Desde Soulcial ¿con amor? - Iria G. Parente - E-Book

Desde Soulcial ¿con amor? E-Book

Iria G. Parente

0,0
7,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Una app diseñada para encontrar a tu alma gemela. Tres personas metidas en ella por distintos motivos. Y un algoritmo que las unirá... o las mantendrá alejadas. Cuando a Inma le encargan hacer un reportaje sobre Soulcial, sabe que va a ser una tortura. Y que en su primera cita en la aplicación le den plantón no es un comienzo muy prometedor. Aunque gracias a eso conoce a Kat. Soulcial no las recomienda, pero eso no impide que se atraigan desde el primer momento, lo cual sería perfecto si no fuera porque Kat tiene una norma: nunca quedar dos veces con la misma chica, así nadie te rompe el corazón. Esa norma no la comparte Oliver, que se inscribe buscando el amor verdadero. Y lo encuentra: Soulcial considera que Inma y él tienen un 99% de compatibilidad. Son, sin duda, almas gemelas. Pero el amor rara vez es una ciencia exacta, ¿verdad?

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 599

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



© de la obra: Iria G. Parente y Selene M. Pascual, 2022

© de las ilustraciones: 

© de los diseños de Soulcial: Alejandra Hg, 2022

© de las guardas y las portadillas: Vitaly Sosnovskiy/Shutterstock - Gojindbefs/Shutterstock

© de la presente edición: Nocturna Ediciones, S.L.

c/ Corazón de María, 39, 8.º C, esc. dcha. 28002 Madrid

[email protected]

www.nocturnaediciones.com

Primera edición en Nocturna: junio de 2022

ISBN: 978-84-18440-71-7

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

A todas las almas gemelas.

Y a todas las personas que creen que ya no pueden bailar:

a veces solo hace falta recordar los pasos.

DESDE SOULCIAL ¿CON AMOR?

Inma

Cuando me contrataron en Nellie Bly, mi primer impulso fue chillar de alegría por la que era mi primera gran oportunidad laboral después de casi un año de desesperación echando currículums tras acabar la carrera. Era consciente de que era algo a media jornada y con un sueldo mínimo, pero, aunque todo indicaba que no iba a ser el trabajo de mi vida, yo me monté una película: a los seis meses alguien se daría cuenta de cuánto valgo y me pondría a escribir artículos interesantes como antesala a mis propios reportajes o incluso a mi propia columna de opinión.

Lamentablemente, las pelis de mi cabeza siempre son estrenos por todo lo alto, pero mi vida se parece más bien a un telefilme de los que echan en Antena 3 los sábados por la tarde. Aunque sin asesinatos, al menos de momento. Por eso mismo, pese a que llevo ya diez meses aquí, sigo escribiendo sobre dietas milagrosas que no funcionan, productos que nadie necesita y que la gente comprará igual, y ahora…

—¿Un reportaje sobre Soulcial? ¿La nueva app de ligue? ¿La del algoritmo que supuestamente encuentra a tu alma gemela?

Julia me mira por encima de sus gafas, sentada detrás de esa mesa de madera maciza que tiene que haber comprado en la subasta de un castillo y que no pega con nada del resto de su despacho.

—Esa misma. ¿Alguna pregunta?

No, no es una pregunta lo que quiero hacer. Pero dado que Julia es mi jefa y la que decide si me renuevan en mayo, esbozo la sonrisa más amable y encantadora que sé.

—¿No hay nada un poco más…

No quiero decir «serio», solo que eso es justo lo que quiero decir. Creo que hay alrededor de un millón de cosas que deberían preocuparle más al ser humano medio aparte de una app de citas que será tan timo como las otras ocho mil quinientas cuatro que han salido hasta hoy. A ver, que tampoco es que aspire a destapar una trama de corrupción política ni una red de tráfico de obras de arte, pero tiene que haber un término medio entre eso y dedicar el resto de mis días a redactar textos para un horóscopo que escribo basándome en las vidas y personalidades de mis amigas, los diez consejos para tener la vida sexual más satisfactoria (aunque apenas me acuerde de cuándo eché el último polvo) o saber si «esa persona» es la correcta (aunque mi experiencia romántica se limita a, como mucho, una persona y media que, como es obvio dada mi triste soltería, no fueron las correctas).

—¿… revolucionario?

Julia levanta las cejas y yo tengo la sensación de que sabe qué es lo que quiero… y que no me lo va a dar.

—Mira, Inmaculada, seguro que en tu cabeza tus planes de futuro son espectaculares. Supongo que has visto un montón de series estadounidenses en las que hay periodistas que alcanzan la fama y reciben el Pulitzer por su contribución al mundo.

—Solo unas pocas…

—Pero la realidad es que recibimos al menos treinta currículums todos los días porque hay un montón de gente como tú en paro o buscando un trabajo medio estable. Así que, si no quieres que el mes que viene recursos humanos contrate a una de esas personas al azar, vas a escribir el mejor reportaje sobre apps de citas que se haya hecho jamás. Y espero que sea original.

—Es que no me van las apps de citas y…

—Precisamente porque no te van lo tienes que hacer tú. Además, quiero un reportaje diverso y tu perfil es perfecto para ello.

Es una manera muy sutil de apelar a mi bisexualidad, y me muerdo la lengua para no decir que esa perspectiva es un poco insultante. Estoy segura de que está pensando que tendré el doble de oportunidades y experiencias aunque en mi día a día no me como un rosco.

Pero, en fin, como ya he dicho, no quiero estar en el paro de nuevo dentro de mes y medio. Y, de todos modos, Julia ya tiene los ojos puestos en la pantalla de su ordenador, puede que incluso viendo uno de esos currículums que acaba de mencionar.

—¿No hay nadie más que pueda encargarse? ¿De verdad?

—¿No querías la oportunidad de hacer tu propio reportaje? Aquí la tienes.

Ya, claro. Cuidado con lo que deseas, ¿no? Pedí un reportaje propio y me lo están dando. Aquí lo tengo. Todo para mí. Y hasta podré firmarlo con mi nombre y mi apellido. Cuando mi madre se entere, lo enmarcará y lo colgará de la pared del salón, al lado del título de graduada en Periodismo.

La verdad, me gustaría sentirme un poco más satisfecha, pero la idea de tener que quedar con un número indefinido de desconocidos para probar la utilidad de una app de ligue que tiene pinta de estar sacada de un capítulo de Black Mirror no me resulta tan fascinante como debería.

Por qué será.

Aun así, acepto el encargo, si se puede llamar aceptar a algo para lo que claramente no tienes opción, y salgo del despacho entre arrastrando los pies y queriendo morirme. Natalia me ve llegar, enarcando las cejas tras la taza de té que se está tomando. Cuando le cuento la situación, mi amiga solo tuerce los labios rojos en esa sonrisa maliciosa que siempre tiene grandes planes detrás y dice:

—Esto va a ser divertido.

Oliver

[14:40] Oliver: Tengo cuatro horas seguidas de clase, así que anímame y confírmame que lo de esta noche sigue en pie.

[19:00] Oliver: ¡Hola! Acabo de salir del máster y he visto tu llamada perdida. Si no puedes, no pasa nada.

[19:50] Oliver: ¿Todo bien? ¿Quieres que te llame?

[21:30] Nora Librería: Lo siento, Oli. Me temo que hoy no voy a poder ir.

[21:31] Oliver: Espero que no sea por nada malo. ¿Te puedo ayudar en algo?

[21:32] Nora Librería: ¿Te acuerdas de mi ex? ¿El que se fue a Italia?

[21:35] Oliver: Oh.

[21:35] Oliver: Sí, me acuerdo de la historia.

[21:36] Nora Librería: Pues es que no te lo vas a creer, pero…

Pues claro que su ex ha vuelto. Claro que el alto, bronceado y guapísimo Javier, con sus ojos azules y su sonrisa de anuncio de dentífrico, ha aparecido en su trabajo, se ha arrodillado y le ha dicho que no podía dejar de pensar en ella. Claro que le ha dicho que ha sido un error dejarla y que espera que puedan volver a intentarlo. Seguro que la ha tomado en brazos y se han ido juntos conduciendo hacia el atardecer en un Lamborghini. Claro que ella lo siente mucho. Y que yo soy un gran chico. Y que se lo ha pasado muy bien conmigo y que sabe que voy a encontrar a la persona adecuada en el momento menos esperado.

Al parecer, lo sabe todo el mundo ahí fuera menos yo.

Bueno, y la persona en cuestión, que debe de estar evitándome como si tuviera la peste.

—Ay, no.

Levanto la cabeza de la mesa de la cocina, donde he decidido hundirme en la autocompasión. Veo a Diego en la puerta, con la mochila del gimnasio todavía a la espalda. Lola está de puntillas tras él, con Pandilla en brazos.

—¿Tú no tenías una cita? —pregunta ella antes de que Diego pueda chistarle para que se calle.

Dejo caer la frente de nuevo sobre la mesa.

—Mi única cita es con las galletas que me voy a pasar toda la noche decorando para el catering de un baby shower.

Se hace un silencio incómodo. Sé que mis amigos se están mirando y haciendo un control de daños antes de decidir el protocolo a seguir. Los oigo susurrar y, unos segundos después, entrar en la cocina como si fuera un campo de minas. Diego se sienta a mi lado y me acaricia la espalda. Lola suelta a Pandilla, que se frota contra mis piernas pidiendo cariño, y se sirve un vaso de agua del grifo.

—Creo que es un récord —dice ella—. ¿Cuántas citas llevabais? ¿Tres?

—Dos —gimoteo.

Dos citas maravillosas, gracias. Nos reíamos muchísimo juntos. Y había química. Y llevábamos hablando ya un montón por mensaje. Nos gustaban las mismas series, los mismos libros. Y cuando no, teníamos discusiones muy profundas al respecto y…

A lo mejor tenía que haber supuesto que esto no llegaría a nada cuando me dijo que no le gustaba la peli de Orgullo y prejuicio de 2005.

—Mejor dos citas que perder dos meses de tu vida, como con el último.

Me doy dos sonoros cabezazos contra la mesa, no sé bien si de acuerdo o en desacuerdo con ella.

—Lola, cállate —dice Diego. Y me hace levantar la cabeza para que deje de matar a mis neuronas—. Mira, es cierto que ya no te hará descuento en la librería para intentar ligar contigo. Pero tenía el pelo muy quemado por el tinte que usaba. Puedes aspirar más alto.

—Cuando te la presenté le dijiste que te encantaba su estilo. Incluso le preguntaste por la marca de su eyeliner.

—Porque soy amable. También soy amable con los pendejos que trae Lola y les pregunto si quieren café por la mañana.

Miro a la aludida, esperando que se moleste, pero ella solo asoma la cabeza desde detrás de la puerta abierta de la nevera.

—No los traigo a dormir por su carácter precisamente. —Y como para puntualizar su argumento, nos enseña un paquete de salchichas y lo menea en el aire antes de volver a guardarlo—. Pero a lo mejor eso es lo que necesita Oli también.

—¿Carne procesada?

—Una noche con un «pendejo» y, después, que Diego le sirva café por la mañana. Y no tienes por qué volver a verlo.

—Eso no es para mí. Yo quiero…

—Sí, sí —me interrumpe ella—. Amor, romance y una tarta de boda de cuatro pisos que harás con tus propias manos. Pero mientras no lo encuentras, igual deberías divertirte. No sé, descárgate una app y hazte una cuenta sin esperar nada, por ejemplo.

Lola mira a nuestro compañero, supongo que esperando un poco de apoyo. Diego duda, como si no le pareciese una buena idea en absoluto, aunque sé que él sí usa aplicaciones. Una vez nos pasamos toda la noche riéndonos de perfiles de Grindr. O escandalizándonos, en algunos casos. Bueno, yo me escandalicé, Diego no, pero es que yo no sabía que era posible ver tantas entrepiernas desconocidas en tan poco tiempo.

—¿Qué es lo peor que podría pasar? —dice al final mi mejor amigo.

—¿Una enfermedad venérea?

Diego sonríe con diversión.

—Eres demasiado precavido para eso.

Con su móvil en una mano y una cerveza en la otra, Lola se sienta con nosotros. La mesa es demasiado pequeña para todos, así que acabo viendo por encima de su brazo lo que quiere enseñarme: el icono de un corazón hecho con líneas entrelazadas.

—Ha salido esta nueva app que hace la mitad del trabajo por ti. Analiza las huellas que has ido dejando en Internet y las compara con las de otras personas para ver qué tenéis en común. Por lo visto, el algoritmo tiene una precisión del 97%. Seguro que hasta tú podrías encontrar el amor de tu vida con tanta ayuda.

¿Por qué tengo la sensación de que me está insultando? No necesito la ayuda de una inteligencia artificial voyeur para encontrar el amor. Además, si la persona especial que todo el mundo insiste en que aparecerá en algún momento está ahí fuera, no creo que vaya a meterse en esta aplicación ni en ninguna otra. Porque no va a creer en ellas, como no creo yo.

—¿Por qué tienes esa cosa instalada si tú eres la primera que no quiere tener a un tipo cerca por su carácter? —pregunta Diego. Para ver la pantalla está casi tirado sobre mí, así que noto la forma en la que se le arruga la frente.

—Porque no hay que cerrarse puertas. Y porque sentía curiosidad. ¿Qué pasa, solo Oli puede buscar el amor?

Diego le enseña las palmas de las manos, como si quisiera defenderse de un posible ataque físico.

—No dije nada.

—Igual deberías descargártela tú también. Por la frecuencia con la que vas al gimnasio, o tienes a un chico esperándote en las duchas o estás intentando liberar tensiones por medio del ejercicio.

—No todos pensamos solo en una cosa, querida.

—¿Eso es que no la vais a probar?

—Ni lo sueñes —decimos Diego y yo al mismo tiempo.

Ambos sonreímos. Diego me ofrece el puño para que lo choque con él. Pandilla, desde el suelo, emite un maullido que interpreto como conformidad: es un gato exigente y su aprobación no la consigue cualquiera.

—Bueno, como queráis. Pero se llama Soulcial. Lo digo por si algún día dejáis de ser dos señores de sesenta y siete años y decidís vivir un poco.

Lola coge su cerveza y nos enseña cómo abre la aplicación antes de marcharse. Diego pone los ojos en blanco y luego me mira.

—No necesitas esa aplicación ni ninguna. No le hagas caso.

Suspiro. Mi amigo me revuelve el pelo en un gesto que es lo bastante reconfortante como para que me acerque a él y me apoye contra su hombro. Diego siempre está ahí en las decepciones amorosas, así que está preparado para escuchar una más.

Mientras le cuento cómo he recibido un nuevo plantón, pienso que a lo mejor Lola tiene razón.

A lo mejor no me vendría mal un poco de ayuda.

Kat

«Espacio Soulcial».

No sé qué excéntrico multimillonario está detrás de la nueva app de moda, pero tiene que haber uno para que una empresa creada hace prácticamente dos días pueda permitirse un local de estas dimensiones en plena Gran Vía, con ese neón gigante con el nombre y pantalla incluida. Cuando los cines Capitol cerraron y cubrieron las obras de transformación con una cartelería gigante con un logo que nadie conocía, hubo preguntas. La mejor campaña de marketing de la historia, claro. Ya se estaba hablando de Soulcial cuando no tenía ni nombre. Una empresa desconocida ocupaba un espacio emblemático del centro de Madrid y nadie sabía para qué.

Ahora, los cines vuelven a estar disponibles, pero solo como parte de uno de los muchos planes de citas de un espacio diseñado exactamente para eso mismo: tener citas.

Como la que tengo yo en cinco minutos.

Compruebo de nuevo la aplicación, la cuenta atrás que me recuerda que he quedado. El corazón que tiene como logo principal palpita con cada segundo que pasa, pero el mío no. La primera vez que quedé por una app estaba cagada, pero de eso hace ya un año. Ahora sé que, cada aplicación con su formato, el proceso al final siempre es parecido: quedas con la chica, ves cómo va y, si tienes suerte, acabas en su cama. En este caso, punto positivo para Soulcial: al parecer, ellos mismos ponen la cama en los pisos más altos del edificio. Bueno, ponen hasta el spa si quieres, pero hay que pagar para acceder a ciertas experiencias más exclusivas.

Como es la primera vez que vengo, mejor ir con las expectativas bajas.

Mi cita no me ha dado su nombre; de hecho, mi cita apenas me ha dado información sobre sí misma. Sin embargo, la app nos ha juntado. 84 % de compatibilidad, decía, aunque no tengo ni idea de en qué se basa el porcentaje y desconfío de la efectividad de los algoritmos. Una vez Netflix me dijo que La vida de Adèle tenía un 99 % de compatibilidad conmigo, cuando todo el mundo sabe que todas las lesbianas y bisexuales nos hemos puesto de acuerdo para fingir que esa película no existe. Y mejor no recordar cuando me recomendó The 100 y volvió a abrir una herida que esperaba que estuviera cerrada.

En fin, que no sé cómo de fiable es este algoritmo en particular, pero no puedo negar que sentía curiosidad. Y no vengo buscando el amor de mi vida: la compatibilidad que me interesa es la que lleguemos a compartir en la cama durante un rato. Por otro lado, cuando leí sobre la aplicación me pareció perfecta para mí: casi cualquier experiencia de un espacio Soulcial es gratuita en tu primera cita con otra persona de la app. Eso significa que si, como yo, solo tienes primeras citas, tienes una inmensa cantidad de experiencias gratis a tu alcance cuando quieras y como quieras.

Un modelo de negocio que, de nuevo, solo se podría permitir algún millonario excéntrico.

Entrar en el edificio es como entrar en el metro: solo hay que pasar el móvil con el código QR generado para la cita por encima de un lector y las puertas se abren para ti. Mi teléfono emite una melodía y, cuando consulto la pantalla, veo el mensaje de bienvenida:

¡Te damos la bienvenida al ESPACIO SOULCIAL! El punto de encuentro para tu cita es ZONA B, PLAZA 68. Tienes 15 minutos para encontrarte con tu cita… ¡y empezar a vivir la experiencia SOULCIAL!

El número de plaza es casi prometedor. Dependiendo de cómo vaya la noche, quizá pueda hacer esa broma con mi cita.

Agradezco el pequeño mapa de las instalaciones que me guía dentro de un espacio que es…, bueno, enorme. La primera planta es un piso abierto dividido por zonas en las que veo encontrarse a todo tipo de personas, por lo general en parejas, aunque veo algún grupo de más. Hay otra gente que tan solo espera con más o menos calma: hay quienes consultan su teléfono para pasar el rato y quienes miran alrededor pensando si el desconocido con el que han quedado aparecerá o si estamos siendo todos víctimas de algún tipo de experimento social. Cuando llego al punto de encuentro, yo misma me planteo eso mismo. No hay nadie allí: solo yo y el corazón morado en el suelo con el número 68.

Me pregunto si esta manera de encontrarse en un punto concreto es una buena o una mala idea, no sé cuánto tiempo de huida estratégica te deja esto. En mi experiencia con apps de ligue, prefiero un poco de margen de actuación. Una vez, cuando estaba empezando a usar Tinder, quedé con una chica que no se parecía en nada a la foto y que se presentó vestida con orejas y cola de gato. Podría haber aceptado las orejas y la cola como role playing en la cama, supongo…, pero no en medio de Gran Vía a las seis de la tarde. Así que, cuando la vi a lo lejos, tuve el tiempo suficiente de decirle que me había puesto repentinamente enferma e irme en dirección contraria.

Vuelvo a mirar alrededor. Como aparezca alguien que quiera ponerme una correa (para sacarme a pasear, nada en contra de que me pongan correas para otras cosas), no sé adónde voy a poder huir.

Por suerte o por desgracia, no tengo que lidiar con nada semejante. Porque, de hecho, no voy a tener que lidiar con ninguna persona. Lo sé antes de abrir la notificación en la app de Soulcial que aparece en este instante en mi móvil:

Irene264:

No voy a poder ir :((((

No me lo puedo creer

Tenía muchas ganas

Siento avisarte ahora mismo, pero es que me he enterado hace 20 minutos de que la novia de mi hermano ha dado positivo en covid

KitKat:

¿Y has estado hace poco con tu hermano?

Irene264:

No, pero estuve con su perro ayer, ¿y si el perro lo tiene y me lo ha contagiado?

No me puedo arriesgar, hay que ser responsables ahora que todo casi ha terminado

Levanto las cejas. Estoy segura de que me están dando plantón con la peor excusa del mundo, pero ¿quién soy yo para quejarme? Seguro que a la furry de Gran Vía tampoco le hizo gracia cuando yo hice lo mismo. Aunque yo por lo menos me asocié la enfermedad a mí misma, no a un pobre perro. Así que respondo que no pasa nada, porque realmente no lo hace…, más allá de, por supuesto, haber venido hasta aquí después de un día de trabajo solo para esto.

¿Y ahora qué hago?

Podría llamar a Alec para tomar algo por la zona y contarle el desastre, seguro que lo apreciaría. O podría abrir cualquier otra app y ver si hay alguien interesante cerca ahora mismo. Vuelvo a lanzar un vistazo alrededor. Siento curiosidad por el lugar, pero dudo que me dejen meterme en alguna de las experiencias sola. Supongo que no funciona así; si quiero seguir aquí dentro, tengo que avisar a alguien para que me acompañe……

O podría encontrar a otra chica tan plantada como yo.

Su figura me llama la atención porque es la única que también continúa sola en este lugar en el que todo el mundo se encuentra con su alma predestinada gracias al todopoderoso designio de un algoritmo anónimo. También me fijo porque parece frustrada, mucho. Y por supuesto, me fijo porque es guapa: es pequeña, al menos una cabeza más baja que yo, con una camisa de cuadros que es por lo menos una talla más grande de lo que le correspondería y unas gafas enormes que se recoloca sobre el puente de la nariz mientras aporrea el teclado del móvil. Ladeo la cabeza. El pelo, rizado y a la altura de los hombros, le queda bien con su cara redonda. Me gusta la falda corta que deja ver sus piernas cubiertas por unas medias y las converse pasadísimas de moda que lleva.

Me pregunto si será hetero.

Dudo un solo segundo más antes de guardarme el móvil en el bolsillo trasero del pantalón. Cuando me acerco, ella ni siquiera parece darse cuenta, así que me da unos segundos más para estudiarla de cerca antes de preguntar:

—¿Plantada?

La chica entrecierra los ojos como si le fueran a salir rayos por ellos.

—Su tío del pueblo se ha muerto. Mis cojo……

Y se calla, aunque yo ya estaba empezando a sonreír. Lo hace porque de pronto levanta la vista y me mira. Y, bueno, supongo que puedo concluir que no es hetero, porque no creo que una chica hetero se quedase muda al verme y me diera el repaso (más bien poco disimulado) que me da ella. Levanto una ceja, pero la chica carraspea y decide cortarse un poco en lo de mostrar abiertamente su sexualidad.

—¿Cómo de penoso es que te dejen plantada en un sitio como este? —farfulla.

Vale, puede que mi cita original se haya caído, pero quizá la noche todavía se pueda levantar. Con suerte, hablando de levantar, igual también termino levantándole la falda a esta desconocida.

Así que le enseño el móvil, divertida.

—A ti te han plantado por un tío muerto, a mí por un perro contagiado de covid.

—Estoy segura de que los perros no pueden transmitir…

—¿No te sientes mejor sabiendo que al menos la excusa de tu cita es plausible?

La chica parpadea un segundo antes de permitirse una sonrisa. Sus ojos brillan por primera vez y creo que su enfurruñamiento pasa a un segundo plano. Vuelve a echarme un vistazo y quiero pensar que, como a mí, quizá se le está pasando por la cabeza que el día todavía puede merecer un poco la pena.

—Así que la aplicación nos ha juntado con las dos únicas personas que han entrado a Soulcial para terminar quedándose en sus casas. O nuestras almas gemelas son unas cobardes o la aplicación es una mierda.

—Te olvidas de la tercera posibilidad.

—¿Hay una tercera posibilidad?

—Claro que sí: que todo esté diseñado para que tú y yo nos conozcamos en un supuesto accidente. —Examino el lugar tras meter las manos en mis bolsillos, como si sospechase de cada rincón—. Es obvio que hay cámaras y nos están estudiando.

Ella también mira la sala, con la sonrisa creciendo en su boca. Como he dicho, es obvio que hay cámaras aquí, pero espero que no nos estén observando.

—Claro, ¿qué sería de la app si no proporcionase experiencias de película? Deberían promocionarse así también en la web. Sería un buen enfoque del que tirar en mi reportaje.

—¿Reportaje?

—Soy periodista. Me ha tocado hacer un reportaje sobre la app y todo el lío que está montando.

—¿Y por eso habías quedado con un desconocido? ¿Por un reportaje? —Ella asiente—. ¿Has salido de una comedia romántica de los 2000? ¿Cómo encontrar a tu alma gemela en diez días?

La periodista resopla, aunque es obvio que le hace gracia.

—Creo que mi vida se queda solo en comedia. Aunque es cierto que me vendría muy bien una cita……Creo que no me van a dejar meterme en ningún lado sola, ¿verdad?

Vaya, esperaba ser yo la que la invitara a dar una vuelta, pero creo que se me acaban de adelantar. No puedo evitar tener ganas de sonreír todavía más, pero enarco las cejas en un intento de disimular.

—Si querías pedirme una cita, no hacía falta que te inventaras todo lo del reportaje, ¿eh?

Ella se humedece los labios y me sorprende (me encanta) que parezca querer burlarse de mí. Como si viera mi juego y le gustara y estuviera más que dispuesta a seguirlo. Lo hace:

—Está bien, seré honesta: fui yo quien contagió al perro de tu cita. Todo esto es el resultado de un elaborado plan de meses.

—Lo sabía. Así que eres una stalker…

Su sonrisa se vuelve algo perversa.

—Lo sé todo de ti, excepto tu nombre.

—Ah, entonces mantendré el misterio un poco más.

La periodista, cuyo nombre yo tampoco sé, se queda perpleja cuando echo a andar en dirección al gran arco que marca el principio de las zonas de ocio. Le hago un ademán con la cabeza para que me siga. Titubea un segundo antes de hacerlo.

—Espera, ¿en serio? ¿Vas a ser mi cita?

Yo le dedico mi sonrisa más inocente.

—Tú tienes un reportaje que escribir y yo no tengo nada mejor que hacer, ¿no? Pues vamos. Veamos qué puede ofrecernos Soulcial.

Inma

Creo que mi vida ha alcanzado un nuevo nivel de surrealismo mientras camino por los pasillos del edificio de recreo de Soulcial con una completa desconocida con la que estoy teniendo una cita y con la que, para ser sincera, creo que querría algo más que una cita. Todo eso mientras saco fotos y vídeos y voy tomando notas en mi móvil. A pesar de que el plan no es lo que nadie llamaría diversión, mi desconocida sin nombre no se queja ni una sola vez. En su lugar, se detiene junto a mí delante de las puertas a las diferentes «experiencias», como se les llama en Soulcial, e incluso dirige mi atención a uno u otro lugar o me lee en alto algún cartel mientras se burla de él.

No creo en el destino, pero, aunque no lo reconoceré en voz alta, lo de juntarnos por accidente sería un acto bastante agradable por parte de un ser superior.

—¿Te has parado a pensar cuánta gente hay aquí, con cuántos datos nuestros se está quedando la app y cuantísimo dinero están moviendo? —digo mientras pasamos por delante de la entrada de las salas de cine, cinco en total, donde están poniendo pelis de géneros muy diferentes. Hay dos de estreno, pero las otras son más antiguas, a un precio menor. Hay bastante cola para entrar a la siguiente sesión.

—Más de lo que nunca veremos tú o yo, estoy segura.

Mi respuesta automática es mirarla por encima de mis gafas. Y lamento ser un cliché andante, de verdad que sí, pero me encanta su sonrisa y la forma en la que sus ojos se entrecierran, como si estuviera a punto de hacer una travesura. Aunque no es lo único que me encanta de su físico. Mi acompañante tiene unas piernas larguísimas, un aire masculino que le queda de muerte y unos ojos que parecen grises o azules dependiendo de cómo les dé la luz. Y está llena de tatuajes. Eso es horrible para mí. Me encantan los tatuajes, aunque yo solo tenga uno, y a ella le quedan genial. Uno de ellos, el ala de algún pájaro, le asoma por el cuello de la camiseta y consigue que fantasee con verlo entero.

Vuelvo la vista a la pantalla del móvil, porque no es plan de ser tan evidente. ¿Qué diría sobre este sitio una periodista que quiere un ascenso? Algo inteligente y que no se le ha ocurrido antes a nadie. Yo, en cambio, solo puedo pensar que lo único que le falta es un parque de atracciones en la azotea. O una playa, aunque empiezo a creer que habrían construido una si hubieran tenido un trocito de mar con el que trabajar. Estoy segura de que los puntos de encuentro de Soulcial en el Mediterráneo tendrán playas privadas. Aquí solo hay un spa que, por lo que he visto en Internet, incluye una piscina en la que podría ahogarme y tardarían días en encontrar mi cuerpo.

—Cuidado.

Mi cita me coge del codo y me arrastra a un lado. Al levantar la mirada de la pantalla, me encuentro con una pareja que claramente está intentando fusionarse en un rincón del pasillo. Lenguas hasta las campanillas y manos por debajo de la ropa; sí, están muy felices de haber encontrado en el otro a su alma gemela.

—Tengo claro qué experiencia van a probar esos dos —me susurra mi acompañante.

Escuchar su voz tan cerca de mi oído hace que un escalofrío me recorra todo el cuerpo. No sabía que pudiera ser una de esas mujeres que prestan atención a cómo es la voz de otras personas, pero aquí estamos.

Me alegro de ser consciente de que sueno completamente desesperada. Ahora tengo que intentar que mi acompañante no se dé cuenta también.

—¿Habías probado alguna app de ligue antes? —se me ocurre preguntarle. Me parece una pregunta estúpida porque, la verdad, con esa cara y ese cuerpo, dudo que lo necesite.

—¿Es una pregunta para ti o para el reportaje?

—Todo lo que digas quedará entre tú y yo —digo en tono solemne—. Pero a lo mejor la encantadora… María, en la que tú no estás basada en absoluto, acaba teniendo palabras parecidas a las tuyas en lo que escriba.

—¿María? —se burla. Con la voz y también con esos ojos brillantes—. Si vas a llamar María a mi álter ego, no pienso decirte nada más. Exijo algo más original.

—No tienes cara de María, es cierto. ¿Qué tal… Verónica?

Mi primer crush, cuando ni sabía todavía lo que era un crush (o, para el caso, que yo era bi), se llamaba Verónica. Iba dos cursos por delante en el instituto y me parecía la chica más guay del mundo, con su pelo oscuro, el piercing en la nariz, los tops que le dejaban el ombligo al aire y ese tatuaje que llevaba en el interior de la muñeca.

Ahora que me paro a pensarlo, tengo un tipo bastante concreto.

—Mejor, pero no termina de convencerme. —La chica se da unos toques en el labio de los que soy demasiado consciente—. ¿Qué tal Fulgencia? Por favor, pon en tu reportaje que hablaste con una Fulgencia.

Intento mantener mi expresión seria, como si realmente estuviéramos negociando algo de vital importancia.

—Eustaquia. Es mi última oferta.

—Genial. Me encanta pensar que hay una chica llamada Eustaquia en alguna parte que es toda una heartbreaker.

—¿Esa es la historia de Eustaquia, entonces? ¿Es una rompecorazones que va de app en app buscando sangre nueva?

Mi desconocida se encoge de hombros con la que creo que es la expresión más inocente que es capaz de convocar. No es muy convincente.

—No tiene remedio. Pero a su favor diré que deja muy claro qué es lo que quiere cuando queda con alguien, ¿eh?

Me pregunto cómo son esos mensajes: «Hola, estoy buscando sexo sin compromiso, ¿te apuntas?». También me pregunto qué haría yo si ese mismo mensaje llegase a mi bandeja de entrada de Soulcial por parte de esta chica. Y un segundo después, llego a la conclusión de que tendría que decir que sí. Por el bien del reportaje más exhaustivo posible, claro.

—¿Y por qué se ha metido entonces en Soulcial? Pensé que esto iba de encontrar a tu alma gemela. Para los líos ya está Tinder, ¿no?

Y supongo que mi cita también tiene cuenta ahí, ya que no lo niega. Por cómo me mira, de hecho, algo me dice que se está preguntando cuánto sé yo de Tinder.

—Le pareció original. Y en la primera cita te dejan entrar gratis a las experiencias, que, por cierto, estamos desaprovechando.

Miro alrededor. He estado tan ocupada reconociendo el terreno, paseando por las plantas del edificio, que ni se me ha pasado por la cabeza entrar en una de las salas. Lo cual le da puntos infinitos de paciencia a mi acompañante.

Abro la app. En ella viene una lista de todas las actividades a nuestra disposición.

—¿Alguna preferencia?

—Es tu reportaje, ¿no? ¿Qué quieres hacer?

La miro de reojo. Probablemente nada de lo que pueda escribir con todo lujo de detalles sin arriesgar mi ya precario puesto. Aunque, por otro lado, todo el mundo sabe qué es lo que vende, ¿no? Hay un montón de escritoras de erótica forrándose por ahí. Quizá debería plantearme un cambio de carrera y pedirle a esta completa desconocida que me ayude con el necesario trabajo de documentación.

Al final, para no dejarme en evidencia, tan solo cierro los ojos y elijo algo al azar. Por lo visto, hay una bolera en la planta baja.

—¿Es Eustaquia muy mala perdedora? —pregunto.

—¿De verdad quieres poner en tu reportaje que te dieron una paliza a los bolos en tu primera cita?

Pongo los ojos en blanco. ¿Por qué no me sorprende que sea competitiva si la acabo de conocer?

—Es una perdedora terrible, tomo nota. Intentaré esforzarme para no humillarla demasiado.

Mi chica sin nombre sonríe de medio lado.

—¿Eso es un reto?

Supongo que lo es, pero prefiero no confirmárselo.

Algo me dice que, por lo menos, voy a tener una cita divertida.

Oliver

En mi defensa, no ha sido culpa mía.

Sí, puede que haya pensado en la aplicación que mencionó Lola en estos últimos días. Sí, puede que incluso llegase a entrar en la tienda de aplicaciones para ver las reseñas. Y puede que me emocionase un poco con la historia de la mujer que volvió a encontrarse con su amor de la universidad después de quince años y un matrimonio fallido porque Soulcial decidió que era su alma gemela en el primer intento.

Puede, y solo puede, que haya fantaseado con alguna historia así. Con reencontrarme con alguien de mi pasado solo para que el destino me demuestre que a veces la gente pasa por nuestra vida pero no llegamos a enamorarnos de esa persona porque no es el momento. O la cosa no funciona porque no estamos preparados para un compromiso así. O simplemente porque no se alinearon las estrellas.

Por supuesto, eso no significa que me llegase a bajar la app en esos instantes de debilidad. Pero esta tarde, después de terminar un trabajo para el máster con el que llevo días peleándome, me he tirado en el sofá e Instagram ha empezado a bombardearme con anuncios lacrimógenos de Soulcial.

Y al final he caído.

Por eso ahora la aplicación está ahí, en la pantalla de mi móvil, esperando a que presione el dedo contra el icono y vea qué me ofrece ese algoritmo creado por un equipo de gente que debe de reducir el amor a una serie de intereses comunes, probabilidades estadísticas y procesos químicos en el cerebro.

—¿Y ahora?

Pandilla me mira desde su manta con esa cara de desprecio que pone a veces. Después, en un claro comentario pasivo-agresivo, empieza a lamerse las patas.

—No tiene nada de malo probar —le digo—. Sobre todo si no se entera nadie. Tal y como yo lo veo, es un experimento. Entro, veo cómo es y si no me gusta, borro la cuenta y aquí no ha pasado nada.

El gato empieza a pasarse la pata recién limpiada por la oreja.

—Ya. Eso mismo creo yo.

¿Qué es lo peor que puede pasarme? ¿Que conozcan mi información personal y se la vendan a terceros? Tengo cuentas en varias redes sociales y la Alexa de Lola está siempre escuchándonos desde el mueble del salón. Es raro el día en el que hablo de algo y poco después no me salen anuncios relacionados con esa conversación mientras navego por la red.

Creo que podré sobrevivir a que vuelvan a intentar venderme viajes que no puedo permitirme y libros que no tengo tiempo para leer.

Veamos.

Nombre de usuario.

Fecha de nacimiento. Me pregunto cuánta gente mentirá en este dato.

Un correo electrónico.

Contraseña. Debe tener al menos ocho caracteres. Mi límite de contraseñas a recordar siempre ha sido dos, así que uso la misma para casi todo, con diferentes variantes.

Conectar la aplicación a redes sociales. Elijo Instagram, porque es probablemente la que más uso (aunque está llena de fotos de Pandilla, más que mías), pero acabo añadiendo Pinterest también. Si alguien tiene tableros que se parezcan a los míos es que somos almas gemelas.

Respiro hondo y le doy a enviar. Un corazón palpitante aparece en la pantalla mientras la aplicación carga.

¡Bienvenido a Soulcial, OliverWithATwist!

Visto en perspectiva, a lo mejor podría haberle dado una vuelta más al nombre de usuario. No quiero que nadie se lleve la primera impresión de que soy un cultureta obsesionado con el siglo XIX.

Pero supongo que ya es demasiado tarde, ¿no?

—¿Qué haces?

Me pongo tan nervioso al escuchar la voz que se me salta el móvil de las manos. Da varias piruetas en el aire antes de volver a cogerlo y lo aprieto contra mi pecho.

Desde la puerta del salón, Diego me mira con suspicacia.

—¡Hola! ¡Nada! ¿Qué voy a hacer? Lo de siempre. ¿Cuándo has llegado? No te he oído.

—Ahora mismo —dice, apartándose un mechón rubio de la cara—. ¿Todo bien?

—¡Bien! —me apresuro a contestar de manera nada sospechosa. Me pongo en pie y guardo el móvil en el bolsillo de mi pantalón, un gesto que él sigue con atención—. ¿Qué quieres cenar? Estaba pensando en…

Me callo cuando veo que Diego me está mirando con los ojos entornados.

—¿Qué hiciste?

Abro la boca, pero antes de llegar a decir nada me doy cuenta de lo ruin que es mentirle a tu mejor amigo. Está a la altura de intentar mentirse a uno mismo. Así que suspiro y, como si estuviese mostrándole mi sentencia de muerte, le enseño el móvil, donde la bienvenida de Soulcial sigue parpadeando.

—Pero no es lo que parece —protesto.

Diego suspira.

—¿No quedamos en que no necesitabas nada así?

En realidad, dado mi historial, quizá tendría que haberlo probado antes.

—Es solo curiosidad, quiero ver qué pasa. Si no es para mí, pues me voy. No es ningún drama. Excepto si se lo cuentas a Lola. Si lo haces, será un drama porque no se callará jamás.

Mi compañero de piso se apoya en el marco de la puerta y cruza los brazos sobre el pecho.

—Sabes lo que la mayoría de gente busca en esas apps, ¿no? No es una tarta de boda de cuatro pisos.

—Si lo que te preocupa es mi inocencia, siento decirte que llegas algunos años tarde.

Diego levanta las manos como si quisiera detener la conversación.

—Como veas. Pero yo no quiero saber nada si el número de fracasos amorosos se multiplica en las próximas semanas.

Mi amigo se da la vuelta para salir del salón y yo me quedo plantado en el sitio, porque ha dolido. Y aunque sepa que esa es una amenaza vacía, que al final va a escucharme y apoyarme siempre que lo necesite, igual que ha hecho antes, igual que yo intento estar ahí para él, que haya dejado tan claro que no cree que nada de esto me pueda salir bien es un golpe casi físico.

—¿Crees que es lo que va a pasar?

Diego se para en seco y me mira por encima del hombro. No sé cómo tengo la cara en este momento, pero parece ser suficiente como para que se vuelva con cierta culpa.

—No… O sea… —Con un suspiro, se acerca y se deja caer a mi lado—. Mira, es solo que no me gusta verte decepcionado una y otra vez, ¿okay? Los dos sabemos lo rápido que te ilusionas y en las aplicaciones es incluso más fácil que las cosas no salgan como uno espera.

No sé si lo dice por experiencia. Si alguna vez le han roto el corazón a Diego, nunca me lo ha contado. Nunca lo he visto perder el norte por nadie. Incluso cuando ha tenido ligues, siempre se ha mostrado muy compuesto. Cuando yo tengo pareja, lo anuncio en redes sociales y se la presento a todos mis amigos. Él, en cambio, es tan discreto que hay que sacarle la información con sacacorchos. Cuando empezó con su ex tardamos semanas enteras en saberlo. Cuando a los pocos meses aquello acabó, no le vi mal, o no demasiado. Un poco apenado, pero apenas habló del tema, mientras que yo me paso días enteros desgranando una relación de un par de semanas.

—No voy con perspectivas de nada —lo tranquilizo. Después, sonrío un poquito—. ¿Qué pasa? ¿Estás preocupado por mí? Qué mono.

Él resopla de forma exagerada.

—Claro que estoy preocupado, eres un desastre.

—Soy un adulto funcional.

—Tienes seis años como mucho.

Hincho los mofletes.

—Pues tú, tres.

—Muy maduro.

Pero, aunque se burla, no lo dice como si le pareciese que mi lado infantil es malo. Ni siquiera cuando pone los ojos en blanco después de que yo le saque la lengua.

—Me voy a la ducha —anuncia, volviendo a ponerse en pie.

—¿Seguro que no quieres unirte? —Alzo el móvil y lo agito delante de él—. A la app. Podríamos tener citas dobles.

—¡Claro! ¡Chévere! También podría raparme al cero, ¿qué te parece?

Los rizos de Diego son demasiado perfectos para eso. Además, le encanta hacer experimentos de color con ellos. No sería capaz de tener el pelo tan corto ni aunque le pagaran.

—No, eso no; tienes un pelo demasiado bonito. Pero sabes que una cita no va a matarte, ¿verdad…?

Diego sacude la cabeza.

—Te sorprenderá, pero hay personas que tenemos vidas plenas sin perseguir el romance en cada esquina.

—¡Oye!

—Que me voy a la ducha —repite. Y, efectivamente, empieza a recular hacia el pasillo—. Cuando tengas candidaturas para pareja quiero saberlo, a ver cuántas red flags vas a ignorar esta vez.

Sale del salón, pero yo alzo la voz:

—¡Sé cuidarme solo!

—¡Lo que tú digas!

La puerta del baño se cierra tras él. Yo resoplo y bajo la vista a la aplicación. El mensaje de bienvenida ha desaparecido y en su lugar hay un listado de corazones morados. Trago saliva cuando veo el primero de todos. Intento no emocionarme, pero no puedo evitar que el corazón me dé un brinco en el pecho antes de pulsar en el perfil.

Una chica.

99 % de compatibilidad.

Su nombre de usuaria es InmaBly.

Kat

—¿Vais juntas? Vuestros números no coinciden.

El encargado de los bolos nos mira con suspicacia tras comprobar la pantalla de su ordenador y yo le dedico mi mejor sonrisa mientras paso un brazo por los hombros de mi cita. Mi acompañante levanta las cejas y me observa sin saber muy bien qué hacer o cómo responder. Por suerte para las dos, yo estoy muy acostumbrada a salirme con la mía.

—Intercambio de parejas: los caminos de Soulcial son inescrutables. Pero no hay nada que prohíba que dos números distintos compartan cita, ¿verdad?

—Bueno, no sé, tendría que consultar……

—¿No es un lugar para encontrar el amor? —pregunto yo, con un parpadeo incrédulo y cierta indignación en la voz—. ¿Los trabajadores le vais a poner barreras al destino que claramente nos ha unido?

—No, o sea…

—Eso pensaba. Un calzado 38 para mí, por cierto. Y para mi preciosa acompañante……

Ella aprieta los labios para contener una sonrisa (sin mucho éxito) y mira al encargado.

—Otro.

—¿Ves? —insisto yo al chico—. Hasta coincidimos en el número de pie. El destino, te digo. Ah, la magia de Soulcial. ¡En fin, muchas gracias!

El chaval boquea dos veces antes de decidir que no le pagan lo suficiente como para discutir, así que nos da nuestro calzado y nos dice que disfrutemos de la partida tras indicarnos la pista que nos corresponde. Nosotras nos miramos de soslayo mientras nos alejamos, y sé que mi compañera está tan divertida como yo cuando pregunta:

—¿Seguro que no has estado antes aquí? Eso te ha salido demasiado bien.

—Soy una persona con una gran capacidad de improvisación. Y, como comprenderás, no iba a dejar que los vacíos legales de este lugar me impidan darte una paliza a los bolos. Estoy deseando leer la crónica de la derrota en tu… ¿periódico?

—Revista. —Y sonríe mientras se sienta para descalzarse—. Trabajo para Nellie Bly. Pero lo que voy a escribir es la historia de una victoria.

—Bueno, supongo que soñar también es una gran experiencia gratuita.

La periodista entrecierra los ojos, pero yo le dedico mi mejor cara de no haber roto un plato en la vida. Después, le cedo el honor de tirar primero, aunque en parte lo hago para ver las vistas desde atrás cuando tira la bola y la falda se le mueve un poco. Creo que podría llegar a perder, pero no porque ella sea especialmente buena, sino porque si se agacha así cada vez que tire, va a distraerme. Por supuesto, no dejo que lo descubra cuando se gira después de tumbar ocho bolos.

Me dedica una sonrisa orgullosa, le respondo con otra que acepta su desafío, y damos por iniciada esta particular batalla.

Al final, tras una partida intensa llena de piques e intentos de desestabilizarnos entre nosotras, gano yo. Así descubro que la perdedora terrible es ella, porque mira el marcador (muy ajustado, eso tengo que concedérselo) antes de agarrarme del brazo y tirar de mí.

—Necesito probar más experiencias para mi reportaje.

Contengo una carcajada, pero no me quejo cuando me arrastra a la zona de recreativos más grande que he visto jamás. Estoy a punto de volver a burlarme de ella y decirle que esta es otra mala idea si quiere ganarme en algo hasta que se dirige a la única máquina que yo puedo llegar a detestar: la de baile.

Cuando hago una mueca, los ojillos marrones de mi acompañante se encienden.

—¿Qué? ¿Te da miedo?

—¿Miedo? Ya quisieras.

—Yo te noto un poco asustada.

—Claro, de que te pises a ti misma, te caigas y te abras la cabeza. Preferiría no ver este día acabar así: lo que tiene que aparecer en la revista es un reportaje sobre Soulcial, no tu esquela.

—Qué considerada, pero creo que sobreviviré.

Y sobrevive, claro, porque lo cierto es que se le da genial. Y aunque yo sea una absoluta negada para las máquinas de este tipo, la derrota no me sabe tan mal; verla moverse sobre la plataforma es una victoria diferente e inesperada pero igualmente satisfactoria, aunque no se lo voy a decir.

Ella, de todos modos, me sonríe con demasiado orgullo. No puedo evitar sentir ganas de seguir desafiándola. Me gusta que sea competitiva y que parezca dispuesta a todo por ganar. Me gusta esta lucha entre nosotras para demostrar quién es la mejor. Es divertido.

—Relaja esa cara, Carrie Bradshaw, que estamos empatadas.

—¿Carrie Bradshaw? —Se ríe—. ¿La de Sexo en Nueva York?

—Tienes que admitir que lo de tener que hacer un reportaje sobre la última app de citas del mercado es algo que le podría haber pasado a ella.

—Oh, sí, pero a ella no la habrían dejado plantada.

—¿Preferirías estar con tu cita inicial? Cuidado con lo que respondes, que quizá de repente la rompecorazones seas tú.

La periodista titubea, pero se muerde el labio y me vuelve a echar un vistazo de esos que tal vez en su cabeza sean disimulados, pero que en realidad no lo son en absoluto. No es que me moleste; de hecho, me parece justo considerando que yo estoy a punto de desgastarle la falda y las medias de todas las veces que las he mirado.

—El cambio está bastante bien —admite, y me encanta que lo haga.

—Pues este cambio quiere el desempate. Vamos.

Ahora soy yo la que la coge del brazo para arrastrarla a otro juego. Sé que no le gusta mi decisión en cuanto veo su cara de horror frente a la máquina de canastas.

—¿Quién parece asustada ahora?

Ella carraspea.

—No lo estoy.

Pero tiene razones para estarlo, porque la puntería que tenía en los bolos desaparece por completo aquí. Aunque intento no reírme los primeros tiros, es inevitable que se me escape una carcajada cuando tiene tan mala suerte que, no sé cómo, termina consiguiendo que una de las pelotas rebote fuera de la máquina y golpee a un señor al que se le cae el peluquín por el impacto. Todavía estoy desternillándome cuando regresa con la cara roja y la pelota entre las manos.

—No es gracioso.

—No, claro que no —carraspeo, pero me sigo riendo y ella me golpea con la pelota como castigo. Eso solo consigue que me ría más fuerte.

Mi acompañante farfulla y se prepara para repetir el tiro mientras yo intento dejar calmarme. Parece casi retarse con la máquina, y me resulta un poco tierna. Es mona. En plan, ya sabía que era mona, me he acercado a ella por eso, pero no lo es solo de cara. Me humedezco los labios y, tras un segundo de duda, de valorar si es el momento adecuado o no para acercarme, me coloco tras ella y mis manos se posan sobre las suyas encima de la pelota. Mi periodista anónima da un respingo, sorprendida, pero no parece disgustada. Me mira de reojo y levanta las cejas. Yo me fijo en la canasta como si fuera lo único que me interesara.

—Me das pena, así que voy a ayudarte a meter al menos una para que escribas que tu cita, además de ser muy atractiva, fue tremendamente considerada.

Ella ladea la cabeza. Huele a un perfume muy suave y afrutado. Creo que es de mora o algo así. Tengo su cuello demasiado cerca como para que no resulte apetecible. Tiene lunares, como una constelación que baja hasta su clavícula, y casi me distraigo con las ganas de contarlos.

—No será un truco para intentar meterme mano, ¿verdad? Porque sería bastante cantoso.

Escondo una sonrisa contra su pelo. Creo que la siento tragar saliva. En lugar de apartarse, sin embargo, solo se acomoda pegándose un poco más a mí. Que lo haga consigue que se me erice un poco la piel.

—¿Qué dices? Mis manos están en la pelota.

Lo cual no significa que no pueda acercar el resto de mi cuerpo igual que lo ha hecho ella. La pillo mordiéndose el labio cuando pego mi pecho contra su espalda y rozo mis manos contra las suyas con la excusa de agarrar mejor el balón.

Creo que las dos cogemos aire a la vez, justo antes de tirar y encestar.

Mi cita parpadea con incredulidad hasta tres veces antes de girar su rostro hacia mí. Después parpadea una cuarta, al ver lo cerca que termina su cara de la mía. No puedo evitar mojarme los labios, pero intento mantener mi mirada en sus ojos.

—Ha sido potra —protesta—. No puedes conseguir que lo haga de nuevo.

Está demasiado cerca como para no arriesgarme a ir un paso más allá.

—¿Te apuestas algo?

Ella baja la vista a la sonrisa que se me ha abierto en la boca, pero la devuelve a mis pupilas al segundo siguiente. Me gusta que no intente disimular. Me gusta que esta tensión que hay de pronto entre nosotras sea tan evidente. Y, al mismo tiempo, me gusta que sigamos jugando como si no fuéramos conscientes de qué está pasando aquí. Es un poco emocionante preguntarse hasta dónde vamos a llegar, cómo va a ocurrir, quién va a ser la primera en buscar algo que es obvio que las dos ansiamos.

—Lo que quieras, siempre y cuando no sea dinero.

—¿Un beso?

Mi acompañante vuelve a tomar aire. Por un momento me pregunto si debería haberle preguntado su nombre antes, pero entonces ella se humedece los labios y a mí se me olvidan el resto de posibilidades. No puedo fingir: se me van los ojos a su boca y ella lo sabe, porque también mira la mía. Y creo que no hará falta ni una canasta: este es el momento en el que las dos vamos a ir a por lo mismo a la vez. Vamos a besarnos, sin apuestas, sin más juegos.

Pero ella levanta la barbilla y decide alargarlo un poco más, como si el juego, de hecho, ahora fuese yo.

—Así que realmente estabas pensando en cómo aprovecharte de mí. —dice. Antes de que pueda responder, vuelve la vista al frente y coge otra pelota. Su cuerpo se acomoda de nuevo contra el mío y mis manos se apresuran a colocarse sobre las de ella—. Un beso, entonces.

De pronto estoy pensando que le doy las gracias al perro del hermano convaleciente de mi cita original, si es que existe, o a la crisis de pánico que le haya podido dar, lo cual me parece más probable. Sea cual sea el motivo que ha hecho que la tarde haya terminado con esta periodista con puntería nefasta entre mis brazos y jugando a provocarme me parece perfecto.

Es más, quiero ver cuánto más quiere jugar ella. Si encesto me darás un beso, ¿no, periodista sin nombre? No creo que vayas a faltar a tu palabra. Pero, si no lo hago, ¿qué vas a hacer? ¿Nos vas a dejar a las dos sin él, aunque es obvio que tú también te mueres de ganas?

Me muerdo el labio antes de tirar.

Y fallar.

Ella parece decepcionada cuando la miro.

—Vaya —digo, intentando fingir tristeza—. Te has librado.

No tiene cara de alegrarse cuando se gira para encararme. Muy cerca. Demasiado cerca. Intento dar un paso hacia atrás, pero ella levanta los dedos para coger el cuello de mi chaqueta y entretenerse en arreglarlo. Yo tengo que cerrar las manos contra mis piernas para no ponerlas de inmediato sobre sus caderas y acercarla a mí, aunque el hecho de que me haya impedido alejarme me ha puesto muchísimo.

—¿Te juegas besos muy a menudo? ¿Te funciona? —pregunta.

—¿Esa información también va a salir en el reportaje?

—Por supuesto. Tengo que advertir a mis lectoras de los peligros que pueden encontrar en estas aplicaciones.

A mí me parece que el mayor peligro en esta aplicación ahora mismo es una periodista curiosa con unas piernas preciosas y una falda demasiado corta. Al menos, es un peligro para mi autocontrol y para mis antecedentes policiales, porque como siga tan cerca quizá termine apareciendo en ellos un vergonzoso caso de exhibicionismo.

No le digo eso, por supuesto, sino que sonrío como si nada.

—¿Te parezco un peligro?

—Definitivamente.

—Pues ahora sí que no pareces muy asustada, la verdad.

—Solo me asusta el tiempo que vas a hacerme esperar antes de besarme. ¿Se va a alargar mucho más?

Que no me espere que sea tan directa solo hace que se me haga un nudo más grande en el estómago y que el calor se me instale entre las piernas, aunque me río. No puedo evitar preguntarme si será tan demandante también en la cama. Ojalá sí. Ojalá lo comprobe.

—¿Voy a tener que hacerlo todo yo? —pregunta, tirando del cuello de mi chaqueta hacia ella. Una chaqueta que de pronto me sobra, como me sobra el resto de la ropa.

—¿Todo tú? —repito, muy cerca de su boca—. Diría que he sido yo la que se ha acercado a ti en primer lugar.

—Y diría que he sido yo la que te ha pedido esta cita.

—Ah, así que eras tú la que se estaba aprovechando de mí, utilizando tu trabajo para ligar conmigo… Espero que eso también lo incluyas en el reportaje.

Ella chasquea la lengua.

—Nadie me está pagando las horas extras.

Abro la boca para responder, pero no puedo. Mis labios están de pronto ocupados con los suyos y a mí se me olvida todo lo demás, porque la temperatura sube de golpe ante lo exigente que resulta su beso. Es apasionado y desafiante y perfecto, como si fuera un reto más, un juego más, algo en lo que también quiere ganarme y ante lo que yo no me puedo dejar vencer. Mi acompañante no se anda con tonterías y por eso yo tampoco lo hago. Mis manos suben rápidamente hacia su cintura para apretar su cuerpo contra el mío, aprisionándolo entre la máquina y yo. Mi pierna se cuela entre las suyas y ella deja escapar un ruidito de satisfacción que hace que me pregunte qué más ruidos puede hacer, justo antes de que ella hunda sus dedos en mi pelo y abra más su boca para mí.

Vale, bendito sea Soulcial. Tengo que acordarme de ponerle cinco estrellas en la Play Store cuando llegue a casa. Gran experiencia. Recomiendo especialmente la zona de los recreativos.

Nos separamos no sé cuántos besos más tarde, solo porque alguien carraspea. El señor del peluquín de antes nos está mirando con los brazos cruzados sobre el pecho y señala la máquina de canastas tras nosotras. A mí me dan ganas de tirarle otra pelota solo por interrumpir, pero mi cita es más educada y retrocede unos pasos para dejar la máquina libre. Eso sí, arrastrándome con ella, porque no suelta mi chaqueta.

Vuelvo la vista hacia su cara, hacia la manera en la que se muerde el labio que tiene hinchado por nuestros besos.

—¿Qué deberíamos hacer ahora? —me pregunta en cuanto nuestras miradas vuelven a encontrarse.

Aunque es una pregunta inocente, suena a invitación. Aprieto mis dedos en su cintura y me relamo. Me sabe la boca a su pintalabios.

—Bueno, tengo un par de ideas. Por el bien de tu reportaje, claro.

—Claro.

—A ver, los bolos y los recreativos están muy bien, ¿sabes? Pero creo que tus lectoras van a sentir curiosidad por otras partes del edificio.

—Por supuesto. Y yo debería darles la información que de verdad quieren conocer.

—Eres una gran profesional. Imagínate qué desgracia si resulta que las habitaciones del último piso son un desastre. Que hay…, no sé, cucarachas. Y tú no has informado.

—El fin de mi carrera —coincide—. No puedo permitirlo.

—Ni yo, claro. ¿Qué clase de cita sería entonces?

—Menos mal que estás aquí para ayudarme.

—De nada, soy una persona muy sacrificada.

La chica sonríe entre mis brazos y tira de mi chaqueta. Acerca de nuevo su boca y, como si realmente quisiera volverme loca, susurra muy bajito:

—Y yo trato de dar lo mejor de mí cuando investigo. Así que me… esforzaré. A fondo.

Diez estrellas sobre cinco. Sonrío y agarro la falda que estoy deseando levantar.

—Será un placer colaborar contigo.