Cuentos para Verónica - Poldy Bird - E-Book

Cuentos para Verónica E-Book

Poldy Bird

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Beschreibung

Cuando la maestra les preguntó a los chicos de primer grado la profesión o trabajo de sus padres, Verónica, entusiasmada, respondió: "Mi mamá escribe". Sus compañeros, riéndose, dijeron: "Mi mamá también escribe". "Y la mía". "Y la mía". Todas las mamás escriben. Pero vos quisiste decir otra cosa, gorda mía; y la maestra salió en tu ayuda: "La mamá de Verónica escribe cuentos que salen publicados en las revistas". "Y muchos de esos cuentos son para mí" agregaste, orgullosa, dientes de conejo, cara de manzana. Los cuentos de este libro, los que vos me inspiraste, te pertenecen. Son para vos y tuyos. Y dicen, sencillamente, lo que todas las mamás les dicen a sus hijos, lo que sienten por ellos y no lo han escrito por falta de tiempo, o por creer que no sabrían hacerlo.

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Cuentos para Verónica

Cuentos para Verónica

Poldy Bird

Índice de contenido
Portadilla
Legales
Dedicatoria
Bienvenida
Carta
Canción
La fotografía
Mi día de la madre
La letra a
Está aprendiendo
Me ha visto llorar
Puntillitas y tacos
Un moño para Verónica
Mamá es el sol
Tan parecida a vos
El loco que dice buen día
Papapipitopo
Un modo de quedarme
El corazón del mundo

Poldy Bird

Cuentos para Verónica. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Del Nuevo Extremo, 2015.

E-Book.

ISBN 978-987-609-570-9

1. Narrativa Argentina.

CDD A863

© Poldy Bird

© de esta edición: Editorial del Nuevo Extremo S.A., 2014

A. J. Carranza 1852 (C1414COV) Buenos Aires, Argentina

Tel/Fax: (54-11) 4773-3228

e-mail: [email protected]

www.delnuevoextremo.com

Imagen editorial: Marta Cánovas

Diseño de tapa: Sergio Manela

Diseño interior: m&s estudio

1ª edición: marzo de 2014

Primera edición en formato digital: junio de 2015

Digitalización: Proyecto451

Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del “Copyright”, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático.

Inscripción ley 11.723 en trámite

ISBN edición digital (ePub): 978-987-609-570-9

dedicatoria

Cuando la maestra les preguntó a los chicos de primer grado la profesión o trabajo de sus padres, Verónica, entusiasmada, respondió:

—Mi mamá escribe.

Sus compañeros, riéndose, dijeron: “Mi mamá también escribe”. “Y la mía”. “Y la mía”. Todas las mamás escriben. Pero vos quisiste decir otra cosa, gorda mía; y la maestra salió en tu ayuda:

—La mamá de Verónica escribe cuentos que salen publicados en las revistas.

—Y muchos de esos cuentos son para mí —agregaste, orgullosa, dientes de conejo, cara de manzana.

Los cuentos de este libro, los que vos me inspiraste, te pertenecen. Son para vos y son tuyos. Y dicen, sencillamente, lo que todas las mamás les dicen a sus hijos, lo que sienten por ellos... y no lo han escrito por falta de tiempo, o por creer que no sabrían hacerlo.

He reunido en este libro la maravilla, los asombros, los miedos de una etapa de oro y de prodigio: los primeros seis años de tu vida. Durante estos seis años, estu­viste bajo mis alas, como un pollito bajo las alas de la gallina.

Ahora las he abierto para que otros seres te ayuden, también, a conocer el mundo que queda afuera de las paredes de nuestra casa. Un lápiz, un cuaderno, letras, números, libros, mapas y pizarro­nes, trazan la nueva senda.

La “señorita Cristina” te está ense­ñando a caminar por ella.

Para mí también comienza una etapa nueva: la de aprender a compartirte.

Ya ves, Verónica: también las mamás tenemos que aprender muchas cosas para aprobar cada día el examen de amor que nos toman los hijos.

Espero sacar siempre MUY BIEN 10.

Y espero que esa sea tu nota cuando haya que colocarla junto al nombre de esa materia tan difícil que se llama FELI­CIDAD.

bienvenida

Esta es mamá, Verónica, mamá que va a redescubrir el universo desde tus ojos nuevecitos. Mamá que te aprieta en sus brazos con un poco de miedo y una emo­ción tan grande que la hace temblar. Mamá que va a aprender muchas cosas a tu lado, esas cosas que vas a balbucear con tu hociquito de rosa, esas cosas que vas a señalar con tu índice crédulo, ama­sado con estrellas y espuma. Ahora tú eres la brújula que señala el Norte. No hay nada más importante que tú.

Chiquita y hambrienta, ocupas todo el mundo. Donde tú estás no hay lugar para nada más. No hay más aire que tu aliento leve ni más tibieza que la de tu cuerpecito. No hay más luz que la que encienden tus pupilas cuando abres los ojos. Y tiene tanta fuerza tu minúscula presencia que ha borrado todo lo que estaba atrás.

Ya no hay recuerdos, Verónica, solo cuenta la vida desde que naciste.

Enero te trajo en su último día, te trajo acunándote en las casuarinas de plata y verde, te trajo palpitando en el corazón de pájaro que late en el verano.

Fuiste una revelación y una sorpresa, la realización de un largo sueño, de una ansiedad florecida cada día.

Yo te tenía preparado un nombre y una cuna. Hubiera querido tenerte pre­parado un mundo mucho mejor que este que te ofrezco... un mundo sin envidias, sin guerras, sin rencores; un redondo y luminoso mundo de paz y de trabajo. Un mundo de cocuyos brillantes, de globos de colores, de barriletes y ositos de felpa.

Un mundo en el que nunca tuvieras que derramar una lágrima. Pero, no, no temas, nenita mía. No tengas miedo.

Mamá está aquí, a tu lado. Te tiene fuertemente apretada. Así. Así.

Mamá no sabe cantar, pero te canta.

Mamá te defenderá.

Y si tienes que equivocarte, las equivocaciones te servirán de experiencia. Y si tienes que sufrir, el sufrimiento te hará fuerte. Y si tienes que llorar –como podrás hacerlo sobre mi pecho siempre pronto para ti–, las lágrimas no serán tan amargas.

Mamá no pudo prepararte un mundo, Verónica, un mundo maravilloso... pero sí puede prepararte a ti para que sepas ver maravilloso este mundo lleno de defectos que te brinda.

Esta es mamá, Verónica. Mamá, que hasta ayer nomás jugaba un poco a vivir, jugaba un poco a ser mujer.

Mamá, que hasta ayer nomás jugaba a buscarte un nombre, a imaginarte un color de ojos, un color de pelo, hablaba “del hijo que va a venir” sintiendo tu pre­sencia en su cuerpo, pero sin poder armar del todo tu rostro, como un rom­pecabezas al que le faltan algunos pe­dazos.

Y te imaginaba como un juguetito, un adorno, una flor... y no sabía todo ese montón de cosas que ahora sabe. No sabía de esas noches custodiando tu cuna como un ángel guardián, oyendo tu respiración, estudiando tus movimien­tos, palpando tu llanto en su propia carne como algo que duele, que estreme­ce... brindándose para tu hambre con esa magnífica certeza de que dependes de ella para todo, y con esa sublime emo­ción de sentir que te nutres de su savia.

Eso sí, tendrás que perdonarle a mamá los escarpines celestes, la pelota de colores, un nombre que suplantó por mucho tiempo al tuyo; tendrás que perdonarle un chico llamado Juan Pablo y su trayectoria de niño a hombre imaginada con todos sus pormenores: un tren eléctrico, un barrilete, un cuaderno de versos, un cigarrillo, un vaso de vino, una trasnochada con su ojera azul...

También, y desde ahora, tendrás que empezar a perdonarle los errores que cometa contigo.

Porque mamá te quiere, Verónica, pero hay muchas cosas de ti que ignora, que no sabe.

Mamá quisiera ser sabia, ser adivina, ser un poco Dios... pero tiene que resignarse a su arquitectura llena de defectos y debilidades, tiene que empinarse sobre sus miserias, sobre sus escombros y desangrarse hasta llenarse de luz para que tú la veas, para que tú la ames, para que tú la admires.

Ahora no puedes entender esto porque eres muy chiquita. Pero mañana crecerás y mamá hará más lento su paso para poder caminar a tu compás y estar siempre a tu lado.

Esta es mamá, Verónica, una mamá que quiere gustarte y hoy, en tu primer mes de vida te dice: Bienvenida. Y gracias, gracias de todo corazón.

carta

Por si no estoy cuando ya sepas leer con los ojos y con el corazón al mismo tiempo

Cuando te miro, Verónica, tan chiquita, tan redonda, con tu pelito de seda, haciendo morisquetas frente al espejo, soy feliz... y tengo miedo.

Porque el miedo es un raro ingrediente de la felicidad, sobre todo de esta felicidad mía tan pulida, tan dulce, tan nueva.

Ahora no lo entiendes, claro, tienes nada más que un año, un añito que pregonas con tu índice en alto y una sonrisa de solo seis dientitos de conejo.