De dama a reina del desierto - Maya Blake - E-Book

De dama a reina del desierto E-Book

Maya Blake

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Beschreibung

Bianca 3024 ¡De prometida sorpresa del rey… a tener a tener un hijo suyo! Cuando el reino de Riyaal se quedó sin gobernante de forma trágica, el príncipe Javid tuvo que dar un paso al frente para calmar la inquietud del pueblo. Era un famoso playboy que nunca se había imaginado que fuera reinar ni, desde luego, que tuviera que casarse por conveniencia con la dama de compañía Anaïs Dupont para obtener la corona. Salida de entre las sombras y lanzada a un trono que no deseaba, Anaïs sabía que los votos matrimoniales serían temporales. Pero la luna de miel provocó en ellos mucho más de lo que prometía el acuerdo al que habían llegado, sobre todo porque la increíble química entre ambos tuvo sorprendentes consecuencias.

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Seitenzahl: 184

Veröffentlichungsjahr: 2023

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2022 Maya Blake

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

De dama a reina del desierto, n.º 3024 - agosto 2023

Título original: His Pregnant Desert Queen

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788411801423

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

JAVID Al-Jukrat no hacía promesas que no pudiera cumplir.

Reconocía sus múltiples defectos. De hecho, se beneficiaba de su fama de playboy, pero cumplía su palabra. Y su poder la respaldaba.

Por eso era un destacado diplomático y por eso su hermano, jeque de Jukrat, se mordía la lengua continuamente y daba a Javid la libertad de hacer lo que le gustaba y en lo que sobresalía.

Javid levantó la cabeza de la almohada de seda, abrió un ojo inyectado en sangre y lo fijó en el joven ayudante que se hallaba al pie de la cama.

Y Javid hizo una nueva promesa.

–Te triplicaré la paga de Navidad y te garantizaré un puesto de ayudante en cualquier ciudad del mundo, si te marchas y me dejas dormir una hora más. Sabes de sobra que puedo hacerlo.

Tenía la voz ronca y pastosa a consecuencia del exceso de bebida y del exagerado entusiasmo en una celebración de carácter carnal.

¿Quién iba a culparlo?

Le gustaba la compañía femenina y no temía verbalizar el placer que le proporcionaba una mujer cálida y complaciente en la cama. Y la actividad de la noche anterior había sido notablemente… atlética.

Abrió el otro ojo y suspiró aliviado al ver que estaba solo en la enorme cama. Aunque lo entusiasmaba tener compañía, no consentía que sus invitadas se quedaran a dormir si su permiso, que rara vez concedía.

Volvió a centrar la atención en su ayudante, en cuyo rostro había una mueca de frustración. Al joven le había resultado insultante su propuesta.

–Alteza, no estaría cumpliendo con mi deber si no le informara inmediatamente de los temas delicados que surgen.

Javid gimió, se puso una almohada en la cabeza y consiguió no oír el resto del ofendido discurso. A pesar de su alivio al ver que estaba solo, deseaba que volviera la vibrante pelirroja que lo había mantenido ocupado hasta la madrugada.

Estaba convencido de que Wilfred no lo habría despertado si ella hubiera estado en la cama. ¿Qué era tan importante para tener que sufrir a su ayudante reprendiéndole a las…, consultó su reloj, cinco y diecisiete minutos de la madrugada?

Pasaron varios minutos, pero Javid sabía que Wilfred no había salido discretamente de la habitación. Notaba su mirada condenatoria.

Apartó la almohada con un gruñido y se incorporó sin hacer caso del dolor de cabeza que le anunciaba una terrible resaca.

–Piénsalo bien antes de seguir, Wilfred. A no ser que este asunto concierna al bienestar de mi hermano, mi cuñada, mi madre o algún otro familiar, puedes que te quedes sin trabajo.

Wilfred reconoció el tono de advertencia en su voz que utilizaba en las relaciones diplomáticas y le permitía conseguir lo que deseaba.

–¿Y bien? –preguntó con impaciencia.

Wilfred tragó saliva y sacó pecho. Javid lo había contratado por esa determinación de hierro. Nunca se echaba atrás, por mucho que lo atacara. Muy pocos soportaban sus estados de ánimo. Lo sabía porque había tenido seis ayudantes en tres años. De momento, Wilfred llevaba año y medio con él.

No duraría mucho más si continuaba allí plantado sin decir nada.

Como si hubiera percibido el inminente estallido, el joven alzó la cabeza. Y Javid, aunque no creía en las premoniciones ni en el destino, reconocía el remordimiento y la aprensión.

La vacilación, la precaución, ¿la lástima?

Todas esas emociones cruzaron por el rostro de Wilfred. Lo que fuera a decirle no sería agradable.

–Se trata de Sus Majestades, el rey Adnan y la reina Yasmin de Riyaal –dijo Wilfred.

Javid soltó el aire aliviado. Las únicas personas que verdaderamente le importaban eran su hermano, su cuñada Lauren y su sobrino recién nacido. También le importaban los habitantes de Jukrat, que su hermano gobernaba, pero solo porque Tahir llevaba toda la vida preocupándose de sus súbditos, por lo que él también lo hacía.

Aparte de ellos… Pensó en su padre, que había muerto rechazándolo, que nunca había tenido una palabra amable para él.

Sonrió con amargura.

Javid le pagó esa injusticia con una vida de excesos que sabía que lo indignaba. Y se distanciaron mucho antes de que el anciano diera su último suspiro.

En cuanto a su madre…

Su sonrisa se evaporó. Ella no fingía quererlo ni él que le importara. Le consentía utilizar desvergonzadamente su apellido para progresar en los círculos sociales parisinos, siempre que no tuviera que soportar la indignidad de las cenas y reuniones que ella le exigía a Tahir.

En los cinco años anteriores solo habían intercambiado unas cuantas frases, la mayoría de ellas en la reciente boda de su hermano.

Miró a su ayudante con los ojos entrecerrados.

–Estos días en California han sido un regalo que me he hecho, después de pasarme meses enfrentándome a los numerosos problemas que tiene mi primo en su reino. Lo sabes porque me buscaste una semana en el calendario libre de compromisos laborales, ¿no es así? Y, si lo recuerdas, te di unos días libres para que te divirtieras en un hotel de cinco estrellas.

–Desde luego, Alteza.

Javid hizo una mueca. Por mucho que le dijera que lo llamara por su nombre cuando estuvieran solos, Wilfred se negaba a hacerlo.

–Entonces, ¿por qué vuelves a molestarme hablándome de Adnan y Yasmin?

Había cumplido la promesa hecha a Tahir. Había accedido a pasar seis meses en Riyaal para mejorar las terribles medidas políticas de Adnan, que se convirtieron en nueve, dado la deplorable situación del reino. Javid se había debatido entre la frustración, el enfado y la diplomacia.

Pero había cumplido con su deber ayudando a Adnan a evitar graves conflictos internacionales. Había dejado a varias personas de su confianza en puestos importantes para asegurarse de que el reino de su primo no se hundiera y de que sus descontentos súbditos no provocaran un golpe de estado.

Satisfecho por el trabajo bien hecho, se subió a su jet privado para volar a California a celebrar su éxito y su libertad. Y el comienzo había sido estupendo.

Por eso no entendía por qué Wilfred pretendía…

–Alteza, su hermano lleva horas intentando hablar con usted. Como no lo ha logrado, su ayudante me ha llamado al hotel.

Javid se puso tenso.

–¿Por qué?

Wilfred carraspeó.

–El helicóptero en el que viajaban el rey Adnan y la reina Yasmin para volver a su residencia de verano se estrelló ayer por la mañana. Lamento comunicarle que no ha habido supervivientes.

Javid se quedó petrificado y se le hizo un nudo en el estómago.

Aunque su primo hubiera sido obstinado, temerario y estúpido y no supiera gobernar, era pariente suyo. Y Yasmin estaba embarazada de su primer hijo.

El dolor se apoderó de él y lamentó sus crueles pensamientos de hacía unos segundos.

Se levantó y se acercó a la ventana, con vistas a Santa Bárbara. Ahora entendía por qué su ayudante lo había despertado. Tahir deseaba darle la noticia antes de que se enterara por alguna otra vía.

–Su Majestad continúa queriendo hablar con usted –le recordó Wilfred.

Javid suspiró. Le dio la impresión de que sus vacaciones estaban a punto de terminar de forma dolorosa. Tahir querría que acudiera al funeral y tal vez le pediría consejo sobre a quién entregar el trono que su joven primo había dejado vacío tan pronto y de manera tan trágica.

Mientras se dirigía al lujoso cuarto de baño comenzó a elaborar una lista de candidatos. A muchos les encantaría reinar, pero Javid sabía que solo unos cuantos serían capaces de hacerlo sin que el poder se les subiera a la cabeza y cayeran en los mismos errores que su primo.

–Comunica a mi hermano que hablaré con él dentro de un cuarto de hora. Y encárgate de las declaraciones pertinentes y de las coronas para mandar al palacio.

–Sí, Alteza.

Quince minutos después, Javid se había puesto un traje y una corbata negros. Se había afeitado la barba de una semana y peinado el cabello. Esperaba en el estudio que se estableciera la conexión digital para hablar con su hermano.

El playboy había desaparecido en un tiempo récord y el diplomático había ocupado su lugar. Algunos compararían esa capacidad de cambiar con la de un camaleón. Él prefería pensar que era pura fuerza de voluntad. Sabía lo que quería y no tenía reservas para conseguirlo.

El rostro de Tahir apareció en la pantalla. Javid contuvo la respiración mientras le examinaba el rostro.

Sabía por qué lo hacía.

Ninguno de los dos había tenido una infancia feliz. La de su hermano, como heredero del trono, fue mucho peor. Javid sospechaba que su desvergonzada caída en toda clase de excesos había sido su forma de llamar la atención para desviarla de su hermano.

Tahir, recién casado y claramente feliz, daba muestras de dicha marital ante la mujer, su madre, que llevaba mucho tiempo haciéndole la vida imposible. Aunque Javid deseaba que Tahir fuera feliz, no conseguía creer que lo fuera. Por eso le examinó el rostro, para comprobar si su dicha era real o se trataba del falso afecto al que estaba acostumbrado por parte de su madre y de las mujeres que habían pasado por su vida sin que les hubiera consentido ni siquiera tocarlo, ya que sabía perfectamente que solo buscaban la oportunidad de disfrutar de su condición de miembro de la familia real, su riqueza, sus habilidades sexuales y la brillantez de su mente.

Tahir entrecerró los ojos como si adivinara lo que pensaba su hermano y lo desaprobara. Javid lamentó el destello de ira que iluminó los ojos de Tahir antes de que adoptara una expresión neutra. Sabía que poner en duda su felicidad lo consideraba un grave insulto.

–¿Seguro que han fallecido los dos? –preguntó en voz baja.

–Se ha confirmado. Se hará la declaración oficial esta misma mañana, pero ya se ha publicado en algunos medios.

–Organizaré mi agenda para poder acudir al funeral. Voy a elaborar una lista de candidatos para elegir a un gobernante interino hasta que se forme un consejo oficial para… –se calló al observar la peculiar expresión de su hermano.

–El consejo ya se ha formado.

Javid calculó la diferencia horaria y asintió.

–Nos hemos reunido esta mañana –prosiguió su hermano–. Habrías formado parte de él, si hubieras estado disponible.

Las palabras de Tahir, que llevaba la misma sangre guerrera que él en las venas, le produjeron un nudo en el estómago y le cortaron la respiración.

–Ahora lo estoy –dijo en tono seco. Había llevado a cabo su labor diplomática y se había ido muy contento.

Sin embargo, lo molestaba haberse perdido la reunión del consejo, pero, a largo plazo, ¿no implicaba una cosa menos que hacer?

Había anhelado ser libre desde que se dio cuenta de que estar con sus padres significaba ser objeto de rechazo y recriminaciones. Destacar en la carrera diplomática se convirtió en la manera perfecta de cumplir sus deberes reales y alejarse de su padre. Con solo veintiún años de edad, se fue de Jukrat, donde rara vez volvía.

Tenía casa en California, El Cairo, el Pacífico Sur y en otra media docena de lugares. Con un jet privado y fondos ilimitados a su disposición, se había forjado una vida solitaria, salvo cuando necesitaba compañía. Y no iba a disculparse por ello ni a cambiarla.

¿Y qué si despertarse frecuentemente con una mujer distinta comenzaba a cansarlo? Era una etapa pasajera. Su apetito era lo bastante sano para soportar un periodo de inactividad. O tal vez debería aventurarse en nuevos territorios, como comprarse el yate que llevaba tiempo deseando y navegar mar adentro con unas cuantas rubias a bordo.

–¿Ah, sí? –preguntó su hermano.

A Javid se le puso la piel de gallina, pero no hizo caso.

–Si no me has llamado para que te ayude a formar el nuevo consejo, ¿para qué me has llamado?

–Porque se han tomado ciertas decisiones que debes conocer.

–Si mi opinión no era necesaria, ¿por qué debo saberlas?

Tahir esbozó una leve sonrisa.

–No he dicho que no fuera necesaria. De hecho es vital.

–Ve al grano, hermano. Si no me necesitas, tengo varias reuniones esperando.

La sonrisa de su hermano desapareció y Javid contuvo la respiración.

–Te necesito, Javid, probablemente más que nunca, porque has sido el único candidato posible

–¿Candidato a qué? –preguntó en tono duro–. Mejor no, no me confirmes lo que creo que quieres decir –le advirtió, presa de una gran inquietud.

–Me resulta imposible no hacerlo. Sabes que Adnan no tenía más parientes cercanos que nosotros. Y yo estoy fuera de combate por razones evidentes, lo que implica…

–¡No! –Javid se levantó de un salto y se alejó de la pantalla como si poner distancia fuera a detener el tren que se abalanzaba sobre él a toda velocidad–. ¡Ni hoy ni mañana ni nunca!

El rostro de Tahir se endureció.

–Ya está decidido.

–Déjate de artimañas, hermano. Recuerda con quién estás hablando. Nada está decidido, sobre todo cuando una de las partes interesadas se resiste.

–Sé con quién hablo. Eres un rebelde consumado. Por un lado escandalizas; por el otro, haces milagros diplomáticos… cuando quieres. ¿Me estás amenazando con destruir todo lo que has ayudado a construir en Riyaal?

–Lo único que digo es que deberías habértelo pensado antes de presentarme lo que crees que es una decisión definitiva –afirmó Javid entre dientes–. Sobre todo cuando sabes que no quiero reinar. Hacerlo era tu destino, no el mío.

Su hermano torció el gesto, pero su expresión no era tan dura ni amarga como solía serlo. Javid se preguntó si sería obra de Laura. Daba igual. Su objetivo inmediato era librarse de la soga con que su hermano quería atarlo.

–Te equivocas.

–¿Cómo? –preguntó furioso. Entendía la furia y la frustración que lo invadían, pero no le gustaba el presentimiento de que aquella conversación no iba a servir de nada, dijera lo que dijera.

–Entras en una habitación y haces que la gente cambie de opinión. Sales de ella y la vida de muchas personas mejora. Te engañas al creer que no tienes nada que ver con el resultado de tus actos, pero todo lo que haces modifica destinos ajenos. Dime, ¿no es eso una forma de gobernar?

Javid lo miró con la boca abierta, pero recuperó el dominio de sí mismo.

–No seas absurdo.

Tahir no respondió y se limitó a mirarlo fijamente.

–Tengo cuatro candidatos perfectos para que gobiernen de forma interina –le enumeró los nombres en los que había pensado antes de ducharse.

–Son estupendos para formar parte de tu consejo de asesores.

Javid se pellizcó el puente de la nariz. El dolor inicial de las sienes, a causa de la resaca, se le estaba extendiendo a todo el cuerpo.

–No me escuchas.

–Claro que te escucho, pero mi instinto me indica que eres el candidato más adecuado para el puesto. Eres mejor que todos los demás juntos.

–Pero no tienes en cuenta una cosa: no quiero ese puesto.

La mirada de Tahir se endureció y, en ese momento, Javid vio a su padre. Aunque los ojos de su hermano no expresaran la censura y el desprecio permanentes de los de su progenitor, un escalofrío le recorrió la espalda.

–Pero eres sangre de mi sangre, Javid. Y Riyaal te necesita. Después de haberte esforzado tanto en ayudar a los súbditos de Adnan, ¿vas a fallarles ahora?

Era un golpe bajo. Sin embargo, en muchos aspectos, Javid respetaba la implacabilidad de su hermano. Era un rasgo que compartían y que utilizaba cuando le convenía. Lo habría decepcionado más que Tahir hubiera intentado engatusarlo.

Su furia aumentó al ver que su hermano hacía un gesto de asentimiento a alguien fuera de la pantalla. Y cuando llamaron a la puerta del estudio y entró Wilfred, Javid no tuvo que abrir la carpeta que colocó delante de él para saber lo que contenía.

Cuando Wilfred activó otra pantalla en la que apareció uno de los hombres en los que Javid había pensado para el puesto de gobernador interino, lo invadió una sensación de inevitabilidad. Fulminó a su hermano con la mirada.

–¿Qué hace él ahí?

–Tu ayudante y el que pronto será tu jefe de personal van a ser testigos, para que el proceso pueda iniciarse.

–Aunque creas que se trata de una conclusión inevitable, voy a imponer varias condiciones.

–Lee el documento y verás que ya he previsto algunas.

Javid centró su atención en el documento que sellaba su destino como gobernante de un reino que no deseaba. A mitad de la lectura, alzó la vista.

–¿Quince años? ¿Quieres que me comprometa a reinar quince años? Estás de broma, ¿no?

–¿Cuántos propones?

–Cinco –le espetó Javid pensando que era una oferta más que generosa.

–Doce.

–No, siete. Son más que suficientes.

–Diez. Sabes perfectamente lo que cuesta consolidar un buen gobierno.

Javid apretó los dientes. Diez años era lo que solía recomendar en las negociaciones diplomáticas que llevaba a cabo.

–Muy bien, diez años, ni un segundo más.

Javid siguió leyendo.

–¿Una esposa? ¿Quieres que me case y ya has elegido a la que será mi esposa?

–Por desgracia, hermano, el consejo considera que esa condición es innegociable. No estoy de acuerdo, pero ya se ha decidido. El día antes de la coronación, que será dentro de tres semanas, te casarás con la prima de la difunta reina.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

EL dolor de Anaïs Dupont se hallaba en una fase dominada por la cólera. Ya había pasado por la sorpresa, la negación y el llanto, tras haber visto el cuerpo de su querida prima descender a la tumba junto al de su amado esposo.

Ahora la dominaba la ira por la absurda muerte de su prima y por la del bebé al que ya no conocería.

Pero, sobre todo, la había enfurecido la noticia que le había llegado del palacio de Riyaal, tres días después del funeral; la indiferencia con la que la habían impedido volver a Francia, a petición del jefe del consejo del reino, cuya identidad era un misterio.

Y después le habían dado la noticia, que le había provocado un nudo en el estómago, de que iba a adoptar un nuevo papel que le revelarían a su debido tiempo. Como si no tuviera nada mejor que hacer que quedarse sentada cruzada de brazos.

Aunque, ¿no era eso lo que había hecho durante los tres años que había sido dama de compañía de su prima? Yasmin solo había sido una reina decorativa, un adorno del brazo de su esposo, que este sacaba y exhibía cuando era necesario y luego volvía a colocar en un lujoso estante, donde pasaba el tiempo organizando exquisitas meriendas y charlando con amigos y cortesanos.

Y su prima estaba contenta. Y radiante de alegría al quedarse embarazada.

Pero en momentos sombríos, Anaïs habría deseado haberse quedado en Francia y haber mandado una carta o un correo electrónico, en vez de haber ido a Riyaal a dar el pésame a su prima por la muerte de su madre.

¿Acaso, en los meses posteriores a su llegada, no había deseado haber reflexionado sobre la situación en que se hallaba, antes de cazar al vuelo al oportunidad de vivir en otro país?

Claro que, las cosa habían cambiado en los últimos tiempos, cuando su prima se había convertido en la reina de un país al borde de la crisis.

De repente, sus días dejaron de estar dedicados a cotillear mientras tomaba café con pastas, para emplearlos en calmar los nervios de su prima embarazada, que pasaba de la náuseas matinales a la preocupación por su esposo y por la agitación que reinaba en el país.

Anaïs había ocupado un puesto de relaciones públicas en Francia, y se dio cuenta de que el esposo de Yasmin, el rey Adnan, era un desastre en ese aspecto, lo cual era contraproducente para su gobierno. Por eso se alegró de que nombraran a un asesor independiente, un famoso diplomático contra el que Adnan había despotricado cinco minutos seguidos, antes de aceptar la oferta del jeque Tahir Al-Jukrat.

Anaïs había suspirado aliviada, pero solo hasta la primera vez que lo vio, cuando pudo confirmar todo lo que había oído sobre el príncipe playboy convertido en diplomático. Observó que cautivaba sin esfuerzo a todas las mujeres a su alrededor en la cena de bienvenida, su desvergonzada arrogancia y su seductora sonrisa, que hacían que las mujeres se acercaran a él como atraídas por un imán.

Salvo ella, desde luego.