una vuelta por el parque Sokolniki, donde hay una hierba que me vendría de perlas para el caso; además, me zamparía gratuitamente con despuntes de salchicón y lamería los grasosos papeles que suelen botar los ciudadanos. Y el asunto resultaría formidable, si no fuera por una vieja rezongona que, con luna llena, sale al corro a cantar "querida Aída", con una voz que encoge el corazón. ¿Adónde ir ahora? ¿A usted nunca le han dado de coces por el trasero? Que sí? Y no le han medido las costillas de un ladrillazo? Más que suficiente. Yo he probado todo eso y me resigno con mi suerte, y si lloro sólo se debe a mi dolor físico y al frío, porque mi espíritu aún no se ha extinguido.

¡Vaya si es aguantador el espíritu perruno!

Pero mi cuerpo ha sido ya excesivamente quebrantado, golpeado y violentado por la gente. Lo más terrible es que ahora, después de esa rociada de agua hirviente, se me ha caído la pelambre, y por lo tanto, me ha quedado completamente indefenso el costado izquierdo. En un dos por tres, puedo pescarme una pulmonía, y una vez en ese estado, me moriré de hambre, ciudadanos. Con pulmonía, se recomienda echarse en la entrada de cualquier edificio, debajo de la escalera, pero ¿quién en lugar de mí mismo, un perro enfermo y soltero, me va a andar buscando la alimentación por los basureros?

Si lo hago yo mismo, me fallarán los pulmones, tendré que moverme a rastras, me debilitaré y cualquier bobo me liquidará a garrotazos. Y los serenos con sus insignias me agarrarán de las patas y me tirarán a un carro.

De todos los proletarios, los serenos o barrenderos son la más fétida de las porquerías. La hez humana, la más baja categoría.

Cocineros los hay distintos.

Por ejemplo, el finado Vlas, de la Prechistenka. A cuántos les salvó la vida. Porque cuando uno está enfermo, lo más importante es conseguir un trozo de cualquier cosa. Y los perros viejos cuentan que el bueno de Vlas solía tirarles huesos en los que quedaba por lo menos un poco de carne. Que en paz descanse, por haber sido toda una personalidad, un cocinero aristócrata de los condes Tolstoi y no del Soviet de Alimentación Normal. Ni una mente perruna concibe qué entienden allí por alimentación normal.

Pues los muy miserables preparan la sopa con tocino rancio, y los pobres clientes no tienen ni la menor idea del engaño. Llegan corriendo, se la tragan de una sentada y hasta pasan el pan por el plato.

Hay mecanógrafas que por su novena categoría reciben cuarenta y cinco rublillos... más las medias semifinas que puede regalarles el amante, para ser exactos. Pero cuántas burlas debe aguantar por esas medias la pobre. Porque él no se contenta con el método común y corriente, sino que la somete al amor francés. Entre nos, esos franceses son unos canallas, aunque traguen en abundancia y con vino tinto. Sí pues... Decía que la mecanógrafa llega corriendo al comedor, porque es imposible que vaya al "Bar con un salario de cuarenta y cinco misérrimos, que no le alcanzan ni para el cine. Y sépalo que el cine es el único consuelo para una mujer. De modo que ella tiembla, se enfurruña, pero engulle...

Ni pensarlo: cuarenta kopeks por dos platos que no valen quince, porque los otros veinticinco se los ha robado el administrador. ¿Y acaso a ella le basta con una dieta así? No tiene bien del todo la punta del pulmón derecho; sufre de una enfermedad femenina debida al asunto francés; en el trabajo le han hecho no sé qué descuento; en el comedor le han dado sopa rancia; y allá va, allá va... Corre por el callejón en las medias del amante. Siente las piernas frías y el viento le sopla el vientre, porque su pelambre se parece a la mía y usa una ropa interior que no abriga, por ser una pura sugerencia bordada. Trapos para el amante. Si ella llegara con cuadros de franela, él pondría el grito en el cielo: diría, qué poca gracia tienes! Ya me tiene harto mi Matriona, estoy hastiado de los cuadros de franela, ha sonado mi hora. Ahora soy un presidente de esto o lo otro, y cuanto robe será para el vivir y el placer. Basta ya, porque pasé hambre en mi juventud, y el otro mundo no existe.

¡Qué lástima verla! Pero mi propio estado me da más lástima aún. No por egoísmo, claro, sino porque estamos realmente en desigualdad de condiciones.

Ella, por lo menos, se siente abrigada en casa, ¿y yo? ¿Y yo?... ;Adónde ir ahora? Auuuuuu…

—¡Perrito, perrito, Sharik, Sharik*!... ¿Por qué gimes, pobrecito? Quién te ha ofendido? Ay!...

Un ventarrón bastante seco sacudió el portón y le dio un escobazo en la oreja a la joven. La falda se le subió hasta las rodillas, dejando al descubierto las medias color crema y una estrecha franja de la ropa interior, de encajes mal lavados. La ráfaga de viento ahogó las palabras y barrió al perro.

Dios mío... Qué tiempo hace... Ay... Y le duele el estómago. ¡Es el tocino, sí, el tocino! ¿Cuándo acabará todo esto?

Inclinada la cabeza la joven se lanzó al ataque, se abrió paso por el portón y el viento de la calle la sacudió despiadadamente haciéndola trastabillar; después, envuelta en un torbellino de nieve, desapareció.

El perro se quedó en el patio; atormentado por la quemadura del costado, se apretó contra la fría pared, se inmovilizó y decidió que ya no iría a ninguna parte y que en aquel patio estiraría la pata.

La desesperación lo derribó. Sentía tanto dolor y amargura, tanta soledad y miedo en el alma, que sus lagrimillas perrunas rodaban como ampollas de sus ojos y allí mismo se secaban. Del costado lastimado colgaban mechones congelados, entre los cuales se vislumbraban las siniestras manchas rojas de la quemadura. Cuan imbéciles, bobos y crueles podían ser los cocineros. "Sharik", así lo había llamado ella…

¡Qué Sharik ni qué nada! Un globo es algo redondo, y por lo tanto, gordo y bien alimentado, un estúpido que come avena pelada y es hijo de padres de buena raza, mientras que él no es más que un perro peludo, larguirucho, quemado y callejero. Un paria sin hogar.

A propósito, de todos modos, gracias por sus cariñosas palabras.

Se oyó un portazo, y en la iluminada puerta del almacén del otro lado de la calle apareció un ciudadano. Precisamente un ciudadano, y no un camarada.

Mejor dicho, quizá hasta fuera un señor. Desde más cerca quedó claro que sí lo era. ¿Creen que juzgo por su abrigo? Tonterías.

Ahora incluso muchos proletarios pueden llevar abrigo. Claro, el cuello es distinto, pero de lejos llaman a confusión. Pero por el modo de mirar, de cerca o de lejos, no hay confusión posible. Los ojos son algo muy significativo.

Una especie de barómetro en que todo se ve perfectamente: quién tiene alma de suela, quién sin motivo alguno puede soltarle a uno una coz por las costillas, y quién teme a todo el mundo. Precisamente resulta muy agradable tirarles una dentellada a los tobillos a los gaznápiros de esa última categoría. Si tienes miedo, recibe lo tuyo. Si tienes miedo, vales un... Grrrrr... ¡Guau! ¡Guau!

El señor cruzó con paso firme la calle barrida por el ventarrón y avanzó hacia el patio. Sí, claro, a éste se le ve como... en la punta de la pata. Este jamás engullirá tocino rancio y si alguien se lo llegara a proponer, armaría un escándalo de padre y señor mío, y hasta al diario escribiría una protesta: a mí, a Filipp Filippovich, me han hecho una mala jugada con la comida.

Se acerca cada vez más. Sí, ese come en abundancia y no roba, jamás tirará una coz, pero tampoco le teme a nadie, porque anda eternamente satisfecho. Es un señor del trabajo intelectual, de aguda barbita francesa y mostacho cano, espeso y alzado como el de los caballeros franceses, pero en medio del ventarrón expele un olor insoportable: a hospital. Y a cigarro.

Quisiera saber por qué diablos ha ido a la cooperativa alimentaria del Tsentrjoz. Aquí está... ¿Qué busca? Auuuuu... ¿Qué pudo comprar en ese almacencillo de mala muerte? Acaso no le basta con los grandes almacenes de Ojotni Riad? Pero ¿qué es eso? Sal-chi-chón? Señor, si usted viera de qué hacen ese salchichón, ni se acercaría al almacén. Mejor, démelo a mí.

El perro sacó fuerzas de flaqueza, y, como enloquecido, se arrastró del patio a la acera. La ventisca estalló sobre su cabeza, sacudiendo las inmensas letras de un cartel de lienzo, que preguntaba: "¿Es posible rejuvenecer?"

Claro, cómo no. El olor me ha hecho rejuvenecer, me ha obligado a levantarme, en ardientes oleadas me ha azotado la panza, vacía desde hace ya dos días, venciendo el hedor a hospital; ha triunfado el divino aroma de la carne de caballo cortada y aderezada con ajo y pimienta. Lo siento, mejor dicho, lo sé: en el bolsillo derecho tiene el salchichón.

Se encuentra a mi lado ya. Oh, amo mío! Fíjate en mí. Me muero. Maldita sea nuestra suerte de esclavos!

El perro se arrastró como un reptil, con los ojos inundados de lágrimas. Mire, por favor, la faena que me hizo ese cocinero. Claro, usted por nada del mundo me daría un pedacito. Demasiado bien conozco yo a los ricos! Aunque, por otra parte, ¿para qué quiere usted ese salchichón? Para qué necesita ese caballo podrido? Un veneno así sólo pudo conseguirlo en el Almacén Moscovita del Agro, en el tal Mosselprom. Además, usted hoy ya ha desayunado, usted que es una eminencia mundial gracias a las glándulas sexuales masculinas. Auuuuuuu...

¿Qué estará ocurriendo en el mundo? Parece que todavía es pronto para morir; además, la desesperación es un verdadero pecado. No me queda más que lamerle las manos.

El misterioso señor se inclinó hacia el perro, brillaron sus gafas doradas y sacó del bolsillo derecho un alargado paquete blanco. Sin quitarse los guantes, lo desenvolvió e inmediatamente el viento arrastró el papel, mientras el hombre arrancaba un trozo de salchichón "Especial de Cracovia". Le tiró el trozo al perro. Oh, desinteresada eminencia! ¡Auuuu!

—Fiuuu, fiuuu —silbó el caballero y agregó con voz severa—: ¡Toma, come, Sharik!

Otra vez, Sharik. Bautizado el perro. Pero, no importa, le permito que me llame como quiera, por ese acto suyo tan elogiable.

Con rápidos tirones, el animal le quitó el envoltorio al "Cracovia" y le hincó el diente, engulléndoselo sin masticarlo siquiera. Se ahogó con salchichón y nieve y se le saltaron las lágrimas, porque la avidez casi le hizo tragarse el hilo. Una vez más, le lamo su mano. ¡Le beso los pantalones, oh, benefactor!

—Bueno, basta por ahora... —el caballero hablaba secamente, como impartiendo órdenes. Se inclinó hacia Sharik, lo miró inquisitivamente a los ojos y, con ternura e intimidad inesperadas, le pasó la mano por la panza.

—¡Vaya! —exclamó con significativo énfasis—. No tienes collar. Perfecto, precisamente a ti te necesito.

¡Sígueme! —chasqueó los dedos—. Fiuuuu! Fiuuuu!

Seguirle a usted? Hasta el fin del mundo. Deme de coces con sus lujosas botas, que no le diré una palabra siquiera.

En toda la Prechistenka brillaban los faroles. Sharik sentía un insoportable dolor en el costado, pero de vez en cuando lo olvidaba, guiado por una doble intención: no perder entre la muchedumbre la maravillosa visión del abrigo de pieles y mostrarle de algún modo su cariño y fidelidad. Y unas siete veces por lo menos, entre la Prechistenka y el Callejón Obujov, se los manifestó. Le lamió la bota en el Callejón de los Muertos; abriéndole paso, lanzó tan salvaje gruñido, que asustó a una dama, quien de la impresión cayó sentada sobre el guardacantón de la acera; un par de veces el perro gimió para que no se disolviera la lástima que el caballero le mostraba.

Cierto miserable minino callejero, con ínfulas de gato siberiano, saltó de un tubo de desagüe, y pese al ventarrón, se olió el "Cracovia". Sharik sintió que le ardía la sangre ante la sola idea de que el extravagante ricachón que recogía perros heridos en los patios pudiera de pronto llevarse consigo también a aquel ratero, con el cual habría que compartir la mercancía del Mosselprom. Por eso, rechinó con tanta inquina los dientes contra el gato, que éste chirrió como manguera agujereada y se encaramó por el tubo hasta el segundo piso... Grrrr... iguau!

No faltaba más que hubiera que abastecerse en el Mosselprom para agasajar a todo pordiosero que vague por la Prechistenka.

El caballero comprendió esa prueba de fidelidad, y enfrente mismo del Cuerpo de Bomberos, ante una ventana por la cual salía el agradable gruñido de una trompa, lo premió con un segundo trozo un poco menor, que quizá pesara unos veinte gramos.

¡Qué extravagante! Me da salchichón para que lo siga. ¡No se preocupe, que no me iré a ninguna parte!

Con usted, adonde me ordene.

—¡Fiuuuuu! Fiuuuuu; Ven acá!

¿Al Callejón Obujov? Con mucho gusto. Lo conocemos a la perfección.

¿Fiuuuu! Fiuuuu! Con mucho plac... Eso sí que no, espere. No, porque aquí hay conserje, y peor que esa especie, nadie. Infinitas veces más peligroso que un sereno o un barrendero. Una raza completamente maléfica. Más repelente que los propios gatos. Desolladores engalonados.

—No tengas miedo, vamos.

—A sus órdenes, Filipp Filipovich!

—¿Cómo estás, Fiódor?

¡Esta sí que es una personalidad! Dios mío, con quién me has juntado, mi suerte perruna! ¡Qué hombre es éste que puede pasar junto a un conserje con un perro callejero e introducirlo en el edificio de una cooperativa habitacional! Verdad, el conserje tiene unos ojos turbios, pero, de todos modos, indiferentes bajo el gorro de galones dorados. Como si así tuviera que ser. ¡Vaya si respeta a los señores, caballero! Bueno, pues, sigo a mi guía, porque vengo con él. ¿Qué, me has tocado? Trágatelo. Ya le tiraría yo una dentellada a tu callosa pierna proletaria. Por todas las burlas que he sufrido de tus congéneres.

¿Cuántas veces me diste con la escoba por el hocico, eh?

—Vamos, vamos.

Comprendo, comprendo, no se preocupe.

Adonde usted vaya, voy. Sólo debe mostrarme el camino, que no me quedará atrás, aunque esa quemadura ya me tiene desesperado.

Y escalera abajo:

—Oye, Fiodor, ¿no ha habido cartas para mí?

Escalera arriba, respetuosamente:

—Ni una sola, Filipp Filippovich (y a media voz, con tono de intimidad, al verlo alejarse), al tercer apartamento han traído a unos inquilinos de esos... de los camaradas.

El importante benefactor de perros se volvió en redondo en un mismo peldaño, se inclinó sobre el pasamanos y preguntó horrorizado:

—¿Cómo así?

Tenía desmesuradamente abiertos los ojos y erizados los bigotes.

El conserje alzó la cabeza, se llevó la mano a los labios y confirmó:

—Precisamente así, nada menos que a cuatro... enteritos.

Dios mío, imagino qué va a pasar ahora con el apartamento. Y ellos, ¿qué?

—Pues, nada.

—¿Y Fiodor Pavlovich?

—Ha ido por biombos y ladrillos. Van a construir tabiques.

—¡Qué bobas ocurrencias, por los demonios!

—Filipp Filippovich, meterán inquilinos en todos los apartamentos, exceptuando el suyo. Acaban de efectuar una reunión, eligieron nueva directiva de camaradas, y mandaron al diablo a los antiguos.

—¡Qué cosas, por Dios! Fiuuu! ;Fiuuu!

Ya voy, más que rápido. Es que me duele la quemadura, ¿sabe? ¿Me permite lamerle la bota?

Los galones del conserje desaparecieron allá abajo.

En el descansillo de mármol unos tubos expelían un suave vaho caliente. Una vuelta más, y llegaron al segundo piso.

"En algunas ediciones se traduce el nombre de Sharik por Globito o Bolita. En esta edición se ha optado por dejar el nombre original.

II

No tiene el más mínimo sentido aprender a leer cuando la carne huele a una legua de distancia. No obstante, si usted vive en Moscú y tiene siquiera una pizca de cerebro, quiéralo o no, se alfabetiza, y sin necesidad de asistir a curso alguno. De los cuarenta mil perros moscovitas, quizá haya sólo uno o dos completamente imbéciles que no sepan juntar las letras de la palabra "salchichón".

Sharik empezó a aprender por los colores. Apenas cumplía cuatro meses de vida, cuando en todo Moscú colgaron unos carteles verdoso-azulados con la inscripción: COMECA, es decir, comercio de carne, o carnicería. Claro, repetimos que todo eso no era más que una evidencia, pues ya sin cartel la carne se huele desde lejos. Pero un día Sharik cometió una equivocación: guiándose por el venenoso color azulado, pues le había dañado el olfato el hedor a gasolina de un vehículo que acababa de pasar, en lugar de la carnicería se introdujo al almacén de artículos eléctricos que tenían los hermanos Golubizner en la calle Miasnitskaya. Allá le dieron al perro una ración de cable eléctrico, más dolorosa aún que el látigo de un cochero. Aquel famoso momento se puede considerar el inicio del aprendizaje de Sharik. Ya en la acera, empezó, a comprender que el "azulado" no siempre significaba "cárnico", y metida la cola entre las patas y aullando por el lacerante dolor, se acordó que en todas las carnicerías lo primero que había en el cartel a la izquierda era un gancho dorado o rojo, parecido a una herradura.

Luego, el asunto marchó mejor aún. Reconoció la "O" por el cartel "Pescado" que había en la esquina de la Mojovaya. Por ese mismo cartel, después de la "O" aprendió la "D", que era la letra siguiente, pues Sharik se acercaba a ese sitio por el lado en que terminaba el cartel, ya que al comienzo de la palabra, inmediatamente debajo, siempre había un policía.

Unos cuadritos muy bien cortados, que adornaban las esquinas de Moscú, siempre significaban la palabra "Q-u-e-s-o". "Ch" era como una silla negra que encabezaba la palabra "Chichkin", es decir, el apellido del antiguo dueño del almacén, y significaba, además, montañas de queso rojo holandés, fieros mayordomos que odiaban a los perros, aserrín en el piso y el fétido hedor del queso Backstein.