La furia y el laberinto - Iria G. Parente - E-Book

La furia y el laberinto E-Book

Iria G. Parente

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Beschreibung

Marte, 2635. Olympus es una gran corporación que se extiende por la galaxia y divide a la sociedad en trece Servicios basados en las funciones de los antiguos dioses olímpicos. Para hacer frente a la amenaza de un grupo rebelde que pretende desestabilizar el sistema, Zeus crea HÉROE, una aplicación colaborativa que ofrece una gran recompensa a quienes consigan cazar a los insurrectos y, sobre todo, a su cabecilla, Asha Amartya. Tess necesita la recompensa: es su oportunidad de alcanzar algo que siempre ha deseado y sacar a sus amigos de la pobreza. Talía, en cambio, no busca el dinero: solo quiere saber qué le pasó a su hermano hace años, y encontrar a Asha podría darle todas sus respuestas. Pero lo que parecía sencillo para una profesional de la tecnología y un equipo de mercenarios va a demostrar ser mucho más desafiante de lo que nadie había imaginado. Inspirado en las figuras de Teseo y Ariadna, La furia y el laberinto forma parte de la serie Olympus (de las autoras de Antihéroes y Sueños de piedra), compuesta por novelas autoconclusivas de ciencia ficción que reinterpretan los mitos griegos.

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© de la obra: Iria G. Parente y Selene M. Pascual, 2021

© de las ilustraciones: Xènia Ferrer, 2021

© de las guardas, los fondos y las capitulares: Sunspire/Shutterstock, Funny Drew/Shutterstock, Kilroy79/Shutterstock

© de la presente edición: Nocturna Ediciones, S.L.

c/ Corazón de María, 39, 8.º C, esc. dcha. 28002 Madrid

[email protected]

www.nocturnaediciones.com

Primera edición en Nocturna: mayo de 2022

ISBN: 978-84-18440-44-1

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

Para todas aquellas personas a las que han intentado cortarles las alas.

Para quienes alguna vez se han perdido dentro del laberinto.

LA FURIA Y EL LABERINTO

—¿Lo habéis visto?

Nysian nos recibe en su destartalado despacho con esas palabras, y Dryas y yo nos miramos con confusión y cierta resignación, porque suponemos que el trabajo no ha terminado por hoy. No es fácil seguirle el ritmo a una persona como Nys. Siempre tiene algún negocio entre manos, una nueva noticia que aprovechar, un rumor que explotar hasta que dé su último crédito. Incluso cuando no era nadie, Nys ya tenía buen ojo para captar aquello que le podía generar beneficios y serle útil de mil maneras diferentes: por eso, precisamente, fue por lo que me captó a mí.

Ahora tiene la mirada clavada en varias proyecciones desplegadas a su alrededor y yo me pregunto dónde habrá olido el dinero esta vez. Sé que no tiene nada que ver con el encargo que acabamos de cumplir y por el que ni siquiera nos pregunta, porque sabe que Dryas y yo rara vez fallamos.

—Conozco esa cara y sé cómo acaba: con nosotros liados en algo chungo —comenta mi compañero.

Como la mayoría de las cosas que dice Dryas, suena más a que la situación le parece divertida que a una queja. A mí no me importa: lo único que sé es que los líos de Nysian siempre nos dan dinero a los tres, y llevo el suficiente tiempo en Marte como para entender que eso es todo lo que puedes desear en Olympus.

—Zeus ha comenzado una cacería.

Nysian levanta la cabeza y nos mira con esos ojos brillantes que se le ponen siempre que se le ocurre una idea. Yo abro la boca, pero antes de que pueda pedir explicaciones, Nys ya está lanzando algunas proyecciones hacia nosotros. Zeus aparece tan dorada y brillante como un sol. Dryas me explicó en una ocasión que la gente de Zeus es muy distinta a la del resto de Servicios; de hecho, se rumorea que sus cuerpos pasan por todo tipo de modificaciones estéticas y genéticas. Claro que en Olympus siempre se rumorean muchas cosas, sobre todo si tienen que ver con los Jefes, tan inalcanzables.

En realidad, para la gente como nosotros lo inalcanzable es el Monte Olimpo en sí. Cuando vives en la suciedad y oscuridad de sus suburbios, el brillo de la gran capital resulta cegador y un poco desagradable. Lo que también significa que la mayoría de los que estamos aquí haríamos casi cualquier cosa para alzar el vuelo y llegar allá donde solo los poderosos pueden.

Y eso es justo lo que está ofreciendo Zeus hoy:

—Como sabéis, en las últimas semanas nuestros ares se dedican en cuerpo y alma a buscar y detener las células rebeldes que alteran el orden y la calma de nuestro querido mundo. Ahora la máxima prioridad es evitar que provoquen más atentados y pérdidas de vidas inocentes. Y para aumentar la precisión y la rapidez de la búsqueda, pedimos la colaboración ciudadana. Ante la insurrección, como sociedad avanzada debemos mostrarnos más unidos que nunca, y Olympus sabe premiar a sus héroes.

La cifra de créditos que aparece en pantalla hace que Dryas silbe. Nysian asiente mientras se echa hacia atrás en la silla.

—Y esperad a escuchar lo mejor.

—En Zeus necesitamos valientes que demuestren saber gestionar crisis de tal calibre, pues es en escenarios como este cuando se revela la verdadera valía de los futuros dirigentes. Por eso, quienes nos entreguen a los rebeldes y quienes más destaquen en HÉROE, la aplicación desde la que se centralizará la búsqueda, formarán parte de un nuevo programa de talento especial que permitirá que cualquier persona de cualquier Servicio acceda a Zeus. De ese modo, el dirigente de Olympus del mañana podría ser cualquiera que demuestre ser capaz de ayudar a nuestra sociedad hoy.

Dryas parpadea con incredulidad y yo frunzo el ceño. Hay muchas cosas de Olympus que incluso ahora, siete años después de llegar a Marte, después de esforzarme por entender todo lo posible su cultura y su lenguaje, siguen resultándome muy complicadas.

—¿No se supone que los Servicios se os adjudican al nacer y no se pueden cambiar? Incluso Nysian tardó varios días en conseguirme documentación falsa que me identificara como ares cuando me encontró.

Nys asiente. Sin su ayuda, yo habría seguido siendo una mestiza sin documentos ni identidad. No habría sido la única, claro. En los bajos fondos de Marte hay más extramarcianos sin papeles de los que Olympus quiere creer.

—El cambio de Servicio es algo extraordinario porque rompe el orden establecido. Y dentro del sistema, llegar a Zeus es directamente imposible. No tienen hijos. Los zeus se hacen por tandas y eso es todo.

—Son como hornadas —añade Dryas—. Cada año, Zeus crea en los laboratorios de Hera un número fijo de nuevos pastelitos dorados.

Levanto una ceja y miro a mi amigo de reojo.

—¿Es la mejor comparación que se te ocurre?

Dryas parpadea como si no entendiera qué hay de malo.

—Como los pastelitos, están todos buenísimos.

Como de costumbre con Dryas, siento tantas ganas de llevarme la mano a la cara como de sonreír, al menos un poco.

—No seré yo quien niegue el atractivo de los zeus y de lo interesante que sería darle un bocado a cualquiera de ellos, sobre todo a ella. —Nysian hace un ademán con la barbilla a Zeus, mientras ella sigue con su discurso de fondo—. Pero ¿podemos centrarnos? ¿Mirar hacia, ya sabéis, la gran recompensa con la que no tendríamos que preocuparnos de nada más en nuestra vida y que nos daría acceso directo al Monte Olimpo?

Los tres volvemos la vista hacia las proyecciones. Además de a Zeus, vemos imágenes de los rebeldes buscados. O, mejor dicho, de la rebelde más buscada: su líder. Asha Amartya nos mira con superioridad, con una cicatriz en el rostro y un dedo levantado en un gesto que yo tardé muy poco en descubrir lo que significaba en el lenguaje humano.

Es una foto que ya ha visto todo el mundo, incluso la persona más ajena a la tecnología y al flujo de información constante de aplicaciones, redes sociales o programas de entretenimiento. Yo no me llevo demasiado bien con ninguna de esas cosas y, sin embargo, siento que sé todo sobre esa chica, aunque solo sea porque Nysian, Dryas y Fedra me han contado muchas cosas: que en el pasado estaba destinada a heredar el Servicio de Hades, que desapareció y se la dio por muerta, pero que reapareció con esa foto años más tarde en medio de la liberación de un planeta lejos de aquí. La foto se dio por falsa en un primer momento, pero hace unos meses se probó que era real; después de eso, Asha Amartya se convirtió en una especie de historia de terror.

Para todo el mundo excepto para Dryas, al parecer.

—A ella también le daba un bocado —murmura.

—Pues parece venenosa.

—¡Que os centréis!

—Venga, Nys, no estás pensando en serio en unirte a esta movida, ¿no? ¿Sabes la de peña que se tiene que haber puesto en marcha ya? —dice Dryas—. No sé cuánto hace que salió el comunicado, pero mientras veníamos hacia aquí hemos visto a gente que iba a toda hostia hacia el puerto espacial, y me apuesto el brazo izquierdo a que era por esto.

—¿Tienes alguna pista que nos ayude a adelantarnos? —pregunto yo. Sé cuándo algo se le mete entre ceja y ceja a Nysian Wechsler—. La recompensa es muy buena. Va a haber de todo en la competencia, Nys.

—Lo sé, lo sé. Pero pensé que quizás a ti te interesaría más que a nadie. Que quizá… quisieras probar.

Levanto las cejas. Nysian nunca disimula sus propios intereses haciéndolos pasar por favores para el resto de la gente. No le hace falta, y menos conmigo.

—¿Por qué yo?

—Porque es tu oportunidad de llegar al Monte Olimpo, Tess.

Al principio apenas entiendo lo que me quiere decir, como si hubiera alguna doblez en la frase que ha elegido que no he conseguido aprender todavía. Pero cuando miro a Dryas, descubro que él también parece algo perdido. Al menos, hasta que abre mucho los ojos y da una palmada en mi espalda con una fuerza que hace que me tambalee.

—Podrías conseguir lo que viniste a buscar a Marte en un primer momento.

Comprendo de golpe de qué están hablando. Nysian asiente, pero yo me limito a fruncir el ceño.

—Aunque llegase al Monte Olimpo, no podéis asegurar que…

—Tendrían que escucharte. Si les entregas a esa gente, no serías solo una mestiza muerta de hambre: serías mucho más. Una heroína de Olympus.

No sé qué decir. No me interesa ser una heroína y dudo que Dryas o Nysian quieran ser algo parecido. Siempre nos ha bastado con cubrirnos las espaldas los unos a los otros.

—Esa gente será escurridiza, y ni siquiera tenemos por dónde empezar.

—En realidad…

Nysian cambia el vídeo que estamos viendo por otro diferente. Esta vez ya no es Zeus quien habla, sino que en su lugar está Dioniso, con su sonrisa de quien se lo pasa en grande en todo momento, con sus rasgos andróginos y su cabello largo perfectamente recogido. Todos los dionisos de Marte poseen un aura parecida: Nys también tiene a veces esa sonrisa que augura un montón de artimañas bajo la manga.

—Dioniso ha desarrollado una aplicación para ayudar a los aspirantes a héroes.

—«Aspirantes a héroes» es una manera superguay de no decir «mercenarios», «asesinos» y «cazarrecompensas», que es lo que va a haber. La verdad, preferiría que me hubieran llamado así toda la vida y… Me callo, me callo, perdón.

—Es colaborativa —continúa Nys tras la mirada asesina que le lanza a Dryas por la interrupción—. Cualquiera puede subir pistas, información, rastros. Como una investigación abierta.

En la pantalla aparecen vídeos del funcionamiento de la aplicación mientras la voz de Dioniso detalla su funcionamiento. Parece uno de esos videojuegos de realidad aumentada a los que he visto jugar a Dryas, y no tengo ninguna duda de que esa es justo la intención. Es una cacería, sí, pero quieren que resulte divertido. Hay incluso una clasificación para valorar los perfiles que más información aportan. Estoy segura de que esos mismos perfiles se convertirán en motivo de apuestas, tarde o temprano.

—Los Jefes ya han subido los vídeos de Lerna e Ilión, pero es cuestión de tiempo que la gente empiece a subir más y más contenido.

—De hecho, ya hay cosas nuevas.

Dryas acaba de descargar la aplicación y ya está curioseando. Tanto Nys como yo nos acercamos para examinar la pantalla de su eidola y descubrimos un vídeo muy corto de una persona similar a la cabecilla rebelde más buscada de Olympus. El vídeo ofrece datos de localización y hora, pero la imagen no es del todo clara… Habrá muchas pistas así. Personas que parezcan ser algo y no lo sean. Habrá quienes metan rastros falsos. Habrá mucho ruido.

Yo no sabría ni por dónde empezar con esa aplicación, pero no es solo eso.

—Hace siete años que no salgo al espacio —digo, y luego miro a Dryas—. Tú no has salido nunca. Y no me creo que tú, Nys, vayas a salir.

—Yo sería vuestra persona en tierra —responde Nysian. Se aleja un par de pasos para apoyarse en su escritorio y hace un ademán—. Os filtraría la información más importante y os financiaría. Nave y piloto, víveres, armas…, puedo conseguirlo todo.

—Para luego recoger el doble de lo financiado, claro.

—¿Solo el doble? Creo que necesitas ver de nuevo la cifra de la recompensa —se burla Dryas.

Es cierto, es muchísimo dinero. Con esa cantidad de créditos, Nysian y Dryas no tendrían que preocuparse por nada más en su vida. Se acabaron los encargos. Se acabaron los negocios en las sombras. Se acabaron las peleas, las persecuciones, el tráfico de drogas y los ajustes de cuentas. No es que nada de eso me importe ni me haya importado nunca; una cosa que sí he entendido en este tiempo, mucho antes que la tecnología o incluso el lenguaje, es que en Olympus el dinero da más oportunidades que conceptos tan difusos como «ética» o «moral».

Por eso entiendo que esto conllevaría retirarse para siempre. Una vida nueva lejos de las calles oscuras y de los neones titilantes, del sabor a óxido del metal y la sangre. Aunque no es que a mí me disguste esa vida. Me gustan los bajos fondos y sus callejuelas y sus olores y sobrevolar todas sus sombras. Me gusta perseguir y luchar. Pero no me gusta ver a Nysian en líos de bandas que más de una vez casi le cuestan la cabeza o a Dryas herido. No me gusta que Fedra esté muy lejos de nosotros, porque esa barrera invisible que separa el Monte Olimpo de esta parte de la ciudad se va haciendo más y más grande.

Aunque me haya pasado años intentando no pensar en ello, odio no tener todavía las respuestas que hace mucho vine a buscar.

Respuestas que se esconden en lo más alto de la ciudad, allá donde solo los Jefes pueden llegar y que las personas como nosotros nunca tienen oportunidad de alcanzar.

—¿Cuántas posibilidades creéis que tenemos?

Nysian es consciente de que me lo estoy planteando. Se acerca a mí y apoya una mano en mi hombro, apretándolo. A veces todavía me sorprende cuando pone esa expresión seria, como ahora. Sé que Nys ha cosechado un poder en los suburbios que puede llegar a asustar, pero a mí nunca me ha dado miedo.

—Creo que merece la pena intentarlo. Un mes, al menos. Si en un mes no habéis conseguido nada, ni una sola pista segura que seguir, volvéis.

Comparto una mirada con Dryas. Él esboza la sonrisa que se le pone siempre ante un nuevo riesgo y cruza sobre el pecho esos brazos gigantes que tiene.

—Pienso atrapar a esa rebelde y enamorarla para que me siga hasta el fin del mundo, así seguro que no escapa.

—Enamórala si quieres, pero mejor nos la traemos muerta. Así seguro que no escapa.

—Tú siempre tan poco diplomática —me reprende mi mejor amigo.

Vuelvo la vista a la aplicación, a la persona que podría ser o no la delincuente más buscada de la galaxia y que hace dos días salía de un recinto en una región del planeta Aetolia mientras se cubría la cabeza con una capucha. No parece alguien capaz de poner patas arriba todo un sistema: más bien parece pequeña y frágil, simplemente humana, en lugar del monstruo de leyenda que Olympus quiere eliminar.

Pero supongo que eso no importa.

Asha Amartya y su rebelión tienen que caer.

Y dado que han puesto un precio adecuado a su cabeza, supongo que yo estoy dispuesta ayudar.

No recuerdo cuándo fue la primera vez que vi a Asha.

Probablemente estuvo en mi vida desde que nací. Cuando tuve edad para empezar a asistir a actos de Olympus, ella ya formaba parte de esa sociedad. Recuerdo verla crecer, a menudo distante y aislada del resto del mundo. No era desagradable, exactamente: creo que no sabía bien cómo relacionarse, sin más. A medida que crecí, fui escuchando muchas cosas sobre ella: que era peligrosa, que su madre había matado a alguien muchos años atrás, que era mejor no relacionarse con los hades.

A mí nunca me pareció que aquella chica de ojos oscuros y pelo negro, siempre un poco excluida, pudiera hacerle daño a nadie.

Pero me equivoqué.

Asha Amartya era tan peligrosa como decían las historias. Y ahora el mundo la está buscando, pero no la van a encontrar. No, al menos, fácilmente. No, desde luego, con este plan.

Es imposible saber qué imágenes, de entre todas las que llegan a la aplicación, son reales. Incluso yo, que la conozco, que he visto sus gestos, que sé cómo frunce los labios o el tono de su voz o cómo se pasa la mano por el lado rapado de la cabeza cuando está nerviosa, tengo problemas para identificarla en medio de todo el contenido que de pronto están volcando. Un flujo de datos que probablemente solo acaba de empezar.

Navego por HÉROE buscando todos esos puntos flacos que van a llevar al fracaso a este plan. ¿Cómo diferencias la información buena de la mala? ¿Cómo te aseguras de que los propios rebeldes no cuelen datos trucados o no te tumben el sistema? Supongo que habrá una seguridad a prueba de hackers y tendrán un montón de asistencia para controlar qué pasa el filtro y qué no, pero aun así…

Por otro lado, cuanta más gente se anote y cuanto más se dispersen por el universo, mayor será el alcance de Olympus. Los rebeldes tendrán sus movimientos bastante restringidos. Se pondrán nerviosos al ver cómo la red se va apretando a su alrededor. Y cuando la gente se pone nerviosa, comete errores.

Me pregunto si es eso lo que quiere Zeus o, como siempre, es solo otra prueba más del poder de Olympus.

¿Qué piensas?

El mensaje de Aster me distrae cuando aparece en una esquina de la pantalla de mis gafas. Aunque objetivamente no hay nada que me lo indique, mi mente lo lee con ese tono de voz que usa cuando está preocupado, con el ceño fruncido y el rostro más pálido de lo habitual.

Zeus nunca corre un riesgo que no esté controlado.

Define «controlado».

La gente le va a hacer el trabajo. A ella y a los ares.

Está ofreciendo un cambio de Servicio.

A ZEUS.

Por no hablar de todos esos créditos.

Medio Marte se quedará vacío.

Hasta hay gente en Luna hablando de unirse.

Claro que sí. Pero eso, en el pensamiento de Zeus, no está mal. Cada persona que se va lo hace bajo su propia responsabilidad. Ella no tiene que pagarles. Olympus no dará ni un solo crédito a esas naves, a esa gente. Esta movilización costaría miles de millones… y les va a salir casi gratis.

En cuanto a la recompensa…

La cabeza de Asha lo vale. Y todos sabemos que no es un juego justo.

Como todo, siempre hay gente que empieza con ventaja y gente que desde el principio juega para perder. Habrá quienes se dejen la piel en el camino. Habrá quienes hagan trampa. Habrá, incluso, accidentes. Habrá quien que no vuelva. Y habrá quien se aproveche de ello. ¿Cuántas personas de las altas esferas intentarán pagarse la entrada en el juego? Subvencionando equipos o ganándose su candidatura con dinero dentro de algún grupo con posibilidades. Gente con recursos, con otros a su cargo que los lleven a la cima…

Puede parecer un juego, pero todos sabemos que se va a convertir en algo mucho más grande. En algo por lo que matar o morir. En ese sueño inalcanzable que son los últimos pisos de los rascacielos más importantes de Marte.

Me pregunto si Asha sabía que llegaría a provocar algo semejante.

Quiero suponer que no. A ella nunca le gustó la atención.

Pero supongo que nunca conocí a Asha de verdad.

¿Vas a decirme cómo estás o voy a tener que ir a Marte para averiguarlo?

Suelto un largo suspiro y saco a la chica de ojos oscuros de mi mente. No la que se pone la capucha en Aetolia o la que aparece liderando la rebelión en los vídeos de Lerna de hace unos meses, sino la que yo conservo en mis recuerdos. No importa la de veces que trate de olvidarla. Por alguna razón, siempre acaba volviendo. Y siempre lo hace cuando menos preparada estoy.

Respiro hondo y decido limitarme a pensar en este momento y en este lugar. Se supone que solo tengo que estar centrada en ser la mejor Hija posible. La Hija de Hefesto, la que un día heredará la responsabilidad de todo el Servicio dedicado al avance tecnológico de Olympus. La Hija que debe hacer que su padre se sienta orgulloso de ella. No he estado años estudiando y trabajando para que ahora me dé vértigo mirar hacia abajo desde la cima del mundo. Desde lo más alto de uno de esos rascacielos a los que todo el mundo desea llegar.

La llamada me sobresalta. Cuelgo en un acto reflejo, solo para darme cuenta de que se trata de Aster, que ha debido de impacientarse al ver que no respondo. Probablemente crea que le voy a dejar en visto. Me apresuro a escribirle antes de que compre billetes de Luna a Marte. Conociéndolo, es capaz de coger el próximo vuelo si le doy motivos para preocuparse.

Estoy bien.

Una lástima tener que dejar pasar la oportunidad de ser Zeus, pero resulta que tengo trabajo.

Hablamos luego, ¿vale?

No creo que sea el tipo de juego en el que puedes ganar.

En eso no estoy de acuerdo. En realidad, es un trabajo de análisis, estadística y estrategia. Solo necesitarías un buen software que procese la información y construir patrones, además de una cabeza que los entienda. No deja de ser otro código más que descifrar. El hilo del que tirar está ahí, solo hay que saber cómo desenredarlo y seguirlo. Y aunque también es cierto que en ocasiones es muy difícil diferenciar una pista falsa de una verdadera…, las posibilidades entrarían ahí en la ecuación, como en un juego de azar. Pero incluso los juegos de azar pueden predecirse con las herramientas adecuadas.

Yo podría predecirlos con las herramientas adecuadas.

Aunque no me interesa hacerlo.

¿Verdad?

A la aplicación sigue llegando información. Testimonios. Fotos. Todo parece un poco precario, probablemente venga de gente que quiere su minuto de fama o que pretende ayudar… o confundir. No sé si Asha ha estado en alguno de los lugares donde aseguran haberla visto. No sé si esas personas son ella o solo gente con un corte de pelo similar o ropa o facciones parecidas. La calidad de algunas imágenes es más propia del siglo xxi que del nuestro.

Me muerdo el interior de la mejilla, pensativa.

—Dédalo, activa las notificaciones silenciosas para HÉROE.

Veo una luz roja parpadear dos veces en la esquina de la pantalla mientras el programa reconoce mi voz y mi orden. No tarda ni un segundo en ser sustituida por un «comando guardado» y un pequeño icono con un cero en el centro.

Si me interesase, si realmente quisiera hacerlo, podría recoger todas esas capturas y pasarles un software de reconocimiento facial o corporal. Eso filtraría parte de los resultados. Si fuese a meterme en la cacería, trazaría un mapa de apariciones con las fechas y las horas de los avistamientos, y así averiguaría cuáles tienen sentido y cuáles no.

Podría jugar a cazar a Asha Amartya.

Me quito las gafas y las sostengo entre las manos mientras recorro las líneas rectas del vidrio con las yemas de los dedos. Cuando parpadeo aparecen los números y las letras justo delante. No creo que tenga nada de malo intentar hacerlo. ¿No es lo que se espera de mí? ¿De cualquier persona fiel a Olympus? Que quiera destruir a la rebelión, que ayude a encontrar a su líder y neutralizarla.

Hasta mi padre se sentiría orgulloso de mí si lo hiciera.

Pero ayudar a encontrar a Asha es como ayudar a matarla. Zeus ha dicho que recompensará a cualquiera que la traiga, viva o muerta. Y nadie va a enfrentarse al riesgo que supondría mantenerla viva en un viaje desde cualquier punto de la galaxia.

No sé si quiero participar…, porque quiero capturar a Asha, pero la quiero viva, con la capacidad de darme respuestas que solo ella tiene. Quiero mirarla a los ojos y pedirle explicaciones.

Olympus no sabe todos los crímenes que ha cometido Asha Amartya, pero yo sí.

Y quiero que pida perdón por ellos.

Quiero ser yo quien le haga pagar por ellos.

Trago saliva, que me sabe a bilis, que me cae al estómago como un bloque de hielo.

Una idea crece en el fondo de mi cabeza y, cuando quiero darme cuenta, he dejado las gafas sobre la mesa y he abierto la pantalla de mi eidola. Yo puedo descifrar los datos, pero no cazar a la rebelde sola. Necesitaría gente, y en el fondo sé muy bien dónde encontrarla.

El primero de mis chats de mensajes es, por supuesto, el de Aster. Justo debajo, la foto de perfil de Fedra me sonríe. Por lo general, siempre es ella quien me abre conversación para preguntarme cómo va todo e invitarme a un café que al final nunca nos tomamos. No la veo desde nuestra graduación en la Akademeia, pero sé que es justo la persona que necesito ahora.

Tomo aire antes de escribir.

Siempre dices que tus amigos hacen todo tipo de trabajos.

¿Van a participar en la cacería de Zeus?

Sé de antemano qué va a responder. Los amigos de Fedra son lo más parecido que he conocido a matones a sueldo. Dos ares que trabajan para una persona de Dioniso que nunca he visto, aunque, por lo que he oído, es poco menos que cabecilla de una mafia. Los conozco porque hace mucho tiempo les hice un favor que dudo que hayan olvidado.

Y creo que ya he decidido cómo voy a cobrármelo.

Porque quizá yo pueda ayudar.

Llevo muchos años jugando a atrapar estrellas. En otro planeta, hace tantos años que a veces siento que ya no lo recuerdo de verdad y que he empezado a imaginarlo, se veían mucho mejor que aquí. Más brillantes, más reales. La contaminación de Marte en ocasiones hace que sea difícil alcanzarlas y hay que subir alto, muy alto, más alto, para verlas y sentir que vives debajo de ellas.

Sin embargo, cuando miras a tus pies desde ahí arriba, lo que ves es un mundo dividido. Los colores y los altos edificios dentro del Monte Olimpo, las calles hechas de las cicatrices de quienes tienen que vivir en la periferia. A lo lejos hay más ciudades, pero ninguna tan importante como la metrópoli, la capital desde la que Olympus controla el universo. Nysian me explicó un día que en ningún lado hay edificios más altos que los de las oficinas de los Jefes. Es una norma. Una manera de mostrar la jerarquía y el poder que tienen incluso en la arquitectura.

Hoy, sin embargo, cuando miro desde el cielo, mientras el viento helado de la noche me golpea en la cara y mis alas sisean a mi espalda, sus edificios no se me antojan tan altos ni tan inalcanzables. A veces he pensado en volar hasta ellos. A veces he pensado en lanzarme hacia la barrera invisible que separa los dos mundos y romperla.

Si fuera una barrera física, podría con ella. Pero la barrera que separa a la gente en Olympus es mucho más complicada que eso.

—Olympus es como un laberinto —me dijo un día Dryas, poco después de que llegara—. No puedes echar abajo las paredes para llegar al centro: tienes que recorrerlo. Y es tan largo, tan enrevesado que muchos mueren por el camino. No merece la pena intentarlo.

Supongo que ahora estamos dispuestos a entrar en el laberinto. Vamos a recorrerlo con las herramientas que nos han dado para ver si podemos llegar al final y vencer.

Observo el puerto espacial a lo lejos. El tráfico de naves es mucho mayor de lo habitual y las estelas que han dejado tras de sí las embarcaciones todavía sellan el cielo, dibujando sobre él ríos de color blanco. Supongo que Poseidón tendrá trabajo de sobra registrando tantas salidas. Y todas las que no podrá registrar, porque serán naves ilegales de mercenarios dispuestos a sacarse unos buenos créditos. Nysian elegirá esa opción para nosotros, sin duda.

Termino por abandonar las estrellas para regresar a casa. Cuando avisto la azotea de nuestro edificio (pequeña y medio destartalada, aunque hemos vivido en sitios mucho peores), descubro que ya hay dos personas. Y solo una de ellas consigue sorprenderme.

—¿Fedra?

El nombre sale de mis labios antes de posar los dos pies en el suelo. Cuando quiero darme cuenta, la tengo encima, rodeándome con sus brazos menudos.

—Nuestra niña pija ha decidido honrarnos con su presencia —se burla Dryas mientras se acerca a nosotros con las manos en los bolsillos.

—Como vuelvas a llamarme así, Dryas, serán mis puños los que te recuerden de dónde vengo.

—Todo menos eso, por favor.

Fedra se separa de mí para, como amenazaba, darle un puñetazo en el estómago a Dryas, que finge doblarse por la mitad como si ella pudiera hacerle algo más que cosquillas. No puedo evitar el principio de una sonrisa mientras los veo discutir. Así era el día a día cuando Fedra vivía con nosotros, pero desde que consiguió salir de aquí cada vez la vemos menos.

—¿Hoy Olympus no te tiene enterrada bajo una montaña de trabajo? —le pregunto.

—Olympus siempre tiene una montaña de trabajo para mí.

—El trágico precio de ser una cerebrito —vuelve a burlarse Dryas.

—Pero es que yo también he visto lo de la recompensa —continúa Fedra, y le propina otro codazo a nuestro amigo.

Levanto una ceja.

—Tú no necesitas la recompensa.

—Cualquiera que no sea Jefe, Hijo o Familiar necesita esa recompensa. Pero ¿tú has visto el dinero que está en juego? ¿Has visto que puedes ser de Zeus?

—Entraste y te graduaste en la Akademeia, Fedra. Tienes un buen trabajo en el Monte Olimpo. Ya has conseguido salir de este sitio, que es lo que querías, ¿no? ¿Qué más necesitas?

—Te dije que Tess te diría lo mismo que yo —se regodea Dryas—. Haz caso a tus mayores.

—Me lleváis dos años.

—Suficientes —respondemos Dryas y yo al mismo tiempo.

Ahora hasta yo recibo un puñetazo. O lo haría si no alzase el vuelo en el momento indicado para echarme atrás. Dryas deja escapar una risita, pero es obvio que la situación solo nos hace gracia a nosotros, porque Fedra gruñe.

—No voy a permitir que os vayáis de expedición por el espacio sin mí. ¡Y menos para enfrentaros a una banda de rebeldes que ni los ares más experimentados han conseguido atrapar y que ya ha dado problemas en dos planetas!

—Estaremos bien. Sabes que nos hemos encontrado de todo a estas alturas.

—Sí, y la última vez que miré hacia otro lado a ti te arrancaron un ala.

Hasta Dryas da un brinco por la mención y mira a Fedra con incredulidad. Yo me quedo repentinamente quieta y de pronto toda la felicidad por verla, por tenerla aquí después de semanas, se me enfría en el cuerpo. Ella, sin embargo, no parece arrepentida. Levanta la barbilla y me reta a llevarle la contraria, pero yo aprieto los labios y paso por su lado para dirigirme hacia la entrada de la azotea.

—¿Te acuerdas de Ariadna?

La voz de Fedra me detiene. El nombre vibra en mi cabeza, de fondo. Hay palabras y expresiones marcianas que todavía se me escapan o que tardo en comprender, y tengo la misma sensación con ese nombre: algo que debería conocer, que he escuchado en alguna parte y que tengo que desentrañar.

Al menos, hasta que recuerdo a una persona de rostro escondido tras unas grandes gafas virtuales, cabellos negros cortos y cuerpo pequeño. Casi puedo sentir mi ala derecha, la que es obvio que no es real por mucho que yo finja que lo es, vibrar de reconocimiento.

—Quiere participar —continúa Fedra. Cuando la miro, ella tiene los brazos cruzados sobre el pecho y me observa con suficiencia—. Sabes lo buena que es. Y ni siquiera la habéis visto en su elemento. Lo suyo no son las prótesis, sino los programas y los datos. Esto es más bien como un videojuego y ella es muy buena en ellos.

—¿Y qué tiene que ver con nosotros?

Yo me estoy haciendo la misma pregunta que ha hecho Dryas en voz alta.

—Quiere participar con vosotros. Las dos queremos. Y os aseguro que nadie tiene más interés que ella en conseguir atrapar a esa gente.

—Todo el mundo tiene el mismo interés —replico.

—No, porque al resto del mundo le mueve el dinero, pero a Ariadna la mueve algo más. Y tú sabes lo poderoso que es eso, ¿no? Tú no viniste a Marte por dinero, ¿verdad, Tess?

Vuelvo a apretar los labios, pero no respondo y ella continúa mientras da un par de pasos hacia mí. Realmente es una afrodita de pies a cabeza, aunque muchas veces no lo parezca, porque sabe cómo encandilar. Fedra es peligrosa de maneras en las que Dryas y yo nunca podríamos serlo y supongo que eso, aunque yo no quiera admitirlo, puede ser útil ahí fuera. Dryas y yo intimidamos; ella, en cambio, tiene la capacidad de utilizar a la gente para sus propios propósitos con una elegancia con la que nosotros no podríamos ni soñar.

—Hazme caso: con Ariadna de vuestro lado, tendréis más posibilidades que cualquiera de los grupos que hoy han salido corriendo y todos los ares de Olympus juntos. Pero yo también voy. Bueno, en realidad no necesito vuestro permiso, ya le he dicho a Nysian que la condición para contar con Ariadna es que yo también esté dentro de esto y ha accedido.

Dryas se gira hacia ella con cara de estar molesto, aunque es una expresión que no suele poner a menudo.

—Eso no me lo habías dicho.

—Esperaba que no hiciera falta —dice Fedra tras encogerse de hombros—. Pero era consciente de cómo podríais reaccionar, así que quería tener un plan alternativo.

Dryas hace una mueca y vuelve su mirada hacia mí, como si no estuviera convencido de qué hacer o qué decir a continuación. Yo respiro hondo.

—Nysian es quien paga.

Mi amigo sabe que es verdad. También sabe que yo nunca le llevo la contraria a Nys, porque es a quien se lo debo todo. Y si esa chica, Ariadna, quiere participar, y quiere participar con nosotros, tampoco soy quién para prohibirlo, porque a ella también le debo una. Nysian y Ariadna no podrían ser personas más diferentes, pero para mí tienen un sentido muy parecido, aunque eso nadie más lo entienda.

Por supuesto, Fedra lo sabía antes de acudir a nosotros, por eso no disimula la sonrisa satisfecha cuando dice:

—Parece que nos vamos de aventura.

Estás dentro.

Pero vas a tener que darle cuentas a Nysian.

Fedra te ha enviado un contacto.

Suerte,Ariadna.

Hace algo más de tres años, Fedra me pidió un favor. Me dijo que necesitaba a un hefesto para crear una prótesis que ni siquiera sabía si podía hacerse. En realidad, para ser justas, me dio a entender que me quería a mí. A la mejor. Me contó que lo que más amaba su amiga Tess era volar, pero que había perdido un ala. Me prometió que me pagaría lo que pudiese. Me aseguró que, si alguien podía conseguirlo, esa era yo.

Al principio tal vez me moviese el hecho de que nadie había demostrado nunca tanta confianza en mí (excepto, quizás, Aster). Pero cuando tras meses de trabajo conseguí terminar un prototipo de ala, ya me movía otra cosa. Quise creer que era el deseo de ver el proyecto terminado. Quise creer que simplemente era mi perfeccionismo.

Y entonces conocí a Tess.

No, no fue eso: entonces vi volar a Tess.

En ese momento supe que lo que había dicho Fedra era cierto: que lo que más amaba era volar. Que cada minuto en el cielo compensaba tener que estar anclada a Marte, a la zona en la que vivía, haciendo lo que podía para ganarse la vida. No creo que eso lo hiciera más fácil, no creo que volar solucionase su situación. Pero estoy segura de que, de alguna forma, mientras flotaba en el aire, nada más le preocupaba. Era como si todo hubiera desaparecido, como si todos los que observábamos hubiéramos desaparecido.

Ese día, el ala nueva se partió y Tess acabó en el suelo, pero a ella ni siquiera le importó. Aunque todos corrimos para comprobar cómo se encontraba, aunque tuvo que hacerse daño…, ella solo se rio. De pronto estaba allí, tirada en el suelo, con el cuerpo dolorido, y se reía como si fuera la persona más feliz de la galaxia.

Recuerdo que su risa me sorprendió. No era como ningún sonido humano que hubiera escuchado antes: lo único con lo que podía compararlo era con unas campanillas al tintinear. Pero sobre todo me sorprendió por lo inesperado que fue, no solo por la situación, sino porque hasta ese momento había parecido distante y dura.

—¿Por qué ha fallado? —pregunté yo, molesta por mi error.

—No importa —dijo ella tras coger aire y echar la cabeza atrás. Dejó de reír, pero se le quedaron las comisuras de la boca levantadas y los ojos brillantes. Se encogió de hombros y se quitó el arnés que conformaba aquel primer prototipo para tendérmelo de vuelta—. La siguiente será mejor. Gracias, Ariadna.

Aquel había sido el nombre que le había dado a Fedra para que nadie supiera que Talía Demir, la Hija del Servicio de Hefesto, se dedicaba a ayudar a mercenarios muertos de hambre. A mí me dio un vuelco en el pecho al escucharlo de su boca junto a aquel agradecimiento tan sincero. Por primera vez en mi vida, el error no me hizo sentir derrotada. Si acaso, me instó a esforzarme más con el siguiente prototipo (que sí funcionó). Me animó a salir de mi zona de confort e incluso le pedí ayuda a Aster para idear el plano de un ala que, con una operación, podría sustituir adecuadamente la que un día tuvo.

Nunca le cobré nada a Fedra por todo aquello. Lo único que le costó fue la promesa de que guardaría en secreto mi identidad. Ariadna podía ser una hefesto más, un contacto que la compañera de cuarto de Fedra en la Akademeia le había dado. Ariadna era alguien sin importancia, alguien que no estaba atada al Monte Olimpo de la misma manera en que lo hacía Talía. Ariadna, con unas gafas que le tapaban media cara para que nadie la reconociese, podía bajar de la cima y regresar después sin que nadie la cuestionase.

Talía Demir solo podía soñar con hacer algo parecido.

Y ahora, una vez más, Ariadna toma el mando. Una vez más, hace algo que no le estaría permitido hacer a una Hija.

Cuando veo los mensajes de Fedra al despertar, sin embargo, sé que tengo que ir con cuidado. Durante los siguientes diez minutos, mientras estoy en la ducha, planeo muy bien qué es lo que voy a decirle a esa persona llamada Nysian y, sobre todo, cómo voy a hacerlo. Sé que va a hacerme preguntas y me imagino por dónde irán. Intentará saber algo de mí. Solo con un nombre no puede encontrarme. Con un nombre y un apellido se dará cuenta de que hay algo que no cuadra. No puedo decirle dónde trabajo ni en qué.

Todo lo que necesita saber ya lo sabe.

La llamada la hago yo, con número oculto y desde una eidola secundaria, una que no está realmente conectada a mí y a todo lo que soy. Necesito esa ventaja, necesito poner las reglas. Nada de imagen, solo voz. Y soy yo la que habla primero en cuanto descuelga:

—Soy Ariadna. Fedra me ha dicho que querías hablar conmigo.

Al otro lado de la línea se oye ruido: susurros que no se dirigen a mí, pasos que supongo que son de Nysian y, finalmente, una puerta que se abre y se cierra. El silencio llega, roto solo por la leve estática de la línea y quizás el zumbido de algún aparato eléctrico.

—Ariadna. Creo que tú y yo nunca habíamos llegado a hablar, ¿verdad? Ha sido una sorpresa saber de ti. Tess me dijo en su momento que no te interesaba trabajar para mí…

Es cierto, me hizo una oferta. Tess me lo comunicó la última vez que la vi, cuando fui a llevarle el prototipo final. Me dijo que Nysian quería ofrecerme más encargos. Y puede que me sintiera satisfecha al saber que mi trabajo había sido lo bastante bueno como para que alguien quisiese contratarme, pero ni estaba interesada en el dinero que me ofrecía ni me podía arriesgar a que descubriese mi identidad. Y, de todas formas, el ala de Tess era algo excepcional, una colaboración que nunca se repetiría.

—Los tiempos cambian, supongo.

—¿Quieres ser Zeus?

La pregunta le sale con mucha naturalidad, como si fuera el pensamiento obvio tras decidir que voy a participar en la cacería. Me alegro de que no me haga perder el tiempo.

—No, estoy bien en Hefesto. No quiero nada de la recompensa, en realidad. Ni siquiera tenéis que decir que os he ayudado. —Su silencio sorprendido es perfecto para que yo pueda seguir hablando—: Lo que quiero es a Asha Amartya. Quiero hablar con ella, en privado. No me importa lo que hagáis con ella después, pero tienes que prometerme una entrevista. Cinco o diez minutos, no necesito más.

Nysian no dice nada, como si hubiera perdido la voz, pero vuelvo a advertir el sonido de sus pasos.

—No te puedo prometer eso —responde tras lo que me parece una eternidad—. No sabemos en qué condiciones vamos a tener que capturarla.

—Entonces yo no te puedo prometer que no me vaya con otra gente que sea más profesional. Y que tenga ganas de quedarse con todo ese dinero. —Hago una pausa. Solo un segundo. Es todo lo que preciso para que mis palabras calen hondo—. Ha sido un placer. Saluda a Tess de mi parte.

—¡Espera! Seguro que podemos llegar a un trato.

—No, Nysian: o aceptas mi petición y me das tu palabra de que la cumplirás o no llegaremos a ningún trato.

—¿Mi palabra? ¿Es todo lo que vas pidiendo por la vida? Un poco inocente, ¿no crees?

—No te preocupes, sé guardarme las espaldas. Te sorprendería saber todo lo que se puede hacer con un número de eidola y el conocimiento de mi Servicio.

Nysian duda. La gente no sabe muy bien cuáles son los límites de Hefesto y yo pienso aprovecharme. Por lo general, creo que se nos toma por poco menos que magos. Como si la tecnología lo pudiera arreglar todo. O como si pudiera estropearlo todo. Pese a que tengamos nuestros límites, estoy segura de que mi amenaza no es complicada de llevar a cabo con una persona como Nysian. Tendrá enemigos. Habrá dejado rastros en negocios que no le interesa que salgan a la luz. Podría buscarle más de un problema, aunque por ahora no tenga intención real de hacerlo.

—Hoy voy a ver una nave. Si consigo que su piloto se una a mi equipo, necesitaremos saber cuanto antes adónde tenemos que dirigirnos: tienes veinticuatro horas para darme un rumbo que seguir. Si la encontramos gracias a ti, la rebelde estará viva el tiempo suficiente para que hables con ella. Con vigilancia, eso sí.

—Parece que tenemos un trato, después de todo.

Nysian chasquea la lengua, pero yo me distraigo con un ruido, esta vez en mi casa. Mi padre debe de estar en la cocina.

—Tengo que colgar. Le diré a Fedra que me comunique el punto de encuentro para mañana.

Cuelgo. Estoy segura de que respetará que considere que el tiempo es oro.

Me encuentro a mi padre desayunando de pie, bebiendo de su taza de café. Sus ojos vuelan del reloj de la cocina a la pantalla de su eidola cuando advierte mi presencia.

—Talía.

Mi padre siempre pronuncia mi nombre como una advertencia y yo he aprendido a temer cada vez que lo dice en voz alta. Odio que tenga ese poder sobre mí, que pueda hacerme sentir insignificante con una sola palabra. Hubo un tiempo en que no era así. Hubo un tiempo en que pasaba poco tiempo en casa, siempre ocupado en el trabajo, pero me trataba con lo que yo creía que era cariño.

Aunque nunca tanto como el cariño que sentía por mi hermano.

Un hermano que ya no está y cuya ausencia solo ha aumentado la distancia entre nosotros.

—Ayer llegaste muy tarde —le digo, sin rodeos. Él también prefiere que sea directa—. ¿La nueva cruzada de Zeus te está dando mucho trabajo?

Sus ojos castaños abandonan su eidola para clavarse en mí. Lo cierto es que no sé en qué momento empezó esta guerra en la que estoy condenada a perder. No sé en qué momento comencé a agachar la cabeza. En qué momento me di cuenta de que nunca estaría a la altura de lo que él quiere de mí.

Quizá cuando me percaté de que siempre me compararía con otro, de que siempre que me miraba a quien estaba viendo en realidad era al hermano que nunca regresará.

—La nueva cruzada de Zeus va a darle trabajo a muchos Servicios. Está claro que hace falta ayuda. Se ha quedado corta en sus expectativas sobre lo que haría la gente.

Cuando era pequeña, mi padre no parecía tan cansado como lo está últimamente. Lo suficiente como para que en las oficinas se hayan dado cuenta. Empieza a haber rumores de que, ahora que yo me he graduado, no seguirá mucho más al cargo.

Lo que la gente no sabe es que Hefesto no se fía de su Hija. Nunca se ha fiado de ella.

Está esperando a que fracase.

—Yo puedo ayudar.

Las cejas pobladas de mi padre se fruncen hasta que parecen una.

—Hasta que consigas a más trabajadores —añado—. Estoy segura de que ver a una Hija implicada en la causa es buena publicidad. —Me encojo de hombros, como si fuera un sacrificio que me he resignado a hacer—. Y a Zeus le encantaría ver que estamos tan comprometidos como para ponerme a trabajar en esto.

Hefesto entorna los ojos, pero yo me mantengo inmutable ante su escrutinio. No sé si piensa que hay una razón oculta que no puede ver. Si preguntase, yo fingiría no entender nada, pero por supuesto que la hay. Trabajar en la aplicación me proporcionará información de primera mano. Para cuando acabe el día, espero estar lista para darle un rumbo a Nysian con más o menos seguridad, o al menos estar dispuesta a jugármela por alguna apuesta en firme.

—Solo serían un par de días, hasta que Zeus vea que el volumen de datos es inabarcable.

Asiento, aunque algo me dice que Zeus ya sabía con qué nos íbamos a encontrar cuando lanzó su mensaje ayer. De hecho, seguro que no tarda en emitir un comunicado diciendo que la participación ha sido masiva, que se nota que todo el mundo en Olympus está ayudando a la causa, que si estamos unidos los rebeldes jamás volverán a ser un problema. Volverá al discurso de que Marte es más poderoso que todos sus enemigos, que seremos todo lo que queramos ser.

Y luego le ofrecerá más recursos y más gente a mi padre en un tiempo récord, porque por supuesto que ella puede gestionar cualquier crisis que se presente mientras esté al mando.

Mi padre gruñe algo sobre que llega tarde y pasa por mi lado sin ni siquiera mirarme.

—No te retrases. Ya que te has presentado voluntaria, te necesito hoy mismo.

Su brusquedad ya no me afecta como antes, pero aun así prefiero no impacientarlo; me pongo el abrigo y salgo del apartamento tras él.

Hacía mucho tiempo que no tenía tantas ganas de empezar a trabajar.

Mi hermano murió solo unos meses antes que el hermano de Talía.

Fueron muertes, aun así, muy diferentes. De una de ellas se habló largo y tendido; de la otra, en cambio, apenas se dijo nada. A Aden Demir lo recordó todo el mundo e incluso a día de hoy, casi siete años después de que aquello pasara, hay gente en foros de internet que todavía se pregunta qué ocurrió exactamente con él. La versión oficial de la muerte fue un accidente en una fiesta. O quizás un suicidio, aunque nunca lo llamaron así desde los medios oficiales. El caso es que lo que sí se sabía era que él y Asha Amartya cayeron desde la azotea de uno de los rascacielos más altos del Monte Olimpo. Hubo muchas teorías sobre si había sido una trágica historia de amor, sobre si los amantes habían querido poner fin a sus vidas porque no les dejaban quererse por ser dos herederos de Servicios distintos, o si simplemente habían estado demasiado borrachos en un lugar poco conveniente.

Con el tiempo, las teorías se calmaron. En una sociedad como Olympus, en la que la información va más rápida que la luz y nos golpea por demasiados frentes, el tema de la muerte de Aden Demir fue uno más que olvidar.

Hasta que Asha Amartya resultó estar viva.

El día que salió la foto por primera vez, en medio de una revuelta del planeta Ilión, Talía y yo estábamos juntos en una de nuestras expediciones de la Akademeia. Era una foto en la que aquella muchacha que había estado destinada a ser la siguiente Jefa del Servicio de Hades sonreía como si supiera más que nadie, enseñaba el dedo el corazón como si retase a toda la galaxia mientras declaraba: Olympus miente. Talía miró esa foto, pálida, y aunque nunca hizo la pregunta en alto, sé lo que le pasó por la cabeza: si Asha Amartya estaba viva, ¿lo estaría también su hermano? Si ambos habían muerto la misma noche en el mismo lugar y ella reaparecía cinco años después, ¿qué había pasado esa noche?

Para cuando volvimos a Marte, la foto se había declarado falsa, pero Talía nunca se creyó aquello. «Es ella —me susurró—. No sé por qué Olympus intenta esconder que está viva, pero es ella. Es de verdad».

Pese a su seguridad, no le dijo nada a nadie más. No, al menos, hasta que se volvió a ver a Asha otra vez, hace solo unos meses. Hasta que su imagen liderando una revuelta en otro planeta apareció en todas partes. Fue entonces cuando se enfrentó a su padre. No sé cómo fue aquella conversación. No sé qué le preguntó o cómo discutieron, si es que lo hicieron. Talía no me contó los detalles, pero lo que sí hizo fue llamarme con la mirada perdida y explicarme lo que Hefesto le había dicho:

Sí, Asha Amartya estaba viva.

Sí, era una criminal.

Y ella había sido la que había matado a su hermano.

—¿Crees que es cierto? —le pregunté yo—. Mintieron con la primera foto. Dijeron que era falsa. Podrían estar mintiendo también en esto. Tu hermano podría… seguir vivo, igual que ella.

Talía no respondió, pero yo sé que una parte de ella nunca ha dejado de pensar en la posibilidad. Y lo sé porque, si hubiera alguna posibilidad de que mi propio hermano siguiera vivo, yo también querría aferrarme a ella con todas mis fuerzas.

Con mi hermano nunca hubo dudas. Urien Sanda murió de un disparo en el pecho en medio de la Odisea, una de las pruebas más importantes de la Akademeia. Al parecer, recibió un tiro perdido. Yo mismo vi su cadáver cuando lo enviaron a casa, tan pálido, tan carente de todo lo que había sido. Y eso fue todo. No hubo una historia más allá, no hubo rumores, no hubo titulares en las noticias. A nadie le importó. Nadie se preguntó quién había sido su asesino, y si lo hicieron fue por un morbo que se disipó tan pronto como hubo un tema nuevo que comentar. Urien no era el heredero de uno de los trece Servicios de Olympus. Urien ni siquiera era de Marte, la capital del Universo. Pero tampoco fue el único que murió en la prueba. Aquel año hubo más bajas que nunca, bajas de las que nadie habló. No se conocen los nombres de todas las personas que han muerto a lo largo de los años en la Akademeia, porque en realidad no importa.

El mundo nunca se detiene por muertos anónimos.

Mi universo, en cambio, se tambaleó y se quedó a oscuras, como si todas las estrellas que lo poblaban hubieran explotado a la vez. Durante meses, me pareció que me tragaba un agujero negro en el que no había absolutamente nada. Y después, cuando fui consciente de que Urien nunca me habría permitido estar así, decidí vivir por él.

Pero vivir por él no es lo mismo que vivir con él.

No sé si Talía piensa que está viviendo por su hermano, como yo vivo por el mío, pero sé que también haría cualquier cosa para traerlo de vuelta si fuera posible.

Por eso va a hacer alguna locura, seguro, aunque no sé hasta dónde está dispuesta a llegar.

Por eso, también, me presento en su casa y llamo al timbre y sonrío con inocencia ante su expresión desconcertada cuando me abre la puerta, porque yo ni siquiera debería estar en Marte, sino en Luna, con sus edificios blancos y su aire exclusivo. Lo que ella no sabe es que en estos días, mientras hablábamos por mensaje, yo preparaba un equipaje ligero, avisaba a mi madre de que me iba unas semanas y sacaba un billete para presentarme aquí hoy.

Lamia se echa encima de Talía antes incluso de que ella termine de reaccionar y mi amiga tiene que coger su cuerpo peludo en un acto reflejo, aunque llega a tambalearse por el peso y la potencia del salto de la criatura.

—¿Aster? —exclama una octava más alto de su tono normal.

—Sorpresa.

Todos los Hijos, los herederos de los doce Jefes de Olympus, y los Familiares saben que pasarán por la Akademeia. Es lo que se espera de ellos. Es una muestra de que estás entre los mejores de tu Servicio, una manera también de probar tu valía ante el resto del mundo. En la Akademeia tienes que dejar claro que mereces estar en lo alto de la pirámide. Si no lo haces lo bastante bien, pueden echarte abajo.

Asha Amartya fue a la Akademeia.

Mi hermano fue a la Akademeia.

Yo, por supuesto, fui a la Akademeia.

Cuando me admitieron, sabía que no iba para hacer amigos. No tenía ningún interés en relacionarme con nadie. Para mí, la gente que me rodeaba no era más que una herramienta para unos objetivos bien definidos: antes que nada, demostrar que era la mejor para que me nombraran comandante entre ellos; después, que nuestra colaboración nos posicionase primeros en todo momento para que el grupo se graduara con honores.

Pero ese primer día de clase, mientras yo evaluaba mis posibilidades, Aster se acercó a mí. Me dijo que nuestros hermanos habían estado juntos en la Akademeia, que ambos habían formado parte del mismo grupo en el que nosotros estábamos ahora. Que, como el mío, su hermano también había muerto.

Me tendió la mano.

Al principio, la rechacé. No me fiaba de nadie que llevara el nombre de mi familia en los labios y, sobre todo, el nombre de mi hermano. No recuerdo qué le dije, pero sí que estaba enfadada. Que, aunque no le grité, le traté mal. Le di la espalda. Me marché.

Era la primera persona que parecía interesada en ser mi amigo en años y yo la había rechazado.

No tardé en sentirme culpable, pero ya era tarde. Aster se negó a mirar en mi dirección al día siguiente y ahí habría acabado todo si no hubiera sido porque yo vi algo que se movía en su bolsa, algo vivo que llamó mi atención y que quise descubrir. La misma criatura peluda que ahora me trepa por el torso y se encarama a mi hombro y me da lametones en la mejilla. Su cola se enrolla alrededor de mi cuello como una bufanda.

No me gustan las sorpresas, pero supongo que esta no es la peor a la que podría enfrentarme.

—¿Qué haces aquí?

Aster me mira con cara de no haber roto un plato.

—Yo también me alegro de verte.

Gruño y le devuelvo a Lamia, que hace un ruidito de queja. Me giro para no tener que encarar a mi amigo y me encamino con paso firme de vuelta a mi habitación. Él me sigue.

—Me alegro de verte —concedo de mala gana—. Pero es mejor que te vuelvas a Luna. Te dije que estaba bien.

—Ya, bueno, resultaba difícil de creer y pensé que…

La voz de Aster se apaga cuando se detiene debajo del dintel de la puerta de mi cuarto. Aprieto los labios, tensa, y me niego a mirarlo; no sé si quiero ver su cara mientras descubre que en el suelo hay una bolsa de viaje llena de ropa. Seguro que ya ha reparado en el despliegue de pantallas encima de mi mesa, todas ellas con la aplicación de HÉROE como protagonista. Lo que no sabe es que el software de Dédalo lo está analizando todo. Cada imagen. Cada vídeo. Lo que se ve en la aplicación, pero también lo que no se ve, aquello a lo que solo los administradores tienen acceso. A lo que yo tengo acceso gracias a mi padre.

Le oigo coger aire.

—¿En serio, Talía?

Cierro los ojos un instante. La verdad, esperaba no tener que decírselo. O no hasta que estuviera muy lejos de Marte. Sé que va a intentar convencerme de que es un error. Sé que va a preguntarme en qué estoy pensando. Insistirá en que no puedo irme y en que le dije que no iba a hacer ninguna locura.

—Me he unido a un grupo —murmuro—. Para la búsqueda.

Me doy la vuelta para mirarlo. Aster es probablemente la persona más pálida que conozco, pero su cara se ha puesto aún más blanca y ahora hace una mueca.

—Me gustaría estar más sorprendido de lo que estoy. También me gustaría pensar que me vas a escuchar si te digo que no es una buena idea.

Sí, esa es la razón por la que no le conté nada.

—La decisión ya está tomada, Aster: me marcho esta misma tarde.

Por su cara, mi amigo probablemente piense que me he vuelto loca. Y probablemente también esté intentando averiguar la mejor forma de disuadirme.

—¿Quién es esa gente? ¿Cómo sabes que puedes fiarte de ellos?

Me dejo caer en la silla de mi escritorio mientras me froto las sienes.

—No lo sé. Pero no es como si tuviera muchas más opciones. Son los amigos de Fedra. Tess, la del ala, ¿la recuerdas?

Empiezo a cerrar las pantallas que hay sobre la mesa ante la mirada atenta de mi amigo. Siento sus ojos taladrándome desde atrás.

—Hace años dijiste que eran peligrosos, ¿no?

—Lo que dije es que parecían peligrosos y que los respetaban en los bajos fondos. Pero a mí me deben un favor.

—Mira, sabía que no ibas a olvidarte del tema y por eso estoy aquí, porque pretendía ayudarte, pero ¿te parece que unirte a una panda de… mercenarios, en el mejor de los casos, es la respuesta? Talía. ¡Talía! ¿Puedes mirarme cuando te hablo?

Yo sacudo la cabeza y cojo las gafas de su sitio.