Desde la clínica hacia la teoría psicoanalítica - Jorge Luis Maldonado - E-Book

Desde la clínica hacia la teoría psicoanalítica E-Book

Jorge Luis Maldonado

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Beschreibung

Este libro contiene reflexiones sobre dificultades que surgieron en mi experiencia clínica durante tratamientos psicoanalíticos. Muestra cómo, a partir de la resolución de esas dificultades iniciales, fueron emergiendo aspectos constructivos de los analizados que hasta entonces habían permanecido ocultos y desconocidos para el sujeto. Un elemento común a distintos capítulos reside en el estudio de la patología narcisista. También son explorados los acuerdos inconscientes que pueden establecerse entre analizado y analista que dan lugar a que aspectos significativos de la conflictiva del analizado sean excluidos de la investigación analítica.  Entre otros temas clínicos, se concede particular importancia a las dificultades en la simbolización, a la representación del límite entre el sujeto y el otro, a la problemática del duelo, y a las consecuencias del trauma tal como este se manifiesta en las neurosis y en las psicosis. También es jerarquizada la investigación y reconstrucción del lado oscuro y desconocido de la historia del sujeto, de sus enigmas y sus vínculos intrafamiliares que difieren de su versión manifiesta.

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Jorge Luis Maldonado

DESDE LA CLÍNICA HACIA LA TEORÍA PSICOANALÍTICA

PRIMERA EDICIÓN

Índice

CubiertaPortadaDedicatoriaReconocimientosPrólogo, por Rafael PazIntroducciónCapítulo 1. Desde la desidentificación hacia nuevas identificacionesCapítulo 2. Efectos de la negación en la relación analista-analizado. Paradojas del narcisismoCapítulo 3. Consideraciones sobre aspectos de la teoría del narcisismoCapítulo 4. Participación del tercer sujeto en el vínculo sadomasoquistaCapítulo 5. Consideraciones sobre la realidad externa en el enactmentCapítulo 6. La representación del límite entre el sujeto y el otroCapítulo 7. Reacciones del paciente ante sugerencias o consejos del analistaCapítulo 8. La interpretación en pacientes con patologías narcisistas borderline. Errores y aciertos del analistaCapítulo 9. La angustia, el interpretar y las vicisitudes de la relación analista-analizadoCapítulo 10. Vicisitudes de la simbolización en neurosis y en psicosisCapítulo 11. Consideraciones sobre “lo inconsciente”Capítulo 12. Interpretación transferencial y reconstrucción de la historiaCapítulo 13. Duelos infantiles y perturbaciones en los vínculos libidinalesApéndice. Problemas en relación con duelos y traumasCapítulo 14. Aspectos del reproche en la situación analítica (Hipótesis sobre su interrelación en el funcionamiento de los grupos psicoanalíticos) Manuel José Gálvez y Jorge Luis MaldonadoCapítulo 15. Reflexiones sobre trauma, simbolización y dolor psíquico en un caso de neurosis y otro de psicosis, Jorge Luis Maldonado y Alberto Luis SolimanoCapítulo 16. El cuerpo como envoltura del duelo Apuntes sobre un caso de anorexia nerviosa, Marta Aguiar de Maldonado y Jorge Luis MaldonadoSobre este libroSobre el autorOtros títulos de nuestra editorialCréditos

Dedico este libro a mis hijos y a sus cónyuges, a quienes siento también como mis hijos. Sebastián y Patricia; Hernán y Astrid; Lucía y Roberto.

Esta dedicatoria cobra su real sentido si la dedico a mis hijos junto con Marta, mi mujer. Es a partir de su nombre que estas palabras adquieren la calidez materna que requieren y el reconocimiento a su sólida y tierna compañía.

Nuestros hijos deben saber que sus propios desarrollos han influido sobre mí en el mantenimiento de mis intereses, y en el sabor que extraigo de sus logros que estimulan mis propias producciones.

Una dedicatoria muy especial les dejo a Clara, Rocío, Paz, Luz, Gastón, Pedro, Inés, Ramiro, Ana y Sol. Ellos son mis maestros en las nuevas ciencias y tecnologías; son también quienes me enseñan a reír y a soñar.

Reconocimientos

Tengo la enorme satisfacción de poder incluir en la portada de este libro uno de los cuadros de la vasta producción pictórica de mi querido amigo Florentino Sanguinetti.

El trabajo de redacción de un libro se lleva a cabo en soledad; sin embargo, mediante la inclusión de este cuadro, como también del generoso aporte del prólogo de Rafael Paz advierto que estoy integrando una parte significativa de la presencia de mis amigos. Con un dejo de nostalgia quiero recordar también la incorporación de los textos elaborados en conjunto con Alberto Solimano y Manolo Gálvez.

Tanto la presencia de unos, como el recuerdo de los otros me dan lugar para reconsiderar la importancia de la transmisión de una experiencia, siempre que esta experiencia logre ser compartida.

Prólogo

por Rafael Paz

 

 

La transmisión de la clínica psicoanalítica con su peculiar densidad, en tanto ciencia de la experiencia del inconsciente, requiere de condiciones especiales.

Se trata, en efecto, de rescatar lo vivido en un dispositivo narrativo que sostenga la complejidad del campo transferencial, con un balance adecuado entre el rigor conceptual y claridad del relato.

Pues si ésta es “la cortesía del filósofo”, al decir de Ortega, más lo es la del psicoanalista, que se sumerge en variadas capas de emociones y sentidos, expandiéndolos, en pos de un decir / hacer reparatorio.

Para luego, eventualmente, como en este testimonio escrito, compartir la experiencia de manera inteligible pero respetando la concurrencia múltiple de determinaciones, que requieren de una matriz expositiva consistente.

Cosa que este libro logra acabadamente.

 

Desde una perspectiva histórica y sistemática podemos situarla como una obra nítidamente post clásica, donde los nexos de filiación dominantes –kleinianos y post kleinianos, engarzados en una teoría desarrollada del campo psicoanalítico– son reconocidos de hecho y con gratitud fecunda, al exigirlos al máximo para desentrañar los materiales.

Ese entretejido conceptual permite el rescate y puesta en valor de ideas clásicas, potenciadas en el dispositivo de campo transferencial.

Muestra cabal es el capítulo referido al narcisismo, donde con ductilidad se articulan elaboraciones de las primeras épocas con desarrollos actuales, imprescindibles para elaborar lo que sin duda constituye una de las preocupaciones permanentes del autor: las ataduras y lealtades patológicas devenidas estructuras en virtud de identificaciones, y sólo pasibles de ser transformadas merced a un paciente trabajo que implica disponibilidad receptiva y lucidez instrumental.

Al respecto, un eje clave atraviesa el texto: el arte de la distancia óptima, que no rehúye el compromiso emocional pero tampoco lo diluye en un emotivismo que desdibuje el trabajo específicamente psicoanalítico: señalamientos, interpretaciones y construcciones en un medio surcado por transferencias y contratransferencias.

Lo que nos lleva a otra de las preocupaciones de Jorge Maldonado: el arduo trabajo que supone vérselas con forma sutiles e infiltrativas de transferencia hostil y reacciones terapéuticas negativas, con el consiguiente saboteo de la labor erótica, conectiva y reparatoria.

Es en el seno de tales tormentas o sutiles minados con que opera lo negativo donde se prueba la consistencia del dispositivo en curso y el trabajo de sostener una clínica cercana: Jorge Maldonado es un psicoanalista que optimiza la distancia para emerger de las complicaciones contratransferenciales, seguir creyendo en lo reparatorio y ponerlo en obra merced al trabajo sobre los detalles, los señalamientos y las interpretaciones.

Sumergiéndose para ello en lo intrincado de ambientes poblados de identificaciones y potenciales contraidentificaciones proyectivas, con una empatía sobria que sostiene la transferencia de trabajo, sin efusividades que obturen el trabajo de la verdad.

 

Con claridad expone así una heurística tenaz del desentrañamiento de identificaciones parasitarias, situándose en perspectivas kleinianas y post y para kleinianas, asumiendo la legitimidad terapéutica de liberar al analizando de servidumbres in-voluntarias.

Moviéndose con soltura y trasuntando la asimilación cabal de coordenadas plurales de referencia propias de nuestro medio.

Marco conceptual sostenido que torna posible hacer jugar ideas procedentes de vertientes psicoanalíticas diversas, potenciando su riqueza originaria, constituyéndose así en un ejemplo claro de lo que cabe llamar relativización productiva.

Es decir, no absolutizar ni diluir un marco referencial sino exigirlo al máximo antes de introducir otra perspectiva, para reiterar de ese modo la operación epistémica de manera fecunda y evitar la “sopa ecléctica”.

 

El material se expone con una prosa tersa y convincente, de modo que las teorizaciones de una metapsicología ampliada de relaciones de objeto se vuelve inteligible sin perder en el momento expositivo riqueza y densidad.

Punto a resaltar, pues Jorge Maldonado sostiene en todo momento la complejidad de los materiales que encara, merced a un estilo de raíz freudiana que imbrica relato y metarrelato teorizante.

 

Los trabajos en colaboración, por su parte, enriquecen con las huellas de otros la producción propia, y testimonian la ductilidad del autor para dar cabida, en persona, a diferentes miradas, marcos de referencia y estilos.

Eso sí, cercanos y congruentes, que enriquecen la soledad acompañada que el oficio de psicoanalista requiere.

En síntesis, valioso libro de bitácora que se abre generosamente para que otros lo aprovechen: obra lograda.

 

 

Introducción

He reunido en este libro una serie de trabajos, algunos publicados en distintos medios y otros que permanecieron inéditos, con el propósito de presentar al lector dificultades y hechos significativos que fueron surgiendo durante mi práctica clínica. Mi objetivo es también referirme a las teorías a las que recurrí al intentar dar cuenta de las incógnitas que estos hechos me suscitaban.

He sido afortunado al haber podido realizar mi formación en el ambiente psicoanalítico de Buenos Aires. En este ambiente, desde sus inicios, hubo una actitud de apertura de pensamiento dirigida a examinar las diferentes teorías que podrían brindar posibles soluciones a los inesperados interrogantes que la clínica presenta. El grupo de primeros analistas que iniciaron el desarrollo del psicoanálisis en la Argentina se caracterizó por el entusiasmo e interés hacia aportes nuevos y valiosos de procedencias diversas. Los intelectuales de vanguardia de Buenos Aires no estaban influenciados por deudas de reconocimiento hacia autores de teorías definidas, y esto les dio la posibilidad de elegir libremente los modelos conceptuales que habrían de adoptar. Así fue que incorporaron nociones provenientes de diferentes autores; las teorías de Fairbairn, Melanie Klein, Winnicott, Kohut y, posteriormente, Bion, Lacan y otros pensadores del psicoanálisis francés se conocieron décadas antes que en instituciones de más antigüedad pertenecientes a otros continentes.

Este espíritu creativo tendiente a integrar distintas conceptualizaciones continuó en el tiempo. Décadas después, cuando inicié mi formación como analista, recibí esta actitud innovadora como un importante legado que provenía de las generaciones de analistas que me precedieron. Mi análisis didáctico con David Liberman y la influencia que tuvieron entre otros maestros Horacio Etchegoyen, Madeleine y Willy Baranger me posibilitaron registrar las distintas bifurcaciones de la teoría psicoanalítica que tuvieron lugar durante el desarrollo de esta disciplina. Aprendí también a reconocer el valor de las articulaciones de aspectos parciales correspondientes a diferentes modelos conceptuales, al margen de y además de los aspectos inconmensurables entre sí (en términos de Kuhn, 1962) que las diferentes teorías puedan presentar.

El lector encontrará que he abordado las dificultades de mi experiencia clínica con la posibilidad de recurrir al amplio espectro conceptual que el cuerpo teórico del psicoanálisis nos ofrece. He partido del criterio clínico que considera que existe en el inconsciente algo más que un único conflicto, y que no existe una teoría única que dé cuenta de la diversidad de conflictos que la mente humana presenta.

En ciertas circunstancias, los modelos conceptuales que el analista adopta pueden ser investidos con los atributos del ideal, desconociéndose, a veces, su carácter de hipótesis que sólo pueden dar cuenta parcial de los hechos. Estos modelos conceptuales requieren ser complementados con otros modelos, en tanto no existe un único paradigma, y tampoco existe un único nivel de conflicto. Esta realidad es negada cuando determinada teoría es idealizada; la idealización perturba la capacidad de puesta a prueba y rechazo o utilización de esos otros esquemas referenciales que llenarían el vacío dejado por la insuficiencia de las primeras.

Una mirada retrospectiva sobre la historia del desarrollo del psicoanálisis permite observar la evolución de esta disciplina y advertir las distintas valoraciones concedidas a los diversos factores que favorecen o perturban el desarrollo de un proceso analítico. Freud sorprendió al entorno psicoanalítico cuando en “Análisis terminable e interminable” (1937) se refirió a las limitaciones del psicoanálisis para lograr modificaciones de los procesos psíquicos. Freud estableció un límite a la sobrevaloración del psicoanálisis consecuencia de la desmedida idealización. En esa oportunidad, describió el “lecho de roca”, que es el punto en el que la repetición se impone sobre la elaboración, y al que se llega después de haber atravesado todos los estratos psicológicos. Freud relacionó la repetición con factores biológicos que alteran las expectativas del psicoanálisis de lograr transformaciones de las estructuras psíquicas. Su manifestación fue un golpe a la visión sobrevalorada del ambiente psicoanalítico de los primeros tiempos del análisis; en esos momentos se pensaba que el psicoanálisis podía lograr modificaciones radicales en la estructura del aparato psíquico. Estas modificaciones intentaban ir más allá de las limitaciones correspondientes a la naturaleza de cada sujeto.

Desde la perspectiva actual, la afirmación de Freud ha sido parcialmente corroborada por las vicisitudes de los cuadros clínicos que perturban la evolución de los procesos psicoanalíticos (la reacción terapéutica negativa, el impasse y las resistencias incoercibles). Sin embargo, la afirmación de Freud sobre el “lecho de roca” requiere ser nuevamente considerada, en tanto investigaciones ulteriores advirtieron que hay también otros factores que determinan una resolución favorable o una detención de las posibilidades de elaboración y modificación de las estructuras psíquicas.

En la actualidad ya no es posible sostener que el desenlace de los procesos analíticos depende tan sólo de las estructuras endopsíquicas de cada analizado. Existen, además, limitaciones propias de la díada analista-analizado de acceder a los diversos conflictos que restringen las posibilidades de que las fantasías inconscientes sean elaboradas.

A partir del reconocimiento del valor de la contratransferencia, surgieron numerosas y significativas investigaciones pertinentes a la intersubjetividad, en particular, las que conciernen a las diversas posibles respuestas del analista ante la conflictiva del analizado. En forma paulatina, la teoría analítica comenzó a reconocer la importancia de los enactments mutuos entre analista y analizado, y los baluartes intersubjetivos que ambos integrantes de la relación analítica pueden llegar a construir mediante una fantasía de pareja generada en forma conjunta.

El valor de estos nuevos conocimientos reside en que modifica y relativiza esencialmente la noción de “lecho de roca” y amplía el espectro de posibilidades en cuanto a límites en el desarrollo de los procesos analíticos. De este modo, las investigaciones relacionadas con la experiencia intersubjetiva establecieron significativas diferencias con el panorama que describió Freud en “Análisis terminable e interminable”.

En el presente, tenemos conocimiento de que ninguna teoría psicoanalítica abarca la totalidad de los conflictos del sujeto que son actualmente reconocidos. El cuerpo principal de cada teoría sólo da posible cuenta de ciertas incógnitas del inconsciente, pero deja un residuo de enigmas que esperan respuestas mediante nociones que provienen de otros paradigmas.

Es precisamente el conjunto de limitaciones que son intrínsecas a cada teoría, el factor que me lleva a valorar la posibilidad de abordar la experiencia clínica mediante la conjugación de aspectos complementarios de distintos modelos conceptuales. Fue a partir de este criterio que inicié la investigación que está reunida en este libro.

Expresé mi reconocimiento hacia la influencia favorable que tuvieron mis maestros sobre mí; quiero referirme ahora a mi relación con mis discípulos y también con mis pares, los analistas de mi propia generación. Puedo decir de mis discípulos que en el curso de los años he aprendido también de mi comunicación con ellos. A veces, preguntas genuinas que ellos me manifestaron y que partían de una sabiduría de cauce oculto motivaron en mí nuevas reflexiones acerca del valor de conceptos que estábamos utilizando. Creo, por mi parte, haber tenido también alguna influencia sobre el desarrollo de las ideas de mis propios maestros.

Los dos últimos capítulos que constituyen el Apéndice de este libro fueron redactados con dos entrañables amigos que ya no están entre nosotros: Manuel Gálvez con quien escribimos el primer capítulo y Alberto Solimano con quien escribimos el segundo. Con Manolo (así lo llamábamos) escribimos centrando el énfasis en los aspectos del psicoanálisis que están vinculados con la patología del duelo y con las instituciones psicoanalíticas. Con Alberto, nos centramos en la investigación del trauma y las correspondientes diferencias cuando el trauma tiene lugar en las neurosis o en las psicosis. Conservo el cálido recuerdo del valioso intercambio de ideas que tuvo el encuentro con cada uno de ellos en los momentos de redacción de estos escritos.

Con los colegas que son mis pares, mis condiscípulos generacionales, debo decir que es mucho lo que he recibido de todos ellos en nuestros numerosos años de grupos de discusión y de supervisión de materiales clínicos. Pienso que estas prolongadas experiencias de convivencia vinculadas al intercambio de conocimientos y al aprendizaje han contribuido en forma significativa a la generación de los conceptos expresados en este libro. Si alguna sugerencia puedo transmitir al lector, es la importancia que le otorgo al intercambio constante de conocimientos entre colegas. Pienso que este intercambio es un factor esencial para evitar el horizonte de espejismos que nuestro propio “lecho de roca” nos ofrece y para mantener vital el interés por nuestra disciplina.

 

 

 

CAPÍTULO 1 Desde la desidentificación hacia nuevas identificaciones1

La función paterna es susceptible de deteriorarse o perderse cuando la figura que ejerce el rol paterno es descalificada mediante un vínculo de complicidad de un sujeto con un objeto significativo. El prototipo de estos pactos de complicidad constituido por el “clan de hermanos” en contra del padre fue mencionado por Freud (1913) al referirse a los orígenes míticos del parricidio. Alianzas de esta naturaleza establecidas por un sujeto con un grupo de pares, sucedáneos del “clan de hermanos”, suelen observarse en la adolescencia; estas conducen a actuaciones psicopáticas en el caso de que el grupo sea comandado por un líder que usurpa y pretende suplantar la función paterna. La alianza se constituye cuando el grupo sostiene la usurpación y sostiene al líder.

Vínculos de complicidad pueden también acontecer entre uno de los padres y el hijo o hija en contra del otro padre. La alianza de la madre y el hijo con la finalidad de socavar y debilitar la imagen del padre en tanto soporte de la ley de exogamia, genera en el hijo sentimientos de culpa hacia el padre y deseos inconscientes de venganza contra la madre, por haber ésta consentido o instaurado esta forma de ligamen. Este tipo de vínculo perturba las posibilidades del hijo de establecer una identificación positiva con el padre y de reinstalarlo en el lugar del ideal del yo. Vínculos de esta naturaleza del hijo con la madre suelen encontrarse en las patologías perversas (Maldonado, 2002, 2004).

Con frecuencia, la rivalidad del sujeto hacia un otro resulta ostensible mediante diversas formas de coaliciones que tienen lugar entre miembros de la misma o de distintas generaciones. Se presenta en las relaciones fraternas, estableciendo pactos entre hermanos que generan la exclusión de otro hermano. Se presentan también en las relaciones entre sobrinos y tíos fortaleciendo el ligamen del sujeto con los hermanos de uno de los padres en contra de éste.

Estas distintas formas de acuerdos suelen reproducirse en la situación analítica; el analizado genera un ligamen imaginario con un objeto interno establecido en contra del análisis, del analista o de la función psicoanalítica con la que el analista se encuentra investido. Esto transforma el vínculo diádico, analista-analizado configurando formas diversas de relaciones triangulares que se agregan y superponen a la triangulación edípica.

Existen también coaliciones subrepticias de un sujeto con otro que constituyen formas diversas de folie à deux. Hay formas “no psicóticas” de folie à deux2 que se constituyen en contra del análisis, y que son frecuentes y difíciles de reconocer cuando se instauran en la situación analítica. En estos casos, el analizado constituye en forma encubierta un vínculo con un tercero por quien se siente avalado, y que utiliza como un aliado en contra de la relación analítica. También se presentan situaciones en las que predomina la actuación por parte del otro integrante de la folie à deux para que el procedimiento analítico fracase; esta forma es más frecuente de lo que puede ser detectada, y suele estar motivada por sentimientos destructivos del otro integrante de la folie à deux contra el vínculo positivo que el analizado puede establecer con su propio analista. Estos vínculos suelen ser repeticiones de acuerdos pretéritos con objetos primarios.

Puede ser también el propio analista quien asuma los atributos de un objeto interno que se alía con el analizado para conseguir que el proceso analítico se malogre, y de este modo se consuma entre ambos una venganza que está dirigida hacia un objeto u objetos que pertenecen a la historia tanto del analizado como del propio analista. Cuando esta colusión entre analizado y analista acontece, un “baluarte bipersonal” queda instaurado.

Las alianzas tienen una intencionalidad adicional que consiste en la fantasía de compartir y distribuir entre cada uno de los miembros de una agrupación la culpa que proviene de la hostilidad que está dirigida hacia el objeto que es hostilizado. Una de las vicisitudes frecuentes de estas agrupaciones constituidas por dos o más sujetos en contra de un tercero, que acontece cuando el sentimiento de culpa se incrementa y el grupo fracasa en su función de distribución de la culpa, consiste en la ruptura del ligamen entre sus integrantes. La ruptura del ligamen grupal determina que la hostilidad de cada uno de los integrantes del grupo sea revertida y canalizada en contra de sus mismos integrantes.

Las distintas formas de alianzas persisten en el mundo interno mediante procesos de identificación; estos procesos se encuentran determinados por pulsiones libidinales y de agresión que establecen ligámenes amorosos y hostiles con el objeto de la alianza y con el objeto contra quien ésta ha sido instaurada. Si durante el transcurso de un análisis el analista logra detectar y esclarecer este tipo de identificaciones, éstas pueden adquirir una secuencia de transformaciones que se establecen a partir de la elaboración de las fantasías que las sustentan. Los procesos de elaboración generan modificaciones a nivel de la fantasía que culminan en abandonos de antiguas identificaciones, y esto constituye lo que se reconoce como desidentificación. De este concepto se desprende un interrogante: ¿qué sustituye a la identificación que ha sido abandonada?

El abandono de los objetos de las identificaciones pretéritas requiere la sustitución de éstas por nuevas identificaciones con nuevos objetos que puedan proporcionar otros ideales al relevar los ideales anteriores; esas antiguas identificaciones representaban o portaban los ideales que fueron abandonados por el sujeto.

Vicisitudes de una identificación3

Freud (1939) consideró el valor de la función paterna como determinante para que los procesos de simbolización puedan ser adquiridos. Con posterioridad, Lacan (1994, 1998) se refirió ampliamente a la importancia que tiene esta función en la simbolización y en el desarrollo de la subjetividad. La función paterna adquiere un particular significado cuando es ejercida por el sujeto que es o fue objeto libidinal de la madre. Esta función tiene esencial importancia como factor de límite de la omnipotencia narcisista que se sustenta en la fusión del sujeto con la madre, en tanto ésta como objeto es indiferenciada del propio sujeto. Concuerdo con W. Baranger (1976) que reconoce una diferencia radical entre el conflicto del sujeto que tiene lugar en la fantasía –tal es el caso del Edipo temprano descripto por Melanie Klein– y el conflicto de Edipo descripto por Freud que acontece ya no sólo en la fantasía, sino que es un acontecimiento que consiste en la participación activa del padre. Éste, mediante su rol interdictor, interviene estableciendo una diferenciación entre el cuerpo del niño y el cuerpo de la madre. Este rol interdictor del padre que trasciende la fantasía –y que está expuesto al fracaso– es esencial para la comprensión del material presentado a continuación.

Corresponde destacar que el punto de vista que será planteado a continuación es el resultado de la reconstrucción durante el análisis de una versión posible de los vínculos primarios del señor D. contenidos en su mundo interno. Esta reconstrucción tuvo lugar a partir del despliegue de esos vínculos en el contexto de la relación transferencial.

El propósito de esta comunicación es investigar cómo el ejercicio de la función paterna por parte del padre fue deteriorándose como consecuencia de una alianza inconsciente de complicidad establecida entre D. y la figura de su abuelo paterno. El proceso analítico puso en evidencia que la finalidad de esta alianza era descalificar al padre mediante la unión de las rivalidades que ambos, abuelo y nieto, tenían con éste; rivalidad que en D. se había establecido en tanto el padre era el objeto libidinal de la madre. En el transcurso de su análisis, la relación internalizada establecida con ese abuelo fue paulatinamente abandonada mediante el proceso de desidentificación.

D. había vivido en otro país hasta el final de su adolescencia y había consultado por los problemas que le ocasionaba la descompensación de su intensa patología narcisista que se manifestaba como despersonalización. Presentaba también un estado de angustia permanente, fobia a los ascensores, a viajar en avión o a permanecer en lugares cerrados, y múltiples y reiterados fracasos en sus relaciones afectivas. Tenía también conflictos de identidad; entre éstos, de identidad de género, que dieron lugar a la iniciación de su análisis cuando, por momentos, sentía una intensa angustia, en tanto se imaginaba como si fuera una mujer. Esta sintomatología indica por sí misma el grado de fusión que D. había establecido en el vínculo con su madre y la imposibilidad de desprenderse de ella. Las características de este vínculo en el cual D. se encontraba indiferenciado de la madre se denunciaban mediante la confusión de su identidad sexual.

En el relato manifiesto resaltaba la actitud de grandiosidad de este abuelo que se manifestaba en el trato autoritario que ejercía sobre las personas que dependían de él, como también mediante la ostentación que hacía de su influencia a nivel político y de bienestar económico. En su recuerdo, el abuelo paterno le daba todo cuanto D. le solicitaba, o bien le hacía regalos excesivamente costosos. También, durante la pubertad temprana, le daba cigarrillos en contra de la voluntad de su padre y sin que éste lo supiera.

Con dádivas, actitudes permisivas y transgresoras, y mediante su ostentación de riqueza y poder, el abuelo paterno colmaba en el nieto una ilusión de magnificencia y la creencia de que ese abuelo encarnaba el objeto complementario de su yo narcisista infantil. En forma paulatina, el abuelo fue adquiriendo significativa influencia sobre D., quien, apoyándose en su autoridad, desoía las indicaciones del padre, tratándolo a éste en forma despectiva. Como resultado de esta relación, se había instaurado en D. la imposibilidad de establecer una idealización del padre, necesaria durante el desarrollo de la adolescencia, que le permitiera reinstalar al padre en el lugar del ideal del yo.

Abraham (1955) ha señalado los procesos de desplazamiento hacia los abuelos de imágenes de los padres que son originalmente investidos con omnipotencia: estas imágenes contribuyen a conformar versiones de la novela familiar. En el caso que está en consideración, además del desplazamiento de la omnipotencia infantil, el aspecto más significativo del vínculo era el sutil pacto de complicidad que se había instaurado entre abuelo y nieto. En consecuencia, la asunción de la función paterna por parte del padre había sido tergiversada y parcialmente anulada, de modo tal que el padre había quedado desplazado en sus posibilidades de asumir su paternidad. El alejamiento del padre le impedía esencialmente tener un objeto investido con la función paterna capaz de establecer un límite a su fusión con la madre que generaba su grandiosidad narcisista.

La modalidad de relación que D. mantenía con su padre resultó ostensible en la relación transferencial en los momentos en los que el paciente, identificado con ese abuelo, asumía una actitud intensa y persistente de burla despectiva hacia el análisis y el analista. Las características del vínculo con el padre dieron lugar a una intensa transferencia negativa que se manifestaba mediante una persistente actitud provocativa y de sutil desprecio o desdén por las intervenciones del analista. Su modalidad de funcionamiento en el análisis me llevó a pensar en cuán difícil debió haberle resultado al padre la crianza de un niño que presentaba una rivalidad con características despectivas tan acentuadas. Por otra parte, uno de los objetivos predominantes de esta modalidad relacional intensamente negativa era intentar generar en el analista un ánimo adverso hacia él e inducirlo a formular intervenciones hostiles que tuvieran el sentido de rechazo afectivo.

En la versión manifiesta acerca de las características de su padre, éste era descripto como inteligente, pero debilitado por un estado depresivo crónico. Cuando el análisis de la relación con el padre estaba avanzado, D. oscilaba entre reprocharle por haberse distanciado de él o culpar al abuelo por haber sojuzgado al padre, sometiéndolo en diversos órdenes. Fueron sus palabras: “mi abuelo destruyó a mi padre”.

La manifestación acerca de que había sido su abuelo paterno quien “destruyó a su padre” era la versión manifiesta transmitida mediante su relato verbal que configuraba una parte de su novela familiar. Esta versión acerca de la responsabilidad del abuelo ocultaba una creencia existente en un nivel más profundo de su mundo interno, de que había sido su propia alianza con ese abuelo uno de los factores que en su mundo imaginario –y eventualmente en la realidad fáctica– pudo haber conducido a la decadencia de su padre, experimentada por D. como equivalente a su destrucción. El uso reiterativo del lenguaje de acción mediante sus continuas sutiles burlas y provocaciones de diversa índole, con lo cual intentaba atacar y desvirtuar la función analítica, mostraban la forma en que su ambivalencia hacia su padre era actuada en la transferencia. Al mismo tiempo, buscaba despertar la hostilidad en mi contratransferencia de modo que mis intervenciones tuvieran un carácter punitivo.

Esta perspectiva de su historización requería ser reconstruida mediante la observación de los sucesivos acting out desplegados en la transferencia. De este modo, una historia impresa en su mundo interno y reconstruida a partir del análisis de la transferencia resultaba distinta del relato imaginario que el paciente D. daba de su historia. Concuerdo con Baranger, W. (1994, p. 197) quien expresa acerca del proceso de historización: “Pero trátese de recuerdos auténticos o no, no lo podemos saber nunca –ni tampoco nos importa–. La misma pregunta de si un recuerdo es auténtico o no casi carece para nosotros de significado. Lo que sí nos importa es que el paciente haya agregado a su experiencia consciente y unificada algo que mantenía aislado y alejado de ella.”

D. se hallaba cautivo de una doble identificación con figuras masculinas. Estaba identificado con la magnificencia y fastuosidad maníaca del abuelo paterno que lo impulsaba a mantener un tren de vida ostentoso que coincidiera con la imagen grandiosa atribuida a éste; D. se sentía inconscientemente condenado a sostener en forma indefinida esta identificación maníaca como si se encontrara prisionero en un pacto de connivencia establecido entre conjurados. La condición de encerramiento de esta identificación determinaba sus síntomas claustrofóbicos (fobia a ascensor, a viajar en avión, a espacios cerrados, entre otras). En forma simultánea, estaba identificado melancólicamente con su padre habiendo desarrollado síntomas de fracaso y deterioro. Las identificaciones con la decadencia del padre se presentaban como formas de culpa y autocastigo, producto de múltiples alianzas sostenidas con el abuelo en contra del padre, que estaban condensadas en una fórmula: “los cigarrillos recibidos de manos del abuelo en forma subrepticia y sin consentimiento del padre”. Freud (1921) señala el carácter punitivo que contienen las identificaciones patológicas, y que esta condición es uno de los factores que establecen las diferencias entre las identificaciones patológicas y las identificaciones que transcurren durante el proceso normal del desarrollo.

El análisis sistemático de la grandiosidad narcisista del paciente y de su búsqueda de castigo por haber anulado al padre –o al analista en la situación analítica durante sus períodos de intensa transferencia negativa– comenzó a generar transformaciones en el estado de sus objetos en su mundo interno y a convertir la identificación avasalladora con ese abuelo en egodistónica. Este cambio interior generó en D., por una parte, la necesidad de abandonar la identificación establecida con el abuelo paterno y, por otra, lo condujo a la búsqueda de nuevos objetos que dieran contención a su necesidad de nuevos ideales. Esto implicaba llevar a cabo un proceso de desidentificación con ese abuelo.

La búsqueda de nuevas identificaciones

Corresponde destacar, por otra parte, que la relación de D. establecida con la familia materna (abuelos y tíos maternos) había quedado eclipsada por este vínculo absorbente mantenido con el abuelo paterno. Durante el curso de su análisis, las menciones de estos otros vínculos con la familia materna fueron escasas y limitadas.

Cuando su análisis estaba avanzado, D. contó un sueño que implicaba el comienzo del proceso de abandono de una identificación experimentada como perjudicial para sí y también, la búsqueda de un nuevo modelo identificatorio que le permitiera lograr una nueva estructuración de su psiquismo. En el sueño relatado a continuación emerge la figura de su otro abuelo, el abuelo materno, descripto con rasgos de carácter muy diferentes de los del paterno con quien, como ya hemos dicho, D. tenía un vínculo conflictivo e idealizado.

El relato del sueño es el siguiente: “yo iba a encontrarme con Norma en la casa de mi otro abuelo, el padre de mi madre. (Norma era una amiga de su adolescencia que, tiempo después, había organizado y ordenado uno de sus emprendimientos laborales). Yo tenía puesto un traje que me gustaba mucho, de una tela con un dibujo Príncipe de Gales. La casa de mi abuelo materno era una casa antigua, prolija, que tenía un comedor amplio. Me metía en un ascensor, pero que no era el de esa casa, sino el de la oficina de mi otro abuelo, el paterno, que era un ascensor feo y viejo”.

El sueño conduce a pensar que ambos abuelos están representados mediante los distintos ambientes mencionados: la descripción del ascensor “feo” y “viejo” de la oficina del abuelo paterno, expresa el carácter displacentero y ahora egodistónico de la identificación con él. Se relaciona, también, con su sintomatología claustrofóbica, consistente en su temor a quedar encerrado en un ascensor (o en una identificación), siendo éste uno de los motivos por los que había consultado inicialmente. Sus angustias claustrofóbicas reflejan su encierro en esa identificación que es tanto causal de sentimientos depresivos (lo feo y viejo), como también alienante. La patología claustrofóbica se corresponde con la vivencia de encierro en una identificación de la que el sujeto no puede desprenderse debido a su condición idealizada.

La apreciación displacentera acerca del ascensor del abuelo paterno permite suponer que el proceso de desilusión y duelo por la pérdida de la idealización antes conferida a ese abuelo ya había comenzado. El abandono de la idealización establecida hacia un objeto, la desidealización, es parte inicial del proceso de desidentificación. Las características de la representación ascensor feo y viejo (vínculo de encerramiento) contrastan con la representación comedor amplio de su otro abuelo que posiblemente se relacione con cierta “amplitud de carácter” que este otro abuelo le posibilitaba desarrollar.

D. expresó que la casa del otro abuelo, el materno, se ajustaba a las necesidades de la familia, y se vivía en un ambiente de orden y sin erogaciones excesivas. El tren de vida sobrio que se llevaba en esa casa resultaba lo opuesto a la forma de vida ostentosa del abuelo paterno.

Un aspecto significativo de este sueño es el encuentro con “Norma-casa abuelo materno”, la amiga que en cierta oportunidad había puesto orden y organización en la actividad de D. También el vocablo ‘norma’ comprende esta idea de orden y requiere ser entendido como expresión de un nuevo sistema organizador o de una “ley”, en tanto función paterna que impide la endogamia, antes rechazada, con el cual, como en el sueño, deseaba encontrarse. D. muestra en este sueño –y en sus respectivas asociaciones– la necesidad de encontrar otro modelo identificatorio con un objeto que pudiera llevarlo a una revalorización de la función paterna y que ésta le permitiera abandonar la fusión establecida con la madre en su mundo interno; mediante esa fusión fundamentaba su omnipotencia narcisista.

Con la valorización de un nuevo objeto, el abuelo materno, el señor D. se encuentra en condiciones de establecer una nueva identificación de valor estructurante, que sustituya a esa otra identificación que lo aproxima a la locura y que lo había sumido en un estado de desconcierto y confusión. La nueva identificación con su abuelo materno le permitía rescatarse a sí mismo y por su intermedio recuperar la función paterna en tanto expresión de un “orden”, una “norma”, en otros términos, de una “ley”.

La figura del padre de la madre, en cuya casa y según sus palabras “se vivía un ambiente de orden” como también la presencia de una “Norma”, que resultaba un objeto organizador, está en contraposición a la condición de anarquía y caos existente en su mundo interno, ligados a la alianza nociva con el abuelo paterno, representado por el ascensor feo y viejo.

Este sueño es expresión de un principio de cambio psíquico, en tanto la identificación nociva es sustituida por otra que lo conduce a la recuperación de un nuevo vínculo con una figura masculina (el abuelo materno) que contiene una función legislativa u organizativa, que D. necesitaba para recuperar y reconstruir la relación imaginaria establecida con su padre y a la vez organizar su mundo interior. Es posible pensar que en D. existía una necesidad de encontrar un objeto que le permitiera instaurar esta función normativa-legislativa-organizativa, que le ayudara a organizar su mente: la casa prolija del abuelo materno en el sueño, y que la búsqueda de este objeto fue una de las motivaciones que lo llevó a consultar e iniciar una relación analítica.

La reconstrucción en la relación transferencial de los aspectos faltantes de los objetos primarios con quienes el sujeto desea encontrarse resulta imprescindible en la evaluación de todo proceso de historización.

El sueño se relaciona también con su necesidad de conferirle un sentido diferente tanto al análisis como al objeto de la transferencia y adjudicarle a éste la función, ya no de enemigo, sino de posible auxiliar, como el abuelo materno, de la organización de su mundo interior perturbado por la fusión identificatoria con su madre.4

El desarrollo del proceso analítico y la elaboración de las distintas transferencias, tanto positivas como negativas que había instaurado con sus objetos primarios, fueron emergiendo durante la evolución del proceso analítico. Esto permitió que esa relación con un objeto que establecía un principio de organización y de renuncia a la madre en tanto sostén de su condición narcisista, que antes estaba latente y carente de representabilidad, fuera luego representada por el abuelo materno y condensada en este sueño.

Discusión

El sueño trata de la búsqueda de nuevos valores e ideales que, para ser encontrados, requieren un nuevo objeto que personifique estos ideales y permita una identificación distinta de la sostenida anteriormente, en tanto los ideales se adquieren mediante la introyección de un objeto que les dé sostén. La desidentificación tiene lugar cuando el sujeto puede renunciar a una identificación que le resulta inadecuada y, a la vez, cuando esta identificación que se abandona puede ser sustituida por otra que resulte apropiada para sus requerimientos actuales. Por otra parte, la renuncia a la identificación nociva es posible cuando previamente esta identificación ha perdido su carácter idealizado.

En D. se produce un cambio en la configuración de la instancia ideal, en tanto los antiguos valores que responden a sus ideales narcisistas: la rivalidad con el padre, la fusión narcisista con la madre, la alianza con un otro en función de esa rivalidad y la desvalorización del padre requieren ser abandonados. Con este objetivo, el sujeto recurre a la búsqueda de otros valores que consisten en la valorización de un principio organizador, un “orden”, como factor necesario para poder establecer un límite a la grandiosidad narcisista, que desconoce todo límite con respecto a los anhelos omnipotentes de desvalorización y desprecio de la figura paterna.

El sueño da lugar a un momento de observación privilegiado que consiste en el pasaje y evolución desde el “yo ideal” hacia el “ideal del yo” en tanto la estructura psíquica de D. ya contiene la simbolización de la función paterna; esta consiste en un principio organizador del psiquismo, que está presente tanto en el contenido del sueño como en la acción misma de soñar y de narrar el sueño durante su análisis. La capacidad de declinar los ideales narcisistas que regían hasta entonces y de adoptar nuevos valores es indicador de un momento significativo de la formación y estructuración del ideal del yo, que se instaura a partir del abandono del yo ideal narcisista. Se trata de una modificación en la misma configuración de la instancia ideal, que es distinta de un mero cambio del objeto representante de anteriores ideales que le habían resultado nocivos.

A diferencia de lo que acontece cuando la alianza se establece entre madre e hijo en contra del padre y que suele conducir a la perversión, en el caso que está en consideración, la función de la madre se presenta como lo opuesto. La madre de D. se hace presente mediante ese personaje femenino, “Norma en la casa del abuelo materno”, como el objeto que mediante su función de intermediación da lugar al encuentro con una figura masculina revalorizada y capacitada (el abuelo materno) que presenta un sistema organizativo de la mente de D. Es posible que un aspecto positivo de la relación con la madre, representada mediante Norma, haya sido el factor que configuró una importante transferencia positiva, de carácter latente, que le permitió sostener su análisis durante el tiempo que este duró, no obstante la persistencia de otras intensas transferencias manifiestas de signo negativo que predominaron en el transcurso de su proceso analítico.

El cambio psíquico

Mediante el sueño es posible observar el proceso de desidentificación que está precedido de una desilusión por el fracaso de una relación de objeto que ha perdido su carácter idealizado. La relación con el abuelo paterno, antes idealizada no obstante haberle resultado perjudicial, es vista ahora, mediante la representación del ascensor, como “fea y vieja” y comienza a ser abandonada al ser comparada y sustituida por otra relación. Fueron las palabras de D.: “Es indudable, la vida en la casa del abuelo «A» (materno) era mucho más humana que en el Reino del abuelo «B» (paterno)”. Esta frase, mediante el establecimiento de una comparación, expresa en forma condensada el reconocimiento de la omnipotencia e idealización narcisista implícita en esa identificación: “…El Reino del abuelo «B»”. La palabra Reino es el registro de la condición idealizada que esta relación presenta, como también de la nocividad inherente a la omnipotencia que ésta encierra; contiene también, un reconocimiento pleno de la condición fatua de la idealización que tiene lugar cuando ésta se encuentra en función de la autocomplacencia narcisista. En esta frase, D. establece una comparación mediante la cual reconoce las cualidades diferenciales de cada uno de sus abuelos. Este reconocimiento, que implica la pérdida de un objeto hasta entonces idealizado, es posible en tanto aparece un nuevo objeto que sustituye al objeto perdido de la identificación inicial.

La diferenciación establecida en esta comparación entre ambos abuelos es inherente a la función del juicio de atribución cuya expresión clínica es el insight. Pero la pérdida de la identificación con ese objeto idealizado expone al sujeto a experimentar sentimientos de desamparo que en este caso son neutralizados por la posibilidad de reencontrar en su abuelo materno a un objeto protector. Se trata ya no de un “reino” pero sí de un objeto que le permite encontrar “una vida mucho más humana” que “un reino”.

Este juicio expresado por el analizado implica una toma de distancia y diferenciación respecto al objeto (el abuelo paterno) con quien anteriormente, mediante la identificación, se encontraba fusionado y por ende indiscriminado. D. comienza a evaluar y a comprender a su abuelo paterno a partir del momento en que abandona una identificación con él. Es desde el momento en que el sujeto, al abandonar una identificación, deja de ser otro, cuando ese otro deviene objeto, ya no de la identificación, sino objeto de conocimiento y objeto de la transformación. La defusión identificatoria es el factor que permite al sujeto reconocer las características peculiares que constituyen la identidad del otro.

Es posible encontrar en las historias de pacientes narcisistas que éstos establecen relaciones idealizadas con objetos que ostentan grandiosidad y que a la vez estimulan en el sujeto la ilusión de obtener esa grandiosidad por su intermediación. Pero el efecto de estos vínculos idealizados es que, por lo contrario, conducen al sujeto a estados de despersonalización y a situaciones de desamparo y soledad. También en la relación del sujeto con las instituciones suelen establecerse vínculos de esta naturaleza (Gálvez y Maldonado, 2001).

El vínculo con el abuelo paterno había confirmado en D. la creencia ilusoria de que él era realmente el Niño Maravilloso, el Niño futuro Rey, expresado en su referencia al traje Príncipe de Gales –manifestado en el sueño–, para quien no existían límites, ni una realidad “no-yo”, ni tampoco una diferencia de sexos que se expresaba en la indiferenciación sexual por la cual concurrió a analizarse. Pero este Niño Maravilloso o Siniestro –en concordancia con la observación de S. Leclaire en “Matan a un niño” (1975)– requería ser asesinado para que D. pudiera obtener su propia existencia como sujeto. La acción de dar muerte al Niño Maravilloso de su fantasía estaba obstaculizada en tanto quien debía ejercer esa función, su propio padre, o el analista en la situación analítica, estaba descalificado para hacerlo. La recuperación de una relación con un objeto internalizado que hasta entonces existía escindida en su mundo interno (abuelo materno) le permitió contrarrestar la fuerza de la identificación alienante, darle a ésta su necesaria muerte y recuperar en el analista la función paterna mediante la aceptación de la función analítica. Esto dio lugar a la posibilidad de adquirir en el analista-abuelo materno una nueva identificación.

Concuerdo con Darío Arce (1917) en que la muerte de la condición nociva e idealizada del objeto imaginario con quien el sujeto ha establecido una identificación prevalente, no responde al modelo de muerte consistente en un acto único, implícito en la metáfora freudiana cuando Freud se refiere al “crimen primordial”, sino que se establece mediante un proceso de elaboración de la fantasía, y consiste en sucesivas transformaciones de la realidad psíquica.

Es posible pensar que esta forma de muerte que tiene lugar mediante la elaboración, que es consiguiente a la transformación de la fantasía y que da lugar a la adquisición del símbolo, difiere de la connotación maníaca de otras formas de muerte mediante las cuales “se mata” al objeto de la alianza o al sujeto narcisista que contiene el yo ideal, pero sólo para instaurar su súbita “resurrección” tan pronto como el conflicto no resuelto y la defensa maníaca lo requieran.

La transformación de los ideales durante el proceso analítico

La problemática de la identificación se encuentra íntimamente relacionada con la antinomia entre “yo ideal” e “ideal del yo”. En la búsqueda de modelos identificatorios en el transcurso de la vida, la elección difiere si el objeto buscado como modelo responde a las condiciones de un ideal primario correspondiente al yo de placer “yo ideal”, o si, por lo contrario, el objeto buscado de la identificación es aquel que permite al yo adquirir la capacidad de renuncia o postergación del placer cuyo origen proviene de la introyección de los padres “ideal del yo”.

Por otra parte, la desidentificación, en tanto consiste en un proceso regresivo y de revisión de las cualidades de la identificación, tiene lugar mediante una resignificación –Nachträglichkeit (Freud, 1907)– de los ideales que hasta entonces habían sido adoptados, tal como acontece en los momentos de insight, en los cuales los ideales originales resignificados son sustituidos por nuevos ideales. El insight incluye también una resignificación de las huellas mnémicas de la experiencia que habían quedado impresas en el psiquismo.

En la experiencia psicoanalítica es posible observar diversas situaciones clínicas que se encuentran relacionadas con la mutación de los ideales, tal como tiene lugar cuando existe una modificación en rasgos de carácter. La configuración de rasgos de carácter se encuentra íntimamente relacionada con los procesos de idealización de objetos introyectados, junto con la sobrevaloración de un rasgo de ese objeto que el sujeto ha adoptado; la ironía, la burla, la pasividad, una actitud querellante, entre otros rasgos del objeto pueden resultar idealizados por el sujeto que los adopta. El proceso inverso, la desidealización es un requisito necesario, un paso previo, a la desidentificación.

La estructura de ideales interviene también en la forma en que la palabra del otro pueda ser escuchada por el sujeto. Las dificultades que se le presentan al analista en la concientización de la transferencia negativa ofrecen un ejemplo de esta índole. Con frecuencia, el reconocimiento por parte del paciente de las intervenciones que aluden a las pulsiones agresivas se encuentra dificultado porque las palabras del analista están en contradicción con un aspecto de la instancia ideal para el cual la hostilidad resulta inadmisible. Las intervenciones del analista ponen en juego conflictos del analizado que perturban su autoestima y que dependen de la configuración del superyó cuando éste reprueba toda posible hostilidad. Las palabras del analista pueden ser investidas así de connotaciones acusatorias.

Este tipo de intervenciones pueden ser experimentadas por el analizado como réplicas de recriminaciones de los padres que censuran al niño por su agresividad y son transformadas en acusatorias. Este efecto indeseado tiene lugar cuando existe una confrontación de la interpretación de la hostilidad con los ideales de bondad del sujeto, sucedáneos de los ideales de los padres que condenan toda posible hostilidad. El reconocimiento de la propia agresividad resulta tolerable para el sujeto y enriquecedor para su yo, cuando éste puede reconocer su conflicto con esos ideales de bondad. Esto conduce a la necesidad, por parte del analista, de investigar la configuración de la estructura de ideales que rechazan la hostilidad como condición previa y necesaria para que las interpretaciones de la transferencia negativa puedan ser reconocidas como formas de esclarecimiento, antes que como juicios de valor.

Conclusiones

La desidentificación es el resultado de un proceso de duelo que consiste en una renuncia de un objeto que anteriormente ha sido idealizado. La idealización se instaura aun cuando ese objeto pueda haber generado experiencias traumáticas al sujeto.5 La idealización de un objeto que promueve un daño al sujeto se constituye en uno de los factores que impiden la evolución del duelo, en tanto la idealización afecta la función del juicio de atribución y esto, a la vez, impide el reconocimiento de los rasgos hostiles del objeto que dañan al sujeto.

La desidentificación es una de las formas que adquiere el proceso de elaboración; éste consiste en una transformación gradual del sistema representacional, por la cual las ecuaciones simbólicas son transformadas en símbolos, y conduce al abandono del objeto internalizado con quien el sujeto se hallaba identificado. La desidentificación presenta características similares a las de los procesos psíquicos que ocurren en los duelos.

El proceso analítico, tal como éste se presenta en la situación analítica, es la manifestación ostensible de las transformaciones de esas estructuras inconscientes que tienen lugar mediante la elaboración; es la forma visible de como estas estructuras inconscientes se desarrollan.

Cuando el sujeto en análisis ha establecido un pacto con un objeto que propone distintas formas de locura, la identificación con ese objeto resultante de ese vínculo es difícil de deshacer. El analizado tiende a proponer e inducir al analista a la repetición actual, al enactment de sus antiguos pactos.

En el análisis de D., esta propuesta estaba implícita en la actitud de lograr la desvalorización del análisis y del mismo analista. Este objetivo era escenificado mediante una constante acción provocativa con lo cual buscaba generar interpretaciones hostiles conducentes a la pérdida del sentido de descubrimiento e investigación de la fantasía inconsciente, que está implícito en la acción analítica. Si el analista –respondiendo a la propuesta nociva del paciente– se vuelve hostil y la hostilidad se perpetúa configurando un enactment mutuo y crónico, el analista deja de ser tanto un factor de ayuda para el analizado, como un agente de cambio psíquico. El establecimiento de enactments mutuos y ‘crónicos’ –utilizando el término de Cassorla (2012, 2023)–, constituidos por la provocación del analizado y la respuesta hostil del analista conducen a la pérdida de sentido de la función analítica. Resulta así que puede ser el mismo analista quien se expone a contribuir de este modo a la desvalorización del análisis. En el caso D., la desvalorización del análisis era, en aquel momento, el equivalente de lo que en circunstancias anteriores pudo haber sido la desvalorización del padre. La escena de la repetición de las identificaciones se jugaba ahora en el campo de la contratransferencia siendo el analista quien estaba expuesto a un nuevo pacto: darle interpretaciones cargadas de hostilidad, nocivas para el paciente y desvalorizantes para el mismo analista; tan nocivas ahora para la mente de D. como los cigarrillos de entonces, recibidos en la adolescencia temprana. Es este acontecimiento un exponente condensado de numerosas otras situaciones que contenían implícito un acuerdo secreto vivido como deslealtad hacia el padre.

Existen también formas fallidas de desidentificación o seudodesidentificación que se establecen mediante formas crónicas de acting out y que asientan en el concepto de identidad negativa, en términos de Erikson (1956). La seudodesidentificación consiste en tentativas fracasadas del sujeto de desprenderse del objeto introyectado, para lo cual recurre a intentar arrojar fuera de sí toda similitud ideológica mantenida con el objeto de la identificación. Con este objetivo, el sujeto asume y ostenta en forma simultánea una identidad de signo contrario a la identidad que presenta el objeto con quien el sujeto está predominantemente identificado. Pero esta asunción de una fachada identitaria, que se define por ser el reverso de otra, es una tentativa fallida de logro de autonomía que rápidamente muestra su fracaso debido a que la identificación con el objeto persiste. Su persistencia se delata mediante actitudes o rasgos de carácter que son los originales del objeto de la identificación, pero que alternan con los rasgos opuestos que el sujeto ha adoptado con la finalidad de intentar desprenderse de características del objeto que inconscientemente ha asumido.

Esto puede ser apreciado en la asunción o rechazo por parte del sujeto de determinada ideología, en la elección de profesión, en la adquisición de creencias religiosas y credos políticos o en la adopción de intereses varios. Estas elecciones resultan ostensibles mediante conductas que para el observador aparecen como contradictorias, pero, en cambio, para el sujeto de la identificación, todas son asumidas como egosintónicas y a la vez convertidas en compatibles entre sí. En estas formas frustras de desidentificación el cambio es sólo aparente porque carecen de toda posible renuncia a la posesión intrapsíquica de un objeto, el proceso de duelo no se inicia y su representación no sufre las vicisitudes de la elaboración. En consecuencia, la representación del objeto que tiene el carácter de ecuación simbólica (en términos de Segal, 1957) no logra su mutación hacia un grado diferente de representabilidad que consiste en la adquisición de la condición de símbolo.

La renuncia a las identificaciones perniciosas y absorbentes puede establecerse a partir de la adquisición de nuevas identificaciones. La condición que las nuevas identificaciones requieren es posibilitar el establecimiento de una renuncia a otras identificaciones que han sido establecidas con aspectos parciales de la madre, en tanto objeto primario, que son el fundamento de la grandiosidad narcisista.

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1. Presentado en el Ateneo de APdeBA, el 4 de mayo de 2021. Diversos autores han abordado también la problemática de la desidentificación, en nuestro medio, entre otros, Tabak et al (1985), Baranger et al. (1994), Jeifetz (2016).

2. H. Deutsch (1938) señala diferencias entre formas “psicóticas” de folie à deux de otras que son “no psicóticas”.

3. La identidad del analizado ha sido desfigurada en el material clínico de este capítulo.

4. “El otro cuenta, con total regularidad, como modelo, como objeto, como auxiliar y como enemigo…” (Freud, 1921, p. 67).

5. El tema del trauma en neurosis y psicosis fue tratado en (Maldonado J. L. y Solimano A. L., 2016), (Maldonado, 2006).

CAPÍTULO 2 Efectos de la negación en la relación analista-analizado. Paradojas del narcisismo6

En este capítulo son explorados, a partir del análisis de una viñeta clínica, los efectos que la negatividad, implícita en la negación, puede tener sobre la contratransferencia del analista cuando hay una respuesta constante de rechazo por parte del paciente a las interpretaciones del analista en el transcurso de un análisis.