Viaje al país de los matreros - Fray Mocho - E-Book

Viaje al país de los matreros E-Book

Fray Mocho

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Beschreibung

«Viaje al país de los matreros» (1897) es una recopilación de relatos y artículos de Fray Mocho, que en conjunto componen una crónica o colección de retratos de la sociedad argentina, de su cultura y su geografía. La variedad de sus personajes, la reproducción del lenguaje popular y el dibujo de los paisajes la convierten en una obra de referencia para conocer la Argentina de finales del siglo XIX.

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Seitenzahl: 144

Veröffentlichungsjahr: 2021

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Fray Mocho

Viaje al país de los matreros

 

Saga

Viaje al país de los matreros

 

Copyright © 1897, 2021 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726641042

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

Agotada totalmente la primera edición de esta obra hecha en 1897, y ante la constante demanda del público que se interesa por conocer los antiguos cuadros de la vida en una de las más extrañas regiones del litoral argentino, obtuvimos autorización para publicar esta nueva edición que satisfaga los constantes pedidos y sea a la vez un homenaje a la memoria de su autor, el escritor costumbrista José S. Álvarez más conocido por Fray Mocho su pseudónimo popular.

Para los que únicamente han apreciado la producción del escritor argentino tan prematuramente desaparecido, a través de los festivos diálogos callejeros del suburbio bonaerense que dio a luz en Caras y Caretas, será una grata sorpresa la lectura de las páginas de ambiente campestre llenas de agudas observaciones del Viaje al país de los matreros, como las tituló primitivamente su autor y que substituyó después, de acuerdo con una observación formulada por Miguel Cané y Martiniano Leguizamón, por el nombre más breve y expresivo de Tierra de matreros que adoptamos.

-VI-

Es esta en efecto, una obra genuinamente nacional, criolla por el sabor y los paisajes de la tierra que refleja y por el estilo matizado con los giros característicos del lenguaje popular que el escritor ha empleado para dar colorido auténtico a los rústicos personajes que presenta al lector. Tierra de matreros es tan argentino como el Facundo, La excursión a los Ranqueles, Mis montañas, o Montaraz, y como ellos describe tipos y escenas de una determinada región de nuestro territorio, cuya evocación se hace cada día más interesante, porque se trata de cuadros del pasado ya desaparecidos por más que sean de ayer...

Tal ha sido el motivo determinante de la reimpresión de esta obra, a la que seguirán otras de idéntica índole a fin de ir formando una biblioteca selecta de autores argentinos.

Y a fin de presentar dignamente la hermosa y colorida descripción de Fray Mocho, solicitamos de su comprovinciano y camarada el doctor Martiniano Leguizamón, que nos permitiera reproducir a manera de prólogo, la original y brillante página literaria con que saludó la aparición de este libro, y sin duda, que pocos más autorizados habrá que el autor de Montaraz y Alma Nativa para decir del mérito de la obra que desde hoy entregamos a la circulación.

La Plata, diciembre de 1910.

El editor.

 

-VII-

Tierra de matreros

(De Cepa Criolla.)

Me arrellané en el rincón más solitario del wagón, abrí el volumen que conservaba ese olor húmedo y atrayente de los libros recién impresos disponiéndome a saborearlo, cuando vino a ocupar un asiento frontero al mío uno de esos individuos de color indefinido, con ojos verdosos, pequeños y fríos que no cambian nunca de expresión como los ojos de las víboras. Le conocía apenas, pero sabía que gozaba de fama abrumadora por la monotonía de sus charlas insípidas; y si es cierto -VIII- que cada hombre tiene la fisonomía interna reflejada en el rostro, mi vecino llevaba en el suyo un estigma realmente repulsivo.

-Mal augurio -exclamé en un soliloquio, y poniendo ceño adusto respondí secamente al saludo y proseguí la lectura con las páginas muy cerca de la cara para defenderme de sus miradas intranquilizadoras.

El tren se puso en movimiento. Se oyó la crepitación de un fósforo al encenderse, luego una voz melosa brindándome un cigarro.

-¿No fuma?

-Gracias -y el silencio cortó el diálogo.

Breves instantes después insinuaba de nuevo el ataque con su vocesita atiplada que ya empezaba a serme odiosamente molesta.

-Muy interesante la lectura, ¿no?...

-Sí, interesantísima.

-Montepín o Richebourg -dijo arrastrando la erre.

-No. Fray Mocho, autor criollo de los de buena cepa -respondí sin apartar la mirada del libro y continué la lectura.

-IX-

Habíamos atravesado el puente del Riachuelo y entramos a las tierras bajas del sucio caserío de las curtidurías de Barracas. Mi vecino se revolvía inquieto en su asiento, y al contemplar por la ventanilla la extensa napa de campiña anegada no pudo refrenar por más tiempo su impaciencia locuaz, y se me vino a fondo con una parrafada que no logró cuajar porque la corté en el introito.

-Pero ha visto cuanta agua estancada; un canal de desagüe hace gran falta; esa agua es...

-Aquí hay mucha, muchísima más -repliqué vivamente. Y dispuesto ya a no dejarlo meter baza, añadí:

-Vea usted qué paisajes tan hermosos los que describe este libro; qué cuadros más curiosos y originales de la vida de una población semisalvaje que anida como las fieras entre los inmensos pajonales y las tupidas arboledas de los montes costeños de las islas del Paraná; en ese país de los matreros como denomina el autor a los hirsutos moradores -X- de esa misteriosa región, donde los viejos seibos se coronan de flores sangrientas al borde de los riachos tan anchos como ríos, que culebrean entre marcos de sarandises y juncales espesos arrastrando en su corriente los verdosos embalsados del camalotal.

Es la tierra de los matreros, de la gente maleante y sin ley donde no impera otra autoridad que la sustentada por la fuerza bruta, la destreza, la astucia, la garra pujante y la entraña bravía. Un país donde hubiera podido encontrar asuntos para sus admirables relatos de las selvas vírgenes el poeta Rudyard Kipling...

Y sin darle tiempo para reponerse de la encomiástica embestida, añadí:

-Escuche que esto es nuestro, genuinamente nuestro y para usted como cuantos lo lean será, sin duda, una verdadera revelación. Son cuadritos copiados del natural en el pleno aire del paisaje selvático, con pinceladas rápidas y seguras, rebosantes de colorido y espiritualidad.

-XI-

Cinematógrafo criollo lo ha titulado el autor, y es así en realidad. Los tipos exóticos por sus costumbres y la indumentaria que gastan, las escenas de aquellas vidas libérrima, más curiosa aún, y los paisajes variados de las islas y riachos de la región van desfilando ante la mirada del lector en graciosas y vívidas evocaciones, a tal punto que cuando a vuelta de una página se esfuma la figura que titiló un instante para ver aparecer otra más allá, queda grabada en la memoria la imagen por mucho tiempo.

Aquellos son tipos campesinos, criollos auténticos por su vestimenta y modalidades propias; por su lenguaje tan rudo y extraño que parece dialectal; por el aire huraño y siempre alerta para el desconocido que llega a su miserable ranchada y a quien se mira como a un posible enemigo del cual es necesario precaverse; por sus credulidades absurdas, sus tradiciones henchidas de superstición, su manera de vivir en plena libertad, sus estrepitosas alegrías y sus sufrimientos silenciosos, porque no es de varón el quejarse -XII- de la adversa suerte; por sus heroicidades y sus crímenes, sus pasiones violentas y sus instintos de fiera, como que entre fieras viven y mueren en lucha abierta con el emboscado destino; todo eso y mucho más se va retratando en páginas sencillas y hasta desaliñadas por la premura con que fueron trazadas, pero de las que fluyen a cada instante hálitos de vida libre y salvaje.

-Pero noto que usted me está hablando como si ya hubiera leído la obra, como si conociera mucho esas cosas...

-Así es, en efecto. El autor me pasó los originales antes de enviarlos a la imprenta. Además ese ambiente comarcano, ese acre perfume de las yerbas y plantas acuáticas que crecen entre los carrizales de los bañados, al borde de los arroyos, en la ladera de los médanos o a la sombra de las isletas boscosas, son de mi tierra, tengo el alma saturada de ellos, aire de aquellos campos parece que me resuella adentro y me dilata el pecho. Es una característica de los hijos de aquella región que nos exalta con sólo -XIII- recordarla; como los rústicos provenzales que dieron vida a Mireya y Calendal, nosotros llevamos adheridos a las fibras más íntimas esos porfiados y resistentes cariños de la tierruca.

Todavía no ha surgido el Mistral que la cante, pero ya vendrá porque existen allí temas líricos tan originales e interesantes como los de su tierra solar del Crau y la Camarga. En breve el silbato de la locomotora turbará la apacibilidad de aquellas selvas que el hacha empieza a desmontar, y los wagones se llevarán a prisa las riquezas de la tierra; pero ya lo dijo un poeta: al sol no lo transportan, ni transportan las estrellas...

Por eso puedo afirmarle que con todas sus imperfecciones de estilo, estas descripciones dejan en el espíritu del lector una visión nítida y real. La imaginación y la fantasía no informan ni dan carácter a los episodios y escenas descriptas, con un afán tan sincero de verdad que la pluma no ha hecho más que ir esbozando recuerdos e impresiones, en croquis lijeros, sin preocuparse -XIV- mayormente del retoque artístico que les hubiera impreso toda la originalidad de su belleza selvática.

Hay en este autor algo de la manera de tratar los asuntos regionales a lo Rueda y Pereda, con verismo crudo pero sin grosería. Se me antoja que los autores de La Reja y del Sabor de la Tierruca, deben ser santos de la devoción de Fray Mocho. Tiene de ellos la observación aguda para hacer resaltar la nota pintoresca dentro del tosco escenario, y la gracia vivaz para pintarla, pero carece aún de la técnica del arte que da vida perenne a las creaciones.

Mi hombre estaba vencido, y hasta me atrevería a decir que empezaba a interesarle más la lectura que mi fogosa charla. Sólo de tarde en tarde me interrumpía exclamando entusiasmado:

-¡Oh! ¡Pero si eso es muy lindo! Siga, siga usted.

Así fuimos recorriendo los cuadritos sabrosos y coloridos de «La carneada», «Macachines», «Peludeando», «Bajo el alero», -XV- «Cortando campo», «Al caer de la tarde» y «La domada». Y las siluetas originales de ño Ciriaco, Juan Yacaré, El Aguará y La Chingola cruzaron garbosas y cerriles, con sus extrañas fisonomías de bestia montaraz, en aquel escenario magestuoso.

Luego aquellos rostros cobrizos de los viejos dicharacheros que se esbozan a la mortecina luz de los candiles, con sus ojos astutos de ave de rapiña atisbando por entre el matorral de las cejas enmarañadas; y las robustas chinas que encelan los corazones de los galanes pendencieros; y el paisaje del matorral ribeño, con los riachos que se entrecruzan culebreando por las espesas maciegas donde lanza el caráhu su grito lamentoso; y los viejos seibos empurpurados de racimos de sangre junto a las extrañas flores de pasión del mburucuyá; y los espinillos que se atavían con el amarillo y fragante tipoy, y los embalsados del camalotal cubiertos de corolas moradas que exhalan perfumes embriagadores; y el sol que cabrillea en el agua plateada de los remansos -XVI- o sobre los blancos arenales; y la luz de la luna mansa y quieta en la altura que parece polvorear blanquecina vislumbre sobre el campo en reposo...

Los cuadros de las tierras altas, del campo abierto de las cuchillas tienen también su característica peculiar en este libro.

La hidalguía campesina, la hospitalidad sencilla de las pobres gentes con que agasajan al viajero que se detiene a la puerta de sus toscas viviendas; la nobleza del gaucho para el que solicita su ayuda sin saber quién es y por el sólo sentimiento de confraternidad con el infortunio ageno.

Impregnadas de ese noble y fuerte altruismo, que como un legado tradicional todavía se conserva entre los últimos representantes de la estirpe gaucha, están las páginas de «Macachines» y «Bajo el alero», para mí las notas más reales y sentidas del libro.

En el primero se retrata con pinceladas maestras la hidalguía del viejo criollo que da su mejor caballo y su cuchillo al fugitivo que llega una noche a su rancho huyendo -XVII- de la policía. El segundo presenta un cuadrito delicioso de un interior de hogar campestre en un día de lluvia, lleno de observaciones encantadoras. Vuelta la última página aún se siente el lento son del agua que chorrea afuera sobre la pajiza techumbre, mientras adentro se escucha el bordoneo de una guitarra que gime aires de la comarca mezclándose al chirrido alegre de la sartén, donde la grasa para freír las tortas se derrite con notas de risa...

Un silbido estridente y el ijadeo bronco de la locomotora que se detiene de pronto como cansada de la loca carrera al penetrar a la estación, cortó bruscamente la charla. Mi compañero se levantó y tendiéndome la mano me dijo:

-Hubiera deseado que nuestro ameno Viaje al país de los matreros durara más tiempo: me iba interesando de veras.

-XVIII-

-Ojalá se escribieran muchos libros como éste -le respondí-. Es tan rica nuestra tierra en asuntos artísticos. ¡Y pensar que desdeñamos los panoramas vírgenes para ir a copiar los extraños!...

Martiniano Leguizamón

Buenos Aires, setiembre 14 de 1897.

- I - Pinceladas

La población más heterogénea y más curiosa de la república es, seguramente, la que acabo de visitar y que vive perdida entre los pajonales que festonean las costas entrerrianas y santafecinas, allá en la región en que el Paraná se expande triunfante.

¡Qué imponente y qué magestuoso es allí el gran río, con sus embalsados que parecen islas flotantes; con sus pajonales impenetrables que quiebran la fuerza del oleaje y defienden del embate continuo la tierra invasora -2- que poco a poco lo estrecha y que ya luce orgullosa su diadema de seibos y de sauces; con sus nubes de garzas blancas que al volar semejan papelitos que arrastrara el viento; con sus bandadas de macáes que zambullen chacotones persiguiendo las mojarras entre los camalotes florecidos y con sus nutrias y sus carpinchos y sus canoas tripuladas por marineros de chiripá, que parece que allí no más, a la vuelta del pajonal, han dejado el caballo y las boleadoras!

¡Qué curioso y qué original es este gran río que lucha desesperado por ensanchar sus dominios! ¡Cómo se defiende la tierra de sus ataques y cómo avanza, tenaz y cautelosa, aprovechando la menor flaqueza de su adversario y con qué orgullo tremola, como un pendón de triunfo, la florescencia vistosa y fragante de la vegetación que alimenta!

Aquí, el río impetuoso arranca de cuajo un pedazo de isla y le arrastra mansamente, desmenuzándole hasta dejar en descubierto los tallos trenzados de las lianas y camalotes que formaron su esqueleto.

-3-

Allá, va a tenderlo como un rompeolas, ante un seibo veterano cuyas raíces sirven de asidero a las zarzas y enredaderas que ya dibujan en su contorno un futuro albardán, o lo estrella con fuerza sobre el tronco rugoso de un sauce sin hojas, paradero habitual de los enlutados biguaes encargados de la vigilancia en la comarca.

¡Más lejos, la tierra avanza una red de plantas sarmentosas -protejida por otra de esos camalotes cuyos tallos parecen víboras y cuyas flores carnudas, pintadas con los colores de la sangre sobre fondos cárdenos, exhalan perfumes intensos que marean- y, lentamente, va extendiendo su garra sobre el río, inmovilizando sus olas, aprisionando los detritus que arrastra la corriente, hasta poder formar un albardón donde la vida vegetal se atrinchera para continuar con nuevos bríos la lucha conquistadora!

Este vaivén, esta brega de todos los instantes, da a la región una fisonomía singular e imprime a todos sus detalles un sello de provisoriato, un aire de nómade, que, bien -4- a las claras indica al menos observador, que ha llegado a donde la civilización no llega aún, sino como un débil resplandor; que está en el desierto, en fin, pero no en el de la pampa llana y noble -donde el hombre es franco y leal, sin dobleces como el suelo que habita-, sino en otro, áspero y difícil, donde cada paso es un peligro que le acecha y cuyo morador ha tomado como característica de su ser moral la cautela, el disimulo y la rastrería que son los exponentes de la naturaleza que le rodea; que se halla en el país de lo imprevisto, de lo extraño; en la región que los matreros han hecho suya por la fuerza de su brazo y la dejadez de quienen debieran impedirlo; en la zona de la república donde las leyes del Congreso no imperan, donde la palabra autoridad es un mito, como lo es el presidente de la República o el gobernador de la Provincia.

Pensar aquí en la Constitución, en las leyes sabias del país, en los derechos individuales, en las garantías de la propiedad o -5- de la vida, si no se tiene en la mano el Smith Wesson y en el pecho un corazón sereno, es un delirio de loco, una fantasía de mente calenturienta, pues sólo impera el capricho del mejor armado, del más sagaz o del más diestro en el manejo de las armas.