Cuentos elegidos - Roberto Arlt - E-Book

Cuentos elegidos E-Book

Roberto Arlt

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Beschreibung

La obra de Roberto Arlt provocó un vuelco dentro del paradigma literario de su época; este genial autor transitó casi todos los géneros con la misma maestría. Con respecto a los cuentos reunidos en este libro, su temática refleja las inquietudes de Arlt: la marginación, la desigualdad y la hipocresía del sistema burgués. También incluye algunos relatos de corte fantástico que marcaron su estilo posterior, historias exóticas ricas en mitos y leyendas. Se trata en definitiva de una selección imperdible.

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Seitenzahl: 100

Veröffentlichungsjahr: 2016

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Introducción

En la primera mitad del siglo XX, el trabajo de Roberto Arlt dio un vuelco de envergadura en el paradigma literario de la época modificando la literatura argentina, de aquel entonces y la posterior. A pesar de su corta vida fue prolífico y transitó todo tipo de géneros: novela, con El juguete rabioso y Los siete locos –entre otras–, cuentos –recopilados en El jorobadito y El criador de gorilas– y sus famosas crónicas llamadas “aguafuertes”, publicadas en revistas como El Hogar y en periódicos como El Mundo. Su impronta creativa también dejó una particular huella en el teatro, con piezas como Trescientos millones y Saverio el Cruel.

Roberto Arlt era un desfachatado literario, nunca le interesó cumplir con las reglas de urbanidad y buen gusto en lo que a escritura se refiere. Estaba interesado, en cambio, en reflejar la realidad de aquella época de la manera más cruda posible, con la fuerza de un estilo personalísimo, distante de las convenciones estéticas que regían por aquel tiempo a la literatura argentina. Sus contemporáneos, colegas y críticos, lo denostaban por la desprolijidad de sus textos, porque pasaba por altos ciertos errores sintácticos y hasta ortográficos. El Grupo de Florida, que reunía las tendencias literarias más formales, se mostraba como el extremo opuesto al Grupo de Boedo, con el que Arlt estaba vinculado. El principal objetivo de estos últimos era exponer una dura crítica a la sociedad y al sistema. Así y todo, Roberto Arlt también se relacionó con varios escritores del Grupo de Florida, incluso fue secretario de Ricardo Güiraldes y le dedicó su novela El juguete rabioso.

Con respecto a los cuentos reunidos en este volumen, cabe destacar que El jorobadito (cuya obra más destacada se incluye aquí) está compuesto por nueve cuentos. Su temática aborda los tópicos próximos a las inquietudes de Arlt, ya reflejados en sus novelas: la hipocresía del sistema burgués, la marginación y la desigualdad, el egoísmo y las conductas sociales negativas. En cuanto al estilo, se acerca a un realismo expresionista que el autor irá abandonando progresivamente para sumergirse cada vez más en lo fantástico. El criador de gorilas, que contiene 15 cuentos, desarrolla historias exóticas, ricas en mitos y leyendas, enmarcadas en África o en zonas asiáticas, y tiene fuertes referencias a la cultura islámica.

La obra de este genial autor tiene una importancia fundamental dentro de la literatura argentina ya que redefinió parámetros temáticos y lingüísticos. Según el escritor Ricardo Piglia, Arlt inauguró la novela moderna argentina con un estilo completamente renovador.

Cronología de la obra literaria

Novelas, cuentos y crónicas:

El diario de un morfinómano (1920)

El juguete rabioso (1926)

Los siete locos (1929)

Los lanzallamas (1931)

El amor brujo (1932)

Aguafuertes porteñas (1933)

El jorobadito (1933)

Aguafuertes españolas (1936)

El criador de gorilas (1941)

Nuevas aguafuertes españolas (1960)

Las Fieras

Teatro:

El humillado (1930)

300 millones (1932)

Prueba de amor (1932)

Escenas de un grotesco (1934)

Saverio el Cruel (1936)

El fabricante de fantasmas (1936)

La isla desierta (1937)

Separación feroz (1938)

África (1938)

La fiesta del hierro (1940)

El desierto entra a la ciudad (1952)

La cabeza separada del tronco (1964)

El amor brujo (1971)

El Jorobadito

Los diversos y exagerados rumores desparramados con motivo de la conducta que observé en compañía de Rigoletto, el jorobadito, en la casa de la señora X, apartaron en su tiempo a mucha gente de mi lado. Sin embargo, mis singularidades no me carrearon mayores desventuras, de no perfeccionarlas estrangulando a Rigoletto.

Retorcerle el pescuezo al jorobadito ha sido de mi parte un acto más ruinoso e imprudente para mis intereses, que atentar contra la existencia de un benefactor de la humanidad.

Se ha echado sobre mí la policía, los jueces y los periódicos. Y ésta es la hora en que aún me pregunto (considerando los rigores de la justicia) si Rigoletto no estaba llamado a ser un capitán de hombres, un genio, o un filántropo.

De otra forma no se explican las crueldades de la ley para vengar los fueros de un insigne piojoso, al cual, para pagarle de su insolencia, resultaran insuficientes todos los puntapiés que pudieran suministrarle en el trasero, una brigada de personas bien nacidas. No se me oculta que sucesos peores ocurren sobre el planeta, pero ésta no es una razón para que yo deje de mirar con angustia las leprosas paredes del calabozo donde estoy alojado a espera de un destino peor.

Pero estaba escrito que de un deforme debían provenirme tantas dificultades.

Recuerdo (y esto a vía de información para los aficionados a la teosofía y la metafísica) que desde mi tierna infancia me llamaron la atención los contrahechos.

Los odiaba al tiempo que me atraían, como detesto y me llama la profundidad abierta bajo la balconada de un noveno piso, a cuyo barandal me he aproximado más de una vez con el corazón temblando de cautela y delicioso pavor. Y así como frente al vacío no puedo sustraerme al terror de imaginarme cayendo en el aire con el estómago contraído en la asfixia del desmoronamiento, en presencia de un deforme no puedo escapar al nauseoso pensamiento de imaginarme corcoveado, grotesco, espantoso, abandonado de todos, hospedado en una perrera, perseguido por traíllas de chicos feroces que me clavarían agujas en la giba...

Es terrible..., sin contar que todos los contrahechos son seres perversos, endemoniados, protervos..., de manera que al estrangularlo a Rigoletto me creo con derecho a afirmar que le hice un inmenso favor a la sociedad, pues he librado a todos los corazones sensibles como el mío de un espectáculo pavoroso y repugnante. Sin añadir que el jorobadito era un hombre cruel. Tan cruel que yo me veía obligado a decirle todos los días:

–Mirá, Rigoletto, no seas perverso. Prefiero cualquier cosa a verte pegándole

con un látigo a una inocente cerda. ¿Qué te ha hecho la marrana? Nada.

¿No es cierto que no te ha hecho nada?...

–¿Qué se le importa?

–No te ha hecho nada, y vos contumaz, obstinado, cruel, desfogas tus furores en la pobre bestia...

–Como me embrome mucho la voy a rociar de petróleo a la chancha y luego le prendo fuego.

Después de pronunciar estas palabras, el jorobadito descargaba latigazos en el crinudo lomo de la bestia, rechinando los dientes como un demonio de teatro. Y yo le decía:

–Te voy a retorcer el pescuezo, Rigoletto. Escuchá mis paternales advertencias, Rigoletto. Te conviene...

Predicar en el desierto hubiera sido más eficaz. Se regocijaba en contravenir mis órdenes y en poner en todo momento en evidencia su temperamento sardónico y feroz. Inútil era que prometiera zurrarle la badana o hacerle salir la joroba por el pecho de un mal golpe. El continuaba observando una conducta impura.

Volviendo a mi actual situación diré que si hay algo que me reprocho, es haber recaído en la ingenuidad de conversar semejantes minucias a los periodistas.

Creía que las interpretarían, más heme aquí ahora abocado a mi reputación menoscabada, pues esa gentuza lo que menos ha escrito es que soy un demente, afirmando con toda seriedad que bajo la trabazón de mis actos se descubren las características de un cínico perverso.

Ciertamente, que mi actitud en la casa de la señora X, en compañía del jorobadito, no ha sido la de un miembro inscripto en el almanaque de Gotha. No. Al menos no podría afirmarlo bajo mi palabra de honor.

Pero de este extremo al otro, en el que me colocan mis irreductibles enemigos, media una igual distancia de mentira e incomprensión. Mis detractores aseguran que soy un canalla monstruoso, basando esta afirmación en mi jovialidad al comentar ciertos actos en los que he intervenido, como si la jovialidad no fuera precisamente la prueba de cuán excelentes son las condiciones de mi carácter y qué comprensivo y tierno al fin y al cabo.

Por otra parte, si hubiera que tamizar mis actos, ese tamiz a emplearse debería llamarse Sufrimiento. Soy un hombre que ha padecido mucho. No negaré que dichos padecimientos han encontrado su origen en mi exceso de sensibilidad, tan agudizada que cuando me encontraba frente a alguien he creído percibir hasta el matiz del color que tenían sus pensamientos, y lo más grave es que no me he equivocado nunca. Por el alma del hombre he visto pasar el rojo del odio y el verde del amor, como a través de la cresta de una nube los rayos de luna más o menos empalidecidos por el espesor distinto de la masa acuosa. Y personas hubo que me han dicho:

–¿Recuerda cuando usted, hace tres años, me dijo que yo pensaba en tal cosa? No se equivocaba. –He caminado así, entre hombres y mujeres, percibiendo los furores que encrespaban sus instintos y los deseos que envaraban sus intenciones, sorprendiendo siempre en las laterales luces de la pupila, en el temblor de los vértices de los labios y en el erizamiento casi invisible de la piel de los párpados, lo que anhelaban, retenían o sufrían. Y jamás estuve más solo que entonces, que cuando ellos y ellas eran transparentes para mí.

De este modo, involuntariamente, fui descubriendo todo el sedimento de bajeza humana que encubren los actos aparentemente más leves, y hombres que eran buenos y perfectos para sus prójimos, fueron, para mí, lo que Cristo llamó sepulcros encalados. Lentamente se agrió mi natural bondad convirtiéndome en un sujeto taciturno e irónico. Pero me voy apartando, precisamente, de aquello a lo cual quiero aproximarme y es la relación del origen de mis desgracias. Mis dificultades nacen de haber conducido a la casa de la señora X al infame corcovado.

En la casa de la señora X yo “hacía el novio” de una de las niñas. Es curioso. Fui atraído, insensiblemente, a la intimidad de esa familia por una hábil conducta de la señora X, que procedió con un determinado exquisito tacto y que consiste en negarnos un vaso de agua para poner a nuestro alcance, y como quien no quiere, un frasco de alcohol. Imagínense ustedes lo que ocurriría con un sediento. Oponiéndose en palabras a mis deseos. Incluso, hay testigos. Digo esto para descargo de mi conciencia. Más aún, en circunstancias en que nuestras relaciones hacían prever una ruptura, yo anticipé seguridades que escandalizaron a los amigos de la casa. Y es curioso. Hay muchas madres que adoptan este temperamento, en la relación que sus hijas tienen con los novios, de manera que el incauto –si en un incauto puede admitirse un minuto de lucidez– observa con terror que ha llevado las cosas mucho más lejos de lo que permitía la conveniencia social.

Y ahora volvamos al jorobadito para deslindar responsabilidades. La primera vez que se presentó a visitarme en mi casa, lo hizo en casi completo estado de ebriedad, faltándole el respeto a una vieja criada que salió a recibirlo y gritando a voz en cuello de manera que hasta los viandantes que pasaban por la calle podían escucharle: