Cuentos para leer en el bondi - Daniel Alberto Agarzúa - E-Book

Cuentos para leer en el bondi E-Book

Daniel Alberto Agarzúa

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Beschreibung

Una serie de relatos intensos que exploran la fragilidad emocional, los límites de la cordura, el deseo, la traición y la búsqueda de sentido. Desde relaciones desmoronadas hasta apariciones fantásticas, los personajes enfrentan dilemas profundamente humanos en escenarios cercanos, con un lenguaje directo y potente que conmueve. Cada historia es una ventana al alma de seres comunes en situaciones extraordinarias.

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Seitenzahl: 99

Veröffentlichungsjahr: 2025

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DANIEL ALBERTO AGARZÚA

Cuentos para leer en el bondi

Agarzúa, Daniel Alberto Cuentos para leer en el bondi / Daniel Alberto Agarzúa. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2025.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-6565-5

1. Novelas. I. Título. CDD A860

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Tabla de Contenidos

Prefacio

Lo nuestro

Melisa

El Barba espera

El cine super

Faltan muebles

La oveja

Lobo

Mi sobrino GASTÓN

Una tarde lluviosa en Rennes

Yo sé que me está viendo

“…venía atravesado como galope de vaca

y me animé a pensar por fuera del ALGORITMO…

Prefacio

A mis lectores:

Por qué este libro:

Creo que la más importante era publicar cuatro o cinco cuentos que tengo escritos hace varios años.

Diez años en algún caso.

Algunos relatos escuché en mi consultorio, o sea experiencias ciertas.

Y que con la autorización de esos pacientes los intenté plasmar en el papel.

Tengo varios perros Negrito, Milo, Ricota, Coquita, Rocco y Barbuchi. A este último lo hice intervenir en uno de los cuentos

Experiencias de viajes, alguna leyenda, cuentos del campo (Fair) donde pasé parte de mi adolescencia

Tandil, donde nací, siempre está en todo lo que escribo

El cuento del “Cine Super” es una prueba de ello.

Vi a mi sobrino padecer la muerte de una compañerita de escuela jugando en un silo, en Necochea

Intenté un cuento que luego se plasmó en una obra musical que pudimos compaginar de la mano de un pianista excepcional, gran amigo que ya no está entre nosotros Luis Agustín Reales.

Quiero agradecer a mis amigos por padecerme y leer mis cuentos una y otra vez y hacerme las sugerencias del caso.

Gracias Juan Carlos donde estés. Gracias Victorino, Jorge y algunos más

Que decir de vos Gerardo que me ayudaste en todo, ideas, corrección e intuyo que La Defensa de Lanús verá en sus páginas algo de este trabajo.

Sin la fuerza y ayuda de mis hijos Valeria, Matías, Nicolás y mi nieta Camila esto no sería una realidad

Gracias Araceli por acompañarme en todo

Gracias a mis padres

Gracias a todos

Agarzúa Daniel [email protected]@maxagarzua IG

Lo nuestro

Primero fueron esas citas con amigas, con esas amigas que nunca habías nombrado.

Luego esas horas extras en tu trabajo, que te obligaban a salir más temprano de tu casa y también, a volver más tarde.

Trabajar sábados y domingos era casi una regla, no la excepción.

Pero los celos de él pudieron más y te comenzó a seguir.

Dicen:” que el que busca lo que no debe, encuentra lo que no quiere”.

Y así él se enteró de tus varios amantes.

De tu bolso para guardar la ropa y así cambiar” el estilo”.

De los jabones y champús que guardabas obsesivamente y casi con total displicencia, junto a las cofias de baño como trofeos de caza.

Nunca creíste que él iba a abrir ese bolso. No lo creíste capaz.

Conoció al mecánico rubio y alto, al médico, al dueño de la mueblería. Y a varios más durante tres largos y sufridos meses.

Quiso entenderte y hasta se culpó por no haber sabido hacerte feliz.

Leyó novelas románticas que nunca había leído, quiso aprender.

También estudió libros de autoayuda, quiso cambiar.

Reemplazó el vestuario, desarmó el placar, combinó colores, se probó zapatos y usó corbatas que jamás hubiese usado.

Traicionó a su peluquero de años, por un coiffeur meloso, casi raro, de Capital.

Hasta un día, buscando respuestas, encontró en una librería de Corrientes un libro cuya tapa rezaba así:” El tamaño, si importa”.

Llegó a su casa, buscó la cinta y se la “midió”.

Comparó grosor y largo, ese no era el problema, estaba dentro de “los normales”.

Solo le faltó llorar en alguna mesa de algún bar con algún amigo.

Pero ya no los tenía, los había perdido en discusiones por haberte defendido, por haberte justificado.

Se dijo, se convenció, que era un mal amante.

Hasta ese día en que te vio salir del hotel.

Te hubiese perdonado todo, lo hubiese tomado como…como casi una travesura infantil. Vos eras todo para él.

Pero” ustedes dos”, habían salido tomados de las manos, como dos colegiales, como dos adolescentes caminando por la calle.

Tu pareja ocasional casi gordo, pelado, desprolijo ¿Que tiene este que no tenga yo? –pensó–

Y eso, él no lo soportó.

Ver a su amada, feliz, dando saltitos, tocándole la cara al otro, a ese otro que no la conocía como él y que seguramente tampoco la merecía.

Y vos feliz como una colegiala, tomándole la mano, acariciándole la cara.

Él pensó en hacer lo peor. Se le cruzó la imagen del Roca, es rápido, no hay dolor, solo la determinación de esperar el momento justo; pero alguien, tal vez Dios, lo ayudó.

E imaginó a sus hijos, no resultabas ser vos la mejor madre para ellos.

Y no lo hizo.

Luego se fue al colectivo que lo llevaría hacía el sur.

Masculló su bronca, su angustia, su tristeza con la nariz pegada contra el vidrio. Si, como en el tango, igual.

Se fue y nunca se iba a enterar, nunca iba a escuchar esta conversación que tuviste con tu amante:

—¡Mi marido se enteró! Me vio con vos. tomados de la mano por la calle Anchorena, justo cuando salíamos del hotel.

—¡Ajá! ¿Y ahora qué vas a hacer?

—Nada, él ya no me importa.

—Yo no quiero líos, vos lo sabés, ya te lo dije.

—Yo quiero seguir con vos, vivir con vos.

—¡No, no! No entendés nada.

—¿Como que no entiendo y lo nuestro?

—¿Lo nuestro, que nuestro?

¡Lo nuestro no existe, es más, nunca existió ¡

Nosotros somos como gatos callejeros.

Nos gusta andar por los tejados, por los bordes, por las cornisas.

Pero al final del día buscamos el calor de hogar y volvemos; porque para eso dejamos siempre alguna ventanita abierta en nuestras casas.

Entendelo, ya sos grande.

Dejá esas cosas para los colegiales.

¡Lo nuestro, lo nuestro nunca fue!

Nunca hubo algo nuestro

Melisa

Él se despidió como lo hizo siempre.

Un beso en la boca y un” Te quiero Mel”

Ella comenzó a cambiar los chicos, los llevaría a la escuela.

Suerte que ese día el asma le había dado tregua.

Un buen desayuno, lo que se podía, con ese sueldo docente del cual él siempre se quejaba y encima le obligaba a estar todo el día fuera de su casa.

Caminó por las calles de Lanús, alegre mirando vidrieras, comparando precios de los uniformes o eligiendo ropa interior para él.

Llegó a su casa y comenzó con las tareas del hogar, encendió la radio, hizo un poco de zapeo.

Beto Casella, Longobardi, se quedó escuchando” Perros de la calle.”

También aprovechó para poner la cacerola con agua en el fuego, después pelaría las papas y demás cosas para el puchero, para la sopa.

Tomó la escoba y comenzó a barrer. Entonces sonó el timbre, corrió para atender el teléfono.

Por ahí, son los chicos pensó, o él que necesitaba algo o que volvía más temprano, a cenar.

Tomó el teléfono en el identificador de llamadas estaba el número de su marido, lo atendió y sin llegar a decir ¡Hola!, escuchó lo siguiente :

Era la voz de una mujer que grita…

—¡Decime que tu mujer ésta loca!

¡Contarme cómo te cela!

Volvió a mirar el teléfono, si, era el número de su esposo. –

¡Decime que te hace la vida imposible, convencerme que la vas a dejar y vivirás para siempre conmigo!

¡Decime que me amas!

¡No soporto más versos, hace años que me contás lo mismo!

EL marido que contesta:

—Si amor, te amo a vos solamente.

Ella está completamente loca.

Les pega a los chicos.

Anoche me pegó a mí.

“Los fines de semana no puedo salir con vos mi amor, porque ella se va con las amigas a los bailes y yo tengo que cuidar a los chicos”

Después de toda esta conversación, se escuchan en el teléfono, ruidos de la cama, y todo lo que ya sabemos: ¡cógeme más, quiero más mi amor, más.!

Yo también te amo con locura.

¡Quiero besarte toda, no dejar nada de tu cuerpo sin que lo roce con mis labios!

Todo esto durante quince minutos–

Que para Melisa fueron los quince minutos más largos de su vida, escuchando por teléfono como su marido le era infiel con otra mujer–

El viejo delantal con una margarita en el centro estaba húmedo de tanta lágrima y roto en las puntas de morderlo con rabia.

Se apoyo en el sillón y se dio varios pufs; con ese aerosol. El asma aparecía otra vez

Caminó por esas calles haciendo el mismo recorrido de su casa hasta la escuela y mil cosas se le agruparon en la cabeza.

Habló poco con sus hijos.

Ignoró las vidrieras.

Tampoco miró sus cuadernos; solo les dio de comer, algo de tele y a la cama.

El volvió por la noche, tarde

Ella ya había guardado el revolver, un treinta y dos, Smith Wesson que le había regalado su padre, policía ya fallecido.

Le costó encontrar las balas y completó sin mucho trabajo esos agujeros negros del tambor.

Estas siempre estuvieron en una caja aparte del arma, por las dudas los chicos que juegan y se meten en cualquier resquicio.

Lo colocó en el cajón superior de ese armario verde sucio de la cocina.

Se sentó en una silla que discretamente acercó y le preguntó:

—¿Porque me llamaste hoy?

—¡Yo no te llamé Meli!

—¿Estás seguro?

—Si.

—Mira tú teléfono.

Mira el teléfono y a ella al mismo tiempo como diciendo, cada día estás más loca.

—¿Está mi número ahí…? ¿Hablaste casi una hora conmigo o no…?

—No, yo no, habrá quedado encendido, viste que a veces pasa, estos celulares andan tan mal ahora…

—No, no andan mal, se escuchaba bien. Se escuchaba cuando te la cogías a Graciela y también le decías que yo era una hija de puta, que me ibas a dejar, que te pegaba todos los días y a los chicos también.

Que yo estaba loca

Que la amabas a ella y que hacía cinco años que no sabías cómo hacer para no tocarme, para no besarme para no cogerme…

Lo miró fijamente quería encontrar algo en su expresión que justificara no matarlo, no lo encontró y discretamente comenzó a abrir el cajón del armario.

Pero el destino se cruzó y con el revolver tocó algo de cartón que se había subido encima de la culata.

Miró discretamente hacia el cajón y…

Era el boletín de calificaciones de uno de los chicos.

Respiró hondo, pensó en ellos, recién dormidos y volvió a introducir el cajón dentro de ese mueble verde

No valía la pena.

—Ahora tenés que irte, no me importa dónde.

Yo ya me enteré todo.

¿Solo te pregunto, lo hicieron adrede para que yo me enterara y no me dijeras nada vos?

¡Sus tan turro y cobarde que no sabés poner los huevos y decirle a una mujer que no va más!

Andate, andate ya, antes que los chicos se despierten, estoy triste, muy triste.

Dieciocho años juntos y nunca te conocí

Él buscó su ropa y se marchó.

Ella tirada sobre el sillón pensando que no había tenido valor para matarlo.

Fue a ver los chicos en la cama, los acarició y tapó con las frazadas; volvió al sillón, llorando pensó en ellos.

Una duda le carcomía, los hijos habían sido el motivo para no apretar el gatillo, pero…pero tal vez, todavía lo quería y mucho

El Barba espera

Plaza de Lomas de Zamora

Es un áspero otoño, un sol famélico lame apenas la Catedral.

—¡Retírese señor ¡– grita una mujer sentada en un banco, acompañada de un perro marrón y pelo duro.

—No se acerque, no intente hacerlo

Degenerado. ¡Socorro policía!