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La historia de Dafnis y Cloe es tan sencilla como universal. Ambientada en la bucólica isla de Lesbos, narra el idilio entre dos adolescentes que poco a poco descubren el amor tanto en su dimensión sentimental como erótica. Longo dota a su novela de una sensualidad que se ve intensificada por el protagonismo que adquieren la naturaleza y el paso de las estaciones en el proceso de enamoramiento. Todo ello desemboca en una narración atemporal que resulta casi tan cercana a la sensibilidad actual como a la de sus contemporáneos. "Hay en Dafnis y Cloe mérito bastante para colocarla en el número de las novelas excepcionales, de belleza absoluta e independiente de la moda". JUAN VALERA
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Seitenzahl: 237
Veröffentlichungsjahr: 2023
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Volumen original: Biblioteca Clásica Gredos, 56.
© del prólogo: Pilar Hualde Pascual, 2021.
© de la traducción y las notas: Máximo Brioso Sánchez.
© de esta edición: RBA Libros y Publicaciones, S.L.U., 2021.
Avda. Diagonal, 189 – 08018 Barcelona.
www.rbalibros.com
Primera edición en esta colección: octubre de 2021.
RBA · GREDOS
REF.: GEBO615
ISBN: 978-84-249-4098-0
ELTALLERDELLLIBRE · REALIZACIÓNDELAVERSIÓNDIGITAL
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La novela fue, cronológicamente, el último de los géneros literarios de la literatura griega y, como el resto de ellos, nació condicionado por las necesidades comunicativas de la sociedad del momento. Si no se pueden concebir la épica y la lírica primitivas sin reparar en un contexto en el que la oralidad es la base de la transmisión de la obra, si no se puede entender la existencia de la tragedia o la comedia antigua sin ligarlas a la democracia y a la parresía, es decir, la libertad de expresión, propias de la Atenas de época clásica, tampoco es posible referirnos al nacimiento de la novela griega sin ligarlo a la sociedad del Oriente Próximo helenizado. El nacimiento de la novela tiene sentido en un momento en que el hombre griego ya no es un ciudadano, sino que, desaparecida la democracia años atrás, es un súbdito de los reinos helenísticos que se repartieron el imperio de Alejandro Magno y, más tarde, el Imperio romano. En este contexto, en el que se impone la lengua común griega como idioma de cultura, se integran, en realidad, los pueblos más diversos, como egipcios, romanos, fenicios o sirios, unidos de manera más o menos artificial bajo un mismo sistema político. Nos encontramos con una sociedad «globalizada», en la que los límites geográficos y culturales son más bien difusos, y en la que la cultura se irradia a partir de grandes núcleos urbanos como Alejandría, primero, y Roma, después. El individuo del momento, agobiado por el abigarrado entorno que le rodea, en el que el cruce de razas, culturas y religiones produce desarraigo y desconcierto, vuelve sus ojos a la literatura en busca de un medio de escape que le sirva para huir de una realidad insatisfactoria. Nace así, en época helenística, lo que posteriormente hemos denominado como «literatura de evasión», representada en dos géneros: dentro de la poesía, la bucólica, y, dentro de la prosa, la novela. Ambos pretenden que el lector urbano, agobiado por su entorno, pueda escapar de la realidad circundante: en el caso de la poesía bucólica, presentando al amante en un contexto campestre idealizado; en el caso de la novela, a través de un mundo de aventuras en el que se desarrolla una trama amorosa con final feliz. Cronológicamente, la bucólica, iniciada por Teócrito en el siglo IIIa.C., es anterior a la novela, cuyo nacimiento hemos de situar en torno al siglo IIa.C. Sin embargo, los textos novelescos que nos han llegado íntegros son posteriores y no conocemos la identidad del primer escritor de novelas en el mundo antiguo. Algunas hipótesis apuntan a que el nacimiento del género debió de tener lugar entre las clases ilustradas de las ciudades helenísticas de Asia Menor y de ahí pasaría poco después a Alejandría, núcleo central de la cultura en este momento, lo que posibilitó su rápida propagación.
Se ha definido la novela como un género con forma abierta para una sociedad abierta. En efecto, el hecho de que la novela no presente una forma canónica, cerrada y definitiva, sino que en ella aparezcan en libertad la narración en primera o tercera persona (que, a su vez, pueda alternarse con diálogos), que sus descripciones sean de carácter muy variado (ya líricas, ya geográficas, ya filosóficas), o que, incluso, en ocasiones, se decante por la forma epistolar son factores que la convierten en un género abierto que se corresponde bien a los sentimientos y expectativas del mundo en el que surgió. No obstante, la novela hereda algunas características de los géneros que la habían precedido en la historia de la literatura griega: por una parte, comparte con la historia su carácter de narración en prosa, pero sin su pretensión de veracidad; además, por su contenido y por su afán de patetismo, es afín al drama, sobre todo a la Comedia Nueva, cuyos tipos prefiguran los personajes novelescos.
Si por algo se define el contenido del nuevo género es por la presencia de aventuras y por una trama amorosa que ha de resolverse necesariamente con un final feliz. En las aventuras se incluye el viaje, la presencia de lugares lejanos y la amenaza de piratas. Todo ello es reflejo del individualismo extremo de un mundo carente del sentimiento de comunidad que había existido en la época clásica griega (inicios del siglo Va.C.-323 a. C.), de un mundo que siente la incertidumbre sobre sus propios límites, cuya estética se inclina por lo exótico y cuyo sentimiento de aislamiento se expresa en la literatura mediante la imagen del viaje en solitario, símbolo de la búsqueda de seguridad y refugio. Por otra parte, el nuevo género va a dar cabida en su seno a una ideología mediocre y burguesa, encarnada por unos personajes corrientes, sometidos al azar, a los que lo único que mueve es su vida amorosa, sin ningún afán político ni interés por la comunidad, espejo de la crisis de valores en que vive el hombre del momento.
En este marco social e ideológico, los lectores de novela esperaban encontrar una literatura de consumo fácil, con elementos sentimentales —para lo que la Comedia Nueva había preparado ya el camino—, y que, en algunos casos, propiciase la excitación sexual o mostrase violencia y exotismo, y proporcionase a quien se acercase a ella el efecto de evasión deseado.
Pero, para que la novela cumpliera con sus objetivos, era necesaria una gran difusión, a través de un público alfabetizado Esta situación parece haberse alcanzado en la burocratizada sociedad helenística, donde es muy verosímil no solo la lectura personal, sino también las lecturas colectivas, en familia, en círculos de amigos o, incluso, en un entorno más amplio. Esto permitiría que, para tener acceso al nuevo género, no fuera tan preciso estar personalmente alfabetizado como pertenecer a un grupo donde se diera esta circunstancia, y estos círculos lectores no se restringirían al público de las clases superiores, sino que se extenderían a otras capas sociales. Es necesario señalar la presencia del público femenino como importante consumidor de este género, el primero, tal vez, al que las mujeres tuvieron fácil acceso y en el que fueron las auténticas protagonistas. Ello lo facilitó, en buena medida, la emancipación que experimenta la mujer en la época helenística e, incluso, su acceso a la lectura y a la cultura, de lo que da fe su participación en los círculos filosóficos de la época.
De todo el material novelesco, que debió de ser abundante, tan solo conservamos cinco obras completas, que son Quéreas y Calírroe, de Caritón de Afrodisias (siglo Ia.C.), Efesíacas o Antea y Habrócomes, de Jenofonte de Éfeso (siglo Id.C.), Leucipa y Clitofonte, de Aquiles Tacio (finales del siglo IId.C.), Dafnis y Cloe, de Longo de Lesbos (finales del siglo II d.C.), y Etiópicas o Teágenes y Cariclea, de Heliodoro de Émesa (siglo III o IVd.C.). El núcleo fundamental de las novelas conservadas (excepción hecha de Dafnis y Cloe) combina la historia de amor de los protagonistas con el viaje y la aventura por escenarios exóticos. Los autores de novelas habitualmente sitúan la acción en una época clásica ideal, en la que, a veces, no dejan de revelarse elementos del período helenístico. Los héroes son jóvenes y, sobre todo, se caracterizan por su hermosura extraordinaria, que, en el caso de la muchacha, suele ser comparada con la de las divinidades femeninas y, en el caso del muchacho, con la de los héroes más reputados. Esta hermosura, que se concreta en los cabellos rubios y en la tez blanca y sonrosada de la joven, suele provocar el enamoramiento repentino, solo con su contemplación, lo que hoy denominaríamos «flechazo». La característica moral más destacada de los amantes es su fidelidad, aunque con distinta intensidad dependiendo del autor que los dibuje: mientras en Jenofonte de Éfeso y en Heliodoro la fidelidad y la castidad se exigen a ambos amantes, en Aquiles Tacio y, como veremos, en Longo, el protagonista masculino tiene una cierta libertad para la experiencia sexual con otras mujeres, previa al matrimonio con la heroína, cosa que en el caso de la protagonista está completamente excluida. Aún más, en la novela de Caritón la importancia se concede a la fidelidad emocional, más que a la física, ya que Calírroe cede a un nuevo matrimonio con el fin de salvar al hijo que ha concebido con el protagonista. En cualquier caso, la lealtad y la defensa del matrimonio son elementos clave en el desarrollo de la trama novelesca, ya que la fidelidad, puesta a prueba por la distancia del viaje, por raptos y circunstancias imprevisibles del azar, termina imponiéndose y la obra se resuelve con el triunfo del amor consagrado por el matrimonio.
Durante años, a la novela griega se la llamó «novela de amor y aventuras», de forma ajustada a las características del género, tal como las hemos descrito. Sin embargo, la novela griega aquí presentada, Dafnis y Cloe, también conocida con el título de Pastorales, muestra una posición muy particular que se aleja, en determinados puntos, del esquema del resto de las novelas griegas conservadas. Dafnis y Cloe posee la particularidad de presentar la trama amorosa inserta en un contexto bucólico y campesino, en el que los amantes son pastores y en el que la aventura es, en buena medida, sustituida por el transcurso del tiempo, determinado literariamente por las estaciones del año, en paralelo a la iniciación de la pareja protagonista en el conocimiento del amor físico.
Respecto al autor del texto es poco lo que se sabe. La obra se nos ha trasmitido bajo el nombre de Longo y a su autor, fuera quien fuese, se le ha considerado tradicionalmente oriundo de la isla de Lesbos por la descripción que del territorio de la isla hace en su obra, lugar inesperado como escenario de la bucólica, a diferencia de Sicilia o Arcadia. A ello se añade el hecho de que, en Mitilene, capital de Lesbos, se documente desde época de Pompeyo la presencia de una familia cuyo cognomen (término con que los romanos especificaban la rama de la familia a la que se pertenecía) es Longus, y que, incluso, en el año 49 fuera allí cónsul un tal Pompeyo Longo, lo que ha inclinado a diversos autores a creer que nuestro escritor podría pertenecer a esta familia, pese a lo común del nombre en esta época. Hay incluso quien apunta que Longo, nativo de Lesbos, escribió su obra en Italia, donde ejercería de profesor de retórica. Otros autores argumentan, por el contrario, que Longo no tendría un conocimiento preciso del territorio lesbio descrito en su obra, para lo que se basan, entre otras cosas, en el mal cálculo que hace de las distancias entre dos de las principales ciudades de la isla: Mitilene y Metimna. En cualquier caso, se ha intentado probar, a partir del realismo que la naturaleza presenta en su obra, que sus impresiones del medio campestre, al menos por lo que respecta a las aves y al mundo de la caza, han sido adquiridas mediante la experiencia personal y no son fruto del mero conocimiento libresco.
Para determinar la cronología de la vida de Longo solo tenemos el testimonio interno de su propia obra. Dada la imitación que el novelista Aquiles Tacio en su Leucipa y Clitofonte hace de la obra de nuestro autor, es inverosímil que la fecha de creación de Dafnis y Cloe sea anterior a los comienzos del siglo IIId.C. La cantidad de tres mil dracmas que Dafnis ofrece a Cloe para contraer matrimonio resultaría insignificante en una fecha posterior a la inflación sufrida en la segunda mitad del siglo III y, por otra parte, está bien estudiado el reflejo literario del paisajismo pictórico del momento y, en concreto, de la pintura mural del «período pompeyano», del siglo IId.C. Todo ello ha llevado a los estudiosos a situar la obra de Longo en las postrimerías de ese mismo siglo II y a incluirlo dentro del grupo de novelistas influidos por el movimiento de renacimiento de la retórica griega conocido como Segunda Sofística.
Formalmente, Dafnis y Cloe es la más cuidada de las novelas griegas. Su autor presenta una verdadera voluntad de estilo, con pleno control de los recursos expresivos y un excelente dominio de la retórica. Especialmente explotado está el recurso de la simetría, con los paralelismos y antítesis entre los que se mueven los dos personajes principales. Se ha estudiado, asimismo, la presencia en el texto de organizaciones textuales propias de otros géneros, como cantos rituales, descripciones o monólogos, e, incluso, la organización rítmica de las sílabas en algunos pasajes, que hacen del texto un precioso ejemplar de prosa poética. La obra, dividida en un proemio —en el que el autor inicia su novela con la descripción de una representación visual (en griego, ékfrasis), en este caso, de una pintura— seguido de cuatro libros, se estructura en doce episodios, divididos, a su vez, en escenas más pequeñas, y presenta una técnica que recuerda en gran medida la propia pintura descrita al inicio de la novela.
El argumento, a rasgos generales, es el siguiente: un narrador anónimo nos cuenta en el proemio de la obra cómo, mientras cazaba en un bosque idílico, dedicado a las Ninfas, encuentra una obra pictórica donde, en sucesivos cuadros, se representa una historia de amor. El autor, siguiendo una variante del famoso tópico literario del manuscrito encontrado, se decide a contar dicha historia. En el libro I, Dafnis, abandonado por sus padres al nacer, es alimentado por una cabra. Tras ser descubierto por el cabrero Lamón, será criado por este y por su mujer, Mírtale, hasta su adolescencia. Dos años después, el pastor Driante encuentra a la pequeña Cloe, que es alimentada por una oveja en una cueva dedicada a las Ninfas. Él y su mujer, Nape, acogerán a la criatura. Quince años más tarde, ambas parejas de padres adoptivos tienen el mismo sueño: las Ninfas les ordenan que sus hijos se dediquen al pastoreo, de cabras él, de ovejas ella. A partir de este momento los adolescentes llevarán a pastar juntos sus rebaños y de su trato cotidiano va a surgir la pasión amorosa. Longo, con gran agudeza psicológica, nos narra cómo en el comienzo de la primavera hay un suceso que determinará el paso de los juegos infantiles de la pareja al despertar de la comezón del deseo. La visión de la desnudez de Dafnis durante un baño en el caso de la muchacha y el impacto de un beso que recibe como premio en el caso del joven supondrán el comienzo de la desazón física y emocional que consumirá a la pareja y que no se resolverá —por cierto, según la convención del género, tras la celebración del matrimonio— hasta el final de la obra. Siguiendo el paso de las estaciones, la llegada del verano supone un avance en las caricias de los jóvenes pastores y, así, en esta estación se sitúa el muy conocido episodio de la cigarra, en el que Dafnis llega a posar sus manos sobre el pecho de Cloe, al tratar de espantar al animal que se ha alojado en tan estratégico refugio. La llegada del otoño va a acarrear la primera separación de los amantes cuando unos piratas rapten a Dafnis, que se salvará mediante una tormenta milagrosa.
En el libro II, se nos describen las tareas de la vendimia y hay una segunda separación de la pareja cuando unos jóvenes de Metimna, durante una operación de pillaje, raptan a Cloe, quien también será liberada prodigiosamente por obra del dios Pan. Por lo demás, en este otoño los jóvenes experimentan por vez primera el sentimiento de los celos y son instruidos verbalmente acerca del amor por el anciano Filetas. Este posee un primoroso jardín en el que una vez se le manifestó Eros y con cuya pormenorizada descripción el autor vincula arte y naturaleza. El bondadoso Filetas aconseja a los adolescentes el único remedio para el amor: «el beso, el abrazo y el acostarse los cuerpos desnudos». Pero la ingenuidad de los jóvenes, que hace que no trasciendan la literalidad de esta frase, les hace imposible culminar la unión amorosa.
El libro III se abre con la llegada del invierno, la nieve cierra los caminos, y, con la supresión temporal de las tareas ganaderas, los enamorados se ven obligados a permanecer en casa sin verse, salvo en la ocasión en que Dafnis acude junto a casa de Cloe con la excusa de cazar pájaros, momento que aprovecharán para jurarse eterna fidelidad. La segunda primavera con todo su lúbrico esplendor —Longo nos describe cómo se aparean los animales— acrecienta el deseo de los amantes y la intervención de Licenion (cuyo nombre en castellano puede entenderse como «lobita»), joven y hermosa esposa insatisfecha que se ofrece a iniciar a Dafnis en los secretos del amor físico, parece que va a resolver definitivamente la situación. Sin embargo, primavera y verano pasan sin que Dafnis y Cloe lleguen a culminar la unión amorosa, debido a los recelos del muchacho ante la posibilidad de hacer daño a su amada en la primera relación sexual. Los hechos se precipitan cuando los padres de Cloe piensan seriamente en casarla, ante la multitud de jóvenes que la pretenden. Dafnis interviene pidiendo a la muchacha en matrimonio para lo que aporta una dote de tres mil dracmas que providencialmente le han proporcionado las Ninfas, protectoras de la pareja.
En el libro IV, tras salvar el último obstáculo que es el intento de violación del joven Dafnis por parte del parásito Gnatón, la situación se resolverá felizmente con la consabida anagnórisis, al descubrirse que Dafnis es hijo de Dionisófanes, señor del lugar, y que Cloe es hija de Megacles, un rico hacendado de Mitilene. Puesto que no hay impedimento económico —ambos son ricos—, ni social —la novia es virgen— la boda se celebra felizmente, el matrimonio se consuma sin novedad y, en el futuro, Dafnis y Cloe, padres de un niño y una niña, siguen dedicándose a la vida pastoril tras erigir altares a Eros Pastor y a Pan Guerrero.
Si hay una novela griega en la que el elemento amoroso domine toda la trama esa es Dafnis y Cloe. A este efecto contribuyen el hecho de la reducción al mínimo de la aventura y del viaje, y la eliminación del marco histórico. Así, lo que en el resto de las novelas griegas es un viaje a tierras lejanas, preñado de peligros y aventuras, en la obra de Longo es un viaje en el tiempo, a través de las estaciones del año, de manera simultánea a la maduración psicológica y sexual de los protagonistas adolescentes, cuyos sentimientos evolucionan en sintonía con la naturaleza, frente al «flechazo» (ékplesis en griego) o amor a primera vista, que triunfa en el resto de los títulos que de este género nos han llegado. Y es, tal vez, esta visión gradual de la iniciación amorosa de una joven pareja el más valioso hallazgo psicológico de toda la novela griega.
De la misma forma, la ausencia de marco histórico, habitual en otras novelas griegas, dota a nuestra obra de una cierta intemporalidad ideal, que resalta la idea de la universalidad de la pasión amorosa. Asimismo, la descripción de paisajes exóticos es sustituida por la evocación de la vida rural de la isla de Lesbos, en la que se insertan armoniosamente elementos ideales —aparente ausencia de conflicto entre las distintas clases sociales, omnipresencia de una naturaleza amable— junto a elementos realistas, como el reflejo de un régimen agrario y ganadero en manos de la burguesía urbana.
Ello conlleva que el tema básico de la obra sea el poder del amor, del erotismo, pero un amor que se desarrolla al dictado de la naturaleza, por lo que esta, además de constituir el marco estético de la obra, es el verdadero motor de la acción. Junto a los temas principales de amor y naturaleza, aparecen, como elementos importantes, la música y una particular religiosidad, en la que Eros, Pan y las Ninfas son las divinidades tutelares de los jóvenes aspirantes a amantes.
La propia idealización de la naturaleza hace que queden reducidos a la mínima expresión los peligros y la violencia que ella entraña y que se presente una sublimación de la actividad ganadera, con elementos que están claramente inspirados en la tradición desde Teócrito (ca. 310 - ca. 260 a.C), fundador de la poesía bucólica. De esta manera, la incorporación del elemento pastoril a la narración en prosa constituye la mayor innovación de Longo y contribuye a que su novela sea la más original de las conservadas de este género. Consecuentemente, para una trama amorosa que se desarrolla en un marco agreste, es fundamental el simbolismo sexual del locus amoenus, presente en la literatura griega desde la poesía arcaica, y que aparece desde el comienzo de la obra de Longo.
La cueva arrancaba desde el centro exacto de la gran peña. Y el agua que del manantial borboteaba se vertía en forma de arroyuelo, de suerte que delante de la gruta también se extendía un prado delicioso, al nutrir la humedad abundante y tierna hierba. Y estaban allí consagrados, como exvotos de viejos pastores, colodras, flautas, zampoñas y caramillos. (I 4)
Y es que no se puede dejar de resaltar la intertextualidad presente en esta novela. Sin duda, es la obra de Teócrito la que más se deja notar a lo largo de Dafnis y Cloe, si bien las descripciones de Longo son más detalladas y se recrean en elementos que la poesía bucólica pasaba por alto. En ocasiones, los elementos heredados de los Idilios son llamativos, como es el caso de la figura del viejo Filetas, que con su experta sabiduría aconseja a los protagonistas adolescentes y en quien se ha querido ver la imagen del poeta Filetas de Cos, maestro de Teócrito, o el del propio nombre de Dafnis, que, al margen de la evocación vegetal evidente, nos remite a un personaje pastoril del siracusano. En otras ocasiones, la referencia al texto subyacente de Teócrito se realiza con intención irónica, como en el pasaje en que el mencionado Filetas recomienda, haciendo referencia al tema de «las medicinas del amor», el seguir hasta el final el impulso erótico y desacredita el tradicional remedio del canto poético que Teócrito preconizaba en su Idilio II:
Pues no hay medicina para Amor ni que se beba ni se coma ni se pronuncie en cantos, sino beso y abrazo y acostarse juntos con los cuerpos desnudos. (II 7)
Otros tópicos bucólicos presentes en la obra son el certamen entre pastores (en la línea de algunos idilios teocriteos, como el V), que rivalizan en este caso por su belleza, mientras es la propia Cloe quien dirime el juicio (I 15, 4-16) o la alabanza de las propias prendas a la hora de pretender a una muchacha, como hace Dafnis (III 29, 2-4) y que nos recuerda el paródico pasaje del joven Polifemo, en el célebre idilio XI.
Pero, además de la influencia teocritea, se documentan en Longo elementos tomados de distintos autores griegos y latinos, desde la lírica arcaica y la elegía helenística, pasando por la prosa griega de época clásica, hasta las propias églogas virgilianas y, probablemente, Ovidio.
Además, es pertinente destacar cómo algunos de los personajes secundarios de la novela de Longo, como la joven Licenion, que inicia a Dafnis en los secretos de la sexualidad adulta, o el parásito Gnatón, parecen tomados de la Comedia Nueva, al igual que ciertos elementos que potencian la intriga de la trama, como la exposición de niños recién nacidos o las escenas del reconocimiento final que posibilitan el necesario happy end.
Especialmente debatido es el elemento religioso en Dafnis y Cloe. Las posturas de los estudiosos se han polarizado entre quienes defienden una lectura puramente simbólica y alegórica de la obra, que tendría una finalidad eminentemente religiosa, y quienes, rechazando esta lectura trascendente, enfatizan la intencionalidad meramente estética del texto, sin que por ello falten posturas intermedias. Sin duda alguna, la religiosidad de los personajes está presente a lo largo de toda la novela. Las divinidades a las que dan culto son las que, consecuentemente con los temas tratados, tienen bajo su protección la naturaleza y el amor: así, las Ninfas y un dios Pan purificado en buena medida de su característica lubricidad reciben las plegarias de los adolescentes de Lesbos. Puntualmente aparecerán también Dióniso y Deméter, que serían venerados en función de sus atribuciones como divinidades relacionadas con la naturaleza. Pero será Eros, motor del amor sexual que permite la propagación de la especie y la sucesión de las generaciones, el dios que presida toda la obra. No es baladí señalar que la primera aparición del dios en la novela se hace durante un sueño, a través del que las Ninfas avisan a los padres adoptivos de los bebés expuestos acerca de su futuro pastoril presidido por Eros, que es descrito con las convenciones que acaban por configurar su imagen literaria desde época helenística: un niño hermoso y soberbio, con alas y un pequeño arco en sus manos.
Driante y Lamón en una misma noche tuvieron este sueño: les pareció que las Ninfas de la gruta aquella de la fuente, en que Driante hallara a la pequeña, ponían a Dafnis y a Cloe en manos de un rapaz presuntuoso y guapo, con alas en los hombros y dardos y un arco diminutos. (I 7)
Este pequeño Eros será la divinidad tutelar de los jóvenes amantes y quien, con su providencia constante, les irá señalando el camino iniciático que conduce al descubrimiento del amor pleno. En este sentido se justifica que se haya dicho que esta novela despliega toda una «teología de Eros». Pero es muy complicado deducir, a partir de la religiosidad de los personajes, cuál era la clase y el grado de creencia que Longo sustentaba. Desde luego, el hecho de que su novela presente a las providentes divinidades mencionadas, que se manifiestan de distintas maneras a los enamorados de Lesbos, frente al resto de relatos novelescos, que se limitan a recurrir a la Fortuna —que, más que divinidad, es la personificación del azar que mueve a los protagonistas— nos hace suponer que Longo era un individuo religioso, probable exponente del hombre del momento, inmerso en un sincretismo de religiones y en circunstancias que apuntan hacia un incipiente monoteísmo. Pero ello no autoriza a defender la figura de un Longo apóstol del antiascetismo, que reacciona frente al casto amor postulado por el cristianismo, ni a entregarse sin reservas a las arriesgadas hipótesis que ven en el autor de Dafnis y Cloe a un iniciado en el culto dionisíaco o alguna otra doctrina mistérica.
La obra de Longo Dafnis y Cloe ha sido la novela griega que más ha influido en la tradición occidental. Su nombre se hizo célebre gracias al ballet de Ravel, de igual título, ha sido motivo de numerosas obras pictóricas y, de forma tácita, ha pervivido a través de las recreaciones que de su asunto han hecho insignes autores de las distintas literaturas europeas e, incluso, alguna oriental. La clave del éxito de esta obra está, tal vez, en la descarnada sencillez con que se nos describe la iniciación sexual de dos adolescentes, lo que ha hecho que la obra se haya editado en ocasiones bajo la etiqueta de literatura erótica e incluso haya sido objeto de censura.
Independientemente del mayor o menor éxito que tuviera la novela en el momento en que fue escrita, lo cierto es que no se puede hablar de influencia de esta obra en Occidente hasta que no se llevan a cabo las primeras traducciones del texto a las distintas lenguas europeas. Francia será la pionera, en el siglo XVI, en traducir Dafnis y Cloe a una lengua vernácula gracias a la versión de J. Amyot, de 1559. Algo posterior es la primera traducción italiana, de A. Caro, iniciada en 1537, pero publicada más de un siglo después. En esa misma centuria aparece la libérrima versión inglesa de A. Day, de 1587, mientras que en Alemania hay que esperar hasta el siglo XVII para que D. Wolstand vierta el texto a lengua germana en 1615. El hecho de que los traductores modificaran púdicamente los términos más descarnadamente sexuales, unido a la circunstancia de que hasta el siglo XIX la obra se nos transmite por medio de manuscritos recientes, de entre los siglos XVI y XVIII, en los que faltan las escenas más crudas, hace que algunas traducciones sean incluso consideradas como lectura apropiada para las jovencitas, caso de la versión inglesa de Thornley’s, de 1657, subtitulada como A Romance for Young Ladies
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