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De tímida secretaria… a amante en sus horas libres. Blaise West es el nuevo jefe de Kim Abbott y en persona es aún más formidable de lo que los rumores de la oficina le han llevado a creer. Tímida e insegura, Kim siempre ha procurado pasar desapercibida, pero ante la poderosa presencia de Blaise, se siente femenina y deseada por primera vez en su vida. Es una combinación embriagadora, pero sabe que debe resistirse… Además, su mujeriego jefe le deja claro que quiere conocerla mejor, pero que nunca será para él más que una aventura temporal.
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Seitenzahl: 194
Veröffentlichungsjahr: 2021
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2009 Helen Brooks
© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Desengañados, n.º 1949 - septiembre 2021
Título original: The Boss’s Inexperienced Secretary
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1375-694-3
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
POR qué había sido tan estúpida como para meterse en eso? El viejo dicho de que el orgullo llevaba a la caída iba a hacerse realidad ese día. Hacía tiempo que debería haber enviado una carta cortés diciendo que había cambiado de opinión por circunstancias imprevistas, cualquier cosa…
Kim gimió y se miró en el espejo de cuerpo entero del dormitorio. No solía inspeccionarse tan a fondo. Solía bastar un vistazo para comprobar que no se le había corrido el maquillaje ni tenía una carrera en las medias. Ese día era distinto. Tenía que estar perfecta de pies a cabeza.
Ojos marrones oscuros bajo un espeso flequillo castaño dorado le devolvieron una mirada ansiosa. Tal vez no debería haber elegido el traje de chaqueta de color azul cielo. Uno en un tono más desvaído habría sido mejor. Los grises y antracitas neutralizaban sus generosas curvas sin enfatizar que, con un metro ochenta de altura descalza, era lo que su padre, amablemente, denominaba escultural. Su madre, una diminuta rubia, esbelta y delicada se limitaba a suspirar al verla. La bonita niña que su madre había insistido en vestir con volantes y lazos pronto se había convertido en un chicazo con tendencia a los accidentes, que había seguido creciendo. No creía que su madre la hubiera perdonado por eso.
Era demasiado tarde para cambiarse. No podía llegar tarde a la entrevista con Blaise West.
Se le encogió el estómago y tragó saliva. La sensación de pánico no era nueva; tenía los nervios desatados desde que había recibido la breve y directa carta, en papel con membrete, diez días antes. Su solicitud para el puesto de secretaria personal del señor West requería una entrevista a las diez, en la sede de West Internacional, el uno de junio. Incluía un número de teléfono por si le resultaba inconveniente.
No había llamado. Gimió de nuevo. Por culpa de Kate Campion. La bella y fría Kate, secretaria del director del departamento de contabilidad y que le había puesto el mote de Amazona Abbot. Y no como cumplido, desde luego.
Kim apretó la boca. Kate y sus amigas no habían sabido que estaba en uno de los cubículos del aseo cuando entraron a retocarse el maquillaje antes del almuerzo. Se reían.
–¿Estás segura de que la ha dejado él, Kate? –preguntó una de ellas– Podría haber sido al revés.
–¿Qué? ¿Un hombre tan guapo como Peter Tierman rechazado por la Amazona Abbot? Lo dudo, Shirley. Además, me lo ha dicho él mismo, tras invitarme a cenar esta noche.
–¿En serio? –se oyeron unos grititos–. ¿Vas a salir con Peter esta noche?
–Me dijo que llevaba mucho tiempo deseando hacerlo, pero no sabía cómo librarse de la Amazona. Aunque sea alta como una torre, por lo visto es pegajosa como una lapa. Sentía lástima de ella y por eso la invitó a salir. Venga, vamos, me muero de hambre –salieron, dejando una nube de perfumes diversos y empalagosos tras ellas.
Kim había salido del cubículo con las mejillas ardientes y los ojos chispeantes de ira.
No tenían derecho a hablar así. Y Peter había mentido. Había sido ella quien lo había dejado un par de noches antes, harta de escuchar sus grandes ideas sobre sí mismo.
Peter sería guapo, pero era muy vanidoso. Eso, unido a su empeño en llevársela a la cama, la había aburrido. Tendría que haber puesto fin a la relación mucho antes. Había sabido desde la segunda cita que no era el hombre que había creído, pero había rechazado tantas citas en los últimos dos años, desde lo de David, que había decidido perseverar. Un error colosal.
Había vuelto a su despacho y, mientras se comía sus sándwiches, había decidido no intentar justificarse. La oportunidad de dejar las cosas claras llegaría antes o después, y lo haría de forma serena y con dignidad.
Respecto al mote no podía hacer nada. Siempre había sabido que le caía mal a Kate, seguramente porque no había expresado ningún interés por unirse a su venenoso grupo de amigas.
Al día siguiente, oyó decir que Kate iba a solicitar el puesto máximo: secretaria personal de Blaise West, el gran hombre, que había sido anunciado dentro y fuera de West Internacional. Algún demonio interno la llevó a presentarse ella también; era tan buena como Kate Campion.
Había trabajado en la carta de solicitud y en su currículo la mitad de la noche y lo había presentado la mañana siguiente. Se había arrepentido de inmediato, pero se convenció de que no tendría noticias. A lo sumo, una carta agradeciéndole su solicitud y deseándole lo mejor.
Kim tomó aire y agarró su bolso. Nunca había estado en la oficina principal, situada en un edificio de lujo, cerca de Hyde Park. West Internacional tenía sucursales en toda Inglaterra, así como en América y Europa. Ella llevaba dos años trabajando como secretaria del director de ventas en la sucursal de Surrey. Antes de eso, tras licenciarse en la universidad, había tenido un trabajo mediocre que veía como una forma de pasar el tiempo hasta casarse con David e iniciar una familia. Sus sueños se habían centrado en David desde que se conocieron en una barbacoa, la primera semana de universidad.
«Estúpida», se dijo. Había tenido que aprender, de la peor manera, que los hombres decían una cosa y hacían otra, que no eran de fiar.
Se detuvo en la puerta y miró a su alrededor. Se había trasladado al pequeño piso gracias a West Internacional, cuando su salario se duplicó, y nunca se había arrepentido. Antes había vivido con sus padres, ahorrando para la boda.
Adoraba su piso. Tardaba quince minutos en ir a la oficina andando, si no quería conducir, y su jefe, Alan Goode, era fantástico. Tenía muchas amistades y una vida social bastante activa. Un par de amigas se habían casado hacía poco, pero seguía teniendo muchas amigas solteras y dispuestas a pasarlo bien. Se sentía satisfecha.
Salió al vestíbulo de la casa victoriana, que tenía un piso en cada una de sus tres plantas.
No era feliz, pero tras el trauma del abandono de David había creído que no volvería a tener paz mental; sentirse satisfecha ya era mucho.
Según su madre, cualquiera que no estuviera casado o en una relación seria a los veinticinco años, era anormal. Pero ella no volvería a intentar ser «normal». No más errores como el de Peter.
Kim caminó hacia su Mini, aparcado en la calle. Ser autónoma tenía sus beneficios. Podía decidir qué hacer, cuándo y con quién. No más tardes de sábado bajo la lluvia, viendo un partido de fútbol que no le interesaba. Con David, muchos sábados habían sido así. Ya no tenía que sacrificarse por él ni permitir que le estropeara un buen día sólo porque estaba de mal humor.
Subió al coche y se preguntó por qué estaba pensando tanto en David. Últimamente pasaba semanas sin recordarlo, y si lo hacía, era para dar gracias por haberse librado de él. El hombre que había creído que era David no la habría tratado con tanta crueldad. Las semanas y meses tras su abandono había comprendido que no lo conocía en absoluto. Eso había sido humillante pero le había enseñado una valiosa lección: nadie sabía lo que pensaba o sentía realmente otra persona, por transparente que pareciera.
Cuadró los hombros, alzó la barbilla y arrancó el motor. Era hora de conducir a la estación de tren y viajar a la ciudad. Haría lo que pudiera en la entrevista y dejaría atrás el triste episodio.
Al menos le habían ofrecido una entrevista. Sonrió. Según una de las chicas, Kate se había puesto verde de envidia al enterarse, ella no la había conseguido. Eso le había alegrado el día.
Una hora y media después, estaba en el despacho de la secretaria de Blaise West, una joven atractiva y muy embarazada. Había llegado pronto, justo cuando otra candidata iba a entrar al despacho del jefe. Era una mujer alta, delgada y muy bien vestida, con una sonrisa deslumbrante que había dedicado sólo a la secretaria del señor West. Había mirado a Kim de arriba abajo como si tuviera claro que no necesitaba preocuparse por la competencia.
Kim estaba de acuerdo y, sorprendentemente, eso calmó sus nervios. Debía de ser la perdedora del grupo y, si lo que decían sobre Blaise West era cierto, él se daría cuenta en cuanto la viera. Esperaba una entrevista muy breve.
El edificio de oficinas era un cúmulo de alfombras mullidas y ascensores de cristal, como correspondía a un empresario de la altura de Blaise West. Por lo visto, Blaise West había diversificado sus actividades tras ganar su primer millón en el sector inmobiliario, cuando aún era casi imberbe. Su otro negocio, la fabricación y distribución de mobiliario para casas y comercios, tenía gran renombre en todo el mundo occidental.
Kim nunca había visto una foto de él, pero sabía qué esperar gracias a los cotilleos de empresa. Rondaba los cuarenta años, era pura energía y tenía reputación de ser despiadado y fríamente tenaz. Casado y divorciado. Una hija. Innumerables novias. Atractivo, según se decía, pero muchas mujeres considerarían su poder y su riqueza un atractivo, independientemente de su aspecto físico.
Siguió pensando mientras simulaba hojear una de las revistas que había en la mesita. La secretaria le había preguntado si quería un café y lo había pedido por teléfono. Eso había impresionado a Kim. Por lo visto la secretaria personal de Blaise West no se ocupaba de tareas tan mundanas.
La asombró aún más que instantes después llegara una bandeja con una taza de porcelana y un plato de pastas. Eso dejaba a las máquinas de té y café de la sucursal de Surrey, con sus vasos de plástico, a la altura del betún.
No había tomado más de dos sorbos de café cuando la mujer de la sonrisa eléctrica salió del despacho. Kim tuvo la impresión de que la entrevista no había ido muy bien. La dama no se detuvo a charlar con la secretaria del señor West y se marchó roja y con la cabeza alta.
Un momento después, zumbó el intercomunicador del escritorio.
–¿Pat? –era un voz grave con un deje de irritación–. Creí que dijiste que habías escogido a las mejores candidatas. Si lo que he visto por ahora es lo mejor, odio pensar cómo serían las demás. Espero que haya al menos una que no sea tonta del todo.
Kim vio que la mujer le echaba un vistazo antes de pulsar una tecla y murmurar «muy cualificada» en el auricular que había levantado. Ya no podía oír lo que contestaban al otro lado, y la secretaria hablaba tan bajo que Kim tuvo que aguzar el oído.
–Una esta mañana y una esta tarde; acordamos que vería a seis, ¿recuerda? Y la señorita Abbot ya está aquí –hizo una pausa–. Sí, lo haré. Y he organizado la conferencia con la gente de McBain para el lunes que viene, eso dará al equipo de ventas tiempo para preparar su presentación. ¿Recuerda que su cita para el almuerzo es a la una? –la mujer colgó y miró a Kim–. El señor West la verá ahora, señorita Abbot.
–Gracias –Kim se puso en pie y le sonrió–. Intentaré restaurar su fe en el género femenino –dijo. No tenía sentido simular no haber oído nada.
–Ayer entrevistó a dos hombres y no les fue mejor –la secretaria hizo una mueca irónica–. El señor West puede ser difícil de complacer.
Kim pensó que parecía imposible de complacer, pero no lo dijo. Esperó a que la mujer llamara a la puerta, abriera y le cediera el paso.
–La señorita Abbot, señor West –anunció.
Kim entró y percibió varias cosas a la vez. Era una habitación grande, luminosa y aireada. El ventanal que ocupaba una pared entera ofrecía una increíble vista de la ciudad. El mobiliario era exquisito. Y no se oía nada de ruido. La luz que entraba por el ventanal convertía al hombre sentado al escritorio en una silueta, poniendo a cualquier visitante en clara desventaja. Algo que, sin duda, Blaise West sabía bien.
–Buenos días, señorita Abbot. Por favor, siéntese –se levantó y se inclinó para estrecharle la mano antes de indicar la silla que había ante el escritorio, en ángulo.
Kim agradeció la oferta. Si el despacho era imponente, el hombre lo era aún más. De rasgos duros y curtidos, no era exactamente guapo. Pero el espeso cabello negro, cano en las sienes, y los brillantes ojos azules daban una impresión viril y vibrante. Su elegante traje y camisa gritaban alta costura, pero era cómo quedaban en ese enorme cuerpo lo que la electrificó. Eso y su estatura. Solía estar a la altura de los ojos dse la mayoría de los hombres, o por encima; el que Blaise West le sacara al menos quince centímetros le sorprendió, junto con su agresiva masculinidad. No encajaba en un despacho; tendría que estar escalando montañas o luchando con cocodrilos en una tierra salvaje y remota. Algo extremo.
–Así que quiere venir a trabajar para mí, señorita Abbot –dio él sin más preliminares–. ¿Por qué?
Por primera vez en su vida, Kim creyó saber lo que experimentaba un conejo cuando lo deslumbraban los faros de un coche. Lo miró ciegamente, sabiendo que tenía que decir algo si no quería confirmar que era una tonta más.
Se recompuso con esfuerzo y se obligó a contestar la pregunta que había esperado que le hicieran en algún momento de la entrevista.
–Como decía en mi carta, llevó dos años en la sucursal de Surrey, y creo que eso me ha dado la base para entender por qué West Internacional es una empresa de éxito. Me gusta mi trabajo allí, pero creo que es hora de asumir un nuevo reto.
Él calló un instante. Kim sintió el deseo de seguir hablando, pero se contuvo. Dijera lo que dijera no le ofrecerían el puesto, lo sabía, pero quería superar la entrevista sin quedar como una idiota. Así que esperó.
–Respuesta de libro de texto –no sonó a halago–. Y dicha de forma muy similar al resto de los candidatos.
–Lo siento –Kim decidió que Blaise West no le gustaba.
–No lo sienta, diga algo original.
Ella pensó que no le gustaría lo que se le había ocurrido, por original que fuera. Se recordó que necesitaba mantener su empleo en Surrey y que él controlaba todas las sucursales.
–Me gustaría tener más responsabilidad y la oportunidad de viajar de vez en cuando, como creo que requiere este puesto.
–¿Le sorprendería saber que todos los demás también han dicho eso?
–No, la verdad es que no –no le gustaba nada ese hombre.
–Oh, ¿y eso por qué?
–Porque si trata a las personas como a idiotas, en general se comportarán como si lo fueran –dijo. Se arrepintió de inmediato, no tanto por ella, sino porque podía haber metido a su secretaria en problemas. Y nadie contestaba así a Blaise West; su rostro lo dejó claro. Esperó la explosión.
–Ah… –se inclinó hacia delante y la escrutó con sus ojos de color azul vívido–. Lo ha oído.
Ella asintió, decidiendo que no iba pedir disculpas. Si la despedían en Surrey tendría que aguantarse. Sobreviviría.
–Le pido disculpas. Supongo que no fue el mejor inicio para una entrevista de trabajo.
La disculpa fue tan inesperada que Kim parpadeó con sorpresa. Carraspeó.
–No importa, señor West. Igual que el resto, es obvio que no soy lo que busca. Gracias por su tiempo –se puso en pie.
–¿Adónde cree que va? –estrechó los ojos.
–He supuesto que la entrevista había terminado –dijo ella con las mejillas rojas.
–Ha supuesto mal. Ni siquiera hemos empezado –escrutó su rostro mientras ella se sentaba de nuevo. Kim no se había sentido tan incómoda nunca–. Veamos… voy a repetirle esa pregunta y ahora querría una respuesta sincera. ¿Por qué quiere trabajar para mí, señorita Abbot?
–Antes he dicho la verdad –dijo ella, tensa. Él enarcó las cejas–. Pero tal vez no toda.
–¿Entonces?
A Kim le pareció ver que torcía la boca, firme y sensual, situada sobre una barbilla con hoyuelo.
Su tono suave y sedoso no la engañó. Pretendía reírse de ella. Podría haberse inventado mil razones más aceptables que la verdad, pero pensó que él lo notaría. Se irguió con orgullo.
–Como he dicho, creo que ya no puedo aspirar a mucho más en la sucursal de Surrey, pero seguramente no habría solicitado este puesto si no hubiera oído cierto comentario –titubeó–. Eso me llevó a querer demostrarme algo a mí misma, supongo.
–¿Qué oyó? –sus ojos azules la taladraron.
–Era personal. Digamos que se refería a mí y no era halagador.
–¿Tenía que ver con su trabajo?
–No, mi trabajo siempre ha sido satisfactorio, estoy segura de que el señor Goode lo confirmará.
–Ya lo ha hecho, o no estaría aquí –dijo él, seco–. Entonces, señorita Abbot… ¿pretende hacerme perder el tiempo?
–¿Qué? –volvió a sonrojarse.
–¿Aceptaría este puesto si se lo ofreciera?
Unos minutos antes, la respuesta habría sido que no. Ya no estaba segura. Trabajar para alguien como Blaise West sería enervante y agotador, pero tampoco quería estancarse en Surrey durante diez o veinte años. Y era lo que había estado haciendo. Tenía cierta independencia pero seguía estando cerca de su familia y sus amistades. Su puesto ya no suponía ningún reto y cada semana era igual a la anterior. Eso había estado bien al principio, después de su ruptura con David. Había estado bien hasta que entró en esa habitación, de hecho.
–Sí, señor West –afirmó–. Consideraría seriamente el puesto si me lo ofreciera.
–Bien –miró los papeles que tenía sobre la mesa–. Entonces sigamos con la entrevista.
PARA cuando llegó a casa, a media mañana, Kim se sentía como un trapo. La entrevista había durado más de una hora y había sido extenuante. Era la única palabra adecuada. Había salido del despacho casi tambaleándose y debía de ser muy obvio porque la secretaria le había dicho que ya había empezado el turno del almuerzo en la cafetería de la empresa y que la comida era buena.
Era verdad, y el pollo asado con guarnición y dos tazas de café la habían reanimado lo bastante como para emprender el viaje de vuelta. Había comido despacio, mientras intentaba sacar sentido a la confusión de recuerdos de la última hora.
La conclusión final fue que estaba loca. Loca por creer que Blaise West podría ofrecerle el puesto. Loca por creer que podría desempeñarlo si lo hacía, estaba muy por encima de su experiencia. Sentía pinchazos de pánico.
Él había terminado la reunión afirmando que se decidiría en las siguientes veinticuatro horas, tras concluir todas las entrevistas. Para entonces ella había estado tan alterada que no tenía ni idea de cómo lo había hecho. Había estado allí mucho más tiempo que la señorita sonrisa eléctrica, pero sabía que esa tarde él tenía que ver a otra persona.
Cuando salió de West Internacional, el sol de la mañana había dado paso a un cielo gris que prometía lluvia. El tren de vuelta había llegado con retraso y había viajado rodeada de cientos de pasajeros irritados. Encima, un fallo técnico los había tenido parados un buen rato.
Se le saltaron las lágrimas cuando llegó a la estación y vio a su fiel Mini en el aparcamiento. Eso le confirmó que estaba agotada.
Kim entró en su piso, dejó caer el bolso al suelo, y se hundió en el sofá. Toda la excitación y glamur del mundo de Blaise West se había esfumado. Una hora de viaje se había transformado en tres; eso le recordó algo que él había señalado en la entrevista.
–Estoy seguro de que es consciente de lo que implica trabajar como mi secretaria personal, pero lo especificaré de todas formas. Necesito a alguien que disfrute trabajando duro y utilizando su propia iniciativa, señorita Abbot. Delegará el trabajo rutinario a otras personas, pero se ocupará de temas importantes o confidenciales. Eso supone redactar cartas, informes y memorandos, recoger información para mí, tomar actas, recibir y entretener a contactos de negocios, organizar reuniones y conferencias, discutir con otras secretarias y clientes e, incluso, supervisar a otros miembros del personal. Espero lealtad total, así como discreción. Es esencial que pueda adaptarse a las exigencias del puesto. Eso implicará trabajar hasta muy tarde y madrugar cuando sea necesario. ¿Supondrá un problema?
Ella recordó que había negado con la cabeza, sintiéndose desbordada. Él había seguido.
–No espero que mi secretaria acepte cuanto digo. Pero si está en desacuerdo conmigo, me lo comunicará en privado. ¿Está claro?
Ella había vuelto a asentir, aún más atónita.
Kim miró su sala. Antes de instalarse había decorado el piso de arriba abajo, a su gusto. Había utilizado sus ahorros en una moqueta de lujo, sofás de cuero de color crema y unos visillos carísimos. Cocina y baño nuevos, junto con un dormitorio muy femenino, en suaves tonos rosados, cremas y malvas que clamaba a gritos que allí no vivía ningún hombre, habían completado la extravagancia. Y lo adoraba todo. Se preguntó si podría seguir viviendo allí si Blaise West le ofrecía el trabajo. A juzgar por el viaje de vuelta a casa…
Controló sus pensamientos; siempre que estaba cansada se ponía negativa. El viaje de ida a Londres había ido como la seda; el de vuelta era atribuible a la mala suerte. Además, ni siquiera sabía si iban a ofrecerle el puesto. Tenía que haber gente más cualificada y con más experiencia.
Fue a la cocina y se hizo una infusión. Ya se enfrentaría al problema si llegaba.