¿Democracia para quién? - Angela Davis - E-Book

¿Democracia para quién? E-Book

Angela Davis

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Si quieren comprender los secretos de los caminos establecidos en dirección a la democracia, observen los movimientos liderados por mujeres negras. Angela Davis El capitalismo toma el término "empoderamiento" y lo vacía de su sentido colectivo. […] La perspectiva neoliberal del empoderamiento es individual. Patricia Hill Collins Las mujeres están reconstruyendo aquello que es común a todos a lo largo del mundo. […] Cuando defienden los bosques, o las tierras, o los ríos de una empresa minera o petrolera, están defendiendo los bienes comunes. Silvia Federici Este libro presenta las conferencias que Angela Davis, Patricia Hill Collins y Silvia Federici –tres referentes ineludibles de los movimientos feministas a nivel mundial– dictaron en octubre de 2019 alrededor del interrogante "¿Democracia en colapso?". Cada una con su marca personal, pero también con un tono compartido y contundente que invita a la reflexión y al debate, construyen una narrativa que desde la interseccionalidad aborda los temas más urgentes: la representación política, la crisis ecológica, la explotación laboral y económica, la desigualdad. En tiempos donde pareciera no haber alternativa al capitalismo salvaje, ¿Democracia para quién? se vuelve un libro imprescindible, un espacio de resistencia y, por qué no, una posible puerta de salida.

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Veröffentlichungsjahr: 2025

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¿DEMOCRACIA PARA QUIÉN? ENSAYOS DE RESISTENCIA

ANGELA - DAVIS - PATRICIA HILL COLLINS - SILVIA FEDERICI

Si quieren comprender los secretos de los caminos establecidos en dirección a la democracia, observen los movimientos liderados por mujeres negras.

Angela Davis

El capitalismo toma el término “empoderamiento” y lo vacía de su sentido colectivo. […] La perspectiva neoliberal del empoderamiento es individual.

Patricia Hill Collins

Las mujeres están reconstruyendo aquello que es común a todos a lo largo del mundo. […] Cuando defienden los bosques, o las tierras, o los ríos de una empresa minera o petrolera, están defendiendo los bienes comunes.

Silvia Federici

Este libro presenta las conferencias que Angela Davis, Patricia Hill Collins y Silvia Federici –tres referentes ineludibles de los movimientos feministas a nivel mundial– dictaron en octubre de 2019 alrededor del interrogante “¿Democracia en colapso?”.

Cada una con su marca personal, pero también con un tono compartido y contundente que invita a la reflexión y al debate, construyen una narrativa que desde la interseccionalidad aborda los temas más urgentes: la representación política, la crisis ecológica, la explotación laboral y económica, la desigualdad.

En tiempos donde pareciera no haber alternativa al capitalismo salvaje, ¿Democracia para quién? se vuelve un libro imprescindible, un espacio de resistencia y, por qué no, una posible puerta de salida.

¿Democracia para quién?

Ensayos de resistencia

ANGELA DAVIS PATRICIA HILL COLLINS SILVIA FEDERICI

Traducción de Fernando Bogado Con la participación de Adriana Ferreira da Silva, Bianca Santana, Eliane Dias, Raquel Barreto y Winnie Bueno

NOTA DE LA EDICIÓN ORIGINAL

Este libro presenta una versión condensada de las conferencias de tres intelectuales del movimiento feminista que se han convertido en una referencia mundial: Angela Davis, Patricia Hill Collins y Silvia Federici. A lo largo de las últimas cinco décadas, de diferentes maneras, han acabado redefiniendo diversos parámetros del feminismo surgido en la posguerra de la Segunda Guerra Mundial. Desde los años sesenta y setenta, matices que antes eran apenas perceptibles han pasado a un primer plano en este universo. El feminismo de las mujeres obreras, periféricas y negras surgió con fuerza y presentó una radicalidad intrínseca mayor que en sus manifestaciones anteriores. El contenido de clase y de raza comenzó a tenerse en cuenta en todas las luchas.

Estas conferencias tuvieron lugar del 15 al 19 de octubre de 2019, en el marco del seminario internacional “¿Democracia en colapso?”, promovido por el SESC São Paulo y Boitempo, con el apoyo de la Fundación Rosa Luxemburgo, la Fundación Maurício Grabois y CLACSO, y patrocinado por las revistas Folha de S. Paulo, Marie Claire Brasil, Quatro cinco um, CartaCapital y Rede Brasil Atual. En el evento, que se celebró en su mayor parte en el SESC Pinheiros de São Paulo, participaron también más de cincuenta ponentes, entre ellos, Alysson Mascaro, Antonio Carlos Mazzeo, Christian Dunker, Ferréz, Leda Paulani, Michael Löwy, Luis Felipe Miguel, Marilena Chaui, Ricardo Antunes, Thula Pires, Virgínia Fontes y Vladimir Safatle. También participaron en los debates Adriana Ferreira da Silva, Bianca Santana, Eliane Dias, Raquel Barreto y Winnie Bueno.

Eran los últimos meses antes de la pandemia. A principios del año siguiente, la salud, el negacionismo y el terror golpista de Jair Bolsonaro y sus aliados –las Fuerzas Armadas, las milicias, el mercado financiero y los pastores fundamentalistas– sometieron a la democracia brasileña al estrés más profundo desde la redemocratización en 1985. El evento paulistano adquirió un nuevo y pesado significado cuando el colapso de las instituciones brasileñas estuvo a la orden del día. La participación –que en los meses siguientes se manifestaría sobre todo a través de medios virtuales– presagiaba así una inquietud con motivaciones tangibles.

Angela Davis subrayó entonces que no puede haber democracia sin participación femenina. “Cuando las mujeres negras luchan por su libertad, nunca se representan solamente a ellas mismas. Representan a todas las comunidades: las negras, las indígenas, las pobres, comunidades que han sufrido una muy dura explotación económica, opresión de género, violencia racial. Cuando las mujeres negras se levantan, el mundo se levanta con nosotras”, dijo en el auditorio del Parque del Ibirapuera, ante un auditorio de más de veinte mil personas. Casi en diálogo con su compañera, Patricia Hill Collins, en otra conferencia, formuló la pregunta básica: “¿Qué es el feminismo negro?”.

Respondió largamente, recordando las cuestiones existenciales de la muerte y la violencia a las que se enfrentan las mujeres y los hombres afroamericanos. “Por lo que no tiene sentido pensar en la libertad para la gente negra sin pensar qué significa eso, esa diferencia específica, tanto para los hombres como para las mujeres negras. Así, se puede crear y reconocer la naturaleza específica de género en términos de experimentar el cautiverio o de resistirse a él; de experimentar la esclavitud o de resistirse a ella. De sentir, vivir, experimentar el racismo y el sexismo, juntos, y resistirse a ellos”, afirmó entonces.

En una compleja reflexión sobre la dominación de clase y de género, Silvia Federici hizo hincapié en las particularidades de las luchas de liberación: “En torno a la cuestión de los bienes comunes: las mujeres están reconstruyendo aquello que es común a todos a lo largo del mundo. [...] Cuando defienden la floresta de la minería, cuando defienden los bosques, o las tierras, o los ríos de una empresa minera o petrolera, están defendiendo los bienes comunes. Están diciendo que esos bienes, la Tierra en sí, les pertenece a todos”.

Estos extractos son un aperitivo. Las declaraciones son aún más pertinentes tras la derrota electoral del terror fascista en Brasil. Su completa erradicación no será tarea fácil. Es una lucha de mujeres y hombres para que la democracia nunca se derrumbe.

 

IVANA JINKINGS

Angela Davis La libertad es una lucha constante

Moderadora: Adriana Ferreira Silva

ADRIANA FERREIRA DA SILVA es periodista especializada en estrategias y contenidos digitales, y editora centrada en historias interseccionales con enfoque de género, representatividad e inclusividad. En los últimos veinte años ha trabajado como reportera y editora para importantes medios de comunicación impresos y como columnista para la radio CBN. Entre sus proyectos más recientes figura la concepción, creación y producción del Power Trip Summit, el primer y mayor encuentro de mujeres líderes de Brasil.

Adriana Ferreira Silva: Pocas personas vivieron experiencias tan dramáticas como la filósofa y profesora emérita de la Universidad de California Angela Davis. En su autobiografía política, escrita en 1974, Angela describe el escenario de su infancia, cuando descubrió el racismo, viviendo en un barrio que pasó a ser conocido con el nombre de Dynamite Hill, la “colina de la dinamita”, debido a los constantes bombardeos llevados adelante por los racistas y supremacistas blancos para intimidar y expulsar a sus vecinos: familias negras de clase media que comenzaban a mudarse a esa región. La situación no era mucho mejor en otros barrios de Birmingham, ciudad de Alabama donde todavía existía la segregación cuando Angela Davis nació en 1944. En Nueva York, donde asistió a la escuela media, Angela comprendió que, aunque la segregación no estaba instaurada como en el resto de Estados Unidos, tampoco era cierta la llamada armonía racial del norte del país, básicamente porque el racismo estaba poderosamente implicado en las estructuras políticas y sociales, lo que llevaba a la persecución de la población negra.

Graduada de la Universidad de Brandeis (Boston, Massachusetts), Angela Davis se especializó en francés y cultura francesa en París, ciudad donde conoció al profesor Herbert Marcuse, quien le presentó la Teoría Crítica y la instó a formarse en filosofía en la Escuela de Frankfurt, en Alemania. En ese mismo período, mientras tanto, el movimiento por los derechos civiles y por la liberación de la comunidad negra [Civil Rights Movement] se fortalecía en Estados Unidos con la creación de organizaciones como el partido de las Panteras Negras [Black Panthers] en California, en reacción a la brutalidad policial indiscriminada contra la comunidad negra. Angela consideró entonces que era tiempo de volver a casa. En 1967, aterrizó en California y pasó a actuar al lado de diversas organizaciones del movimiento Black Power, además de afiliarse al Partido Comunista.

En el comienzo de los años setenta, Angela Davis participó en la lucha por la liberación de tres jóvenes activistas encarcelados en la Prisión de Soledad,1 cuando el adolescente Jonathan Jackson, hermano de George Jackson, uno de los tres presos políticos, utilizó un arma comprada por Angela en una acción que buscó concretar el secuestro de un juez como una moneda de cambio para la liberación de estos jóvenes. El evento terminó con la muerte del juez, del propio Jonathan y de otras personas. Como consecuencia, Angela Davis fue acusada de secuestro, conspiración y asesinato. En esa época, eran todos crímenes punibles con la pena de muerte, lo que la llevó a una fuga de dos meses y a la inclusión de su nombre en la lista de los diez fugitivos más buscados por el FBI. Su aprisionamiento, el 13 de octubre de 1970, dio inicio a una campaña por su liberación que hizo que miles de personas de todo el mundo salieran a las calles en un movimiento de denuncia y sensibilización que garantizó, después de dieciséis meses de prisión, que Angela fuese finalmente juzgada y declarada inocente, lo cual representó una victoria para el movimiento a favor de los presos políticos.

Desde ese momento, Angela Davis ha dedicado su vida a la lucha por la abolición del sistema de prisión, a los estudios de las relaciones de continuidad entre el pasado esclavista y el actual complejo carcelario-industrial, la defensa del fin de la militarización de la policía y las reflexiones sobre el papel de la mujer negra en la sociedad. Sobre este tema, específicamente, el libro Mujeres, raza y clase traza uno de los primeros análisis de feministas negras sobre la experiencia de la esclavitud en las Américas en un texto que servirá de base para el surgimiento del feminismo negro, estableciendo también una relación entre la reflexión intelectual y la militancia política, además del estudio de la interseccionalidad, concepto fundamental para pensar las categorías de opresión de género, raza y clase. Para la escritora y poeta estadounidense Alice Walker,2 Angela Davis es la prueba de que es posible sobrevivir, resistir y superar la máxima fuerza del poder corporativo y del Estado, enfocada en la destrucción de alguien importante, porque ese alguien inspira la solidaridad colectiva.

 

Angela Davis: Esta es la primera vez que estoy en São Paulo, aunque pasé por el aeropuerto muchas veces, camino a El Salvador.

Tengo entendido que, en los últimos días, se han llevado adelante numerosas discusiones de relevancia para estos tiempos en los que vivimos. Quiero agregar que, así como esta conferencia tiene lugar en Brasil, conversaciones similares están apareciendo en Estados Unidos, en Inglaterra, en Filipinas, en muchos lugares en donde la democracia está bajo ataque. Estoy especialmente movilizada por las conversaciones que he escuchado aquí en Brasil. Debo decir que, durante un tiempo bastante largo, personas implicadas en diversas luchas, personas amantes y defensoras de la libertad, yo incluida, veíamos a Brasil como un faro de esperanza. El país no era solamente aquel que nos podría mostrar un camino hacia la justicia económica, sino uno en donde veíamos por fin evidenciarse la falsa representación de la democracia racial. Porque Brasil era, finalmente, un país en donde de manera genuina se podía iniciar un proceso de igualdad. Igualdad racial, igualdad de género. Brasil era nuestra esperanza, porque este camino en dirección al futuro emergió en la medida en que los afrobrasileños, y especialmente las mujeres afrobrasileñas, comenzaron a levantarse, redefiniendo la democracia, haciendo reclamos estrictamente democráticos con el objetivo de alcanzar una mayor justicia económica, política y social.

Vean las repercusiones de la Marcha de las Mujeres Negras de 20153 (no fue hace mucho tiempo, ¿la recuerdan?), esa marcha fue ejecutada en contra del racismo, la violencia, y a favor del buen vivir, de la buena vida… Esas reverberaciones pudieron sentirse a lo largo de todo el mundo. Cuando fui invitada como conferencista por la Universidad Federal de Bahia en el verano de 2017, durante el Julho das Pretas,4 quedé impactada, y hasta el día de hoy sigo recordando, especialmente, la enorme cantidad de mujeres negras jóvenes allí presentes. Podía sentir la energía que estaba demandando la presencia de cambios. También recuerdo que, luego de que nuestra hermana Marielle Franco fuese asesinada en Rio de Janeiro, y luego de las elecciones del año pasado, no se preocupen, no vamos a hablar tanto de ese momento, participé del Encuentro Nacional de Mujeres Negras en Goiânia. Y aunque las mujeres estaban en un profundo luto por la muerte de Marielle y muy tristes por el golpe al gobierno de Dilma Rousseff y en el marco del encarcelamiento de Lula… En el medio de todo este contexto tan difícil, estaban también expresando su determinación de continuar la lucha por la libertad. Marielle vive. Y ella continúa siendo un faro de esperanza para las personas que creen profundamente, como ella misma creía, en la posibilidad inminente de una transformación social en Brasil, en las Américas y en todo el mundo. Ella se resistió a creer que el racismo estaba destinado a pervivir como una característica determinante de la sociedad humana. Pese al legado de quinientos años, el racismo puede ser abolido.

Ustedes saben que, por cuestiones políticas, siempre estoy criticando la identidad “americana”, tal como la señalan aquellos a quienes circunstancialmente les ha tocado vivir en un lugar que, desde el 1700, se ha denominado Estados Unidos de América. Como si las personas que viven en Estados Unidos hubieran sido las únicas en todo el hemisferio que merecen representar a todas las personas de la región. De hecho, si hubiese un país que pudiese representar a todos los países de la región, tendría que ser Brasil y no Estados Unidos de América. Es la misma lógica colonizadora que permite que la categoría de “humano” sea representada por seres humanos blancos. Humanos cuya historia ha sido la de la esclavitud y la colonización. Esta lógica lleva a una jerarquía interna dentro de la propia categoría de humanos, y es esta misma forma de colonización aquella que las personas de Estados Unidos les imponen a las personas de América Latina.

Lo he dicho muchas veces: estaría orgullosa de llamarme a mí misma “americana” si por tal término se hablase de una lógica de igualdad y reciprocidad que incluya a todas las personas de este hemisferio.

En ese sentido, Marielle Franco sería mi hermana americana. Así como son mis hermanos y hermanas todas las personas a quienes llaman criminales aquellos que circunstancialmente hoy están en la Casa Blanca. Todas esas personas que quedarían del lado de afuera de los soñados muros de los que tanto hablan. ¿Para qué muros? ¿Para qué ese control sobre las fronteras? En términos de inmigración, simplemente hablaríamos de americanos viajando hacia otro destino americano. Esa América imaginaria en la que estoy pensando como opuesta a la real asume el reconocimiento de los pueblos indígenas. Asume también la debilitación progresiva del Estado. Asume que esa identidad colectiva natural, el Estado, es ideológica, y está ligada históricamente al nacimiento del capitalismo y de la burguesía. Por eso es que las democracias más viejas del mundo, las de Estados Unidos y Francia, privilegian a la burguesía o, mejor, a la burguesía blanca. Y no a toda la burguesía blanca, porque las mujeres quedan excluidas de estos sistemas, también los hombres blancos pobres.

Hablemos un poco de eso, ahora que nos estamos cuestionando acerca de qué es la democracia, viendo sus desafíos y cuál es su futuro. Pero déjenme decirles que el feminismo negro, o los feminismos negros de la región, como los representados por los legados de Marielle Franco, Luiza Bairros, Lélia Gonzalez y Carolina Maria de Jesus, conforman nombres que nos han enseñado a cambiar nuestro punto de vista acerca de la democracia. También estoy pensando en el movimiento de mujeres negras en Colombia. En Costa Rica, Epsy Campbell5 fue recientemente electa como la primera mujer negra vicepresidente en América Latina.

Todos estos feminismos negros nos fuerzan a reimaginar nuestras conexiones, nuestras relaciones, y cómo podrían llegar a expresar nuestros vínculos y quiénes somos si no estuviésemos siempre comprometidas con las cada vez más obsoletas estructuras del Estado-nación capitalista. Diversos pueblos originarios a lo largo de toda América nos recuerdan constantemente que este no es el único mundo que existió. Y como Marx y muchos otros han señalado, si no existió en el pasado, no hay un imperativo interno que insista en la permanencia de la formación del Estado con sus militares, su policía y sus muros fronterizos. Si no existió en el pasado, puede dejar de existir en el futuro.

Marielle Franco sabía que la libertad es una lucha constante. Y su legado es defendido por quienes continúan luchando contra el racismo, la violencia, la homofobia, contra la destrucción del medio ambiente. Así también pasa con otras personas que vale la pena mencionar, como Janice Ferreira da Silva, Preta Ferreira [Negra Ferreira],6 una de las principales figuras del Movimiento Sin Techo del Centro (MSTC) y del Frente de Lucha por la Vivienda (FLM) de la ciudad de São Paulo, quien fue detenida y al salir de la cárcel dijo: “Lo que este proceso me enseñó como una mujer negra, como una activista, una militante, una pobre es que no puedo parar, me enseñó que siempre debo continuar”. Dijo también: “No se trata solamente de liberar a Preta, se trata de liberar a las ‘negras’”. Y todo el mundo debería decir “Liberen a las mujeres negras” como si estuviese diciendo “Queremos la libertad para todas las personas”.

Cuando consideramos las luchas de las mujeres negras a lo largo de todo este hemisferio, entendemos que no puede haber democracia si no las incluimos a ellas y su participación. Cuando las mujeres negras luchan por su libertad, nunca se representan solamente a ellas mismas. Representan a todas las comunidades: las negras, las indígenas, las pobres, comunidades que han sufrido una muy dura explotación económica, opresión de género, violencia racial. Cuando las mujeres negras se levantan, el mundo se levanta con nosotras. Esta es una lección importante para pensar la lucha por la democracia. Una democracia que excluye a las personas negras no es democracia para nada. Si quieren comprender los secretos de los caminos establecidos en dirección a la democracia, observen los movimientos liderados por mujeres negras. Hay que levantarse, expresarse con ellas, apoyarlas, convocar a otras personas para que se unan a ellas. Al hacer eso, lo que estamos haciendo es uniéndonos a los movimientos populares que realmente están destinados a cambiar el mundo.

La democracia es algo más complicado que pensar solamente en un proceso electoral que nos permita elegir a nuestros representantes políticos. Por el contrario, tenemos mucha más experiencia por haber vivido en sistemas democráticos inherentemente falsos, que conservan preocupantes fallas internas. Las democracias han estado activamente comprometidas en situaciones de exclusión: han coexistido con la esclavitud, con la colonización, con el genocidio indígena y hasta han tomado su forma final en función de la injerencia de los supremacistas blancos. Son democracias que han transformado a las poblaciones indígenas en seres invisibles.

Pero ¿qué estoy diciendo? ¿No contradice todo esto completamente el significado de la democracia al anular su noción básica? ¿Quién ha escuchado algo así como una democracia que haya estado basada en la exclusión del propio pueblo al que debería proteger y por el cual existe? ¿Una democracia supremacista blanca? Lo que quiero decir es que sería un error presumir o asumir que sencillamente tenemos que regresar a un período previo a la actual administración en el gobierno de Estados Unidos o de Brasil. El que ahora está en Estados Unidos quiere volver al pasado, quiere volver a una época anterior a las leyes de los derechos civiles, a la consciencia sobre el acoso y la violencia sexual y sobre los derechos del inmigrante. Quiere desconocer muchas de nuestras victorias en el campo de la justicia social.

Bolsonaro se identifica con muchos elementos del mundo militar, ¿o estoy equivocada? Dictadura militar y Estado policial, ¿no es ese su objetivo? Quiere volver a un pasado en donde los derechos de la comunidad negra, de los indígenas y de las mujeres simplemente no eran respetados. Lo que sugiero es que sería un absurdo presumir que la democracia que queremos reside en el pasado. Claro, aquí en Brasil, pueden señalar un momento en el que la victoria del Partido dos Trabalhadores representó nuevas posibilidades, nuevos futuros. Pero esa esperanza fue borrada por el impacto del capitalismo. Creo que siempre tenemos que recordar que las promesas no cumplidas que fueron formuladas en el pasado nos ayudan a crear agendas para las luchas futuras.

Esta tendencia conservadora de mirar hacia el pasado para obtener respuestas es especialmente problemática en Estados Unidos. Hay muchos que suponen que si Hillary Clinton hubiese sido elegida (y me hubiese gustado que eso suceda), con ese resultado podríamos haber evitado la actual crisis de la democracia. Es verdad que, pese a todas sus fallas, la mayoría de la gente tendría que haber ido a votar en contra de la persona que actualmente está en la Casa Blanca. No me gusta decir su nombre, por eso es que uso tantos eufemismos para referirme a él. Sabemos que decir un nombre, para algunas culturas, es imponer su energía, y no queremos hacer eso. Estoy siguiendo el ejemplo de las jóvenes mujeres que integran la Cámara de Representantes de Estados Unidos, Ilhan Omar y Rashida Tlaib, Alexandria Ocasio-Cortez y Ayanna Pressley,7 quienes nos enseñaron a referirnos a esa persona como el “current occupier of 1600 Pennsylvania avenue” [“El actual ocupante del 1600 de la avenida Pennsylvania”].

El punto al que quiero llegar es que la elección de Clinton no hubiese solucionado las profundas desigualdades económicas, la violencia racista del Estado, la misoginia estructural y toda una serie de injusticias raciales. Existe una institución en la que todas estas desigualdades e injusticias están profundamente arraigadas, de la cual quiero hablar ahora por un momento.

He estado trabajando en prisiones la mayor parte de mi vida, por lo que me gustaría hablar acerca de la democracia y las prisiones, que es lo mismo que hablar de las estructuras de vigilancia y el control policíaco. Aquellos más propensos a ser objetos de control policial son personas que vienen de comunidades pobres. Es decir: personas que son más susceptibles a ser víctimas del racismo estructural y de la violencia hacia las mujeres relacionada con el racismo.

Entiendo que aquí en Brasil existen académicos y activistas que han estado examinando y han protestado contra el papel creciente de la institución policíaca y de la prisión. Hasta el punto de que han manifestado una honesta preocupación y se han movilizado contra el resurgimiento de la tortura en cárceles y presidios en Brasil. Y entiendo que muchas mujeres han sido torturadas en Bahia, y que, en muchas otras prisiones, las personas han sido forzadas a sacarse su ropa y cantar el himno nacional de Brasil, lo que me recuerda a la Rebelión de Attica8 y la masacre de sus prisioneros en 1971, quizás hayan visto las imágenes de los cientos de prisioneros desnudos.

En definitiva, todo esto me llevó a reflexionar sobre la relación entre la prisión y la democracia. Estados Unidos es uno de los principales responsables de haberle ofrecido al mundo las prisiones. Allí, el proceso de institucionalización de la prisión como modelo dominante de castigo estuvo ligado a la metamorfosis posrevolucionaria del gobierno y de la sociedad durante finales del 1700 y comienzos del 1800. El ascenso del modelo penitenciario en Estados Unidos fue una muestra, una evidencia dramática de democratización. Y, al mismo tiempo, el síntoma de una muy poco asumida desigualdad racial, de clase, de género, enraizada en las entrañas de la estructura de la nueva democracia.