Dama Luna. La amenaza de Farside - Ian McDonald - E-Book

Dama Luna. La amenaza de Farside E-Book

Ian McDonald

0,0

Beschreibung

La familia de Cariad Corcoran da la bienvenida a dos miembros nuevos: la pareja de su madre y su hija, una muchacha que tiene la misma edad de Cariad pero totalmente diferente a ella, pues es alta, guapa y se expresa con una gran seguridad. Aunque Cariad está lejos de verla como a una hermana, han de dejar a un lado cualquier diferencia que puedan tener ya que un objetivo común las une: van a encontrar la primera huella humana en la Luna. Pero para ello deberán hacer frente al poder del satélite, pues la Luna hará todo lo posible por matarlas antes de que la alcancen.-

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 180

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Ian McDonald

Dama Luna. La amenaza de Farside

TRADUCCIÓN DE BRUNO PUELLES

Saga

Dama Luna. La amenaza de Farside

 

Original title:

 

Original language: English

 

Copyright © 2020, 2022 Ian McDonald and SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726914580

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

Estamos ahí abajo en Hypatia, con treinta minutos de oxígeno, y la madre de todas las tormentas de radiación viene directa hacia nosotros.

No. Déjame volver a intentarlo. ¿Queda mejor si digo lo del oxígeno al final? Ahí abajo en Hypatia…, igual puedo añadir algunos detalles para hacerlo más expresivo, algo tipo: a un kilómetro bajo la superficie. En el punto de mira de la madre de todas las tormentas de radiación y nos quedan treinta minutos de oxígeno. Solo nos quedan treinta minutos de oxígeno.

Eso está mejor. Lo hace más, ya sabes… chan chan chaaaan. Kaya, nuestra auxiliar de Teatro en el coloquio, dice que tienes que abrir con una explosión. Bam. Atrapar su atención, hacerles decir: «Madre mía, ¿qué pasará ahora?».

¿Cómo que empiece por el principio y deje que todo se desarrolle poco a poco de forma natural? ¿Qué pasa con la tensión, los bloques de acción, las revelaciones y todo eso? El conflicto y el clímax. Eres un bot psiquiátrico, ¿qué sabrás de historias? ¿Cómo que lo importante no es lo que pasa, sino cómo te hace sentir? ¿Dónde queda el drama? ¿Dónde queda la emoción?

Vale, empezaré por el principio, pero es mi historia y la pienso contar a mi manera.

 

Es odio a primera vista.

Es Nochevieja en Reina del Sur. Estamos en la plaza entre Taiyang Tower y Osman Tower, todos mirando hacia arriba. La carrera de dragones acaba de empezar.

A ver, para que me entiendas: no tengo nada en contra de la Nochevieja, aunque, ¿qué es en realidad? ¿Lo has pensado? Gente ruidosa y tonta que se empeña en tener un contacto físico que nadie ha pedido, y todo porque una fecha pasa a ser otra. Personalmente, prefiero Zhonqiu, la Fiesta del Medio Otoño, pero que no se diga que Cariad Corcoran niega al pueblo su derecho a hacer las celebraciones que quiera. Incluso la carrera de dragones. Aunque no es de dragones de verdad, los dragones de verdad no existen. Bueno, sí, existen. Pero no vuelan. Y no están hechos de papel y nano-película, pero pueden echar fuego por la boca si quieren.

Hay dragones surcando el cielo y gente bailando en las calles y yo estoy a punto de conocer a mi nuevo padrastro.

A ver, para que me entiendas: los matrimonios son complicados. Los matrimonios anillo rozan lo estúpidamente imposible; por eso los prueba la gente. Cuando creces en uno no te das cuenta de lo raro que es. La familia es lo que conoces. La familia es lo que funciona.

Toda mi vida he tenido tres progenitores: Laine, mi madre biológica, y sus dos cónyuges: Dolores, su iz, a un lado y Andros, su derecho, al otro. Y Andros tiene a sus dos parejas: Laine es su iz y Eadward, su derecho. Y así siguiendo, vínculo a vínculo, matrimonio a matrimonio, por todo el anillo.

Así funcionaría en un mundo ideal. ¿Pero desde cuándo ha sido la Luna un mundo ideal?

A mí nunca me ha gustado Dolores, pero me caía bien Andros, así que obviamente ese fue el lazo que se rompió. Yo veía que la relación entre él y Laine iba regular desde hacía como un año, y cuando hasta Kobe se pispó ya no es que las cosas estuvieran feas, es que estaban muy muy feas. Así que terminaron, se rompió el vínculo y Laine perdió a Andros y yo también le perdí sin tener ni voz ni voto ni negociación ni contrato ni nada. Nada.

Al final se cambió directamente uno por otro: Andros fuera, Gebre Sisay dentro. Pero a Gebre no le gustaba Eadward como derecho y Eadward quería quedarse con Andros, así que se vino también la derecha de Gebre, Rachel, a cuyo derecho Noam sí que le gustaba Andros, y así clic clic clic todos los vínculos se cerraron. Guay. Los matrimonios anillo son como vivir en una telenovela. Todo el mundo tiene algo con todos los demás.

Gebre era de la Universidad, vino desde Farside para montar un nuevo coloquio de astronomía en Reina del Sur. Yo ni siquiera sabía que Laine estaba saliendo con él hasta que anunció su nueva relación perfecta y reluciente. Año Nuevo, padrastro derecho nuevo. ¿Preguntó alguien a Cariad Corcoran qué le parecía todo esto? No. Nunca. Pero aun así se espera de mí que esté ahí de pie, con todo el jaleo, el aroma a comida y los olores corporales, con Kobe, que mira hacia arriba para contemplar los dragones y me cuenta con demasiado detalle, como hace siempre, la diferencia entre las cometas de los Mckenzie y las de los Sun; y Jair, que ha ido a comprarme horchata al quiosco porque le dije que lo hiciera y él necesita alguien que le dirija en la vida. Se espera de mí que esté ahí de pie en medio de la Nochevieja y espere a que Laine se traiga de la estación a su nuevo amor.

—No queda horchata —dice Jair. Me ofrece un vaso de papel con granizado pálido—. Te he traído frozo.

Dejo que sea mi expresión la que responda: «¿Frozo? ¿Frozo es lo que me traes?»Entonces veo que Jair no se está fijando en cómo me enfado y que Kobe no está contemplando cómo los dragones alargados de Nochevieja se desploman y serpentean alrededor de las torres. Así que me giro y miro en la misma dirección que ellos y veo lo que ven: es Laine que viene a través de la multitud ruidosa y apestosa, y que trae a remolque a un hombre de mediana edad con la cabeza rapada y una sonrisa de oreja a oreja. Vienen de la mano. Pero lo que de verdad ha captado mi atención es lo que lleva él en la otra mano.

Una chica. Una hija.

Trae una hija.

Creo que todos nos hemos quedado con la boca abierta. No, no lo creo: lo sé.

A ninguno de nosotros le han consultado esto de la hija.

—Emer, Kobe, este es Gebre. —¿Por qué a Laine le cuesta tanto pillarlo? No quiero que me llame Emer. Odio ese nombre. Lo odio—. Gebre, este es Jair, el chaval de mi iz.

Los delicados rasgos de Jair se contraen en una carita triste y él hace con su guante de gato el gesto de tener la pata dolorida. Vaya, Laine, ¿es que tienes que cagarla siempre? Jair es un neko. Él se identifica así y tiene derechos igual que tú y que yo. No «un chaval», un neko. ¿Lo pillas? Vale, yo puedo decir que Jair es un chico, pero eso es un rollito entre iz y derecha. Lo he negociado con él, no lo he asumido y punto.

—Y, chicos —dice Laine—, esta es Sidibe.

Sidibe Sisay. Alta y en forma y con un top y unos pantalones de fiesta tan ajustados que podría estar embadurnada en pintura corporal y tendría el mismo efecto. Tiene tetas. Pequeñas, pero siguen siendo tetas. Puedo verlas. Jair puede verlas. Incluso Kobe puede verlas. Sus pestañas son largas y sus ojos, grandes; su piel, suave e impecable; lleva un flequillo con tupé en lo alto de la cabeza. Tiene un pelazo que yo no podría tener ni en un billón de años y una piel que no es paliducha ni descolorida ni pecosa. Y tetas.

—Cierra la boca, Jair —le ordeno. Cómo son los chicos, de verdad.

Sidibe Sisay me tiende la mano.

—Olá, Emer —dice—. Feliz Año Nuevo.

—Bueno —dice Laine, abriendo los brazos para atraparnos a Kobe y a mí en un Abrazo Familiar—. Gebre y Sidibe se vienen a vivir con nosotros.

Y la carrera de dragones termina y el reloj pasa de un tic al siguiente tac y los cañones eléctricos disparan al aire serpentinas y espumillón y globos desde las torres y las personas gritan y saltan arriba y abajo y se besan unas a otras y Laine y Gebre se están besando y no puedo ni mirar porque es asqueroso y estúpido; no solo ellos, sino toda la gente que hay en la plaza. ¿Por qué están celebrando el Año Nuevo?¿Es que no saben que no puede haber un año nuevo porque acaba de llegar el fin del mundo?

 

Bueno, ¿qué te parece esto para empezar?

Mira, estoy contándolo a mi manera. Mi manera es una narración. Una historia.

Así lo hago yo, lo tomas o lo dejas.

¿Cómo me sentí? ¿No es obvio cómo me sentí?

Te estoy contando cómo me sentí, solo que lo hago a mi manera. Tú igual podrías leer entre líneas un poquito, ¿no? Y que quede claro que yo en ningún momento he querido venir aquí. Y tus sillas huelen raro, que lo sepas. Toda esta habitación huele raro, como si la acabasen de imprimir. Y tú también hueles raro. También a recién impreso.

 

Total, que llevo dos días en el nuevo año 2089 y todo el mundo ha oído hablar ya de esa chica de Farside. No solo en Osman Tower, no solo en Reina. En todas partes. De Faustini a Shackleton, de Amundsen al Palacio de la Luz Eterna. Todo el mundo. No puedo ni conectarme a la red, la gente no se calla. No puedo salir a tomar algo, la gente no deja de reírse. No puedo ir al coloquio, la gente no para de hacerme preguntas. «¿Quién es? ¿De dónde viene? ¿Quién es su estilista? ¿Se va a mudar?»

Tengo la respuesta a esa última.

Sí.

Gebre Sisay contrata a unos constructores para tirar la división entre nuestro apartamento y el de al lado. ¡Vamos a ser una Gran Familia Unida!

Tengo el estómago revuelto y no es por la violación de nuestro querido hogar (aunque también: ¿sabes esta extensión nueva que han hecho? Yo la llamo el Ántrax). Es porque apesta a permanencia. Apesta a contratos de Matrimonio Feliz y a Sidibe Sisay, mi nueva hermanastra, mi derecha de aquí a la eternidad.

 

A ver, para que me entiendas esto que te voy a decir: hay reglas. No sé qué tipo de salvajada se estila en la universidad, pero esto es Reina del Sur, la Reina de la Luna, y tenemos normas sobre lo que es aceptable y no contemplan bailotear por un apartamento que no es tuyo (porque no lo es, con Ántrax o sin él) en un sujetador deportivo y pantalones tan cortos que son ofensivos. Hay chicos aquí, ¿lo pillas?

Pues eso, que llevamos cinco días con la invasión de los Sisay y Kobe no ha cerrado la boca ni una sola vez. Le he dicho que es vergonzoso. No para él, él no comprende el concepto de vergüenza. Es vergonzoso para mí; eso lo entiende porque se lo he enseñado. Mi advertencia no tiene ningún efecto: la boca se queda abierta, atrapando polvo, y él pulula por el espacio compartido entre el Castillo Corcoran y el Ántrax, espera a que Sibide pase por allí, le sonríe, se acerca demasiado a ella y le hace infinitamente demasiadas preguntas. Así que le encargo algunos recados de más para que haga por mí; excursiones a la imprenta, búsquedas de estilos que me podrían gustar, la preparación de mi material para el coloquio, esas cosas. Hay que mantener ocupado a Kobe.

Y, clarísimamente, entre las reglas está la de meterse en sus propios asuntos. Porque no tienes ningún derecho, Sidibe Sisay, ningún derecho en absoluto, a irrumpir en mi apartamento y decirme a la cara:

—Te estás pasando con ese chaval.

—¿Perdona? —digo. Así, en ese tono, ofendida—. ¿Perdona? ¿Qué chaval?

—Kobe. Le tienes todo el día de un lado a otro para arreglarte la vida y nunca le das las gracias ni nada.

Y yo le digo:

—A ver, para que me entiendas. —Y le explico muy despacito que estoy haciéndolo todo por ella, que Kobe se te acopla y no hay manera de librarse de él, que tiene problemas para respetar los límites y que es su manera de ser, así que estaría bien que ella me diese las gracias en lugar de gritarme.

—Deberías mostrar algo de respeto por él —dice Sidibe, y se contonea de vuelta al Ántrax y esta vez es mi boca la que está abierta y sin ni una sola palabra dentro.

Y luego está Jair. Ay, Jair. Eres ridículo. Ridículo. Después de ese primer saludo en Nochevieja, ha colapsado en algún tipo de materia superdensa y deambula a la deriva por el apartamiento, intentando dejarse caer por el perímetro del campo de visión de Sidibe. Juega la carta kawaii. Se sienta en las esquinas con las rodillas dobladas contra el pecho, se encoge sobre las repisas con los guantes de gato entre los pies, se acurruca en los sofás. Se queda mirando por las ventanas, todo sensible e intenso. Siempre, siempre con el pelo tapando su ojo derecho. A mí me gusta Jair como neko, lo ha sido durante casi un año y está comprometido a seguir con ello, aunque Dolores se niega a dejar que se ponga orejas quirúrgicamente, pero esta vez el gatito está yendo demasiado lejos.

Esto es el infierno. Estoy en el infierno. Aunque lo que tiene el infierno, hasta donde yo entiendo y según mis investigaciones, es que uno tiene que haber hecho algo para merecerlo.

Así que esto es peor que el infierno.

 

Cariad. Si vamos a hacer esto, tienes que llamarme así. Esto es una negociación, ¿vale? Todo es una negociación. Incluso la terapia.

Cariad. Elegí el nombre hace como tres lunas. Todo el mundo está tardando más de lo que debería en acostumbrarse. Necesito ponerme firme con ello. Imponerlo un poco.

Cariad. Significa noséqué bonito en noséqué celta.

Cariad. Dilo.

Cariad. No. No Cariad. Cariad.

Bien.

Quiero decir, ¿qué clase de nombre es Emer? Se pronuncia Iii-ma. Suena como una protuberancia dolorosa en el perineo, con una puntita roja que se vuelve blanca y luego explota. ¿Tienes una Emer? Uf, qué horror. ¿Dónde has pillado eso?

Sí, sé que Emer es celta. Irlandés. Laine me dice que el irlandés es maravilloso. Pues las pecas son irlandesas y no son maravillosas. Emer no es maravilloso, el irlandés no es maravilloso. ¿Cómo puedo ser irlandesa yo? Nací en el centro médico Ibn Bajja en Reina del Sur, en la cuenca Aitken del Polo Sur lunar. ¿Cómo vas a heredar la pertenencia a Irlanda solo porque uno de tus cuidas venga de ese país, que ni siquiera se puede ver desde Reina porque está en el hemisferio equivocado? ¿En qué gen está eso? Mi biopadre era del Real Madrid. Es un equipo de fútbol de la Tierra. Por esa lógica, como yo comparto genes con él, debería ser también del Real Madrid. Intenté ver un partido en la red una vez pero era tan lento y tan a ras de suelo. ¿Quieres un deporte de verdad? Prueba lucha extrema y me cuentas.

Nunca conocí a mi padre.

Vas a intentar sacar algo de ahí, ¿verdad?

 

El envío llega por BALTRAN desde Farside.

—¿No puedes imprimirlo y ya está? —pregunto.

—Aquí no tenéis la tecnología adecuada —dice Sidibe, y se desliza dentro del ascensor. Boquiabiertín y Ronroneo van dos pasos detrás de ella. Alucinan si creen que van a dejar atrás a Cariad Corcoran, así que me cuelo dentro justo antes de que se cierren las puertas. Conozco el BALTRAN, porque es una parte esencial de nuestra infraestructura de transporte, pero nunca he visto una estación. Mientras viajamos en taxi hacia Nobile, Kobe me cuenta muchas más cosas sobre el transporte balístico de las que quiero saber. Catapultas y receptores magnéticos que se lanzan unos a otros contenedores de carga en trayectorias balísticas. BALlistic TRANsport, transporte balístico. BALTRAN. La infraestructura es una de esas cosas con las que Kobe flipa. Trenes, taxis, cables de propulsión, róveres, cohetes: es mencionarlos y se le ilumina la mirada.

Resulta que el BALTRAN es interesante, no por la infraestructura, sino por la gente. Dentro de las latas pueden viajar personas, si tienen mucha prisa. Tendrías que verlas cuando salen agarrándose a las paredes del puerto, con la piel grisácea, sacudidas por las arcadas. Algunas tienen vómito en la cara. Que te disparen alrededor de la Luna en una trayectoria balística no es elegante, pero sí muy muy gracioso.

El envío de Sidibe no tiene ningún fluido humano encima. Es bastante voluminoso. Ella paga la carta de porte y se cuelga el bulto a la espalda. Es casi tan grande como ella, pero Sidibe se mueve con orgullo, alardeando, como si llevase encima un secreto fantástico.

De vuelta en el Ántrax Maligno, lo desenrolla en el suelo del espacio familiar de Gebre. Es un traje, como un trácsup pero más ajustado y más dorado. Donde iría el paquete de soporte vital hay unos chismes doblados y complejos, pero claro, es que no es un trácsup. Sidibe se lo lleva a su cuarto y regresa con él puesto, como con una segunda piel de oro y purpurina.

Los ojos de Jair se vuelven inmensos. Esa es otra de las normas que Dolores ha impuesto desde la lejanía: la prohibición absoluta de los ojos de anime. Hasta luego, Dolores, donde sea que estés; Jair los tiene ahora, y los clava en la brillante Sidibe.

—Kobe, la boca —digo.

Sidibe engancha sus manos en los agarres y estira los brazos.

—No tengo hueco aquí para desplegarlas del todo —dice. Alas. Tiene alas. Son grandes y resplandecientes, oscilan, llenan el espacio familiar del Antro Ántrax, se estremecen y titilan en la corriente del aire acondicionado. Ella las flexiona, echándome una ola de nano-filamentos frescos en toda la cara.

Esto es lo peor, lo peor de todo lo que tiene que ver con Sidibe Sisay.

—Puedes volar —dice Jair.

—Puedo volar —asiente ella.

—No puedes. Quiero decir, eres de Farside, ese sitio es todo túneles y tubos —digo yo—. Quiero decir, ¿dónde vas a volar ahí? —Y entonces me muerdo el interior de la boca porque acabo de darle a Sidibe en bandeja la victoria sobre mis chicos.

—Os haré una demostración —dice, y dobla sus alas y se escurre de nuevo hasta su cuarto para quitarse el traje de vuelo.

—¡Te hace el culo gordo! —le grito mientras se aleja.

 

Así que todos tenemos que ver volar a Sidibe Sisay.

Gebre nos sube en el elevador de obra por el lateral de Osman Tower hasta el mismísimo tejado. Llevamos arneses de seguridad y nos dicen que nunca soltemos un gancho sin haber antes enganchado otro. Me parece estupendo. No lo encuentro paternalista, para nada. Estoy muy a favor de la seguridad en las alturas.

Esto no se aplica a Sidibe. Ella hace cabriolas en su traje dorado ajustadito y finge estar nerviosa y emocionada. Yo me pongo mala solo de mirar para abajo, aunque esté enganchada a una viga de construcción. Hay dos kilómetros de distancia hasta el suelo de Reina del Sur. Mirar hacia arriba es aún peor: veo los paneles solares y los soportes que suben hasta el techo, y me siento como si estuviese cayendo al revés. Así que clavo la vista en Kobe, porque él podría desenganchar su arnés sin más, por alguna razón que en su cabecita tendría sentido. Jair está cómodo y relajado en las alturas. Distendido, flexible. Adorable.

Gebre abraza a Sidibe, después ella camina hasta el borde y dobla los brazos. Las alas se escapan de su envoltorio y quedan fijas en su sitio. Aquí arriba puede abrirlas del todo y es casi tan ancha como la torre entera. Todos excepto yo hacen ooooh. Entonces ella echa la cabeza hacia atrás, levanta sus brazos-alas y cae de cabeza al espacio vacío.

Ahogo una exclamación igual que los demás. Lo admito. Nadie podría evitarlo. Todos menos yo se asoman hacia delante para ver qué ha pasado. Yo sujeto el cable de Kobe, solo por si acaso. Jair agarra una viga y se inclina hacia fuera. No puedo ni mirar. Aún estoy intentando procesar lo que acabo de ver: Sidibe se ha tirado del tejado de Osman Tower. Entonces ella asciende por encima del borde de la plataforma y sobre nuestras cabezas. Está hecha de brillo y de oro. Bate las alas. Las plumas atrapan la línea del sol y la reflejan hasta cegarnos. Arde. Es un ángel. Gira sobre el extremo del ala y en un suspiro está a un kilómetro de distancia. Dos aleteos y da la vuelta alrededor de la punta de Kingscourt que asoma al otro lado de la plaza. Recoge las alas y se zambulle. Todos tensamos los cables para ver a dónde ha ido. Sidibe emerge de nuevo, roza las copas de los árboles que se alinean en el Paseo de la Paz Celestial. Toda Reina del Sur puede verla. La ciudad al completo la contempla. Otro destello de luz: las alas capturando el sol. Otro giro en ángulo brusco y ahora está subiendo en espiral en torno a Taiyang Tower, como si fuera una cinta dorada que alguien llevase enrollada en el brazo. Atraviesa en picado dos kilómetros cúbicos de aire, sube de nuevo sobre el borde de la torre de nuestra casa, se queda en suspensión un instante, dobla las alas y aterriza en el tejado, tan liviana como un soplo de aire.

Gebre la abraza con fuerza. Ella se queja: «Cuidado, las alas, las alas».

Laine dice: «Ha sido increíble, increíble».

Jair: «Ha sido guay, muy guay. Lo más guay que he visto en mi vida». Para Jair, este comentario es el súmmum de la efusividad.

Kobe: «Eso ha sido una de las cosas más magníficas que he visto nunca». A veces la forma en la que dice lo que sea que se le pasa por la cabeza es vergonzosa, otras es bonita. Lo diga como lo diga, siempre es honesto.