Cuadros de la ciudad - Fray Mocho - E-Book

Cuadros de la ciudad E-Book

Fray Mocho

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Beschreibung

«Cuadros de la ciudad» es una recopilación de cuentos y relatos de Fray Mocho, en ellos se suceden los retratos de tipos y personajes populares y costumbristas de la sociedad bonaerense de finales del siglo XIX, estos textos breves construidos a través de los diálogos y del lenguaje popular tuvieron mucho éxito en la revista «Caras y Caretas», editada por el autor.

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Seitenzahl: 158

Veröffentlichungsjahr: 2021

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Fray Mocho

Cuadros de la ciudad

Prólogo de Miguel Cané. Ilustraciones de Giménez, Cro y otros. Cubierta de Olegario Junyent.

Saga

Cuadros de la ciudad

 

Copyright © 1906, 2021 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726641011

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

PROLOGO

Un día, en París, hace algunos años, recibí un pequeño libro malamente impreso y firmado con un pseudónimo que había visto algunas veces al pie de artículos que, en general, no había leído. Era el Viaje al País de los Matreros, mal título también, que ocultaba una de las pinturas más deliciosas y exactas que existen de un pedazo de suelo argentino, precisamente del más característico: tal vez, de aquel formado y sin cesar modificado, por el aluvión formidable del padre de los ríos nacionales. Comuniqué mi impresión a su autor en una carta entusiasta, cuyo borrador siento no poseer en estos momentos, para darla de nuevo a la luz, como el más cumplido homenaje al talento literario del hombre que nuestro mundo intelectual acaba de perder.

Más tarde, Fray Mocho publicó su Viaje Austral que, como fuerza descriptiva, vale quizás su primer ensayo, pero que le es superior en sus elementos de drama. Esa dura vida del lobero, en la intrincada red de canales entre los que va disolviéndose la más austral de las tierras habitadas, está pintada con una verdad y una intensidad tales, que parece increíble haya podido dibujarse el cuadro y darle color, sin haber visitado minuciosamente el teatro de la acción. Y, sin embargo, según tengo entendido, Alvarez nunca visitó el Estrecho.

Más tarde, Alvarez cayó en la huella normal de su espíritu y abordó el género para el que le habían preparado no sólo las condiciones peculiares de su inteligencia viva, sagaz, observadora, de una sensibilidad de placa para retener la impresión de los ridículos más fugaces, sino también su vida azarosa, difícil, un tanto bohemia, en la que había tomado contacto material con todos los bajos fondos sociales y contacto moral con todos los dolores y amarguras de la miseria. No pocos de sus cuentos, o más bien dicho, de sus escenas, porque se preocupaba muy poco de confabular, si bien mucho de pintar, ocultan, tras la forma retozona e irresistible que le es habitual, un fondo de profunda simpatía por el desheredado, cuya ignorancia o mala suerte le sirve de tema. Poco antes de embarcarse para el Paraguay, tuve ocasión de verle y escribirle. Le hice ver que había llegado para él la hora de pedir a su espíritu lo que nos había prometido y le conjuré para que, a su regreso, se entregara al trabajo con método y plan.

No soy un entusiasta delirante por el«criollismo »en nuestra literatura. La razón fundamental es que, siempre, o casi siempre, las producciones«criollas»no son, a mis ojos, sino reproducción de viejos temas, viejas pasiones, viejas intrigas, sin ubicación necesaria, pero revestidos de un lenguaje vulgar, trivial y de una repetición de símiles, lugares comunes y otros recursos, realmente agobiadora. Brieux, si hubiera visto una pieza criolla, que se está dando con éxito, habría podido hacer de ella«Blanchette», con sólo cambiar el sexo del protagonista.

Alvarez no entendía así el«criollismo»; mejor dicho, no se preocupaba de ninguna manera de entenderlo o comentarlo. Como todos los artistas verdaderos, se ocupaba sólo en producir y esto de la única manera que podía hacerlo, mirando y pintando. Sus personajes no sólo hablaban como estamos habituados a oir hablar en nuestros campos, calles y casas, sino que sentían y concebían las cosas, como las sienten y las conciben necesariamente, por educación, por herencia y por la influencia del medio, los diversos tipos sociales de nuestro país. Yo le decía a Fray Mocho: «Usted está destinado a escribir la primera comedia «criolla»de nuestro futuro teatro. Deje al pobre gaucho tan esquilmado, al compadrito que sólo debe ser un personaje episódico, y plante su escena, como sólo usted sabe hacerlo, en una casa modesta, de barrio lejano. Traiga usted allí a la mamá y a las niñas, al papá, nacido allá por 1840, al pariente, a las vecinas y haga usted hablar a toda esa gente. No se preocupe usted de la acción; hágale usted hablar, sentir y pensar como usted sabe que en ese mundo hablan, sienten y piensan, y le auguro a usted un éxito de primer orden». Alvarez sonreía, pero allá en el fondo acariciaba la idea con la conciencia de poder realizarla de incomparable manera.

Brutalmente, la muerte se lo llevó cuando la vida empezaba a serle menos rigurosa. El reposa, pero va a faltarnos, en esta monotonía seria y en esta expectativa casi angustiosa en que vivimos, la alegre nota semanal de Fray Mocho, en la que poniendo de relieve uno de los aspectos de nuestro ridículo, nos hacía gozar por la admirable penetración del artista, y por la verdad del tipo estudiado.

Todos estos bocetos van a ser reunidos en volúmenes. Allí deberán ir a estudiar todos los que quieran interpretar nuestro microcosmos social como en las horas largas y tristes, allí se deberá buscar el reactivo contra las sombras del espíritu.

Hemos perdido un verdadero temperamento artístico y el día de ayer, que fué el último de un hombre que tomó muy poco a lo serio la vida y el arte, ha sido un día de duelo para las letras argentinas.

Miguel CANÉ

 

Agosto, 24 de 1906

____________________

ALVAREZ ÍNTIMO

José S . Alvarez El Mocho — como le decíamos familiarmente todos los que le amábamos, abreviando el pseudónimo del festivo psicólogo popular—se lo debía todo a su propio esfuerzo. Había peleado bravamente la vida, había sufrido ocultando las lacerantes heridas con aquella risa juguetona que sólo la muerte pudo arrancar de sus labios y había vencido destacando su personalidad de escritor nacional con perfiles netos, inconfundibles. Sólo luchando para vivir y atesorando al mismo tiempo esa experiencia que, como un misterioso sedimento van dejando los años en los cerebros que piensan, desde aquel día ya lejano en que semejante al Poquita cosa de Daudet, abandonó la aldea natal en busca de nuevos horizontes, y pisó las calles de Buenos Aires, pobre y desconocido, y donde llegó a ser lo que era, a valer lo que valía: ¡cuántas amarguras, cuántas «perrerías», como solía repetir, no habían hecho sangrar ese corazón abierto siempre a las más nobles expansiones, al culto inalterable de los afectos!

Y todo lo sufrió con una rara altivez, con ese pudor viril de las almas bien templadas que jamás dejan escapar los murmullos dolorosos de las penas hondas, respondiendo a los embates de la mala suerte con alguno de sus sabrosos cuentos criollos en que derrochaba la sal de su fina ironía.

— Yo soy duro, Martín, como los ñandubayses de nuestra tierra; no me entra el hacha, así no más!—me dijo alguna vez en sus horas de tristeza fugaz. Y en seguida borrada la nube que entenebreció por un momento aquella frente amplia donde había tanto talento, le veía ponerse animoso a la tarea y las cuartillas de letra menuda, casi sin enmiendas, iban llenándose sin apuro ni desaliento, porque Fray Mocho era de los que procrean sin dolor hasta terminar el cuento, la tradición o el libro empezado.

Así nació ese delicioso Viaje al País de los Matreros, cuyo génesis fué una inmensa pena, la herida abierta por una negra ingratitud; y así brotaron en seguida los croquis coloridos del Mar Austral, con que respondió a los críticos que sólo habían encontrado un escritor colorista en el primero, negándole imaginación.

El viaje y las aventuras imaginarias relatadas en Mar Austral son obras de pura imaginación, porque el travieso autor nunca vió un lobero, ni esas roquerías abruptas, ni sintió en el rostro las caricias de la brisa salobre; pero el libro fué saludado por la crítica, que le concedió de buen grado lo que antes le negara, y hasta sé de un escritor que daba fe en mi presencia de haberlo visto por aquellas soledades...

¡Cómo se reía socarronamente Fray Mocho de todas estas cosas que le daban tema para bordar alguno de esos admirables cuentos verbales en que era una especialidad!

Causeur de buena cepa, con un arsenal inacabable de anecdótica criolla, sabía pintar con un rasgo, con una frase feliz, un carácter, una época, una acción generosa o una ruindad; manteniendo suspenso al auditorio de su palabra pintoresca, irisada de chispas de talento, de gracia fluente, expansiva, saturada de esa velada malicia retozona que le inundaba el pecho y hacía brillar sus ojos pardos y traviesos que la muerte ha helado para siempre.

Y aquel sér que parecía tan feliz, tan alegre como las burlonas calandrias del amado terruño al que volvíamos siempre con el pensamiento en nuestras animadas charlas, sufría; había dolores físicos que labraban su organismo enfermizo, que lo hacían palidecer de repente interrumpiendo el relato con un acceso de tos, pero en seguida renacía la alegría para terminar la picante historia con una de esas agudas observaciones en que volcaba su ingenio a manos llenas.

Saturadas de ese espíritu observador y sagaz que sabía deslizar la fina ironía poniendo la frase en la llaga, satirizando hueras vanidades o ridiculeces de la tierra, aplastando alguna mentida reputación con un chiste que clavaba como una flecha en medio del blanco, está su obra dispersa en seis años de ruda labor en las páginas de Caras y Caretas, a la que había consagrado toda las energías de su inteligencia poderosa, la sal de su ingenio peregrino que burbujeaba en los puntos de la pluma, hasta imponer la revista al público que la buscaba como una necesidad imprescindible, por más que el lenguaje empleado no satisfaciera a ciertos paladares exquisitos, enfrascados de elegancia, que no veían la finísima intención del escritor popular pero que olvidados del estiramiento convencional, caen a la huella para solazarse con los graciosos idiotismos del lenguaje callejero que Fray Mocho explotó con tanto éxito en sus intensos cuadritos de costumbres bonaerenses.

Dentro de ese ambiente popular del conventillo y el suburbio, hay muchas observaciones de mordiente psicología que saltan del estrecho marco en que él aparentemente las ubicó y se expanden en generalización, que a todos nos alcanza... El día en que se reúnan en libro las más selectas páginas del talentoso escritor, se admirará el inmenso caudal de ingeniosa observación, el derroche de gracia intencionada y picaresca que contienen esas notas de crítica social, las pinturas admirables de sus bocetos llenos de viviente colorido...

¡Y todo eso ha muerto! Todo eso se ha ido sin exteriorizarse en la obra que todos presentíamos, cuando ya libre de afanes, con los caminos y los horizontes abiertos, iba a entregarse a la tarea rebosante de esperanzas y ensueños; y he aquí que la muerte nos lo arrebata apagando la vida de sus ojos risueños, cegando la sana alegría que tenía en el fondo de su gran corazón.

Ha muerto y aún nos parece sentir sus risas aun nos parece oir el timbre de su voz cariñosa, aún nos parece ver el brillo de su mirada picaresca, relampagueante de inteligencia y apartamos la vista de la blanca cuartilla para mirarlo sentado en el sillón que ocupó tantas veces... para reanudar las charlas de nuestros recuerdos, comenzados allá en el aula del Colegio del Uruguay y mantenidos con el afecto que no empañó una sola nube en treinta años de inalterada amistad.

Ha muerto, pero su recuerdo no morirá en los corazones de los que le amaron y le admiraron, en los que le llevamos con el alma angustiada hasta la muda tumba y regresamos tristes y silenciosos para volver a la vida de la gran ciudad que él tanto amó, cuyos tipos populares pintó en páginas coloridas que no morirán, con su lenguaje sabroso y pintoresco en que puso su sello de escritor costumbrista y original.

Esos tipos callejeros, el mayoral, el vigilante, la planchadora, el carrero, el cuarteador, el compadrito, el habitante suburbano, el viejo gaucho que Fray Mocho dibujó con tanto amor, quedarán como un documento característico de una época, como esos grabados a que los pintores y escritores del futuro recurrirán para saturarse en esa obra de verdad, buscando el perfil de las razas que se pierden, el rasgo característico de las costumbres que se extinguen o pervierten, pero que resucitarán en las páginas del escritor caído en plena juventud.

Sobre su ataud, que cubrió de flores y de lágrimas la amistad, puede repetirse el pensamiento de Taine hablando de Alfredo de Musset:«Ha sufrido, pero ha inventado; ha desfallecido, pero ha producido...»

Martiniano LEGUIZAMÓN

__________

ENTRE EL RECADO Y LA SILLA

Si con ustedes, che, no se puede!... Son refractarios á todo progreso y viven casi como los indios. Vos, por ejemplo, que sos uno de los menos atrasadones, de criador no tenés más que las vacas y las ovejas en el campo; pero se t’importa tanto de la calidá ni las condiciones del ganao como á mí del primer cigarrillo que pité... Pa qué ocuparse de mejorar los pastos, ni de hacer aguadas sanas, ni de refinar las crías, si todo eso no es más que charla é los gringos?... Y mirá, convencéte, hoy el que quiera vender bien tiene que producir bueno y... no hay vuelta!... Vos te cres qu’en Uropa andan preguntando los compradores de qu’estancia es el producto que compran y si el dueño es criollo viejo ó si es picao de viruelas?... No, m’hijito! Se compra lo mejor y nada más!

— Vea, no?... Qué novedá!... Ves? Esto es lo que me revient’a mí... Un criollo como vos, inorante como cualquiera é nosotros, pero medio chiflao, que oye cantar el gallo y ya comienza á creerse de la familia!... Te distes una vueltita por París, hablando por señas como los mudos, y te volvistes aburrido aunque vestido é francés y ya te cres un sabio, un’especie d’estanciero fenómeno que no cre que sean criadores sino los que tienen importaos de tres mil pesos y chalés y molino p’al agua!... No m’embromés, che, con tus inovaciones... Demasiao sé lo qu’es un’estancia de los progresistas de tu laya!

— No ve?... El maldito espíritu aldiano los mata á ustedes y la envidia no los deja ni rascarse... Bien me decía Curcuá, el célebre bateriólogo.

— Envidia?... Y de qué, che, querés decirme?... Mirá! Yo soy un estanciero á l’antigua; ¿sabés?, de los que recorren su campito á caballo y conocen sus pastitos mata por mata y sus animalitos y que no necesitan capataces de polaina ni tenedores de libro con saquito é seda, pero que tienen novillitos gordos todo el año y una lana que no la esquila la sarna...

— Claro!... Y serás de los que cuentan por tarja en la vaina del cuchillo y duermen sobr’el recao, comiendo en la cocina con los piones...

— Justamente!... Pero no soy de los que tienen pionada que se levanta con el sol alto, ni de los que le hacen telegramas al mayordomo, diciéndoles “mañana voy, esperemé en la estación “, dando la señal pa que el jardinero salga con l’azada á medio carpir apurao, alrededor de las casas y cada cuisque le comience á sacudir á su tarea pa que la estancia no parezca tapera y vaya á notar el patrón que los pesebres de los finos de tres mil pesos no se lavan sino cuando él viene, ó que los tales finos han estado durmiendo á la intemperie como cualquier mortal y á veces ataos al palo veinticuatro horas, sin comer ni beber y eso cuando no les han sacao la frisa en la vecindá...

— Che, che... qu’imaginación!... La gran perra!... cualquiera creería qu’esos palos son pa casa!

— No!... Si han de ser pa la del papa!

— Eso sería antes, che! Aura va todas las semanas Enrique m’hijo...

— Otra!... Y te cres que tu hijo v’a ver nada, ó te has olvidao en Francia de qu’en el campo no v’el que quiere sino el que sabe?... Mirá qué tigre el que le vas á echar... Tu hijo hará como todos los hijos de los estancieros de tu laya... Llegará al chalé medio ahogao por la poca tierra del camino y renegando porque no es adoquinao de madera como l’Avenida, oirá el crujido de los herrajes del molino p’al agua y después agarrará el campo con los amigos que lo han acompañao, á desocar mancarrones, á gastar balas en tirarles á los terneros pa probar la puntería ó á refistoliar las muchachas de los puestos... Atendéme, che, y creme, los estancieros de tu laya no sirven sino pa daño... y p’andar sonsiando en coche... ¿sabés?... porque p’andar á caballo son demasiado jai lai y pa jai lai no les da el cuero!...

__________

EN FAMILIA

Pero , Eleuterio, ya con Susanita, va á ser la quinta de tus hijas que casas y todavía andás con cosquillas!... Bendito sea Dios!... Y cuidado que á terco y á disconforme no te va á ganar cualquiera!... Habías de estar en lugar de García, que no ha podido salir de ninguna de las muchachas y veríamos... ¿Qué más querés todavía?

— ¿Cómo qué más querés, Ramona, por Dios?... y cres que yo, más criollo que la Concepción, vi’astar conforme conque las muchachas se m’estén casando así?... Caramba!... Ya mi casa, che, no es casa... más parece coche é tranguai ó pasadizo de hotel... Mirá!... Por esta cruz, ¿ves?... yo cada vez que tengo que hablar con alguno é mis yernos, le juego señas no más y pura arrugada é cara, pa que vean que no estoy enojao... pero no les entiendo ni un pito... No, che... ¡convencete! lo pior que le puede pasar á una familia es lo que nos pasa á nosotros... La primera que comenzó fué Julia con su alemancito, y de ahí siguieron no más como lienzo de alambrao, Petrona con su italiano, Antonia con su portugués, Eulogia con su inglesito y aura se nos viene Susana con un francés!... No, che, no... á no embromar vamos!... No faltaba más!

— Tené entendido para tu gobierno, que la otra tarde, en lo de Martinita, que aura recibe los jueves porque María le ha tomado los miércoles por causa de las lecciones de la Chona, estuvieron ponderando la suerte de Susanita y diciendo que el francesito era una gran cosa y de lo más educado.