Cuentos cortos de la administración pública chavista - Alexander Lynch - E-Book

Cuentos cortos de la administración pública chavista E-Book

Alexander Lynch

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Beschreibung

«Cuentos cortos de la administración pública chavista» busca, con un estilo diferente, presentarnos el día a día de la burocracia venezolana, del mundo de los funcionarios públicos y sus usuarios, en ocasiones con un poco de humor y en otras con preocupación, llamando siempre a la reflexión del lector. Los nueve cuentos condensan ficción y realidad, mostrándonos historias que se desarrollan en diferentes organismos públicos venezolanos y alguna institución internacional, ilustrándonos detalles estructurales y del funcionamiento y sentimiento de los que trabajan dentro de la Administración como de aquellos que acuden a ella. La personalidad y forma de ser del funcionario público es uno de los aspectos en los que más se enfoca el libro, no solo para darle realidad a las historias sino para que el lector comprenda el entorno y dificultades de quienes ahí trabajan. La crisis del Poder Judicial tiene especial protagonismo con cuentos como: «El Breve» y «Un Escuálido en el Poder Judicial», los ministerios y otros institutos públicos con: «Yo nunca fui chavista» y «La madrina del Instituto», sin dejar por fuera a los organismos policiales con «Recuperando un Mercedes», se concluye el libro con el cuento que quizás más seriedad tiene «Preso en Damasco» donde se relata la magnitud del poder del chavismo dentro y fuera de Venezuela y sus dantescas conexiones, aplicadas para suprimir cualquier vestigio de democracia y preservar el poder a todo costo. Lógicamente se omiten los nombres reales de los organismos que sirven de inspiración, así como de algún funcionario que sirvió de musa para la creación de algún personaje. El libro también se basó en notitia criminis y vivencias personales. En ningún momento se revelan hechos, actos o sucesos que se encuentren bajo investigación (al menos no en conocimiento del autor), no se revela secreto profesional, ni la vida privada de ninguna persona real, por lo que, cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.

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Cuentos cortos de la Administración Pública chavista

Alex Lynch

ISBN: 978-84-19925-35-0

1ª edición, mayo de 2023.

Conversión de formato e-Book: Lucia Quaresma

Editorial Autografía

Calle de las Camèlies 109, 08024 Barcelona

www.autografia.es

Reservados todos los derechos.

Está prohibida la reproducción de este libro con fines comerciales sin el permiso de los autores y de la Editorial Autografía.

Índice

Una invitación a la lectura de este libro

Palabras del autor

Yo nunca fui chavista

Los personajes

El breve

Recuperando un mercedes

Un escualido en el poder judicial

La madrina del instituto

Preso en damasco

Diccionario jurídico chavista

Glosario de expresiones venezolanas utilizadas en este libro

Una invitación a la lectura de este libro

Siempre he observado con preocupación la pésima práctica en que incurren algunas personas elegidas para escribir las palabras previas y/o prolegómenos de libros con una narrativa tan entretenida y ligera como el que nos ocupa. Ello me ha parecido no solo una mala costumbre sino una injuria para el autor, por tanto, en estas escasísimas palabras introductorias pretenderé hacer lo que considero se debe en esta clase de oportunidad: invitar a la lectura del libro a través de la demostración de la importancia y trascendencia de la obra.

“Venezuela es una sociedad de cómplices”, “Venezuela es el país de las nulidades engreídas y las reputaciones consagradas”, son un par de frases que lamentablemente aún cuando parecen en extremo duras con nuestros connacionales estimo que el lector desprevenido considerará que provienen de años cercanos a los que transitamos y, de seguro, formarían parte de una perorata de mitin alusiva a ese menjurje de ideología desabrida y rapacidad corrompida que llaman “clase política venezolana”, teniendo por supuesto, como su obra más corrompida a ese esperpento de la izquierda mas trasnochada latinoamericana conocida como “el chavismo”, y como su parte más venial a todo aquello que se llame “oposición”, sea esta última categoría lo que realmente sea. Sin embargo, debo decepcionar al lector pues estas frases aún cuando encajan a la perfección con nuestra triste realidad política y social no pertenecen a nuestra época actual.

La Venezuela como sociedad de cómplices es una frase dicha por primera vez ya en los albores de nuestro intento republicano más importante, como lo fue el régimen deliberativo de Venezuela iniciado bajo la égida paecista en 1830, por el periodista Tomás Lander en 1836, quien curiosamente pretendía con ello justificar a los sargentones y caudillos que pretendieron acabar con el gobierno más decente de la época, el breve doctor José María Vargas. Esta frase fue repetida a inicios del siglo XX en pleno gomecismo por parte del polímata venezolano César Zumeta refiriéndose a la camarilla del déspota. Es decir, han pasado casi 200 años desde que fue escrita esta frase por primera vez y nos encaja como anillo al dedo.

Venezuela como el país de las nulidades engreídas y las reputaciones consagradas fue proferida por el intelectual Manuel Vicente Romerogarcía, en el año 1896, temporalmente en medio de las dos citas de la frase que recordamos en el párrafo anterior, y precisamente lo hizo para referirse a esa vomitiva conchupancia entre la chusma que las más de las veces se ha vestido de élite social en Venezuela, bebiendo de los fondos públicos y utilizando al Estado bajo su provecho pretendiendo una inmerecida importancia erudita y moral, no siendo en la realidad más que un espantajo desde que nuestro país se quedó sin una élite propiamente dicha desde el lamentable año 1814 con nuestra “guerra a muerte”. Este grupito de amigos que constantemente es llamado “la intelectualidad criolla”, ni en esa época ni ahora aguanta una comparación objetiva en cuanto a obra con quienes deberían ser sus semejantes universales: eso sí, en cuanto a ego no hay quien les gane, aún hoy en día, con el chavismo y la destrucción de todo lo bueno, encontrándose relegados a ínfimos espacios “de confort” en sus universidades, institutos y cualquier asociación que les permita recibir subvenciones y ayudas para refrendar la engreída nulidad que mantienen por la consagración de su propia reputación1.

Ahora bien, estoy convencido que el lector aventajado en este punto de la lectura razonará con despecho que este estado de cosas ha sido una constante en la exigua vida de Venezuela como país independiente en estos pocos más de 200 años. Es decir, durante poco más de 200 años hemos transitado por una dinámica de continuidades y rupturas de procesos históricos que constantemente han tenido como similitud el actuar como cómplices societarios con una élite acomodada y acomodaticia que poco ha podido influir y ayudar al país para su propio reencuentro y posterior desarrollo. Por ello, de seguro el lector se preguntará ¿cómo podemos hacer para dejar de comportarnos de un modo tan autodestructivo como pueblo?; y aquí con vehemencia debo recordarles que el único modo de dejar de hundirnos en el oprobio, por perogrullada que parezca, es a través de la educación.

Aún cuando suena a lugar común la conclusión anteriormente dada, debo aclarar que mi conclusión no se refiere a la educación que se mide en cifras abstractas de altas tasas de escolarización, que los más militantes llaman “inclusión”. La educación a la que me refiero no se circunscribe a tener mayor cantidad de personas que se reputen alumnos y docentes, sino a una educación de calidad, una educación útil, una educación que sirva el postulado dicho por el eximio maestro venezolano Cecilio Acosta cuando en 1856 decía “Enséñese lo que se entienda, enséñese lo que sea útil, enséñese a todos; y eso es todo”. La educación hoy más que nunca debe servirnos para algo más que para colgar un título universitario en una pared mientras fregamos pisos2 en países extranjeros producto de la mayor crisis migratoria de la humanidad, que es la nuestra con más de 7.1 millones de venezolanos en la diáspora, porque de lo contrario estaremos haciendo más chavismo; quienes con sus cifras hiperbólicas y sus discursos hinchados se han autoproclamado el sistema que más ha educado a venezolanos e incluso se han proclamado los inventores de un nuevo tipo de educación. Al respecto creo que el lector en algo podrá estar de acuerdo conmigo: hoy más que nunca Venezuela es un país falto de educación.

El tema de la educación venezolana es un asunto complejo de desarrollar y abordar en tan pocos párrafos y al no ser el objeto de estas palabras no le tocaré en su plenitud, pero sí en lo alusivo a este portentoso libro que me han dado el honor de presentar. La mejor manera en la cual un país puede educarse es en el conocimiento de su propia historia, pero no es historia esta farsa inveterada de fechas, nombres de militares y batallas que en nada ayudan al entendimiento de nuestro acervo histórico. El mismo Simón Bolívar en 1825 ante el adulador poeta Olmedo que pretendía retratar la independencia como gesta épica le respondía entre otras cosas: “Vd. nos hace a su modo poético y fantástico.; y para continuar en el país de la poesía a ficción y la fábula, Vd. nos eleva con su deidad mentirosa, como el águila de Júpiter levantó a los cielos a la tortuga para dejarla caer sobre una roca que le rompiese sus miembros rastreros: Vd., pues, nos ha sublimado tanto, que nos ha precipitado al abismo de la nada, cubriendo con una inmensidad de luces el pálido resplandor de nuestras opacas virtudes”.

La historia que debemos enseñar debe estar más ligada a lo que realmente ocurrió en las sociedades, el modo en el cual vivían nuestros antepasados y cómo pudieron prepararse para enfrentar sus propios problemas del momento y, de este modo, por fin poder pergeñar cuáles han sido nuestros problemas históricos. El único modo de hacer en buena lid esta labor es leyendo las propias experiencias de nuestros antepasados, y esto es exactamente lo que permite este libro.

De un modo magistral el autor de esta obra, a quien me unen muchos años de amistad, narra experiencias propias y cercanas ocurridas en la administración pública de la Venezuela chavista, las cuales nos permiten empatizar con toda una nefasta época de nuestra historia a los que la vivimos y, permitirá comprender los destrozos, fracasos y maldad que nos llevaron a vivir el terrible destierro a los venezolanos, a nuestros hijos, nietos y demás descendientes, quienes podrán enterarse gracias a esta excelente colección de anécdotas y lastimosas vivencias de cuál fue la Venezuela árida y terrible a las que nos enfrentamos, y tendrán más armas para callar la boca a los zoquetes que en el futuro, seguramente so pena de la ideología, pretenderán decir que los hombres de esta época estábamos exagerando.

Sé que mi querido amigo al momento de escribir estas palabras, quizás a modo de desahogo o terapia, conociendo yo la pureza de su espíritu, en ningún momento pretendió o supuso el alcance y trascendencia que vaticino tendrá esta obra; él, precisamente es uno de estos venezolanos que no forman parte de la sociedad de cómplices, me consta que jamás ha sido una nulidad engreída dentro de una reputación consagrada y por ello precisamente es uno más en la diáspora, en el honrado exilio que debemos sufrir.

Al inicio de estas palabras me he propuesto no hablar mucho y por ello cierro las mismas aquí, haciendo un llamado, no sólo a los venezolanos de hoy, sino a los connacionales de cualquier país y a nuestros descendientes que quieran entender nuestra desgracia: ¡Lean este libro! ¡Entérense de lo que vivimos! y sobre todo tengan en cuenta que todo el mal narrado en él no fue sino el inicio del mal, la cosa se puso después mucho peor.

Madrid, diciembre 2022.

César Perez Guevara

1. Con estas palabras obviamente no me refiero a la totalidad de los integrantes de estos gremios, y por tanto, estoy convencido que aquellos no conformantes de esta rapaz mentalidad no se sentirán en lo absoluto aludidos.

2. Labor totalmente encomiable pero no ajustada como trabajo de sustento por aquel que ha obtenido laureas en diferentes horizontes académicos.

Palabras del autor

15 años trabajando dentro y fuera de la Administración Pública venezolana me han permitido ofrecerles con este libro una visión particular de lo que es nuestro país, algunas veces en tono de crítica, en otras enalteciendo a ciertos personajes, pero verdaderamente para compartir de forma humorística o más en el género de la tragicomedia, lo difícil que es lidiar con el Estado venezolano.

Puede que la Administración Pública venezolana siempre haya tenido sus problemas, que desde hace mucho tiempo hayamos sufrido corrupción e ineficiencia en muchos aspectos y objetivos trazados por los gobiernos de turno, pero es indiscutible que todo ha ido de mal en peor y en gran medida lo he vivido ya sea como empleado público o como usuario. Desde que ingresé a la Administración en el verano de 2002 a un ministerio hoy en día extinto, luego en el Poder Judicial con diversos cargos, tribunales y jueces, e incluso luego de renunciar, ya que he seguido asesorando a organismos públicos, además de las vivencias que me han tocado al momento de representar a personas y empresas privadas en controversias contra el Estado, he obtenido suficientes experiencias que me han permitido redactar numerosas anécdotas que espero sean del agrado del lector.

En mis primeros años como funcionario del Poder Judicial me imaginé a futuro como juez de la denominada jurisdicción contencioso-administrativa3, que es la que agrupa a los tribunales que conocen los litigios que usualmente involucran al Estado; aspiraba ser juez, profesor y eventualmente llegar a ser magistrado del Tribunal Supremo de Justicia. Tristemente el poco respeto por la ley que se observa en el Poder Público en la actualidad, las vivencias directas que tuve con la corrupción, no tanto monetaria, pero sí de pensamiento, donde pude apreciar como muchos de mis amigos aprendieron a “moverse”4, así como también observé con mis propios ojos el secuestro de los órganos jurisdiccionales por parte del Ejecutivo Nacional, me quitaron las ganas de seguir desempeñando cargos públicos y ni loco aspiraría hoy en día a ser juez, por lo menos hasta que se restablezca la democracia.

No obstante, la vocación que todavía siento por la función pública –a pesar de que tengo más de 10 años trabajando en el sector privado-, me crean el deber de decir algunas verdades que para muchos pueden ser duras, pero que vale la pena manifestar. Entre esas verdades está que en la función pública actual hay mucho conformismo y por sobre todo una disminución al valor del estudio y del esfuerzo bajo parámetros éticos y meritocráticos. Esto es algo que sin dudas puede mejorar, a menudo observo simplonas justificaciones para ignorar lo que ocurre en Venezuela desde hace más de dos décadas, sosteniendo que “el problema no es el gobierno sino la gente”, pues a ellos les digo que, si a la gente le gusta violar la ley e irrespetar al prójimo, entonces con más razón necesitamos una autoridad que haga respetar el orden jurídico y meta al ciudadano en cintura, sino es así para qué se eligen entonces “representantes del pueblo” y tenemos cargos públicos. Si la sociedad es anárquica es porque el Estado lo ha permitido, después de todo es a éste a quien le corresponde ejecutar la ley y establecer el orden.

Hacia finales de 2013 me conseguí por casualidad con el primer juez para el cual trabajé en el Poder judicial. Un tipo muy estudioso, muy honesto, pero sumamente desordenado. Conversábamos sobre la situación del país, este personaje, a quien me referiré más adelante, es precisamente de estas personas que cuando se habla mal del Gobierno, inmediatamente hace un comentario negativo de la oposición, como buscando parecer comedido o equilibrado, después de todo, aunque no es rojo rojito, sigue viviendo de eso. Cuando me salió con una de esas le comenté:

-¿Tú recuerdas cuando llegamos aquí en el 2002?-

-Sí claro-, me responde.

-Bueno, entonces recordarás que a pesar de todas las carencias y problemas que teníamos, esto era todavía un lugar decente-

-Sí eso es verdad- me respondió con un rostro de reflexión

-Y a mí no me parece que el Poder Judicial sea un lugar decente hoy en día-

-Tienes razón- replicó.

E hicimos cierta catarsis con la situación del sistema de administración de justicia y las grotescas infamias que viven día a día los venezolanos. Sin duda que nuestras instituciones no eran una maravilla antes del 98’, al menos desde que tengo uso de razón no es así, pero es alarmante el continuo deterioro que sufren y no pareciera que ello esté por mejorar, al menos no mientras se mantenga esta forma de gobernar.

Es fundamental que como país determinemos y hagamos consenso público de cuál es el camino a seguir, hacia dónde queremos ir como Estado, como pueblo, recuperar una identidad y un conjunto de valores ciudadanos que parecieran haber desaparecido. Esto no es imposible y fundamentalmente se puede aspirar a ello si mañana elegimos finalmente a una autoridad de Estado que tenga el deseo de hacer su trabajo como lo dispone el orden jurídico. En mi experiencia como funcionario pude observar que cada vez que cambiábamos de juez, la actitud de los funcionarios, entiéndase, su ética de trabajo, responsabilidad, honestidad y respeto, variaba en función de la personalidad y valores que proyectaba ese juez. Lo mismo podemos extrapolarlo.

Los ciudadanos somos un reflejo de nuestros gobernantes, y viceversa, esto significa no solo que los venezolanos somos como el presidente que tenemos o el que tuvimos, sino que a estos señores les corresponde y tienen la posibilidad de hacernos un mejor país, conforme a los valores morales y responsabilidad que ellos quieran proyectar. ¿Qué resultado podemos obtener en nuestra sociedad si el presidente insulta a la disidencia política o a sus adversarios?, ¿Qué resultado podemos tener en nuestros conciudadanos si nuestro presidente es inculto y ello se hace evidente en la opinión pública?, estos serán lógicamente valores que se transmiten al común denominador. El respeto, el estudio y las buenas costumbres tienen como punto de partida al Poder Público, la inversión en la educación, la formación con máximos estándares de exigencia en las distintas ramas del Estado, deben ser objetivos fundamentales del próximo Gobierno democrático, o por qué no, de este que tenemos hoy. De lograr lo precedente se obtendría –estoy convencido- un efecto dominó hacia todos los estratos sociales.

De manera que, bajo esta posición de lo que debería ser el desempeño de la función pública, procedo a redactar diversos cuentos que transcriben mi experiencia como funcionario y usuario de la Administración, cuya selección se debe fundamentalmente, a la fusión de historias, lugares y personas, incluso valiéndome de notas de prensa advirtiendo que cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.

3. Si quieren investigar más pueden observar el artículo 259 de la Constitución venezolana o bien la abundante doctrina en la materia.

4. Jerga utilizada por muchos funcionarios de la actualidad, expresión que no es otra cosa que el tráfico de influencias y en definitiva corrupción.

Yo nunca fui chavista

Domingo Di Raffaelo es un joven abogado egresado hace un par de años de la UCV que goza de cierta experiencia política en el ámbito universitario. De familia de clase media, donde la mamá vivía en un modesto apartamento del sur este de Caracas, mientras que su padre hacía vida política -de media/baja categoría- en el interior del país. Después de un breve pasaje por los tribunales de la capital, aceptó un trabajo como abogado I en el Ministerio de Minería, un organismo que movilizaba muchísimo dinero en los días en que Chávez vivía, donde uno de sus amigos de la universidad, Adolfo Butragueño, actuaba como consultor jurídico y mano derecha del ministro.

Domingo no era un joven particularmente brillante, pero tenía buena apariencia y, sobre todo, había aprendido de su familia ciertas destrezas políticas, como la adulación, el arte de hacer favores -para luego poder cobrarlos-, sonreír y mirar para el otro lado.

-Hay que saber moverse- decía Domingo a uno de sus amigos, Asdrúbal Zúñiga, que estaba haciendo un trámite en el ministerio. Domingo vestía una camisa manga larga con yuntas y sin corbata, un blue jean y unos zapatos marrones formales, era como ver un intento fallido de elegancia.

Asdrúbal, por su parte, trabajaba como abogado autónomo, se conocían porque ambos trabajaron juntos en los tribunales y tenían varios amigos en común de la universidad. Domingo era amigo de un montón de chavistas y anti-chavistas, la mayoría de ellos funcionarios públicos y políticos, delante de sus amigos anti-chavistas siempre hablaba mal del chavismo y frente a los chavistas siempre hablaba mal de la oposición.

En aquellos días estaba de moda entre los funcionarios públicos ser un “ni-ni”, ni chavista ni opositor, una posición conveniente para los que trabajaban para la administración chavista y más conveniente todavía para Chávez-Frías, pues como bien indicaba Desmond Tutu “si eres neutral en situaciones de injusticia, has elegido el lado del opresor”.

Para Asdrúbal era relevante entender por qué Domingo insistía en seguir trabajando para el gobierno nacional, de manera que le hacía, de tanto en tanto, algunas preguntas sutiles para ver qué respuesta le daba.

-¿Y qué tal te tratan aquí?- preguntaba Asdrúbal.

-Bien vale- respondía Domingo mientras miraba unos puntos de cuenta que ya habían sido aprobados por el ministro -Aquí hay trabajo pa’ tirar pal techo- agregó.

-¿Y no tienes problemas con el tema político?-