D'Alembert: De bastardo a líder de la Ilustración - Gonçal Mayos - E-Book

D'Alembert: De bastardo a líder de la Ilustración E-Book

Gonçal Mayos

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Beschreibung

Nacido bastardo de un general y de una marquesa y famosa escritora mundana, D'Alembert sufrió en su personalidad ese estigma. Cuando su talento innato le volvió a abrir las puertas de la corte y el mundo selecto, nunca quiso entrevistarse con su progenitora. Permaneció vinculado a su pobre madre adoptiva y a Julie de Lespinasse (de igual brillantez y bastardía). Como matemático y físico conquistó las grandes academias científicas de su tiempo. Como hombre de ingenio impresionó en los Salones y en las cortes. Usó el reconocimiento conquistado para confabularse y superar los enormes impedimentos para publicar la Enciclopedia —con Diderot— y también para que los ilustrados y la Ilustración penetraran en la cultura oficial. Con su estilo riguroso y claro, Gonçal Mayos presenta interrelacionadamente el pensamiento, la obra, la vida e incluso el contexto sociopolítico de D'Alembert. De esta manera se explican conceptos aparentemente difíciles visualizando los objetivos, intereses, pasiones y dramas a qué están vinculados y que les dan sentido. Así D'Alembert aparece como ese nuevo tipo de hombre y de intelectual que habría podido hacer ociosa la Revolución francesa, pero —a pesar de su gran triunfo social— la miserable corte no quiso evolucionar y ella misma se condenó. Por eso, fue la sociedad y la cultura postrevolucionarias los verdaderos herederos del bastardo y luego encumbrado ilustrado D'Alembert.

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Gonçal Mayos

D’Alembert: De bastardo a líder de la Ilustración

Barcelona 2024

Linkgua-ediciones.com

Créditos

Título original: D’Alembert: De bastardo a líder de la Ilustración.

© 2024, Red ediciones S.L.

e-mail: [email protected]

Diseño de cubierta: Mario Eskenazi.

ISBN tapa dura: 978-84-1126-311-5.

ISBN rústica: 978-84-9007-963-8.

ISBN ebook: 978-84-9007-661-3.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.

Sumario

Créditos 4

Introducción 9

D’Alembert un nuevo tipo de intelectual clave para la Enciclopedia y la Ilustración 14

Savant y científico profesional 17

Académico e institucionalizador de los enciclopedistas 24

Philosophe y científico publicista 28

Enlazando cultura elitista y popular 31

Savant y philosophe, juntos, en la defensa de la Encyclopédie 32

¿Una componenda final d’alembertiana? 36

Trayectoria como matemático, físico e ilustrado 41

Profundizando en el calculo diferencial y el álgebra 42

Superando el bloqueo académico de Clairaut y Euler 44

Trayectoria físico-matemática o en matemáticas mixtas 45

La tradición científica matematizante que lleva a D’Alembert 46

Debate y experimento crucial sobre el newtonianismo 48

Tratado de dinámica (1743) 50

Reflexiones sobre la causa general de los vientos (1746-47) 53

Consecuencias contextuales y para la carrera académica de D’Alembert 54

Investigaciones sobre los equinoccios (1749) 55

Publicismo post Enciclopedia 58

Discurso preliminar de la Enciclopedia (1751) 59

Partes del Discurso preliminar 60

Misceláneas de literatura, de historia y de filosofía (1753-67) 61

El último D’Alembert 62

Del Principio de D’Alembert a la división de las ciencias 65

Principio de D’Alembert 66

División y clasificación de las ciencias 67

1. Memoria 68

2. Razón o entendimiento 68

3. Imaginación 71

No solo de la Enciclopedia vive la fama de D’Alembert 72

¿El común denominador de la Ilustración? 73

Ilustrados condenados a vivir bajo el «antiguo régimen» 74

Las academias y la profesionalización de la ciencia 76

Uniendo cultura oficial y popular 79

Ilustración moderada, pero ni comprada ni fascinada por el poder 82

Complejo equilibrio del pensamiento de D’Alembert 85

Entre ciencia y filosofía 85

Entre empirismo y racionalismo, sensismo y matematicismo 90

Empirismo pero no experimentalismo 93

Entre materialismo y espiritualismo 95

Antidogmático, ante todo 96

Contradicciones del científico metido a publicista 99

La Enciclopedia como herramienta o como arma 101

¿Herramienta biopolítica? 104

El intelectual académico y fiel aliado se queja al Estado 109

La posición de D’Alembert se ha vuelto insostenible 113

Distancia con el publicismo mundano y astuto de Diderot 115

Apoyo a la Ilustración y los enciclopedistas desde la academia 117

Enciclopedia, capitalismo de imprenta, instrumento biopolítico y símbolo 120

Personajes y escenarios en la vida de D’Alembert 124

La marquesa de Tencin: madre natural de D’Alembert 124

La fama de Madame Tencin 124

D’Alembert, un carácter muy diferente al de madame Tencin 125

Julie de Lespinasse, la compañera filósofa 125

Hija no reconocida 125

El salón de Lespinasse 126

Elogios unánimes 126

Relación constante y respetuosa pero «libre» 126

La muerte de Julie 127

Voltaire y la Ilustración moderada 127

Choque con Rousseau 130

Academias reales y científicas 131

Academia francesa y Academia de las Ciencias de París 132

Salones, esfera pública, lectura y circulación de ideas 134

Salones: política, cultura y banalidad mundana 137

Confabulaciones político-culturales 137

Mundanos y «alimenticios». El «sobrino de Rameau» 138

El «filosófico» salón de Lespinasse 138

Capitalismo de imprenta 140

Librepensamiento y «república de las letras» 142

La Enciclopedia, algunos datos y hechos 146

Jaucourt el oscuro y más prolífico redactor filosófico de la Enciclopedia 149

«El sueño de D’Alembert» de Diderot 150

Epílogo 152

Bibliografía 155

Introducción

Jean le Rond D’Alembert lleva el nombre de la capilla de Notre-Dame de París donde fue abandonado un 16 de noviembre de 1717. Su madre era la famosa, brillante y frívola marquesa de Tencin, quien abandonó a todos los hijos resultantes de sus amoríos con altas personalidades como el propio regente. Su padre fue el mundano pero también muy cultivado general de artillería Destouches, que se ganó el significativo sobrenombre de «Cañón». Ambos formaban parte de la «crème de la crème» de la corte y de París, donde eran conocidos por todo el mundo y a todo el mundo conocían.

Bajo ese estigma de pública bastardía vivió siempre D’Alembert y, sin duda, ello fue para él una condena que le torturó siempre. Como también torturó a la compañera sentimental de toda su vida: Julie de Lespinasse. Ambos son hijos naturales —«bastardos» a los ojos de su sociedad— de muy reconocidos vástagos de la élite aristocrática —de sangre pero también de educación— de su tiempo. A ambos esa élite les ofreció —como una mínima compensación— la posibilidad de formarse, y a ella se acogieron con entusiasmo y brillantes resultados.

Pero, precisamente porque Jean y Julie fueron capaces de desarrollar sus talentos y superar en mucho a los padres que no quisieron reconocerlos, les dolía sobremanera esa «bastardía» conocida —y «perdonada»— por todos. Recordemos que, en aquellos tiempos, ninguna condena moral realmente recayó sobre los padres que los abandonaron y no los reconocieron, mientras que en cambio el estigma persiguió siempre a Jean y Julie. Con seguridad y precisamente por su éxito intelectual, ellos tuvieron que sufrir por ese injusto destino más que los muchos otros «bastardos» de la época.

Por eso, D’Alembert se negó tanto a heredar el carácter frívolo y mundano de sus padres, como a recibir sus apellidos —cuando, ya siendo famoso, tuvo tal posibilidad—. Ahora, sin duda y por mucho que le pesase, D’Alembert debe a sus progenitores una base genética sobre la que cimentó una brillante carrera, llena de inteligente talento. Así D’Alembert lideró la Ilustración francesa más moderada y que hubiera podido evitar la Revolución. Fue clave para incorporar muchos «philosophes» a la Academia francesa y otras academias reales, y —por supuesto— para que fuera posible el gran proyecto intelectual, editorial y social de la Enciclopedia francesa.

Incluso se negó siempre —D’alembert— a recibir o entrevistarse con su madre, pues representaba para él —sin duda— aquello que más odiaba de la aristocracia. No podía concebir que él, sus otros hermanos y seguramente otros aspectos de vida familiar, formaban parte de lo mucho que Madame Tencin había tenido que sacrificar para construir —en un mundo hecho por y para los hombres— su sorprendente trayectoria vital de hedonismo, pero también de reconocida escritora de truculentas novelas de éxito y de salonnière muy inteligente e importante.

D’Alembert cargó siempre el doloroso estigma de su bastardía, aunque ésta le abriera en algún momento el reconocimiento de unas élites que querían unir la aristocracia del talento, a la de la sangre y del linaje. De Federico II de Prusia a Luis XV (pero también a Fontenelle o Madame Pompadour), todos querían creer que incluso en sus bastardos yacía la prueba de su superioridad. ¡Y D’Alembert parecía el mejor ejemplo para ello!

No obstante y lamentablemente no fueron capaces de reconocer y seguir el camino que D’Alembert les indicaba y por el que luchó toda su vida. En general predominaron los bloqueos a la regeneración social, los impedimentos ante cualquier intento de incorporar los nuevos talentos exteriores al establishment, y el menosprecio a las potencialidades de las clases populares. Por eso en última instancia los esfuerzos del bastardo D’Alembert no consiguieron cambiar lo suficiente la sociedad para que no fuera necesaria la Revolución francesa.

Trágica y dolorosamente escindido entre un origen noble que en su plenitud le es negado, pero que a la vez es elogiado como «fuente oculta» de sus talentos, D’Alembert intenta una eficaz regeneración de las instituciones intelectuales, conquista las más altas cotas alcanzadas en ellas por la Ilustración francesa e, incluso, moviliza importantes sectores para reconducir al poder de acuerdo con los nuevos tiempos. Curiosamente el «bastardo» ofrece así un servicio de gran valor a la clase que lo menospreció, pero ésta —aunque le admira— no puede regenerarse ni seguir hasta el fin su guía.

Por ello, hay que reconocer que, a pesar de los éxitos indudables de D’Alembert, la Revolución fue inevitable y el conjunto de la sociedad —incluyendo las élites aristocráticas que lo veían como «su bastardo»— tuvo que pagar un altísimo precio por no atender suficientemente a sus propuestas.

La aristocracia elitista no consigue cambiar suficientemente a pesar de que —olvidando sus muchos bastardos perdidos en el rencor, el alcoholismo, la miseria o la mediocricidad— cree ver en el triunfante y siempre autoexigente D’Alembert la prueba de que la «buena sangre», el carácter e inteligencia «heredados» y la superioridad estamental se habren paso —necesariamente y por sí solas— en la filosofía, la ciencia, la república de las letras, los ingeniosos debates, las altas confabulaciones culturales, los salones, los más magnos proyectos intelectuales...

Ciertamente y ya de muy joven, el brillante D’Alembert aprovechó los estudios que le financió su padre, sin duda para apaciguar su mala conciencia. Además brillaba en talentos tan diferentes como las matemáticas, la retórica, el disciplinado y autoexigente trabajo en solitario, y la inteligencia social para imponerse en las conjuras palaciegas y ganar —para propios sus proyectos— a la voluntad de los monarcas.

Esa versatilidad, junto con un adusto carácter incorruptible (probablemente ambos «heredados» de la relación bastarda con sus padres), hacen de D’Alembert el tipo de hombre, carácter, inteligencia y talento capaz de ganar para la naciente Ilustración cotas de poder e influencia —impensables antes— tanto dentro de las instituciones como en la sociedad francesa de su tiempo.

Como veremos, le debe mucho la Ilustración a D’Alembert: en lo científico, en lo filosófico, en la promoción de sus valores básicos, en tanto que república de las letras y «capitalismo de imprenta», en tanto que nueva clase intelectual y nuevas prácticas culturales, en tanto que nueva relación biopolítica con el Estado y sus instituciones...

Quizás en la tolerante y parlamentaria Gran Bretaña había habido claros antecedentes del papel que jugaría D’Alembert, como sus muy admirados Francis Bacon o Isaac Newton. Pero en la absolutista, centralista y versallesca Francia nadie podía ejercer el papel que le destinó la historia ¡y D’Alembert mismo! Los destacados esfuerzos de Colbert y Fontenelle no lograron incorporar a la nueva intelectualidad, igualmente como —más tarde— Necker y Turgot fracasarán en regenerar un régimen incapaz de seguir a los nuevos tiempos.

Solo D’Alembert va consolidando de forma relativamente callada significativos avances en la institucionalización de la Ilustración, así como su lenta impregnación y visibilidad social. El aristócrata y brillantísimo Montesquieu asciende en las instituciones «sabias» expandiendo los valores ilustrados de la división de poderes y la tolerancia, pero es bloqueado y no acaba de abrir el camino para los «philosophes» en esos decisivos campos.

Algo parecido podemos decir de Voltaire, por otra parte un buen aliado de D’Alembert en estas tareas, quien no puede substituirle en la práctica pues siempre termina chocando con el poder y es incapaz de morderse la lengua o de modular su sarcasmo. Hoy cuesta valorarlo, pero en aquellos tiempos los ilustrados y la Ilustración tenían que ser muy hábiles, astutos y autocontrolados para mover mínimamente el poder y los monarcas hacia algo así como el «despotismo ilustrado». En aquellos tiempos prerrevolucionarios, logros tan pequeños parecían los únicos posibles y requerían denodados esfuerzos.

Ante tan grandes dificultades, hoy todos los análisis confirman que —a pesar de compartir con D’Alembert la alta dirección de la Enciclopedia y continuar después de la dimisión de éste— el plebeyo Diderot no podía jugar el papel de aquél y eso, que gozaba de comprobada habilidad, astucia, eficacia, inteligencia y capacidad de trabajo. Tampoco podía competir por el decisivo papel de D’Alembert, el también plebeyo Rousseau, a pesar de ganar para la Ilustración tantos lectores con su patetismo seductor y su brillante escritura a la vez radical y predicadora.

En definitiva, en el absolutista panorama francés —hoy anacrónicamente percibido como más tolerante de lo que era—, solo D’Alembert parece equilibrar vicios, virtudes, talentos y debilidades, para ponerlos al servicio de mejorar decisivamente el impacto histórico real e institucional de la Ilustración. De hecho, cuando consigue pasar el «relevo» o «testimonio» a su discípulo Condorcet, ya es demasiado tarde para una evolución política, cultural y social; y Francia tiene que enfrentarse con la violenta escisión que representa la Revolución. Pero en todo caso ni la Ilustración ni la Revolución «francesas» se pueden entender sin las complejas estrategias y prácticas político-culturales que impulsó D’Alembert.

D’Alembert un nuevo tipo de intelectual clave para la Enciclopedia y la Ilustración

«Faites naître, s’il est possible des géomètres parmi ces peuples (où l’Inquisition existe encore), c’est une semence qui produira des philosophes avec le temps, et presque sans qu’on aperçoive... Bientôt l’étude de la Géométrie conduira à celle de la Méchanique; celle-ci mènera comme d’elle-même et sans obstacle, à l’étude de la saine Physique et enfin la sain Physique à la vraie Philosophie, qui par la lumière générale et prompte qu’elle répandra, sera bientôt plus puissante que tous les efforts de la superstition car ces efforts, quelque grands qu’ils soient, deviennent inutiles dès qu’une fois la nation est éclairée.» D’Alembert «GÉOMÈTRE»1

Es fácil que quien se dedica a la vez a ámbitos distantes entre sí, suela ser menos valorado tanto en unos como en otros. Es debido a la dispersión resultante de su misma ambición, pero también a que las múltiples facetas fácilmente se oscurecen y contradicen entre sí. Por ello Jean le Rond d’Alembert (1717-1783) ha sido tradicionalmente considerado demasiado filósofo por los científicos y demasiado científico por los filósofos.2

Intentaremos aquí evitar considerarlo demasiado académico y fiel a la institucionalización estatal, a la vez que demasiado librepensador y defensor de la «república de las letras». Al contrario, procuraremos mostrar que las dualidades que marcan al hombre e intelectual D’Alembert también lo convierten en clave para su tiempo y en un avanzado para el futuro: un «savant»3 que es «philosophe». D’Alembert es un nuevo tipo de intelectual que participa y anima las primeras biopolíticas estatales y, a la vez, utiliza el capitalismo de imprenta y los emergentes medios de comunicación de masas para dirigirse a la república de las letras y a la creciente opinión pública.

Más allá de los mitos sobre su persona, sobre la Encyclopédie y sobre la Ilustración en general, intentaremos ajustar al máximo la compleja figura intelectual de D’Alembert. Por ello, consideramos que la dirección y defensa de la Encyclopédie que lleva a cabo D’Alembert es muy coherente con su trayectoria en las academias reales del antiguo régimen. Su batalla en contra del falso mecenazgo de los «grandes», que esclaviza la libertad de unos intelectuales que deben ser valorados por su talento personal, es el coherente reverso de su esfuerzo para integrar a sus amigos «enciclopedistas» en las academias reales y para pedir al Estado absolutista reformas en la dirección del «despotismo ilustrado» y lo que hoy llamamos «biopolíticas».

Mostraremos la coherencia de la figura intelectual de D’Alembert que subyace bajo sus tensiones internas y las contradicciones que marcan su época. Su grandeza estriba en su personal reconciliación, pero también es el origen de cierta incomprensión. A pesar de que en muchos sentidos la Enciclopedia choca con su trayectoria de «savant» (es decir: académico, científico profesional y casifuncionario de la monarquía), D’Alembert devendrá «philosophe» y se comprometerá radicalmente con el proyecto ideológico-cultural del enciclopedismo. A pesar de las profundas tensiones entre ambos aspectos, D’Alembert deviene un comprometido miembro de la «república de las letras» que defiende la Enciclopedia como la causa misma de la Ilustración, de la libertad, del progreso social, cultural y político de la humanidad; pero también del tipo de política cultural y del modelo de «gobernanza» que —a juicio de D’Alembert— un Estado moderno debe llevar a cabo.

D’Alembert es el miembro internacionalmente más activo e influyente de las academias reales de su tiempo,4 ayuda a penetrar en ellas a sus ilustrados amigos «filósofos» y colabora en la creciente profesionalización de la ciencia y de los científicos. Pero también es clave para el proyecto de «capitalismo de imprenta» más importante de su tiempo, para el que pide —en medio de la incomprensión de amigos y adversarios— el apoyo y complicidad estatales, y al que defiende como la causa de la dignidad de los intelectuales cuya tarea —afirma— es crítica y no la adulación del poder o de la opresiva superstición religiosa.

Y es que sintetizando: D’Alembert anuncia un nuevo tipo de intelectual cuya acción compagina los más potentes ámbitos que su tiempo está creando. Por una parte: una ciencia profesionalizada; estatalmente financiada; con una clara jerarquización de las instituciones «nacionales» y estrechamente vinculada internacionalmente; con sus academias, institutos y centros de investigación, sus revistas especializadas, etc. Por otra parte: el intelectual publicista, heredero del free-thinker, capaz de proyectarse a través de los nuevos medios de opinión pública y del mercado cultural, de una industria editorial cada vez más potente, de periódicos generalistas, gacetas literarias, salones5 o círculos filosóficos... y todos los antecedentes de los actuales mass-media.6

Pero vayamos por partes. Primero mostraremos la faceta de científico profesional de D’Alembert, luego de académico e institucionalizador de los enciclopedistas, más tarde de filósofo publicista y, finalmente, vincularemos su defensa de la Encyclopédie con su moderado reformismo biopolítico.

Savant y científico profesional

«Quand je dis les Savans, je n’entends pas par-là ceux qu’on appelle Èrudits; c’est une nation jusqu’ici assez peu connue, peu nombreuse, peu commerçante, & qui certainement n’en est pas plus blâmable.» Essai sur la société des gens de lettres et les grands.7

Como hemos apuntado, D’Alembert es de los primeros en prefigurar el científico profesional8 que está naciendo a finales del antiguo régimen, cuando «alcanzaron la madurez procesos de larga duración, como la fase de identificación definitiva de un nuevo saber, su legitimación y su consolidación institucional necesaria para crear el fundamento de una auténtica profesión»9 científica. Con ello, el desarrollo científico deja de depender de geniales individualidades que trabajan autónomamente y relativamente aisladas, y cada vez más se lleva a cabo en grupo, financiado y organizado por grandes instituciones estatales10 pensadas para ello. Si bien todavía se tendrá que esperar para que madure la relación de la ciencia con la industria, se está pasando claramente de lo que se ha llamado (sin ningún ánimo peyorativa) la «Little Science» a la «Big Science».11

Se nos dirá (y en gran medida es innegable) que D’Alembert permanece inscrito en una ciencia físico-matemática puramente teórica12 que, dentro de la dualidad heredada de Newton, está mucho más vinculada a los Principia mathematica (1687) que al programa más experimental de la Óptica (1704). Así, no consta que D’Alembert jamás hiciera efectivamente ningún experimento, a pesar de ser un conocido defensor de la vertiente empírica de la ciencia y de ser acusado de plagiar a Bacon en el Discurso inicial de la Encyclopédie.13 También es cierto que se opone académicamente a las nuevas corrientes naturalistas representadas p.e. por Buffon, desconoce o valora poco la nueva ciencia biológica y de la vida (que tanto fascina a su amigo Diderot)14 e incluso a la naciente química.15 Por ello, D’Alembert está más cerca de la físico-matemática que culmina, todavía en el XVII, con los Principia de Newton (es decir lo que se llama la primera revolución científica),16 que no de la segunda (que protagonizaran gente como Lavoisier o Coulomb).

Pero eso no quita que D’Alembert ejemplifica muy bien ese proceso de profesionalización de los científicos que, significativamente, avanza más en el modelo absolutista, centralista,17 jerarquizado18 y autoritario19 francés que no en el baconiano británico, menos dirigista, con importante pero menor intervención de la monarquía y más cercano a la sociedad civil. Los estudiosos coinciden actualmente en que el modelo británico, dio magníficos frutos en el XVII y continúa dándolos durante el XVIII en el desarrollo técnico-industrial-aplicado pero, en cambio, pierde terreno respecto al francés por lo que respecta a la gran investigación científico-teórica. Como dice Ferrone «En el siglo XVIII, la Royal Society cedería el terreno a su hermana parisina, más joven, robustecida con las pensiones y privilegios otorgados por Luis XVI».20

Basta con la lista de academias e instituciones científicas creadas por el absolutismo (especialmente alrededor de la Academia de ciencias, pero también del Jardín de Buffon, el observatorio de los Cassini o el Arsenal de Lavoisier)21 para evidenciar la enorme potencia del marco académico francés.22 Fue creado por los grandes ministros del absolutismo (Richelieu, Colbert, Mazzarino) con planteamientos mercantilistas que, al igual que el cameralismo germánico, consideramos los más directos precedentes de las biopolíticas de los Estados modernos. Solo dentro de este contexto surgirán los primeros ejemplos de tecnócratas (funcionarios formados a la vez en las necesidades del poder y del saber).23 Recordemos el controlador general Turgot, amigo influyente del grupo reformista moderado que lideraba D’Alembert24 y su discípulo Condorcet,25 con él —se dice— «llegó a su apogeo la figura del savant utilizado como tecnócrata y funcionario».26

A pesar de ser un radical defensor de la meritocracia del talento, D’Alembert es uno de los mejores ejemplos —como dice Ferrone— de «savant» del Antiguo Régimen, es decir, un intelectual que, inserto orgánicamente en el aparato del Estado, aceptaba enteramente la lógica y los valores de una sociedad jerarquizada, prescriptiva, organizada en estamentos, [...alguien perteneciente a] Un corps savant decidido a encontrar un lugar destacado, una identidad precisa y una legimitación plena entre los corps de l’État.27 [...consciente de que]28 El compromiso con el absolutismo y con su sistema de organización de la vida intelectual, basado en el patronage, permitía, entre otras cosas, desarrollar hasta las últimas consecuencias las potencialidades del método científico y ampliar el número de protagonistas gracias a las financiaciones, pensiones y privilegios29 otorgados por el soberano.»30

Jean Dhombres (en AA.VV. op.cit. 1989, pág. 173ss) destaca la coherencia del programa de trabajo y de la política de promoción dentro de las academias reales llevado a cabo por D’Alembert que actúa (a veces con dureza) como «un directeur, avec une vision claire des bonnes questions à poser dans l’investigation scientifiques. Ceux qui n’adhèrent pas à cette vision, soit par trop grande ambition du pouvoir effectif de la science, soit par le flou d’un langage non mathématisable, sont mis de coté et marginalisés—. En ce sens, D’Alembert est un patron des Sciences».

Académico e institucionalizador de los enciclopedistas

«En un mot, personne ne répond de nos articles que nous, & nous ne répondons que de nos articles: l’Encyclopédie est à cet égard dans le même cas que les Recueils de toutes nos Académies.» D’Alembert.31

Tanto «por», como «a pesar» de su bastardía (que en la Francia de mitad del XVIII era de todos conocida, pero también valorada socialmente —aunque pueda sorprendernos—) D’Alembert tuvo muy pronto importantes contactos con el poder. Así D’Alembert no tuvo especiales problemas para ser admitido en la escuela de gran prestigio «de las cuatro naciones», en selectos salones como el de su protectora Mme. Deffand y en las academias reales, además en un momento en que no era habitual el acceso del pueblo llano a ellas.

Después que le fueran admitidas sus primeras publicaciones matemáticas,32 en 1742 D’Alembert ingresa a los veinticuatro años en la Academia de las Ciencias de París como «asociado adjunto de astronomía». Solo cinco años más tarde en 1746 D’Alembert se convirtió en «asociado de geometría» en esa misma Academia de Ciencias y fue escogido por aclamación miembro de la Academia de Berlín.

Entonces la prometedora carrera académica de D’Alembert sufrió un relativo pero importante bloqueo por parte de Clairaut33 y Euler,34 pero en parte gracias al apoyo de la marquesa de Deffand y su salón, fue elegido en 1754 miembro de la Académie française. Ese mismo año es nombrado miembro del Instituto de Bolonia (con recomendación papal de Benedicto XIV) y, el año siguiente, de la Academia sueca; siéndole otorgada además por Luis XV una pensión de 500 libras.35

Como vemos es el período de su dedicación a la Encyclopédie, cuando además reinaba en el salón de su compañera Julie de Lespinasse, que se convertirá —destaca el estudioso Michel Paty— en el centro logístico que concentraba y administraba las infinitas tácticas, argumentaciones, alianzas, movimientos estratégicos e, incluso, confabulaciones que D’Alembert y su grupo de «filósofos» llevan a cabo para dirigir la penetración de las nuevas ideas ilustradas y de sus defensores en las grandes academias científicas o literarias de la monarquía.36 En tanto que hombre de su tiempo y buen conocedor de las dinámicas de las instituciones reales, no tiene que sorprender, aunque en parte se base en material inédito quizás no del todo fiable, que John Pappas37 considere que en la tarea de consagrar su influencia e institucionalizar los enciclopedistas D’Alembert «n’hésitait pas à employer, dans la lutte, les mêmes méthodes d’Ancien Régime qu’il reprochait à ses adversaires, y compris la censure,38 l’intimidation, et même les perquisitions à domicile par la police.»

D’Alembert incluso puso en peligro su prestigio y reconocimiento internacional para defender ese espectacular ejemplo de «capitalismo de imprenta» o de «libre» «república de las letras»39 que es la Enciclopedia, la cual necesitaba urgentemente la «legitimidad» y «apoyos» que D’Alembert había ido recabando a lo largo de su compleja carrera de matemático y científico, de académico y de personalidad con peso internacional, de filósofo renovador y de comprometido publicista. Hábilmente usa D’Alembert su conocida amistad con Federico II, el «ilustrado» rey de la potencia militar más importante del momento40 o su creciente influencia en la política académica internacional. Las ofertas de Federico y de Catalina para que la bloqueada y prohibida Enciclopedia (después de 1759) fuera publicada en sus reinos, fueron seguramente claves para que la monarquía francesa optara por un tácito permiso.

Más allá de defender públicamente la Encyclopédie, la dignidad del intelectual y los ideales ilustrados, D’Alembert será clave además para el reconocimiento en las cortes, las altas academias y la cultura «oficial»41 de los enciclopedistas y del grupo de los «filósofos» franceses que lideraba con Voltaire. No fue una tarea fácil pues como constata D’Alembert en el préface de 175942 ha introducido cambios y añadidos en la nueva edición del Essai sur les Gens de Lettres debido «à l’état présent de la République Littéraire, dont les membres dispersés & désunis, sont persécutés par ceux même qui auroient le plus d’intérêt à les défendre & à les protéger. Car quiconque est jaloux d’acquérir ou de conserver l’estime & la confiance publique, doit ménager les Ecrivains de sa nation».

Nunca pudo conseguir que se admitiera a Diderot, pero D’Alembert junto a un pequeño núcleo inicial de «filósofos» entre los que destacaba Voltaire promociona a la Academia francesa en 1768 al famoso escritor Marmontel, al filósofo sensista Condillac (a quien también ayudó a ser admitido en la Academia de Berlín en 1752) y en 1774 al escritor Jean-Baptiste-Antoine Suard.43

Además, mientras tanto, D’Alembert había conseguido establecer una hábil y productiva interrelación internacional con los nuevos talentos matemáticos. Así se declaran discípulos directos de D’Alembert los brillantes Condorcet (al que en 1769 hará elegir miembro de la Academia de ciencias y, en 1782, secretario perpetuo de l’Académie française),44 Lagrange (con quien se relaciona desde 1759, promocionándolo en 1766 a la dirección de la Academia de Berlín y facilitándole que —en 1787— se convierta en secretario perpetuo de la de ciencias de París) o, el joven y de familia muy humilde, Laplace (al que ayuda a convertirse en profesor de matemáticas en la Escuela militar de París).45 Finalmente, en 1772, D’Alembert alcanzó la cima de su prestigio e influencia46 al ser elegido secretario perpetuo de la Academia francesa.

Philosophe y científico publicista

Franco Venturi47 acierta cuando dice que D’Alembert es en gran medida «una creación» de la Encyclopédie, ya que fue ésta «lo que le llevó a la actividad filosófica y literaria». Ciertamente, hasta que fue contratado como director de la Enciclopedia y, sobre todo, hasta que tuvo que defenderla en primera línea de combate, D’Alembert era un experto físico-matemático, que se estaba abriendo camino en la jungla de las academias científicas monárquicas de la época, pero poco más. Defendiendo la Encyclopédie y enfrentándose a los ataques, va enriqueciéndose la figura poliédrica de D’Alembert (muchas veces en contra de su propia voluntad).

Entonces, no solo aparece el D’Alembert filósofo y publicista, sino también el científico que publica autónomamente y para el público.48 Tres motivos de diferente importancia lo impulsan a ello, el primero es meramente académico y bastante común en dicho ámbito (el relativo pero importante bloqueo que padecía ya a finales de la década de 1740 ante Clairaut y Euler); pero los otros dos están directamente vinculados a su intervención en la Encyclopédie: los ácidos ataques que le llevaron a querer defender públicamente y con plena autonomía49 su figura e ideas, y su recién adquirido conocimiento de primera mano de las nuevas posibilidades del capitalismo de imprenta.

A consecuencia de todo ello, D’Alembert fue uno de los primeros matemáticos que decidió publicar sus obras conjuntamente y en una edición que, si bien no podía llegar al gran público, sí que intentaba superar la entonces muy reducida circulación de los escritos matemáticos y científicos. Siguiendo el modelo de la recopilación de sus Misceláneas de literatura, de historia y de filosofía (iniciadas en 1753 con un total de 5 volúmenes publicados hasta 1767), edita entre 176150 y 1780 los ocho volúmenes de sus Opuscules mathématiques. Ello le convirtió seguramente en el científico vivo mejor editado de su tiempo; pues prácticamente publicó su obra completa en vida.51 La comparación con su amigo Diderot52 es especialmente sangrante, pues D’Alembert no solo había conseguido publicar y recopilar la gran mayoría de sus escritos literarios y filosóficos, sino también los científicos.53

Como vemos, a pesar de que el capitalismo de imprenta no será nunca el ámbito principal del académico y científico casi-profesionalizado que es D’Alembert, la experiencia enciclopedista le permite obtener una idea suficientemente clara de su funcionamiento y posibilidades, como para proyectar eficazmente su obra (incluso científica) al nuevo y creciente público lector. Sin duda, ello diferencia a D’Alembert de casi todos los matemáticos y científicos de su tiempo, y además le permite ganar una fama y relevancia entre las nuevas clases medias ilustradas como para encontrar en ellas una recepción que le permite editar sus obras prescindiendo de financiación institucional o del mecenazgo de algún poderoso. Una vez más, superando cierta paradoja, la ambivalencia académica pero también publicística de D’Alembert le permite obtener beneficios en ambos ámbitos.

Enlazando cultura elitista y popular

El relativamente oscuro personaje científico y académico que era D’Alembert antes de convertirse en editor de la Encyclopédie, será pronto un famoso publicista, que conseguirá —quizás mejor que nadie— integrar la vertiente de la ilustración vinculada a la alta cultura más oficial y la vinculada con la cultura de las emergentes clases medias. La propia Enciclopedia juega un importante papel en legitimar y expandir socialmente en las clases cultas las nuevas propuestas ilustradas y, con ello, es clave para renovar la alta cultura todavía básicamente cortesana y que amenazaba esclerotizarse. En el Préface del volumen III54 dice D’Alembert significativamente: «Quelcoques Savans, il est vrai, semblables à ces Prêtres d’Egypte qui cachoient au reste a de la nation leurs subtiles mysteres, voundroient que les livres sussent uniquement à leur usage, & qu’on dérobât au peuple la plus foible lumiere, & qu’on dérobât au peuple la plus foible lumiere, même dans les matieres les plus indiffèrentes; lumiere qu’on ne doit pourtant guerre lui envier, parce qu’il en a grand besoin, & qu’il n’est pas à craindre qu’ell devienne jamais bien vive. Nous croyons devoir penser autrement comme citoyens, & peut-ètre même comme gens de lettres».

No hay que olvidar que el alto precio de los volúmenes de la Enciclopedia limitaban mucho sus destinatarios a las clases más pudientes. En principio tenía toda la razón Voltaire, cuando en una famosa carta a D’Alembert, se mostraba escéptico de que, a ese precio, la obra pudiera tener realmente una recepción y un impacto político decisivo: «nunca veinte volúmenes in folio harán la revolución; son los pequeños libros de bolsillo a treinta sueldos los que hay que temer. Si el Evangelio hubiera costado 1.200 sestercios, jamás se habría establecido la religión cristiana».

Pero la obra relativamente elitista que —en sus inicios— era la Encyclopédie jugó un importante papel de renovación de la cultura oficial desde las emergentes clases medias. Además las sucesivas y más baratas ediciones de la Enciclopedia (como Robert Darton recoge) ampliaron notablemente su recepción social.55 De esta manera, devino a la vez un excelente negocio económico y tuvo un enorme éxito cultural, social y político. D’Alembert fue clave para esa feliz combinación, al poner su prestigio académico y su reconocimiento en la «alta» cultura «oficial» al servicio y defensa de la dignidad de la emergente ilustración de clases medias. Así somete la Encyclopédie a la valoración en primer lugar de las clases alfabetizadas, sin distinción de rango o sangre: «Voilà le point d’où il faut partir pour apprécier un ouvrage de l’espece de celui-ci: voilà sur quoi doit prononcer le public qui lit, & qui pense.»56

Pues no olvidemos que las polémicas dalembertianas en defensa de la legitimidad, libertad y dignidad intelectual de la Enciclopedia, no solo legitimaban ese macro proyecto editorial, sino el conjunto de los portavoces de las nuevas ideas ilustradas —muchos de ellos nacidos fuera de los círculos nobiliarios y marginados de la cultura «oficial»—. Precisamente por ser quien era, defendiendo el proyecto enciclopedista, la libertad y dignidad de los intelectuales y la importancia del talento, D’Alembert lleva a cabo una tarea de gran importancia que tiende a unir la cultura oficial y la de las clases medias, y a legitimar la segunda desde la primera.

Savant y philosophe, juntos, en la defensa de la Encyclopédie