Cuba y la independecia de Estados Unidos - Eduardo Torres Cuevas - E-Book

Cuba y la independecia de Estados Unidos E-Book

Eduardo Torres-Cuevas

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Se aborda el papel que Cuba jugó en la independencia de la nación estadounidense. Se identifica la ausencia en la literatura de la explicación del papel desempeñado por España, en primer lugar, y por Cuba, en particular, en un proceso tan determinante para la historia de los Estados Unidos de América. El autor trata de rescatar la "verdad olvidada" y trata de poner fin a lo que él llama la "conspiración del silencio"; así como este proceso es parte sustancial en la formación de la poderosa oligarquía habanera de finales del siglo XVIII y primera mitad del XIX y de la forma en que Cuba conquistó su espacio económico y político. Procesos donde interactúan factores decisivos en el nacimiento de una cultura de la emancipación en Cuba que penetró hasta lo más profundo de la sociedad criolla.

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Seitenzahl: 153

Veröffentlichungsjahr: 2020

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Edición: Norma Suárez Suárez 

Diseño de cubierta: Yoryet Mery Musa Salazar 

Diseño interior: Oneida L. Hernández Guerra 

Emplane: Irina Borrero Kindelán

Corrección: Ileana Ricardo 

Conversión a ebook: Enrique G. M.

© Eduardo Torres-Cuevas, 2019

© Sobre la presente edición: 

Editorial de Ciencias Sociales, 2019

ISBN: 978-959-06-2225-0

INSTITUTO CUBANO DEL LIBRO 

Editorial de Ciencias Sociales, Calle 14 no. 4104, entre 41 y 43, Playa, La Habana, Cuba

[email protected]

www.nuevomilenio.cult.cu

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público.

Si precisa obtener licencia de reproducción para algún fragmento en formato digital diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) o entre la web www.conlicencia.com

EDHASA

Avda. Diagonal, 519-52 08029 Barcelona. Tel. 93 494 97 20 España

E-mail:[email protected] 

En nuestra página web: http://www.edhasa.es encontrará el catálogo completo de Edhasa comentado

Table of Contents
Siglas utilizadas
Introducción
Orígenes de una tradición
Reforma ilustrada
Preparación para la guerra
Resultados de dos políticas imperiales: la relación bilateral entre Cuba y las Trece Colonias
La Guerra de Independencia de Las Trece Colonias inglesas de Norteamérica, la política hispana y los intereses de Cuba
Cuba en la Guerra de Independencia de las Trece Colonias
Inicios de una nueva época americana
Ultílogo
Oficialidad de las milicias habaneras en diciembre de 1763 (títulos nobiliarios y propiedades)
Regimiento de Voluntarios de Caballería
Regimiento de Voluntarios de Infantería
Dictamen reservado que el conde de Aranda dio al rey sobre la independencia de las Colonias Inglesas, después de haber hecho el Tratado de Paz, ajustado en París el año de 1783
Observaciones de José Antonio Saco al Dictamen de 1783 del conde de Aranda
1. Evolución Geopolítica de Norteamérica y el Caribe durante el siglo xviii
América del Norte en 1750
América del Norte en 1783
Expansión de los Estados Unidos hasta 1803
2. Reglamento para las milicias de infantería y caballería de la Isla de Cuba
3. Uniforme de las milicias de infantería y caballería de La Habana
Bibliografía
Fuentes documentales
Datos de autor

Siglas utilizadas

ANC Archivo Nacional de Cuba

AGI Archivo General de Indias

AHMCH Archivo Histórico del Museo de la Ciudad de La Habana

BNCJM Biblioteca Nacional de Cuba José Martí

Introducción

El concepto de memoria histórica, amén de redundante, siempre me ha parecido ajeno al investigador. Memoria es recordar y solo se recuerda lo que alguna vez se conoció. Incluso lo que se conoció mal. La función del historiador es la de crear un conocimiento nuevo, por lo que su objetivo no es recrear lo que se supone está en la memoria, sino incorporar lo ausente, lo desconocido.

La investigación histórica va a los fondos desconocidos, a esos papeles amarillentos, apolillados y llenos de las marcas hechas por las trazas. La función del historiador es descubrir la experiencia humana, la que está en su pasado, conocido o desconocido, y también, rectificar los errores divulgados en la historia; recuperar lo olvidado; descubrir lo que se ignora. En esta obra en la cual nos adentramos, un pasado sin memoria; una de las más apasionantes experiencias liminares de nuestro país y que marca los inicios brillantes de nuestras tradiciones libertarias e internacionalistas.

Resulta común hallar la explicación de los procesos históricos y partir de la base de que lo que se dice es lo esencial; pero, a veces, lo que no se dice, resulta más trascendente para entender cómo generaciones enteras que estudian sus procesos de formación y evolución nacionales, llegan a poseer una conciencia de sí —o una cultura para sí— que tiende a justificar y apoyar la proyección de sus hombres y mujeres y, al mismo tiempo, acreditar sus acciones sociales y políticas.

Durante los más de 232 años de independencia de los Estados Unidos se fue desdibujando, hasta caer en el olvido, el papel que Cuba desempeñó en la independencia de esa nación. Algunos pocos historiadores se han planteado el hecho de que en obras fundamentales e, incluso, en los textos de las escuelas norteamericanas, no aparezca la explicación del papel desempeñado por España, en primer lugar, y por Cuba, en particular, en un proceso tan determinante para su historia. Ante estas circunstancias, surgió la necesidad de preguntarse por las causas de una ausencia tan notable en la definición de los orígenes de la nación estadounidense.

Varias hipótesis se han expresado acerca de la no mención o exigua mención del papel de España y de Cuba en este proceso. Unos hablan de “olvido accidental”, otros de “olvido deliberado” y, con cierta agudeza, hay quien lo ha planteado como “la verdad omitida”. El problema sería plantearse el por qué de esta ausencia. No hay duda de los historiadores norteamericanos que con objetividad y amplias miras se han acercado a la voluminosa documentación sobre este tema, se ven obligados a reconocer que la contribución española, y con esta la cubana, a la Revolución Norteamericana fue decisiva para el logro de la independencia de las Trece Colonias inglesas.

Una de las posibles interpretaciones de esta ausencia puede estar en cierta tendencia norteamericana a no reconocer lo que dentro del país y su cultura tenga una raíz ajena al núcleo definidor blanco, anglosajón y protestante. Otra, quizás más necesaria de estudio, es la historia de la proyección del pensamiento político y social norteamericano. No puede ignorarse la presencia en los Estados Unidos, entre otras, de una concepción Norte-Sur. Y ese nordeste, centro del núcleo anglosajón colonizador, vio siempre al sur —y más aún al sur español que estaba más allá del sur anglosajón— como la región marginal, la región más allá de una frontera movediza y siempre en expansión, en la cual convivían, fuera del marco de su cultura, tanto los salvajes indios como los hispanos salvajes.

Predominó durante años la concepción de la superioridad de la cultura anglosajona y protestante sobre la otra, la hispano-católica de un sur siempre en retirada geográfica. La unión de estas hipótesis pudiera explicar lo que para muchos hispanos de Norteamérica “ha sido una conspiración del silencio” por autores y editores. Aducir que el problema puede estar en la falta de fuentes es escamotear el origen de esta “conspiración del silencio” o de la “verdad omitida”.

En los archivos norteamericanos, como en los españoles, ingleses, franceses y cubanos, existen importantes colecciones documentales —algunas incluso publicadas— en las cuales la información contenida es de tal riqueza que devela la asombrosa participación tanto de España como de Cuba en el surgimiento de los Estados Unidos. Hoy, por numerosas razones, no solo políticas, sino culturales, sociales y espirituales de carácter continental, el tema se impone.

Si ciertos historiadores reconocían la importancia de la batalla de Panzacola (actual Pensacola), resultó otra seria tergiversación convertirla en el centro de la ayuda española y cubana a la independencia norteamericana. La asistencia financiera, comercial, en abastecimientos de ropas, alimentos, armas y medicinas, así como el conjunto operativo militar que cubrió el Caribe, la costa antillana del subcontinente norteamericano y toda la amplia faja de la ribera del Misisipi tuvo su núcleo en La Habana y plantea un espectro mucho más amplio y decisivo.

La asistencia cubana a la independencia norteamericana no se limitó a la participación de las tropas habaneras en un hecho militar, por importante que este sea, sino que es necesario reconocer que esa ayuda constituyó un componente participativo en todas las esferas del proceso independentista norteamericano.

Si de olvidos se trata, estamos también obligados a admitir que la historiografía cubana, inmersa en otras problemáticas que juzgó vitales, no les dio suficiente importancia a hechos tan trascendentes. También aquí estaríamos comprometidos a analizar causas y motivos de olvidos. Para Cuba es de enorme valor conocer y dar a conocer de lo que era capaz su sociedad dieciochesca en los momentos liminares del hecho político norteamericano; conocer y dar a conocer una de las expresiones del despertar económico, social, cultural y militar de la Isla.

La potente Habana del siglo xviii, la tercera ciudad en importancia de toda América, demostró una capacidad que asombró a las grandes potencias en pugna. Si el hecho de cómo la población de la Isla apoyó de forma efectiva al movimiento independentista norteamericano legitima la primera gran manifestación de solidaridad con la causa de la independencia de otro país brindada por los criollos, no menos importante es reconocer en ese acto la expresión naciente, en el criollismo, de ideas y actitudes de reafirmación propia e independiente.

En aquellos aún oscuros años de la segunda mitad del siglo xviii nació, en el conflicto de los grandes imperios, una relación bilateral de dos pueblos: el cubano y el norteamericano. Pero el desconocimiento de las condiciones en que brotó esa relación y toda la concepción que implicó el surgimiento posterior de la teoría del Destino Manifiesto en los círculos de poder norteamericanos, en la cual no podía tener cabida el reconocimiento de una ayuda prestada por un pueblo que se deseaba dominar, ha desdibujado las características originales del nacimiento de un nexo conflictivo pero ineludible.

Los pasos que he dado en la búsqueda, sistematización e interpretación del origen de ese vínculo bilateral y el interés que concedo a la dilucidación de cómo la Cuba del siglo xviii pudo ejercer un papel tan perentorio en los orígenes de la hoy superpotencia norteamericana, están encaminados a unirme a los esfuerzos por rescatar la “verdad olvidada” y contribuir a poner fin a la “conspiración del silencio”.

De igual forma, este proceso es parte sustancial en la formación de la poderosa oligarquía habanera de finales del siglo xviii y primera mitad del xix y de la forma en que conquistó su espacio económico y político. Más allá de esos intereses, en ese proceso interactúan factores decisivos en el nacimiento de una cultura de la emancipación en Cuba que penetró hasta lo más profundo de la sociedad criolla y contribuyó a la formación de una mentalidad y de un pensamiento libertarios en un pueblo que comenzaba a adquirir perfiles propios.

Orígenes de una tradición

El 6 de julio de 1763 tomaba posesión del gobierno de Cuba el teniente general Ambrosio de Funes y Villalpando, conde de Ricla. De acuerdo a lo estipulado en el tratado de paz, que ponía fin a la Guerra de los Siete Años, este recibía, a nombre del rey de las Españas, la plaza habanera y parte de su hinterland de manos de sir Guillermo Kepell, jefe de las tropas inglesas que abandonaban la Isla.

A cambio de la estratégica región cubana, principal enclave de las rutas de comunicación entre la América Hispana y Europa, Gran Bretaña obtenía la península de la Florida, hasta entonces parte integrante de la gobernatura de Cuba. Como compensación, Francia traspasó a España la extensa región de la Luisiana, que quedó vinculada administrativa, militar y comercialmente con La Habana. Al eliminarse la presencia del imperio francés en la región, las zonas de las Floridas en Norteamérica y del río Misisipi quedaron como la frontera, de imprecisos límites, entre el mundo hispano y el anglosajón.

El Tratado de París de 1763 era una pausa en la lucha por el control de las rutas comerciales, de las principales fuentes de materias primas y de los territorios americanos. Las potencias latinas —Francia y España— solo esperaban la oportunidad, a pesar de la ya marcada diferencia con su rival anglosajón, para el desquite de la derrota que significó esta contienda. Por esa razón, las prioridades del conde de Ricla, así como las de sus asesores y sucesores, estaban dirigidas al fortalecimiento militar de la Isla. Madrid decidió potenciar los centros americanos en conflicto, en particular la frontera marítimo terrestre de los dos imperios, cuyo epicentro estaba en el Caribe.

Por su posición estratégica y su potencialidad económica, Cuba, y en especial el puerto y ciudad de La Habana, se convertían en el principal objetivo político-militar en la defensa de las posesiones españolas en el Caribe, así como en centro y Norteamérica. La liberalización del comercio, la reorganización de la hacienda pública, la destrucción del antiguo poder de los cabildos locales, el desarrollo de la economía interna —sobre la base de la masiva introducción de negros esclavos, el impulso a la ocupación efectiva del territorio con un campesinado originalmente formado por emigrantes de la Península, el incremento de los ingenios y las nuevas medidas para la ganadería—, la prioridad en la organización de las fuerzas militares autóctonas y la creación del sistema de fortificaciones del país, formaron parte del conjunto de medidas que debían lograr ese objetivo.

La doctrina militar en la concepción aplicada en Cuba, a partir de 1763, no resultaba novedosa y, aunque limitadamente, ya se aplicaba en la Isla desde comienzos del siglo xviii. Los franceses la desarrollaron desde finales del siglo anterior y descansaba en la tesis de que las fuerzas militares dedicadas a la defensa de un territorio debían estar compuestas por sus naturales y sostenidas por la economía de la región.

Esta doctrina militar introducida en España, a principios del Siglo de las Luces, por los Borbones. Felipe V y sus ministros, José Patiño y José del Campillo, orientaron a los virreyes y gobernadores de América a que garantizaran la defensa de cada región del Imperio con el concurso de los habitantes de esos lugares.1 En realidad esto no era contradictorio con las estructuras defensivas que con anterioridad se desarrollaron en Cuba. Las villas y ciudades de la Isla fomentaron sus propias actividades defensivas para hacer frente a los ataques de corsarios y piratas, o de las fuerzas militares de las potencias en guerra con España.

1 ANC: Correspondencia de los Capitanes Generales, leg. 5, no. 116.

La orientación del monarca Borbón y de sus ministros era parte complementaria de los cambios radicales que iniciaron en la armada y en los ejércitos españoles. Desde 1700 desarrollaron la reestructuración con el objetivo de que las fuerzas españolas pudieran garantizar tanto el comercio indiano como la defensa de sus posesiones. En los ejércitos se sustituyeron los clásicos terciospor los modernos regimientos como unidad táctica básica.2

2 George Earl Sanders: The Spanish Defense of America, 1700-1763, University of Southern California, 1973, p. 137, y J. Kuethe Allan: Cuba. 1753-1815, Crown, Military and Society, The University of Tennessee Press, 1986, p. 4.

En América, esta reorganización significó la creación de los Regimientos de Fijos, como unidad básica móvil en la defensa de las plazas fuertes, hasta entonces puertos fortificados. Por la importancia estratégica de La Habana, el primero que existió en América fue el de esta plaza, creado en 1719.3 Con este se inició la brillante tradición militar cubana del siglo xviii. El Regimiento de Fijos de La Habana quedó formado, acorde con su modelo contemporáneo de Europa, por 7 compañías de 100 hombres. Una de las compañías de fusileros fue convertida en compañía de granaderos, se mantuvo un cuerpo de 100 artilleros y se adicionó una compañía de caballería.

3 George Earl Sanders: ob. cit., p.265 y Allan J.Kuethe: ob. cit., pp. 5 y 7.

Con posterioridad, se agregaron a las fuerzas defensivas de La Habana 5 compañías independientes de infantería y se reemplazó la compañía de caballería por 3 de dragones que tenían la ventaja de poder combatir tanto a caballo como a pie.4

4 AGI: Audiencia de Santo Domingo, leg. 2104 (Reglamento para la guarnición de La Habana... 1719).

No obstante, lo que caracterizó la política de los primeros Borbones fue su inconsecuencia en la concepción original de este tipo de tropa regular. Por órdenes de la Corona, solo 20 % de los hombres enlistados podían ser criollos. Se han aducido como causas de esta discriminación la posible subestimación de la capacidad militar de estos y cierto temor de la Corona a ofrecerles un poder militar que podrían utilizar con fines contrarios. Pero eso no parece factible por los tiempos en que se dictaron las medidas.5

5 Allan J. Kuethe: ob. cit., p. 5.

Lo cierto es que los soldados que eran enviados desde España —cuya edad fluctuaba entre 16 y 20 años— según datos incompletos e inconexos, tendían a casarse en la Isla, constituir familia, y quedarse definitivamente —muchas veces en labores del campo—, por lo que pasaban a engrosar la población y, también, las fuerzas de las milicias disciplinadas. Esta política demográfica parece ser la verdadera intención de la Corona pues tenía como objetivo aumentar la población y las fuerzas de defensa autóctonas.6

6 Ciertos datos que indican la permanencia de esos antiguos soldados en Cuba pueden encontrarse en ANC: Correspondencia de los Capitanes Generales, leg. 5 y Asuntos políticos, leg. 1 y 8.

La otra ciudad-puerto considerada como plaza fuerte era Santiago de Cuba. Contaba, en 1741, con 5 compañías de tropas regulares, formadas por más de 200 hombres y 4 compañías de refuerzo de Portugal, Milán y Vitoria. Estas últimas sumaban otros 100 hombres.7

7 AHPPSC: Actas Capitulares, no. 2 (5 de febrero de 1714).

Independientemente de las fuerzas regulares de las dos plazas fuertes, existían otras fuerzas militares integradas por las milicias disciplinadas y por los voluntarios; estas eran sostenidas económicamente por los vecinos más poderosos e influyentes que, por lo general, constituían su alta oficialidad.

En 1736 fueron formadas 112 compañías que entre oficiales, clases y soldados sumaban 9068 hombres.8 Estas unidades se repartían en las ciudades y villas de La Habana, Trinidad, Sancti Spíritus, Remedios, Santa Clara, Puerto Príncipe, Bayamo, Holguín y Santiago, según la población de cada una. Un memorial firmado por 200 vecinos de La Habana, en 1740, afirma que las milicias

8Allan J. Kuethe: ob. cit., p. 8.

cubren la costa [con] diez mil hombres montados [y] armados, manteniéndose a sus expensas mientras dura el riesgo de alguna invasión en dicha Isla de cuya correlación dependen absolutamente los dos reinos de la Nueva España y del Perú, la seguridad de flotas y galeones, sus comercios, y los navíos de la Real Armada que en los continuos accidentes del mar y guerra no tienen otro refugio que el de La Habana.9

9AHMCH: Actas Capitulares del Ayuntamiento de La Habana, 1.º de enero de 1739, 14 de julio de 1743, f. 144 y 144 v.

Si bien este documento prueba, como otros de este género, la fuerza numérica y la disposición de las milicias, así como la convicción de los criollos de que de su esfuerzo dependía no solo la defensa de la Isla, sino de todo el imperio hispano-americano, existía por la Corona una subestimación a su capacidad combativa. Esto se debía a que sus unidades carecían de una estabilidad organizativa, de oficiales veteranos, de frecuente instrucción y escasos e irregulares abastecimientos de armas. No obstante, los hechos de guerra del siglo xviii demuestran que “los milicianos probaron […] que no cedían en valor y disciplina a las mejores tropas del ejército, cuando estaban mandados por jefes inteligentes y animosos”.10

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