De andenes y otras aventuras - María Rosa Batista - E-Book

De andenes y otras aventuras E-Book

María Rosa Batista

0,0
6,49 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Los cuentos de este libro son ficticios. Conflictos sociales que pueden suceder en cualquier lugar. Adolescentes, jóvenes, adultos transitan sus caminos con diferentes miradas. Descubrir cómo seguir con una nueva identidad. Vivencias de hechos que me atraviesan. Una niña desea un juguete. Un joven sale adelante a pesar de las negativas de su padre. Un desocupado toma la calle por su hogar. Un joven que ve en ese desocupado a su protector. Una madre fuera de la realidad. Un niño con grandes dificultades logra conocer el mar. Ciudadanos comunes con los que nos encontramos a diario. Una fotógrafa llega a ser reconocida en un entorno machista. Diferentes profesiones. Los personajes de estos cuentos son marginados que quieren y tratan de sobrevivir. En algunos casos logran cambiar sus existencias.

Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:

EPUB
MOBI

Seitenzahl: 91

Veröffentlichungsjahr: 2022

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.


Ähnliche


María Rosa Batista

De andenes y otras aventuras

Historias que nadie contó y nunca sucedieron. O sí.

Batista, María Rosa De andenes y otras aventuras : historias que nadie contó y nunca sucedieron, o sí / María Rosa Batista. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2022.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-2819-3

1. Narrativa Argentina. 2. Cuentos. I. Título. CDD A863

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Tabla de contenido

PRÓLOGO

MARIPOSAS

CON ESO NO SE JUEGA

EL ALTILLO

INVITADAS

BETTY, LA AMIGA DE LARA

DYLAN

EL GALPÓN MISTERIOSO

FELIPE

IDENTIDADES

JAVI

LOS DOMINGOS

MELI, LA FOTÓGRAFA

SERAPIO

USTED Y YO

CUATRO AMIGOS

AGRADECIMIENTOS

PRÓLOGO

La primera vez que supe de María Rosa fue cuando Marisa –dueña del instituto donde impartimos cursos– me comentó que había una alumna que se había perdido y, ofuscada, dejó un mensaje en su celular cancelando su participación en el curso de escritura.

Sin embargo, al martes siguiente estaba sentada esperando con ansias la clase, sin saber ella –ni yo–, que sería el comienzo de un trabajo arduo, lleno de ilusión, pero también de miedos y frustraciones: escribir es encontrarse con temores, silencios, mundos, deseos no cumplidos, voces que pugnan por salir. Es luchar contra la historia que no sale, contra el personaje que no cierra, contra la palabra perfecta que no aparece.

Acompañé su trabajo con el mismo respeto que ella decidió hacerlo. Es sumamente gratificante para un profesor, tener a su cargo alumnos con tanto compromiso.

Fuimos tocando, retocando, analizando, resolviendo, sacando y agrandando todas sus historias. Pero debo decir que, aun habiendo leído cada palabra de cada cuento varias varias varias veces, cuando comencé la lectura de la totalidad del trabajo, ya impreso, anillado, con forma de libro, no pude más que embargarme de un gran orgullo.

Los personajes de sus historias son seres que buscan redención, marginados a veces, otras tantas con recuerdos que marcaron su existencia, otras tantas con un entrelíneas social y una otredad que los hacen únicos.

María Rosa plagó sus cuentos de todo lo que ella posee: fuerza, voluntad, empatía, compromiso, dedicación. De todo lo que ella es. Leer a un autor es conocerlo en sus más íntimos miedos y deseos, no hay nada en los bajos fondos de los que escriben que pueda escapar a sus letras. La escritura es como una amiga que, dale que te dale, te saca tus peores confesiones –para las mejores tenemos los emoticones y las cartas de amor–.

Hoy, a casi dos años de aquel día en que María Rosa había decidido abandonar el curso, después de leerla, compartir clases, risas, chismes, lecturas, almuerzos y consignas, puedo decir que la conozco tanto como la conocerán ustedes cuando terminen la última palabra de la última página de este maravilloso proyecto.

Pasen y lean, su mundo los espera.

Lic. Maria Carla Mozzone

MARIPOSAS

Hace años que no sentía esa tibieza, la pequeña ventana de su cuarto apenas le permite saber si es de noche o de día. Sale al aire y la luz del sol la obliga a cerrar los ojos, los pies livianos los mueve sin dificultad.

Todo es diferente. Las casas pintadas de muchos colores. En la esquina descubre una plaza con juegos. Quiere cruzar la calle, casi la atropella una camioneta que viene de la derecha. Se asusta, piensa que le va a gritar, la va a insultar. Sin embargo el señor se baja con todo cariño y le pregunta si está bien, si se golpeó. Le dice que no, que la disculpe. El hombre se sube a su vehículo y se retira. Rosalinda esta confundida. La gente camina despacio, sonriente. Un ciervo, una rata, un jabalí pasean muy tranquilos por el centro de la avenida. Todos los autos esperan que pasen. Rosalinda recorre el pueblo, es el pueblo donde nació, donde se casó, donde crió a sus hijos. Pero es diferente. Las veredas amplias, impecables, los jardines rebosantes de flores, aunque sea invierno. Un cielo azul oscuro, sin nubes. Todo es paz. Chiquilines jugando sin hacer ruido. Y ella caminando firme, sin dolor en los huesos, en las rodillas, en los pies. Rosalinda exclama: ¿Cómo es que ahora estoy parada y camino con tanta facilidad?

Hay un orden en cada casa, en las calles, en las esquinas. ¿Qué habrá pasado? ¿En qué momento se transformó en una ciudad de ricos? –se pregunta Rosalinda. Beatriz nunca le había mencionado tanto cambio en la villa. Recuerda que era un enjambre de casillas de madera y chapa. Estrechos pasillos llenos de agua y barro. Recorre unas cuadras, siente que se hunde en un túnel, cae más y más profundo. De la oscuridad plena surgió luz. Ha llegado alguna parte. Una turba de pequeños ñomos la rodean. Se asusta. Son graciosos, con inmensas cabezas pero cuerpos diminutos. La miran y todos a la vez le preguntan quién es y qué hace allí. Se amontonan unos sobre otros. Salen corriendo.

Frente a Rosalinda queda una enorme puerta. Nunca había visto otra igual. De madera lustrada, huele el olor a barniz fresco, no tiene picaporte ni cerradura. La observa y hace cálculos rápidos. Considera que mide casi cuatro metros de alto y dos de ancho. Se la ve maciza. Su primera intención es golpear. Quiere saber dónde se encuentra. Alza la mano, pero se abre sola. Ingresa a una habitación muy blanca, con mucha luz. Ventanales con cortinas violetas. Su habitación está hecha de chapas, y la cama una litera con el colchón duro. Hacía años que ella no se movía de ahí más que para que la hija la bañara y la higienizara. Los muebles son nuevos. Del techo cuelga una biblioteca, pero ella no tenía ni idea de haber leído un solo libro en su vida. Sobre el piso hay luces que se prenden y apagan. Mariposas de muchas formas se le acercan para darle la bienvenida. Se posan en su cabeza y manos, le hacen caricias. Bailan una música que a ella la enamora.

Se siente en paz. Se recuesta en la cama mullida. Las mariposas la cubren con unas mantas suaves y calentitas.

Beatriz corre la cortina que separa la habitación de Rosalinda con la cocina y le grita con un mate en la mano y masticando una galleta:

—Ma’ mamá despertate, che, ya es tarde. Te pasá el día durmiendo, vieja.

—Si, m’ja cuando se vayan las mariposas a su casa –contesta Rosalinda con una amplia sonrisa, sin abrir los ojos. —¡Ma! ¿Qué mariposas?

—Todas esas que están ahí bailando para mí.

Beatriz revisa el cajón de manzana, que usan de mesa de luz y descubre que falta una pastilla rosa y una blanca chiquita.

CON ESO NO SE JUEGA

“Con eso no se juega” A pesar de los años transcurridos, a Luly le rezumban en sus oídos las palabras de su padre, un señor recto, obtuso. Con un solemne vozarrón que le salía por debajo del tupido bigote. Y una mirada que impartía terror.

Le encantaba explorar la habitación de sus padres. Su madre, una tierna y sumisa mujer, le permitía entrar cuando el marido se iba a trabajar. Quedaba prendida del pesado tic tac que asomaba entre las tiesas lámparas sobre la mesa de noche. Un mueble macizo de puro roble, hacía juego con la ancha cama que a la niña le parecía no tener fin. El cubrecama bordado, sin una arruga, prolijo. Todo era limpio y ordenado.

Sentada como india, la niña disfrutaba el movimiento de las agujas. A cada hora el repiqueteo de las campanillas le recordaba los llamados a misa. Un ruido hueco que hasta las ventanas cimbraban.

Luly quería saber que había dentro de esa máquina que medía el tiempo. Porqué todos estaban pendientes. –“Es hora de preparar el almuerzo, es hora de ir a la escuela, es hora de tomar un baño.” Otra hora importante era la de irse a dormir. Todas las noches antes de acostarse Luly observaba como el padre realizaba un ritual. Daba vuelta el misterioso artefacto, y contaba uno, dos… ocho nueve diez vueltas exactas a una extraña perilla. Lo volvía a colocar en su lugar, ni un centímetro más, ni uno menos.

Por las mañanas un sonido repetitivo, un pesado toc, toc toc inundaba toda la pieza. Luly corría en cuanto el padre se iba. Se quedaba hipnotizada observando esas agujas rectas como postes que se deslizan a un ritmo monótono. Su inocente mirada quedaba perdida, extasiada en el movimiento incansable de las manecillas. Quería saber más, ya iba a estirar su mano y escuchó la voz grave, solemne, ronca de su padre “Con eso no se juega”. Como movida por un resorte escondió la mano en la espalda. Los cachetes encendidos la delataron. Salió como rayo de la habitación.

Al día siguiente, tenía que averiguar que había detrás de esa curiosa máquina que marcaba el tiempo, si algún ñomo la manejaba. Quería investigar como hacia el padre para que retumbara tanto. Se acercó sigilosa a la mesa de luz. Ya lo había dado vuelta, cuando de repente escuchó la puerta abrirse. Con la cara blanca como fantasma y el susto atravesado en el pecho, el reloj se estrellaba en el suelo. En su cabeza rezumbaba el pesado tic tac de las palabras de su padre “Con eso no se juega”.

EL ALTILLO

Al dar vuelta la curva, la ruta sube de forma empinada, desde abajo se ve la maleza. Las altas ramas cubrieron el herrumbrado portón.

Roberto y Matilde bajan del coche. Un cosquilleo en la panza, le alerta que es un momento de cierre de su pasado. Se van haciendo camino entre las plantas. A la madre de Matilde le gustaban mucho las flores. Los rosales, la pasan en altura. Las espinas parecen decir que no se van a mover, que nadie va a entrar. La puerta cerrada con un gran candado oxidado.

—Voy a tener que romperlo, no queda otra –Roberto intenta con fuerza abrirlo, sin suerte.

—Tratá de ponerle aceite a ver si afloja. Me encanta ese candado, me gustaría conservarlo –a ella le hace muy feliz guardar las cosas de la madre. Fue muy dolorosa la pérdida.

En las paredes exteriores, el revoque desprendido confunde el color. ¿Será celeste o beige? Pasaron muchos años de la última vez que se pintó. En realidad fue solo una lavada de cara. Matilde se acuerda muy bien. Ella estaba en el último año del secundario. Unos meses antes de irse a vivir a la Capital para estudiar. En la facultad conoció a Roberto. Se recibieron, se casaron como Dios y las familias mandaban. Hacía de ello veinticinco años.